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sábado, 28 de febrero de 2015

28 de febrero: San Hilario

PAPA Y CONFESOR
(† 468)

Su nombre latino es ordinariamente Hilarus, a veces Hilarius, Natural de Cerdeña. Siendo diácono de Roma fue enviado en 449 por el papa San León I al concilio [Latrocinio] de Éfeso en calidad de legado pontificio. Aquí se negó a firmar la deposición de San Flaviano, patriarca de Constantinopla. Temiendo las iras de sus adversarios, Hilario partió ocultamente, llevando consigo la apelación que Flaviano dirigía a San León, texto hallado en 1882 por Amelli en la Biblioteca Capitular de Novara. Ya en Italia, el enviado pontificio escribió a la emperatriz Pulqueria, informándole de lo ocurrido. Todavía diácono, despliega otra actividad muy distinta, de carácter litúrgico: encarga a un tal Victorio de Aquitania la composición de un Ciclo Pascual, donde se intenta fijar la verdadera fecha de la Pascua, punto sobre el que aún no estaban de acuerdo griegos y latinos. El mismo Hilario estudió previamente la cuestión; pero, para informarse de los escritos de aquéllos, se valió de traducciones latinas, pues, según parece, conocía bien poco el griego. Por lo demás, el cómputo de Victorio fue ley en la Galia hasta el siglo VIII.

Hilario sucedió a San León en la Sede de San Pedro a fines de 461. Durante sus siete años de pontificado no ocurrieron acontecimientos de gran importancia para la Iglesia universal. El mérito del Santo consiste principalmente en la firme defensa de los derechos de la Iglesia en materia de disciplina y jurisdicción. Ya al año escaso de su consagración, como Pastor Supremo, tuvo que dirigirse a Leoncio, arzobispo de Arles, pidiendo informes sobre la usurpación del episcopado narbonense, llevada a cabo por Hermes: el Papa se extraña de que, siendo el asunto de la incumbencia de Leoncio, éste no le haya escrito antes sobre el conflicto. Poco después, presente "numeroso concurso de obispos" reúne en Roma un concilio donde, por bien de la paz, se consiente dejar a Hermes en la sede narbonense, pero, para prevenir futuros abusos, se le priva del derecho de ordenar obispos, derecho que pasa a Constancio, prelado de Uzés. La resolución conciliar fue enviada el 3 de diciembre, año 462, a los obispos de la Galia meridional en una carta donde también se prescribe que, convocados por Leoncio, se reúnan cada año, a ser posible, todos los titulares de las provincias eclesiásticas a quienes se dirige el documento, o sea de Viena, Lyon, dos de Narbona y la Alpina: en tales asambleas se han de examinar costumbres y ordenaciones de obispos y eclesiásticos; si ocurren causas más importantes que no puedan "terminar", consulten a Roma.

Asimismo tuvo que atender Hilario al asunto del arzobispo de Viena, Mamerto, que había consagrado ilegalmente a Marcelo como obispo de Díe. El Papa, manteniendo los principios legales y renunciando a imponer penas (supuesta la sumisión del acusado), remite la cuestión a Leoncio, a quien pertenecía en este caso el derecho de consagrar.

Abusos semejantes, cometidos en España, fueron considerados en un concilio de 48 obispos que congregó el Papa en Santa María la Mayor (nov. del 465). En la carta referente a este sínodo, enviaba a los prelados de la provincia de Tarragona, que previamente habían consultado a Hilario, manda el Pontífice, entre otras cosas: 1.º Sin consentimiento del metropolitano tarraconense, Ascanio, no sea consagrado ningún obispo. 2.º Ningún prelado, dejando su propia iglesia, pase a otra. 3.º En cuanto a Ireneo, sea separado de la iglesia de Barcelona y retorne a la suya. 4.º A los obispos ya ordenados, los confirma el Papa, con tal que no tengan las irregularidades señaladas en el concilio.

Otro mérito de San Hilario fue el haber impedido la propaganda herética en Roma al macedoniano Filoteo, y esto a pesar del apoyo que encontró el hereje en el nuevo emperador de Occidente, Antemio.

