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viernes, 7 de febrero de 2014

07 de febrero: Beata Rosalía Rendu

(1786-1856)

Jeanne Marie se preocupa mucho por corresponder bien a las exigencias de su nueva vida. Su salud se resiente tanto por la tensión de su espíritu como por la falta de ejercicio físico. Siguiendo el consejo del médico y de su padrino, señor Emery, envían a Jeanne Marie a la casa de las Hijas de la Caridad del barrio Mouffetard, para dedicarse al servicio de los pobres. Allí permanecerá 54 años.

La sed de acción, de entrega, de servicio, que abrasaba a Jeanne Marie no podía encontrar un terreno mas propicio para ser saciada que este barrio parisiense. Es, en aquella época, el barrio más miserable de la capital en plena expansión: pobreza en todas sus formas, miseria psicológica y espiritual, enfermedades, tugurios insalubres, necesidades... son el lote cotidiano de sus habitantes que luchan por sobrevivir. Jeanne Marie, que recibió el nombre de Sor Rosalía, hizo allí “su aprendizaje” acompañando a las Hermanas en la visita a los enfermos y a los pobres. Al mismo tiempo enseña el catecismo y la lectura a las niñas que acogían en la escuela gratuita. En 1807, Sor Rosalía, con emoción y con una profunda alegría, rodeada de las Hermanas de su comunidad, se compromete por medio de los votos al servicio de Dios y de los pobres.

En 1815, Sor Rosalía es nombrada Superiora de la comunidad de la calle de los “Francs Bourgeois”, que será trasladada dos años más tarde a la calle de “L'Epée de Bóis” por razones de espacio y de comodidad. Entonces van a poder revelarse todas sus cualidades de abnegación, de autoridad natural, de humildad, de compasión, su capacidad de organización, etc. Sus pobres, como los llama, son cada vez más numerosos en esta época turbulenta. Los estragos de un liberalismo económico triunfante acentúan la miseria de los marginados. Sor Rosalía envía a sus Hermanas a todos los rincones de la feligresía de la parroquia de “Saint Médard” para llevar alimentos, ropa, atender a enfermos, decir una palabra reconfortante... las damas de la Caridad las ayudan en las visitas a domicilio. La joven Conferencia de San Vicente de Paúl viene a buscar en Sor Rosalía apoyo y consejos para ir en ayuda de todos los necesitados.

Con el fin de aliviar a todos los que sufren, Sor Rosalía abre un dispensario, una farmacia, una escuela, un orfanato, una guardería, un patronato para las jóvenes obreras y una casa para ancianos sin recursos. Muy pronto, va a establecerse toda una red de obras caritativas para combatir la pobreza.

Su ejemplo estimula a sus Hermanas, con frecuencia les dice: “Debéis ser como un apoyo en el que todos los que están cansados tienen derecho a depositar su carga”. Y así, sencillamente, vive la pobreza y deja transparentar la presencia de Dios en ella.

Su fe, firme como una roca y límpida come una fuente, le hace ver a Jesucristo en toda circunstancia: experimenta en lo cotidiano la convicción de San Vicente: “Si vais diez veces cada día a ver a un pobre, diez veces encontraréis en él a Dios... vais a pobres casas, pero allí encontraréis a Dios”. Su vida de oración es intensa; como afirma una Hermana, “vivía continuamente en la presencia de Dios; si tenía que cumplir una misión difícil, estábamos seguras de verla subir a la capilla o de encontrarla de rodillas en su despacho”.

Estaba atenta a asegurar a sus compañeras el tiempo para la oración, pero había “que saber dejar a Dios por Dios” como San Vicente había enseñado a sus Hijas. Así, Sor Rosalía, al ir con una Hermana a hacer una visita de caridad, la invita diciendo: “Hermana comencemos nuestra oración”. Indica con pocas y sencillas palabras la historia y entra en un profundo recogimiento.

Como la religiosa en el claustro, Sor Rosalía camina con Dios: le habla de aquella familia con dificultades porque el padre no tiene ya trabajo, de ese anciano que corre el riesgo de morir sólo en la buhardilla: “Nunca he hecho tan bien la oración como en la calle” dice ella.

“Los pobres notaban su modo de rezar y de actuar”, dice una de sus compañeras. “Humilde en su autoridad, Sor Rosalía nos reprendía con una gran delicadeza y tenía el don de consolar. Sus consejos, procedentes de la justicia y con todo su afecto, penetraban en las almas”.

