Siendo todavía niño, pasó al pueblo de Lacke que está a media legua de Bruselas, y entran do en la iglesia, estuvo una larga hora en oración muy fervorosa, ante el altar de la Virgen santísima nuestra Señora: lo cual echando de ver el capellán que gobernaba aquélla parroquia. le rogó que se quedase para ser monaguillo de la iglesia, Accedieron a ello los padres del santo muchacho, y él cumplió desde aquel día con tan gran devoción las obligaciones de su oficio, que la ponía en los mismos fieles y sacerdotes. No podía sufrir que se manchasen los manteles de los altares con alguna gota de aceite o de cera: y traía muy aseadas y bien compuestas todas las cosas del templo; porque decía que así habían de estar las del palacio de Dios. Decía que las campanas eran la voz del Señor que llamaba a los fieles, y que las velas que arden en el altar re presentaban la vida de los cristianos que ha de gastarse toda en servicio y honra de Jesucristo. Obedecía puntualmente y reverenciaba con gran acatamiento a los sacerdotes: jamás ponía los ojos en rostro de mujer, y era tan rara su modestia y compostura que cuantos le hablaban y miraban, le veneraban como a un ángel de la iglesia.
Daba a la oración largas horas antes de acostarse y tomaba después breve descanso en el suelo del templo; y de lo que recibía para sustentarse, repartía gran parte con los pobres. Sacóle de aquel oficio cierto mercader de Bruselas diciéndole que podría socorrerles con más largas limosnas si mudaba el oficio y tomaba parte en los negocios de su casa. Hízolo así el santo, mas al poco tiempo, bajando por el río en una nave cargada de mercancías, dio en un banco de arena; y que riendo sacarla con una larga percha, hizo tal fuerza, que la rompió y se le entró una astilla muy adentro del brazo. Con este mal suceso, volvió a su iglesia, y postrado a los pies de la Virgen le rogó con muchas lágrimas Que le sanase: antes de levantarse de su oración salió por sí misma la astilla del brazo. Después de haber servido algunos años más en aquella iglesia, gastó los siete últimos de su vida en peregrinar a pie y mendigando a Roma, e hizo dos veces el viaje a Tierra Santa.
Volviendo a Anderlecht entendió que llegaba su dichosa muerte. Vióse una noche resplandecer con una luz muy clara el aposento donde oraba, y se oyó una voz del cielo que decía: Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor; y en aquélla hora pasó el fidelísimo siervo de Dios de esta vida mortal a la eterna.
REFLEXIÓN
La reverencia con que san Guido trató las cosas del templo, y la edificación que daba a todos los fieles, nos enseña el respeto que se debe a la divina majestad de Dios que tiene allí su morada. No permitamos, pues, que se le ofenda con irreverencias, faltas de silencio, inmodestias, miradas licenciosas y trajes profanos; y, si es posible, procuremos, que los sacristanes y monaguillos que sirven en el templo, sean tales que mueva a devoción, como nuestro santo, a los que los miren.
ORACIÓN
¡Oh Dios! que nos alegras en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Guido; concédenos propicio, que los que celebramos su nacimiento para el cielo, imitemos sus virtudes y loables acciones. Por Jesucristo Nuestro Señor.
(fuente: santoraltradicional.blogspot.com.ar)
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