Los padres son muchas veces la clave del futuro “feliz” de sus hijos. Cuando su labor es educadora, orientadora y no represiva o antojadiza, entonces el hijo elige la vocación para la que se siente llamado, dejando aparte el afán de hoy día de que vale quien gana más dinero.
Cuando vino al mundo en Palestina, había una vocación muy querida en aquel tiempo: la vida de eremita en el desierto. Con las armas de su ilusión joven en el corazón y sus anhelos de perfección espiritual, se marchó a Clímaco, lugar que está en pleno monte Sinaí.
Tenía tan sólo 15 años y, sin embargo, todo aparecía ante sus ojos tan radiante como el día. Se pasó 10 años con los monjes, destacando por su santidad y su virtud. No obstante, Dios lo llamaba por otros derroteros. En el desierto de Tola, a dos kilómetros del santuario que mandó construir el emperador Justiniano, encontró más reposo, paz y tranquilidad para sus ansias de escalar la perfección lo antes posible.
Y, en una pequeña ermita que él mismo se fabricó, vivió la friolera de 40 años. Tuvo que soportar con amor la visita de mucha gente que, atraída por sus dotes y maravillas, iba a visitarlo con frecuencia.
Tenía tiempo para atender a esta gente y, además, para escribir libros. Gracias a ellos, se le conoce como el ángel del desierto. Muchos le rogaban que escribiese un libro sobre la forma de conquistar la santidad. Entonces él, iluminado por Dios, escribió el libro "Escala espiritual".
En él hace un estudio precioso sobre los 30 escalones mediante los cuales la persona puede lograr la perfección. El mismo Papa Gregorio Magno se encomendaba a sus oraciones.
Todos los autores de aquellos tiempos le llamaban "el doctor del desierto" por su atinada espiritualidad. Murió a los 74 años en el 605.
(fuente: www.donbosco.es)
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