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lunes, 30 de noviembre de 2015

30 de noviembre: Beato Ludovico Roque Gietyngier

presbítero y mártir
n.: 1904 - †: 1941 - país: Alemania
otras formas del nombre: Ludwik Roch Gietyngier
canonización: B: Juan Pablo II 13 jun 1999
hagiografía: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003

Cerca de Munich, en la región de Baviera, en Alemania, en el campo de concentración de Dachau, beato Ludovico Roque Gientyngier, presbítero y mártir, que, en la ocupación de Polonia durante la guerra, y entre los crímenes cometidos por el régimen enemigo de la fe, padeció el martirio y entregó su espíritu al Señor.

Este sacerdote y mártir polaco había nacido en Zarki el 16 de agosto de 1904. Hizo los estudios primarios en Czestochowa y en 1922 ingresó en el seminario mayor de Kielce, y cuando se creó la diócesis de Czestochowa se incardinó en ella. Ordenado sacerdote el 25 de junio de 1927, fue enviado como vicario cooperador a la parroquia de Strzenieszyce al tiempo que continuaba sus estudios en la Universidad Jagellónica de Cracovia en la que se gradúa en 1929. Destinado a la enseñanza de la religión en las escuelas de su diócesis, tenía el nombramiento de presidente del Instituto Diocesano de Wielun. Pero el día en que iba a empezar su trabajo sucede la invasión de Polonia con la consiguiente política antipolaca de los ocupantes. Sigue de momento en Wielun pero al poco tiempo es enviado a la parroquia de Raczyn. Allí desempeña las funciones de párroco hasta que el 6 de octubre de 1941 es arrestado y llevado al campo de concentración de Konstantynow, y al mes siguiente al de Dachau.

Fue asesinado por los guardias del campo el 30 de noviembre de aquel mismo año 1941, y beatificado por el papa Juan Pablo II el 13 de junio de 1999.

(fuente: www.eltestigofiel.org)

otros santos 30 de noviembre:

- San Everardo
- San Andrés, apóstol

domingo, 29 de noviembre de 2015

29 de noviembre: San Saturnino de Tolosa

(+ s. III)

 El martirologio romano reza en este día lo siguiente: En Tolosa, en tiempo de Decio, San Saturnino, obispo; fue detenido por los paganos en el Capitolio de esta villa y arrojado desde lo alto de las gradas. Así, rota su cabeza, esparcido el cerebro, magullado el cuerpo, entregó su digna alma a Cristo".

Históricamente apenas se sabe nada sobre el primer arzobispo de Tolosa, pero la historia de su época y de su país y numerosos testimonios relativos a su culto nos ayudan a tener de él un conocimiento más completo.

Los orígenes de la ciudad de Tolosa se remontan a las migraciones de los pueblos celtas en el siglo IV antes de nuestra era. Bajo la conquista romana—128 a. de C. 52 d. C.—, la Galia céltica asimiló la civilización de los que la ocuparon, guardando su espíritu propio. De esta manera, Tolosa, renovada por las instituciones romanas era en el siglo IV la ciudad más floreciente de la Narbonense. Así, Saturnino, el fundador de la iglesia de Tolosa entró en el siglo lll en una brillante ciudad galo-romana. Su figura destaca gloriosamente en la antigüedad cristiana de los paises occidentales.

Su nombre—diminutivo del dios Saturno—es tan común en latín que no indica nada del personaje, de quien, por otra parte, se desconoce todo lo anterior a su episcopado tolosano. a pesar de que leyendas posteriores le hacen venir de Roma o de Oriente.

Cuando Saturnino llegó a Tolosa no debió de encontrar allí más que un grupo pequeño de cristianos. Gracias a su celo apostólico se desarrolló rápidamente esta comunidad joven, que él organizó y a la que gobernó como buen pastor.

Si no se sabe nada cierto sobre su vida y apostolado, estamos mejor informados sobre su muerte: en el año 250 aparecieron en la Galia los edictos de Decio que obligaban a todos los cristianos a hacer acto público de idolatría. Durante esta persecución, la más terrible que tuvo lugar en la Galia, los sacerdotes paganos de Tolosa atribuyeron a la presencia de Saturnino en su ciudad el mutismo de sus ídolos, que no emitían oráculos. Un día, los sacerdotes paganos excitaron a la muchedumbre contra el obispo cuando pasaba ante el templo de Júpiter Capitolino. Quisieron obligarle a sacrificar a los dioses. Los paganos, exasperados ante su enérgica negativa, no quisieron esperar el final de un proceso regular. La muchedumbre, con la complicidad tácita de los magistrados, se apoderó de Saturnino y le ató con una cuerda detrás de un toro que iba a ser inmolado y que huyó furioso. Rota la cabeza y despedazado el cuerpo, Saturnino encontró así una muerte heroica causada por el motín popular.

Su comunidad, fortificada en su fe, pero consternada por ese fin trágico, no se atrevía a tocar el cuerpo del mártir, porque la persecución exigía prudencia. Sin embargo, dos mujeres valerosas recogieron piadosamente el cuerpo, que quedó en el sitio donde la cuerda se había roto, y lo sepultaron dignamente cerca de allí, al norte de la ciudad, a la orilla de la gran ruta de Aquitania.

Un siglo más tarde el obispo Hilario hizo construir sobre la tumba de su predecesor una bóveda de ladrillo y una basílica pequeña en madera. El obispo Silvio, que posiblemente fue el sucesor de Hilario, empezó la construcción de una nueva basílica, terminada por Exuperio en el siglo v y destruida por los sarracenos en 711.

La fiesta del mártir no fue celebrada litúrgicamente, y por eso debió olvidarse muy pronto; más tarde, cuando la memoria del mártir fue restablecida, se le asignó la fecha de 29 de noviembre, día ya insigne, porque era la fecha de su homónimo el mártir romano Saturnino, muerto hacia el año 300, y al que no hay que confundir con Saturnino de Tolosa.

Dos siglos después del martirio, cuando su culto estaba ya bien establecido, un clérigo tolosano compuso en su honor un panegírico, que sigue siendo la mejor fuente de información. Es un sermón hecho para la fiesta del mártir; el estilo es el de los elogios que por la misma época pronunciaban Agustín y Juan Crisóstomo.

Hacia el año 530 San Cesáreo de Arlés, narrando con candor la evangelización de la Galia, pondrá al primer obispo de Tolosa entre el número de los discípulos de los apóstoles, haciéndole así compañero de San Trófimo de Arlés. Los siglos siguientes lo encarecerán más aún, y la "pasión" de San Saturnino, tomada y reformada sin cesar, hará nacer una literatura legendaria.

Damos a continuación el resumen tal como aparece la "vida" del Santo en los relatos más cuidados:

San Saturnino nació en Patrás, hijo del rey Egeo de Acaya y de la reina Casandra, hija de Tolomeo. Marchó a Palestina para ver a San Juan Bautista, quien le bautizó y la encaminó hacia Cristo. Asistió a la multiplicación de los panes, a la santa cena, y cuando Jesús apareció resucitado fue él quien le llevó pescado asado y un panal de miel. Asistió a la última pesca milagrosa y estuvo presente en el Cenáculo el día de Pentecostés. Siguió a San Pedro quien, después de haberle enviado en misión a la Pentápolis y a Persia, le condujo a Roma, donde le consagró obispo. Después le envió a Tolosa, acompañado de San Papoul. En Nimes convirtió a San Honesto y se lo asoció. Los dos fueron aprisionados en Carcasona y salvados milagrosamente. En Tolosa, Saturnino curó de lepra a una dama noble; después envió a Honesto a España; éste, cumplida su misión, volvió a buscarle. Saturnino bautizó en Pamplona a cuarenta mil personas (! ), después recorrió Galicia, siempre con el mismo éxito, y llegó hasta Toledo; volvió a Francia por Comminges. Poco después de su vuelta a Tolosa sufrió el martirio atado a un toro.

Una iglesia regional no es un campo cerrado; es una familia que da y que recibe. Quedan muchos testimonios de este dar y recibir: los tolosanos celebran santos que han vivido entre sus vecinos los españoles, como San Acisclo—17 de noviembre—, y la Iglesia española no deja de celebrar al primer obispo de Tolosa. Su culto atravesó los Pirineos en el siglo v; lo favoreció el que el reino visigótico se extendiera también por el otro lado de las montañas. En eI siglo IX, a partir de la Reconquista, San Saturnino, a quien los españoles no habían olvidado nunca, gozó de gran popularidad gracias a los cruzados franceses. En efecto, se acordaban de que San Sernin de Tolosa había sido una de sus más gloriosas etapas en la larga peregrinación a Santiago.

Gracias, pues, a Santiago de Compostela, se hizo, en sentido inverso, la propagación del culto a San Saturnino. Etapa obligada en el camino de Santiago, San Sernin era frecuentada por multitud de peregrinos que desde Tolosa llevaban a sus paises la devoción al gran obispo mártir. También su ,culto se extendió rápidamente en todo el país entre el Loira y el Rin, donde mucho lugares están bajo su patrocinio con nombre deformado: Sernin, Sornin, Sorlin y otros.

En Tolosa los peregrinos de Compostela encontraban la basílica que habia reemplazado la de Exuperio, y que, edificada lentamente a fines del siglo Xl, habia sido consagrada en 1096 por el papa Urbano II. El 6 de septiembre de 1258 el obispo Raimundo de Falgar procedió a la elevación de los restos de San Saturnino y los hizo depositar en el coro. San Saturnino es una de las más hermosas iglesias románicas, notable por sus cinco naves de once bovedillas, su vasto crucero y su coro de deambulatorio, guarnecido por capillas radiadas. En cuanto a la iglesia de Taur, se dice que se alza sobre el emplazamiento del antiguo Capitolio pagano (que no tiene nada que ver con el Ayuntamiento, donde en la Edad Media se tenían las sesiones capitulares), y que recuerda el lugar del martirio.

Al recuerdo de San Saturnino hay que asociar el de las dos santas mujeres que tuvieron la valentía de levantar el cuerpo del mártir mutilado horriblemente para enterrarle cerca del lugar donde el toro furioso se había detenido. La liturgia las celebra en la diócesis de Tolosa el día 17 de octubre bajo el nombre de "Santas Doncellas". La Pasión, escrita en el siglo v, precisa que ellas fueron apresadas por los paganos, azotadas con varas y arrojadas despiadadamente de la ciudad. Un leyenda posterior añade que San Saturnino en un viaje a España había encontrado a estas dos jóvenes, hijas del rey de Huesca, que las habia convertido y las habia llevado con él a su ciudad episcopal. Después del martirio del obispo y cuando fueron expulsadas de la ciudad, posiblemente se refugiarian en Ricaud. donde vivieron con santidad. fueron enterradas a algunos kilómetros al oeste de Castelnaudary (Aude), en una aldea que desde entonces se llamó Mas-Saintes-Puelles, y que llegó a ser el centro del culto a estas mujres humildes y devotas.

Toda la gloria del primer obispo de Tolosa, gloria que ha atravesado los siglos y las fronteras, tiene sus fuentes en el hecho de que se relaciona con él la evangelización primera de una región cuya influencia se extendió muy lejos hasta las orillas del Mediterráneo y por encima de los Pirineos.

La Iglesia se planta como un árbol que vive. Como una casa se la levanta aquí y allí donde no está; en este lugar ésta es la primera manifestación, la realización visible de] misterio redentor. Asi San Saturnino, antes de ser un mártir, es el fundador de la iglesia local. Su tumba es un signo de apostolicidad, de enraizamiento en la misión primera de los apóstoles; el espiritu de Cristo los empujaba a la conquista del mundo. A nuestros padres, penetrados del sentido cristiano de la misión evangélica, les gustaba ver en Saturnino un discípulo de los apóstoles. Así la leyenda de que hemos hablado es una manera de expresar que toda fundación de una iglesia local, todo trabajo de evangelización procede de la misión que Cristo dió a los apóstoles, transmitida sólo por ellos. Y, como ellos, Saturnino plantó la Iglesia de Cristo en su sangre.

Sus hijos celebran una misa especial en su honor. La colecta y el hermoso prefacio son éstos:

Oración de San Saturnino: "¡Oh Dios!, por la predicación del santo obispo Saturnino, vuestro mártir, nos habéis llamado a la admirable luz del Evangelio desde las tinieblas de la incredulidad. Haced, por su intercesión, que crezcamos en la gracia y en el conocimiento de Cristo, vuestro Hijo.

