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domingo, 31 de marzo de 2013

31 de marzo: San Benjamín, mártir

Etimológicamente significa “hijo del sur”. Viene de la lengua hebrea.

Los cristianos de Persia, por fin, les tocó vivir al menos más de medio siglo en la paz que anhelaban. Pero Adbas, que era obispo de Ctesifón, se imaginó que se dirigía a incendiar un templo pagano.

Este sueño o imaginación volvió loco al rey Yezdigerd y un tanto enfurecido. No se podía creer que un prelado hubiera perdido la cabeza de ese modo. Por eso solía decir que Cristo no espera nada de sus discípulos.

Benjamín, que era todavía diácono – paso anterior al sacerdocio – lo envió a la prisión. Era un joven de un gran celo apostólico en bien de los demás. Hablaba con fluida elocuencia.

Incluso había logrado muchas conversiones entre los sacerdotes de Zaratustra. Los años que pasó en la cárcel le sirvieron para pensar, orar, meditar y escribir.

En estas circunstancias llegó a la ciudad un embajador del emperador bizantino y lo puso en libertad. Y le dijo el rey Yezdigerd: "Te digo que tú no has tenido culpa alguna en el incendio del templo y no tienes que lamentarte de nada". ¿No me harán nada los magos?, preguntó el rey al embajador. No, tranquilo. No convertirá a nadie, añadió el embajador. Sin embargo, desde que lo pusieron en libertad, Benjamín comenzó con mayor brío e ímpetu su trabajo apostólico y convirtió a muchos magos haciéndoles ver que algún día brillará en sus ojos y en su alma la luz verdadera.

De no ser así –decía – yo mismo sufriré el castigo que el Señor reserva a los seguidores que no sacan a relucir los talentos que él les ha dado.

Esta vez no quiso intervenir el embajador. Pero poco después, el rey lo encarceló de nuevo y mandó que le dieran castigos hasta la muerte.

Los cristianos siempre han sufrido y siguen sufriendo persecuciones porque cuando se habla del Evangelio con rectitud y en verdad, aparte de las creencias en ídolos o no, hay políticos que no aguantan las verdades.

Murió mártir en el 425.

(fuente: www.donbosco.es)

sábado, 30 de marzo de 2013

30 de marzo: San Juan Climaco

Etimológicamente significan: Juan = “Dios es misericordia y Clímaco = escala”. Vienen de la lengua hebrea.

Los padres son muchas veces la clave del futuro “feliz” de sus hijos. Cuando su labor es educadora, orientadora y no represiva o antojadiza, entonces el hijo elige la vocación para la que se siente llamado, dejando aparte el afán de hoy día de que vale quien gana más dinero.

Cuando vino al mundo en Palestina, había una vocación muy querida en aquel tiempo: la vida de eremita en el desierto. Con las armas de su ilusión joven en el corazón y sus anhelos de perfección espiritual, se marchó a Clímaco, lugar que está en pleno monte Sinaí.

Tenía tan sólo 15 años y, sin embargo, todo aparecía ante sus ojos tan radiante como el día. Se pasó 10 años con los monjes, destacando por su santidad y su virtud. No obstante, Dios lo llamaba por otros derroteros. En el desierto de Tola, a dos kilómetros del santuario que mandó construir el emperador Justiniano, encontró más reposo, paz y tranquilidad para sus ansias de escalar la perfección lo antes posible.

Y, en una pequeña ermita que él mismo se fabricó, vivió la friolera de 40 años. Tuvo que soportar con amor la visita de mucha gente que, atraída por sus dotes y maravillas, iba a visitarlo con frecuencia.

Tenía tiempo para atender a esta gente y, además, para escribir libros. Gracias a ellos, se le conoce como el ángel del desierto. Muchos le rogaban que escribiese un libro sobre la forma de conquistar la santidad. Entonces él, iluminado por Dios, escribió el libro "Escala espiritual".

En él hace un estudio precioso sobre los 30 escalones mediante los cuales la persona puede lograr la perfección. El mismo Papa Gregorio Magno se encomendaba a sus oraciones.

Todos los autores de aquellos tiempos le llamaban "el doctor del desierto" por su atinada espiritualidad. Murió a los 74 años en el 605.

(fuente: www.donbosco.es)

viernes, 29 de marzo de 2013

29 de marzo: Santa Gladys, Reina de Gales

Etimológicamente: Gladys = lirio, gladiolo”. Viene de la lengua galesa.

Gladys nació en Gales en el siglo V. Era la mayor de los 24 hijos de Brychan de Brecknock, esposa de san Gundleus, y madre de los santos Cadoc y, posiblemente de Keyna.

Gladys llevó una vida muy interesante. Se dice que después de su conversión por el ejemplo y la exhortación de su hijo, ella y Gundleus vivieron una vida austera.

Adquirieron la costumbre de tomar baños de noche en Usk, seguidos de un buen paseo.

Su hijo los convenció para que pusieran fin a esa práctica y que se separaran.

Gladys se fue a Pencanau en Bassaleg. Los detalles de esta historia provienen del siglo XII.

Incluye milagros que tuvieron lugar en tiempos de san Eduardo el Confesor y Guillermo I.

También se cuenta que los primeros años de su matrimonio no fueron muy ejemplares que digamos.

Tuvo que ser su hijo que les convenciera para que se corrigieran de sus defectos.

A ruegos de su hijo, se marchó a llevar una vida de eremita en el lugar llamado hoy Stow, en donde hay una iglesia levantada a san Wooloo.

A raíz de que la mujer se fuera de eremita, el marido hizo otro tanto.


San Gundleus (Gundleius o Gwynnllyw), Rey de Gales

Vivió a finales del siglo sexto. Él era el hijo mayor del rey Glywys Cernyw y heredó la porción principal del este del Reino, en la frontera Gwent.

Gwynllyw se enamoró de la princesa Gladys, la hija mayor de su vecino, el rey Brychan Brycheiniog. Envió emisarios pidiendo su mano en matrimonio, pero Brychan los despidieron. Así Gwynllyw decidió que tomaría Gladys por la fuerza. Con trescientos hombres para que le ayuden, hizo una audaz incursión en Brycheiniog y se llevaron su amor. Brychan le persiguieron hasta Fochriw donde los dos fueron abordados por su el Rey. Impresionado por la belleza Gladys, el Rey sintió la tentación de tomarla para sí mismo, pero sus compañeros lo convencieron para desistir.

Gwynllyw era un rey guerrero conocido por vivir según su propia ley. Tiempo después, Gwynllyw tuvo un sueño en el cual el Dios apareció y le dijo que iba a encontrar un valioso buey blanco en Stow Hill. Después de haber encontrado la bestia al día siguiente, el Rey quedó tan impresionado que le permitió a su hijo San Cadog que se convierta al cristianismo. Luego fundó la Iglesia de Santa María (Catedral de San Woolos, Newport) cuando el buey fue encontrado.

Gwynllyw después se casó con la hermana Gwladys, Ceingar, y se convirtió en padre de San Cynidr de Glasbury. El rey murió el 29 de marzo AD 523 y fue enterrado en su iglesia. Fue a partir de entonces venerado como un santo.

(fuentes: es.catholic.net, www.earlybritishkingdoms.com)

jueves, 28 de marzo de 2013

28 de marzo: San José Sebastián Pelczar, frutos de una íntima relación con Dios

Madrid, 28 de marzo de 2013 (Zenit.org) Nació el 17 de enero del 1842 en Korczyna, Polonia. Sus padres tuvieron muy en cuenta sus grandes cualidades para el estudio, haciendo posible que recibiese esmerada formación. Todo ello sin descuidar su educación en la fe. Espiritualmente, muy pronto descubrió que deseaba seguir a Cristo. Aún no había terminado la primera fase de su preparación académica y ya anotó en su diario: «Los ideales de la tierra palidecen, el ideal de la vida lo veo en el sacrificio y el ideal del sacrificio en el sacerdocio». Eligió esta vía sin pensar que tal decisión implicaría asumir íntimas renuncias. En 1860 inició los estudios eclesiásticos en el seminario de Przemyśl; cuatro años más tarde era sacerdote. Puso en manos de Jesús y de María su acontecer humano, espiritual y apostólico, y se dispuso a cumplir la voluntad divina bajo esta consigna: «Todo por el sacratísimo Corazón de Jesús, a través de las manos inmaculadas de la Santísima Virgen María». Primeramente fue vicario parroquial de Sambor. Pero no se podían desperdiciar sus grandes dotes intelectuales. Por ello, fue enviado a Roma para cursar estudios que simultaneó en dos universidades, la Gregoriana, entonces Collegium Romanum, y la Lateranense, que en esa época era Instituto de san Apolinar. Fueron dos intensos años de dedicación que luego le permitieron impartir clases en el seminario de Przemyśl y en la universidad Jagellónica de Cracovia.

Se doctoró en teología y en derecho canónico. Entre sus méritos académicos se halla haber sido decano de la facultad de teología, que se ocupó de renovar, vicerrector de la universidad y rector del Almae Matris de Cracovia. Es obvio que su labor recibía alta estima. Pero la tarea universitaria fundamentalmente fue para él otro instrumento apostólico que le permitió acercarse a docentes y alumnos. Realizó con ellos una gran labor en los veintidós años de actividad profesional. En su ejercicio pastoral tuvo siempre presentes las necesidades de los demás que encauzó con su ingente labor caritativo-social. Colaboró con distintas asociaciones educativas católicas. Fue presidente de la Asociación de la educación popular y formaba parte de la Asociación de san Vicente de Paúl. Además, impulsó «La Fraternidad de la Inmaculada Virgen María, Reina de Polonia». A través de ella daba cobijo a trabajadores, pobres, alcohólicos, emigrantes, huérfanos, empleadas domésticas, en particular las que se hallaban en paro, y enfermas, para las que abrió una escuela, etc. Impartió numerosas conferencias y distribuyó entre la gente gratuitamente miles de obras. También a él se debe la existencia de un nutrido número de bibliotecas y salas de lectura. Es obvio que supo aunar su labor científica y académica con la acción apostólica.

Fue un insigne predicador y confesor. Todo en él fue un afán de adecuar su vida a la voluntad divina: «El acuerdo con la voluntad de Dios trae una paz inquebrantable. ¿Qué puede inquietar al que todo lo recibe con alegría, sabiendo que todo proviene de la voluntad de Dios llena de amor?». Su austeridad y espíritu de entrega le instaba a repartir sus bienes entre los necesitados, pero siempre mirando a esa frontera del amor a todos en Cristo, sin la cual nada tiene sentido. Tuvo claro el cariz espiritual de su compromiso apostólico: «No basta dar dinero a los pobres. El dinero no tiene ojos, labios, ni corazón. El dinero no hablará, no consolará, no aconsejará. Mientras que el pobre necesita el consuelo, alivio, consejo y esperanza. La verdadera prueba del amor y misericordia para con los pobres es visitarlos» […]. «Servir a Dios es nuestra tarea principal. Tarea más importante frente a la cual todo lo demás es nada». Su devoción al Sagrado Corazón de Jesús le llevó a fundar en 1894, junto a la Madre Klara Szczesna, la Congregación de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús. Tenían como objetivo los jóvenes, enfermos y los que precisasen cualquier tipo de ayuda. Humilde y con el sentido de indignidad que acompaña a los genuinos discípulos de Cristo, pasado el tiempo manifestó: «Que Dios me perdone este atrevimiento, porque hasta hoy, fundadores eran las personas santas, pero lo que me justifica son las circunstancias en las cuales he visto claramente la voluntad de Dios».

