Hay vidas de vidas en el santoral católico, vidas que simplemente dejan asombrado a cualquiera. No basta admirarlas ni es suficiente tenerles una gran devoción. A veces repasar su epopeya tan personal y frecuentemente anónima, invita es a amarlas con todo el corazón. La beata María Luisa Trichet fue una de ellas.
Citarla como cofundadora de la obra religiosa de San Luis María Grignión de Montfort ya sería suficiente para reconocerle la dimensión espiritual que la enaltece. Testimoniar que todavía hoy en pleno siglo XXI, descreído y egoísta, su Congregación sigue en pie de lucha desenvolviendo un apostolado titánico en la educación y entre enfermos, complementaría ya el aprecio y la valoración suficientes para reconocer que su fundadora vela todavía por la obra y santifica a sus hijas espirituales.
Nació en una familia acomodada y prestante hacia 1684. Atractiva y bien educada no solamente de modales sino de formación cristiana. Francesa hasta la médula, catequizó en una región sumamente católica que pagaría en sangre el precio de su fidelidad a la religión durante la Revolución Francesa y el régimen de Napoleón: La Vandée. Allí los campesinos que habían sido beneficiados con el apostolado de San Luis de Montfort y de María Luisa abnegadamente entregada a los enfermos de su tiempo, se levantarían en defensa del rey y de la monarquía aunque estos no supieran valorar ese gesto de lealtad, irrebatible consecuencia del trabajo espiritual de esta pareja de santos. Cuando se conocieron en el pestilente hospital de Potiers ella tenía 19 años y san Luis era ya un desconcertante y varonil individuo de recién cumplidos 30, con notable fama de gran predicador y confesor en la región.
De una obra de caridad a la conformación de una comunidad religiosa
Bien pronto la joven, que se había propuesto como obra diaria de caridad ir a ayudar un poco durante el día a los enfermos del hospital, encontró que el capellán era un joven sacerdote excepcional y valiente de la pequeña nobleza bretona, celoso predicador sobre todo de la devoción a María. De ir dos o tres veces a la semana pasó a hacerlo casi todos los días, hasta que uno de ellos le comunicó a su familia que se iría a vivir al hospital.
La respuesta fue que sin duda no era cosa de ella, que eso era idea del sacerdote aquel que la iba a terminar volviendo loca. El sacerdote ya había alborotado la ciudad con su elocuente prédica ardiente y elevada, con sus modales finos pero firmes, con su celo por la gloria de Dios y de María. El mismo clero de la localidad se estaba sintiendo "zarandeado".
Como no había donde instalarla, el propio San Luis Grignión intentó que la dirección del hospital la nombrara Gobernanta lo que no se consiguió. Entonces ella se ideó para que fuera recibida como pobre insolvente y la ubicaran en una habitación de precariedad deprimente. Allí comenzó su epopeya. Comenzó con el dolor de tener que ver partir a San Luis apenas unos meses después de ella haber iniciado su apostolado consagrado en el hospital, pero no se desanimó. Años enteros sola y apenas recibiendo cartas de san Luis Grignión para alimentarla espiritualmente fueron dando poco a poco resultados que se manifestaron en el reconocimiento que todo mundo hacía de la caridad de esta joven mujer y en la llegada de dos compañeras que se le unirían al duro y frecuentemente ingrato trabajo de velar por enfermos y ancianos que maltrataban a sus samaritanas.
Para completar San Luis fallece prematuramente con apenas 43 años de edad de manera repentina, dejando en la absoluta orfandad una obra que era incluso mal vista por un sector del alto clero de la región, que había recibido descomedidas referencias del misionero desde el propio París, para el cual Montfort era algo atípico. Sin embargo tuvo que haber habido mucha fe y dedicación abnegada en María Luisa Trichet para que la obra se mantuviera y creciera como la tenemos todavía hoy día en más de 20 países, con el estandarte en alto y el invaluable patrimonio moral de haber dejado 33 religiosas mártires en la Revolución Francesa. Al momento de su muerte María Luisa, de 75 años de edad cumplidos en 1759, dejaba 175 hermanas profesas y 35 casas establecidas con muchas postulantes y novicias.
escrito por Antonio Borda
(fuente: gaudiumpress.org)
(fuente: gaudiumpress.org)
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