Prefacio de San Saturnino: "¡Oh Padre Eterno!, es justo pediros con confianza que no abandonéis a vuestros hijos. San Saturnino los ha engendrado por sus trabajos apostólicos, los ha nutrido con la palabra de salvación y los ha hecho firmes por la fidelidad de su martirio. Conservadnos, pues, por vuestro poder, para que, santificados en la verdad, perfectos en la unidad, os dignéis contarnos en la gloria, por Cristo Señor nuestro.

escrito por Antoine Dumas, O.S.B.
(fuente: www.mercaba.org)

otros santos 29 de noviembre:

- Beato Bernardo Francisco Hoyos
- Beata María Magdalena de la Encarnación

sábado, 28 de noviembre de 2015

28 de noviembre: San Jaime (Santiago) de la Marca

San Jaime (Santiago) de la Marca, OFM Obs.
Gran predicador y reformador
(1393-1476)

Beatificación: Urbano VIII, el 12 de agosto de 1624
Canonización: Benedicto XIII, el 10 de diciembre de 1726
Nacimiento: Monteprandone (Italia), en septiembre de 1393
Muerte: Nápoles (Italia), el 28 de noviembre de 1476
Orden: Franciscanos Menores de la Observancia
Co-patrón de Nápoles


Vida de san Jaime -Santiago- de la Marca (1393-1476)

En la Europa del siglo XV, en lo político, los estados se hacían la guerra entre sí, mientras los turcos avanzaban sobre sus territorios, tras haber conquistado Constantinopla y Chipre. Y en lo religioso, la Iglesia tenía que hacer frente a multitud de sectas y herejías: fratiecelli, patarenos, albigenses, maniqueos, iconoclastas... En esta difícil situación, los hijos de san Francisco se distinguieron, una vez más, por su obra en favor de la fe, de la paz y de los pobres. En Italia destacaron, de manera especial, las cuatro columnas de la observancia franciscana, a saber: san Bernardino de Siena, san Juan de Capistrano, Alberto de Sarteano y san Jaime de la Marca.

Santiago nació en Monteprandone (Marca de Ancona), en septiembre de 1393. Sus padres, Antonio Gangale y Antonia Rossi, lo bautizaron con el nombre de Domingo (Doménico). A los siete años quedó huérfano, y tuvo que cuidar el rebaño familiar, pero aquella vida no le satisfacía, de modo que se escapó de casa y marchó a vivir a Offida, en casa de un tío suyo sacerdote. Éste, viendo sus dotes y voluntad de aprender, le enseñó a leer y a escribir, y lo mandó a estudiar estudiar artes liberales a una escuela de Áscoli Piceno. Logró doctorarse en Derecho civil y eclesiástico en Perusa al tiempo que trabajaba en la educación de los hijos de un profesor universitario, con cuya ayuda consiguió el cargo de notario público en el Ayuntamiento de Florencia. Luego trabajó como comisario y juez en Bibbiena (Arezzo). Aquí pudo conocer la gran corrupción existente en las más altas capas de la sociedad, pero también a los franciscanos. Esto y sus meditaciones acerca del misterio redentor de la cruz manifestado a Francisco en el cercano monte de La Verna lo animaron a dejar la abogacía y, tras un breve retiro en la Cartuja de Florencia, decidió ingresar en la orden de los hermanos menores de la observancia. Tenia 23 años cuando, como dirá luego en uno de sus sermones, "entregó a Cristo su cuerpo en la castidad y su alma en la obediencia, abandonando las cosas de poca importancia y las terrenas, la familia y las satisfacciones de la vida, buscando una sola cosa: a Jesucristo bendito" (De excellentia et utilitate sacrae religionis).

El 25 de julio de 1416, fiesta del apóstol Santiago, vestía el hábito gris franciscano en el convento observante de Santa María de los Ángeles en Asís, y cambiaba su nombre de Doménico por el de Giacomo (Jaime, Jacobo o Santiago). El hábito se lo había preparado con sus propias manos san Bernardino de Siena, a quien debió de conocer durante su permanencia en Toscana. Hizo el noviciado en la ermita de las Cárceles. El 13 de junio de 1420, tras haber estudiado teología bajo el magisterio de san Bernardino, era ordenado sacerdote en Fiésole. Ese mismo día pronunció su primer sermón, que versó sobre san Antonio de Padua. Descubiertas así sus grandes dotes oratorias, sus superiores lo destinaron enseguida a la predicación.

Como ya ocurriera con san Bernardino de Siena, Jaime llenaba de gente las plazas con sus predicaciones populares, en lengua vulgar. Entre sus primeras experiencias destacan la de Cuaresma en Áscoli, en 1421, la de San Miniato de Florencia el 27 de diciembre de 1422, y la de Venecia en la fiesta de san Juan Bautista. Lo requerían desde muchas ciudades de Úmbria y de las Marcas. Sus temas tocaban las verdades fundamentales de la fe cristiana: Dios, Jesucristo, los misterios de su pasión, muerte y resurrección, los sacramentos, la oración, la gracia, la palabra de Dios, vida eterna, paraíso, infierno, pecado, vicios capitales, el homicidio, la blasfemia, el perdón, la reconciliación y la paz. Los ideales de justicia y equidad y la defensa de los pobres que practicó cuando era juez, se reflejaban ahora en sus predicaciones. De manera especial combatió con energía las creencias erróneas de los grupos sectarios, en especial de los "fraticelli", que atentaron varias veces contra su vida.

Su palabra y el testimonio de su vida era tan fuertes que penetraban en los corazones de los oyentes y los convertía al Señor. Él mismo confesaba: «He visto durante el sermón algunos soldados sexagenarios llorar mucho por sus pecados y la pasión de Cristo, y me confesaron que durante su vida jamás habían derramado una lágrima» (Serm. dom. 46 De magnifica virtute Verbi Dei). La seriedad y fama del predicador no tardó en llegar a oídos del papa Eugenio IV, quien en 1431 lo envió como Nuncio para combatir las herejías al otro lado del Adriático, y para algunas misiones diplomáticas en Europa centro-oriental. Su primera actuación fue en Dubrownik (Croacia), y del éxito de su predicación dan fe las cartas del 30 de enero de 1443, que las autoridades locales enviaron al papa, agradeciéndole el envío de san Jaime, y rogándole que lo nombrara también inquisidor contra las herejías.

Durante el invierno de 1432 recorrió muchas ciudades de la península balcánica en Dalmacia, Croacia, Bosnia y Eslovenia, en los confines con Austria. El 1 de abril, el ministro general de la orden lo nombraba comisario, visitador y vicario de Bosnia, con plenos poderes para intervenir en la vida y disciplina de los frailes que habían perdido el verdadero significado de su vocación. Además de predicador y reformador, san Jaime ejerció también de mediador entre el rey de Bosnia Esteban Turko, y un pariente suyo, Radivoj, que se había proclamado rey legítimo de Bosnia con el apoyo de los turcos, en su afán por extenderse hacia el centro de Europa. Situación difícil, en la que el santo tuvo que desplegar toda su diplomacia, para no molestar a ninguno de los soberanos.

En 1433, por designación papal, Jaime regresó a Italia como predicador oficial del Capítulo general de los hermanos menores, reunido en Bolonia. Al año siguiente regresó a Bosnia, donde en algunas zonas había que predicar el Evangelio partiendo desde cero, pues había lugares donde se rendía culto a personas e incluso a animales. Será por este tiempo cuando compondrá su obra: "Tratado contra los herejes de Bosnia".

En 1436 ejerció varios encargos diplomáticos, y ejerció como inquisidor en Hungría, Austria y Praga, donde pronunció el discurso oficial en la coronación del emperador Segismundo. En Austria, a petición de Segismundo, procuró la paz entre Hungría y Bohemia, sin necesidad de intervención militar, mediante acuerdos que favorecían a ambas partes. El 27 de agosto, el emperador, acompañado por san Jaime, entraba triunfalmente en Praga.

En 1439 regresa a Italia, y se dedica a recorrer las principales ciudades del centro y norte de la península, llamando a la paz y a las buenas costumbres. El interés por oírle era tal, que muchos acudían con varias horas de antelación a coger sitio. En su predicación invitaba a todos a invocar el poderoso nombre de Jesús en los momentos de necesidad o peligro, y contaba los favores obtenidos por su invocación. Hasta 94 de estos testimonios nos ha dejado escritos el santo en uno de los cuatro códices autógraos que se conservan en el museo ciudadano de Monteprandone, algunos de los cuales fueron ilustrados por el pintor Tegli en las lunetas del pórtico del convento franciscano de dicha población.

En sus predicaciones exhortaba a no blasfemar, diciendo: La lengua es un miembro tan magnífico y útil , y un don de Dios tan excelente, con el que puedes manifestar tus necesidades a toda criatura, con el que debes alabar siempre a Dios, y no blasfemarlo". Y luego se extendía en contar numerosos ejemplos de desgracias acaecidas a los blasfemos. Después de sus predicaciones, muchos municipios incluyeron en su legislación medidas disciplinares contra la blasfemia. También denunciaba el vicio del juego, que podía llevar a la mentira, el robo e incluso al homicidio.

En tiempos del Concilio de Basilea promovió la unión de los hussitas moderados con la Iglesia, y con los Griegos en el Concilio de Ferrara - Florencia. Como franciscano, militó en el movimiento de la reforma observante, que crecía con una fuerza increíble, desatando muchas envidias. Lo que tuvo que sufrir por ello quedó escrito en la carta que san Jaime escribió a san Juan de Capistrano (ver Archivum Franciscanum Historicum", I (1908), 94 – 97). Él, sin embargo, en 1455 fue nombrado por Calixto III mediador entre conventuales y observantes, defendiendo la unidad de la orden franciscana con sus para la concordia publicados el . Por desgracia, su proyecto de 12 artículos de concordia y unión publicados en bula papal el 2 de febrero de 1456 no satisfizo a ninguna de las dos partes.

San Jaime de la Marca fue también un pacificador, entre personas y entre poblaciones. Gracias a él, las ciudades de Áscoli y Fermo firmaron en 1446 una paz definitiva, tras siglos de rivalidades. Igualmente, en 1463 medió entre los municipios de Monteprandone y San Benedetto, por problemas de confines. El mismo año resolvió otro contencioso semejante entre Montreprandone y Acquaviva. Pero el encargo más original fue el que recibió de la ciudad del Fermo el 22 de mayo de 1446, de promover una confederación de ciudades marquesanas para asegurarse la libertad frente a intromisiones extranjeras.

Su espíritu conciliador le llevaba a perdonar a sus acusadores y a quienes atentaron en numerosas ocasiones contra su vida, tanto en Italia como en otras naciones. "En el mundo -decía- no hay nada más grande que perdonar una ofensa y amar al enemigo. No es digno de honor someter muchas ciudades o regiones, cosa que saben hacer hombres armados que tienen muchos vicios; del mismo modo, tampoco se rinde honor al hombre pendenciero, iracundo y violento, sino a la persona pacífica y mansa. El perdón es un gesto de honrada venganza, realizada por Cristo y sus santos. Por tanto, tú no eres el primero ni el último en obrar así. Créeme, y no pienses que yo no ofendo a nadie; pero, con gran esfuerzo, trato de hacer el bien a todos, a pesar de que muchos a menudo me calumnian y me persiguen. Entonces, revestido con todas las armas de los ornamentos litúrgicos, voy al campo de batalla y, mientras elevo el Cuerpo de Cristo, digo: Padre clementísimo, perdona a mis perseguidores en el cielo, como yo los perdono aquí en la tierra» (Serm. dom. De pace et remissione iniuriarum).

El 22 de agosto de 1449, el papa Nicolás V lo autorizaba a fundar un convento franciscano en su pueblo natal, Monteprandone, dedicado a la Bienaventurada Virgen María de las Gracias. En su iglesia aún se conserva y venera una imagen de la Virgen en terracota, regalo del cardenal Francisco de la Rovere al santo. Su devoción a la Madre de Dios le llevaba a invocarla con frecuencia, ofreciéndole el rosario diario y visitando sus santuarios, sobre todo el de Loreto. En la biblioteca de dicho convento, con amenaza de excomunión de Pío II para quien se atreviera a llevarselos, llegó a reunir hasta 180 códices, entre los que se encuentran clásicos latinos y griegos, un extracto del Corán y algunas de sus obras autógrafas, escritas para utilidad propia y para uso de los frailes predicadores, sobre Escritura, moral, derecho, sermonarios, y apología, fruto de su multiforme actividad.

Intransigente desde el púlpito en lo moral , san Jaime manifestó su predilección y una sensibilidad especial hacia las necesidades concretas de todos. En lo religioso y social fundó basílicas, conventos, bibliotecas, hospitales, pozos y cisternas públicas, dio Estatutos civiles a once ciudades y fundó muchas cofradías. En cuanto a los más pobres y necesitados, por ellos combatió la injusta usura practicada por muchas familias hebreas y por algunos cristianos. Y trató de paliar el problema no sólo pidiendo limosnas para las familias estranguladas por los créditos, sino también promoviendo los "Montes de Piedad", que concedían préstamos sin intereses, o a muy bajo interés. El de Áscoli se fundó en 1458, y el de Perusa en 1462. San Jaime defendió también a los niños y muchachos contra los injustos e inmorales abusos que muchos adultos cometían contra ellos. Y promovió asociaciones públicas "para enseñar e instruir a los mismos muchachos en las costumbres buenas y honestas, a fin de que puedan dirigirse a sí mismos por el buen camino. A los padres los exhortaba a "dar amor a los hijos, ante todo enseñándoles a conocer a Dios; ayudándoles a aprender la oración del padrenuestro y las verdades de la fe; exhortándolos a confesarse, a comulgar, a celebrar las fiestas y a participar en la misa; educándolos en las buenas costumbres y enseñándoles a hablar y actuar honradamente, tanto en su casa como fuera de ella» (Serm. dom. 12 De reverentia et honore parentum).

