Fue el séptimo de ocho hijos fruto del matrimonio de Enrique Argemir, por dos veces consejero de la ciudad, y Montserrat Margarita Mitjana, padres de Miguel, supieron labrar un hogar reciamente cristiano y ejemplar. Al aire de la salmodia mariana con la recitación del oficio parvo y el rosario en familia, y el canto solemne de las Completas los sábados en la iglesia de la Rotonda, donde padre e hijo reemplazaban a los sacerdotes cuando el rigor de la estación o los achaques de la edad les impedían asistir. La estima de la castidad se adelantó a la razón, pues, sin contar los seis años, en el convento de madres dominicas hace voto a los pies de la Virgen de guardarla siempre. Voto que renovará poco después ante la imagen de Nuestra Señora de la Guía. Yendo con sus hermanos a una viña de su padre, se desnudó y tendió sobre unos espinos, por amor de Dios y por imitar a San Francisco.
Miguel es un eremita frustrado. A la edad de dieciséis años se retiró a una caverna para hacer penitencia. Como a tres leguas del lugar se alza el Monseny, montaña solitaria santificada según se dice por San Segismundo, rey de Borgoña. Con soledad, penitencia, oración y silencio piensa levantar una muralla que defienda su virginidad. Alma contemplativa, sabe interpretar el lenguaje de Dios en el campo callado, en la torrentera clamorosa, en la cresta bañada de luz. Con una vida austera y penitente “acompañará mejor al Señor en su Pasión y expiará los excesos de los pecadores”. De los pecadores, por los que, desde niño —depone su hermana Magdalena en el proceso—, “rezaba diariamente una oración y no podía terminar sin llorar copiosamente”. las dos veces, y hubo de reintegrarse a la casa paterna esconder un manojo de sarmientos y una piedra que utiliza cada noche como jergón y cabezal. Su padre quiso casarle una virtuosa doncella. Miguel le presentó tales razones para disuadirle, que no sólo no le impidió seguir su género de vida, sino que le permitió dedicarse a la vida de oración.
Quiso ingresar en los franciscanos; pero era demasiado pequeño y rechazaron su petición. A los 12 años le reciben en Barcelona los trinitarios ) calzados. Como era rigorista y exigente consigo mismo, encontraba la regla demasiado cómoda y blanda para él. Consultó entonces con un religioso trinitario descalzo, y habiendo sabido que en la Reforma se observaba la primitiva regla, partió a Pamplona, donde el 30 septiembre de 1607 el beato Juan Bautista de la Concepción, su fundador, le dio el hábito descalzo, llamándose desde entonces Fray Miguel de los Santos, acababa de cumplir los 16 años. De Pamplona fue a Madrid, y por varios motivos hizo su profesión en Alcalá de Henares (29 de enero de 1609). Recibió el orden sacerdotal por obediencia. Ayunaba con rigor, y sólo los jueves y domingos comía pan y bebía agua una vez al día. Pronto se reveló como inteligente y muy aficionado al estudio, destinándosele a Salamanca, en cuya Universidad completó su formación científica y espiritual.
Estudiaba en la universidad de Salamanca. El maestro Antolínez explicaba el tratado de la Encarnación, y el comentario teológico recaía sobre la gratitud que debemos los hombres a la sangre de Cristo. Fray Miguel da tres saltos y se mantiene como un cuarto de hora elevado en el aula. Se hace un silencio denso, impresionante. El maestro, cruzando los brazos, comenta: “Cuando un alma está muy llena del amor de Dios difícilmente puede esconderlo”. Desde aquel día profesores y alumnos acuden a él con problemas de espíritu.
Ruidoso también, y en Salamanca, el éxtasis de Carnaval. Dolorido por los excesos de tales fiestas, improvisó una procesión que, saliendo del convento de los trinitarios, se concentró en la plaza de San Juan. Allí el padre Marcos predicó sobre la vanidad del mundo. Fray Miguel cayó en éxtasis, que impresionó y entusiasmó tanto a la muchedumbre, que le llevó en brazos a la próxima iglesia, sintiéndose tocados los oyentes de compunción y prometiendo hacer confesión general de sus pecados. Fray Miguel, tan honrado por Dios y por los hombres, se mantiene, sin embargo, comprensivo y no pierde de vista la tierra y los prójimos. En carta a sus hermanos les suplica “que no se olviden, por amor de Dios, de Jacinto (el hermano menor) y miren mucho por él, porque, según he entendido, han mirado poco, de lo cual he tenido harta pena”.
Posteriormente recorre las casas de su orden en Madrid, Zaragoza, Baeza, Sevilla y Valladolid, causando admiración su vida ejemplar.
Durante su estancia en Baeza dos religiosos poco edificantes se dieron maña para hacer llegar al provincial de la Orden una acusación tan grave como falsa. La maniobra triunfó y a fray Miguel le costó diez meses de prisión. Los amigos le rogaban que se defendiera. “Eso toca a Dios —respondía—. A mí toca conformarme con su voluntad”. Al fin se hizo la luz y fray Miguel fue el mejor defensor de sus acusadores.
La misa de San Miguel llegaba después de una doble preparación: espiritual, por la oración, y corporal, por el ayuno y penitencia. No solía gastar menos de una hora. Los oyentes se enfervorizaban. Aquellos momentos largos, morosos, con los brazos extendidos, terminaban frecuentemente arrancando su cuerpo de la tierra y dejando entrever en el rostro la alegría del espíritu. Al volver en sí, las acometidas del amor eran en ocasiones tan fuertes que, víctima de la misma enfermedad, gemía con la esposa del Cantar: “Confortadme con pasas, recreadme con manzanas, que desfallezco de amor”. Otro tanto sucedía orando ante el Santísimo u oyendo hablar del amor de Dios. Para acrecentar el amor predicaba con suavidad perfumada sobre la Eucaristía, la gloria del cielo y el amor de Dios. Las conversaciones pregonaban la fuerza de sus razonamientos. Otro tanto sucedía en el confesionario o a la cabecera de los enfermos. Los acontecimientos hicieron el mejor panegírico de su competencia como superior, de su prudencia como consejero y su acierto como director de almas.
Por obediencia aceptó el cargo de superior. En 1 de Abril de 1615 se sintió enfermo y, recibido el Santo Viático, En la alborada del 10 de abril de 1625 dormía su último sueño en Valladolid, de cuyo convento era superior, a los treinta y tres años de edad, en Valladolid, donde se venera hoy su cuerpo.
En 1742 Benedicto XIV firmó el Decreto de sus virtudes. Beatificado por Pío VI en 1779, canonizado por Pío IX en 1862.
(fuentes: oracióndelhuerto.es; moimunanblog.wordpress.com)
otros santos 10 de abril:
- Santa Magdalena de Canossa
- San Miguel de los Santos
- San Fulberto de Chartres
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