En 1899 fue nombrado obispo auxiliar y un año más tarde prelado titular de la diócesis de Przemyśl. No desperdició ningún momento de su tiempo. Sabía del valor de la oración y su repercusión en la vida espiritual y apostólica. Es la característica comúnmente compartida por todos los que alcanzaron la santidad. En la oración se plantearon las grandes cuitas de su existencia, suplicaron la conversión personal y pidieron ardientemente la gracia de saber tocar el corazón de las gentes para llevarlas a Cristo. Fue uno de los manjares que gustaron junto a la Eucaristía, nutriéndose a la par con la Palabra de Dios. Sebastián no fue una excepción. Uno de los testigos de su fecunda vida sintetizó con estas palabras lo que había aprendido de él: «Las personas laboriosas, especialmente las que pasan más tiempo en la intimidad con Dios que con los hombres, tienen tiempo para todo». Este es otro fruto de la oración: la multiplicación del mismo de una forma sorprendente. No hay más que ver las biografías de los santos con trayectorias tan intensas como insólitamente creativas. Pelczcar, cuyo lema fue: «Todo para el único Dios», escribió numerosas cartas pastorales, impartió charlas y homilías que encadenó junto a obras teológicas, históricas, textos sobre la ley canónica, manuales y devocionarios. Viendo su quehacer en conjunto está claro que una gracia tuvo que dilatar sus horas. Murió la madrugada del 28 de marzo de 1924. Fue beatificado por Juan Pablo II el 2 de junio del 1991. No había sido un teórico de la vida espiritual, sino un fidelísimo seguidor de Cristo. Por eso, el pontífice dijo en la ceremonia: «He aquí un hombre que no solamente decía ‘Señor, Señor’ sino que cumplía la voluntad de Dios». Él mismo lo canonizó el 18 de mayo de 2003.

(28 de marzo de 2013)
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miércoles, 27 de marzo de 2013

27 de marzo: Beato Francisco Faà di Bruno

Madrid, 27 de marzo de 2013 (Zenit.org) Mucho se ha escrito y disertado acerca del vínculo entre razón y fe, religión y ciencia o similares, bien para subrayar un antagonismo entre ambas disciplinas o defender las líneas fronterizas que comparten. De las implicaciones que conlleva la radical disociación que algunos establecen entre ellas, asunto que contiene matices de gran calado, no cabe hablar en un santoral. Sin embargo, cuando se trata de la vida de este beato, la relación entre ciencia y espiritualidad emerge con una fuerza poderosísima. Invita a no soslayar este tema. Con su privilegiada mente y un corazón henchido de amor por Dios puso de manifiesto algo que no convendría olvidar. Que el mismo ser humano que domina las técnicas experimentales, es decir, el que se implica en la ciencia siendo artífice de la misma, igualmente percibe una serie de cruciales vivencias que, si bien no pueden ser verificadas con los métodos utilizados por aquélla, forman parte de la realidad. Su explicación hay que buscarla a un nivel distinto del laboratorio. Pero no desmerecen en absoluto el rango científico aunque tengan un sesgo diferente a éste, como ha puesto de relieve F. Rielo. Francisco fue objeto de discriminación por ciertos colegas cargados de prejuicios. Juzgaron poco menos que imposible que un hombre de Dios, que confesaba abiertamente la fe, a pesar de ser políglota, dominar diversas ciencias, inventor, brillante investigador, escritor, etc., pudiera tener el rigor intelectual que únicamente apreciaban en los no creyentes. Así que hicieron todo lo posible para que se le cerraran las puertas académicas.

Nació en Alessandria, Piamonte, Italia, el 29 de marzo de 1825. Era el último de doce hermanos. Sus padres, el marqués Ludovico Faà de Bruno y la noble Carolina Sappa proporcionaron a todos una excelente educación. Francisco tenía grandes cualidades e inclinación singular por las matemáticas, disciplina que estudió con verdadera satisfacción. En el colegio de los padres somascos en el que ingresó en 1834, una vez fallecida su madre, recibió formación durante cuatro años. Y en 1840 emprendió la carrera militar en Turín. Cuando el rey Víctor Manuel II le encomendó la educación de sus hijos viajó a París, lo cual le permitió completar estudios matemáticos. La corte, con su ambiente plagado de anticlericalismo, le desagradó; no encajaba con su sensibilidad espiritual. En París tuvo como maestro al católico Cauchy, y al codescubridor del planeta Neptuno, profesor Leverrier. Por otro lado, su asidua presencia en la iglesia de San Sulpicio propició su implicación en las Conferencias de San Vicente de Paúl, y le dio la oportunidad de conocer a su fundador Federico Ozanam. Prestó servicios en el cuerpo de ingenieros del ejército italiano, y obtuvo el grado de capitán.

Uno de los trabajos que le encomendaron, una vez liberado de su responsabilidad de preceptor de los hijos del monarca, tuvo que ver con la cartografía, para lo cual fue enviado a los Apeninos. Allí se retiró definitivamente del ejército en 1853 eludiendo un duelo al que le empujaban sin desearlo. Tres años más tarde, en París se doctoraba en ciencias matemáticas. En 1856 obtenía este grado en astronomía en la prestigiosa universidad de la Sorbona. En esa época sus esfuerzos por vincular fe y ciencia eran notables. Después, regresó a Turín y ejerció la docencia universitaria. Impartió matemáticas por indicación de su obispo, y tuvo la magnífica visión de transmitir a sus alumnos la profunda convicción que le animó. Aunando la fe con la ciencia, les hacía ver que ésta no se opone a la fe sino que la ilumina. Plasmó sus investigaciones en artículos escritos en francés, inglés y alemán. En total cuarenta que fueron publicados en las revistas científicas de Europa y América más influyentes y rigurosas que había en el mundo. Algo que no se halla a la mano de cualquiera. Su existencia estuvo signada por la idea de no perder jamás el tiempo, «ni un minuto». Leía, estudiaba, se interesaba por todas las ramas del saber y los avances técnicos. No era cuestión de simple inquietud o afán de hacer acopio de valiosa información. Francisco aplicaba lo que aprendía para mejorar las condiciones de vida de su tiempo. Y de hecho, inventó aparatos para la enseñanza de las ciencias físico-matemáticas y hasta un escritorio para ciegos con objeto de ayudar a una de sus hermanas. Compositor de melodías sagradas y autor de algunos libros de este cariz, fue también benefactor de los pobres a través de la Sociedad de San Vicente de Paúl; realizó constantes obras de caridad.

A él se debe la fundación en 1860 de la «Obra de Santa Zita» para la promoción de la mujer, a la que seguirían otras. En octubre de 1876, a sus 51 años de edad, se ordenó sacerdote en Turín, dando respuesta a un sentimiento espiritual. En su decisión pesó el consejo de Don Bosco que vio en ello un bien para su fundación. Ofició su primera misa en la Iglesia de Nuestra Señora del Sufragio de la localidad de San Donato, ideada y erigida por él. La construcción había comenzado en 1869 y justamente ese año de su ordenación concluyeron las obras. En 1881 fundó la congregación de las Hermanas Mínimas de Nuestra Señora del Sufragio dedicada a la oración por las almas del Purgatorio, y las Hijas de Santa Clara para jóvenes discapacitadas. Este emporio contenía escuelas, laboratorio, enfermería, pensionado, liceo científico, etc. Había lugar para la infancia y juventud abandonada, madres solteras, ancianos, enfermos, inválidos... Incluso adquirió en Benevello de Alba un castillo con el fin de predicar retiros espirituales, destinándolo a descanso veraniego de pensionistas y a impartir clases a niños del lugar. Fue alentado y bendecido por Pío IX, al que acudió ya que tuvo serias dificultades con el arzobispo de Turín. Murió el 27 de marzo de 1888. Previamente legó a esta ciudad la excelente biblioteca científica que había reunido. Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988.

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martes, 26 de marzo de 2013

26 de marzo: Beata Magdalena Catalina Morano, del aula a los altares

(Zenit.org) Nació en Chieri, Turín, el 15 de noviembre de 1847. Francisco, su padre, procedía de una notable familia que desconocía las penalidades económicas por hallarse bien situada gracias a sus prósperos negocios. Al casarse con Catalina, que no era de la misma posición social, fue desheredado. Se ganó la vida con el comercio y la chatarra. Era el precio de un amor que se mantuvo intacto entre el matrimonio, en cuyo seno nacerían ocho hijos –Magdalena fue la sexta–, de los cuales perecieron cinco. Buscando el bienestar para su familia participó como voluntario en la guerra de la independencia y siete años más tarde falleció a causa de una pulmonía. La situación en la que quedaron su esposa e hijos era lamentable. Y más cuando murió la primogénita. Magdalena tenía 8 años. Conmovida por el pesar de su madre, se ofreció a ayudarla y abandonó su educación escolar. Reemplazó a su hermana en el telar contribuyendo al sostenimiento de la familia, hasta que gracias a la generosidad de un primo de su madre que les pasó una asignación pudo regresar al colegio.

Después de recibir la primera comunión comenzó a dar signos de una peculiar cualidad para la docencia. Lo advirtió su profesora Rosa Girola, que fomentaba su responsabilidad en el aula. Barajada la opción de ser profesora, antes de cumplir los 15 años le llegó su oportunidad en la escuela de Buttigliera impulsada por el párroco. Superó los exámenes y se integró en la plantilla laboral. Continuó preparándose y escalando nuevos peldaños. A los 19 años se trasladó a Montaldo Turinés para hacerse cargo del centro escolar. Su vida docente estuvo marcada por el reconocimiento que suscitaba su acertado enfoque pedagógico. Era significativa la gran empatía que supo crear entre alumnos y familiares. Pero alguna vez experimentó el desarraigo y crítica de las gentes, como le sucedió inicialmente en Montaldo. Empleaba siempre una táctica que no le falló: su desinteresada entrega a los niños; así se los ganaba a todos. Íntimamente estaba dando gigantescos pasos cotidianos en su unión con Cristo. Ya estaba larvada en ella la convicción que expresaría años más tarde: «Ante el tribunal de Dios se rendirá cuenta del bien que, pudiéndolo, no hayamos hecho».

Su director espiritual, el párroco de la localidad, podía constatar su generosidad así como el desvelo con el que atendía a la parroquia. Comprometida con diversas asociaciones, solía ayudar económicamente a los menos pudientes. Siempre tuvo tiempo para visitar a los enfermos. La recepción de la Eucaristía iba transformándola. La proximidad evangélica de la caridad tuvo una de sus expresiones cabales en ella cuando se volcó en proporcionar a su madre la casa que jamás pudo soñar. Una vez ejercido ese acto filial, lleno de ternura, que tanta satisfacción debió producirle, se encaminó a la vida religiosa. Había rebasado la edad para ingresar en el noviciado, hecho que tuvieron en cuenta tanto las Hijas de la Caridad como las dominicas, y ambas la rechazaron. Hallándose en Turín se entrevistó con Don Bosco, que vio en su presencia un signo del cielo que le enviaba directamente una nueva vocación. Costó mucho a los ciudadanos de Montaldo separarse de su querida maestra con la que se habían encariñado a lo largo de doce años. Pero ella partía como salesiana a Mornés felicísima de centrarse en el seguimiento de Cristo de forma exclusiva. Sus emociones irían quedando plasmadas en entrañables y enriquecedoras notas: «No busques la paz verdadera en la tierra, sino en el cielo, no en las criaturas, sino solo en Dios». «Todo pasa. Nos espera el paraíso». «¿Te molesta ir a aquel trabajo, aquella obediencia, aquella deferencia? Piensa quién es el que te manda, piensa en quién te espera».

