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martes, 30 de junio de 2015

30 de junio: San Marcial de Limoges

San Marcial fue el primer obispo de la diócesis de Limoges, según la tradición habría llegado a esta ciudad a mediados del siglo III o más probablemente a comienzos del IV desde Roma, enviado por el papa para evangelizar estas tierras formando parte de un grupo de siete personajes encargados de cristianizar la Galia (Gaciano, Trófimo, Saturnino, Pablo, Dionisio y Austremonio, además de Marcial) que se distribuyeron por el territorio.

Otra tradición lo hace natural de Palestina y contemporáneo de Cristo, incluso se le sitúa como testigo presencial en algunos episodios evangélicos, como la Multiplicación de los panes y los peces o como sirviente en la Santa cena, después habría viajado a Roma desde donde san Pedro lo habría enviado a evangelizar la Galia.

Se le representa como obispo y en algunos de los episodios que protagonizó en Palestina y Limoges: con la mártir santa Valeria que una vez decapitada, cogió su cabeza y se presentó a Marcial. También la resurrección de Austricliniano, personaje que le habría acompañado en sus tareas evangelizadoras. También es común el episodio de la aparición de Cristo para anunciarle su muerte. Fue enterrado extramuros de la ciudad de Limoges, su tumba se convirtió en un lugar de veneración donde el año 878 se fundó el monasterio benedictino de Saint-Martial, formado por los miembros de la comunidad de clérigos que cuidaban del su sepulcro.

Bibliografía:
- DESBORDES, Jean-Michel; PERRIER, Jean (1990). Limoges. Crypte Saint-Martial. Imprimerie Nationale
- GUÉRIN, Paul (1888). Les Petits Bollandistes. Vies des saints de l’Ancien et du Nouveau Testament... Vol. 7. París: Bloud et Barral
- LASTEYRIE, Charles de (1901). L’abbaye de Saint-Martial de Limoges. París: Picard
- RÉAU, Louis (1997). Iconografía del arte cristiano. Iconografía de los santos. Tomo 2 Volumen 4. Barcelona: Ed. del Serbal

(fuente: www.monestirs.cat)

otros santos 30 de junio:

- San Adolfo de Osnabrück
- San Ladislao de Hungría

lunes, 29 de junio de 2015

29 de junio: Santa Benedicta

Etimológicamente significa “hija predilecta”. Viene de la lengua latina.

Cuando Dios llama a una vocación para toda la vida, invita a entrar en ella para siempre. Si surgen obstáculos nos sorprenderemos rezando:"Espíritu Santo, tú eres el guardián de una vocación para toda la vida, haz que no me detenga en el camino".


BENEDICTA. 

Fue san Fructuoso, obispo de Braga, Portugal, quien escribió las Actas sobre esta santa.

Parece ser que nació en Cádiz, España. Desde su niñez y juventud brilló ante todos por su virtud y por su vida ejemplar.

Fructuoso oyó hablar de las excelencias de esta chica. Entonces, llevado por un santo celo, decidió hablar con ella.

Tras la conversación mantenida entre ambos, el obispo le indicó que se fuera a vivir sola en una celda.

Ella, sin embargo, estaba prometida con un caballero español. Cuando éste se enteró de que su novia tomaba otros camino distinto al de contraer matrimonio con él, se enfadó terriblemente.

Tanto se enrabió que la denunció al rey.

Este , para actuar con justicia y rectitud, llamó a un juez para que solucionara el asunto.

Las razones que esgrimió Benedicta convencieron al juez: son las razones de la libertad de conciencia y están acordes con el derecho.

Hizo tanta oración y milagros que de todas partes acudían a verla.

Fructuoso le construyó un monasterio y la puso al frente de las religiosas. Murió el 29 de junio del siglo VII.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

escrito por P. Felipe Santos
(fuente: catholic.net)

otros santos 29 de junio:

- Beata Salomé de Niederaltaich
- San Pedro y San Pablo

domingo, 28 de junio de 2015

28 de junio: San Heimerado de Hassungen

San Heimerado (también conocido como Heimrad, Haimrad o Heimo) (ca. 970 en Messkirch, Baden- 28 de junio de 1019 cerca de Kassel) fue un sacerdote, peregrino y predicador alemán, popularmente reverenciado como el Santo loco. Es venerado como santo por la Iglesia Católica.


Biografía

Nacido de padres libres, Heimerado comenzó una serie de peregrinajes por Alemania, Italia y Palestina. A su retorno a Alemania, se convirtió en monje en la Abadía de Hersfeld, pero fue expulsado después de una disputa sobre el hábito de la orden. Tampoco fue aceptado en el monasterio en Paderborn. Debido a su inusual estilo de vida, lo llevó a diferentes lugares y se fue aislando poco a poco. Al final, fundó un lugar en Hasunger Berg (hoy Burghasungen en Zierenberg). A pesar de ser un sitio escarpado, se convirtió en un lugar de peregrinaje y, con el paso del tiempo, llegó a ser venerado como santo y su consejo era buscado por los grandes. Conocía a la Emperatriz Cunegunda, el obispo Meinwerk de Paderborn y Aribo, arzobispo de Maguncia. Murió en 1019, el 28 de junio, día en el que se celebra su festividad.


Veneración

La fuente principal de su vida es la biografía escrita por el monje de Ekkebert Hersfeld entre 1072 y 1090. Aribo, arzobispo de Maguncia, mandó construir una iglesia sobre la tumba de Heimerado en el Berg Hasunger dos años después de su muerte, en 1021. Este lugar sirvió como el núcleo de la Hasungen Abbey, fundada en 1074. Peregrinaciones a su tumba llegó a su punto culminante en la segunda mitad del siglo XI, cuando Hasungen fue clasificado como uno de los lugares de peregrinación más visitados de Alemania junto a la tumba de Sebaldus de Nuremberg. En los siglos posteriores, sobre todo después de la disolución de la abadía de Hasungen en el siglo XVIII, la veneración de Heimerad decrecido drásticamente.


Referencias

- Ekkebert von Hersfeld: Vita sancti Haimeradi, ed. R. Köpke, in: Monumenta Germaniae Historica, Scriptores in folio, Bd. 10.
- Keller, Hagen: Adelheiliger und pauper Christi in Ekkeberts Vita sancti Haimeradi, in: J. Fleckenstein und Karl Schmid (eds.): Adel und Kirche. Gerd Tellenbach zum 65. Geburtstag. Freiburg 1967, pp. 307–323
- Struve, Tilman: Hersfeld, Hasungen und die Vita Haimeradi, in: Archiv für Kulturgeschichte, Band 51 (1969), Heft 2, pp. 210–233

(fuente: wikipedia.org)

otros santos 28 de junio:

- San Ireneo
- Beata María Pía Mastena

sábado, 27 de junio de 2015

27 de junio: San Sansón de Constantinopla


En el siglo quinto, probablemente, un hombre muy rico y generoso, llamado Sansón, fundó por su cuenta un gran hospital para los enfermos pobres de Constantinopla.

Se dice que Sansón era médico y sacerdote y que se había consagrado a atender con inagotable solicitud, a los que sufrían en el cuerpo o en el alma. Durante su vida, se le honró con los títulos de “el hospitalario” y el “padre de los pobres” y, después de su muerte, se le veneró como a un santo.

El hospital de Sansón quedó destruido hasta sus cimientos por un voraz incendio a principios del siglo sexto y, cincuenta años después de la conflagración, el emperador Justiniano emprendió su reconstrucción. En fechas posteriores, con increíble desprecio hacia las exigencias de la cronología, se hizo el intento de vincular a Sansón y a Justiniano como fundadores del hospital.

Se trató de representar a San Sansón como un amigo del emperador, a quien había curado milagrosamente de una grave enfermedad y al que el propio Sansón, cuando Justiniano se ocupaba de construir la iglesia de la Santa Sabiduría, convenció para que edificara al mismo tiempo, un hospital para los pobres. Se afirma que el emperador accedió inmediatamente, porque tenía una gran deuda de gratitud con Sansón y éste no aceptaba otro pago más que la construcción del hospital. Pero en realidad, Sansón murió antes del año 500 y Justiniano ascendió al trono en el 527.

(fuente: www.ortodoxia.com)

otros santos 27 de junio:

- Santo Tomás Toán
- San Cirilo de Alejandría

viernes, 26 de junio de 2015

26 de junio: San Josemaría Escrivá de Balaguer

Un hogar luminoso y alegre

Josemaría Escrivá de Balaguer nace en Barbastro (España), el 9 de enero de 1902, segundo de los seis hijos que tuvieron José Escrivá y María Dolores Albás. Sus padres, fervientes católicos, le llevaron a la pila bautismal el día 13 del mismo mes y año, y le transmitieron —en primer lugar, con su vida ejemplar— los fundamentos de la fe y las virtudes cristianas: el amor a la Confesión y a la Comunión frecuentes, el recurso confiado a la oración, la devoción a la Virgen Santísima, la ayuda a los más necesitados.

El Beato Josemaría crece como un niño alegre, despierto y sencillo, travieso, buen estudiante, inteligente y observador. Tenía mucho cariño a su madre y una gran confianza y amistad con su padre, quien le invitaba a que con libertad le abriese el corazón y le contase sus preocupaciones, estando siempre disponible para responder a sus consultas con afecto y prudencia. Muy pronto, el Señor comienza a templar su alma en la forja del dolor: entre 1910 y 1913 mueren sus tres hermanas más pequeñas, y en 1914 la familia experimenta, además, la ruina económica. En 1915, los Escrivá se trasladan a Logroño, donde el padre ha encontrado un empleo que le permitirá sostener modestamente a los suyos.

En el invierno de 1917-18 tiene lugar un hecho que influirá decisivamente en el futuro de Josemaría Escrivá: durante las Navidades, cae una intensa nevada sobre la ciudad, y un día ve en el suelo las huellas heladas de unos pies sobre la nieve; son las pisadas de un religioso carmelita que caminaba descalzo. Entonces, se pregunta: —Si otros hacen tantos sacrificios por Dios y por el prójimo, ¿no voy a ser yo capaz de ofrecerle algo? De este modo, surge en su alma una inquietud divina: Comencé a barruntar el Amor, a darme cuenta de que el corazón me pedía algo grande y que fuese amor. Sin saber aún con precisión qué le pide el Señor, decide hacerse sacerdote, porque piensa que de ese modo estará más disponible para cumplir la voluntad divina.


La ordenación sacerdotal

Terminado el Bachillerato, comienza los estudios eclesiásticos en el Seminario de Logroño y, en 1920, se incorpora al de Zaragoza, en cuya Universidad Pontificia completará su formación previa al sacerdocio. En la capital aragonesa cursa también —por sugerencia de su padre y con permiso de los superiores eclesiásticos— la carrera universitaria de Derecho. Su carácter generoso y alegre, su sencillez y serenidad hacen que sea muy querido entre sus compañeros. Su esmero en la vida de piedad, en la disciplina y en el estudio sirve de ejemplo a todos los seminaristas, y en 1922, cuando sólo tenía veinte años, el Arzobispo de Zaragoza le nombra Inspector del Seminario.

Durante aquel periodo transcurre muchas horas rezando ante el Señor Sacramentado —enraizando hondamente su vida interior en la Eucaristía— y acude diariamente a la Basílica del Pilar, para pedir a la Virgen que Dios le muestre qué quiere de él: Desde que sentí aquellos barruntos de amor de Dios —afirmaba el 2 de octubre de 1968—, dentro de mi poquedad busqué realizar lo que El esperaba de este pobre instrumento. (...) Y, entre aquellas ansias, rezaba, rezaba, rezaba en oración continua. No cesaba de repetir: Domine, ut sit!, Domine, ut videam!, como el pobrecito del Evangelio, que clama porque Dios lo puede todo. ¡Señor, que vea! ¡Señor, que sea! Y también repetía, (...) lleno de confianza hacia mi Madre del Cielo: Domina, ut sit!, Domina, ut videam! La Santísima Virgen siempre me ha ayudado a descubrir los deseos de su Hijo.

El 27 de noviembre de 1924 fallece don José Escrivá, víctima de un síncope repentino. El 28 de marzo de 1925, Josemaría es ordenado sacerdote por Mons. Miguel de los Santos Díaz Gómara, en la iglesia del Seminario de San Carlos de Zaragoza, y dos días después celebra su primera Misa solemne en la Santa Capilla de la Basílica del Pilar; el 31 de ese mismo mes, se traslada a Perdiguera, un pequeño pueblo de campesinos, donde ha sido nombrado regente auxiliar en la parroquia.

En abril de 1927, con el beneplácito de su Arzobispo, comienza a residir en Madrid para realizar el doctorado en Derecho Civil, que entonces sólo podía obtenerse en la Universidad Central de la capital de España. Aquí, su celo apostólico le pone pronto en contacto con gentes de todos los ambientes de la sociedad: estudiantes, artistas, obreros, intelectuales, sacerdotes. En particular, se entrega sin descanso a los niños, enfermos y pobres de las barriadas periféricas.

Al mismo tiempo, sostiene a su madre y hermanos impartiendo clases de materias jurídicas. Son tiempos de grandes estrecheces económicas, vividos por toda la familia con dignidad y buen ánimo. El Señor le bendijo con abundantes gracias de carácter extraordinario que, al encontrar en su alma generosa un terreno fértil, produjeron abundantes frutos de servicio a la Iglesia y a las almas.


Fundación del Opus Dei

El 2 de octubre de 1928 nace el Opus Dei. El Beato Josemaría está realizando unos días de retiro espiritual, y mientras medita los apuntes de las mociones interiores recibidas de Dios en los últimos años, de repente ve —es el término con que describirá siempre la experiencia fundacional— la misión que el Señor quiere confiarle: abrir en la Iglesia un nuevo camino vocacional, dirigido a difundir la búsqueda de la santidad y la realización del apostolado mediante la santificación del trabajo ordinario en medio del mundo sin cambiar de estado. Pocos meses después, el 14 de febrero de 1930, el Señor le hace entender que el Opus Dei debe extenderse también entre las mujeres.