Es muy atenta en el modo de acoger a los pobres. Su espíritu de fe ve en ellos a nuestros “maestros y señores”. “Los pobres os maltratarán”. Cuanto más maleducados e insolentes sean, con más dignidad debéis tratarlos. Dice: “Recordad que esos harapos esconden a Nuestro Señor”.

Los superiores le mandan las postulantes y las Hermanas jóvenes para la formación. Le envían a su casa, por cierto tiempo, a Hermanas un poco difíciles o frágiles. A una de sus Hermanas en crisis le da un día un consejo, que es el secreto de su vida: “Si quiere que alguien la quiera, sea la la primera en amar, y si no tiene nada que dar, dése a sí misma”. Con el aumento de Hermanas, la casa de beneficencia se convierte en una casa de caridad con un ambulatorio y una escuela. Ella ve en ello la Providencia de Dios.

Su notoriedad se extiende pronto por todos los barrios de la capital y, más allá, a las ciudades de provincias. Sor Rosalía sabe rodearse de colaboradores generosos, eficaces y cada vez más numerosos. Los donativos afluyen rápidamente, pues los ricos no saben resistir a esta mujer persuasiva. Incluso los soberanos que se sucedieron en el gobierno del país no lo olvidaron en sus generosidades.

Las Damas de la Caridad ayudan en sus visitas a domicilio. A menudo podía verse en el recibidor de la casa a obispos, sacerdotes, el embajador de España, Donoso Cortés, Carlos X, el general Cavaignac, los hombres de Estado y de la cultura, hasta el emperador Napoleón III con su cónyuge, así como estudiantes de derecho, de medicina, alumnos del politécnico, que iban a buscar información, recomendaciones o a pedir consejo sobre a qué puerta ir a llamar antes de hacer una buena obra. Entre ellos el beato Federico Ozanam, cofundador de las “Conferencias de San Vicente de Paúl” y el Venerable Juan León Le Prévost, futuro fundador de los Religiosos de San Vicente de Paúl, que buscaban consejo para poner en marcha sus proyectos.

Ella estaba en el centro de un movimiento de caridad que caracterizó París y Francia en la primera mitad del siglo XIX.

La experiencia de Sor Rosalía es inestimable para aquellos jóvenes. Ella orienta su apostolado, guía sus idas y venidas en el suburbio, les da direcciones de familias necesitadas escogiéndolas con cuidado.

Entra también en relación con la Superiora del “Bon Sauveur” de Caen y le pide que acoja a muchas personas. Está especialmente atenta a los sacerdotes y religiosas afectados de trastornos psíquicos. Su correspondencia es breve pero emocionante por su delicadeza, paciencia y respeto hacia esos enfermos.

Las pruebas no faltan en el barrio Mouffetard. Las epidemias de cólera se suceden. La falta de higiene, la miseria favorecen su virulencia. De modo particular, en 1832 y en 1846, la abnegación y riesgos que corren Sor Rosalía y sus Hermanas causaron admiración. Se la vio recoger ella misma los cuerpos abandonados en las calles durante las jornadas de motines de julio de 1830 y de febrero de 1848 en las barricadas y las luchas sangrientas que enfrentan el poder a una clase obrera desencadenada. Monseñor Affre, arzobispo de París, es asesinado al querer interponerse entre los beligerantes. Sor Rosalía sufre, ella también sube a las barricadas para socorrer a los combatientes heridos, fueran del bando que fueran. Sin temor alguno, arriesga su vida en los enfrentamientos. Su valentía y su espíritu de libertad causan admiración.

Cuando se restablece el orden, trata de salvar a muchos de aquellos hombres que conoce bien y que son víctimas de una feroz represión. Le ayuda mucho el alcalde del distrito, doctor Ulyssse Trélat, republicano puro, muy popular él también.

En 1852, Napoleón III decide imponerle la Cruz de la Legión de honor. Ella está dispuesta a rehusar este honor personal, pero el Padre Etienne, superior de los Sacerdotes de la Misión y de las Hijas de la Caridad, le obliga a aceptar.

De salud frágil, Sor Rosalía nunca se tomó un instante de descanso, y acababa siempre por superar sus fatigas y sus fiebres. Pero, la edad, una gran sensibilidad y la acumulación de tareas, acaban por llegar al extremo de su gran resistencia y de su fuerte voluntad. Durante los dos últimos años de su vida, se va quedando progresivamente ciega y muere el 7 de febrero de 1856, tras una corta enfermedad.