Igualmente, combatió la lacra de la prostitución, tratando de redimir a las mujeres que ejercían dicha profesión. El 22 de julio de 1460, fiesta de Santa María Magdalena, logró reunir y predicar a un grupo numeroso de prostitutas, que se convirtieron. Ese mismo día consiguió recoger 3000 ducados de limosnas, que empleó en adquirir las dotes necesarias para que pudieran contraer matrimonio.

Abandonada la predicación por lo avanzado de su edad y por su salud precaria, su intención era retirarse en el convento por él fundado en su pueblo natal. Sin embargo, una carta del papa Sixto IV le rogaba que se trasladase a Nápoles, donde lo reclamaba con insistencia el rey Fernando de Aragón. Al papa le interesaba que Jaime accediera, pues sus relaciones con el rey no eran buenas, y esa podía ser una buena ocasión para restablecer las relaciones diplomáticas.

Jaime obedeció enseguida y en la primavera de 1473 llegaba a Nápoles. Un hijo del rey, Alfonso, duque de Calabria, lo había conocido en Civitella del Tronto y se lo había recomendado a su padre, que estaba enfermo. El rey se curó por intercesión del santo, que pudo predicar no sólo en Nápoles, sino también en las ciudades de los alrededores. La fama de sus prodigios suscitó tal devoción, que el pueblo, el clero y el rey no permitieron que Jaime de la Marca permaneciera tres años en la ciudad, hasta el momento de su muerte, ocurrida a las siete de la mañana del jueves 28 de noviembre de 1476. Fue beatificado el 12 de agosto de 1624, por Urbano VIII, y canonizado el 10 de diciembre de 1726, por Benedicto XIII. Su cuerpo está sepultado en la iglesia observante de Santa María la Nueva.

En lo iconográfico se le representa, por lo general, con un cáliz en su mano derecha, del que sale una serpiente. Podría ser una alusión a los esfuerzos e algunos herejes por envenenarlo, o, con menos probabilidad, por su controversia acerca de la Preciosísima Sangre.

(fuente: www.fratefrancesco.org)

otros santos 28 de noviembre:

- Beato Luis Campos Gorriz
- Santa Catalina Laboure

viernes, 27 de noviembre de 2015

27 de noviembre: San Francisco Antonio Fasani

(1681-1742)

Franciscano conventual, sacerdote, que nació y murió en Lucera (Italia). Siendo todavía muy joven tomó el hábito de S. Francisco. Terminados brillantemente los estudios, lo dedicaron los superiores a la enseñanza, la predicación y el ministerio del confesonario. Ejerció con gran provecho las más diversas formas de apostolado sacerdotal; fue para todos hermano y padre, eminente maestro de vida, consejero iluminado y prudente, guía sabia y segura en los caminos del Espíritu, defensor y sostenedor valiente de los humildes y de los pobres.

San Francisco Antonio Fasani nació en Lucera (Foggia, Italia), el 16 de agosto de 1681 en una familia humilde y piadosa, y en el bautismo recibió el nombre de Juan.

Huérfano de padre ya desde su infancia, fue educado santamente por su piadosa madre. A los 15 años ingreso en la Orden de los Frailes Menores Conventuales. Emitió sus votos religiosos en Monte S. Angelo, donde transcurrió su año de noviciado. Frecuentó los estudios de filosofía y teología en los colegios de Venafro, Agnone, Montella, Aversa y Asís, junto a la tumba del Seráfico Padre San Francisco, donde fue ordenado sacerdote el 19 de septiembre de 1705. Doctorado con las máximas calificaciones, fue destinado como profesor de filosofía al convento de San Francisco en Lucera, su ciudad natal.

Ocupó sucesivamente los cargos y los oficios de superior, maestro de novicios, maestro de estudiantes profesos y de ministro provincial de la provincia religiosa de San Miguel Arcángel en Pulla.

Religioso de inocente y transparente vida, recorrió rápidamente el camino de la santidad distinguiéndose por la humildad, la penitencia, la caridad, el espíritu de oración y las fervientes devociones al Sagrado Corazón y a la Virgen Inmaculada.

Su venerable cohermano Mons. Antonio Lucci, obispo de Bovino, lo definió santo, docto, profundo conocedor de las ciencias sagradas, cuyos tesoros dispensó abundantemente, ya sea desde la cátedra a las jóvenes mentes, ya sea desde el púlpito al pueblo cristiano.

Infatigable apóstol en medio de su pueblo, recorrió, durante 35 años, las ciudades y los poblados de Pulla Septentrional y de Molisa, predicando en todas partes la Palabra de Dios y difundiendo la luz de su ejemplo y el consuelo de la caridad. Su apostolado fue eminentemente franciscano, siendo siempre los más beneficiados los pobres, los enfermos y los encarcelados.

Fiel imitador del Patriarca de Asís, llegó a un elevado grado de contemplación, siendo enriquecido por Dios con carismas y dones especiales.

Célebre por sus virtudes y milagros, murió en Lucera el 29 de noviembre de 1742. Enseguida se inició el proceso canónico y, durante el pontificado de León XIII, con un decreto del 21 de junio de 1891, se proclamó la heroicidad de sus virtudes. El Papa Pío XII, el 15 de abril de 1951, lo elevó al honor de los altares declarándolo Beato. Y el Romano Pontífice Juan Pablo II lo canonizó el 13 de abril de 1986.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 13-IV-86]

* * * * *

De la homilía de Juan Pablo II en la misa de canonización (13-IV-1986)

En la liturgia de este domingo, tan cercano a la Pascua, resuena la breve pregunta de Cristo resucitado dirigida a Simón Pedro. La pregunta sobre el amor: «¿Me amas?..., ¿me amas más que éstos?» (Jn 21,15). A la pregunta de Cristo sobre el amor, Simón Pedro responde: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Y la tercera vez: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero» (Jn 21,17).

Ante Dios, que es «Amor», el valor de todo se mide con el amor. Ante Cristo, que «nos amó y se entregó por nosotros» (cf. Ef 5,2), el valor de la vida humana se mide sobre todo con el amor: con el don de sí mismos.

De este amor dio prueba ejemplar el franciscano conventual Francisco Antonio Fasani. Él hizo del amor que nos enseñó Cristo el parámetro fundamental de su existencia. El criterio basilar de su pensamiento y de su acción. El vértice supremo de sus aspiraciones.

También para él, la «pregunta sobre el amor» constituyó el criterio orientador de toda su vida, la cual, por lo mismo, no fue sino el resultado de una voluntad ardiente y tenaz de responder afirmativamente, como Pedro, a esa pregunta.

Con el acto de la canonización, que acabamos de realizar, la Iglesia misma, hoy, quiere dar testimonio de fray Francisco Antonio Fasani, atestiguando que él respondió verdadera y sinceramente que sí a esa pregunta crucial del Señor: una respuesta que, más que de sus labios, vino de su vida, totalmente dedicada a corresponder con heroica fidelidad al amor con el que Jesús le había amado desde la eternidad.

Este amor de Jesús -lo hemos recordado los días del Triduo pascual- no se detuvo ante el sacrificio supremo de la vida. El amor de fray Francisco Antonio Fasani fue de total adhesión al ejemplo del Señor. El nuevo Santo demostró con su vida -lo mismo que los Apóstoles- que siempre «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29), incluso al precio de sufrimientos y humillaciones, que no le faltaron, por encima del aprecio y de los consensos que su generosidad supo granjearse entre sus contemporáneos. Por lo tanto, su alegría -como la de los Apóstoles- estaba motivada por el hecho de sufrir y pasar trabajos por el Señor, cuando no incluso «por haber merecido ultrajes por su nombre» (cf. Hch 5,41).

San Fasani se nos presenta de modo especial como modelo perfecto de sacerdote y pastor de almas. Durante más de 35 años, en los comienzos del siglo XVIII, se dedicó, en su Lucera, pero con numerosas actuaciones también en las zonas circundantes, a las más diversas formas del ministerio y apostolado sacerdotal.

Verdadero amigo de su pueblo, fue para todos hermano y padre, eminente maestro de vida, buscado por todos como consejero iluminado y prudente, guía sabia y segura en los caminos del Espíritu, defensor y sostenedor valiente de los humildes y de los pobres. De esto da testimonio el reverente y afectuoso título con el que lo conocían los contemporáneos y que todavía es familiar para el buen pueblo de Lucera: para ellos, ayer como hoy, es siempre el «padre maestro».

Como religioso, fue un verdadero «ministro» en el sentido franciscano, es decir, el servidor de todos los hermanos: caritativo y comprensivo, pero santamente exigente de la observancia de la regla, y en especial de la práctica de la pobreza, dando él mismo ejemplo irreprensible de observancia regular y de austeridad de vida.

En una época caracterizada por tanta insensibilidad de los poderosos con relación a los problemas sociales, nuestro Santo se prodigó con inagotable caridad en favor de la elevación espiritual y material de su pueblo. Sus preferencias se dirigían a las clases más olvidadas y más explotadas, sobre todo a los humildes trabajadores de los campos, a los enfermos y a los que sufrían, a los encarcelados. Excogitó iniciativas geniales, solicitando la cooperación de las clases más pudientes, de manera que fuera posible llevar a cabo formas de asistencia concreta y capilar, que parecían anticiparse a los tiempos y preludiaban las formas modernas de la asistencia social.

«El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero» (Hch 5,30): las palabras de San Pedro ante el Sanedrín de Jerusalén -las hemos escuchado hace poco en la primera lectura- pueden aplicarse muy bien a la acción pastoral de fray Francisco Antonio Fasani. El anuncio del misterio pascual fue el núcleo en torno al cual giró toda su predicación. No sin provocar a veces la hostilidad de ciertos ambientes más bien refractarios a los valores de la fe cristiana.

El siglo XVIII, en cuyos primeros decenios vivió y actuó el nuevo Santo, es conocido comúnmente como «el Siglo de las Luces», a causa del gran honor en que se tuvo a la razón humana. No pocos doctos de la época, llevados del entusiasmo por las posibilidades cognoscitivas del hombre, llegaron a poner en tela de juicio la otra fundamental fuente de luz: la fe. En particular, su sensibilidad chocaba con la cuestión de la incapacidad del hombre para salvarse sólo con sus fuerzas, no llegando, en consecuencia, a admitir la necesidad de un Redentor que viniera a liberarlo de su desesperada situación de impotencia.

Está claro que, en semejante contexto cultural, el anuncio del misterio de un Dios encarnado, que murió y resucitó para redimir al hombre del pecado, podía presentarse como particularmente desagradable y duro. El «mensaje de la cruz» podía aparecer de nuevo, como en los primeros tiempos del cristianismo, una verdadera y propia «necedad» (cf. 1 Cor 1,18). Se puede pensar que el padre Fasani, a quien el obispo Antonio Lucci señala como «docto en teología y profundo en filosofía», sintiera vivamente este contraste. En su Lucera, desde hace siglos importante centro de cultura y de arte, los fermentos de las ideas iluministas estaban ciertamente presentes y operantes. Quizá también el joven franciscano tuvo que afrontar su impacto, teniéndose que encontrar en el centro de las sordas resistencias de los ambientes a los que no agradaba -lo mismo que en otro tiempo a los miembros del Sanedrín- que se continuara «enseñando en nombre de ése», es decir, de Cristo (cf. Hch 5,28).

Sabemos con certeza que él fue predicador impávido e incansable. Recorrió repetidamente la Molisa y la provincia de Foggia, derramando por todas partes la semilla de la Palabra de Dios, hasta merecer el título de «apóstol de Daunia». Y en su predicación jamás atenuó las exigencias del Mensaje, con el deseo de complacer a los hombres. Como Pedro y los otros Apóstoles, también él estaba, efectivamente, sostenido por la convicción de que «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29).

Fiel a la integridad de la doctrina, nuestro Santo fue, no obstante, humanísimo con todos los que se dirigían a él para manifestarle sus debilidades. Sabía que era ministro del que murió y resucitó «para otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados» (Hch 5,31).

El padre Fasani fue un auténtico ministro del sacramento de la reconciliación, un infatigable apóstol del confesonario, en el que se sentaba durante largas horas de la jornada, acogiendo con infinita paciencia y gran benignidad a los que -de toda clase y condición- venían para buscar con corazón sincero el perdón de Dios.

¡Cuántos fueron los que, arrodillados ante su confesonario, experimentaron la verdad de las palabras que proclama hoy el Salmo responsorial!: «Señor Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa».

La gratitud que los penitentes del padre Fasani experimentaron entonces en el secreto del confesonario, se perpetúa ahora en la alegría que ellos comparten con él en el cielo.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 20-IV-86]

* * * * *

Del discurso de Pío XII con motivo de la beatificación (15-IV-1951)

Hablando de la acogida que se le había hecho en Nazaret, Jesús decía con acento de tristeza: «Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta» (Mt 13,57). Él mismo quiso, para alentar a sus discípulos, experimentar la verdad dolorosa de este dicho, no desmentida sino en rarísimos casos. El beato Francisco Antonio Fasani ha sido una de estas excepciones. Salvo algunos años dedicados a su formación eclesiástica e intelectual, toda su vida transcurrió en la ciudad natal. El hijo y apóstol de Lucera huyó así a la suerte común y se sustrajo a la regla general: acaso porque ya estaba apartado de todos los consuelos y apoyos humanos, de todas las pequeñeces del amor propio.