Desde este momento, el Beato Josemaría se entrega en cuerpo y alma al cumplimiento de su misión fundacional: promover entre hombres y mujeres de todos los ámbitos de la sociedad un compromiso personal de seguimiento de Cristo, de amor al prójimo, de búsqueda de la santidad en la vida cotidiana. No se considera un innovador ni un reformador, pues está convencido de que Jesucristo es la eterna novedad y de que el Espíritu Santo rejuvenece continuamente la Iglesia, a cuyo servicio ha suscitado Dios el Opus Dei. Sabedor de que la tarea que le ha sido encomendada es de carácter sobrenatural, hunde los cimientos de su labor en la oración, en la penitencia, en la conciencia gozosa de la filiación divina, en el trabajo infatigable. Comienzan a seguirle personas de todas las condiciones sociales y, en particular, grupos de universitarios, en quienes despierta un afán sincero de servir a sus hermanos los hombres, encendiéndolos en el deseo de poner a Cristo en la entraña de todas las actividades humanas mediante un trabajo santificado, santificante y santificador. Éste es el fin que asignará a las iniciativas de los fieles del Opus Dei: elevar hacia Dios, con la ayuda de la gracia, cada una de las realidades creadas, para que Cristo reine en todos y en todo; conocer a Jesucristo; hacerlo conocer; llevarlo a todos los sitios. Se comprende así que pudiera exclamar: Se han abierto los caminos divinos de la tierra.


Expansión apostólica

En 1933, promueve una Academia universitaria porque entiende que el mundo de la ciencia y de la cultura es un punto neurálgico para la evangelización de la sociedad entera. En 1934 publica —con el título de Consideraciones espirituales— la primera edición de Camino, libro de espiritualidad del que hasta ahora se han difundido más de cuatro millones y medio de ejemplares, con 372 ediciones, en 44 lenguas.

El Opus Dei está dando sus primeros pasos cuando, en 1936, estalla la guerra civil española. En Madrid arrecia la violencia antirreligiosa, pero don Josemaría, a pesar de los riesgos, se prodiga heroicamente en la oración, en la penitencia y en el apostolado. Es una época de sufrimiento para la Iglesia; pero también son años de crecimiento espiritual y apostólico y de fortalecimiento de la esperanza. En 1939, terminado el conflicto, el Fundador del Opus Dei puede dar nuevo impulso a su labor apostólica por toda la geografía peninsular, y moviliza especialmente a muchos jóvenes universitarios para que lleven a Cristo a todos los ambientes y descubran la grandeza de su vocación cristiana. Al mismo tiempo se extiende su fama de santidad: muchos Obispos le invitan a predicar cursos de retiro al clero y a los laicos de las organizaciones católicas. Análogas peticiones le llegan de los superiores de diversas órdenes religiosas, y él accede siempre.

En 1941, mientras se encuentra predicando un curso de retiro a sacerdotes de Lérida, fallece su madre, que tanto había ayudado en los apostolados del Opus Dei. El Señor permite que se desencadenen también duras incomprensiones en torno a su figura. El Obispo de Madrid, S.E. Mons. Eijo y Garay, le hace llegar su más sincero apoyo y concede la primera aprobación canónica del Opus Dei. El Beato Josemaría sobrelleva las dificultades con oración y buen humor, consciente de que «todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos» (2 Tm 3,12), y recomienda a sus hijos espirituales que, ante las ofensas, se esfuercen en perdonar y olvidar: callar, rezar, trabajar, sonreír.

En 1943, por una nueva gracia fundacional que recibe durante la celebración de la Misa, nace —dentro del Opus Dei— la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en la que se podrán incardinar los sacerdotes que proceden de los fieles laicos del Opus Dei. La plena pertenencia de fieles laicos y de sacerdotes al Opus Dei, así como la orgánica cooperación de unos y otros en sus apostolados, es un rasgo propio del carisma fundacional, que la Iglesia ha confirmado en 1982, al determinar su definitiva configuración jurídica como Prelatura personal. El 25 de junio de 1944 tres ingenieros —entre ellos Álvaro del Portillo, futuro sucesor del Fundador en la dirección del Opus Dei— reciben la ordenación sacerdotal. En lo sucesivo, serán casi un millar los laicos del Opus Dei que el Beato Josemaría llevará al sacerdocio.

La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz —intrínsecamente unida a la Prelatura del Opus Dei— desarrolla también, en plena sintonía con los Pastores de las Iglesias locales, actividades de formación espiritual para sacerdotes diocesanos y candidatos al sacerdocio. Los sacerdotes diocesanos también pueden formar parte de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, manteniendo inalterada su pertenencia al clero de las respectivas diócesis.


Espíritu Romano y universal

Apenas vislumbró el fin de la guerra mundial, el Beato Josemaría comienza a preparar el trabajo apostólico en otros países, porque —insistía— quiere Jesús su Obra desde el primer momento con entraña universal, católica. En 1946 se traslada a Roma, con el fin de preparar el reconocimiento pontificio del Opus Dei. El 24 de febrero de 1947, Pío XII concede el decretum laudis; y el 16 de junio de 1950, la aprobación definitiva. A partir de esta fecha, también pueden ser admitidos como Cooperadores del Opus Dei hombres y mujeres no católicos y aun no cristianos, que ayuden con su trabajo, su limosna y su oración a las labores apostólicas.

La sede central del Opus Dei queda establecida en Roma, para subrayar de modo aún más tangible la aspiración que informa todo su trabajo: servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida, en estrecha adhesión a la cátedra de Pedro y a la jerarquía eclesiástica. En repetidas ocasiones, Pío XII y Juan XXIII le hacen llegar manifestaciones de afecto y de estima; Pablo VI le escribirá en 1964 definiendo el Opus Dei como «expresión viva de la perenne juventud de la Iglesia».

También esta etapa de la vida del Fundador del Opus Dei se ve caracterizada por todo tipo de pruebas: a la salud afectada por tantos sufrimientos (padeció una grave forma de diabetes durante más de diez años: hasta 1954, en que se curó milagrosamente), se añaden las estrecheces económicas y las dificultades relacionadas con la expansión de los apostolados por el mundo entero. Sin embargo, su semblante rebosa siempre alegría, porque la verdadera virtud no es triste y antipática, sino amablemente alegre. Su permanente buen humor es un continuo testimonio de amor incondicionado a la voluntad de Dios.

El mundo es muy pequeño, cuando el Amor es grande: el deseo de inundar la tierra con la luz de Cristo le lleva a acoger las llamadas de numerosos Obispos que, desde todas las partes del mundo, piden la ayuda de los apostolados del Opus Dei a la evangelización. Surgen proyectos muy variados: escuelas de formación profesional, centros de capacitación para campesinos, universidades, colegios, hospitales y dispensarios médicos, etc. Estas actividades —un mar sin orillas, como le gusta repetir—, fruto de la iniciativa de cristianos corrientes que desean atender, con mentalidad laical y sentido profesional, las concretas necesidades de un determinado lugar, están abiertas a personas de todas las razas, religiones y condiciones sociales, porque su clara identidad cristiana se compagina siempre con un profundo respeto a la libertad de las conciencias.

En cuanto Juan XXIII anuncia la convocatoria de un Concilio Ecuménico, comienza a rezar y a hacer rezar por el feliz éxito de esa gran iniciativa que es el Concilio Ecuménico Vaticano II, como escribe en una carta de 1962. En aquellas sesiones, el Magisterio solemne confirmará aspectos fundamentales del espíritu del Opus Dei: la llamada universal a la santidad; el trabajo profesional como medio de santidad y apostolado; el valor y los límites legítimos de la libertad del cristiano en las cuestiones temporales, la Santa Misa como centro y raíz de la vida interior, etc. El Beato Josemaría se encuentra con numerosos Padres conciliares y Peritos, que ven en él un auténtico precursor de muchas de las líneas maestras del Vaticano II. Profundamente identificado con la doctrina conciliar, promueve diligentemente su puesta en práctica a través de las actividades formativas del Opus Dei en todo el mundo.


Santidad en medio del mundo

De lejos —allá, en el horizonte— el cielo se junta con la tierra. Pero no olvides que donde de veras la tierra y el cielo se juntan es en tu corazón de hijo de Dios. La predicación del Beato Josemaría subraya constantemente la primacía de la vida interior sobre la actividad organizativa: Estas crisis mundiales son crisis de santos, escribió en Camino; y la santidad requiere siempre esa compenetración de oración, trabajo y apostolado que denomina unidad de vida y de la que su propia conducta constituye el mejor testimonio.

Estaba profundamente convencido de que para alcanzar la santidad en el trabajo cotidiano, es preciso esforzarse para ser alma de oración, alma de profunda vida interior. Cuando se vive de este modo, todo es oración, todo puede y debe llevarnos a Dios, alimentando ese trato continuo con Él, de la mañana a la noche. Todo trabajo puede ser oración, y todo trabajo, que es oración, es apostolado.

La raíz de la prodigiosa fecundidad de su ministerio se encuentra precisamente en la ardiente vida interior que hace del Beato Josemaría un contemplativo en medio del mundo: una vida interior alimentada por la oración y los sacramentos, que se manifiesta en el amor apasionado a la Eucaristía, en la profundidad con que vive la Misa como el centro y la raíz de su propia vida, en la tierna devoción a la Virgen María, a San José y a los Ángeles Custodios; en la fidelidad a la Iglesia y al Papa.


El encuentro definitivo con la Santísima Trinidad

En los últimos años de su vida, el Fundador del Opus Dei emprende viajes de catequesis por numerosos países de Europa y de América Latina: en todas partes, mantiene numerosas reuniones de formación, sencillas y familiares —aun cuando con frecuencia asisten miles de personas para escucharlo—, en las que habla de Dios, de los sacramentos, de las devociones cristianas, de la santificación del trabajo, de amor a la Iglesia y al Papa. El 28 de marzo de 1975 celebra el jubileo sacerdotal. Aquel día su oración es como una síntesis de toda su vida: A la vuelta de cincuenta años, estoy como un niño que balbucea: estoy comenzando, recomenzando, en mi lucha interior de cada jornada. Y así, hasta el final de los días que me queden: siempre recomenzando.

El 26 de junio de 1975, a mediodía, el Beato Josemaría muere en su habitación de trabajo, a consecuencia de un paro cardiaco, a los pies de un cuadro de la Santísima Virgen a la que dirige su última mirada. En ese momento, el Opus Dei se encuentra presente en los cinco continentes, con más de 60.000 miembros de 80 nacionalidades. Las obras de espiritualidad de Mons. Escrivá de Balaguer (Camino, Santo Rosario, Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, Amigos de Dios, La Iglesia, nuestra Madre, Via Crucis, Surco, Forja) se han difundido en millones de ejemplares.

Después de su fallecimiento, un gran número de fieles pide al Papa que se abra su causa de canonización. El 17 de mayo de 1992, en Roma, S.S. Juan Pablo II eleva a Josemaría Escrivá a los altares, en una multitudinaria ceremonia de beatificación. El 21 de septiembre de 2001, la Congregación Ordinaria de Cardenales y Obispos miembros de la Congregación para las Causas de los Santos, confirma unánimemente el carácter milagroso de una curación y su atribución al Beato Josemaría. La lectura del relativo decreto sobre el milagro ante el Romano Pontífice, tiene lugar el 20 de diciembre. El 26 de febrero de 2002, Juan Pablo II preside el Consistorio Ordinario Público de Cardenales y, oídos los Cardenales, Arzobispos y Obispos presentes, establece que la ceremonia de Canonización del Beato Josemaría Escrivá se celebre el 6 de octubre de 2002.


Cronología de la causa de canonización

1975-1980: Desde la muerte de Mons. Escrivá de Balaguer, acaecida el 26 de junio de 1975, la Postulación de la Causa recibe un gran número de testimonios en los que personas de diversos países recogen los recuerdos del trato que tuvieron con Josemaría Escrivá. También comienzan a llegar miles de narraciones de favores atribuidos a su intercesión, que ponen de manifiesto la extensión de la devoción privada a Josemaría Escrivá..

1980: En conformidad con el plazo establecido por las normas de la Congregación para las Causas de los Santos, al cumplirse el quinto aniversario de la muerte de Mons. Escrivá, la Postulación solicita la introducción de la causa de Beatificación y Canonización. La petición se presenta en el Vicariato de Roma, donde correspondía hacerlo por haber fallecido Mons. Escrivá en esa ciudad.

1981: El 30 de enero, la Congregación para las Causas de los Santos, tras un detenido estudio de la documentación que le ha presentado el Vicariato de Roma, da el Nihil obstat para que el Cardenal Vicario promulgue el Decreto de introducción de la causa. El 5 de febrero, el Papa ratifica la decisión de la Congregación, y el 19 de febrero, el Card. Poletti, Vicario de Roma, publica el correspondiente Decreto.

El 14 de marzo, la Congregación da su conformidad para que, además del Tribunal que se constituirá en el Vicariato de Roma, el Arzobispo de Madrid erija otro para recibir las declaraciones de los testigos que residen en España o prefieran testificar en español.

El 12 de mayo tiene lugar en Roma la apertura del proceso romano sobre la vida y virtudes del Siervo de Dios. El 18 de mayo se abre en Madrid, bajo la presidencia del Card. Enrique y Tarancón, el proceso que ha de llevar a cabo el Tribunal constituido en esta diócesis.

1982: El 21 de enero, el Card. Enrique y Tarancón preside la constitución de otro Tribunal que instruirá un proceso para estudiar una presunta curación milagrosa y su atribución a la intercesión del Siervo de Dios. El hecho ocurrió en 1976, en la persona de una religiosa que estaba enferma de cáncer en fase terminal y recuperó la salud repentinamente. El 3 de abril, también con la presidencia del Arzobispo de Madrid, se clausura este proceso, y la copia auténtica de sus actas se envía a la Congregación para las Causas de los Santos.

