(1036-1079)
Patrono de Polonia
Desde que la Iglesia existe, no han faltado nunca voces generosas para hacer resonar el lenguaje de la justicia en presencia de los tiranos. El siglo XI de nuestra era nos ofrece ejemplos famosos: San Gregorio VII, frente al emperador Enrique IV; frente a Guillermo el Rojo de Inglaterra, Lanfranco y San Anselmo; frente a Boleslao II de Polonia, el obispo Estanislao Szepanouski.
Boleslao era un príncipe ambicioso y valiente. Gran guerrero, jinete incansable, galopó victorioso a través de las llanuras de Hungría, por las estepas rusas y por los campos pantanosos de Pomerania. Nadie, dice el hagiógrafo, más atrevido que él en el combate, más ágil en la carrera, más diestro en el manejo de la lanza y más sufridor del hambre y del frío. Pero este afortunado conductor de ejércitos era un monstruo. Su palacio se había convertido en un harén. La vida, la hacienda y la honra de sus vasallos eran pasto y juguete de la voracidad insaciable de sus apetitos y de sus instintos sanguinarios. Nadie en Polonia se atrevía a resistir a sus caprichos. Los obispos, pesarosos, callaban; los magnates, amedrentados, sufrían en silencio los ultrajes; el pueblo, explotado por la rapacidad de los exactores reales, doblaba su cuello al yugo de la tiranía. Sólo un hombre tuvo valor para levantarse frente a la oleada de sangre y concupiscencia que manchaba las gradas del trono. Fue Estanislao.
Nacido de noble familia en un pueblo cercano a Cracovia, Estanislao había viajado en su juventud por las regiones occidentales de Europa, había escuchado a los maestros de Chartres y París, precursores de Abelardo, y había observado el renacimiento religioso y literario que alentaba entonces en la cristiandad. Rico de conocimientos y de experiencias, volvió a su patria, distribuyó sus bienes a los pobres y se hizo clérigo de la comunidad catedralicia de Cracovia. A los treinta y seis años era ya obispo de esta ciudad, un obispo austero, limosnero, celoso y enamorado del programa de reforma que el Pontífice romano acababa de lanzar por todos los países de la catolicidad. Pero era inútil hablar de reforma en aquella tierra, donde la corte apestaba de putrefacción moral. Un último escándalo había acabado de irritar los ánimos. Había en Cracovia un caballero cuya esposa pasaba por la mujer más hermosa del reino. Largo tiempo la asedió el rey con solicitaciones, promesas y regalos de joyas y vestidos: mas como nada pudiese conseguir, envió a sus gentes con encargo de apoderarse de la dama y llevársela al palacio. El caso se hizo público, pero nadie se atrevió a condenarle. Y he aquí que cuando todos callaban, Estanislao se presenta delante del rey, le habla respetuoso y enérgico, le afea su conducta y se retira sereno, después de haber amenazado con la sentencia de la excomunión. El rey no supo qué decir. Aquello le pareció tan extraño, que quedó como petrificado, sin fuerza siquiera para estallar en una de aquellas sus cóleras salvajes.
Fue un paso inútil. En realidad, el rey era un pobre desgraciado, un juguete de sus pasiones de hombre primitivo y, al mismo tiempo, refinado. Los vicios más nefandos iban apoderándose de su vida de una manera irremediable. Ya no le bastaba su harén; del adulterio había caído en la sodomía; de la sodomía, en la bestialidad. Nuevamente apareció delante de él la figura del obispo. Era en una asamblea plenaria de magnates y prelados. El vasallo tenía ahora el aspecto de un profeta. Habló de los juicios de Dios, de la perdición de las almas, de los eternos castigos; recordó las leyes santas de la continencia y del deber e hizo brillar ante los ojos del rey los rayos de Roma, que sacuden y derrumban los tronos. Pálido de ira, el rey descargó sobre él un torrente de injurias. Los cortesanos temblaban; la escena iba tomando un aspecto trágico; y el obispo se disponía a contestar, cuando algunos guardias se apoderaron de él y le arrastraron a la calle. Poco después, un cortejo extraño se detenía delante del palacio episcopal. Al frente de él marchaba el rey; junto a él, su jumento favorito, adornado de joyeles de plata, cubierto de púrpura y de seda, enguirnaldado de flores y cubierto de perfumes; detrás, una muchedumbre de cortesanos y cortesanas que danzaban y reían ruidosamente; y al fin, un coro que cantaba versos obscenos. Era la respuesta de Boleslao a la exhortación episcopal.