Tal rectitud de Hilario en lo tocante a la disciplina y a la fe, brota de lo que podríamos llamar norma de su vida y su gobierno: "En pro de la universal concordia de los sacerdotes del Señor, procuraré que nadie se atreva a buscar su propio interés, sino que todos se esfuercen en promover la causa de Cristo" (epist. Dilectioni meae, a Leoncio, ed. Thiel, 1,139).

En cuanto a lo referente a la piedad personal y fomento del culto, señalemos que Hilario edificó, entre otros, dos oratorios en la basílica constantiniana de Letrán: el de San Juan Bautista y el de San Juan Evangelista. Otro, dedicado a la Santa Cruz, con ocho capillas, se alzaba al noroeste de aquél. El Papa profesaba especial devoción al santo Evangelista, pues a él atribuía el haberse salvado de los peligros que corrió en el Latrocinio de Éfeso: en señal de gratitud hizo grabar a la entrada del oratorio la siguiente inscripción: "A su libertador, el Beato Juan Evangelista, Hilario obispo, siervo de Dios". A este mismo Papa atribuye el Liber Pontificalis la construcción de un servicio de altar completo, destinado a las misas estacionales: un cáliz de oro para el Papa; 25 cálices de plata para los sacerdotes titulares que celebraban con él; 25 grandes vasos para recibir las oblaciones de vino presentadas por los fieles y 50 cálices ministeriales para distribuir la comunión. El servicio se depositaba en la iglesia de Letrán o en Santa María la Mayor, y el día de estación se transportaban los vasos sagrados a la iglesia donde iba a celebrarse la asamblea litúrgica. También levantó Hilario un monasterio dedicado a San Lorenzo, y cerca de él una casa de campo, probablemente residencia o "villa" papal con dos bibliotecas.

Murió el Santo el 9 de febrero de 468. Fue enterrado en San Lorenzo extra muros. Largo tiempo se celebró su aniversario el 10 de septiembre, conforme a ciertos manuscritos jeronimianos; pero ya desde la edición de 1922 del Martirologio Romano, se trasladó su memoria al 28 de febrero.

AUGUSTO SEGOVIA, S. I 
(fuente: www.mercaba.org)

otros santos 28 de febrero:

- Beato Daniel Alejo Brottier
- San Román, abad

viernes, 27 de febrero de 2015

27 de febrero: San Juan de Gorze

Abad
(974)
Santo Tradicional, no incluido en el Martirologio Romano

Frecuentemente, los santos, lo mismo que los demás hombres, tardan en encontrar su camino. Así le sucedió a San Juan de Gorze. Hijo de un rico labrador de Lorena, tomó ojeriza al campo, y, contra la voluntad de su padre, se dio a peregrinar con ánimo de buscar sabiduría. Pero no era tarea fácil encontrar la sabiduría en aquellos primeros años del siglo X, que a él le habían tocado en suerte. Como el Imperio de Carlomagno, se había desvanecido también la ciencia de sus sabios, quedando, a lo más, algunas lucecitas escondidas acá y allá en los monasterios ruinosos. Juan pasaba de una escuela a otra, pero sin encontrar los maestros que necesitaba. Uno halló que parecía sobresalir entre sus contemporáneos; pero guardábase muy bien de enseñar a sus discípulos más que una parte de sus conocimientos. Ni aun a fuerza de oro pudo sacarle Juan otra cosa que los primeros rudimentos de la gramática.