Él reivindica para sí su condición de hijo de un pobre zapador, trabajador de la gleba; contempla con amor, dando gracias a Dios, la mísera casita natal, que ha quedado en pie mientras se derrumbaban los palacios que un violento terremoto hizo caer en pedazos; no se cansa de repetir que si Aquel que «levanta al miserable del polvo» (Sal 112,7) no le hubiese llamado a su servicio, habría sido igual a todos sus parientes, habría ido como ellos a cortar la leña o a guardar los cerdos. Sobre todo, con qué respeto, con qué filial ternura a la puerta del convento donde la multitud de los más necesitados espera pacientemente de la caridad el cotidiano alimento frugal, alarga él la escudilla de la menestra caliente a la madre, «la pobre Isabel», que está en el dintel de la puerta mezclada entre el grupo de los indigentes, como María esperaba a Jesús ante la entrada de la sinagoga.

Pero «el que se humilla será exaltado» (Lc 14,11). La estima, el afecto, la veneración le circundan. No tiene necesidad de defenderse de él. Como el Apóstol, insensible al caso que se hace de él, este humilde sabe mostrar su firmeza y sostener el prestigio de la autoridad que él ha recibida del Señor y no de los hombres. Se da al cuidado de los pobres, de los enfermos, de los encarcelados; predica desde los púlpitos, con no menos ciencia teológica que simplicidad comunicativa, la doctrina y la ley de Cristo; hace sentir su puño de hierro en la reforma de los religiosos y en la restauración de la observancia regular, uniendo o alternando, según la necesidad, la severidad y la dulzura, sin detrimento de la fortaleza y de la caridad.

¡Qué poemas son los últimos días de su santa vida! Una gira visitando a las familias a que está ligado por vínculos de gratitud y de las cuales quiere despedirse por última vez; un supremo esfuerzo para levantarse de noche, tembloroso por la fiebre, para responder a la llamada de un penitente suyo gravemente enfermo; una mañana de confesiones; una última jornada de fidelidad a la vida común y, finalmente, en el lecho donde la obediencia le mantiene, la serena preparación antes de ir a dar cuenta a Dios de su misión y de su vida.

Llegada para él la hora de la recompensa, el humilde y glorioso hijo de Lucera es aclamado, llorado, invocado por toda la población de su ciudad natal, sin distinción de clases ni de grados. Más de dos siglos han transcurrido desde su feliz tránsito sin que haya palidecido su memoria.

[Ecclesia, del 28-IV-1951, p. 5 (453)]

Texto de L’Osservatore Romano 
(fuente: www.franciscanos.net)

otros santos 27 de noviembre:

- Beata Delfina
- San Teodosio

jueves, 26 de noviembre de 2015

26 de noviembre: Beata Cayetana Sterni

Gaetana Sterni vivió toda su vida en Bassano del Grappa, antigua y alegre cindad de la provincia de Vincenza (Italia). Alli llegó con su familia, a los 8 años, desde la cercana Cassola, donde nació, el 26 de junio de 1827. Su padre, Giovanni Battista Sterni, administraba las propiedades de campo de la familia Mora, nobles venecianos, e “Ca’Mora de Cassola”, donde vivió holgadamente con su esposa Giovanna Chiuppani y sus 6 hijos. En 1835 se trasladó con su familia a Bassano. Al poco tiempo, algunas vicisitudes cambiaron las condiciones de vida de la familia Sterni. A los 18 años murió su hermana mayor, Margarita y después de una penosa enfermedad, murió su padre; mientras su hermano Francisco, en busca de una carrera artistica se alejó de la familia, que por entonces, estaba pasando una critica situación económica. Estos hechos marcaron la vida de Gaetana, que crecía rapídamente, condividiendo con su madre los problemas de cada día.

Es inteligente, se muestra sensible y madura, llena de entusiasmo, “deseosa de amar y de ser amada”.Su educación en la fé es sólida y apoyada por el testimonio de vida y enseñanzas de su madre, de la oración y frecuencia de los sacramentos. En su ambiente familiar adquirió estima y aprecio por su viva personalidad, llena de buen sentido y por su delicada feminilidad. Estas sus cualidades humanas atrajeron la atención de un joven emprendedor, viudo y con 3 hijos que quiso hacerla su esposa.Valorando conscientemente sus sentimientos, la responsabilidad del matrimonio y haciendo caso omiso de su tutor, Gaetana, a los 16 años, aceptó ser la esposa de Liberale Conte. La joven esposa llena el nuevo hogar, de vitalidad, serenidad y alegría. Cuando Gaetana sabe que espera un hijo, la felicidad de los esposos es completa. Un día estando en oración tuvo el presentimiento del inminente fallecimento de su esposo. Su espíritu se sintió turbado y angustiado porque veía desaparecer la persona màs querida de su vida. Al mismo tiempo, siente en lo más íntimo de su alma, la presencia de una fuerza espiritual que la fortalece para no caer en la desesperación y más bien, abandonarse completamente en Dios.

El presentimiento de la muerte de su esposo , se hizo realidad, y Liberale Conte muere en la plenitud de su juventud, vigor y salud. La joven esposa vive momentos de terrible angustia no sólo por la muerte de su esposo, sino tambien por el dolor de sus hijos, de nuevo huérfanos y por la muerte prematura de su propio hijo que no conoció a su padre. Estos difíciles momentos de su vida, Gaetana los vive con confianza y completo abandono en el Señor, su única esperanza y fortaleza. El dolor y sufrimiento se renovaron cuando el hijo tanto deseado y esperado murió a los pocos días de su nacimiento.

Inicia para Gaetana la prueba dolorosa de la viudez. La familia de su difunto esposo, no justificando el afecto que la une a los 3 hijos huérfanos, le hacen la vida imposible con sospechas, incomprensiones y calumnias, hasta llegar a separarla de sus hijos y alejarla de su querido hogar. A los 19 años, Gaetana regresa a la casa de su madre. No obstante esta prueba grande y dura, Gaetana olvídándose de sí, ayuda a sus hijos a comprender y a aceptar esta separación.Amable y segura defiende los derechos de sus hijos, perdona, comprende y logra la plena reconciliación con todos sus familiares.El sufrimiento no la desepera. Su fina y delicada sensibilitad se hace presencia misericordiosa y solidaria.

Jamás había pensado hacerse religiosa. Mirando al futuro y en el silencio de la oración pide a Dios le haga conocer cuàl es el esposo que Dios quiere para ella. Precisamente en la oración comprede con claridad meridiana que es Dios mismo quien quiere “ser el único esposo de su alma”. Grande fué la sorpresa de Gaetana. En diálogo con su confesor, este le asegura, que se trata de una auténtica llamada de Dios. Por tanto, pide ingresar en el convento de las Canosianas de Bassano, siendo aceptada como postulante y donde solamente vive felizmente 5 meses. Estando en oración tiene el presentimiento de la vecina muerte de su madre, y se prepara espiritualmente a esta nueva prueba de su vida. Pocos días después, muere su madre y Gaetana tiene que dejar su querida comunidad y convento para cuidar y velar por sus hermanos menores.Pasan años afrontando dificultades, enfermedades, sinsabores y estrechezes económicas.No obstante todo esto, logra darse una forma de vida que la sostiene y fortalece espiritualmente.

Consultando nuevamente a su confesor y en asidua oración para conocer cual el la voluntad de Dios, Gaetana comienza a entrever que Dios la quiere totalmente dedicada al servicio de los pobres y necesitados. Gaetana recuerda y no puede olvidar, que durante su breve permanencia con las Canosianas al mismo tiempo que presentía la ya cercana muerte de su madre, comenzaba a intuír que Dios mismo, la estaba preparando para el hospicio y allí “entregar toda su vida al servicio de los pobres y así cumplir su voluntad”. Por mucho tiempo conserva oculta en su corazón esta llamada de Dios que no se atreve a manifestarla a su confesor, porque le parece una llamada extraña y exigente. Finalmente cuando abre su espiritu a su confesor, este no le da mucha credibilitad. No obstante la actitud del confesor, Gaetana cada vez que ve y encuentra un pobre en el hospicio, siente de nuevo la invitación del Señor: “te quiero entre mis pobrecitos”. A esta invitación, Gaetana se dice a sí misma: “la idea del hospicio siempre me persigue”. En 1853 “sólo por hacer la voluntad de Dios” se da al servicio de los pobres en el hospicio de su ciudad, que por entonces contaba 115 huéspedes, “en su mayoría víctimas de una vida desordenada y del vicio”. Allí permanece 36 años hasta el día de su muerte, entregada cpmpletamente al sevicio de los pobres con infatigable caridad. En las noches de vela junto al lecho de los muribundos, en los servicios más humildes a los ancianos y enfermos, Gaetana era toda, abnegación, dulzura, suavidad y ternura, con la firme convicción de servir a Dios mismo en cada pobre y en cada necesitado.

Con gran confianza en Dios y con un gran deseo de ser toda de El, buscó hacer y cumplir en todo, sólo su voluntad. A los 33 años y con la aprobación de su confesor, Don Simonetti, hizo el voto de donación total de sí misma a Dios, “dispuesta a aceptar lo que Dios quiera disponer para ella”. Con ilimitada confianza se abandona en las manos de Dios, “debil instrumento del cual Dios se sirve para sus designios”. Atribuye sólo alla Divina Providencia el nacimento de su congregación que surge en la simplicidad y en el ocultamento, con la profesión de sus dos primeras compañeras en 1865.

El nombre de “Hijas de la Divina Voluntad”, interiormente inspirado a Gaetana, para ella y para sus seguidoras, indica la característica propria que siempre las debe distinguir: “uniformidad en todo a la Divina Voluntad, mediante un total abandono en Dios y un santo zelo por el bien del prójimo, dispuestas si fuera necesario a sacrificarse totalmente”. Como ella, sus primeras compañeras animadas por el mismo espíritu, se consagraron a la Voluntad de Dios y se dedicaron al servicio de los pobres del Hospicio, al prójimo necesitado, especialmente con la asistencia de los enfermos a domicilio y con otras obras de caridad, según las necesitades particulares del momento.El obispo de Vicenza aprobó las primeras reglas de la congregación en 1875.

Gaetana muere el 26 noviembre de 1889, amorosamente asistida por sus hijas y venerada por sus conciudadanos. Sus restos mortales son venerados en la Casa Madre.Desde sus inicios la Congregación de las Hijas de la Divina Voluntad se ha multiplicado y difundido, siendo presente attualmente en Europa, America y Africa. El camino de santidad de Gaetana Sterni, es esencialmente, un itinerario espiritual que se puede y debe proponer a todo cristiano: cumplir en todo y siempre lo que agrada al Señor, entregándose a El, con ilimitada confianza, para cambiar con la sóla fuerza del amor, el mal en bien, siguiendo el ejemplo de Jesús.

(fuente: www.vatican.va)

otros santos 26 de noviembre:

miércoles, 25 de noviembre de 2015

25 de noviembre: Beatos Luis Beltrame Quattrocchi y María Corsini

Esposos Beatos

Sin duda hay millares de esposos santos pero los Beltrame son la primera pareja en ser beatificados. S.S. Juan Pablo II, conciente de la necesidad de modelos de santidad para los matrimonios, ha demostrado interés por canonizar a matrimonios.

María Corsini nació en Florencia el 24 de junio en 1881; Luigi Beltrame nació en Catania el 12 de enero de 1880. Ambos se conocieron en Roma cuando eran adolescentes y se casaron en la basílica Santa María la Mayor el 25 de noviembre de 1905.

Ambos crecieron en familias católicas y desde pequeños practicaron fervientemente su fe, asistiendo todos los domingos a la Santa Misa y participando de los sacramentos. Criaron también a sus hijos en los principios y valores de la fe católica.

En 1913, pasaron una dura prueba, el embarazo de María tuvo serias complicaciones y los médicos pronosticaban que ni la madre ni el niño sobrevivirían al parto. Los doctores manifestaron que un aborto podría salvar la vida de la madre. Ella, consultando con su esposo, decidió confiar en la protección divina de Dios. Después de un difícil embarazo, madre e hijo sobrevivieron milagrosamente. La prueba fortaleció aun mas la fe de la familia.

María dio a luz a tres niños más; los dos varones fueron sacerdotes: Filippo, quien es ahora Mons. Tarcisio de la diócesis de Roma y Cesare, ahora el P. Paolino, monje trapense.

La mayor de las hijas, Enrichetta, la que sobrevivió el difícil embarazo, constituyó un hogar santo; mientras que su hermana Stefania ingresó a la congregación de los benedictinos, conocida como la Madre Cecilia, quien falleció en 1993.

Los tres hermanos estuvieron presentes en la beatificación de sus padres. Los dos hijos sacerdotes concelebraron en la misa.

La familia Beltrame Quattrochi fue conocida por participación en muchas organizaciones católicas. Luigi fue un respetado abogado, quien ocupó un cargo importante dentro de la política italiana. María trabajó como voluntaria asistiendo a los etíopes en dicho país durante la segunda guerra mundial.