Pero esta respuesta tuvo también su réplica: y fue que al día siguiente el animal apareció mutilado: las narices cortadas, afeada la boca, los morros, sangrientos. El dolor del rey no tenía límites. « ¿Dónde está ese perro?—gritaba, agitado por convulsiones de locura—. Tengo que acabar con él; tengo que cortar sus labios, su boca, sus orejas, sus mejillas, sus manos y sus piernas» En aquel momento decía misa Estanislao en una capilla dedicada a San Miguel que había en las afueras de la ciudad. No tardó en observar que en el exterior se alzaban choques de armas y gritos de gentes. Se dio cuenta del peligro, pero continuó la misa sin inmutarse. Como tardaba en salir, el rey mandó a algunos de sus caballeros que entrasen a perpetrar el crimen. Nadie se atrevió a obedecerle. Entonces, desenvainando su espada y profiriendo alaridos frenéticos, desapareció en el interior, dispuesto a realizar su venganza. Al poco tiempo volvió arrastrando de las piernas a su enemigo. « ¡Aquí le tenéis, cobardes!», dijo secamente. Estanislao era ya cadáver; su rostro estaba desfigurado, traspasado su corazón y sus narices mutiladas.
CARTA APOSTÓLICA
"RUTILANS AGMEN"
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL IX CENTENARIO
DE LA MUERTE DE SAN ESTANISLAO
A los venerables hermanos Stefan Wyszynski,
cardenal de la Santa Iglesia Romana,
arzobispo metropolitano de Gniezno y Varsovia;
Fanciszek Macharski, arzobispo metropolitano de Cracovia;
a los demás obispos y a toda la Iglesia de Polonia:
1. El brillante ejército de quienes sufrieron tormentos por la fe y por las virtudes cristianas, y fueron valientemente al encuentro de la muerte, solió infundir vigor y fortaleza a la Iglesia desde sus comienzos y durante el correr admirable de los siglos. Dice muy bien San Agustín: "Los mártires han llenado la tierra con la semilla de su sangre, y de esa semilla surgió la mies de la Iglesia. Dieron testimonio de Cristo con su muerte más que en vida. Hoy dan testimonio, hoy predican: calla la lengua, hablan los hechos" (Serm. 286, 4; PL 38, 1298). Parece que estas expresiones se pueden aplicar ahora con toda razón a la Iglesia de Polonia, puesto que también ella creció con sangre de mártires; entre los cuales ocupa el primer lugar San Estanislao, cuya vida y muerte gloriosa parecen hablar de modo apremiante.
En el mismo año, pues, en que la Iglesia allí establecida celebra el IX siglo, desde que el mismo San Estanislao, obispo de Cracovia, fue coronado con el martirio, no es posible que falte la palabra del Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro. Ciertamente este Jubileo es de suma importancia y está estrechamente vinculado a la historia de la Iglesia y de la nación polaca; pueblo que, durante más de mil años, tenía y cultivaba una relación íntima con esa misma Iglesia. Repetimos que no puede faltar la palabra del Papa, tanto más cuanto que, por arcano designio de Dios, ha sido elevado, como Supremo Pastor de la Iglesia, a la Cátedra de Pedro quien, hasta poca antes, había sido sucesor de San Estanislao en la sede episcopal de Cracovia. Es realmente admirable la oportunidad que se nos ofrece, al cumplirse el IX siglo de la muerte de San Estanislao, de escribir esta Carta que Nos mismo habíamos pedido a nuestro predecesor de gran renombre, Pablo VI, y después a su inmediato sucesor Juan Pablo I, que sólo ejerció el ministerio pontificio durante 33 días. Así, pues, hoy no sólo realizamos lo que, desempeñando el ministerio de arzobispo de Cracovia, pedimos insistentemente a nuestros dos predecesores en la Cátedra de Pedro, sino que también satisfacemos el peculiar deseo tan anhelado por nuestro corazón. ¿Quién podría haber pensado que, al acercarse ya las solemnidades indicadas para este Jubileo de San Estanislao, Nos mismo dejaríamos la sede episcopal de Cracovia, que ocupara este santo y, mediante el voto de los padres cardenales reunidos en Cónclave, pasáramos a la sede de Roma? ¿Quién podría haber imaginado que Nos actuaríamos, en los solemnes días de este jubileo, no como pater familias que dirigiese tales celebraciones, sino como huésped, que se traslada a la tierra de nuestros antepasados como primer Pontífice Romano originario de Polonia, y como primer Papa, en la historia, que visita esa misma tierra?
