Etimológicamente significa “el que ama a Dios”. Viene de la lengua griega.
Este joven de la nada llegó a ser obispo de Nicomedia. Así son las cosas de Dios. Cuando menos te lo esperas, él te tiene asignado una misión en la vida.
Si la aceptas de buen grado, nunca te va a defraudar. Si por el contrario, no la aceptas – y eres libre siempre de no hacerlo- puede que andes dando tumbos por la vida sin encontrar nunca tu sitio.
Sus maestros le indicaron que su vocación al sacerdocio era clara por sus cualidades humanas, por su espíritu apostólico y su profunda piedad.
Tuvo que emplearse a fondo en la lucha titánica que se había desatado contra las imágenes. Tan dura fue esta persecución que el patriarca de Constantinopla tuvo que convocar un Concilio para que la doctrina ortodoxa siguiera viva en aquellos lugares.
Pero hay que tener en cuenta que, de por medio, estaba nada menos que el emperador. Por tanto, sabía bien a lo que se exponía.
En el concilio, todos los obispos se pusieron de acuerdo para que integridad de la fe saliera incólume de aquellas sesiones teológicas.
El emperador, sin embargo, no decía nada ni a favor ni en contra. Se mantenía pasota.
La dulzura y el buen trato de Teófilo hicieron que fuera en su busca. Y hablando con claridad ante su majestad, le pronosticó que le esperaban desgracias muy serias si no obedecía las conclusiones del concilio.
Pareció que las palabras de Teófilo le calaron muy profundamente. Pasaba ratos dándole vueltas a la cabeza para tomar la decisión que fuera más conveniente para todos.
Y cuando todo el mundo esperaba que el emperador cortase todo el lío de la imágenes – aceptando la doctrina de la Iglesia – apareció una orden mediante la cual mandaba a la cárcel a Teófilo. Lo encerró de tal manera que allí se pasó media vida, hasta su muerte. El nombre del emperador era León V. Murió en el 845.
(fuente: www.churchforum.com)
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