El beato Luigi murió en 1951, y María, su fiel esposa, en 1965.


Beatificación

La Congregación para la Causa de los Santos trató este caso como algo especial, y con la aprobación del Papa Juan Pablo II. A su intercesión ha sido atribuido un milagro que abrió la vía para su beatificación.

El Prefecto de esta Congregación, Cardenal José Saraiva Martins, señaló que era imposible beatificarlos por separado debido a que no se podía separar su experiencia de santidad, la cual fue vivida en pareja y tan íntimamente. "Su extraordinario testimonio no podía permanecer escondido"

El Papa dijo durante la Misa:

"Entre las alegrías y las preocupaciones de una familia normal supieron realizar una existencia extraordinariamente rica de espiritualidad. En el centro, la eucaristía diaria, a la que se añadía la devoción filial a la Virgen María, invocada con el Rosario recitado todas las noches, y la referencia a sabios consejos espirituales...

...vivieron a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana el amor conyugal y el servicio a la vida...

...Asumieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, dedicándose generosamente a los hijos para educarles, guiarles, orientales, en el descubrimiento de su designio de amor".

"Una auténtica familia, fundada en el matrimonio, es en sí misma una "buena noticia" para el mundo"


Testimonio de uno de los hijos, el P. Tarcisio

El P. Tarciso recuerda que "nuestra vida familiar no tuvo nada de extraordinaria, fue un hecho ordinario, con sus debilidades. Sin embargo, seguimos siempre enseñanzas importantes que las almas de buena voluntad pueden disponerse a imitar y a realizar también hoy".

Don Tarcisio considera por ello que "la beatificación de mis padres es una ocasión para relanzar los valores de la familia cristiana hoy". "En los años de la guerra, a menudo arriesgando muchísimo, acogimos y prestamos ayuda a todo el que la pidió".

Según la proclamación de sus virtudes heroicas realizada por el Cardenal José Saraiva Martins, Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, los esposos Beltrame Quattrocchi "han hecho de su familia una verdadera iglesia doméstica abierta a la vida, a la oración, al testimonio del Evangelio, al apostolado social,
a la solidaridad hacia los pobres, a la amistad".

SANTA MISA DE BEATIFICACIÓN 
DEL MATRIMONIO LUIS Y MARÍA BELTRAME QUATTROCCHI 

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 21 de octubre de 2001

1. "Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?" (Lc 18, 8).

La pregunta, con la que Jesús concluye la parábola sobre la necesidad de orar "siempre sin desanimarse" (Lc 18, 1), sacude nuestra alma. Es una pregunta a la que no sigue una respuesta; en efecto, quiere interpelar a cada persona, a cada comunidad eclesial y a cada generación humana. La respuesta debe darla cada uno de nosotros. Cristo quiere recordarnos que la existencia del hombre está orientada al encuentro con Dios; pero, precisamente desde esta perspectiva, se pregunta si a su vuelta encontrará almas dispuestas a esperarlo, para entrar con él en la casa del Padre. Por eso dice a todos: "Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora" (Mt 25, 13).

Queridos hermanos y hermanas, amadísimas familias, hoy nos hemos dado cita para la beatificación de dos esposos: Luis y María Beltrame Quattrocchi. Con este solemne acto eclesial queremos poner de relieve un ejemplo de respuesta afirmativa a la pregunta de Cristo. La respuesta la dan dos esposos, que vivieron en Roma en la primera mitad del siglo XX, un siglo durante el cual la fe en Cristo fue sometida a dura a prueba. También en aquellos años difíciles los esposos Luis y María mantuvieron encendida la lámpara de la fe -lumen Christi- y la transmitieron a sus cuatro hijos, tres de los cuales están presentes hoy en esta basílica. Queridos hermanos, vuestra madre escribió estas palabras sobre vosotros: "Los educábamos en la fe, para que conocieran a Dios y lo amaran" (L'ordito e la trama, p. 9). Pero vuestros padres también transmitieron esa llama viva a sus amigos, a sus conocidos y a sus compañeros. Y ahora, desde el cielo, la donan a toda la Iglesia.

Juntamente con los parientes y amigos de los nuevos beatos, saludo a las autoridades religiosas que participan en esta celebración, comenzando por el cardenal Camillo Ruini y los demás señores cardenales, arzobispos y obispos presentes. Saludo asimismo a las autoridades civiles, entre las cuales destacan el presidente de la República italiana y la reina de Bélgica.

2. No podía haber ocasión más feliz y más significativa que esta para celebrar el vigésimo aniversario de la exhortación apostólica "Familiaris consortio". Este documento, que sigue siendo de gran actualidad, además de ilustrar el valor del matrimonio y las tareas de la familia, impulsa a un compromiso particular en el camino de santidad al que los esposos están llamados en virtud de la gracia sacramental, que "no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia" (Familiaris consortio, 56). La belleza de este camino resplandece en el testimonio de los beatos Luis y María, expresión ejemplar del pueblo italiano, que tanto debe al matrimonio y a la familia fundada en él.

Estos esposos vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el amor conyugal y el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente a sus hijos para educarlos, guiarlos y orientarlos al descubrimiento de su designio de amor. En este terreno espiritual tan fértil surgieron vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a partir de sus raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están íntimamente unidos y se iluminan recíprocamente.

Los beatos esposos, inspirándose en la palabra de Dios y en el testimonio de los santos, vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario. En medio de las alegrías y las preocupaciones de una familia normal, supieron llevar una existencia extraordinariamente rica en espiritualidad. En el centro, la Eucaristía diaria, a la que se añadían la devoción filial a la Virgen María, invocada con el rosario que rezaban todos los días por la tarde, y la referencia a sabios consejeros espirituales. Así supieron acompañar a sus hijos en el discernimiento vocacional, entrenándolos para valorarlo todo "de tejas para arriba", como simpáticamente solían decir.

3. La riqueza de fe y amor de los esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi es una demostración viva de lo que el concilio Vaticano II afirmó acerca de la llamada de todos los fieles a la santidad, especificando que los cónyuges persiguen este objetivo "propriam viam sequentes", "siguiendo su propio camino" (Lumen gentium, 41). Esta precisa indicación del Concilio se realiza plenamente hoy con la primera beatificación de una pareja de esposos: practicaron la fidelidad al Evangelio y el heroísmo de las virtudes a partir de su vivencia como esposos y padres.

En su vida, como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus obligaciones de padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del amor de Cristo a la Iglesia. En efecto, los esposos, "cumpliendo en virtud de este sacramento especial su deber matrimonial y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que toda su vida está impregnada por la fe, la esperanza y la caridad, se acercan cada vez más a su propia perfección y a su santificación mutua y, por tanto, a la glorificación de Dios en común" (Gaudium et spes, 48).

Queridas familias, hoy tenemos una singular confirmación de que el camino de santidad recorrido juntos, como matrimonio, es posible, hermoso y extraordinariamente fecundo, y es fundamental para el bien de la familia, de la Iglesia y de la sociedad.

Esto impulsa a invocar al Señor, para que sean cada vez más numerosos los matrimonios capaces de reflejar, con la santidad de su vida, el "misterio grande" del amor conyugal, que tiene su origen en la creación y se realiza en la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Ef 5, 22-33).

4. Queridos esposos, como todo camino de santificación, también el vuestro es difícil. Cada día afrontáis dificultades y pruebas para ser fieles a vuestra vocación, para cultivar la armonía conyugal y familiar, para cumplir vuestra misión de padres y para participar en la vida social.

Buscad en la palabra de Dios la respuesta a los numerosos interrogantes que la vida diaria os plantea. San Pablo, en la segunda lectura, nos ha recordado que "toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud" (2 Tm 3, 16). Sostenidos por la fuerza de estas palabras, juntos podréis insistir con vuestros hijos "a tiempo y a destiempo", reprendiéndolos y exhortándolos "con toda comprensión y pedagogía" (2 Tm 4, 2).

La vida matrimonial y familiar puede atravesar también momentos de desconcierto. Sabemos cuántas familias sienten en estos casos la tentación del desaliento. Pienso, en particular, en los que viven el drama de la separación; pienso en los que deben afrontar la enfermedad y en los que sufren la muerte prematura del cónyuge o de un hijo. También en estas situaciones se puede dar un gran testimonio de fidelidad en el amor, que llega a ser más significativo aún gracias a la purificación en el crisol del dolor.

5. Encomiendo a todas las familias probadas a la providente mano de Dios y a la protección amorosa de María, modelo sublime de esposa y madre, que conoció bien el sufrimiento y la dificultad de seguir a Cristo hasta el pie de la cruz. Amadísimos esposos, que jamás os venza el desaliento: la gracia del sacramento os sostiene y ayuda a elevar continuamente los brazos al cielo, como Moisés, de quien ha hablado la primera lectura (cf. Ex 17, 11-12). La Iglesia os acompaña y ayuda con su oración, sobre todo en los momentos de dificultad.

Al mismo tiempo, pido a todas las familias que a su vez sostengan los brazos de la Iglesia, para que no falte jamás a su misión de interceder, consolar, guiar y alentar. Queridas familias, os agradezco el apoyo que me dais también a mí en mi servicio a la Iglesia y a la humanidad. Cada día ruego al Señor para que ayude a las numerosas familias heridas por la miseria y la injusticia, y acreciente la civilización del amor.

6. Queridos hermanos, la Iglesia confía en vosotros para afrontar los desafíos que se le plantean en este nuevo milenio. Entre los caminos de su misión, "la familia es el primero y el más importante" (Carta a las familias, 2); la Iglesia cuenta con ella, llamándola a ser "un verdadero sujeto de evangelización y de apostolado" (ib., 16).

Estoy seguro de que estaréis a la altura de la tarea que os aguarda, en todo lugar y en toda circunstancia. Queridos esposos, os animo a desempeñar plenamente vuestro papel y vuestras responsabilidades. Renovad en vosotros mismos el impulso misionero, haciendo de vuestros hogares lugares privilegiados para el anuncio y la acogida del Evangelio, en un clima de oración y en la práctica concreta de la solidaridad cristiana.

Que el Espíritu Santo, que colmó el corazón de María para que, en la plenitud de los tiempos, concibiera al Verbo de la vida y lo acogiera juntamente con su esposo José, os sostenga y fortalezca. Que colme vuestro corazón de alegría y paz, para que alabéis cada día al Padre celestial, de quien viene toda gracia y bendición.

Amén.

(fuentes: vatican.va; www.corazones.org)

otros santos 25 de noviembre:

- Beata Isabel Achler
- Santa Catalina de Alejandría

martes, 24 de noviembre de 2015

24 de noviembre: Beato Bálsamo de Cava

Abad

Martirologio Romano: En el monasterio de Cava, en la Campania, beato Balsamo, abad, que en medio de las turbulencias y contradicciones de su tiempo desempeñó su cargo con sabiduría y prudencia (1232).

Etimología: Bálsamo = aquel de alma perfumada. Viene de la lengua latina.

Fue un abad del siglo XIII. La historia de la abadía de la Trinidad de Cava, junto a Salerno, fue fundada cerca del año mil.

La historia de sus abades es muy interesante para los historiadores y gente dedicada al estudio y a la investigación.

Esto se debe al mantenimiento perfecto de sus bibliotecas que contienen nada menos que mil años de historia.

Bálsamo fue un abad de ese monasterio que encierra una serie de hombres impresionantes para hoy y siempre.

Se sabe que la abadía de Cava tuvo una gran influencia e importancia en toda la Edad Media por la capacidad de trabajo de sus monjes y por su alto grado de santidad.

El fue uno de los más ilustres.

Dirigió el monasterio con suma maestría, con sabiduría y con un trato exquisito a los hermanos.

Estuvo en ella 25 años: desde el 1208 a 1232, el año de su muerte.

Era un hombre de letras. Por eso, se había ganado la amistad de los Papas y de los mismos emperadores.

Federico II lo llamaba cariñosamente “el martillo del mundo”.

Este emperador favoreció mucho este monasterio y le dio al abad la potestad de juzgar a quienes atentasen contra la abadía.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

escrito por Felipe Santos
(fuente: catholic.net)

otros santos 24 de noviembre:

- Santas Flora y María
- Mártires de Vietnam

lunes, 23 de noviembre de 2015

23 de noviembre: San Gregorio II de Agrigento

Obispo

Etimológicamente significa”vigilante, atento”. Viene de la lengua griega.

Dice Miqueas: “¿Quién como tú, Señor, que quite la culpa? Te compadecerás otra vez una vez más de nosotros y nos perdonarás”

Fue un obispo que nació el año 591 y murió en el 630.

Su existencia es históricamente cierta, pues habla de él nada menos que san Gregorio Magno en sus cartas.

Es el autor de un comentario del libro del Eclesiastés en lengua griega.

También ha escrito la vida de san Leoncio, que vivió cincuenta años después de su muerte.

Tiene una introducción, traducción y notas de san Gregorio Agrigento 2000.

Fue calumniado por sus enemigos y hasta el mismo Papa lo sometió a juicio.