2. Según el calendario litúrgico de la Iglesia en Polonia, la festividad de San Estanislao, desde hace siglos, se conmemora el 8 de mayo. Pero la solemnidad externa en Cracovia se traslada al domingo próximo siguiente al día 8. Ese día sale la sagrada procesión del templo catedralicio, situado en la colina "Wavel", y se dirige a la iglesia de San Miguel en "Rupella", lugar en que, según la tradición, el obispo Estanislao fue martirizado en el pueblo de Szczepanow, por Boleslao el Audaz, durante la celebración eucarística.
Se ha determinado que este año las principales solemnidades en honor de San Estanislao, que al mismo tiempo revisten forma de jubileo, se aplazaran del primer domingo que sigue al 8 de mayo al espacio de tiempo comprendido entre los domingos de Pentecostés y de la Santísima Trinidad. Porque es muy grande la fuerza de este día de Pentecostés, en el que la Iglesia conmemora su origen en el Cenáculo de Jerusalén. Pues desde allí los Apóstoles, reunidos antes en oración con María Madre de Jesús (cf. Act 1, 14), salieron llenos de la fuerza que fue infundida en sus espíritus como don peculiar del Espíritu Santo. De allí salieron y fueron por el mundo para cumplir el mandato de Cristo: "Id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar cuanto yo os he mandado" (Mt 28, 19-20).
Del Cenáculo pentecostal salieron, pues, los Apóstoles. Igualmente salen de él, durante los siglos, sus sucesores. De allí salió también, en su época, San Estanislao del pueblo de Szczepanow, llevando también en su corazón el don de la fortaleza, para dar testimonio de la verdad del Evangelio hasta la efusión de su sangre. Aquella generación ciertamente, separada de nosotros por nueve siglos, fue la generación de nuestros mayores, que, como San Estanislao, su obispo en la sede de Cracovia, son huesos de nuestros huesos y sangre de nuestra sangre. Fue breve el tiempo en que ejerció su ministerio pastoral: desde 1072 a 1079, o sea, circunscrito a 7 años; pero sus frutos permanecen todavía. Realmente se cumplieron en él las palabras que Cristo dijo a los Apóstoles: "Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16).
3. Las solemnidades organizadas en honor de San Estanislao, a las que, después de nueve siglos, hemos comparado con el "Cenáculo pentecostal", gozan de un significado muy profundo. Pues del Cenáculo salieron los que, según el mandato de Cristo, fueron por todo el mundo "enseñando a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre v del Hijo y del Espíritu Santo" (cf. Mt 28, 19). En verdad la nación polaca fue lavada con el agua bautismal en nombre de la Santísima Trinidad el año 966. Así, pues, no mucho más de mil años se han cumplido desde que comenzó simultáneamente la historia de la Iglesia en Polonia y la de la misma nación.
Se ha de ensalzar ciertamente la fuerza que hay en el bautismo, es decir, en el sacramento por el que somos sepultados en la muerte de Cristo (cf. Col 2, 12), para ser hechos partícipes de su resurrección, de esa vida que el Hijo de Dios, hecho hombre, quiso que fuera la vida de nuestras almas. El comienzo de esta vida se contiene en el bautismo que, conferido en nombre de la Santísima Trinidad, da a los hijos del hombre "el poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1, 12) en el Espíritu Santo.