La emoción es grande en el barrio y en todos los medios sociales de París y provincias. Después de celebrar los funerales en la Iglesia de Saint Médard, su parroquia, una multitud inmensa, embargada por la emoción, sigue a su cadáver hasta el cementerio de Montparnasse, queriendo así manifestar su admiración por la obra que ha realizado y su afecto hacia esta Hermana extraordinaria.

Numerosos artículos de la prensa dan testimonio de la admiración e incluso de la veneración que Sor Rosalía había suscitado. Periódicos de toda tendencia se hacen eco de los sentimientos del pueblo.

L'Univers, periódico principal católico de la época, dirigido por Louis Veuillot, escribe el 8 de febrero: “Nuestros lectores comprenderán la gran desgracia que acaba de acontecer a la clase pobre de París y unirán sus sufragios a las lágrimas y oraciones de los necesitados”.

El Constitutionnel, periódico de la izquierda anticlerical, no duda en anunciar la muerte de esta Hija de la Caridad.“Los pobres del distrito 12 acaban de tener una pérdida muy lamentable: Sor Rosalía, superiora de la comunidad de la rue de l'Epée de Bois murió ayer después de una larga enfermedad. Desde hace muchos años, esta respetable religiosa era la providencia de las clases necesitadas, muy numerosas en ese barrio”.

El periódico oficial del Imperio, le Moniteur, alaba la acción benéfica de esta Hermana: “Se han rendido las honras fúnebres a la Hermana Rosalía con un brillo inhabitual: esta santa mujer era, desde hace cincuenta y dos años, muy caritativa en un barrio donde hay muchos miserables que socorrer. Todos los pobres, llenos de gratitud, la han acompañado a la Iglesia y al cementerio. Un piquete de honor formaba parte del cortejo”

Muy numerosos son los que van a visitarla al cementerio “Montparnasse”. Y a recogerse ante la tumba de aquella que fue su Providencia. Pero !qué difícil es encontrar el lugar reservado a las Hijas de la Caridad! Por eso, se trasladan sus restos a un lugar mucho más accesible, mas cerca de la entrada del cementerio. En su tumba sencilla, hay una gran cruz, en cuya base están grabadas estas palabras: “A Sor Rosalía, sus amigos agradecidos, los pobres y los ricos”. Manos anónimas han adornado y continúan adornando con flores su sepultura como homenaje, discreto pero permanente, a esta humilde Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl.


HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 
Domingo 9 de noviembre de 2003

1. "El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros" (1 Co 3, 17). Volvemos a escuchar estas palabras del apóstol san Pablo en esta solemne liturgia de la fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma, madre de todas las iglesias.

Todo lugar reservado al culto divino es signo del templo espiritual, que es la Iglesia, formada por piedras vivas, es decir, por fieles unidos por la única fe, por la participación en los sacramentos y por el vínculo de la caridad. Los santos, en particular, son piedras preciosas de este templo espiritual.

La santidad, fruto de la obra incesante del Espíritu de Dios, resplandece en los nuevos beatos: Juan Nepomuceno Zegrí, presbítero; Valentín Paquay, presbítero; Luis María Monti, religioso; Bonifacia Rodríguez Castro, virgen; y Rosalía Rendu, virgen.

2. La visión del santuario, que el profeta Ezequiel nos presenta en la liturgia del hoy, describe un torrente que mana desde el templo llevando vida, vigor y esperanza: "Allí donde penetra esta agua, lo sanea todo" (Ez 47, 9). Esta imagen expresa la infinita bondad de Dios y su designio de salvación, desbordando los muros del recinto sagrado para ser bendición de toda la tierra.

Juan Nepomuceno Zegrí y Moreno, sacerdote íntegro, de profunda piedad eucarística, entendió muy bien cómo el anuncio del Evangelio ha de convertirse en una realidad dinámica, capaz de transformar la vida del apóstol. Siendo párroco, se propuso "ser la providencia visible de todos aquellos que, gimiendo en la orfandad, beben el cáliz de la amargura y se alimentan con el pan de la tribulación" (19 de junio de 1859).