Salió inocente. Una vez que volvió a su sede episcopal, transformó en iglesia cristiana el Templo de la Concordia, edificó una catedral en la zona que ocupa hoy la Villa Atenas.

También los griegos lo honran y veneran como santo.

Es digno de admiración la imagen que hay en muchas iglesias orientales en la parte de su mosaico.

Su fiesta es el 23 de noviembre.

Para mayor información, quien quiera puede consultar a Migne,” Las enseñanzas teológicas de san Gregorio Agrigento, 1989.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

escrito por el Padre Felipe Santos
(fuente: catholic.net)

otros santos 23 de noviembre:

- San Clemente I
- Beata Enrichetta Alfieri

domingo, 22 de noviembre de 2015

22 de noviembre: Santos Filemón y Apia

Discípulos de San Pablo

Etimológicamente significa “lo mismo”. Viene de la lengua latina.

El profeta Miqueas dice: “ El pueblo que te has elegido, Señor, mora solitario en un campo feraz; sé su pastor”

En el transcurso de sus dos primeros viajes apostólicos, san Pablo conoció y convirtió a una familia ejemplar, que vivía en Colosas.

El marido y padre se llamaba Filemón. La mujer era una señora óptima. Se llamaba Apia.

El marido llegó a ser uno de los cristianos más celosos y bienhechor de esta ciudad.

Cuando salió Pablo, él mismo predicaba y organizó la primitiva iglesia de la ciudad reuniendo a toda su familia.

Tenían esclavos a su servicio. Uno de ellos era un ladrón y un flojo en el trabajo. Después de un robo huyó de casa.

El esclavo, sin embargo, quedó cautivado por la predicación de Pablo.

Por eso, al encontrarlo en Roma, se hizo bautizar y se convirtió al cristianismo.

Pablo le escribió una carta a Filemón diciéndole que perdonara al esclavo y a que fuera paciente con él.

La carta es una obra maestra de trato, delicadeza y afecto para con los esclavos.

Los dos perdonaron a Onésimo su pecado.

No se sabe mucho más de esta pareja. Tan sólo que la persecución de Nerón los llevó al martirio en el siglo I.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

escrito por Padre Felipe Santos
(fuente: catholic.net)

otros santos 22 de noviembre:

- Santa Cecilia de Roma
- San Pedro Esqueda Ramírez

sábado, 21 de noviembre de 2015

21 de noviembre: San Gelasio, papa

M. en Roma el 19 de noviembre del 496 D. C., Gelasio, como él mismo establece en su carta al emperador Anastasio (Ep xii, n. 1), fue Romanus natus. La aseveración del "Liber Pontificalis" sobre que él fue natione Afer es consecuentemente tomada por muchos como significando que fue de raíces africanas, pero romano.de nacimiento. Otros, sin embargo, interpretan natione Afer como "africano por nacimiento" y Romanus natus: "nacido como ciudadano romano". Antes de su elección como Papa - el 1 de marzo del 492-, Gelasio había sido abundantemente empleado por su predecesor Félix II ( o III), en la redacción de documentos eclesiásticos, lo cual ha guiado a muchos estudiosos a confundir los escritos de los dos Pontífices.

En su elección al Papado, Gelasio mostró de una vez su fuerza de carácter y su elevada concepción de su posición, al tratar con los adherentes de Acacio. A pesar de los esfuerzos de Eufemio de Constantinopla (q.v.) -quien de otra forma hubiese sido patriarca ortodoxo- y de las amenaza y argucias por las que el emperador Atanasio trató de obtener reconocimiento de la Sede Apostólica, aunque fuertemente presionado por dificultades locales, Gelasio no pactaría una paz que comprometiera en mínimo grado los derechos y honores del Trono de Pedro. La constancia con la que él combatió las pretensiones, laicas y eclesiásticas, de la nueva Roma; la resolución con la que él rehusó permitir a la preeminencia civil o temporal de una ciudad el determinar su rango eclesial; el determinado coraje con que él defendió los derechos de las "segunda" y "tercera" sedes, Alejandría y Antioquia, son algunas de las más impactantes características de su Pontificado. Ha sido bien dicho que en ninguna parte de éste período han sido hallados más fuertes argumentos a favor de la primacía de la sede de Pedro, que en las obras y escritos de Gelasio. Nunca se cansó de repetir que Roma no debe su Principado eclesiástico a ningún Sínodo ecuménico ni a cualquier importancia temporal que ella misma pueda poseer, sino a la Divina institución de Cristo mismo, quien confirió esa supremacía sobre la Iglesia universal a Pedro y sus sucesores (Cf. Especialmente sus cartas a los obispos orientales y las decretales en los libros canónicos y apócrifos.). En su trato con emperadores, ha coincidido con los grandes Pontífices medievales: "Hay dos poderes con los cuales mayormente es gobernado éste mundo: la Sagrada autoridad del Sacerdocio y la autoridad de los Reyes. Y de éstas, la de los Sacerdotes es la de mayor peso, siendo que deben rendir cuentas ante Dios, aun de los reyes de los hombres." El Pontificado de Gelasio fue demasiado corto para efectuar la completa sumisión y reconciliación de la ambiciosa Iglesia de Bizancio. No fue sino hasta Hormisdas (514 - 523) con quien terminó ésta disensión con el retorno de Oriente hasta su antigua lealtad. Problemas fuera de las fronteras no fueron las únicas ocasiones en las que Gelasio usó su fuerza y energía: las Lupercalias, vestigio supersticioso y licencioso del paganismo en Roma, fueron finalmente abolidas por el Papa tras una larga controversia. La carta de Gelasio a Andrómaco, un legislador, traza las principales líneas de la misma. Fiel defensor de las antiguas tradiciones, Gelasio siempre supo cuándo hacer excepciones o modificaciones, como su decreto obligando la recepción de la Sagrada Eucaristía bajo las dos especies. Esto fue hecho como manera efectiva de poner en evidencia a los maniqueos, quienes, aunque presentes en Roma en grandes cantidades, buscaban desviar la atención de su propaganda oculta, fingiéndose católicos. Por el hecho de considerar al vino como impuro y esencialmente pecaminoso, rechazaron el cáliz y así fueron reconocidos. Más tarde, con el cambio de condiciones, el antiguo y normal método de recibir la Santa Comunión solamente bajo la especie del Pan retornó a vigencia. A Gelasio debemos las ordenaciones en días especiales (Ep. Xv), así como el reforzamiento de la división en cuatro partes de los ingresos eclesiásticos - ya sean provenientes de haciendas o como donaciones voluntarias a la fe: Una porción para los pobres; otra para manutención de Iglesias y el esplendor del servicio Divino; Una más para el Obispo y la última para el clero menor. Aunque algunos escritores atribuyen el origen de ésta división de los fondos eclesiásticos a Gelasio, aun el Pontífice habla de ello (Ep xiv, n. 17) como dudum rationabiliter decretum, habiendo sido forzoso por algún tiempo. De hecho, el Papa Simplicio (475, Ep i, n. 2) le impuso la obligación de restitución a los pobres y a la Iglesia, a cierto obispo que había faltado a su deber; consecuentemente, ésa división de fondos debió haber estado considerada por lo menos, como costumbre de la Iglesia. No contento con una simple enunciación de ésta caritativa obligación, Gelasio lo remarcó frecuentemente en sus escritos a los obispos.

Por largo tiempo fue atribuída a Gelasio la fijación del Canon de las Escrituras, pero ahora parece ser más probable, obra del Papa San Dámaso I (367 - 385). Sin embargo, puesto que Gelasio - en un sínodo romano - publicaba su célebre catálogo de los auténticos escritos de la Padres, juntamente con un listado de obras apócrifas o interpoladas, así como libros proscritos de los herejes (Ep xlii), no fue sino natural fijar en éste catálogo el Canon de las Escrituras como fue determinado por el antiguo Pontífice, y así con el paso del tiempo, el Canon mismo vino a ser atribuido a Gelasio. En su celo por la belleza y majestad del servicio Divino, Gelasio compuso muchos himnos, Prefacios y Oraciones colectas y arregló un Misal común aunque tal Misal, que fue comúnmente conocido por su nombre, el "Sacramentarium Gelasianum", pertenece propiamente al siglo siguiente. Cuánto de éste trabajo es de Gelasio, es una pregunta aún actual. Aunque fue Papa solamente por cuatro años y medio, ejerció una profunda influencia en la política , liturgia y disciplina eclesial. Un buen número de sus decretos han sido incorporados al Derecho Canónico.

En su vida privada, Gelasio poseyó un visible espíritu de oración, penitencia y estudio. Se deleitó grandemente en compañía de monjes y fue verdadero padre de los pobres, muriendo con las manos vacías en virtud de su abundante caridad. En una carta a su amigo el sacerdote Julián (P.L. LXVII, 231), Dionisio el Exiguo brinda una brillante relación de Gelasio visto por sus contemporáneos. Como escritor, Gelasio adquiere alto rango en su período. Su estilo es vigoroso y brillante, aunque a veces oscuro. Comparativamente, sólo una reducida parte de su obra ha llegado hasta nosotros., aunque se ha afirmado que él fue el más prolífico escritor entre los pontífices de los primeros cinco siglos. Tenemos 42 extensas cartas y fragmentos de otras 49, además de seis tratados de los cuales tres atañen al cisma Acaciano, uno a la herejía de los pelagianos, otro sobre los errores de Nestorio y Eutiques, y el sexto es dirigido contra el senador Andrómaco y los defensores de las Lupercalias. La mejor edición de las obras es la de Thiel. La fiesta de San Gelasio se celebra el 21 de noviembre, el aniversario de su entierro, aunque muchos escritores creen que éste fue el día de su muerte.

P.L., LIX, 9-191; CXXVIII, 439; CXXIX, 1210; THIEL, Epistolae Romanorum Pontificum Genuinae (Braunsberg, 1868), I, 285-613, 21-82; JAFFE, Regesta Pontificum Romanorum (Berlin), I, 53-60; DUCHESNE, Le Liber Pontificalis (Paris, 1886) I, 254-257; GRISAR, Geschichte Roms und der Papst eim Mittelalter, I, 452-457, passim; THOENES, De Gelasio I Papa (Wiesbaden, 1873); Roux, Le Pape Gelase (Bordeaux-Paris, 1880). For the Sacramentary of Gelasius see PROBST, Die altesten romischen Sacramentarien und Ordines (Munster, 1892); BISHOP, The Earliest Roman Mass-book in Dublin Review (Octoher, 1894); WILSON. The Gelasian Sacramentary (Oxford, 1894): WILSON, A Classified Index to the Leonine, Gelasian and Gregorian Sacramentaries (Cambridge, 1890); also P.L., LXXIV, 1049.

JOHN P.X. MURPHY 
Transcrito por Joseph E. O'Connor 
Traducido por Carlos Posadas Ruíz
(fuente: aciprensa.com)

otros santos 21 de noviembre:

- Beata María de Jesús, el Buen Pastor
- San Demetrio de Rostov

viernes, 20 de noviembre de 2015

20 de noviembre: San Basilio de Antioquía

Obispo de Cesarea, y uno de los mas distinguidos Doctores de la Iglesia . Nació probablemente en 329; murió el 1 de enero de 379. El está considerado después de San Atanasio como un defensor de la Iglesia Oriental contra las herejías del siglo IV. Con su amigo San Gregorio Nacianceno y su hermano San Gregorio de Nisa, formaron el trío conocido como "Los Tres Capadocios", pero sobrepasó a los dos en el genio práctico y los logros reales.


Vida 

San Basilio el Mayor, padre de San Basilio el Grande, fue el hijo de un cristiano de buena cuna y de su esposa, Macrina (Acta SS., enero, II), ambos sufrieron por la fe durante la persecución por Galerio (305-314), y pasaron varios años de privaciones en las agrestes montañas del Ponto. San Basilio el Anciano fue notable por su virtud (Acta SS, mayo, VII) y también ganó una buena reputación como maestro en Cesarea. Él no era sacerdote (Cf. Cave, Hist. Lit., I, 239). Estaba casado con Emelia, la hija de un mártir y fue padre de diez hijos. Tres de ellos, Macrina, Basilio y Gregorio son venerados como santos; y de los hijos, Pedro, Gregorio y Basilio alcanzaron la dignidad del episcopado.