A la muerte de su padre, cierra los libros, vuelve a casa, y, más por deber que por gusto, se entregaba a la administración de su hacienda, revelándose un talento organizador. Bajo su dirección, la riqueza afluye y la propiedad familiar se acrecienta. Su mirada está en la casa, en el campo, en los colonos y en los ganados. Pronto siente la añoranza de los libros, y sin descuidar los negocios, se pone de nuevo bajo la férula de los maestros. Busca la amistad de los hombres sabios, que son casi siempre los monjes, los hombres que se dedican a una vida de más perfección. De este modo empieza a sentir la inquietud religiosa. Entre sus propiedades hay una iglesia medio derruida. Él la restaura y recoge en ella a un monje anciano que venía huyendo de las hordas normandas. Este ermitaño se convierte en su director, le habla de Dios, le reprende ásperamente sus faltas y pone en su alma más altos anhelos. Juan se pasa las horas en la iglesia, oyendo el martilleo de la salmodia del viejo, que reza en voz alta, saboreando sílaba por sílaba la palabra de Dios. Va también con frecuencia a un monasterio de Metz, donde viven algunas monjas observantes. Hablando con una de ellas, observa en su pecho la extremidad de un vestido extraño; acerca la mano para examinar, y se estremece viendo que aquella religiosa delicada usaba un cilicio de duras cuerdas. Su turbación crece al leer las Sagradas Escrituras y las vidas de los Padres del yermo; se decide al fin, hace confesión general de sus pecados, va en peregrinación a Roma, visita Montecasino y las cuevas del Gárgano, llega hasta las cimas del Vesubio, y de vuelta en su tierra, se pone bajo la dirección de un anacoreta que vivía en un bosque, cercano a Verdún.

Este hombre era un gran penitente, pero no podía servir para maestro. Tenía, dice el biógrafo, una ignorancia grosera; y el estólido, hasta en sus ejercicios espirituales, parecía un irracional. Ni se preocupaba de comer ni de cubrir su cuerpo. Tal era su austeridad, que con un pan tenía para vivir dos meses, y en ocasiones se le ponía tan duro, que tenía que partirlo con un hacha. De cuando en cuando aparecía medio desnudo en los pueblos limítrofes, causando el espanto y la risa. Juan levantó una choza junto a la del loco, como llamaban al solitario, y vivió con él algún tiempo. La compañía no le llenaba por completo; pero no sabía qué hacer. Quería ser monje, y la vida monástica estaba entonces completamente olvidada en su tierra. De estas dudas vinieron a sacarle unos amigos, invitándole a pasar a Italia, donde los monasterios conservaban más pura la disciplina regular; y ya estaban a punto de realizar su propósito, cuando el arzobispo de Metz destruyó sus proyectos, recomendándole la restauración de una antigua abadía de Lorena, llamada Gorze. Aceptaron ellos, y Juan fue nombrado administrador de la hacienda monacal.

A los compañeros de la primera hora se juntaron pronto otros muchos, hombres de vasta cultura y de elevada posición social. Los monjes, que vegetaban anteriormente entre ruinas, se vieron obligados a abandonar la casa o a aceptar la nueva observancia: práctica perfecta de la Regla benedictina, vigilia perpetua, silencio estricto y predilección por la liturgia celebrada solemnemente y aumentada con multitud de salmos. Terminadas las vigilias de la noche, rezábanse treinta salmos más: diez por los difuntos, otros diez por los amigos y bienhechores, y los restantes por las necesidades generales. Las lecciones eran tan largas, que en una noche se leía todo el libro de Daniel. Además de esto, Juan decía, después de Prima, los siete salmos penitenciales y las letanías de los santos, y aún tenía tiempo para cumplir sus funciones de prior, decano, celerario, enfermero, hospedero y carnerario. Hasta el sueño que la Regla le concedía solía interrumpirlo para leer o rezar. Ayunaba a pan y agua constantemente. Rara vez consentía probar las legumbres y la sal. A pesar de su fuerte temperamento, una vez sucumbió a la debilidad. Él mismo limpiaba la cocina, traía agua del pozo, la colocaba a calentar, limpiaba y cocía las legumbres, amasaba el pan y lavaba los pies de los hermanos. Cuando a medianoche la campana tocaba a maitines, ya había pasado el ojo vigilante del mayordomo por la cocina, las cuadras y los talleres.