A los 31 años, edad que tenía en ese momento, se hallaba en el ecuador de su vida; aún daría muchos frutos. Una de las sorpresas que recibió en Mornés fue constatar que, sin saberlo, llevaba dieciséis años compartiendo con Don Bosco el mismo sistema educativo dirigido a los jóvenes. No abandonó el aula. Como salesiana impartió clases en Nizza. Y pocos años después de haber profesado, en 1881 fue enviada a Trecastagni, Sicilia, para iniciar una fundación que fue fecundísima. Acogieron a niñas huérfanas y pobres. Pero luego su labor educativa se extendió a las que eran pudientes contando con alumnas internas y externas. Realizaron una labor catequética que reportó numerosas bendiciones. Internado, escuelas, colegios, oratorios... Las religiosas siempre secundaron la acción edificante de Magdalena que se ocupó de todo: estuvo al frente de los centros como directora y profesora. Fue catequista, maestra de novicias, portera, lavandera, trabajó en la cocina, etc. Nada se le resistió. En la comunidad que presidía se vivía el fraternal espíritu evangélico de servicio y asistencia mutua. Supo ser servidora antes que nada. Tuvo presentes las palabras de la madre Mazzarello: «Amémosle a Jesús! Trabajemos solo por Él, sin miramiento alguno para con nosotras mismas. Tengamos ánimo: ¡Aquí lloramos, en el paraíso reiremos!». Después de dejar una nutrida comunidad de jóvenes vocaciones, partió a Turín con la alta responsabilidad de dirigir la casa. No duró mucho allí porque la sobrecarga de otras hermanas que físicamente estaban mermadas requerían su presencia de nuevo en Sicilia. Permaneció al frente de las fundaciones de la isla dieciocho años, multiplicándolas. Enfermó a finales de 1900. Un destructivo cáncer de intestino le provocaba tales dolores que los médicos pensaban que debería haber enloquecido. Pero ella hacía gala de una delicadeza ejemplar rubricada en una serena sonrisa, aunque el mal iba mordiendo su vida, arrebatándosela con grandes dentelladas. «Jesús sufrió más que yo», decía. Y el 26 de marzo de 1908, en medio de terribles sufrimientos y casi sin calmantes –apenas podían hallarse en la época–, murió en Catania diciendo: «¡Jesús, no me abandones! ¡Todo como lo quieras tú!». Juan Pablo II la beatificó el 5 de noviembre de 1994.

(26 de marzo de 2013) © Innovative Media Inc.

lunes, 25 de marzo de 2013

25 de marzo: Santa Lucía Filippini, impulsora de las Maestras Pías

Madrid, 25 de marzo de 2013 (Zenit.org) Nació en Corneto, Tarquinia, Italia, el 13 de enero de 1672. Fue la última de cinco hijos que nacieron en el seno de una acomodada familia compuesta por Felipe y Magdalena Picchi-Falzacappa, ambos emparentados con los obispos de Montefiascone y Corneto, y el cardenal Falzacappa, respectivamente. Pero Lucía apenas pudo disfrutar de sus padres. En los primeros años de vida perdió a los dos. Y las benedictinas de santa Lucía de Corneto se ocuparon de ella por expreso deseo de su familia materna a cuyo cuidado había quedado. Esta etapa de formación discurrió sin contratiempos. Su conducta era apreciada por las religiosas que constataban su inteligencia y virtud, todo lo cual hizo que en su entorno depositaran en ella grandes esperanzas. Era muy joven cuando se percataron de las cualidades que poseía para dedicarse a la docencia. Además, los niños acogían sus enseñanzas catequéticas con verdadero entusiasmo. Fue de gran ayuda para el vicario parroquial.

A los 16 años tuvo un encuentro providencial con el cardenal Marcantonio Barbarigo que pasó por Tarquinia. Seguramente conversó también con el sacerdote que la conocía bien. Y entre la buena impresión que le causaría ver los dones con los que había sido agraciada la joven y el juicio del párroco, no dudó en proponerle el ingreso con las clarisas de Montefiascone quienes iban a completar su formación. En la mente del cardenal bullían interesantes proyectos que estaban ya en marcha y en los que pensaba implicarla. A su debido tiempo le hizo partícipe de sus sueños que consistían en su vinculación con un entramado académico orientado a proporcionar educación católica a niñas pobres en diversos puntos de Italia. La fascinante noticia –envuelta como todo ideal en grandes sueños que se forjan sin pensar inicialmente en las dificultades porque surgen con el espíritu de su factibilidad, y más cuando los guía un afán apostólico que descansa en la confianza en Dios– impresionó a Lucía. Porque es verdad que ella tenía muy buenos contactos entre las personas relevantes de su ciudad natal y de otras circundantes, simplemente por razones de cuna, y podía utilizar su influencia para promover el proyecto. Pero se le hacía un mundo acoger una labor que creía excedía a sus fuerzas. Sin embargo, el cardenal no se dejó convencer. Persistió en su empeño y ella le secundó generosamente, ya que, encontrándose perfectamente incardinada en la comunidad religiosa de clarisas en la que había ingresado en 1668, se ofreció a abandonarla dispuesta a emprender el camino de incertidumbre que Mons. Barbarigo le proponía.

Además, se daba la circunstancia de que en Montefiascone se encontró con Rosa Venerini. Y como ésta era adalid del cardenal, que la tenía en alta estima, Lucía no se sintió sola. Por indicación de Barbarigo, Rosa ya trabajaba en la fundación de la red educativa gratuita dirigida a niñas y conformada por profesoras laicas. Las muchachas que no tenían medios económicos, o adolecían de una familia que pudiera hacerse cargo de ellas, encontraron en las escuelas todo lo que precisaban para su desarrollo integral. Ya preparadas serían puntales para la familia y su acción repercutiría en la sociedad. Esas escuelas fueron un referente importante en las zonas rurales. Precisamente en ese momento en el que Rosa y Lucía se conocieron, aquélla estaba promoviendo los centros por distintos lugares y formando a las maestras que debían hacerse cargo de la labor. En 1694 Rosa partió a Viterbo. Y Lucía quedó al frente de la fundación de Montefiascone. Tras la muerte del cardenal en 1706, ésta siguió extendiendo la obra por otras diócesis. Contaba con el apoyo de los Píos Operarios, que cumplían la voluntad de Barbarigo quien les rogó que le prestaran ayuda. En 1707, por indicación de Clemente XI, Lucía fundó en Roma y se ocupó de dirigir el orfanato femenino.

Pero la situación se fue tornando cada vez más difícil para ella que se vio obligada a afrontar muchos contratiempos. La influencia de los Píos Operarios interviniendo en las líneas iniciales trazadas por Rosa Venerini, y a las que dieron una orientación diametralmente opuesta, suscitaron grandes recelos y salpicaron a Lucía. Las prácticas de los Píos Operarios se hallaban bajo sospecha de cierto quietismo. Y la santa, a su pesar, se vio enredada en una maraña en la que no tuvo ni arte ni parte, pero que culminó con la dolorosa separación de Rosa ese año de 1707. Ésta la reemplazó en la dirección de los centros de Roma, de los que Lucía fue apartada, y regresó a Montefiascone. Sin embargo, las divergencias persistieron tanto en el fondo como en la forma de aplicar la pedagogía en estas escuelas. Además, ya estaba en marcha la congregación de Maestras Pías Filippini a las que dio definitivo espaldarazo el cardenal Barbarigo. Ello le había permitido a Lucía gestionar los centros de Roma. Y es que tal como se habían planteado las cosas, de otro modo no hubiera podido actuar libremente fuera de Montefiascone porque el cardenal no quería que saliesen de la diócesis de Viterbo. Es decir, que al final era como si hubiese dos fundaciones, al frente de las cuales se hallaban cada una de ellas. Y si bien compartían similares objetivos desde su inicio, dependían de los ordinarios de cada lugar. Con lo cual, en medio de tanto embrollo, Lucía acudió al pontífice para que mediase y cesasen los problemas surgidos. Quería sacar adelante la obra que había impulsado con tanto esfuerzo, y lo consiguió. Cuatro décadas estuvo al frente de la misma, junto a las Maestras Pías que llevaban su nombre, dejando 28 escuelas fundadas que después de morir ella siguieron multiplicándose. Sufrió mucho en el alma y en el cuerpo. Falleció por causa de un cáncer a los 60 años el 25 de marzo de 1732. Pío XI la canonizó el 22 de junio de 1930. Sus restos se veneran en la catedral de Montefiascone. Rosa había muerto el 7 de mayo de 1728, y fue canonizada el 15 de octubre de 2006 por Juan Pablo II.

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domingo, 24 de marzo de 2013

24 de marzo: Beato Diego José de Cádiz, apóstol de la Misericordia

José Francisco López-Caamaño y García Pérez nació en Cádiz el 30 de marzo de 1743. Pertenecía a una ilustre familia. Su madre murió cuando él tenía 9 años y se estableció en la localidad gaditana de Grazalema con su padre. Cursó estudios con los dominicos de Ronda, Málaga. Pero a los 15 años eligió a los capuchinos de Sevilla, venciendo su rechazo a la vida religiosa, y a esta Orden en particular, para tomar el hábito y nombre con el que iba a ser encumbrado a los altares. Dejando atrás la cierta aversión inicial al compromiso que estableció, años más tarde, al referirse retrospectivamente a su vocación se aprecia cuánto había cambiado. Puede que ni recordase el peso de sus emociones de adolescente cuando escribió: «Todo mi afán era ser capuchino, para ser misionero y santo».

En 1766 fue ordenado sacerdote. Le acompañaba único anhelo: alcanzar la santidad. Quería ser un gran apóstol sin excluir el martirio. Y dejó constancia de ello: «¡Qué ansias de ser santo, para con la oración aplacar a Dios y sostener a la Iglesia santa! ¡Qué deseo de salir al público, para, a cara descubierta, hacer frente a los libertinos!... ¡Qué ardor para derramar mi sangre en defensa de lo que hasta ahora hemos creído!». Pero el camino de la santidad generalmente Dios no se lo pone fácil a sus hijos. Durante unos años las oscilaciones en su vida espiritual fueron habituales, hasta que sufrió una radical transformación con la gracia de Cristo. Ello no le libró de experiencias que suelen presentarse en el itinerario que conduce a la unión con la Santísima Trinidad. Pasó por contradicciones y oscuridades. Fueron frecuentes sus luchas contra las tentaciones de la carne y tuvo que combatir brotes de apatía en el cumplimiento de su misión, entre otras muchas debilidades que afrontó y superó. Nadie, solo Dios, sabía de las pugnas interiores de este gran apóstol, cuya entrañabilidad y peculiar sentido del humor era especialmente apreciado en las distancias cortas.

Desde 1771 y durante treínta años su actividad en misiones populares se extendió por casi toda la geografía española. Sus grandes dotes de oratoria y elocuencia pasadas por la oración obraban prodigios en las gentes a través una predicación de la que se ha subrayado, además de su rigor, la sencillez y dignidad. Su contribución fue inestimable en un período marcado por el regalismo y el jansenismo que estaban en su apogeo. Como tantas veces sucede al juzgar a mentes preclaras, y más con la hondura de vida del beato, las valoraciones no son siempre benevolentes. Cuando únicamente se examinan sus pasos desde un punto de vista racional, apelando a un análisis histórico frecuentemente cargado de prejuicios, como algunos críticos han hecho, queda en la penumbra lo esencial: su grandeza espiritual y excepcionales cualidades puestas al servicio de la fe y de la Iglesia en momentos de indudable dificultad. Tratando de la oratoria religiosa, el gran Menéndez y Pelayo lo situó detrás de san Vicente Ferrer y de san Juan de Ávila. Y es que Diego José promovía una profunda renovación espiritual en su auditorio. Llegó a predicar en la corte. Sus palabras tuvieron gran influjo en la vida pública y también en la religiosa. Junto con la instrucción doctrinal que proporcionaba, impartía conferencias a hombres, mujeres y niños de toda condición social. Les alentaba con la celebración de la penitencia y el rezo público del Santo Rosario. Suscitaba emociones por igual en plebeyos, clérigos e intelectuales. Su fama le precedía y la muchedumbre que se citaba para oírle no cabía en las grandes catedrales. Tenía que hablar al aire libre durante varias horas, a veces, a cuarenta y hasta a sesenta mil personas, que le consideraban un «enviado de Dios».