Bajo el cuidado de su padre y de su abuela, Macrina, quien conservaba las tradiciones de su paisano, San Gregorio Taumaturgo (c. 213-275) Basilio fue formado en los hábitos de piedad y estudio. Él era todavía joven cuando su padre murió y la familia se trasladó a la propiedad de la abuela Macrina en Annesi en el Ponto, en las riveras del Iris. Cuando era un muchacho, lo enviaron a la escuela en Cesarea, en ese entonces "una metropoli de las letras", y concibió una ferviente admiración por el obispo local, Dianio. Más tarde, se fue a Constantinopla, la cual en ese entonces "se distinguía por sus maestros de filosofía y retórica", y de allí se fue a Atenas, donde se volvió compañero inseparable de San Gregorio Nacianceno, quien, en su famoso panegírico sobre Basilio (Or. XLIII), da una descripción sumamente interesante de sus experiencias académicas. De acuerdo a él, Basilio ya se distinguía por su mente brillante y seriedad de carácter y se asociaba sólo con los estudiantes más aplicados. Él era hábil, serio, industrioso y muy avanzado en retórica, gramática, filosofía, astronomía, geometría y medicina. (Sobre su desconocimiento del latín, vea Fialon, Etude historique et littéraire sur San Basilio, París, 1869). Conocemos los nombres de dos de los maestros de Basilio en Atenas: Prohaeresio, posiblemente un cristiano, e Himerio, un pagano. Se ha afirmado, aunque probablemente incorrectamente, que Basilio pasó algún tiempo bajo la enseñanza de Libanio. Él mismo nos dice que trató sin éxito de unirse como alumno de Eustatio (Ep., I). Al final de su residencia en Atenas, Basilio estando cargado, dice San Gregorio Nacianceno "con todo el aprendizaje obtenido por la naturaleza del hombre", estaba muy bien preparado para ser maestro. Cesarea tomó posesión de él con gusto "como un fundador y segundo patrón" (Or. XLIII), y como él mismo nos dice (CCX), rechazó las ofertas espléndidas de los ciudadanos de Neo-Cesarea, quienes deseaban que el tomara a su cargo la educación de los jóvenes de su ciudad.

Al exitoso estudiante y distinguido profesor, dice Gregorio (Or. XLIII), "ahora no le quedaba otra necesidad que la de la perfección espiritual". Su hermano Gregorio de Nisa, en su vida de Macrina, nos da a entender que el éxito brillante de Basilio como estudiante universitario y profesor había dejado trazos de mundanalidad y autosuficiencia en el alma del joven. Afortunadamente, Basilio comenzó a relacionarse de nuevo Dianio, obispo de Cesarea, el objeto de su afecto juvenil, y parece que Dianio lo bautizó, y lo ordenó como lector tan pronto como regresó a Cesarea. Fue al mismo tiempo que cayó bajo la influencia de esa notable mujer, su hermana Macrina, que en el entretanto había fundado una comunidad religiosa en la propiedad de la familia en Annesi. Basilio mismo nos dice cómo, igual que un hombre se levantó de su profundo sueño, él volvió sus ojos a la maravillosa verdad del Evangelio, vertió muchas lágrimas por su vida miserable, y oró pidiendo la guía de Dios: "Entonces leí el Evangelio, y vi allí que un gran medio para alcanzar la perfección es vender todos los bienes, compartirlos con los pobres, deshacerse de todos los cuidados de esta vida y el impedir que el alma vuelva a ver con simpatía las cosas de esta tierra" (Ep. CCXXIII).

Para aprender el camino de la perfección, Basilio ahora visitó los monasterios de Egipto, Palestina, Coele-Siria y Mesopotamia. Regresó lleno de admiración por la austeridad y piedad de los monjes, y fundó un monasterio en su natal Ponto, en las riveras del Iris, cercanamente opuestos a Annesi (cf. Ramsay, Hist. Geog. of Asia Menor, Londres, 1890, p. 326). Ya Eustatio de Sebaste había introducido la vida eremítica en Asia Menor; Basilio agregó la forma cenobítica o de comunidad, y la nueva característica fue imitada por muchas compañías de hombres y mujeres. (Cf. Sozomeno, Hist. Eccl., VI.27; San Epifanio, Haer., LXXV,1; Basilio, Ep. CCXIII; Tillemont, Mém., IX, Art. XXI, y nota XXVI.). Basilio llegó a ser conocido como el padre del monacato oriental, el precursor de San Benito. Al estudiar su Regla podemos ver cuán merecido tuvo el título, cuán seriamente y en qué espíritu llevó a cabo la sistematización de la vida religiosa. Parece que para este tiempo ya él había leído muy sistemáticamente los escritos de Orígenes, pues junto con Gregorio de Nazianzo, publicó una selección de ellos llamada la “Philocalia”.

En el año 360, Basilio fue sacado de su retiro al área de la controversia teológica cuando acompañó a dos delegados de Seleucia al emperador en Constantinopla, y apoyó a su homónimo de Ancira. Hay alguna disputa en cuanto a su valor y su ortodoxia perfecta en esa ocasión (cf. Filostorgio, Hist. Ecl., IV, XII; respuesta por Gregorio de Nisa, Answer to Eunomius’ Second Book I, y Maran, Proleg., VII; Tillemont, Mém., nota XVIII). Un poco después, sin embargo, ambas cualidades parecen haber quedado en evidencia, puesto que Basilio abandonó a Dianio por haber firmado el credo herético de Rimini. A esta época (c. 361) pude ser referida la "Moralia"; y un poco más tarde vinieron dos libros contra Eunomio (363) y alguna correspondencia con San Atanasio. Es posible, también, que Basilio escribió sus reglas monásticas en sus formas más cortas mientras que estaba en Ponto, y luego las amplió en Cesarea. Hay un relato de una invitación de Juliano a Basilio para que se presentase en la corte y de la negativa de Basilio, junto con una advertencia que enojó al emperador y puso en peligro la seguridad de Basilio. Tanto el incidente como la correspondencia son cuestionados por algunos críticos (e.g. Maran; cf. Tillemont, De Broglie, Fialon).

Basilio todavía retuvo una considerable influencia en Cesarea, y se considera altamente probable que él tuvo que ver con la elección del sucesor de Dianio, quien murió en el 362, después de haberse reconciliado con Basilio. En todo caso el nuevo obispo, Eusebio, fue prácticamente puesto en su oficio por el anciano San Gregorio Nacianceno. Luego de que Eusebio hubo persuadido al renuente Basilio a ser ordenado sacerdote, le dio un lugar prominente en la administración de la diócesis (363). La capacidad de Basilio para administrar los asuntos eclipsó tanto al obispo que surgieron malos sentimientos entre ambos. "Toda la porción más sabia y eminente de la Iglesia se levantó contra el obispo " (Greg. Naz., Or. XLIII; Ep. x), y para evitar problemas Basilio se retiró de nuevo a la soledad del Ponto.

Un poco más tarde (365), cuando los intentos de Valente por imponerle el arrianismo al clero y al pueblo requirió la presencia de una personalidad fuerte, Basilio fue reinstalado a su puesto anterior, siendo reconciliado con el obispo por San Gregorio de Nazianzo. Parece que ya no hubo más desacuerdos entre Eusebio y Basilio y este último pronto se convirtió en el verdadero jefe de la diócesis. "Uno”, dice Gregorio de Nazianzo (Or. XLIII), "conducía al pueblo, el otro conducía al líder". Durante los cinco años que pasó en este importantísimo oficio, Basilio demostró ser un hombre de poderes poco usuales. Él les dictó la ley a los principales ciudadanos y a los gobernadores imperiales, zanjó disputas con sabiduría y de forma terminante, asistió a los necesitados espiritualmente, buscó "el sustento para el pobre, la hospitalidad para los extranjeros, el cuidado de las doncellas, legislación escrita y no escrita para la vida monástica, arreglos de oraciones (¿liturgia?), adorno del santuario" (op. cit.). En tiempos de hambruna, él fue el salvador de los pobres.

En el año 370 Basilio sucedió al obispo de Cesarea, y fue consagrado de acuerdo a la tradición el 14 de Junio. Cesarea era entonces una poderosa y rica ciudad (Sozomeno, Hist. Eccl., V.5). Su obispo era metropolitano de Capadocia y exarca del Ponto, lo cual abarcaba más de la mitad de Asia Menor y comprendía once provincias. La sede de Cesarea estaba en el mismo rango que la de Éfeso inmediatamente después de las sedes patriarcales en los concilios, y el obispo era el superior de cincuenta chorepiscopi ([[François Baert | Baert). La influencia real de Basilio, dice Jackson (Prolegomena, XXXII) cubría todo lo ancho del país "desde los Balcanes al Mediterráneo y desde el mar Ageo al río Éufrates". La necesidad de un hombre como Basilio en una sede como la de Cesarea era muy apremiante, y él debió haber sabido esto bien. Algunos (por ejemplo, Allard, De Broglie, Venables, Fialon) piensan que él procuró su propia elección; otros (por ejemplo: Maran, Baronio, Ceillier) dicen que el no hizo ningún intento a su favor. De cualquier forma, él llegó a ser el Obispo de Cesarea en gran parte por la influencia del anciano Gregorio. Su elección, dice el joven Gregorio (loc. cit.), fue seguida por el descontento de parte de varios obispos sufragáneos "a cuyo lado se encontraban los grandes bribones de la ciudad". Durante su anterior administración de la diócesis Basilio había definido tan claramente las ideas de disciplina y ortodoxia, que nadie podía dudar de la dirección y el vigor de su política. San Atanasio se sintió muy complacido por la elección de Basilio (Ad Pallad., 953; Ad Joann. et Ant., 951); pero el arrianizante emperador Valente manifestó considerable disgusto y la minoría de obispos derrotados se volvieron consistentemente hostiles al nuevo metropolitano. Mediante años de conducta prudente, sin embargo, "mezclando su corrección con consideración y su gentileza con firmeza " (Greg. Naz., Or. XLIII), finalmente superó a la mayoría de sus oponentes.

Las cartas de Basilio narran la historia de su tremenda y variada actividad; cómo trabajó para la exclusión de candidatos no aptos para el ministerio sagrado y para liberar a los obispos de la tentación de la simonía; como les requería disciplina exacta y la fiel observancia de los cánones a [[clérigo]s y a seglares; como el requirió pecaminoso, le dio seguimiento a la delincuencia y le extendió la esperanza del perdón al penitente. (Cf. Epp. XLIV, XLV, y XLVI, la bella carta a una virgen caída, así como las Epp. LIII, LIV, LV, CLXXXVIII, CXCIX, CCSVII y Ep. CLXIX, sobre el extraño incidente de Glicerio, cuya historia es muy bien completada por Ramsay, The Church in the Roman Empire, Nueva York, 1893, p. 443 ss.). Si por un lado defendió enérgicamente los derechos e inmunidades clericales (Ep. CIV), por el otro el entrenó a su clero con tanto rigor que se volvieron famosos como modelos de todo lo que debe ser un sacerdote (Epp. CII, CIII).

Basilio no limitó su actividad a los asuntos diocesanos, sino que se lanzó vigorosamente a las problemáticas disputas teológicas que en ese entonces rasgaban la unidad de la cristiandad. Redactó un resumen de la fe ortodoxa; atacó verbalmente a los herejes que estaban cerca y escribió elocuentemente a los que estaban lejos. Su correspondencia muestra que hizo visitas, envió mensajes, dio entrevistas, instruyó, reprobó, reprendió, amenazó, reprochó, tomó a su cargo la protección de las naciones, ciudades, individuos grandes y pequeños. Había poca oportunidad de oponérsele exitosamente, ya que él era un luchador frío, persistente, impertérrito en la defensa de la doctrina y de los principios. Su postura audaz contra Valente se equipara a la reunión entre San Ambrosio y Teodosio I]]. El emperador se quedó estupefacto ante la indiferencia calmada del arzobispo ante su presencia y sus deseos. El incidente, como lo narra San Gregorio Nacianceno, no solo dice mucho sobre el carácter de Basilio sino que arroja una luz clara del tipo de obispo cristiano con el cual los emperadores tenían que tratar y va más allá para explicar por qué el arrianismo, con poca corte detrás de él, pudo hacer tan poca impresión en la historia final del catolicismo.

Mientras ayudaba a Eusebio en el cuidado de su diócesis , Basilio había mostrado un marcado interés por el pobre y el afligido; ese interés se mostró ahora en la erección de una magnífica institución, el “Ptochoptopheion” o “Basileiad”, una casa para el cuidado de extranjeros sin amigos, el tratamiento médico de los enfermos pobres y el entrenamiento industrial de los trabajadores no cualificados. Construido en los suburbios, logró tal importancia que llegó a ser prácticamente el centro de una nueva ciudad con el nombre de he kaine polis o "Pueblo Nuevo". Era la casa madre de las instituciones parecidas erigidas en otras diócesis y era un constante recordatorio a los ricos de su privilegio de gastar su riqueza en un modo cristiano. Se debe mencionar aquí que predicaba tan clara y fuertemente las obligaciones sociales de los ricos que los sociólogos modernos se han aventurado a reclamarlo como uno de los suyos, aunque con no más fundamento que el que existiría en el caso de cualquier otro maestro consistente con los principios de la ética católica. La verdad es que San Basilio fue un amante práctico de la pobreza cristiana, y aún en su exaltada posición conservó esa simplicidad en la comida y la ropa y esa austeridad de vida por la que él se hizo notar en su primera renuncia al mundo. (Nitti, Catholic Socialism, Nueva York, 1895, III; Villemain, Tableau d'eloq. Chret., París, 1891, 116 ss.).