Al mismo tiempo seguía estudiando con avidez. Conocía casi de memoria los Morales de San Gregorio y sus Comentarios sobre Ezequiel, y profundizaba también en las obras de San Ambrosio y San Agustín. Leyó los veinte libros de La Ciudad de Dios, cosa que en aquel tiempo era una heroicidad; y su biógrafo nos cuenta que, habiéndose enfrascado en la obra De Trinitate, del doctor de Hipona, viendo que para entenderla le era necesario conocer la Isagoge aristotélica, empezó a estudiarla con entusiasmo, hasta que el abad, «juzgando que aquello era ocupar el tiempo inútilmente, moderó su curiosidad, encauzándola hacia las lecturas sagradas». No obstante, tenía, ante todo, el talento del administrador. Nadie como él para tratar con los siervos y los matricúlanos; nadie más experto en conocer la calidad de las tierras y su mejor utilización. Plantó viñas, amplió y explotó las salinas, formó grandes rebaños de vacas y ovejas, construyó estanques para proveer de pesca a los monjes, decoró la iglesia con toda suerte de objetos preciosos y rodeó el monasterio de un muro alto y sólido.

Tanta actividad, llegó a oídos de Otón el Grande, quien le envió a España en 956 con una misión cerca del califa Abderramán III. Éste se negó a recibirle si no renunciaba a presentar las cartas imperiales, en las que los musulmanes creían ver algunas cosas ofensivas para su religión. Juan permaneció inflexible y estuvo tres años enteros en Córdoba aguardando la audiencia. Admitido al fin, intentaron inútilmente los cortesanos persuadirle a que se lavase, se arreglase el cabello y se vistiese los vestidos nuevos que le ofrecían. El mismo califa le envió diez monedas de oro para comprar las cosas necesarias. Él las recibió, mandó que diesen las gracias de su parte al soberano y repartió el dinero a los pobres. Admirado de aquella entereza, Abderramán acabó por acceder. Vióse al hombre de Dios cruzando los dorados salones de Medina-Azzahara, caminando entre filas de guardias y visires, sin más adorno que el burdo sayal monástico. El califa, que estaba sentado sobre cojines con una pierna sobre otra, dióle a besar la palma de la mano, signo de honor que sólo se concedía a los grandes dignatarios, y habiendo mandado que le acercasen una silla, conferenció con él largo rato acerca de la organización del Imperio alemán.

Nombrado abad después de su vuelta a Gorze, tuvo la alegría de ver que su monasterio se convertía en centro de una gran renovación benedictina, y en alma de intensa vida religiosa y social.

(fuente: www.divvol.org)

otros santos 27 de febrero:

- San Gabriel de la Dolorosa
- Beata María Caridad Brader

jueves, 26 de febrero de 2015

26 de febrero: San Porfirio

San Porfirio, Arzobispo de Gaza, nació alrededor del año 346 en Tesalónica. Sus padres eran de familia noble y esto permitió a San Porfirio recibir una buena educación.

La familia de Porfirio era originaria de Tesalónica. Volviendo las espaldas al mundo, abandonó a sus amigos y a su país a los veinticinco años. Se dirigió a Egipto, donde se consagró a Dios en un monasterio del desierto de Esquela.

Cinco años más tarde, pasó a Palestina y estableció su morada en una cueva cerca del Río Jordán; pero pasados cinco años, las enfermedades le obligaron a volver a Jerusalén. Ahí visitaba diariamente los Santos Lugares, apoyándose en un bastón, pues estaba sumamente débil. Por aquella época, llegó a Jerusalén un peregrino llamado Marcos (que un día sería el biógrafo de San Porfirio). Marcos, admirado por la devoción con que Porfirio visitaba el sitio de la Resurrección del Señor y otras estaciones le ofreció compañía y apoyo, pues Porfirio casi no podía caminar por tanto dolor que sentía en sus piernas (y sin embargo nunca faltaba a la iglesia a recibir la comunión).

Estaba esperando recibir una herencia de sus padres que no llegaba y que de hecho ya había tardado. La quería para ayudar a los pobres por lo que Marcos se ofreció a partir por ella y se fue con rumbo a Tesalónica para regresar tres meses después, cargado de dinero y objetos de gran valor.