Ese imponente despliegue de multitudes que acudían a él enfervorecidas pone de manifiesto que los integrantes de la vida santa han sido los verdaderos artífices de las redes sociales. Un entramado de seguidores con alta sensibilidad –que muchos hoy día querrían para sí–, supieron identificar la grandeza de Dios que rezuma una belleza inigualable en las palabras de este insigne apóstol. Fueron tres décadas de intensa dedicación llevando con singular celo la fe más allá de los confines de Andalucía en los que era bien conocido. Aranjuez, Madrid, poblaciones de Toledo y de Ciudad Real, Aragón, Levante, Extremadura, Galicia, Asturias, León, Salamanca, incluso Portugal y otras, fueron recorridas a pie por este incansable peregrino que impregnó con la fuerza de su voz, avalada por una virtuosísima vida, el corazón de las gentes. Una gran mayoría en su época lo consideró un «nuevo san Pablo». Penitencia y oración continua fueron sus armas apostólicas, mientras su cuerpo se estremecía bajo un rústico cilicio. Si hubiera contado con los medios y técnicas que existen en la actualidad sus conquistas para Cristo superarían lo imaginable.

Era un gran devoto de María bajo la advocación de la Divina Aurora, de la que fue encendido defensor. Fue agraciado con carismas extraordinarios como el don de profecía y numerosos milagros que efectuaba con su proverbial sentido del humor y el gracejo andaluz que poseía. Su correspondencia epistolar, sermones, obras ascéticas y devocionales son incontables. Se le ha conocido como el «apóstol de la misericordia». Murió en Ronda el 24 de marzo de 1801 cuando se hallaba en un proceso ante la Inquisición donde fue llevado por quienes no supieron identificar en él al santo que fue. Le cubrieron con penosos signos de ingratitud que desembocaron en una injusta y humillante persecución. Por encima de los ciegos juicios humanos Dios ya le había reservado la gloria eterna. Fue beatificado por León XIII el 22 de abril de 1894.

(24 de marzo de 2013) © Innovative Media Inc.

sábado, 23 de marzo de 2013

23 de marzo: San Toribio de Mogrovejo

Etimológicamente significa “ tumultuoso”. Viene de la lengua griega.

Vino al mundo en la bella ciudad de Astorga en el año 1538. Al terminar sus estudios secundarios, marchó a la universidad de Salamanca para emprender su carrera de Derecho canónico.

Tras cumplir fielmente con su deber de estudiante, le quedaba aún tiempo para entregarse en llevar una vida de cristiano acorde con su fe.

Se cuenta en su biografía que una prostituta entró en su habitación para ponerlo a prueba. El, en lugar de enfadarse y armar la bronca, le habló con cortesía y buenas formas.

Pero ella seguía empecinada en conseguir su objetivo. El joven, cansado y malhumorado, cogió un tizón encendido y la puso de pies en la calle.

Cuando terminó su carrera universitaria, hizo un viaje como peregrino a Santiago de Compostela. Llevaba ya en su mente y corazón la idea de hacerse sacerdote.

Y una vez ordenado, su espíritu de altos vuelos lo encaminó a Lima como misionero. Todo el torrente tumultuoso que albergaba en su interior, fue encontrando salida sana mediante la entrega a la predicación de la Palabra de Dios. En 1581, fue nombrado obispo de la sede de la capital del Perú tras la muerte de su arzobispo. Tal era su celo pastoral que convocó un concilio diocesano y otros sínodos siguiendo las directrices que había marcado el Concilio de Trento. Sus decretos fueron tan aleccionadores y tan adelantados de cara al futuro, que todavía hoy rigen a las Iglesias latinoamericanas. Analizando su trabajo, aparecen notas pastorales sumamente claras: el anhelo de reformar las costumbres, la construcción de colegios y el mantenimiento de los monasterios, lugares de paz y oración Simultaneaba su servicio a la diócesis desde el despacho y haciendo frecuentes visitas a cada parroquia. Hay algo muy interesante: introdujo la imprenta en Perú con fines educativos, culturales y pastorales. El primer libro que imprimió- como le ocurriera a su inventor Guttenberg -, fue la Doctrina Católica, que fue el primer libro en América Latina.

El Papa Bonifacio XIII lo declaró santo. Murió en 1606.

viernes, 22 de marzo de 2013

22 de marzo: Santa Catalina de Suecia

Etimológicamente significa “pura, casta”. Viene de la lengua griega.

Nació en 1338 y murió en 1381. Cuando en casa hay una buena familia, se le da una educación excelente a sus hijos. Santa Brígida, su madre, tenía las ideas muy claras acerca de la educación de su hija en la virtud cristiana. Y su padre, el príncipe Ufón, no solamente no se opuso a lo que hacía su mujer, sino que él mismo participaba activamente en esta educación en valores.

Cuando ya fue mayorcita, la llevaron a la abadesa del monasterio para que completara su educación humana, cultural y religiosa. Todo el mundo admiraba su extraordinaria belleza física.

El padre le insinuó con todo respeto que contrajera matrimonio con un joven de la alta alcurnia. Ella, sin embargo, en contra de la corriente normal que el mundo le ofrecía, decidió vivir en perpetua virginidad.

Pero tantas fueron las insistencias del padre que, al final, accedió a contraer matrimonio con el caballero Etghardo. Este, conociéndola bien, le permitió vivir su castidad. Los santos son así.

En una ocasión, fueron como peregrinos a Asís. Los días y los caminos, en aquel tiempo, eran difíciles y muy largos. Era una noche oscura. Tuvieron que cobijarse en una casita de la mala muerte. Y, estando en ella, fueron asaltados pro unos maleantes.

En medio de la oscuridad anhelaban ver sus rostros. Al no lograrlo, comenzaron a insultarles. Entonces, en lugar de volver insulto por insulto, se pusieron a rezar. Y he aquí que, de pronto, avanzan unos soldados desconocidos y los libran de los peligros.

Tanto en casa como en los viajes, Brígida acompañó a su hija.

¿Qué hacían de especial y llamativo para la gente? Algo que caracteriza a los santos y a las personas de buena voluntad. Visitaban a menudo los hospitales, hacían obras de caridad y curaban enfermos sin la menor repugnancia. Un hecho particular. En una visita a Roma las aguas del río Tíber se desbordaron estrepitosamente. Era una inundación que entrañaba mucho peligro. Catalina entró en oración, y al poco tiempo bajaron las aguas de su alto cauce.

La muerte de su madre le afectó mucho. A su vuelta a Suecia, buscó un lugar de paz en el monasterio de Wadstein, en el que llegó a ser abadesa. A su muerte fueron obispos, abadesas y personalidades de Suecia, Noruega y Dinamarca.

(fuente: www.donbosco.es)

jueves, 21 de marzo de 2013

21 de marzo: Santa María Francisca de las Llagas

En Nápoles, de la Campania, santa María Francisca de las Llagas de Nuestro Señor Jesucristo (Ana María) Gallo, virgen de la Tercera Orden Regular de San Francisco, que soportó muchas y continuas pruebas, mostrando gran paciencia, penitencia y amor a Dios y a las almas.

Bárbara Basinsin, la madre de nuestra santa, sufrió mucho antes de darla a luz, debido a los malos tratos de su iracundo marido y a una serie de sueños espantosos que tuvo. Para consolarse, abrió su corazón al franciscano san Juan José de la Cruz y al jesuita Francisco de Jerónimo. Ambos santos la reconfortaron y profetizaron la santidad de la niña que estaba por nacer. Vio ésta la luz en Nápoles, en 1715 y fue bautizada con los nombres de Ana María Rosa Nicolasa. Cuando Ana tenía dieciséis años, su padre, Francisco Gallo, intentó casarla con un pretendiente de buena familia que estaba enamorado de la belleza y virtud de la joven. Pero Ana, que había determinado ya consagrarse a Cristo, desafió la cólera de su padre y se negó a contraer matrimonio. Dejándose llevar de su carácter brutal, Francisco Gallo golpeó a su hija y la encerró en su habitación a pan y agua. La joven aprovechó con gran gozo esa ocasión de sufrir por Dios. Entre tanto, su madre hacía cuanto podía por persuadir a su marido a que permitiese a la joven seguir su vocación e ingresar en la tercera orden de San Francisco. Para ello mandó llamar a un fraile de la observancia, llamado Teófilo, quien logró hacer ver a Francisco que su conducta era injusta y poco razonable, de suerte que éste desistió de obligar a su hija a contraer matrimonio.

El 8 de septiembre de 1731, Ana tomó el hábito de la tercera orden en la iglesia de los franciscanos de la reforma alcantarina, en Nápoles. En prueba de su devoción a la Pasión de Cristo, tomó el nombre de María Francisca de las Cinco Llagas. Según se acostumbraba entonces, la joven vivió en su casa, entregada a la piedad y el trabajo. Durante los últimos treinta y ocho años de su existencia, fue ama de casa de un sacerdote secular llamado Juan Pessiri. La hermana Francisca María se vio sujeta a una serie de fenómenos místicos extraordinarios.

Cuando rezaba el Viacrucis, especialmente los viernes de cuaresma, sufría los diferentes dolores de la Pasión del Señor: la agonía del huerto, la flagelación, la coronación de espinas, etc. Cada semana se veía sometida a una tortura diferente, en el mismo orden en que las sufrió Cristo y, el último viernes de cuaresma, entraba en un trance semejante a la muerte. También se cuenta que tenía grabados en su carne los estigmas de la Pasión. Pero los fenómenos más extraordinarios estaban relacionados con la comunión, que recibía diariamente con permiso de su confesor. Se cuenta que en tres ocasiones la hostia voló a posarse en los labios de la santa; una vez se escapó de las manos del sacerdote en el momento en que éste recitaba el «Agnus Dei», otra vez voló desde el copón y, en la tercera ocasión, voló la partícula que el sacerdote se disponía a depositar en el cáliz durante la misa. Por otra parte, el barnabita Francisco Javier Bianchi dio testimonio de otros milagros aún más sorprendentes, relacionados con la Preciosa Sangre. En la Navidad de 1741, María Francisca llegó a las alturas del matrimonio místico. Hallábase orando ante el nacimiento y le pareció que el Niño Jesús extendía la mano y le decía: «Esta noche serás mi esposa». Tal experiencia le produjo una ceguera que duró hasta el día siguiente. Las visiones y éxtasis de la santa eran tan frecuentes que sería imposible enumerarlos.

A los sufrimientos que mencionamos arriba, se añadían la mala salud y la pena que le causaban su padre y otros miembros de su familia con su actitud agresiva. Como si ello no fuese suficiente, la hermana María Francisca se imponía severas penitencias y pedía a Dios que le permitiese compartir las penas de las almas del purgatorio (también pedía por su padre cuando murió) y las de sus vecinos enfermos. Un día, el confesor de la santa le dijo que él se preguntaba algunas veces si «había realmente almas en el purgatorio, dada la cantidad de penitencias que María Francisca hacía por ellas». Se cuenta que los muertos se aparecieron a la santa en varias ocasiones para pedirle que orase por ellos. María Francisca confesó al P. Cayetano Laviosa, provincial de los teatinos, que había sufrido en su vida cuanto podía sufrir. Los sacerdotes, los religiosos y los laicos acudían a ella en busca de ayuda y consejo. En cierta ocasión, dijo la santa a fray Pedro Bautista, franciscano de la reforma alcantarina: «Tened cuidado de no fomentar los celos entre vuestras penitentes. Nosotras, las mujeres, somos muy inclinadas a ello, como lo sé por propia experiencia. Yo me vi atacada de celos, pero doy gracias a Dios de que mi confesor se haya portado como se portó, ya que me ordenó que me confesase después de todos los otros penitentes y, cuando me acercaba yo al confesonario, me decía bruscamente: 'Id a comulgar'. Entonces el diablo me metió en la cabeza la idea de que mi confesor no me apreciaba y de que no se daba cuenta de lo que me hacían sufrir mi padre y mis hermanas cuando volvía yo a casa de la iglesia. Pero lo que más me angustiaba eran los comentarios de las vecinas, porque me confesaba yo con demasiada frecuencia. Os cuento esto para que seáis amable y bondadoso y también para que sepáis tratar con cierta severidad a quienes lo necesitan».