1984: El 26 de junio, Mons. Angel Suquía, nuevo Arzobispo de Madrid, preside la última sesión del proceso madrileño sobre la vida y virtudes del Siervo de Dios. Una copia completa y auténtica de las actas se entrega a la Congregación para las Causas de los Santos.

El 20 de noviembre, la Congregación para las Causas de los Santos, en su Congreso Ordinario, decreta la validez del proceso del milagro.

1986: El 8 de noviembre se concluye, con la presidencia del Cardenal Vicario de Roma, el proceso romano sobre la vida y virtudes del Siervo de Dios. La Postulación comienza la elaboración de la Positio, el conjunto de documentos que han de presentarse al examen de la Congregación para las Causas de los Santos. En la Positio se recogen las pruebas obtenidas en los dos procesos –de Roma y Madrid, respectivamente–, se realiza un estudio crítico sobre la heroicidad de las virtudes del Siervo de Dios y se añade abundante documentación complementaria. La Postulación hace este trabajo bajo la dirección del P. Ambrogio Eszer, O.P., Relator de la Congregación para las Causas de los Santos.

1987: El 3 de abril, el Congreso Ordinario de la Congregación para las Causas de los Santos da el Decreto de Validez de los dos procesos instruidos sobre la heroicidad de virtudes del Siervo de Dios (el de Roma y el de Madrid); es decir, declara que los considera hechos conforme a derecho.

1988: En junio se termina la elaboración de la Positio sobre la vida y virtudes del Siervo de Dios. El documento, que abarca cuatro volúmenes con un total de 6.000 páginas, se entrega a la Congregación para las Causas de los Santos para su estudio definitivo.

1989: El 19 de septiembre, la Positio obtiene el voto afirmativo del Congreso de Consultores de la Congregación

1990: El 20 de marzo vota también afirmativamente sobre la Positio la Congregación Ordinaria de Cardenales y Obispos. El 9 de abril, el Papa ordena que se publique el Decreto sobre las virtudes heroicas del Siervo de Dios. Una vez promulgado este Decreto, la Postulación puede presentar a la Congregación la Positio del proceso sobre la curación presuntamente milagrosa que había sido instruido en Madrid.

El 30 de junio, la Consulta Médica de la Congregación concluye, en su informe técnico, que aquella curación no es explicable por causas naturales. El 14 de julio, el Congreso de Consultores Teólogos, tras examinar el caso, se pronuncia a favor del carácter milagroso de la curación y de su atribución a la intercesión del Siervo de Dios.

1991: El 18 de junio, la Congregación Ordinaria de Cardenales y Obispos examina la documentación sobre el presunto milagro y da su voto afirmativo. El 6 de julio, el Papa ordena que se extienda el Decreto en que se declara que esa curación es milagrosa. Cumplidos así todos los requisitos que establece la legislación sobre las causas de los Santos, el Papa decide proceder a la Beatificación.

1992: El 17 de mayo, en Roma, Juan Pablo II beatifica a Josemaría Escrivá de Balaguer.

1993: La Postulación de la Causa tiene noticia de la curación del Dr. Manuel Nevado Rey a través de una carta del 15 de marzo de 1993. Con la colaboración del interesado, se recogen documentos y se realiza un estudio exhaustivo de la enfermedad que había padecido el Dr. Nevado. Una vez alcanzada la certeza del carácter extraordinario de la curación, el 30 de diciembre la Postulación entrega al Obispo de Badajoz –diócesis del sur de España– la documentación recogida con la petición que se instruyera el correspondiente Proceso sobre el milagro.

1994: La investigación diocesana se lleva a cabo en la Curia episcopal de Badajoz desde el 12 de mayo al 4 de julio de 1994. Tras el envío a Roma de las actas procesales, el primer paso que se cumple en la Congregación para las Causas de los Santos es su estudio formal.

1996: La Congregación sanciona el 26 de abril de 1996, que el Proceso se había realizado en el pleno respeto de las normas y de la praxis jurídica vigentes (decreto de validez).

1997: Con fecha 10 de julio de 1997, la Consulta médica de la Congregación para las Causas de los Santos afirma, por unanimidad, que la curación del Dr. Nevado de "cancerización de radiodermitis crónica grave en su 3º estadio, en fase de irreversibilidad" fue "muy rápida, completa y duradera; científicamente inexplicable".

1998: El 9 de enero de 1998, los Consultores Teólogos de la Congregación, llamados a pronunciarse sobre el carácter preternatural de esa curación y sobre la relación causal entre la invocación del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer y la desaparición de la enfermedad, lo hacen con voto positivo unánime.

2001: Con fecha 21 de septiembre, la Congregación Ordinaria de Cardenales y Obispos miembros de la Congregación, confirma unánimemente el carácter milagroso de la curación del Dr. Nevado y su atribución al Beato Josemaría Escrivá. La lectura del relativo decreto sobre el milagro tiene lugar el día 20 de diciembre, ante el Papa.

2002: El 26 de febrero, el Papa preside un Consistorio Ordinario Público de Cardenales para aprobar las canonizaciones de varios beatos. Entre ellas figura la de Josemaría Escrivá, que queda fijada para el 6 de octubre de 2002.

(fuente: www.vatican.va)

otros santos 26 de junio:

jueves, 25 de junio de 2015

25 de junio: Beato Guido Maramaldi

Confesor
No incluido en el actual Martirologio Romano

Fecha de beatificación: Culto confirmado en el año 1612 siedo Papa Pablo V.

Etimológicamente significa “el que guía y conoce todos los caminos”. Viene de la lengua alemana.

¡Que se regocije el corazón sencillo! ¡Dichoso quien tenga un corazón de niño! Todas las realidades de Dios están en él.

Guido fue un confesor del siglo XIV. Pertenecía a una familia de Nápoles de origen noble. Eran cuatro hermanos, y en todos ellos brillaba la flor de la sencillez, uno de los dones grandes que Dios concede a las personas que quieren serlo.

Uno fue un soldado valeroso; otro, un brillante hombre de gobierno y primer ministro de Nápoles; el tercero fue un arzobispo ejemplar de Bari y, más tarde, llegó a ser cardenal de la Iglesia.

El menos brillante a los ojos del mundo, era Guido. Escogió el camino de la humildad en lugar del sendero de la ambición.

Entró muy joven en la Orden de los Dominicos. Encontró dificultades para entrar por motivos de salud, mucho más que por causas familiares.

Una vez que entró en la Orden, se reveló como un dominico de primera línea en la predicación – lo típico de esta Orden – y por su virtud.

Fue el maestro del convento napolitano; después se marchó de misionero a tierras del Sur.

En Sicilia adquirió una fama sensacional como un comunicador claro.

Todo el mundo que le escuchaba, lo entendía todo. Sabía adaptarse a a los oyentes con el lenguaje adecuado.

En Ragusa fundó un nuevo convento. Fue nombrado por la Santa Sede Inquisidor de la fe en Nápoles. Lo ejerció con prudencia. Murió en el año 1391.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com
(fuente: catholic.net)

otros santos 25 de junio:

- San Guillermo de Vercelli
- San Próspero de Aquitania

miércoles, 24 de junio de 2015

24 de junio: San Iván de Bohemia

No mucho se ha hablado y escrito de Iván de Bohemia, monje ermitaño de la segunda mitad siglo IX y Santo de la Iglesia Católica, cuya festividad también se conmemora hoy 24 de junio. De él hay dos historias: una de ellas dice que era hijo de Charvati, rey de los croatas; la otra, que era pariente de San Esteban, Rey de Hungría.

Se sabe que vivió durante la segunda mitad del siglo IX en Bohemia, en la Europa Central, como monje eremita, a donde se retiró tras una insatisfactoria experiencia en el monasterio sajón de Coevey, lugar en el que, tal como se relata, no logró llevar una vida en comunidad con otros monjes benedictinos.

Conocido también como el santo "mediador en la política", de él se dice que tras presentarse ciertos problemas políticos y religiosos en Bohemia, y luego de una extenuante búsqueda, fue hallado por el duque de Borijov, quien lo llevo a su palacio.

Se narra que ahí San Iván permaneció por un considerable tiempo hasta que se calmaran los tiempos difíciles. Allí, ates de regresar a su ermita y por instrucción de la Duquesa Ludmila, recibió los santos sacramentos, así como la promesa, de parte del Duque de Borijov, que tras su muerte se edificaría un templo que fuese dedicado a San Juan Bautista, cuya fiesta también se conmemora el 24 de junio.

No existen muchos datos registrados sobre su muerte, pero se sabe que luego de su deceso ocurrieron diversos milagros, muchos de ellos se conocieron a principios del siglo XIII en el mismo lugar donde estaba situada su ermita. Este lugar llegó a denominarse como la "Iglesia de San Juan bajo la Roca".

La historia de este santo de la Iglesia Católica se conoce gracias a los monjes benedictinos, quienes se encargaron de trasmitir su culto.

(fuente: gaudiumpress.org)

otros santos 24 de junio:

- Beata María Guadalupe García Zavala
- San Juan Bautista

martes, 23 de junio de 2015

23 de junio: Santa Eteldreda (o Audrey o Edeltrida)

(Exning, Suffolk, c. 636 – Ely, 23 de junio de 679)
Nació en Exning (Suffolk, Inglaterra) y murió en Ely (Isle of Ely)

El gran número de Iglesias inglesas que llevan su nombre, es muestra de la fama de está Santa en su país, vivió en la época de Hiptarquía, es decir en la época en que Inglaterra comprendía siete reinos: Essex, Sussex, Wessex, Kent, Mercie, Est-Anglia y Northumbria.

Aunque Eteldreda quería permanecer virgen su Padre Anás, rey de east Anglia, a pesar de ello, la hizo contraer dos matrimonios políticamente útiles.

Por lo tanto se convirtió en la esposa de un anciano enfermo, el príncipe Tombrecto, el que murió al cabo de 3 años, Edeltrida que seguía siendo virgen; se disponía entrar en religión cuando se le exigió está vez que se desposará con el príncipe Ecfrido era aún un niño. Cuando llegó a la pubertad y quiso hacer uso de sus derechos conyugales, la futura reina de Northumbria recurrió a San Wilfrido, quién organizó su huida y la condujo a la abadía de Cuningham.

Se discute cómo tomó eso Ecfrido, futuro rey, unos dicen que hizo todo, otros dicen que no hizo nada para recuperar a la mujer, seguro de encontrar otra más conveniente.

Tras un año de noviciado en Cuningham, Edeltrida fundó en Ely una enorme abadía mixta que gobernó hasta la muerte, era muy austera se quedaba en el coro desde maitineshasta prima, mientras que las demás hermanas volvían a su celda y al lecho.

(fuente: www.evangelizafuerte.com.mx)

otros santos 23 de junio:

- Santa Agripina de Roma
- San José Cafasso

lunes, 22 de junio de 2015

22 de junio: Santo Tomás Moro

Santo Tomás Moro nació en Londres en 1477. Recibió una excelente educación clásica, graduándose de la Universidad de Oxford en abogacía. Su carrera en leyes lo llevó al parlamento. En 1505 se casó con su querida Jane Colt con quien tuvo un hijo y tres hijas. Jane muere joven y Tomás contrae nuevamente nupcias con una viuda, Alice Middleton.

Hombre de gran sabiduría, reformador, amigo de varios obispos.

En 1516 escribió su famoso libro "Utopía". Atrajo la atención del rey Enrique VIII quién lo nombró a varios importantes puestos y finalmente "Lord Chancellor", canciller, en 1529. En el culmen de su carrera Tomás renunció, en 1532, cuando el rey Enrique persistía en repudiar a su esposa para casarse, para lo cual el rey se disponía a romper la unidad de la Iglesia y formar la iglesia anglicana bajo su autoridad.

Santo Tomás pasó el resto de su vida escribiendo sobre todo en defensa de la Iglesia. En 1534, con su buen amigo el obispo y santo Juan Fisher, rehusó rendir obediencia al rey como cabeza de la iglesia. Estaba dispuesto a obedecer al rey dentro de su campo de autoridad que es lo civil pero no aceptaba su usurpación de la autoridad sobre la Iglesia. Tomás y el obispo Fisher se ayudaron mutuamente a mantenerse fieles a Cristo en un momento en que la gran mayoría cedía ante la presión del rey por miedo a perder sus vidas. Ellos demostraron lo que es ser de verdad discípulos de Cristo y el significado de la verdadera amistad. Ambos pagaron el máximo precio ya que fueron encerrados en La Torre de Londres. Catorce meses mas tarde, nueve días después de la ejecución de San Juan Fisher, Sto. Tomás fue juzgado y condenado como traidor. El dijo a la corte que no podía ir en contra de su conciencia y decía a los jueces que "podamos después en el cielo felizmente todos reunirnos para la salvación eterna"

Ya en el andamio para la ejecución, Santo Tomás le dijo a la gente allí congregada que el moría como "El buen servidor del rey, pero primero Dios" ("the King's good servant-but God's first"). Nos recuerda las palabras de Jesús: "Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios." Fue decapitado el 6 de julio de 1535. Su fiesta es el 22 de junio.

Qué gran modelo es Santo Tomás Moro para todos, en especial para los políticos, gobernantes y abogados. Pidámosle que su valentía les inspire para mantenerse firmes e íntegros en la verdad sin guardar odios ni venganzas.


Me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza 
De una carta de santo Tomás Moro, escrita en la cárcel a su hija Margarita

Aunque estoy bien convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarme de la libertad (y, por cierto, que con esto solo su majestad me ha hecho un favor más grande, por el provecho espiritual que de ello espero sacar para mi alma, que con todos aquellos honores y bienes de que antes me había colmado). Por esto, espero confiadamente que la misma gracia divina continuará favoreciéndome, no permitiendo que el rey vaya más allá, o bien dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con paciencia, con fortaleza y de buen grado.

Esta mi paciencia, unida a los méritos de la dolorosísima pasión del Señor (infinitamente superior en todos los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir), mitigará la pena que tenga que sufrir en el purgatorio y, gracias a su divina bondad, me conseguirá más tarde un aumento premio en el cielo.