Marcos apenas pudo reconocer a Porfirio, porque, entretanto, se había mejorado prodigiosamente. Su rostro, antes pálido estaba ahora fresco y rosado. Al ver el asombro de su amigo, Porfirio le dijo: “No te sorprendas de verme en perfecto estado de salud, pero admira en cambio la inefable bondad de Cristo, quien cura las enfermedades que los hombres no pueden aliviar.” Marcos le preguntó cómo se había efectuado la curación, a lo que Porfirio replicó: “Hace cuarenta días, en un momento de grandes dolores, me desmayé al subir al Calvario. Me parecía ver al Señor, crucificado junto al buen ladrón. Entonces dije a Jesucristo: “Señor, acuérdate de mi cuando vengas en tu Reino. En respuesta, el Señor ordenó al buen ladrón que viniese en mi ayuda. El buen ladrón me ayudó a levantarme y me ordenó ir a Cristo. Yo corrí hacia Él, y el Señor descendió de la cruz y me dijo: “Encárgate de cuidar mi cruz”. “Obedeciendo a sus órdenes, a lo que me parece, me eché la cruz sobre los hombros y la transporté algo más lejos. Poco después me desperté; el dolor había desaparecido, y desde entonces no he vuelto a sufrir de ninguna de mis antiguas enfermedades”.

Porfirio continuó su vida de trabajo y penitencia hasta los cuarenta años de edad. Entonces el obispo de Jerusalén lo ordenó sacerdote y confió a su cuidado la reliquia de la cruz. Años más tarde, fue relevado del cargo y nombrado obispo de Gaza. El siervo de Dios sufrió mucho al verse elevado a una dignidad a la que no se sentía llamado. Los ciudadanos de Gaza le consolaron y le pidieron su apoyo para poder formar una ciudad digna, pues Gaza era una ciudad llena de idólatras paganos.

En Gaza, sólo habían tres iglesias cristianas, y muchos templos paganos e ídolos. Durante este tiempo había habido una larga temporada sin lluvia causando una grave sequía. Los sacerdotes paganos llevaban ofrendas a sus ídolos, pero los problemas no cesaban. San Porfirio pidió al Señor que lloviera y cumplió una vigilia que duró toda la noche seguida de una procesión a la iglesia de la ciudad. Inmediatamente comenzó a llover.

Al ver este milagro, muchos paganos gritaron: “Cristo es ciertamente el único Dios verdadero!” Como resultado de esto, 127 hombres, treinta y cinco mujeres y catorce niños se unieron a la Iglesia por el Santo Bautismo, y otros 110 hombres poco después de esto.

El trabajo básico de San Porfirio fue terminar con la idolatría y en sustitución de los lugares paganos construir iglesias para los cristianos.

Durante su vida distribuyó grandes limosnas a los pobres, cosa en la que se mostraba siempre muy generoso.

Porfirio se presentó a la emperatriz Eudoxia, que estaba esperando un hijo en ese momento y le dijo: “El Señor te enviará un hijo, que reinará durante su vida”. Eudoxia deseaba un hijo pues solo tenía hijas. A través de la oración de los santos nació un heredero para la familia imperial. Como resultado de esto, el emperador emitió un edicto en el año 401 en el que ordenó la destrucción de templos paganos en Gaza y la restauración de los privilegios a los cristianos. Por otra parte, el emperador le dio dinero al santo para la construcción de una nueva iglesia.

El santo obispo pasó el resto de su vida en el celoso cumplimiento de sus deberes pastorales y, a su muerte, la idolatría había desaparecido casi completamente de la ciudad.

Sus intercesiones sean por nosotros. Amén.

(fuente: www.iglesiaortodoxa.org.mx)

otros santos 26 de febrero:

- Beata Piedad de la Cruz Ortiz y Real
- San Alejandro
- Santa Paula de San José de Calasanz

miércoles, 25 de febrero de 2015

25 de febrero: San Valerio de Astorga

Eremita
(Siglo VII)
Santo Tradicional, no incluido en el Martirologio Romano

Al llegar a la puerta, el joven se detuvo para recoger sus pensamientos e hilvanar sus palabras. Después, más sereno, tiró de una cuerda que colgaba al exterior, haciendo sonar la campanilla. Al abrirse la puerta, apareció una cara que sonreía con aquella sonrisa vaga que tenía para todos los que llegaban al monasterio. Muy amablemente, dio la bienvenida al desconocido, y, sin preguntarle siquiera su nombre, le guió hasta una pequeña sala, donde había una estera, una linterna, una cama y nada más.