El milenario de aquel bautismo, que se celebró con gran solemnidad en Polonia el año 1966, como año dedicado a glorificar a la Santísima Trinidad, abarca también este Jubileo de San Estanislao. Pues, en realidad, los mismos santos que con su vida y su muerte se convirtieron en "ofrenda permanente" para Dios (cf. Plegaria eucarística III), se han de considerar como frutos más copiosos de este sacramento por el que cada hombre se consagra a Dios de manera peculiar (cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 44).
Al celebrar, pues, este año del Señor 1979, en la solemnidad de la Santísima Trinidad, la memoria del martirio de San Estanislao con fiestas solemnes, recordaremos también el bautismo, dado en nombre de la Santísima Trinidad, del que San Estanislao vino a ser como el primer fruto maduro de santidad. Después que Polonia fue impregnada por el baño salvífico de los cristianos, toda la nación deseó muchísimo y reconoció con gratitud en este santo de su mismo linaje el fruto de la nueva vida da la que él mismo fue hecho partícipe.
Todo esto nos impulsa como a insertar con veneración el cumplimiento del IX siglo del martirio de San Estanislao en el milenario del bautismo, que recibieron nuestros antepasados en el nombre del Padre y del Hija y del Espíritu Santo.
Para dar mayor importancia a esta veneración —por deseo de los obispos de Polonia— determinamos que la memoria de San Estanislao sea elevada al grado de memoria obligatoria en el calendario litúrgico de la Iglesia universal.
4. El culto que se ha dado a San Estanislao durante 9 siglos echó profundas raíces en la tierra polaca. Contribuyó mucho a aumentar esta veneración la canonización con la que nuestro predecesor el Papa Inocencio IV, decretó los honores de los santos para este egregio varón, en Asís, junto al sepulcro de San Francisco, el 8 de septiembre de 1253. ¡En profundas raíces, pues, se apoya su culto! Estas penetran toda la historia de la Iglesia en Polonia, aparecen en la vida misma de la nación y están unidas a su destino. No sólo las solemnes fiestas anuales testifican el culto a San Estanislao, sino también muchas diócesis, iglesias y parroquias dedicadas a él, dentro de la nación y más allá de sus fronteras. Pues adonde llegaban los hijos de la tierra polaca, allá llevaban el culto de su gran Patrono. Durante muchos siglos, San Estanislao habla sido el Patrono principal de Polonia, pero, por concesión de nuestro predecesor Juan XXIII, San Estanislao, juntamente con la Santísima Virgen María, Reina de Polonia y San Wojtecho Adalberto protege a esta nación con su celeste patrocinio. Por lo cual sucede que, en el corriente año, en que se celebra exactamente el IX siglo del martirio de San Estanislao, sus fiestas solemnes corresponden no sólo a Cracovia, sino también a Gniezno y a Monte Claro. Pues, durante casi mil años, al lado de San Estanislao, obispo de Cracovia, se colocaba a San Wojtecho Adalberto, cuyo cuerpo, destrozado por el martirio, siendo Rey Boleslao Magno, llamado Chrobry, fue sepultado en Gniezno. Ambos santos. Estanislao y Wojtecho Adalberto, juntamente con la Santísima Virgen María, Reina de Polonia y Madre de la Iglesia, protegen a la patria.
Los lugares relacionados con la vida y muerte de San Estanislao se veneran religiosamente: a este santo se le tributa piadoso culto principalmente en la iglesia catedral de Cracovia, sita en la colina "Wavel", y donde está su sepulcro, así como en el templo del lugar "Rupella" y en su pueblo natal Szczepanow, que actualmente pertenece a la diócesis de Tarnów. Son veneradas sus reliquias, especialmente la cabeza, que aún ahora presenta las huellas preclaras de las heridas mortales, infligidas hace nueve siglos. Los habitantes de la real ciudad y peregrinos piadosos de toda Polonia afluyen a venerar estas reliquias de la cabeza todos los años, para acompañarlas en solemne procesión por las calles de la ciudad de Cracovia. A esta sagrada procesión asistían, en siglos pasados, los Reyes de Polonia, sucesores de Boleslao el Audaz, que en el año 1079, como ya se ha dicho, quitó la vida a San Estanislao, y que, según la tradición, reconciliado con Dios, encontró la muerte fuera de la patria.