Con ese propósito desarrolló su espiritualidad redentora, nacida de la intimidad con Cristo y orientada a la caridad con los más necesitados. En la advocación de la Virgen de las Mercedes, Madre del Redentor, se inspiró para la fundación de las Hermanas Mercedarias de la Caridad, con el fin de hacer siempre presente el amor de Dios donde hubiera "un solo dolor que curar, una sola desgracia que consolar, una sola esperanza que derramar en los corazones". Hoy, siguiendo las huellas de su fundador, este instituto vive consagrado al testimonio y promoción de la caridad redentora.

3. El padre Valentín Paquay es verdaderamente un discípulo de Cristo y un sacerdote según el corazón de Dios. Apóstol de la misericordia, pasaba largas horas en el confesionario con un don particular para hacer que los pecadores volvieran al camino recto, recordando a los hombres la grandeza del perdón divino. Poniendo en el centro de su vida de sacerdote la celebración del misterio eucarístico, invitaba a los fieles a acercarse frecuentemente a la comunión del Pan de vida.

Como tantos santos, desde muy joven, el padre Valentín se había puesto bajo la protección de Nuestra Señora, invocada en la iglesia de su infancia, en Tongres, como Causa de nuestra alegría. Ojalá que, siguiendo su ejemplo, sirváis a vuestros hermanos, para darles la alegría de encontrar verdaderamente a Cristo.

4. "Debajo del umbral del templo salía agua. (...) Allí donde penetra esta agua, lo sanea todo" (Ez 47, 1. 9). La imagen del agua, que hace revivir todo, ilumina bien la existencia del beato Luis María Monti, dedicado totalmente a sanar las llagas del cuerpo y del alma de los enfermos y de los huérfanos. Solía llamarlos los "pobrecitos de Cristo", y les servía animado por una fe viva, sostenida por una intensa y constante oración. En su entrega evangélica, se inspiró constantemente en el ejemplo de la Virgen santísima, y puso la Congregación que fundó bajo el signo de María Inmaculada.

¡Cuán actual es el mensaje de este nuevo beato! Para sus hijos espirituales y para todos los creyentes es un ejemplo de fidelidad a la llamada de Dios y de anuncio del evangelio de la caridad; un modelo de solidaridad con los necesitados y de tierna consagración a la Virgen Inmaculada.

5. Las palabras de Jesús en el Evangelio proclamado hoy: "No hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado" (Jn 2, 16), interpelan a la sociedad actual, tentada a veces de convertir todo en mercancía y ganancia, dejando de lado los valores y la dignidad que no tienen precio. Siendo la persona imagen y morada de Dios, hace falta una purificación que la defienda, sea cual fuere su condición social o su actividad laboral.

A esto se consagró enteramente la beata Bonifacia Rodríguez de Castro, que, siendo ella misma trabajadora, percibió los riesgos de esta condición social en su época. En la vida sencilla y oculta de la Sagrada Familia de Nazaret encontró un modelo de espiritualidad del trabajo, que dignifica la persona y hace de toda actividad, por humilde que parezca, un ofrecimiento a Dios y un medio de santificación.

Este es el espíritu que quiso infundir en las mujeres trabajadoras, primero con la Asociación Josefina y después con la fundación de las Siervas de San José, que continúan su obra en el mundo con sencillez, alegría y abnegación.

6. En una época turbada por conflictos sociales, Rosalía Rendu se hizo gozosamente servidora de los más pobres, para devolver a cada uno su dignidad, con ayudas materiales, con la educación y la enseñanza del misterio cristiano, impulsando a Federico Ozanam a ponerse al servicio de los pobres.

Su caridad era creativa. ¿De dónde sacaba la fuerza para realizar tantas cosas? De su intensa vida de oración y de su incesante rezo del rosario, que no abandonaba jamás. Su secreto era simple: verdadera hija de san Vicente de Paúl, como otra religiosa de su tiempo, santa Catalina Labouré, veía en todo hombre el rostro de Cristo. Demos gracias por el testimonio de caridad que la familia vicentina sigue dando al mundo.

7. "Él hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2, 21). Estas palabras evocan el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Todos los miembros de la Iglesia deben configurarse con Jesús crucificado y resucitado.

En esta ardua tarea nos sostiene y nos guía María, Madre de Cristo y Madre nuestra. Que intercedan por nosotros los nuevos beatos, que hoy contemplamos en la gloria del cielo. Que se nos conceda también a nosotros volvernos a encontrar todos un día en el paraíso, para gustar juntos la alegría en la vida eterna. Amén.

(fuente: www.vatican.va)

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