En medio de sus labores, Basilio pasó sufrimientos de muchas clases. San Atanasio murió en el año 373 y el anciano Gregorio en el 374, y ambos dejaron espacios que nunca se llenarían. En el año 373 comenzó la dolorosa separación de Gregorio Nacianceno. Antimo, Obispo de Tiana, se convirtió en enemigo declarado; Apolinar "una causa de dolor para las iglesias" (Ep. CCLXIII); Eustatio de Sebaste un traidor a la fe y también un enemigo personal. Eusebio de Samosata fue desterrado; su hermano Gregorio fue condenado y depuesto. Cuando murió el emperador Valentiniano I y los arrianos recuperaron su influencia, todos los esfuerzos de Basilio debieron haber parecido en vano. Su salud se estaba quebrantando, los godos estaban a las puertas del imperio, Antioquía estaba en cisma, Roma dudaba de su sinceridad, los obispos se negaban a reunirse como él deseaba. "Las señales de la Iglesia estaban obscurecidas en su parte de la cristiandad, y él tenía que pasarlo como mejor pudiese ---admirando, buscando, y sin embargo tratado con frialdad por el mundo latino, deseando la amistad de Roma, sin embargo herido por su reserva--- Dámaso lo hacía sospechoso de herejía y San Jerónimo lo acusaba de orgulloso." ( Newman, The Church of the Fathers). Si él hubiese vivido un poco más y asistido al Concilio de Constantinopla (381), habría visto la muerte de su primer presidente, su amigo Melecio, y la renuncia forzada de su segundo, Gregorio Nacianceno.

Basilio murió el 1 de enero de 379. Su muerte fue considerada como una pérdida pública; los judíos, paganos y extranjeros rivalizaban con su rebaño para rendirle honor. Los primeros martirologios latinos (el Jeronimiano y el de Beda) no mencionan la fiesta de San Basilio. Los primeros en mencionarlo fueron Usuardo y Ado, quienes lo colocan en el 14 de junio, la supuesta fecha de la consagración de Basilio al obispado. En el “Menaion” griego se le conmemora el 1 de enero, día de su muerte. En 1081 Juan, patriarca de Constantinopla, a consecuencia de una [visiones y apariciones | visión]], estableció una fiesta en honor común a San Basilio, a San Gregorio Nacianceno y a San Juan Crisóstomo, la cual se celebraría el 30 de enero. Los Bolandistas dan un relato del origen de esta fiesta; también registran como algo digno de notar que no se mencionaban reliquias de San Basilio antes del siglo XII, en cuyo tiempo se decía que partes de su cuerpo, junto con otras reliquias muy extraordinarias, habían sido llevadas a Brujas por un cruzado que regresaba. Baronio (c. 1599) le regaló al Oratorio de Nápoles una reliquia de San Basilio enviada de Constantinopla al Papa. Los Bolandistas y Baronio imprimieron descripciones sobre la apariencia personal de Basilio y los primeros reprodujeron dos íconos, el más antiguo copiado de un códice presentado a Basilio, emperador de Oriente (877-886).

Por consenso común, Basilio está entre las más grandes figuras de la historia eclesiástica y el más bien extravagante panegírico por Gregorio de Nazianzo han sido casi igualados por muchos otros panegiristas. Físicamente delicado y ocupando un alto puesto sólo unos pocos años, Basilio hizo un trabajo magnífico y duradero en una época donde se experimentaron las más violentas convulsiones mundiales que haya vivido el cristianismo. (Cf. Newman, La Iglesia de los Padres). Por virtud personal él logró distinguirse en una era de santos; y su pureza, su fervor monástico, su estricta simpleza, su amistad por los pobres llegó a ser tradicional en la historia del ascetismo cristiano. De hecho, la impresión de su genio quedó sellada indeleblemente en la concepción oriental de la vida religiosa. En sus manos la gran sede metropolitana de Cesarea se formó como una especie de modelo de la diócesis Cristiana; casi no hubo ningún detalle de la actividad episcopal en que él no marcara líneas guías y en que no diera un espléndido ejemplo. No menos glorioso es el hecho de que el mantuvo una dignidad sin temor e independencia hacia los oficiales del estado lo cual la historia ha mostrado más tarde ser una condición indispensable de la vida saludable del episcopado católico.

Ha surgido alguna dificultad con la correspondencia de Basilio con la Sede Romana (Bossuet, "Gallia Orthodoxa", c. LXV; Puller, "Primitive Saints and the See of Rome", Londres, 1900.). No hay duda que él estaba en comunión con los obispos occidentales y que escribía repetidamente a Roma preguntando qué pasos tomar para ayudar a la Iglesia Oriental en su lucha con los herejes y cismáticos; pero el resultado decepcionante de sus apelaciones le sacaron palabras que requieren explicación. Evidentemente él estaba profundamente disgustado de que el Papa Dámaso por un lado vacilara en condenar a Marcelo y a los eustasianos, y por el otro prefiriera a Paulino en vez de Melecio en cuyo derecho a la Sede de Antioquía Basilio creía muy firmemente. A lo mejor debe admitirse que Basilio criticó al Papa libremente en una carta enviada a Eusebio de Samosata (Ep. CCXXXIX) y que él estaba indignado a la vez que dolido por el fracaso en sus intentos para obtener ayuda de Occidente. Sin embargo, más tarde debió haber reconocido que en algún aspecto él había sido apresurado; en cualquier evento, su fuerte énfasis en la influencia que la Sede Romana podía ejercer sobre los obispos orientales, y su abstinencia de un cargo de nada como usurpación son grandes hechos que sobresalen obviamente en la historia del desacuerdo. En relación a la cuestión de su asociación con los semiarrianos, Filostorgio habla de él como el campeón de la causa semiarriana, y Newman dice que pareció inevitable haberse arrianizado los primeros treinta años de su vida. La explicación de esto, tanto como el desacuerdo con la Santa Sede, debe buscarse en un estudio cuidadoso de los tiempos, con la debida referencia a las condiciones inestables y cambiantes de las distinciones teológicas, la falta de algo así como un pronunciamiento final del poder definidor de la Iglesia, las "imperfecciones persistentes de los Santos" (Newman), la ortodoxia substancial de muchos de los llamados semiarrianos, y sobre todo el gran plan con el cual Basilio perseguía la unidad efectiva en una cristiandad dividida y confundida.


Escritos

Dogmáticos

De los cinco libros contra Eunomio (c. 364) los últimos dos se clasifican como falsos por algunos críticos. El trabajo ataca el arrianismo equivalente de Eunomio y defiende la Divinidad de las tres Personas de la Trinidad. Está bien resumido por Jackson (Nicene and Post Nicene Fathers, Series II, VIII). La obra "Sobre el Espíritu Santo”, o tratado sobre el Espíritu Santo (c. 375) fue evocado en parte por la negación macedonia de la Divinidad de la Tercera Persona y en parte por cargos que Basilio mismo había "pasado por alto al Espíritu” (Gregorio Naz., Ep. LVIII),que él había defendido la comunión con todos los que admitían simplemente que el Espíritu Santo no era una criatura (Basilio, Ep. CXIII), y que él había ratificado el uso de una nueva doxología, a saber, " Gloria al Padre con el Hijo junto con el Espíritu Santo" (De Sp. S., I, I). El tratado enseña la doctrina de la divinidad del Espíritu Santo, mientras que evita la frase "Dios, el Espíritu Santo" por razones de prudencia (Greg. Naz., Or. XLIII). Wuilcknis y Swete afirman la necesidad de tal reticencia por parte de Basilio (Cf. Jackson, op. cit., p. XXIII, nota.) En referencia a las enseñanzas de Basilio sobre la Tercera Persona, como lo expresó en su obra contra Eunomio (III, I), surgió una controversia en el Concilio de Florencia entre los latinos y los griegos; pero fuertes argumentos tanto externos como internos colocan a Basilio del lado del "Filioque". Los escritos dogmáticos fueron editados separadamente por Goldhorn, en su "S. Basilii Opera Dogmatica Selecta" (Leipzig, 1854). El "De Spiritu Sancto", fue traducido al inglés por Johnston (Oxford, 1892); por Lewis en la Serie Cristiana Clásica (1888); y por Jackson (op. cit.).

Exegéticos

 Estos incluyen nueve homilías "Sobre el Hexaemeron" y trece (Maran) homilías genuinas sobre Salmos particulares. Un amplio comentario sobre los primeros dieciséis capítulos de Isaías es dudosa autenticidad (Jackson), aunque por una mano contemporánea. Un comentario sobre Job ha desaparecido. "El Hexaemeron” fue altamente admirado por Gregorio de Nazianzo (Or. XLIII, no. 67). Fue traducido en su totalidad por Jackson (op. cit.). Las homilías sobre los Salmos son morales y exhortativas más que estrictamente exegéticas. Al interpretar la Escritura, Basilio usa tanto el método literal como el alegórico, pero favorece el sistema literal de Antioquia. Su segunda homilía contiene una denuncia de la usura, que se ha hecho famosa.

Homiléticos

Veinticuatro sermones, de carácter doctrinal, moral y panegíricos son considerados generalmente como genuinos, aunque todavía permanecen sin resolver algunas dificultades críticas. Ocho de estos sermones fueron traducidos al Latín por Rufino. Los discursos colocan a Basilio entre los más grandes de los predicadores cristianos y hacen evidente su talento especial en predicar sobre las responsabilidades de la riqueza. Lo más notable en la colección son las homilías sobre los ricos (VI y VII) copiados por San Ambrosio (De Nabuthe Jez., v, 21-24), y la homilía (XXII) sobre el estudio de la literatura pagana. Esta última fue editada por Fremion (París, 1819, con trad. al francés), Sommer (París, 1894), Bach (Münster, 1900), y Maloney (Nueva York, 1901). Se ha escrito mucho en referencia al estilo de Basilio y su éxito como predicador. (Cf. Villemain, "Tableau d'éloq. Chrét. au IVe siècle", Paris, 1891; Fialon, "Etude Litt. sur St. B.", Paris, 1861); Roux, "Etude sur la prédication de B. le Grand", Estrasburgo, 1867; Croiset, "Hist. de la litt. Grecque", París, 1899).

Morales y ascéticos

Este grupo contiene mucho de origen dudoso o falso. Probablemente, son auténticos los últimos dos de los tres tratados introductorios, y los cinco tratados: "Morales", "Sobre el juicio de Dios", "Sobre la Fe", "Las Reglas Monásticas Largas", "Las Reglas Monásticas Cortas". Los veinticuatro sermones sobre moral son un centón de extractos de los escritos de Basilio por Simeón Metafrastes. En relación a la autenticidad de las Reglas ha habido mucha discusión. Como está claro por los tratados y por las homilías que tratan sobre los asuntos morales y ascéticos, San. Basilio era particularmente hábil en el campo de la instrucción espiritual.

Correspondencia

Las cartas existentes de Basilio son 366, dos tercios de ellas pertenecen al período de su episcopado. Las así llamadas "Epístolas Canónicas" han sido catalogadas como falsas, pero son casi seguramente genuinas. La correspondencia con Juliano y con Libanio es probablemente falsa; la correspondencia con Apolinar es incierta. Todas las 366 cartas están traducidas en "Padres Nicenos y Post-Nicenos". Algunas de las cartas son realmente tratados dogmáticos, y otras son repuestas apologéticas a ataques personales. En general son muy útiles pues revelan el carácter del santo y por las descripciones de su época que ofrecen.

Litúrgicos

La llamada "Liturgia de San Basilio” existe en griego y en copto. Data el menos del siglo VI, pero su conexión con Basilio ha sido asunto de discusión crítica (Brightman, "Liturgies, Eastern and Western", Oxford, 1896, I; Probst, "Die Liturgie des vierten Jahrhunderts und deren Reform", Münster, 1893, 377-412).

Ediciones de San Basilio

La editio princeps del texto original de las obras existentes de Basilio aparecieron en Basilea, 1551, y la primera traducción completa al Latín en Roma, 1515 (manuscrito autógrafo en el Museo Británico). La mejor edición es la de los benedictinos mauristas, Garnier y Maran (París, 1721-30), republicada con apéndices por Migne (P. G., XXIX-XXXII). Para fragmentos atribuidos a Basilio con mayor o menor certeza, y editados por Matthaei, Mai, Pitra y otros, vea Bardenhewer, "Patrologie" (Friburgo, 1901), 247. Porciones de cartas recientemente descubiertas en papiro egipcio fueron publicadas por H. Landwehr, "Grieschische Handschriften aus Fayûm", en "Philologus", XLIII (1884).

Bibliografía: GREG. NAZ., Prationes, especialmente XLIII; IDEM, Epistolae; Carm. de vitá suâ; GREG. NYSS., Vita Macrinae; IDEM, Or. in laudem fratris Basilii; IDEM, Answer to Eunomius’ Second Book I; SOCRATES, Church History IV.26 y VI.3; SOZOMEN, Church History VI.26 y VII.15-17, 22; RUFINO, Hist. Eccl., II, IX; TEODORETO, Church History IV.19; FILOSTORGIO, Hist. Eccl., VIII, XI-XIII; EPHILEM SYRUS, Encomium in Bas., ap. COTELIER, Mon. Eccl. Gr., II; JEROME, De Vir. Illust., CXVI. La Vita Basilii por ANFILOQUIO es una falsificación de cerca del siglo IX. NEWMAN, Church of the Fathers, I-III

Fuente: McSorley, Joseph. "St. Basil the Great." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. .
Traducido por Alfonso Enríquez. rc
(fuente: aciprensa.com) 

 otros santos 20 de noviembre:

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Beata María Fortunata Viti
- San Edmundo
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