No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta. Más aún, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a punto de ceder, me acordaré de san Pedro, cuando, por su poca fe, empezaba a hundirse por un solo golpe viento, y haré lo que él hizo. Gritaré a Cristo: Señor, sálvame. Espero que entonces él, tendiéndome la mano, me sujetará y no dejará que me hunda.

Y, si permitiera que mi semejanza con Pedro fuera aún más allá, de tal modo que llegara a la caída total y a jurar y perjurar (lo que Dios, por su misericordia, aparte lejos de mí, y haga que una tal caída redunde más bien en perjuicio que en provecho mío), aun en este caso espero que el Señor me dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la verdad y descargue así mi conciencia, y soporte con fortaleza el castigo y la vergüenza de mi anterior negación.

Finalmente, mi querida Margarita, de lo que estoy cierto es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si a causa de mis pecados permite mi perdición, por lo menos su justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que su bondad clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea su misericordia, más que su justicia, lo que se ponga en mí de relieve.

Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.



ORACION DE SANTO TOMÁS MORO

Dios Glorioso, dame gracia para enmendar mi vida y tener presente mi fin sin eludir la muerte, pues para quienes mueren en Ti, buen Señor, la muerte es la puerta a una vida de riqueza.

Y dame, buen Señor, una mente humilde, modesta, calma, pacífica, paciente, caritativa, amable, tierna y compasiva en todas mis obras, en todas mis palabras y en todos mis pensamientos, para tener el sabor de tu santo y bendito espíritu.

Dame buen Señor, una fe plena, una esperanza firme y una caridad ferviente, un amor a Ti, muy por encima de mi amor por mí.

Dame, buen Señor, el deseo de estar contigo, de no evitar las calamidades de este mundo, no tanto por alcanzar las alegrías del cielo como simplemente por amor a Ti.

Y dame, buen Señor, Tu amor y Tu favor; que mi amor a TI, por grande que pueda ser, no podría merecerlo si no fuera por tu gran bondad. Buen Señor, dame Tu gracia para trabajar por estas cosas que te pido.

(fuente: www.corazones.org)

otros santos 22 de junio:

domingo, 21 de junio de 2015

21 de junio: San Radulfo de Bourges

n.: c. 800 - †: 866 - país: Francia

En Bourges, en Aquitania, san Radulfo, obispo, el cual, solícito por la vida sacerdotal, junto con presbíteros de la Iglesia que tenía encomendada recogió textos de los santos Padres y de los cánones para uso pastoral.

San Raúl, cuyo nombre aparece también como Ralph, Rodulphus y Radulfo, era el hijo del conde Raúl de Cahors. Desde su niñez fue confiado a la tutela de Bertrand, el abad de Solignac, de quien aprendió a amar las órdenes monásticas, a pesar de que se tiene entendido que él mismo nunca recibió el hábito. Pero ya fuese o no religioso, lo cierto es que en varias ocasiones desempeñó el puesto de abad, incluso quizá en los famosos monasterios de Saint-Médard y Soissons, a los que habían hecho donativos y otorgado privilegios los padres de Raúl.

En 840, fue elevado a la sede arzobispal de Bourges y, a partir de entonces, desempeñó un papel descollante en los asuntos eclesiásticos, dentro y fuera de su diócesis. Se le consideraba como uno de los clérigos más sabios de su tiempo, y en todos los sínodos se reclamaba su presencia. En una de aquellas asambleas, la de Meaux, en 845, se adoptaron las medidas para salvaguardar los ingresos para los hospicios, particularmente los de Escocia {en realidad, Irlanda), y se determinó que todo aquel que metiese mano en dichos ingresos recibiría el estigma de «asesino de los pobres».

San Raúl empleó toda su fortuna personal en la fundación y construcción de monasterios para hombres y mujeres. Entre sus abadías más famosos figuran la de Dévres, en Berri, la de Beaulieu-sur-Mémoire, la de Végennes, en la región del Limousin y la de Sarrazac, en Quercy.

No fue el menor de sus muchos servicios a la Iglesia la compilación de un libro de instrucciones pastorales destinadas a sus clérigos, y fundado en las capitulares de Teodulfo, obispo de Orléans. Su principal objetivo era el de reanimar el espíritu de los antiguos cánones y corregir los abusos. Por entonces se necesitaban con toda urgencia directivas claras y precisas con respecto al tribunal de la penitencia, a fin de remediar los errores provocados por la ignorancia y por la adopción de normas no autorizadas que se atribuían, equivocadamente, a varios santos y maestros famosos. San Raúl actuó con mucha prudencia al someter a la consideración de sus clérigos aquellas instrucciones, antes de dar su libro a la publicidad. Al cabo de algún tiempo, la obra fue olvidada y no volvió a saberse de ella hasta principios del siglo XVII, cuando fue descubierta de nuevo. El escrito demuestra que su autor era muy versado en los escritos de los Padres y en los decretos de los concilios. Murió el 21 de junio de 866. No existe, al parecer, una biografía propiamente dicha de san Raúl, escrita en los tiempos medievales.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
(fuente: www.eltestigofiel.org)

otros santos 21 de junio:

- San Nicasio Jonson
- San Luis de Gonzaga

sábado, 20 de junio de 2015

20 de junio: Santa Elia (o Eliada de Ohren)

Abadesa

Etimológicamente significa “ resplandeciente como el sol”. Viene de la lengua griega.

Fue una magnífica mujer religiosa que, en toda su vida, se enamoró de la Regla de san Benito.

Con ella escaló la cima de la santidad. El cumplimiento de la Regla constituyó para la Orden Benedictina el factor principal para extenderse por todo el mundo.

Elia se preocupó durante todo el tiempo que fue abadesa de una abadía, la de Ohren, en la que había doce hermanas. Supo con santidad, elegancia y finura tratar a todas y a cada una en particular con el detalle que emana de su gran corazón.

Ella fue consciente de que era como una madre para sus hijas en la comunidad. El título de abadesa se usa en los Benedictinos, Claras y en ciertos colegios de las canonizas. Ella tenía el derecho de llevar el anillo y la cruz como símbolo de su rango.

Fue la quinta abadesa del monasterio de Ohren (Treviri) y murió en el año 750.

Hay libros de rezos que hacen mención específica de ella. Podemos enumerar entre otros el breviario del arzobispo Balduino, los calendarios de san Irmino, de san Máximo en el esplendoroso siglo XIV.

También la rememoran el Greven en las Actas del Martirologio de Usuardo.

En los martirologios benedictinos, desde el fin de Wion, su fiesta pasó a fijarse definitivamente el 20 de junio. En realidad se hizo porque era costumbre poner el día en el cual subía al cielo tras su muerte.

Desde ese lejano tiempo, esta santa abadesa no pierde actualidad porque la reliquia de su brazo está hoy en el gran monasterio franciscano de Ohren.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com
(fuente: catholic.net)

otros santos 20 de junio:

- San Inocencio de Mérida
- Mártires Ingleses

viernes, 19 de junio de 2015

19 de junio: Beata Miguelina Metelli

 Viuda

Etimológicamente significa “¿quién como Dios?”. Viene de la lengua hebrea.

Miguelina vino al mundo en Pésaro, Italia. Por compromisos familiares, tuvo que casarse a los 12 años con el duque Malatesta. Este “mala cabeza” la hizo una infeliz. Tuvieron un hijo que murió.

Cuando contaba con 20 años, era ya una chica viuda. Por eso, pensándose bien las cosas, decidió entrar en el convento franciscano para ser terciaria.

Antes de entrar, distribuyó todos sus bienes a los pobres. Y se dedicó a pedir limosna para que todo el mundo se riera de ella.

Tuvo que soportar muchas pruebas. Los familiares la llamaban la loca. Y como tal, y sobre todo para quedar bien ante la gente, la encerraron en la torre. Los guardianes, al ver lo buena que era, la dejaron escapar.

Cuando la gente la vio por la calle, se alegró mucho y se pusieron de su parte.

A medida que hacía falta, su caridad se desbordaba en amor para con todos, pero sobretodo con los leprosos.

Al final de sus años, se fue en peregrinación a Tierra Santa. Y de vuelta, cayó enferma y murió en el año 1356.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com
(fuente: catholic.net)

otros santos 19 de junio:

- San Romualdo
- Santa Juliana de Falconieri

jueves, 18 de junio de 2015

18 de junio: Beata Osana Andreasi

Religiosa

Osanna Andreasi nació el 17 de enero del año 1449 en Mantua (Italia) de padres allegados a la familia Gonzaga, que gobernaba el ducado de Mantua en el siglo XV.

Desde su primera juventud, habiendo rehusado al matrimonio, vistió el hábito de las Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo, cultivando en grado sumo las virtudes cristianas, en especial la humildad. Rigió el ducado de Mantua en 1478 en ausencia del duque Federico de Gonzaga.

Pudo valerse de la prudente dirección espiritual del celebérrimo teólogo Francisco de Silvestri (llamado el Ferrarense) que fue después Maestro de la Orden y escribió la biografía de ella.

Alegre y caritativa unió con admirable sabiduría la contemplación de los misterios divinos con las ocupaciones del gobierno y la práctica de las buenas obras, como lo atestiguan sus numerosas cartas.

Llena de gracias místicas extraordinarias murió el 18 de junio de 1505 y su cuerpo se venera en la catedral de Mantua.

A los diez años de su muerte León X permitió su culto en la diócesis de Mantua en 1515, e Inocencio XII lo confirmó universalmente el 27 de noviembre de 1694.

(fuente: santopedia.com)

otros santos 18 de junio:

- Santa Isabel de Schönau
- Santos Marcos y Marceliano

miércoles, 17 de junio de 2015

17 de junio: San Alberto Adamo Chmielowski

Alberto, en su juventud, luchó por la libertad de su patria; luego se dedicó al estudio y al ejercicio de su vocación artística en el campo de la pintura; pero pronto centró su vida en el seguimiento de Cristo que atiende a los más pobres y necesitados; los “Albertinos” y “Albertinas”, por él fundados en el seno de la Orden Tercera de San Francisco, han seguido y ampliado su obra y su estilo humilde y fraterno.

Alberto Chmielowski, en el siglo Adán, nació en Igolomia, cerca de Cracovia (Polonia), el 20 de agosto de 1845, de padres nobles: Adalberto y Josefina Borzyslawska. Creció en un clima de ideales patrióticos, de una profunda fe en Dios y de amor cristiano hacia los pobres. Quedó huérfano muy pronto y sus familiares se hicieron cargo de él y de los demás hermanos, ocupándose de su formación.

A los 18 años se matriculó en el Instituto Politécnico de Pulawy. Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y se le amputó una pierna a causa de una herida. Al fracasar la insurrección, se trasladó al extranjero, huyendo de la represalia zarista. En Gante (Bélgica) inició estudios de ingeniería. Dotado de buenas cualidades artísticas, decidió estudiar pintura en París y en Munich. En 1874, maduro ya como artista, regresó a Polonia, decidido a dedicar «el arte, el talento y sus aspiraciones a la gloria de Dios». Comenzaron así a predominar en sus actividades artísticas los temas religiosos. Uno de los mejores cuadros, el «Ecce Homo», fue el resultado de una experiencia profunda del amor misericordioso de Cristo hacia el hombre, experiencia que llevó a Chmielowski a su transformación espiritual.

En 1880 entró en la Compañía de Jesús como hermano lego. Después de seis meses tuvo que dejar el noviciado por su mala salud. Superada una profunda crisis espiritual, comenzó una nueva vida, dedicada totalmente a Dios y a los hermanos. Acercándose a la miseria material y moral de quienes carecen de techo y a los desheredados en los dormitorios públicos de Cracovia, descubrió en la dignidad menospreciada de aquellos pobrecillos el rostro humillado de Cristo, y decidió por amor del Señor renunciar al arte y vivir al lado de los marginados una vida pobre, dedicándoles toda su persona.

El 25 de agosto de 1887 vistió el sayal gris y tomó el nombre de hermano Alberto. Pasado un año, pronunció los votos religiosos, iniciando la congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco, denominados Siervos de los Pobres o Albertinos. En 1891 fundó la rama femenina de la misma congregación (Albertinas) con la finalidad de socorrer a las mujeres necesitadas y a los niños. El hermano Alberto organizó asilos para pobres, casas para mutilados e incurables, envió a las hermanas a trabajar en hospitales militares y lazaretos, fundó comedores públicos para pobres, y asilos y orfanotrofios para niños y jóvenes sin techo. En los asilos para los pobres, los hambrientos recibían pan; los sin techo, alojamiento; los desnudos, vestidos; y los desocupados eran orientados a un trabajo. Todos contaban con su ayuda, sin distinción de religión o nacionalidad. En la medida en que satisfacía las necesidades elementales de los pobres, el hermano Alberto se ocupaba también paternalmente de sus almas, tratando de reavivar en ellos la dignidad humana, ayudándoles a reconciliarse con Dios.

Tomaba fuerza del misterio de la Eucaristía y de la Cruz para su acción caritativa. A pesar de su invalidez, viajaba mucho para fundar nuevos asilos en otras ciudades de Polonia y para visitar las casas religiosas. Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas religiosas en las cuales prestaban su trabajo 40 hermanos y 120 religiosos.

Murió, de cáncer de estómago, el día de Navidad de 1916 en Cracovia, en el asilo por él fundado, pobre entre los pobres.

Antes de su muerte dijo a los hermanos y hermanas, señalando a la Virgen de Czestochowa: «Esta Virgen es vuestra fundadora, recordadlo». Y: «Ante todo, observad la pobreza». Su entera dedicación a Dios mediante el servicio a los más necesitados, su pobreza evangélica a imitación de San Francisco de Asís, su filial confianza en la divina Providencia, su espíritu de oración y su unión con Dios en el trabajo de cada día son la herencia que ha dejado el hermano Alberto a sus hijos e hijas espirituales. Enseñó a todos con el ejemplo de su vida que «es necesario ser buenos como el pan, que está en la mesa, y que cada cual puede tomar para satisfacer el hambre».