Santa María Francisca vivió hasta el principio de la Revolución Francesa y predijo claramente el desarrollo general de los acontecimientos. Más de una vez dijo: «Lo único que veo son desastres en el presente y desastres todavía mayores en el porvenir. Pido a Dios que no permita que yo los presencie». Dios la llamó a sí el 6 de octubre de 1791. Fue sepultada en la iglesia de Santa Lucía del Monte, en Nápoles. La santa había prometido a san Francisco Javier Bianchi que se le aparecería tres días antes de la muerte de éste y así lo hizo, el 28 de enero de 1815. Fue canonizada en 1867.

Poco después de la muerte de la santa, el P. Laviosa, que la había conocido personalmente, publicó una breve biografía que, corregida y aumentada, fue publicada de nuevo en 1866, con motivo de la canonización, que tuvo lugar al año siguiente; llevaba por título Vita di Santa Maria Francesca delle Cinque Piaghe di Gesú Cristo. L. Montella publicó otra biografía en 1866. Acerca de los fenómenos místicos, cf. H. Thurston, The Physical Phenomena of Mysticism (1952).

extraido de «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
(fuente: www.eltestigofiel.org)

miércoles, 20 de marzo de 2013

20 de marzo: San Daniel, Profeta

Daniel significa: "Dios es mi juez".

Los datos acerca de este santo los sabemos por el libro de Daniel, en la S. Biblia.

Pertenecía a una familia importante de Jerusalem. Era muy inteligente y estudioso y de agradable presencia. Cuando el rey Nabucodonosor invadió a Jerusalem se lo llevó prisionero a Babilonia junto con otros jóvenes. Al darse cuenta de las cualidades de este adolescente, Nabucodonosor lo hace instruir en todas las ciencias políticas y sociales de su país.

Siendo este profeta todavía muy joven, unos jueces quisieron hacer pecar a una mujer casada y como ella no aceptó las infames pretensiones de ellos, la calumniaron inventando que la habían visto pecar con un joven. La gente creyó la calumnia y la llevaban para matarla a pedradas, cuando apareció Daniel. Llamó a los dos jueces y los interrogó uno por uno, por separado, y les preguntó: "¿Dónde estaba Susana cuando ella cometió la falta?" Uno respondió: "Debajo de una acacia". Y el otro dijo: "Debajo de una encina." Entonces Daniel les dijo: "Ustedes estaban acostumbrados a hacer pecar a mujeres sin fe y sin valor, pero ahora se encontraron a una mujer que cree y es valiente. Su hermosura los sedujo y creyeron poder hacer que ella ofendiera a Dios, pero no lo lograron. Ahora tendrán el pago de su delito". Y el pueblo condenó a muerte a estos dos impuros calumniadores y alabó a Dios por la sabiduría que le había concedido a Daniel.

Los enemigos de la religión acusaron a Daniel porque tres veces cada día se arrodillaba en la azotea de su casa a adorar y rezar a Dios. En castigo fue echado al foso donde había leones sin comer. Pero Dios hizo el milagro de que los leones no lo atacaran, y esto hizo que el rey creyera en el verdadero Dios.

El joven se abstenía de tomar bebidas alcohólicas y de consumir alimentos prohibidos por la Ley de Moisés, y Dios en cambio le concedió una inmensa sabiduría, con la cual logró escalar los más altos puestos de gobierno hasta llegar a ser primer ministro bajo los gobiernos de Nabucodonosor, Baltasar, Darío y Ciro. A su gran sabiduría, a su habilidad para gobernar y a su santidad debe él que a pesar de los cambios de gobierno lograra conservar su cargo durante el reinado de cuatro reyes.

Daniel recibió de Dios la gracia de revelar sueños y visiones. Soñó Nabucodonosor que estaba viendo una estatua inmensa con cabeza de oro, pecho de plata, piernas de hierro y pies de barro y que una piedrecita se desprendía del monte e iba creciendo hasta llegar y chocar con la estatua y volverla polvo. Y Daniel le explicó que este sueño significaba que vendrían varios reinos en el mundo, uno muy rico, como de oro, otro menos rico, como de plata, y un tercero muy fuerte como de hierro y otro más débil como de barro, y que la verdadera religión, que al principio sería muy pequeña, iría creciendo hasta lograr dominar todos los reinos. Esto se ha cumplido con la religión de Cristo que empezó siendo tan pequeñita y ahora está extendida por todo el mundo y es más poderosa que cualquier reino de la tierra.

Dios anunció que al rey Nabucodonosor por haber cometido maldades y ser orgulloso, lo iba a volver loco. Nabucodonosor le pidió a Daniel que le rogara a Dios que le cambiara el castigo por alguna obra buena, y el Señor le dijo que para librarse de los castigos tenía que dar limosnas a los pobres.

El rey Baltasar cometió el pecado de emplear los cálices sagrados del altar de Dios para tomar licor en una fiesta, y estando en esto apareció una mano misteriosa que escribía tres palabras en la pared: Mene, Tequel, Uparsin. El rey se asustó mucho y el profeta Daniel le explicó: "Mene significa pesado. Es que Dios ha pesado sus obras y han resultado faltas de peso para recibir premios. Tequel significa medido. Dios midió sus obras y no dan la medida para recibir gloria. Uparsin significa dividido. Es que su reino será dividido y pasado a otros".

Y esa misma noche llegaron los enemigos del reino y mataron a Baltasar y dividieron su reino y lo pasaron a los persas.

Daniel fue un profeta tan estimado que pudo corregir a los mismos jefes de gobierno de su tiempo y sus correcciones fueron recibidas con buena voluntad. Ante el pueblo apareció siempre como un hombre iluminado por Dios y de una conducta ejemplar y como un creyente de una profunda piedad y devoción.

(fuente: www.ewtn.com)

martes, 19 de marzo de 2013

19 de marzo: San José

José significa "Dios me ayuda".

De San José únicamente sabemos los datos históricos que San Mateo y San Lucas nos narran en el Evangelio. Su más grande honor es que Dios le confió sus dos más preciosos tesoros: Jesús y María. San Mateo nos dice que era descendiente de la familia de David.

Una muy antigua tradición dice que l9 de Marzo sucedió la muerte de nuestro santo y el paso de su alma de la tierra al cielo.

Los santos que más han propagado la devoción a San José han sido: San Vicente Ferrer, Santa Brígida, San Bernardino de Siena (que escribió en su honor muy hermosos sermones) y San Francisco de Sales, que predicó muchas veces recomendando la devoción al santo Patriarca. Pero sobre todo, la que más propagó su devoción fue Santa Teresa, que fue curada por él de una terrible enfermedad que la tenía casi paralizada, enfermedad que ya era considerada incurable. Le rezó con fe a San José y obtuvo de manera maravillosa su curación. En adelante esta santa ya no dejó nunca de recomendar a las gentes que se encomendaran a él. Y repetía: "Otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo". Hacia el final de su vida, la mística fundadora decía: "Durante 40 años, cada año en la fiesta de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán que grandes frutos van a conseguir". Y es de notar que a todos los conventos que fundó Santa Teresa les puso por patrono a San José.

San Mateo narra que San José se había comprometido en ceremonia pública a casarse con la Virgen María. Pero que luego al darse cuenta de que Ella estaba esperando un hijo sin haber vivido juntos los dos, y no entendiendo aquel misterio, en vez de denunciarla como infiel, dispuso abandonarla en secreto e irse a otro pueblo a vivir. Y dice el evangelio que su determinación de no denunciarla, se debió a que "José era un hombre justo", un verdadero santo. Este es un enorme elogio que le hace la Sagrada Escritura. En la Biblia, "ser justo" es lo mejor que un hombre puede ser.

Nuestro santo tuvo unos sueños muy impresionantes, en los cuales recibió importantísimos mensajes del cielo.

En su primer sueño, en Nazaret, un ángel le contó que el hijo que iba a tener María era obra del Espíritu Santo y que podía casarse tranquilamente con Ella, que era totalmente fiel. Tranquilizando con ese mensaje, José celebró sus bodas. La leyenda cuenta que doce jóvenes pretendían casarse con María, y que cada uno llevaba en su mano un bastón de madera muy seca. Y que en el momento en que María debía escoger entre los 12, he aquí que el bastón que José llevaba milagrosamente floreció. Por eso pintan a este santo con un bastón florecido en su mano.

En su segundo sueño en Belén, un ángel le comunicó que Herodes buscaba al Niño Jesús para matarlo, y que debía salir huyendo a Egipto. José se levantó a medianoche y con María y el Niño se fue hacia Egipto.

En su tercer sueño en Egipto, el ángel le comunicó que ya había muerto Herodes y que podían volver a Israel. Entonces José, su esposa y el Niño volvieron a Nazaret.

La Iglesia Católica venera mucho los cinco grandes dolores o penas que tuvo este santo, pero a cada dolor o sufrimiento le corresponde una inmensa alegría que Nuestro Señor le envió.

El primer dolor: Ver nacer al Niño Jesús en una pobrísima cueva en Belén, y no lograr conseguir ni siquiera una casita pobre para el nacimiento. A este dolor correspondió la alegría de ver y oír a los ángeles pastores llegar a adorar al Divino Niño, y luego recibir la visita de los Magos de oriente con oro, incienso y mirra.

El segundo dolor: El día de la Presentación del Niño en el Templo, al oír al profeta Simeón anunciar que Jesús sería causa de división y que muchos irían en su contra y que por esa causa, un puñal de dolor atravesaría el corazón de María. A este sufrimiento correspondió la alegría de oír al profeta anunciar que Jesús sería la luz que iluminaría a todas las naciones, y la gloria del pueblo de Israel.

El tercer dolor: La huida a Egipto. Tener que huir por entre esos desiertos a 40 grados de temperatura, y sin sombras ni agua, y con el Niño recién nacido. A este sufrimiento le correspondió la alegría de ser muy bien recibido por sus paisanos en Egipto y el gozo de ver crecer tan santo y hermoso al Divino Niño.

El cuarto dolor: La pérdida del Niño Jesús en el Templo y la angustia de estar buscándolo por tres días. A este sufrimiento le siguió la alegría de encontrarlo sano y salvo y de tenerlo en sus casa hasta los 30 años y verlo crecer en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres.

El quinto dolor: La separación de Jesús y de María al llegarle la hora de morir. Pero a este sufrimiento le siguió la alegría, la paz y el consuelo de morir acompañado de los dos seres más santos de la tierra. Por eso invocamos a San José como Patrono de la Buena Muerte, porque tuvo la muerte más dichosa que un ser humano pueda desear: acompañado y consolado por Jesús y María.

Es un caso excepcional en la Biblia: un santo al que no se le escucha ni una sola palabra. No es que haya sido uno de esos seres que no hablaban nada, pero seguramente fue un hombre que cumplió aquel mandato del profeta antiguo: "Sean pocas tus palabras". Quizás Dios ha permitido que de tan grande amigo del Señor no se conserve ni una sola palabra, para enseñarnos a amar también nosotros en silencio. "San José, Patrono de la Vida interior, enséñanos a orar, a sufrir y a callar".

Un dato curioso: Desde que el Papa Pío Nono declaró en 1870 a San José como Patrono Universal de la Iglesia, todos los Pontífices que ha tenido la Iglesia Católica desde esa fecha, han sido santos. Buen regalo de San José.