¿Acaso no encierra esto un peculiar significado? ¿Acaso no es prueba de que San Estanislao fue, durante siglos, fautor de la reconciliación por la que los ciudadanos de su misma nación, tanto los que ostentaban autoridad como los súbditos, alcanzasen el favor de Dios? ¿Acaso no insinúa esa unión espiritual de la que —gracias a su martirio— todos fueron hechos y continúan siendo partícipes? Esta es realmente la fuerza de la muerte, que, en virtud del sacramento del bautismo, se inserta profundamente en la resurrección de Cristo, en su verdad, en su amor: "Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).
5. ¡San Estanislao, Patrono de los polacos! ¡Con cuánta emoción pronuncia estas palabras el Romano Pontífice, que estaba unido durante tantos años de su vida y ministerio episcopal a este Patrono y a toda la tradición de este Santo! Que, además, le interesaron tanto todos los estudios que, en este siglo y en el siglo pasado, no cesaron de ocupar talentos sobre el tema de los sucesos y circunstancias que, 900 años antes, movieron a perpetrar aquel crimen. Estos estudios presentan el hecho en sí, que recoge la historia, y al mismo varón preclarísimo que es todavía como una fuente de hechos, experiencias, verdades, que tienen vigencia perpetua y gran trascendencia para la vida del hombre, de la nación, de la Iglesia.
Por lo tanto, apoyados en esta peculiar "vitalidad" de San Estanislao, Patrono de los polacos —al recordar el IX siglo del testimonio que dio con su vida y con su muerte—, es necesario que presentemos a Dios uno en la Trinidad, por medio de la Madre de Cristo y de la Iglesia, cuanto constituyó y constituye continuamente la magnífica herencia, que la historia de la salvación unió al año 1079 en la tierra polaca. Esta es evidentemente herencia de fe, esperanza y caridad, que da razón plena y propia a la vida del hombre y de la sociedad. Es herencia de firmeza y fortaleza para confesar la verdad, que manifiesta la grandeza del espíritu humano. Es herencia de solicitud por la salvación y el bien espiritual y temporal del prójimo, o sea, de los ciudadanos de la misma nación y de todos, a quienes debemos servir con perseverancia firme. Es también herencia de libertad que se pone de manifiesto en el mismo servicio y entrega, hecha por amor. Es, finalmente, la admirable tradición de unión y de unidad, para cuya realización en la historia de los polacos —como demuestran los hechos— tanto contribuyeron San Estanislao, su muerte, su culto y sobre todo su canonización.
La Iglesia en Polonia conmemora anualmente esta herencia. Recuerda todos los años a la excelsa tradición de San Estanislao, que viene a ser un patrimonio singular del alma polaca. En este año del Señor 1979, la Iglesia en Polonia, por circunstancias especiales, quiere evocar de nuevo esta herencia; desea profundizar en ella y después sacar las consecuencias para la vida cotidiana; desea prepararse una ayuda para luchar contra los abatimientos, vicios, pecados, principalmente contra los que obstaculizan más el bien de los polacos y de Polonia; desea vehementemente robustecer con nuevas defensas la fe y la esperanza del destino futuro, para cumplir su misión, y del servicio para dedicarse a la salvación de cada uno y de todos.
Nos, Juan Pablo II, oriundo de Polonia, nos asociamos de corazón a estos deseos, a estas ardientes peticiones de los corazones, que nos llegan de la patria; y mientras la gran importancia de este jubileo hace vibrar nuestro espíritu, os darnos la bendición apostólica a vosotros venerables hermanos, a los demás obispos de Polonia, sacerdotes, religiosos y fieles con todo amor.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 8 de mayo de 1979, primer año de nuestro pontificado.
JOANNES PAULUS PP. II
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otros santos 11 de abril:
- Santa Gemma Galgani
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