La herencia espiritual del hermano Alberto pervive en sus congregaciones, que extienden su acción misionera por tierras de Polonia, Italia, Estados Unidos y Argentina. Convencidos de la santidad del hermano Alberto, sus contemporáneos lo definieron como «el hombre más grande de su generación». Considerado el San Francisco polaco del siglo XX, el hermano Alberto fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por el Papa Juan Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma.

(fuente: aciprensa.com)

otros santos 17 de junio:

martes, 16 de junio de 2015

16 de junio: Santos Ciro (Ciriaco) y Julita

Niño Mártir y su Madre
(al niño también se lo comoce como San Qurico)

Martirologio Romano: En la provincia romana de Asia Menor, conmemoración de los santos Quirico y Julita, mártires.

Etimoligìa: Ciro = Aquel que es señorial. Viene del griego.

Cuando los edictos de Diocleciano contra los cristianos se aplicaban con la máxima severidad en Licaonia, una viuda llamada Julita, que vivía en Iconio, juzgó prudente retirarse de un distrito donde ocupaba una posición prominente y buscar un refugio seguro bajo un régimen más clemente. En consecuencia, tomó consigo a su hijo Ciríaco o Quiricio, de tres años de edad, y a dos de sus servidoras y escapó hacia Seleucia. Ahí quedó consternada al descubrir que la persecución era todavía más cruel, bajo la dirección de Alejandro, el gobernador y, por lo tanto, continuó su huida hasta Tarso. Su arribo a la ciudad fue inoportuno, puesto que coincidió con el de Alejandro; algunos de los miembros de la comitiva del gobernador reconocieron al pequeño grupo de peregrinos. Casi inmediatamente, Julita fue detenida y encerrada en la prisión. Al comparecer ante los jueces del tribunal que iba a juzgarla, llevaba a su hijo de la mano y denotaba una absoluta serenidad. Julita era una dama de noble linaje con muy vastas y ricas posesiones en Iconio, pero en respuesta a las preguntas sobre su nombre, posición social y lugar de nacimiento, sólo afirmó que era cristiana. En consecuencia, el proceso no tuvo lugar y se la condenó a recibir el castigo de los azotes atada a las estacas. Antes de que se cumpliera con la sentencia, le fue arrebatado su hijo Ciríaco, a pesar de sus lágrimas y sus protestas.

En la leyenda sobre estos santos se dice que Ciríaco era un niño muy hermoso y que el gobernador lo tomó en sus brazos y lo sentó sobre sus rodillas, en un vano intento para que dejase de llorar. La criatura no quería más que volver al lado de su madre y extendía sus brazos hacia ella mientras la azotaban y, cuando Julita gritó, en medio de la tortura: «¡Soy cristiana!», el niño repuso como un eco: «¡Yo soy crisitano también!». En un momento dado, a impulsos de la ansiedad por librarse de las manos que le retenían y correr hacia su madre, el chiquillo comenzó a debatirse y, como Alejandro se esforzaba por contenerle, le propinó algunas patadas y le rasguñó la cara. La actitud del niño, completamente natural en aquellas circunstancias, encendió la cólera del gobernador. Se levantó hecho una furia, alzó a la criatura por una pierna y lo arrojó con fuerza sobre los escalones, al pie de su tribuna; el cráneo se le fracturó y quedó muerto al instante. Julita lo había presenciado todo desde las estacas donde estaba atada, pero en vez de manifestar su dolor, levantó la voz para dar gracias a Dios por haber concedido a su hijo la corona del martirio. Su actitud no hizo más que aumentar el furor de Alejandro. Este mandó que desgarrasen los costados de la infortunada mujer con los garfios, que fuese decapitada y que su cuerpo, junto con el de su hijo, fuera arrojado a los basureros en las afueras de la ciudad, con los restos de los malhechores. Sin embargo, después de la ejecución, el cadáver de Julita y el de Ciríaco fueron rescatados por las dos criadas que habían traído desde fconio, quienes los sepultaron sigilosamente en un campo vecino.

Cuando Constantino restableció la paz para la Iglesia, una de aquellas servidoras reveló el lugar donde se hallaban enterrados los restos de los mártires, y los fieles acudieron en tropel a venerarlos. Se dice que las supuestas reliquias de san Ciríaco se trasladaron de Antioquía durante el siglo cuarto, por iniciativa de san Amador, obispo de Auxerre. Esto extendió el culto por este niño santo en Francia, con el nombre de san Cyr, pero en realidad no hay ninguna prueba concreta para relacionar a los santos históricos Julita y Ciríaco -si aceptamos su existencia- con la ciudad de Antioquía. A pesar de que posiblemente fueron martirizados un 15 de julio, fecha en que se conmemora su fiesta en el Oriente, el Martirologio Romano los festeja el 16 de junio.

Es una pena tener que descartar una historia tan conmovedora y a la que tanto crédito se dio durante la Edad Media en Oriente y Occidente; pero la leyenda, tal como se ha conservado en todas sus formas, es positivamente una ficción. Las «Actas de Ciríaco y Julita» fueron proscritas en el decreto de Pseudo-Gelasio en relación con los libros que no debían ser leídos y, a pesar de que esta ordenanza no procedía del Papa San Gelasio, llega hasta nosotros revestida con la autoridad de su antigüedad y de haber sido generalmente aceptada. El padre Delehaye favorece la opinión de que Ciríaco fue el verdadero mártir y el personaje central de la leyenda fabricada posteriormente. Tal vez procedía de Antioquía, como se afirma en el Hieronymianum, pero lo cierto es que su nombre aparece solo y no unido al de Julita en muchas inscripciones y dedicatorias de iglesias y lugares diversos, en toda Europa y el Cercano Oriente. Las muy diversas formas en que se ha conservado la leyenda hasta nuestros días, son un testimonio de su popularidad.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

escrito por Alban Butler 
(fuente: catholic.net)

otros santos 16 de junio:

- San Juan Francisco de Regis
- Santa Lutgarda

lunes, 15 de junio de 2015

15 de junio: Santa Benilde

Era bastante anciana ya cuando se desató en su Córdoba natal una persecución califal contra el cristianismo de las que hacen época; nunca mejor dicho: la gran era de los mártires cordobeses. Desde hacía dos años no cesaban los muertos por la fe cristiana.

San Fandila, sacerdote natural de Guadix y gran catequista, fue degollado por su actividad cristiana el 13 de Junio de este año 853 y al día siguiente lo fueron santa Digna, religiosa contemplativa, y san Félix, monje de un convento de la capital y natural de Alcalá de Henares. Es decir, todo cristiano significativo estaba siendo eliminado para desarraigar la fe de Cristo y «evangelizar» Córdoba en el espíritu del Corán.

Como los moros eran bien conocedores de las costumbres cristianas, después de la ejecución, se quemaban los cuerpos de los mártires y sus cenizas las esparcían en el río Guadalquivir para evitar la creación de santuarios en las tumbas de los mártires.

Benilde, a pesar de sus muchos años, se llenó de valentía evangélica, alzó su grito de libertad en contra de la tiranía y proclamó en voz alta que prefería la fe a la vida y la coherencia creyente al silencio cómplice con aquel «terrorismo de estado». Su gesto claro, generoso y valiente le costó el cuello y también fue incinerada para desperdigar sus restos en el río.

Dicen los entendidos que las aguas del Guadalquivir bajan, desde entonces, «contaminadas» por el único barro que, en lugar de ensuciar, fecundan a la Iglesia andaluza: la riada del amor que no puede engañarse ni engañarnos.

No, si ya veréis como los viejos que están cerca de la Iglesia van a poder darnos, al final, más de una lección de vida comprometida con el evangelio.

(fuente: www.es.catholic.net)

otros santos 15 de junio:

domingo, 14 de junio de 2015

14 de junio: Beata Francisca de Paula de Jesús

«Madre de los pobres»

Madrid, 14 de junio de 2013 (Zenit.org) Ante la vida de esta gran mujer vienen a la memoria las palabras de san Pablo en su himno de la caridad: toda ciencia es necedad si no está alumbrada por este mandamiento instituido por Cristo. Formación faltó a Nhá Chica, que no supo nunca leer ni escribir, pero tenía el amor por bandera. Fue el santo y seña de su quehacer cotidiano, lo único que precisó para traspasar las fronteras de la gloria. Y así, el 4 de mayo de 2013 la ciudad de Baependi no ocultaba su alborozo por la beatificación de su compatriota, primera laica y negra brasileña en subir a los altares, y escuchaba jubilosa las palabras que el papa Francisco dirigía a todos en un mensaje, sintetizando su admirable existencia. Recordó ese día que fue «una mujer de asidua oración y perspicaz testigo de la misericordia de Cristo con los necesitados del cuerpo y del espíritu». Al hilo de estas palabras en la mente de tantos agraciados por su generosidad se abría paso su luminosa presencia, mientras el corazón latiría emocionado con el eco de sus múltiples gestos de piedad.

De humilde condición social nació hacia 1808 (hay fuentes que señalan 1810 porque la fecha es imprecisa), en la hacienda Porteira dos Vilellas del municipio de Santo Antônio do Rio das Mortes Pequeno, perteneciente a Minas Gerais, aunque desde sus 8 años toda su vida discurrió en Baependi. Traía consigo excelsas virtudes trazadas en su oscura piel que evocaba ancestrales tradiciones y culturas, un pasado de injusta esclavitud que no supuso para ella obstáculo alguno. Tampoco para sus contemporáneos que nunca tuvieron en cuenta sus raíces ni sus carencias educativas. Únicamente repararon en su alma limpia, la poderosa fuerza que emanaba de sus palabras, la dulzura que enmarcaba su rostro y ese caudal de bondad hecho incontenible dádiva que se filtraba entre sus dedos buscando paliar el sufrimiento ajeno. No habían discurrido más que diez años de su vida cuando perdió a su madre Isabel María, que había sido esclava y seguramente debió concebirla a través de algún terrateniente. Francisca quedaba sola en el mundo junto a su hermano Teotônio, cuatro años mayor que ella. Se desconoce si ambos tuvieron el mismo padre, ya que los apellidos de aquél pertenecían a una relevante familia, mientras que ella había sido inscrita con el nombre de Francisca de Paula de Jesús. Isabel María le aconsejó que no se casase, que dedicara su vida a socorrer a los necesitados sostenida por la fe.

Cuando su madre murió, la Virgen, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, fue el exclusivo referente de Nhá Chica. La llamaba familiarmente «Mi Señora»; no hacía nada sin exponérselo a Ella. Cuando se trasladaron a Baependi, entre las escasas pertenencias que portaron llevaban una imagen suya. Por tanto, había crecido contemplándola, sintiéndola tan cerca que esa intimidad que mantenía con la Madre era natural. Nunca le atrajo la cultura, sí la Palabra de Dios que a su tiempo comenzaron a leerle. De todos modos, hay que tener en cuenta su procedencia y la escasa atención que en la época se prestaba a la formación de la mujer. A ello se añadía haberse quedado sin protección familiar siendo una niña; son factores que explican también la deficiencia educativa que marcó su vida. Al margen de ello, tenía unas cualidades excepcionales para llegar al corazón de los demás con sus atinados consejos. La gente acudía a su encuentro confiada en su buen juicio y sugerencias para solventar los distintos problemas que cada cual tenía. Como acertaba en sus pronósticos, y veían que los hechos discurrían tal como aventuraba, no podían ocultar su impresión. Ante su sorpresa invariablemente respondía que la clave estaba en su ferviente oración. «… Es porque rezo con fe», justificaba con sencillez, atribuyendo todo a la Virgen.

Llegada la edad de casarse mantuvo viva la sugerencia de su madre y rehusó las propuestas de compromiso matrimonial que surgieron. Entretanto, su hermano hizo acopio de cierta fortuna y fue escalando puestos relevantes en la sociedad. Llegó a ser oficial de la Guardia Nacional y juez de una localidad. Era uno de los directivos de la Hermandad de Nuestra Señora de la Buena Muerte. Se había desposado, pero no hubo descendientes y al morir en 1861 legó todos sus bienes a su hermana. Nhá Chica tenía una idea fija: construir una pequeña capilla dedicada a la Inmaculada. Fue una petición expresa que María le hizo en 1865 señalando para ello el alto del Cavaco. Así que, distribuyó entre los pobres gran parte de la cuantiosa herencia y el resto lo dedicó a esta obra. Luego impulsaría numerosas colectas para concluirla. Erigió la pequeña ermita –convertida después en el actual santuario de Nuestra Señora de la Concepción– en la cima de la colina, al lado de su casa que nunca quiso abandonar. En un altar colocó la imagen heredada de su madre ante la que solía rezar la novena que compuso, rogando por el cumplimiento de las numerosas peticiones que recibía. Tanta era la fe de Francisca y tal su vínculo con la Virgen que quienes solicitaban su ayuda, sabedores de esta intimidad filial, la abordaban directamente: pide a María que me sane de esto, o que me resuelva lo otro… Y los milagros se sucedían en vida de la beata. Los pobres, los abandonados, los que sufrían por la razón que fuese tenían en ella una excepcional valedora ante la Madre que también le encomendaba misiones con un conmovedor: «mi hija, yo, tu Señora María», para añadir a continuación sus demandas relacionadas con la Iglesia, con la caridad de los desamparados… A veces Nhá Chica quedaba suspensa en el aire rezando la Salve Regina.

Murió el 14 de junio de 1895 con fama de santidad debido a una complicación gástrica. Por expreso deseo suyo, sus restos yacen en la iglesia que mandó construir. Tras su deceso siguieron obrándose los prodigios obtenidos por la mediación de esta mujer, modelo de fe, de caridad y de vínculo indisoluble con la Iglesia, que pasó por este mundo alumbrada por María consolando a los desvalidos.

(14 de junio de 2013) © Innovative Media Inc.

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sábado, 13 de junio de 2015

13 de junio: Santa Aquilina de Siria

Mártir

Etimológicamente significa “águila, sin labio”. Viene de la lengua griega.