Santa Teresa repetía: "Parece que Jesucristo quiere demostrar que así como San José lo trató tan sumamente bien a El en esta tierra, El le concede ahora en el cielo todo lo que le pida para nosotros. Pido a todos que hagan la prueba y se darán cuenta de cuán ventajoso es ser devotos de este santo Patriarca".

"Yo no conozco persona que le haya rezado con fe y perseverancia a San José, y que no se haya vuelto más virtuosa y más progresista en santidad".

(fuente: www.ewtn.com)

lunes, 18 de marzo de 2013

18 de marzo: Cirilo de Jerusalén, Obispo y Doctor de la Iglesia

Queridos hermanos y hermanas:

Nuestra atención se concentra hoy en san Cirilo de Jerusalén. En su vida se entrecruzan dos dimensiones: por una parte, la solicitud pastoral; y, por otra, la implicación, a su pesar, en las intensas controversias que afligían entonces a la Iglesia de Oriente.

San Cirilo, nacido alrededor del año 315 en Jerusalén o en sus cercanías, recibió una óptima formación literaria, que constituyó la base de su cultura eclesiástica, centrada en el estudio de la Biblia. Ordenado presbítero por el obispo Máximo, cuando este murió o fue depuesto, en el año 348 fue ordenado obispo por Acacio, influyente metropolita de Cesarea de Palestina, filo-arriano, convencido de que Cirilo era su aliado. Por eso, se sospechó que había obtenido el nombramiento episcopal mediante concesiones al arrianismo.

En realidad, muy pronto san Cirilo chocó con Acacio, no sólo en el campo doctrinal, sino también en el jurisdiccional, porque san Cirilo reivindicaba la autonomía de su sede con respecto a la metropolitana de Cesarea. En dos décadas san Cirilo sufrió tres destierros: el primero en el año 357, cuando fue depuesto por un Sínodo de Jerusalén; el segundo, en el año 360, por obra de Acacio; y el tercero, el más largo -duró once años- en el año 367 por iniciativa del emperador filo-arriano Valente. Sólo en el año 378, después de la muerte del

emperador, san Cirilo pudo volver a tomar definitivamente posesión de su sede, devolviendo a los fieles unidad y paz. Su ortodoxia, puesta en duda por algunas fuentes de aquel tiempo, la atestiguan otras fuentes igualmente históricas. La más autorizada de ellas es la carta sinodal del año 382, después del segundo concilio ecuménico de Constantinopla (381), en el que san Cirilo había participado con un papel cualificado. En esa carta, enviada al Pontífice romano, los obispos orientales reconocen oficialmente la más absoluta ortodoxia de san Cirilo, la legitimidad de su ordenación episcopal y los méritos de su servicio pastoral, que concluyó con su muerte en el año 387. De san Cirilo conservamos veinticuatro célebres catequesis, que impartió como obispo hacia el año 350. Introducidas por una Procatequesis de acogida, las primeras dieciocho están dirigidas a los catecúmenos o iluminandos ((photizomenoi); las pronunció en la basílica del Santo Sepulcro. Las primeras (1-5) tratan cada una, respectivamente, de las disposiciones previas al bautismo, de la conversión de las costumbres paganas, del sacramento del bautismo, de las diez verdades dogmáticas contenidas en el Credo o Símbolo de la fe.

Las sucesivas (6-18) constituyen una "catequesis continua" sobre el Símbolo de Jerusalén, en clave antiarriana. De las últimas cinco (19-23), llamadas "mistagógicas", las dos primeras desarrollan un comentario a los ritos del bautismo; y las tres últimas versan sobre la Confirmación, sobre el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y sobre la liturgia eucarística. En ellas se incluye la explicación del padrenuestro (Oración dominical): con ella se comienza un camino de iniciación en la oración, que se desarrolla paralelamente a la iniciación en los tres sacramentos: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.

La base de la instrucción sobre la fe cristiana se realizaba también en función polémica contra los paganos, los judeocristianos y los maniqueos. La argumentación se fundaba en el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, con un lenguaje lleno de imágenes. La catequesis era un momento importante, insertado en el amplio contexto de toda la vida, especialmente litúrgica, de la comunidad cristiana, en cuyo seno materno tenía lugar la gestación del futuro fiel, acompañada de la oración y el testimonio de los hermanos.

En su conjunto, las homilías de san Cirilo constituyen una catequesis sistemática sobre el nuevo nacimiento del cristiano mediante el bautismo. Dice san Cirilo al catecúmeno: "Has caído dentro de las redes de la Iglesia (cf. Mt 13, 47). Por tanto, déjate captar vivo; no huyas, porque es Jesús quien te pesca con su anzuelo, no para darte la muerte, sino la resurrección después de la muerte. En efecto, debes morir y resucitar (cf. Rm 6, 11.14)... Desde hoy mueres al pecado y vives para la justicia" (Procatequesis 5).

Desde el punto de vista doctrinal, san Cirilo comenta el Símbolo de Jerusalén recurriendo a la tipología de las Escrituras, en una relación "sinfónica" entre los dos Testamentos, desembocando en Cristo, centro del universo. La tipología será incisivamente descrita por san Agustín de Hipona: "El Antiguo Testamento es el velo del Nuevo; y en el Nuevo Testamento se manifiesta el Antiguo" (De catechizandis rudibus 4, 8).

Por lo que atañe a la catequesis moral, se funda, con una profunda unidad, en la catequesis doctrinal: el dogma se va introduciendo progresivamente en las almas, las cuales así se ven impulsadas a cambiar los comportamientos paganos de acuerdo con la nueva vida en Cristo, don del bautismo.

Por último, la catequesis "mistagógica" constituía el vértice de la instrucción que san Cirilo impartía, ya no a los catecúmenos, sino a los recién bautizados o neófitos, durante la semana de Pascua. Esa catequesis los llevaba a descubrir, bajo los ritos bautismales de la Vigilia pascual, los misterios encerrados en ellos, aún sin desvelar. Iluminados por la luz de una fe más profunda gracias al bautismo, los neófitos podían por fin comprenderlos mejor, habiendo celebrado ya sus ritos.

En particular con los neófitos de origen griego, san Cirilo se apoyaba en la facultad visiva, muy natural en ellos. Era el paso del rito al misterio, que valoraba el efecto psicológico de la sorpresa y la experiencia vivida en la noche pascual. He aquí un texto que explica el misterio del bautismo: "Tres veces habéis sido sumergidos en el agua y otras tantas habéis emergido, para simbolizar los tres días de la sepultura de Cristo, es decir, imitando con este rito a nuestro Salvador, que pasó tres días y tres noches en el seno de la tierra (cf. Mt 12, 40). Con la primera emersión del agua habéis celebrado el recuerdo del primer día que pasó Cristo en el sepulcro, como con la primera inmersión habéis confesado la primera noche que pasó en el sepulcro: del mismo modo que quien está en la noche no ve nada, y en cambio quien está en el día goza de luz, así también vosotros antes estabais inmersos en la noche y no veíais nada, pero al emerger os habéis encontrado en pleno día. Esta agua de salvación, misterio de la muerte y del nacimiento, ha sido para vosotros tumba y madre... Para vosotros (...) el tiempo de morir coincidió con el tiempo de nacer: en el mismo tiempo han tenido lugar ambos acontecimientos" (Segunda Catequesis mistagógica, 4).

El misterio que se debe captar es el plan de Dios, que se realiza mediante las acciones salvíficas de Cristo en la Iglesia. A su vez, la dimensión mistagógica va acompañada por la de los símbolos, que expresan la vivencia espiritual que entrañan. Así la catequesis de san Cirilo, basándose en las tres dimensiones descritas -doctrinal, moral y mistagógica- es una catequesis global en el Espíritu. La dimensión mistagógica lleva a cabo la síntesis de las dos primeras, orientándolas a la celebración sacramental, en la que se realiza la salvación de todo el hombre.

En definitiva, se trata de una catequesis integral que, al implicar el cuerpo, el alma y el espíritu, es emblemática también para la formación catequética de los cristianos de hoy.

Catequesis del 27 de Junio del 2007 por Benedicto XVI (fuente: www.apologetica.org)

domingo, 17 de marzo de 2013

17 de marzo: Santa Gertrudis de Nivelles, Abadesa

Martirologio Romano: En Nivelles, en Brabante, santa Gertrudis, abadesa, la cual, nacida de muy preclara estirpe, recibió de san Amadeo el sagrado velo de las vírgenes, presidió sabiamente el monasterio construido por su madre y, asidua en la lectura de las Escrituras, consumió su vida con la austeridad de vigilias y ayunos (659).

Etimológicamente: Gertrudis = Aquella que es una defensora fiel, es de origen germánico.

Nació en Bravante (Bélgica) en el año 626, murió en Ivi el 17 de Marzo de 659.

Esta joven belga vivió y nació en el siglo VII. Era hija de Pipino de Landen, un señor noble de mucho prestigio y emparentado con Carlomagno. Cuando murió su padre, pensó en hacerse monja juntamente con su madre Ita.

Para ello fundaron dos conventos: uno para hombres y otro para mujeres, pero ambos estaban gobernados por la madre abadesa, que, en este caso, fue Ita hasta su muerte.

Después le sucedió Gertrudis, aunque todos los asuntos administrativos se los encargó a un hermano.

Su gran deber consistió en entregarse a dar cultura a aquella gente ignorante. Era la época de las grandes supersticiones.

Por eso, le pidió a los obispos y abades de Irlanda que enviasen monjes para culturizar a su tierra, Brabante.

Lo mismo hizo con Roma. Quería que, o bien vinieran, o bien dejaran ir a la ciudad eterna a aprender liturgia y la forma de rezar.

Su fama crecía a pasos agigantados no sólo por la santidad de vida, sino también porque se convirtió en una excelente diplomática.

Sí, es cierto. Durante aquellos años había muchas guerrillas y luchas entre distintas familias señoriales.

Mediante su intervención logró llevar a todos la reconciliación y el perdón.

Murió muy joven, y su culto se extendió en seguida por todos sitios.

Había un relicario del siglo XIII, pero un bombardeo de la Segunda Guerra Mundial lo destruyó.

(fuente: www.oremosjuntos.com)

sábado, 16 de marzo de 2013

16 de marzo: San Heriberto de Colonia, obispo

Nació en Worms, en el año 970, murió el 16 de Marzo de 1021 en Colonia. Fue arzobispo de Colonia, canciller del emperador Otón III y fundador de la abadía de Deutz.

Heriberto era hijo del duque Hugo de Worms. Tras estudiar en la escuela de la catedral de Worms, su ciudad natal, pasó algún tiempo en el monasterio benedictino de Gorza, situado en el ducado de Lorena. Después de este periodo fue nombrado rector de la catedral de Worms.

En 994 fue ordenado sacerdote. Ese mismo año el rey Otón III le nombró canciller para Italia y cuatro años más tarde, también para Alemania, cargo que mantuvo hasta la muerte del emperador en 23 de enero de 1002.

Como canciller, Heriberto se convirtió en el consejero más importante de Otón III, a quien acompañó a Roma en 996 y 997. Todavía estaba en Italia cuando en 999 fue elegido arzobispo de Colonia.

Recibió la investidura eclesiástica y el palio de parte del papa Silvestre II el 9 de julio de 999 en la ciudad italiana de Benevento, siendo consagrado en la Catedral de Colonia en día de Navidad de ese mismo año.

El año 1002 estuvo presente en el lecho de muerte del emperador en Paterno.

Caundo regresaba a Alemania con los restos del emperador y la insignia imperial, fue hecho prisionero por un tiempo por el futuro rey Enrique II, a cuya candidatura Heriberto se había opuesto inicialmente.

Tan pronto como Enrique fue elegido nuevo rey, el 7 de junio de 1002, cambió de postura para pasar a reconocer al nuevo rey y servirlo fielmente, acompañándolo a Roma en 1004 y mediando entre el monarca y la Casa de Luxemburgo entre otras obras.