Cuando la sencillez va de par con el espíritu de infancia, tu corazón se humaniza. Brecha luminosa en tu camino, tu canto se eleva a Dios: "Tú que das de comer a pájaros y haces crecer los lirios del campo, concédenos alegrarnos con lo que tú nos colmas, y que esto nos baste".

Los emperadores romanos no sabían a ciencia cierta qué hacer con esta fuerza pujante del cristianismo. No podían ni soñar que cuantos más morían, más cristianos surgían dentro de su imperio.

Era para ellos la principal preocupación. Fue el caso de esta niña inocente llamada Aquilina.

Había nacido en Biblis de Palestina, Asia Menor. Por suerte para ella, unos misioneros abanderados del Resucitado, pasaban por allá.

Ella, al verlos, les dijo que estaba preparada para recibir el bautismo porque amaba mucho a Jesús.

Los misioneros escucharon su petición. La bautizaron. Apenas se hubo hecho cristiana, se entregó a ayudar a la gente resplandeciendo ante todos, a pesar de su edad, por su pureza y candidez.

Pero la persecución se notaba ya en el ambiente. Iba a empezar en seguida.

El emperador, enterado por su policía que había una chica cristiana, que era una joya, mandó que la llevasen ante su presencia.

Y la historia se repite. La condujeron a los dioses para que ofreciera sacrificios.

Ella se negó en rotundo. Entonces, sin entrañas ni amor, mandó que la degollaran. Era el 13 de junio del año 304.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com
(fuente: catholic.net)

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viernes, 12 de junio de 2015

12 de junio: Beata Florida Cevoli

Florida nació en Pisa el 11 de noviembre de 1685, de familia noble. Ingresó en las clarisas capuchinas el año 1703, llegando a ser la mejor discípula y compañera de Santa Verónica Giuliani, a la que sucedió en el cargo de abadesa. Se distinguió por su espíritu de oración, su inserción en las tareas sencillas y cotidianas de la vida comunitaria, sus carismas extraordinarios, y por el impulso que dio a su Orden en la observancia fiel de la Regla. Murió el 12 de junio de 1767 en Città di Castello (Perusa). La beatificó Juan Pablo II el 16 de mayo de 1993.

Lucrecia, undécima de los catorce hijos de los condes Curzio Cevoli y Laura della Seta, nació en Pisa el 11 de noviembre de 1685: «Salió una niña agraciada, de índole despierta y de buena inteligencia», afirman quienes oyeron hablar de sus primeros años. En contraste con la precocidad mental, tardó en aprender a andar; era gordota y no podía tenerse en pie. La condesa, su madre, lo atribuía al vicio de hacerse llevar en brazos y hacía responsable del retraso a la nodriza; pero hubo de convencerse de que la causa estaba en la debilidad de las piernas, que no sostenían el peso del cuerpo.

Entre tantos hermanos y hermanas mayores que ella, era normal que se convirtiera en el centro de atención de la noble familia y de la servidumbre. Pero a medida que Lucrecia fue adquiriendo conciencia de sí misma, se observó en ella una reacción de rechazo hacia las manifestaciones de afecto, que pudo ser interpretado como síntoma de un temperamento apático o esquivo que podía comprometer la normalidad de las relaciones en el futuro. La realidad era que estaba naciendo en su ánimo -como ella explicará más tarde- un instinto superior que la llevaba a evitar todo apego humano y toda complacencia sensible, para poder reservar su corazón para Aquel que, ya entonces, atraía su corazón, si bien todavía a escala infantil.

Sorprendía a los demás con imprevistos desplantes, que desconcertaban. Hallándose toda la familia de veraneo en su quinta de Cevoli, la turba de los hermanos organizó una comedia de títeres. Todos se dieron a componer y vestir los muñecos y a disponer la sucesión de las escenas. A Lucrecia se le confió el encargo de manejar los hilos, escondida bajo el tablado. En lo mejor de la representación, ante numerosos invitados, he aquí que las figuras se paran de pronto; la pequeña operadora se niega a continuar no obstante todas las insistencias. Aquella normal satisfacción ante el aplauso general por el éxito produjo en ella una repulsa súbita, como si estuviera sustrayendo a Dios lo que a El solo pertenecía.

A este sentido de rectitud se unía una capacidad tal de discernimiento que la hacía descubrir sin esfuerzo el desagrado de Dios en sus acciones y en sus sentimientos. Hasta el afecto que profesaba a su buena nodriza le pareció quitárselo a Dios. Una de las infidelidades de la infancia, que dejó en ella recuerdo permanente, fue en relación con la Virgen María. Una mañana le había ofrecido un hermoso clavel ante un gran cuadro que había en una sala; pero más tarde, con la volubilidad propia de la edad, fue a quitarlo y llevárselo. Por la noche, en el examen de conciencia que acostumbraba a hacer, tuvo fuerte remordimiento de semejante conducta.

Lucrecia crecía bella, con una belleza que todos admiraban. Un día, siendo de unos seis años, oyó cómo las mujeres de casa ponderaban entre ellas el atractivo de la condesita silenciosa. Y le vino el deseo de cerciorarse hasta dónde era verdad. Se subió con una silla sobre una mesita para mirarse en un espejo, pero al puesto de éste se encontró delante un cuadro de la Virgen, y oyó en su interior que le decía:

-- ¡Eres boba! ¿De qué sirven tales vanidades? Te basta ser bella en el alma.

Le hicieron tal efecto estas palabras que, llena de vergüenza, cerró todos los ventanillos. Y por toda la vida lloraría aquella condescendencia con la vanidad.

Por lo demás, su adiposidad venía a contrapesar la delicadeza de sus facciones y le procuraba no pocas desazones, ya que a veces tenía que renunciar a acompañar a los suyos en las salidas para no serles de estorbo.

Entre los hermanos mayores había uno, Doménico, que supo ganarse de modo especial su confianza, tal vez por cierta afinidad de temperamento y de riqueza interior. Era aficionado a la pintura y pasaba parte del tiempo encerrado en su estudio, donde nadie tenía entrada excepto Lucrecia, once años más joven que él. Vino a ser su confidente y también su maestro de dibujo, habilidad que le sería muy útil después en la vida claustral. Este pintor-ermitaño, que moriría en fama de santidad, ejerció sin duda un influjo en la orientación ascética de la hermanita.

Lucrecia aprendió las primeras letras y se había iniciado en las labores femeninas en la casa paterna; pero su rango familiar exigía una formación intelectual y social en un internado según el uso de la época. A los trece años entró como educanda en el «noble monasterio» de clarisas de San Martín, donde ya la habían precedido dos hermanas suyas. Bajo la guía de las religiosas adquirió una esmerada formación literaria, con un dominio notable de la lengua latina e italiana, sin excluir la poesía; se perfeccionó en el bordado y demás aptitudes femeninas.

Al propio tiempo llamó la atención de sus educadoras por su profunda piedad, su espíritu de mortificación y su afán de retiro, como también por su porte absorto y grave, que le mereció el sobrenombre de la abadesita; y no precisamente a motivo de sus modales afectados: todo lo contrario, mostraba fuerte repugnancia a dejarse servir por las religiosas conversas, como ya lo había hecho en su casa con la servidumbre.

La educación recibida no modificó en ella aquella su actitud esquiva hacia cualquier lisonja o halago por parte de nadie, aun a riesgo de pasar por descortés, siendo como era de trato fino y afable.


El llamamiento de Dios

Cuando Lucrecia se despidió de las clarisas, su vocación estaba ya decidida. Ella misma refirió más tarde el porqué de su opción por el lejano monasterio de las capuchinas de Città di Castello. Estando todavía en el educandato, aprovechó la presencia de un confesor extraordinario, barnabita, que gozaba fama de docto y de santo, para exponerle sus anhelos de una vida de escondimiento y de austeridad, en pobreza total. El religioso examinó el espíritu de la joven y sus motivos. Luego lo hizo delante de sus padres. Al reparo de éstos sobre la lejanía de aquel monasterio, respondió Lucrecia que precisamente por eso lo había preferido, para poner distancia entre su vida retirada y su patria y familia. Había además otro motivo: hasta Pisa había llegado la fama de sor Verónica Giuliani, la estigmatizada, que formaba parte de aquella comunidad.

No fue fácil lograr el consentimiento de las capuchinas; fue necesario valerse de algunas influencias, entre otras la de la princesa Violante de Baviera, esposa de Fernando de Médici, hijo del Gran Duque de Toscana. En marzo de 1703 llegó respuesta afirmativa. Y comenzaron los preparativos para el viaje de la esposa. Era uso entonces que, antes de dejar el mundo para encerrarse en el convento, la joven aspirante hiciera una gira, en traje nupcial, para despedirse de parientes y conocidos, emprendiendo después el viaje. Llegado el día de la vestición, la esposa era llevada por las calles hasta la iglesia conventual, en carroza, bien escoltada de damas y caballeros. Pues bien, Lucrecia había soñado para tal ocasión «un vestido de brocado con fondo rosa»; pero, cuando llegó el momento de probárselo, se halló con que el que le habían preparado tenía el fondo blanco. Pudo dominar el primer sentimiento de contrariedad acordándose de que había pedido al Señor verse privada, en aquella gira, de toda satisfacción por legítima que fuera.

Recorrió primero los monasterios de Pisa. Después, acompañada de sus padres, se puso en camino, haciendo etapa en Florencia, donde fue muy agasajada por el Gran Duque y su familia. Reanudó el viaje, o mejor peregrinación, hacia el santuario de Loreto, donde pidió por devoción el honor de barrer la santa Casa, y lo hizo de rodillas, vestida de esposa, con el alma llena de consuelo.

Llegada a Città di Castello, esperó la admisión formal, con el voto de la comunidad, y la vestición; ésta se celebró el 7 de junio de 1703, fiesta de Corpus Christi; la presidió el obispo, quien le impuso el nombre de sor Florida, por devoción al patrono de la ciudad, san Florido. Se había preparado a la nueva vida mediante la renuncia a toda satisfacción terrena; Dios le hizo ver, en ese mismo momento, que debía renunciar también a los consuelos espirituales. El rito de la vestición se concluía con un gesto de elocuente significado: el obispo ponía en el hombro de la novicia una cruz desnuda de madera, y ella se encaminaba, a lo largo de la iglesia, hacia la puerta del monasterio. La cruz era ligera, pero sor Florida la halló tan pesada, que a duras penas podía andar.


A la escuela de sor Verónica Giuliani

Sor Verónica había sido depuesta del cargo de maestra de novicias en 1699, en virtud de las medidas tomadas por el Santo Oficio respecto a ella después de la estigmatización. Pero la comunidad pensó que nadie mejor que ella podía hacerse cargo de la formación de la noble candidata y obtuvo le fuera levantada la suspensión. Ella ha dejado descrita en su Diario la lucha interior que hubo de sostener, no sintiéndose a la altura de una misión tan delicada: ¿qué podía enseñar a una joven dotada de una cultura muy superior a la suya y con una madurez espiritual poco común? Pero se sintió confortada cuando Jesús le prometió: «Yo seré el maestro tuyo y de la novicia». También la Virgen María vino en su ayuda, dándole a entender que se trataba de un alma muy selecta: «Te recomiendo, Verónica, a mi Floridina, gozo mío y gozo de mi divino Hijo».

Cuando sor Florida se puso bajo la dirección de sor Verónica, ésta gozaba ya de gran aceptación entre las hermanas; habían quedado atrás sus penitencias rebuscadas, aquellas que ella definía ahora «locuras que me hacía hacer el amor», y también en gran parte los fenómenos externos; todo en ella se había «intronsecado», todo era más íntimo y secreto. La novicia sería muy pronto, no sólo su mejor discípula, sino su confidente y testigo de algunas de sus experiencias corporales, ello por disposición de los confesores.

No fue difícil la sintonía entre maestra y novicia, especialmente cuando sor Verónica descubrió que la joven estaba llamada a recorrer, como ella, el camino de la cruz. Le costó, sí, a la condesita hacerse al modo llano y espontáneo, quizá no siempre delicado, tradicional en las capuchinas; pero no tardó en asimilarlo, contenta de sacudirse el amaneramiento del ambiente en que había crecido. Sufría cuando se veía tratada con especiales miramientos por causa de su origen familiar. A un confesor, que le preguntó sobre su condición social, le respondió:

-- Mi padre vendía aceite.

Y no mentía: uno de los mejores ingresos de los nobles de Toscana provenía, en efecto, de la cosecha de los olivares de sus tierras.

Hubiera querido abrazar con el máximo rigor todas las observancias conventuales, de modo particular el ayuno perpetuo impuesto por la Regla; pero, después de varias pruebas, hubo de convencerse de que no era ésa la voluntad de Dios: su estómago no soportaba tal régimen, por causa de la rapidez de su digestión; por prescripción médica se veía obligada a tomar alimento varias veces al día.

Emitió la profesión el 10 de junio de 1704. Era norma que las neoprofesas continuaran en régimen de noviciado por otros dos años, si bien con velo negro y colaborando con las otras profesas en los oficios. Sor Florida pidió, por gracia, proseguir con el velo blanco, observando el silencio como lo había hecho el primer año.

De lo que fue para ella la dirección de su venerada maestra poseemos su propio testimonio en el proceso de canonización de sor Verónica: era una pedagogía exquisitamente evangélica, centrada en lo fundamental.

En 1708 sor Florida tuvo la amarga noticia de la muerte de su querido padre, el conde Curzio Cevoli, seguida a los pocos días de la de su madre, ambas repentinas. Al dolor de la pérdida se juntó la incertidumbre sobre la suerte eterna de los dos. Sólo recobró la paz cuando su santa maestra conoció por luz superior que estaban en camino de salvación y cuando, juntamente con ella, se ofreció a satisfacer por ellos las penas del purgatorio.

Discípula e hija espiritual de sor Verónica, no fue sin embargo una copia de ella. Ni por carácter ni por fe era una mujer propensa a mimetismos infantiles. Amó a su maestra, la admiró profundamente, veneró en ella la riqueza de dones superiores de que estaba adornada; fue para ella un modelo de fidelidad a Dios, pero no un patrón que reproducir; más aún, reaccionaría siempre con repulsa ante favores o fenómenos extraordinarios que pudieran colocarla a la par con la estigmatizada.


A tal abadesa tal vicaria

De profesa sor Florida se ejercitó en los varios servicios a la comunidad, aun los más humildes, como era uso entre las capuchinas: cocina, lavandería, enfermería, etc. Desempeñó, todavía joven, el importante cargo de portera o tornera. Pero el empleo en el cual la hallamos habitualmente es el de boticaria o encargada de la farmacia conventual, donde eran preparados los remedios empíricos, siempre bajo vigilancia del médico. Es posible que tuviera ya de antes alguna preparación en este ramo. Lo cierto es que a esta su especialización debe el monasterio el valioso botiquín portátil, regalo de la familia Médici de Florencia.

El 5 de abril de 1716, después de haber obtenido de Roma la revocación de la privación de la voz pasiva, que pesaba sobre sor Verónica, ésta fue elegida abadesa; la comunidad le dio como vicaria a sor Florida, que entonces contaba 31 años de edad. Terminado el primer trienio, fueron reelegidas ambas para los mismos cargos; lo cual se fue repitiendo al cabo de cada trienio hasta la muerte de sor Verónica.

Sor Florida será siempre la colaboradora fiel y válida de la que para ella seguirá siendo maestra más que superiora. Ésta halló en su vicaria una ayuda verdaderamente preciosa, una verdadera secretaria, ante todo en el sentido etimológico del término, o sea, una confidente con quien podía compartir los «secretos de Dios», tareas que requerían un nivel cultural superior al de la Giuliani. Recibía y respondía a las cartas que le llegaban en gran número, ya que Verónica tenía prohibido mantener correspondencia si no era con el obispo, con el confesor y con sus hermanas clarisas. Le transcribía largas secciones del Diario, ya sea porque se requería el duplicado, ya para una mejor presentación ortográfica.

Y Verónica siguió ayudándola en la respuesta cada día más generosa a la acción de la gracia, dejándola caminar bajo la guía del Espíritu.

En la corte de los Médici se mantenía viva la impresión dejada por Lucrecia en su visita de despedida. De manera especial le había quedado aficionada la princesa Violante, la cual, en 1714, fue a visitar el monasterio para verla y venerar a sor Verónica. Más tarde, cuando ella era vicaria, el Gran Duque Cosme III, espléndido bienhechor del monasterio, se propuso fundar un convento de capuchinas en la capital de su estado, Florencia; hizo cuanto pudo para obtener que fuera como fundadora «su Cevolina», como él la llamaba, pero halló siempre la negativa cerrada, sea por parte de sor Verónica, apoyada por la comunidad, que no se resignaba a perder a una religiosa de tanta valía, como por parte de la misma sor Florida que, en su voluntad de desapego total, se resistía a volver al ambiente social y familiar del cual se había alejado para seguir su vocación. La fundación se hizo, pero con capuchinas del monasterio de Perusa.


Veinticinco años a la guía de la comunidad

El 9 de julio de 1727 la muerte ponía fin a la peregrinación de amor y de dolor de Verónica Giuliani. El 21 del mismo mes se celebró capítulo, en el cual fue elegida abadesa sor Florida. Ninguna como ella, pensaron las religiosas, estaba en grado de dar continuidad al magisterio y a las directivas de la santa maestra. Con sus 42 años de edad, poseía cuanto se podía desear de madurez humana, de talla espiritual y de dotes morales para ser guía y modelo de la numerosa comunidad.

Ella, en cambio, no se sentía a la altura de semejante responsabilidad. Orando ante una imagen de la Virgen que tenía en su celda, le pareció entender que la misma Virgen le aseguraba que no sería elegida mientras tuviera consigo la imagen. Al exponer esta esperanza suya al confesor, éste le dio orden de llevar al coro aquella imagen; así es cómo María mantuvo su palabra y ella se vio elegida. Y sería reelegida por tres trienios consecutivos (1730, 1733 y 1736); después de un trienio de reposo, fue nuevamente elegida en 1742 y luego reelegida otras dos veces. Y todavía en 1761, con 76 años de edad, cuando pensaba en ir preparándose «para morir como capuchina», según escribía a la abadesa del convento de Siena, hubo de plegarse una vez más a la voluntad de las hermanas. Apoyada en un bastoncito, logró seguir la observancia y atender a las exigencias del cargo. Complexivamente ejerció el oficio de abadesa por 25 años y el de vicaria por otros 20. No asumió la responsabilidad inmediata de la formación de las novicias, pero ejerció este oficio en forma indirecta, ya que las actas capitulares añaden al nombre de la designada como maestra: «Con la ayuda de la abadesa».

Cada nueva elección era para ella motivo de confusión y de sufrimiento, pensando en la gran responsabilidad que pesaba sobre ella; por otra parte, la conciencia de tener que ser modelo de sus hermanas era un nuevo estímulo para su entrega a Dios y para su fidelidad a los compromisos de la vida religiosa. En sus cartas a las capuchinas de Siena se expresaba en estos términos: «No tengo de religiosa otra cosa que el hábito... Por caridad, ayudadme con la oración para que Jesús me conceda comenzar de una vez a ser lo que debo, y que no siga sirviendo de obstáculo a esta santa comunidad, sólo por mí profanada... Esta pobre comunidad, ¡oh, cómo pierde con mi mal gobierno!»

Hermana entre las hermanas, tomaba parte como cualquier otra en las faenas conventuales, aun las más humildes. No permitía actitudes obsequiosas con su persona. Repetía: «Jesús me guarde de la tentación de dejarme servir». Obediencia pronta y alegre sí, pero nunca manifestaciones serviles. Una hermana, viéndola moverse con dificultad, se ofreció a barrerle la celda, pero no se lo permitió en manera alguna.

Hubiera querido estar a los pies de todas. No perdía oportunidad de satisfacer este deseo mediante actos de humillación pública, entonces en uso en las comunidades claustrales. Lejos de usar modos autoritarios, cuando debía dar una orden o una corrección lo hacía con gran caridad y humildad.

No obstante dejó en el monasterio el recuerdo de un rigorismo inflexible en el modo de guiar la comunidad, atenta a la pura observancia de la Regla y de las Constituciones, especialmente por lo que hace a la pobreza. No se contentó con mantener el nivel alcanzado bajo el gobierno de santa Verónica, quiso ir más adelante, contando con el fervor de las hermanas y con la confianza que éstas depositaban en ella al reelegirla. Con los años, como sucede de ordinario, fue suavizando aquel rigor y se mostró más comprensiva y condescendiente, convencida tal vez de que la tensión permanente en pretender lo perfecto puede degenerar en un formalismo sin vigor evangélico.

Las hermanas que testificaron en orden al proceso de beatificación recuerdan con admiración la eficacia de su ejemplo personal, sus exhortaciones llenas de sabiduría superior y de celo por el bien de todas. Solía repetir: «Jesús quiere ser servido por nosotras y por todos a modo suyo, no a modo nuestro». Y también: «Por nuestro buen Dios todo es poco, lo que se hace y lo que se padece».

Insistía sobre la caridad fraterna, que se debía manifestar en la solicitud de las unas por las otras, en la colaboración y hasta en las maneras delicadas y corteses del trato. Todo en un clima de alegre sencillez franciscana y de igualdad, sin diferencia entre hermanas de coro y conversas o «de obediencia», sin títulos ni tratamientos rebuscados. Ella se hacía llamar sencillamente «sor Florida». Y quería le fuera dado el tratamiento italiano del voi, común entre iguales, y no el de lei (usted), que era la fórmula de respeto, uso al que les costaba habituarse a las jóvenes recién llegadas. No contenta con la igualdad interna, sin discriminación alguna, hubiera querido volver también a la Regla de santa Clara en lo tocante a las hermanas externas, que no profesaban clausura. Por propia cuenta pidió y obtuvo de Roma hacerlas vivir con las demás dentro del convento, a fin de que pudieran compartir la vida comunitaria con las demás. Pero halló fuerte oposición entre las claustrales y, probablemente, también entre las interesadas; y tuvo que renunciar a su intento.

Desde novicia sor Florida se distinguió por una extrema pobreza personal. En la renovación de la comunidad, llevada a cabo por santa Verónica durante su gobierno, la pobreza ocupaba el centro del programa, y se pensaba que no se podía ir más lejos en la «expropiación» de las hermanas. Pero sor Florida desplegó un celo todavía más avanzado, imponiendo un desprendimiento radical y una línea de austeridad y de sencillez así personal como comunitaria. No toleró ninguna curiosidad en las celdas. En 1732 el capítulo de la comunidad tomó la decisión de quitar de los ornamentos sagrados toda ornamentación en oro. Otro paso audaz dio en 1737, asimismo por decisión capitular, y fue la sustitución de los cuadros al óleo, que había en el coro, con sencillas estampas de papel de las estaciones del Vía Crucis. Todo ello con el consiguiente consentimiento del obispo.

Austera consigo misma, y amante de la sencillez y de la austeridad en las cosas externas, era en cambio generosa en proveer a las hermanas de todo lo necesario, sobre todo cuando se trataba de mirar por la salud y por la higiene personal.

En todos esos años sor Florida se sintió obligada con una doble deuda para con santa Verónica. Ante todo, se ocupó de impulsar la prosecución del Proceso de canonización de la que todos designaban con el título de Venerable; había sido iniciado ya el mismo año de su muerte, 1727, a nivel diocesano; durante el proceso apostólico, con una larga declaración muy detallada. La comunidad halló modo de afrontar los gastos gracias a la ayuda de válidos bienhechores, entre los que figuraban los hermanos de la abadesa. Ella seguía de cerca todos los pasos de la Causa; hacía imprimir y difundir estampas de la Venerable. Pero los procedimientos eran lentos y los gastos se multiplicaban. Sor Florida murió sin ver logrado su anhelo: la beatificación de Verónica no llegaría hasta el año 1804 y su canonización en 1839.

La otra deuda con su venerada maestra era la fundación de un monasterio de capuchinas en Mercatello, en la antigua casa de los Giuliani. No le fue fácil lograr que el proyecto fuera aceptado por el obispo de Urbania y por el clero de Mercatello, población pequeña de montaña, donde ya existía el monasterio de Santa Clara. Pero logró conseguir buenos colaboradores y bienhechores. En 1753 fue colocada la primera piedra. Sor Florida estaba al tanto de cada particular; se conservan medio centenar de cartas suyas a los delegados del obispo para la construcción del edificio. Antes de morir, en 1767, pudo tener el consuelo de saber que la obra estaba terminada y que sólo se esperaba la aprobación pontificia para realizar la fundación. El monasterio sería inaugurado seis años después, en 1773.

«No se enciende una lámpara
para tenerla oculta bajo el celemín» (Mt 5,15)

La paradoja de la vida contemplativa, que se repite dondequiera que haya un corazón abierto enteramente a la acción de Dios, es patente en la vida de Florida Cevoli: una espléndida irradiación benéfica sobre cuantos buscan su intercesión, su consejo o sencillamente su don de consolar y de dar ánimos, tantísimos que experimentan el atractivo de su experiencia de lo divino.

Por mucho que la hija de los condes de Cevoli tratara de olvidar y hacer olvidar su rango social, era aquella una realidad que no era posible anular. Sus hermanos y sus hermanas se sentían muy unidos a ella y se convirtieron en bienhechores habituales del monasterio. Familiares y parientes eran conscientes de tener una santa en la capuchina de Città di Castello. Esta fama de santidad tuvo amplia difusión desde que sor Florida fue elegida abadesa. Según algunos testimonios, el radio de expansión de la fama de la Cevoli fue más vasto de lo que había sido el de santa Verónica, teniendo en cuenta que ésta vivió totalmente incomunicada con el exterior, mientras que la Cevoli recibía visitas de toda clase de personas y mantenía una constante correspondencia. Casi todas las cartas recibidas por ella tenían como fin pedirle oraciones y consejo en situaciones delicadas.

Sería largo enumerar las personalidades de quienes se tiene noticia que mantuvieron comunicación con ella. De la familia Médici de Florencia, además de la ya mencionada princesa Violante, la visitó en 1728 la princesa Eleonora y el marqués Lucas de Médici, que le consultó sobre su elección de estado. Mención especial merece la amistad espiritual con María Clementina Sowieski, princesa polaca, esposa de Jacobo III Stuardo, pretendiente al trono de Inglaterra, residente en Roma.

Città di Castello es deudora a sor Florida por su mediación de paz en una coyuntura grave de su historia. A la muerte del papa Benedicto XIV, en 1758, estalló en la ciudad un motín popular contra la autoridad local; durante un mes los amotinados fueron dueños de la población, hasta que llegó la noticia de la elección del nuevo papa Clemente XIII, y las tropas lograron poner orden. Fueron procesados los numerosos responsables de la sublevación. El obispo, monseñor Lattanzi, apoyado por el clero secular y regular, asumió el difícil cometido de lograr la amnistía; para ello se sirvió de un expediente que consideró eficaz: invitó al comisario pontificio a hacer una visita al monasterio de las capuchinas; en un momento, como estaba planeado, sor Florida, que era vicaria, se arrodilló a los pies del comisario y, con gran vehemencia, pidió misericordia para los imputados y compasión para sus familias. El comisario prometió referir al papa la petición de la religiosa. Siguieron días de incertidumbre. Sor Florida escribió personalmente al secretario de Estado, cardenal Torregiani, que la veneraba desde que fue gobernador de Città di Castello. Por fin llegó el decreto de amnistía total, que fue recibido con general algazara por toda la ciudadanía.


Una espiritualidad centrada en el amor

Sor Florida, al dar comienzo a su noviciado bajo la guía de sor Verónica, poseía ya una no exigua experiencia interior de rasgos bien definidos. Verdadera discípula de la Santa, no anuló su personalidad humana ni espiritual ante la exuberancia mística de su maestra.