Sin embargo Heriberto nunca se ganó la total confianza de Enrique II hasta el año 1021, cuando el rey reconoció su error y pidió perdón al arzobispo, el mismo año de la muerte del santo.

Heriberto fundó el monasterio benedictino y la iglesia de Deutz, al que hizo generosos donativos y donde se encuentra su tumba. Heriberto fue considerado santo ya en vida.

El papa Gregorio VII lo canonizó entre 1073 y 1075. Su fiesta se celebra el mismo día de su fallecimiento, el 16 de marzo.

(fuente:es.catholic.net)

viernes, 15 de marzo de 2013

15 de marzo: Beato Artémides Zatti

El beato Artémides Zatti ofrece un singular testimonio de consagrado laico. Dedicó toda su vida a testimoniar en el mundo la caridad y la entrega solidaria a los hermanos enfermos y a los pobres, al punto que todos lo consideran el Buen Samaritano, pariente de todos los pobres.

Lo que caracteriza es su total entrega, animada siempre de un amor sobrenatural. Supo unir el compromiso de la promoción humana con una constante preocupación evangelizadora. Un verdadero contemplativo en la acción, según el camino espiritual de Don Bosco.


Los primeros años de Artémides

Artémides Zatti nace en Boretto, pueblo de la provincia de “Regio-Emilia” (Italia), el 12 de Octubre de 1880. Es hijo de Luis Zatti y Albina Vecchi, campesinos. A los nueve años de edad, Artémides comienza a afrontar la vida con su trabajo fuera de casa. A los 17 años llega a Bahía Blanca como inmigrante, con sus padres y hermanos. Distribuye su tiempo entre el trabajo (mozo de hotel, obrero en una fábrica de baldosas), la familia y la parroquia. En aquel entonces es párroco de Bahía Blanca el salesiano P. Carlos Cavalli, hombre piadoso y de una bondad extraordinaria. Artémides lo elige como su director espiritual.

A los 20 años se siente llamado por Dios a la vida religiosa y dejando todo lo suyo va al aspirantado salesiano de Bernal.

Asistiendo a un joven sacerdote tuberculoso contrae la tisis pulmonar y debe suspender sus estudios.

Vuelto a casa, manifiesta su decisión de morir como religioso de Don Bosco. Aconsejado por el P. Cavalli, en 1902, va al Hospital misionero de Viedma. Trabaja como ayudante del P. Evasio Garrone. Allí el Padre “dotor” detecta el grave estado del joven y descubre sus virtudes: ¡podría ser su sucesor!

Advirtiendo que la enfermedad sigue haciendo estragos en el joven Artémides, le propone un voto: “Zatti, prométeme dedicar tu vida a los enfermos y yo, en nombre de María Auxiliadora, te prometo la salud”. Dicho y hecho. Años después, Artémides manifestó: “Creí, prometí y sané”.

En 1908 Artémides Zatti se consagra a Dios como salesiano coadjutor.

Progresa en el arte de curar y en la fe al lado del P. Garrone. Muerto éste, en 1911, asume, al principio en parte y desde 1913 totalmente, la conducción del Hospital. En 1917 obtiene en la Universidad de La Plata el título de “Idóneo en Farmacia”, posteriormente el de Farmacéutico. Desde 1911 a 1951, dedica cuarenta años de vida consagrada al servicio de los enfermos y particularmente de los más pobres.


El “enfermero santo” de la Patagonia

Su celo de apóstol de la caridad lo mueve a visitar día y noche, con su legendaria bicicleta, a los necesitados de Viedma y Patagones. De toda la Patagonia le llegan enfermos que él recibe gratuitamente. Cada enfermo es Jesús que llega, y así es recibido. Cuando lo introduce al Hospital, pregunta a las enfermeras: “¿No tienen una camita para Jesús?” Dios, sirviéndose de almas generosas, nunca le deja faltar medicinas, alimentos y ropa para todos.

A lo dicho bien se puede agregar la virtud de la obediencia. Él es un “encargado subordinado”; lo cual requiere mucha prudencia, mucha paciencia y una gran humildad, cualidades que raramente se encuentran todas juntas en una misma persona. En la gestión administrativa del hospital y en el uso del dinero que dispone se mantiene siempre fiel a las directivas de quienes orientan la gestión. Nunca se le pega un centavo. Su jornada normal se inicia antes de las cinco de la mañana y se extiende hasta las 21 horas. Luego dedica unas dos horas a lecturas religiosas, médicas y a redactar correspondencia.

Durante toda su vida tuvo que afrontar grandes y difíciles pruebas: reorientar su ideal sacerdotal; siendo administrador del Hospital, soportar humillaciones de parte de colegas demasiado enérgicos e intransigentes o de algún personal profesional; de parte de quienes orientaban la animación de la presencia salesiana la prohibición de la expansión de la obra y, a los 61 años, en 1941, el asistir a la demolición total de su querido hospital, al destinar a otros usos el terreno que éste ocupaba. No faltaron las innumerables pequeñas pruebas de todos los días que no son menos lacerantes para el alma.

Durante toda su vida Don Zatti cultiva con amor y perseverancia todas las virtudes. Pero en él resplandecen con brillo especial, la caridad incansable, la humildad, la pobreza llena de confianza en la Providencia y la alegría sincera del que vive la unión con Dios. Ante llamados nocturnos, rechaza excusas: “Uds. tienen obligación de llamarme, yo de venir”. El centro de su vida espiritual es Jesús Eucaristía, y la Santa Misa el momento fuerte de su concentración. Pero el aspecto más edificante de su fe lo constituye la fidelidad a la voluntad de Dios.


Su muerte

Ocurrie el 15 de Marzo de 1951. Ocho meses antes Don Zatti conoce el mal que lo afecta, cáncer de hígado. Lo acepta serenamente y sigue trabajando hasta la muerte. Con fe y entereza de ánimo pide el Sacramento de la Unción de los Enfermos; contando todavía con algunas fuerzas prepara su propia acta de defunción.

En el funeral y el sepelio, se vuelca todo el pueblo de Viedma y Patagones en un cortejo sin precedentes, porque así lo sentían: como el pariente de todos.


Camino a la Santidad

La fama de enfermero santo se extiende rápidamente y su tumba es venerada por el pueblo. La población de Viedma le dedica un monumento y la calle principal de acceso a la ciudad e impone su nombre al Hospital Regional.

El 7 de Abril de 1977 los Obispos Argentinos piden al Sumo Pontífice que se inicie el proceso para declararlo santo.

El 14 de abril de 2002, la comunidad eclesial lo presenta como un auténtico intercesor ante Dios.

El 31 de enero de 2010 se crea la nueva Inspectoría Salesiana de la Argentina Norte, que tiene como su patrono a Don Zatti.


Para aprender de él

La herencia que nos dejó Don Zatti es su testimonio cristiano que nos parece actualísimo por:

- su caridad sin límites ni horarios;
- su vida entregada al servicio de los que sufren sin aceptar nunca nada para sí; su amor a los pobres y enfermos, a quienes muchísimas veces les cedió hasta su propia cama;
- su misma vida pobre, habiendo manejado tanto dinero, y su inalterable alegría;
- su espíritu de oración dentro de un despiadado horario de trabajo;
- su fidelidad a la Iglesia y a sus pastores, aún en medio de costosas pruebas;
- su sencillez y su humildad evangélicas, que lo hicieron amable y simpático a todas las categorías sociales.

escrito por el Padre Manolo Cayo sdb
(fuente: www.donbosconorte.org.ar)

jueves, 14 de marzo de 2013

14 de marzo: Santa Matilde de Halberstadt, Emperatríz de Alemania

Matilde era descendiente del célebre Widukind, capitán de los sajones en su larga lucha contra Carlomagno, como hija de Dietrich, conde de Westfalia y de Reinhild, vástago de la real casa de Dinamarca. Cuando la niña nació en el año 895, fue confiada al cuidado de su abuela paterna, la abadesa del convento de Erfut. Allí, sin apartarse mucho de su hogar, Matilde se educó y creció hasta convertirse en una jovencita que sobrepasaba a sus compañeras en belleza, piedad y ciencia, según se dice. A su debido tiempo se casó con Enrique, hijo del duque Otto de Sajonia, a quien llamaban "el cazador"

El matrimonio fue excepcionalmente feliz y Matilde ejerció sobre su esposo una moderada, pero edificante influencia. Precisamente después del nacimiento de su primogénito, Otto, a los tres años de casados, Enrique sucedió a su padre en el ducado. Más o menos a principios del año 919, el rey Conrado murió sin dejar descendencia y el duque fue elevado al trono de Alemania. No cabe duda de que su experiencia de soldado valiente y hábil le resultó muy útil, puesto que su vida fue una lucha constante en la que triunfó muchas veces de manera notable.

El mismo Enrique y sus súbditos atribuyeron sus éxitos, tanto a las oraciones de la reina, como a sus propios esfuerzos. Esta seguía viviendo en la humildad que la había distinguido de niña. A sus cortesanos y a sus servidores, más les parecía una madre amorosa que su reina y señora; ninguno de los que acudieron a ella en demanda de ayuda quedó defraudado. Su esposo rara vez le pedía cuentas de sus limosnas o se mostraba irritado por sus prácticas piadosas, con la absoluta certeza de su bondad y confiando en ella plenamente. Después de veintitrés años de matrimonio, el rey Enrique murió de apoplejía, en 936. Cuando le avisaron que su esposo había muerto, la reina estaba en la iglesia y ahí se quedó, volcando su alma al pie del altar en una ferviente oración por él. En seguida pidió a un sacerdote que ofreciera el santo sacrificio de la misa por el eterno descanso del rey y, quitándose las joyas que llevaba, las dejó sobre el altar como prenda de que renunciaba, desde ese momento, a las pompas del mundo.

Habían tenido cinco hijos: Otto, más tarde emperador; Enrique el Pendenciero; San Bruno, posteriormente arzobispo de Colonia; Gerberga que se casó con Luis IV, rey de Francia y Hedwig, la madre de Hugo Capeto. A pesar de que el rey había manifestado su deseo de que su hijo mayor, Otto, le sucediera en el trono, Matilde favoreció a su hijo Enrique y persuadió a algunos nobles para que votaran por él; no obstante, Otto, resultó electo y coronado. Enrique no aceptó de buena gana renunciar a sus pretensiones y promovió una rebelión contra su hermano, pero fue derrotado y solicitó la paz. Otto lo perdonó y, por la intercesión de Matilde, le nombró duque de Baviera. La reina llevó desde entonces una vida de completo auto-sacrificio; sus joyas habían sido vendidas para ayudar a los pobres y era tan pródiga en sus dádivas, que dio motivo a críticas y censuras. Su hijo Otto la acusó de haber ocultado un tesoro y de mal gastar los ingresos de su corona; le exigió que rindiera cuentas de todo cuanto había gastado y envió espías a vigilar sus movimientos y registrar sus donativos.

Su sufrimiento más amargo fue descubrir que Enrique instigaba y ayudaba a su hermano en contra de ella. Lo sobrellevó todo con paciencia inquebrantable, haciendo notar, con un toque de patético humor, que por lo menos la consolaba ver que sus hijos estaban unidos, aunque sólo fuera para perseguirla. "Gustosamente soportaré todo lo que puedan hacerme, siempre que lo hagan sin pecar, si es que con ello se conservan unidos", solía decir, según se afirma.

Para darles gusto, Matilde renunció a su herencia en favor de sus hijos y se retiró a la residencia campestre donde había nacido. Pero poco tiempo después de su partida, el duque Enrique cayó enfermo y comenzaron a llover los desastres sobre el Estado. El sentimiento general era que tales desgracias se debían al trato que los príncipes habían dado a su madre; Edith, la esposa de Otto, lo convenció para que fuera a solicitar su perdón y le devolviera todo lo que le habían quitado. Sin que se lo pidieran, Matilde los perdonó y volvió a la corte, donde reanudó sus obras de misericordia. Pero no obstante que Enrique había cesado de importunarla, su conducta continuó causándole gran aflicción. El nuevamente se volvió contra Otto y, posteriormente castigó una insurrección de sus propios súbditos en Baviera con increíble crueldad; ni aun los obispos escaparon a su cólera.