Los datos biográficos que conocemos permiten trazar, en parte, los rasgos del sujeto humano, sobre el cual obró la gracia. Como hemos visto, ya desde niña tendía a la obesidad. Las enfermedades que la aquejaron fueron doblegando progresivamente sus miembros, pero sin hacerle perder aquel su innato continente que infundía respeto. Estaba dotada de gran habilidad para las labores, escribía con soltura y buen ingenio sus cartas, con una bella caligrafía cuyos trazos revelan claridad de objetivos y firmeza de carácter. Se movía holgadamente en los varios asuntos, aun económicos, demostrando notable sentido práctico. No faltaban, con todo, las limitaciones, por ejemplo su inhabilidad para el canto, que constituía una semejanza más con santa Verónica, la cual dejó escrito: «No sé cantar». De sor Florida afirma una de las hermanas en el proceso: «No poseía buena voz para el canto, y ni siquiera oído». De sus cualidades literarias, especialmente poéticas, tenemos ejemplos en algunas composiciones hechas con ocasión de los solaces familiares de la comunidad.

Los testimonios la describen como muy afable y suave en el trato, más por virtud que por temperamento, ya que «era de natural enérgico y fuerte, y hasta difícil, por lo cual tenía que dominarse mucho, logrando, con la ayuda de Dios, domar su carácter».

Entre las virtudes evangélicas de sor Florida la que más ponderan quienes la conocieron es su humildad, que se manifestaba en cada palabra, en cada acción suya, no menos que en su afán de verse humillada. Pero era una humildad sin afectación. Enemiga de comportamientos convencionales, trataba de habituar a las religiosas a la sinceridad en el obrar y a la rectitud en el juzgar. Por causa de su debilidad de estómago, como hemos visto, no podía observar el ayuno de regla como las demás y debía tomar alimento fuera de hora. Pues bien, en vez de esconderse, para evitar de hacerlo en público, se dejaba ver delante de todas con trozos de pan o una fruta en la mano, comiendo con desenvoltura; y, cuando alguna de las antiguas le decía que hiciera por no dejarse ver de las jóvenes, que podrían desedificarse, respondía:

-- Lo sabe Dios, y me gusta que, si Él lo sabe, lo sepan también las criaturas, que yo no ayuno.

Lo mismo que en el caso de santa Verónica, también en el de nuestra Beata tuvieron una parte importante los confesores, con los cuales se conducía con fe y obediencia total. Pero no hay indicios de que ellos hayan ejercido un influjo determinante en su espiritualidad.

En sus cartas sor Florida usa un encabezamiento que resume la esencia de su espiritualidad: Iesus Amor Fiat Voluntas tua (Jesús, Amor, hágase tu voluntad). Son los dos polos en torno a los cuales se movía su vida toda: Jesús, el Esposo divino, blanco de su amor, y la voluntad de Dios, esa «maestra de toda virtud», como la denominaba santa Verónica.

Su contemplación habitual era de la Pasión de Cristo. Cada viernes era para ella el día de sensibles experiencias íntimas. Declara una de las hermanas: «La compasión de los dolores de la Pasión se manifestaba en suspiros del corazón y en lágrimas de los ojos, si bien por su natural no era fácil al llanto».

Otro centro de su piedad era la Eucaristía. Suspiraba por el momento de la comunión. Hubiera querido introducir en la comunidad la comunión diaria, pero no había llegado el tiempo de semejante frecuencia; a los dos días semanales ya existentes, logró añadir otros dos, y buscaba motivos litúrgicos para acrecentar la frecuencia.

Añadamos la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, heredada de santa Verónica; fue para ella una fecha de júbilo extático cuando la comunidad rezó por primera vez el Oficio de la fiesta del Sagrado Corazón, aprobado por Clemente XIII. Y, como no podía ser menos en una discípula de santa Verónica, sor Florida profesaba un amor tierno a la Virgen María; más que devoción, era una verdadera espiritualidad mariana.

El itinerario místico de sor Florida hubiera podido ser conocido, como el de su santa maestra, si poseyéramos sus relaciones autobiográficas. Hubo un confesor que la obligó a poner por escrito sus experiencias; pero, a la muerte de éste, Florida se hizo devolver todos sus apuntes y, sin más, los dio a las llamas. Le repugnaba ser tenida en esto, como en otros particulares, como una réplica de su maestra. Hemos de contentarnos, pues, con los testimonios de las religiosas y de sus últimos confesores. Y éstas nos hablan del hábito permanente de la presencia de Dios que observaban en ella, de su continua absorción en Él, incluso durante sus ocupaciones exteriores. Todas las hermanas fueron testigo de sus ímpetus de amor, de los incendios en el corazón, de los arrobamientos y de la violencia que con frecuencia tenía que hacerse para no ceder a la absorción interior. Pero la manifestación más elocuente de su corazón enamorado era el modo como hablaba de su «amado Bien», sea en los capítulos de comunidad, sea en sus exhortaciones privadas a las hermanas.

Fue un 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, en el segundo año de su cargo de abadesa, cuando tuvo un cúmulo de gracias y de experiencias místicas, a las que siguieron otras en años posteriores, entre ellas el desposorio místico, la corona de espinas, la herida en el corazón. Cuando ésta se produjo, por el año 1747, lloró copiosamente, sea por la confusión de verse con aquella señal externa, sea porque miraba con horror todo cuanto pudiera asemejarla a santa Verónica. A las hermanas, que le preguntaban qué le sucedía, les dijo que la atormentaba un cáncer que se le había formado en el pecho; pero al confesor hubo de decirle la verdad, y le rogó que interpusiera su obediencia para verse libre de la herida externa; se ofrecía a Dios para verse llena de llagas de la cabeza a los pies antes que recibir tales favores divinos. Así lo hizo el confesor, y ella se vio libre de los efectos de la herida; y fue diciendo a las hermanas que el confesor la había curado milagrosamente del cáncer. Parece que la misma sustitución del favor místico por una llaga general en todo el cuerpo pidió al Señor cuando, en un éxtasis ante el crucifijo, Él le hizo comprender que quería comunicarle sus sagradas llagas.

Tal debió de ser el origen del herpes que la invadió totalmente y la tuvo en un estado digno de compasión en los dos últimos decenios de su vida.

Los testimonios hablan de numerosos hechos milagrosos operados por sor Florida como efecto de su fe sencilla en la providencia amorosa de Dios. Hablan también de sus sorprendentes previsiones y del don de penetrar el interior de las personas.


En el misterio del amor "penante"

Cuando el amor pasa por la Cruz, se hace «amor penante», diría santa Verónica; la vida misma toma el significado de una crucifixión purificante y redentora, de un martirio cuyo verdugo es el Amor.

Sor Florida alimentaba una sed insaciable de padecimientos, cuyo origen no era otro que la contemplación amorosa de la pasión de Cristo y el deseo de configurarse con el Redentor paciente. No contenta con las renuncias, austeridades y privaciones que comporta la vida de una capuchina, buscó en las penitencias la expresión de su amor al Esposo crucificado. Se añadieron luego las desolaciones interiores, las tentaciones de toda especie, las dolorosas y molestísimas enfermedades.

En los primeros años de vida religiosa hizo largo uso de disciplinas, cadenas, cilicios y otros instrumentos de mortificación corporal; pero más tarde le fue suficiente para tener sujeta la parte inferior el sufrimiento de sus dolencias; todavía, sin embargo, la oyeron las hermanas ensañarse con sus miembros hechos pura llaga.

El padecer interior, más cruel que el exterior, la acompañó desde su ingreso en el monasterio. Durante treinta años fue acosada por horribles tentaciones contra la virtud de la fe y de la esperanza, hasta ponerla a veces al borde de la desesperación. Ella misma refirió en el proceso de canonización de santa Verónica cómo, siendo novicia, fue liberada por su maestra de una fortísima tentación en que llegó a ver el infierno abierto delante de sí. Otra vez, hallándose enferma la misma Santa, fue a verla, presa de verdadero desvarío, y le dijo:

-- ¿Me salvaré o no me salvaré?

La Santa le mandó traer un niño Jesús, al que pidió una señal de la seguridad de la salvación de su hija espiritual. El Niño tomó con su manecita un dedo de Verónica, teniéndolo muy estrecho por espacio de una hora. Sor Florida fue a llamar a las religiosas para que presenciaran el prodigio. A duras penas se consiguió separar la mano del Niño. «Quedó en el dedo de sor Verónica -concluye sor Florida su declaración- la señal de la comprensión. Todo ello, ocurrió en mi presencia». Y efectivamente, todavía hoy se conserva el milagroso Niño con su dedito encorvado, como se le vio entonces.

Pero las ansiedades de la joven no terminaron. Y llegaron al punto de no poder quedarse sola de noche en su celda, por lo que intervino el confesor a fin de que fuera a dormir en la de sor Verónica, como lo hizo durante siete años.

Las tentaciones y las ansiedades duraron hasta el año 1728, a raíz de la muerte de santa Verónica, como si ésta, ahora su protectora, le hubiera obtenido el don de la paz.


Hacia el encuentro con el Amor

La verdadera cruz de sor Florida fue el herpes, que como se ha dicho la hizo sufrir indeciblemente en los veinte últimos años de su vida; ella lo consideraba como un don del Señor al puesto de los fenómenos místicos corporales. Las hermanas que la conocieron la describen «despellatada de la cabeza a los pies». Debía hacerse grandes esfuerzos para no rascarse; a veces decía a la hermana que la acompañaba:

-- No me deje sola, porque cuando estoy acompañada logro más fácilmente vencerme para no rascarme.

Pero lo que más la hacía sufrir era el saber que, por la fétida exudación del mal, era causa de mortificación y de asco para cuantos se le acercaban.

Ella todo lo soportaba con gran fortaleza, más aún, con verdadero gozo interior y exterior. A una religiosa que le aconsejaba que pidiera a Dios la aliviara de un mal tan atroz, le respondió:

-- ¡La voluntad, la voluntad de Dios hasta el día del juicio!

Los médicos que la atendían quedaban sorprendidos de tanta serenidad y paz, más aún, de aquel buen humor con que se había hecho a tolerar una dolencia que muchas veces lleva a la desesperación a los pacientes.

Cuando se vio liberada finalmente de la responsabilidad como abadesa, en 1764, si bien tuvo que aceptar aún el cargo de vicaria, hizo unos ejercicios espirituales como disposición para el paso a la eternidad. Desde tiempo atrás venía haciendo un retiro mensual con ese fin.

Los males volvieron con mayor gravedad. Su cuerpo era una pura llaga; no podía caminar sino apoyada en una o dos hermanas. Y, lo que es más sensible, su cerebro, a los ochenta años, mostraba las señales de la senilidad que la infantilizaba. La abadesa, de acuerdo con el confesor, encomendó el cuidado continuo de la anciana vicaria a una joven profesa, imponiéndole a ella que le obedeciera en todo. Era conmovedor verla ejecutar puntualmente cuanto le mandaba la joven, estarse junto a ella y responderle con sencillez a sus preguntas.

La Eucaristía seguía siendo el centro de su vida. No se podía resignar a verse privada de la comunión. En los últimos meses las hermanas la llevaban en una silla; se hacía llevar también a visitar al Santísimo y más de una vez la hallaron arrastrándose trabajosamente para ir al corito de la enfermería.

A los sufrimientos exteriores se unieron crueles crisis interiores. Pero fueron tempestades de breve duración: la impresión que daba a quien se le acercaba era de una profunda paz interior; su espíritu, aun en aquella situación de chochez, se hallaba absorto en el deseo del sumo Bien, aún con evidentes ímpetus de amor.

Recibió en pleno uso de sus facultades el santo Viático y la unción de los enfermos, y el 12 de junio de 1767, de madrugada, expiró plácidamente. Su rostro quedó sonrosado, con una expresión de gozo como si estuviera en éxtasis.

Sabiendo que sor Florida, de modo semejante a santa Verónica, había hablado alguna vez, en plan íntimo, de ciertos signos que tenía grabados en el corazón, el obispo autorizó el examen necroscópico, bajo la dirección del cirujano Bonzi. Se hicieron detenidas inspecciones y se pudo comprobar que, en el arranque de la arteria aorta, se distinguían unas formaciones que no tenían una explicación natural.

Apenas se esparció la noticia de la muerte de sor Florida, hubo una conmoción en la ciudad. Por tres días desfilaron toda clase de personas para venerar su cuerpo. Y comenzaron a difundirse las gracias obtenidas por intercesión de la sierva de Dios. Habían pasado sólo unos meses desde el funeral, cuando apareció en Città di Castello el padre Carlos de Padua, capuchino, con especial comisión pontificia para mover el proceso informativo diocesano en orden a la beatificación. Logró reunir buena documentación y, sobre todo, numerosas relaciones escritas por las capuchinas; pero el proceso no fue iniciado canónicamente hasta el año 1827, y procedió muy lentamente; sólo el 19 de julio de 1910 Pío X promulgó el decreto de la heroicidad de las virtudes. Todavía se ha tenido que esperar largo tiempo hasta contar con el requisito del milagro; pero también éste ha llegado, al reconocerse el carácter sobrenatural de una curación obtenida por intercesión de sor Florida, en virtud del decreto de Juan Pablo II del 13 de junio de 1992. Tras lo cual, el mismo Romano Pontífice procedió a la solemne beatificación el 16 de mayo de 1993.

Fuentes biográficas: Sacra Rituum Congregatio..., Positio super introductione Causae. Roma 1837.- S. Rituum Congregatio..., Positio super virtutibus. Roma 1906.- Nova Positio super virtutibus. Roma 1907.

[Lázaro Iriarte, O.F.M.Cap., 
Venerable Florida Cevoli. La mejor discípula de Santa Verónica Giuliani, en AA.VV., 
«... el Señor me dio hermanos...». 
Biografías de santos, beatos y venerables capuchinos. Tomo I. Sevilla, 
Conferencia Ibérica de Capuchinos, 1993, págs. 409-429]
(fuente: www.franciscanos.org)

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