En 955, cuando Matilde lo vio por última vez, le profetizó su próxima muerte y lo instó a arrepentirse, antes de que fuera demasiado tarde. En efecto, al poco tiempo, murió Enrique y la noticia causó un dolor muy profundo en la reina.

Emprendió la construcción de un convento en Nordhausen; hizo otras fundaciones en Quedlinburg, en Engern y también en Poehlen, donde estableció un monasterio para hombres. Es evidente que Otto jamás volvió a resentirse porque su madre gastara los ingresos en obras religiosas, pues cuando él fue a Roma para ser coronado emperador, dejó el reino a cargo de Matilde.

La última vez que Matilde tomó parte en una reunión familiar fue en Colonia, en la Pascua de 965, cuando estuvieron con ella el emperador Otto "el Magno", sus otros hijos y nietos. Después de esta reaparición, prácticamente se retiró del mundo, pasando su tiempo en una y otra de sus fundaciones, especialmente en Nodhausen. Cuando se disponía a tratar ciertos asuntos urgentes que la reclamaban en Quedlinburg, se agravó una fiebre que había venido sufriendo por algún tiempo y comprendió que pronto iba a llegar su último momento.

Envió a buscar a Richburg, la doncella que la había ayudado en sus caridades y que era abadesa en Nordhausen. Según la tradición, la reina procedió a hacer una escritura de donación para todo lo que hubiera en su habitación, hasta que no quedó nada más que el lienzo de su sudario. "Den eso al obispo Guillermo de Mainz (que era su nieto). El lo necesitará primero que yo". En efecto, el obispo murió repentinamente, doce días antes de que ocurriera el deceso de su abuela, acaecido el 14 de marzo de 968. El cuerpo de Matilde fue sepultado junto con el de su esposo, en Quedlinburg, donde se la venera como santa desde el momento de su muerte.

(fuente: www.oremosjuntos.com)

miércoles, 13 de marzo de 2013

13 de marzo: Beata Dulce Lopes Pontes, el ángel bueno de Brasil

Madrid, 13 de marzo de 2013 (Zenit.org) María Rita de Souza Brito Lopes Pontes nació en Salvador de Bahía, Brasil, el 26 de mayo de 1914. Era la segunda de cinco hermanos. Su progenitor, Augusto, era dentista y profesor de la facultad de Odontología. Su madre, Dulce María, murió a los 26 años después de dar a luz a la benjamina. Entonces, la futura beata tenía 6. Su padre iba a estar a su lado siempre, animándola y ayudándola en sus iniciativas apostólicas hasta el fin de sus días. Él mismo fue impulsor de importantes obras de acción social. De tres de los hijos habidos en el matrimonio, Augusto, Dulce y María Rita, se hicieron cargo sus tías. Los tres hermanos tomaron la primera comunión en 1922.

Cinco años más tarde, en plena adolescencia, Dulce sintió cómo se despertaba su interés por la vida religiosa. Se adentró en lugares deprimidos de la ciudad junto a una de sus tías y, a partir de entonces, la marginalidad y pobreza que vio a su alrededor le conmovieron poderosamente. Tanto que ya no pudo apartarlas de su mente. Introdujo en sus acciones cotidianas la ayuda a quienes sufrían múltiples carencias, dándole prioridad. Y para ello convirtió el sótano de su casa en un lugar asistencial, que fue sumamente apreciado por los que no tenían recursos para afrontar sus difíciles jornadas. Hacía todo lo que podía para paliar tan graves deficiencias. Les proporcionaba alimentos, ropa, medicinas…

En 1932, después de haber cursado estudios en la Escuela Normal de Bahía, profesó como terciaria franciscana. Se vinculó a este carisma conducida por su director espiritual, el P. Hildebrando Kruthaup, ofm. Tomó el nombre de Lucía. Pero al año siguiene ingresó en el Instituto de lasHermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios. De esta orden le habían hablado en el convento de Nuestra Señora del Destierro en 1929. Y al realizar los votos en agosto de 1934, eligió el nombre de Dulce, en honor a su madre. Modelo para su vida fue Teresa de Lisieux. Estaba convencida de que debía imitar su conducta: «Creo que soy como el pequeño amor de mi pequeño corazón, que por más amor que tenga es poco para un Dios tan grande […]. A ejemplo de santa Teresita, creo que deben ser agradables al Niño Jesús todos los actos pequeños de amor por menores que sean». Durante tres meses del año 1934 realizó una intensa actividad apostólica. Fue destinada a Salvador, y en el Hospital Español desempeñó diversos oficios, desde enfermera a portera, y también sacristana. Hizo un curso que la capacitó para la farmacia. Además, impartió clases en el colegio de Santa Bernadete, y trabajó con los obreros de Itapagipe. Con la firme convicción de que «el amor supera todos los obstáculos, todos los sacrificios», no halló barreras para un apostolado admirable, fecundo y eficaz. Luchó en todo momento sin desfallecer por el bien de los desfavorecidos. Si se pudiera hablar en términos de curriculum, el suyo es impresionante: la fundación de las Hijas de María Siervas de los Pobres, colegios, bibliotecas, uniones obreras católicas, albergues, el colegio San Antonio para hijos de los trabajadores residentes en el barrio de Massaranduba, en Salvador, en el que también se dio formación a los adultos, etc., además de una extraordinaria red hospitalaria, y todo ello hallándose con su capacidad respiratoria al 30% durante los 30 últimos años de su vida. Era, sin duda, la gracia de Dios que la fortalecía y dilataba sus posibilidades de forma constante, sosteniéndola por encima de las penalidades y problemas que se le presentaron.

El origen del St. Anthony’s Hospital, que inauguró con 150 camas en 1959, fue el fruto de su tesón, ya que tras poner en marcha el sindicato de trabajadores de San Francisco, en Bahía, se dedicó a recoger a personas enfermas y a darles cobijo en una isla de Salvador de Bahía, en casas que nadie habitaba. Cuando la obligaron a desalojarlas, echó mano de sus arrestos, que le sobraban, y las trasladó a un antiguo mercado de pescado, hasta que los expulsaron de allí. Sin perder jamás la confianza en Dios, condujo al gallinero de su convento a 70 personas enfermas. Después de su apertura, este hospital llegó a contabilizar 3.000 pacientes diarios. Sus numerosas fundaciones se hallan aglutinadas bajo el nombre de Obras Sociales «Hermana Dulce». En 1979 el cardenal arzobispo de Salvador, Brandão Vilela, le pidió que abriese fundación en Alagados. El reconocimiento por su asombrosa labor propició que en 1988 fuese presentada como candidata al Premio Nobel de la Paz. Tuvo el consuelo de encontrarse con el beato Juan Pablo II en dos ocasiones. La primera en julio de 1980, y la segunda en octubre de 1991, cuando se hallaba en el hospital donde permaneció 16 meses. El pontífice, que tan bien conocía el dolor en carne propia, hizo notar: «Este es el sufrimiento de los inocentes. Igual al de Jesús». Dulce fue una religiosa fidelísima a su regla en momentos en los que en su congregación había quienes propugnaban que aquélla se mitigara. Una mujer de oración, sacrificada y penitente, que difundió entre los pobres, los operarios y los enfermos su amor al Sagrado Corazón de Jesús y a la Inmaculada. Murió en el convento de San Antonio el 13 de marzo de 1992. El sepelio, realizado en medio de la consternación de la gente que la consideraba Madre de los pobres y ángel bueno de Brasil, fue una explosión de gratitud. Conducida en un coche de bomberos, fue escoltada por los cadetes de la policía militar y seguida por una imponente procesión de 6 km. Así homenajeaban a la que ya había entrado de forma triunfante en la gloria. Su cuerpo permanece incorrupto. Fue beatificada en Salvador de Bahía por el cardenal Geraldo Majella Agnelo, en representación de Benedicto XVI, el 22 de mayo de 2011.

(13 de marzo de 2013) © Innovative Media Inc.

martes, 12 de marzo de 2013

12 de marzo: Abraham, padre de la Fe

La historia de Abraham se encuentra en el primer libro de la Biblia, el Libro del Génesis.

Con Abraham fundó Dios en el mundo la verdadera religión.

Vivía en la ciudad de Ur, cerca de los ríos Tigris y Eufrates, cuando Dios le pidió el sacrificio de alejarse de su tierra, que era muy fértil, y de su hermosa ciudad e irse a un país desconocido y desértico, lejos de familiares y amigos. Abraham aceptó este sacrificio, y Dios en pago le prometió que sus descendientes poseerían por siempre aquel país.

Abraham deseaba tener un hijo que prolongara su familia, y Dios permitió que su esposa fuera estéril y que a la edad de 90 años Abraham todavía no lograra tener el hijo que tanto deseaba. Sin embargo Nuestro Señor le prometió que su descendencia sería tan numerosa como las arenas del mar y Abraham creyó a esta promesa de Dios, y esta fe le fue apreciada y recompensada.

Dios se le aparece en forma de viajero peregrino (acompañado de dos ángeles disfrazados también) y Abraham los atiende maravillosamente bien. Dios le promete que dentro de un año tendrá un hijo. Sara la esposa, que está oyendo detrás de una cortina, se ríe de esta promesa, porque le parece imposible ya que ellos dos son muy viejos. Dios manda que al niño le pongan por nombre "Isaac", que significa "el hijo de la sonrisa". Y cuando el jovencito tiene 12 años, Dios pide a Abraham que vaya a un monte y le ofrezca el hijo en sacrificio. Abraham acepta esto que le cuesta muchísimo y cuando ya va a matar a Isaac, un ángel le detiene la mano y oye una voz del cielo que le dice: "He visto cuán grande es tu generosidad. Ahora te prometo que tu descendencia nunca se acabará en el mundo". Y luego ve un venado enredado entre unas matas de espinas y lo ofrece en sacrificio a Dios.

Los enemigos atacaron a la ciudad donde vivía Lot, el sobrino de Abraham, llevándose a todos prisioneros. Entonces el patriarca reunió a sus obreros (318) y atacó por sorpresa a los enemigos y libertó a todos los cautivos. En acción de gracias llevó a Melquisedec, sacerdote de Jerusalén, la décima parte de todo lo que había conseguido. Desde entonces quedó la costumbre de dar para Dios y para los pobres el diezmo, o sea la décima parte de lo que cada uno gana.

Nuestro Señor le comunicó a su amigo Abraham que iba a destruir a Sodoma por que en esa ciudad se cometían pecados de homosexualidad. Abraham le rogó a Dios que no la destruyera si había allí siquiera diez personas buenas. Pero como no las había, cayó una lluvia de fuego y los mató a todos. Solo se salvó Lot, por ser el sobrino de Abraham. Pero la mujer de Lot desobedeció la orden de los ángeles y al salir de la ciudad se puso a mirar hacia atrás y quedó convertida en estatua de sal.

Abraham fue padre de Isaac, del cual nacieron Esaú y Jacob. Los hijos de Jacob se llaman los doce Patriarcas, de los cuales se formó el pueblo de Israel. Dios le cambió el nombre de Abrán, que significa "padre", por el nombre de "Abraham", que significa: padre de muchos pueblos.

La S. Biblia alaba a Abraham porque creyó contra toda esperanza y porque nunca dudó de que Dios sí cumple lo que promete, aunque parezca imposible.

Santo Patriarca Abraham, pídele a Dios que nos conceda una fe tan grande como la tuya, y el perseverar fieles a nuestra religión hasta la muerte.

(fuente: www.ewtn.com)
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