La regla de aquella casa decía: «A los Hermanos peregrinos hay que obsequiarles con suma reverencia de caridad y de servidumbre; al caer la tarde se les lavará los pies, y si llegan muy cansados, se les ungirá con aceite.» Todos estos oficios de la hospitalidad monacal recibiólos el recién venido en el momento de su llegada: después tuvo tiempo todavía para darse cuenta de aquella tierra que le acogía con tal amabilidad. Se hallaba en un valle estrecho y profundo; Doninado por un monte alto y escarpado. Había en él amenidad y silencio, graciosas colinas y un arroyo claro y juguetón. Junto al arroyo, rodeado de urces y castaños, y defendido de los vientos por la montaña, el monasterio; una cerca de adobes, alta y segura, y en el interior, las casas de los novicios, de los huéspedes y de los monjes, con otros edificios que servían de talleres, rodeando a la basílica, de fábrica más elegante y suntuosa. Parecía un pueblo. Todo estaba nuevo todavía, como levantado unos dos o tres lustros antes.

Al día siguiente, el joven compareció delante de la comunidad. Cien rostros demacrados y afilados le observaban a la vez, pero apenas se dio cuenta de ello, atento únicamente a satisfacer las preguntas que, según la regla, debían hacerle.

—¿Cuál es vuestro nombre?—interrogó el abad, que tenía en su diestra un báculo en forma de muleta.
—Valerio—dijo él con decisión.
—¿Libre o siervo?
—Libre y de condición ingenua.
—¿Y qué es lo que os mueve a venir aquí?—siguió preguntando el hombre del báculo—. ¿Venís espontáneamente, o impelido tal vez por alguna violencia o por las necesidades de la vida?

—Vengo—respondió el postulante—encendido en la llama del deseo de la santa Religión. Hasta ahora he vivido ocupado en las delicias del mundo, sediento de ganancias terrenas, atento a buscar conocimientos inútiles, sumergido en las tinieblas profundas del siglo; pero, tocado súbitamente de la divina gracia, quiero llegar a la luz de la verdad por el camino de la penitencia.
El abad recibió este arranque de elocuencia con una sonrisa, y después hizo su última pregunta:

—¿Venís de muy lejos?
—Soy un pecador indignísimo de esta provincia de Astorga.

Terminado el interrogatorio, un anciano cogió del brazo al postulante y le sacó fuera de la sala. Al poco rato, otro monje le anunció que estaba admitido a hacer la prueba del noviciado, y le llevó a la casa donde vivían los novicios. De esta manera quedó agregado provisionalmente a la comunidad. Era esto a mediados del siglo VII, en aquella España visigoda ávida de grandezas y atormentada de incertidumbres. Las almas sienten el hastío del vivir y buscan un refugio en la soledad. Esta ráfaga mística es la que se había apoderado de aquel joven que acabamos de ver en presencia de los monjes de Compluto; pero la ráfaga es en él un torbellino. Su odio al siglo tiene caracteres de verdadera furia; su entusiasmo por el desierto raya en el delirio. Es un mancebo de veinte años, fuerte de músculos, pero más de voluntad, duro, emprendedor, ardiente, arrebatado; es especialmente un batallador; un pequeño San Jerónimo, pero con la diferencia de que en su accidentado camino no brillará nunca la figura de alguna mujer. De su vida anterior no sabemos más que lo que él nos ha dicho: ha sido del mundo en los placeres, en los negocios y en el afán de las vanas disciplinas. Esto parece indicar que es un letrado; sabe leer y escribir y acaso ha estudiado gramática y retórica. Su cambio repentino es para nosotros un misterio; sabemos una cosa: que su afán de verdad quiere ahora saciarlo en la meditación del claustro.

El nuevo novicio se va dando cuenta de todo esto. Como todo el que acaba de convertirse, es un intransigente, un puritano, que quiere medirlo todo conforme al ideal que le ha Doninado, un ideal irrealizable tratándose de una comunidad numerosa. Sus sueños imposibles reciben cada día un nuevo golpe; es fogoso y espontáneo, y no puede ocultar sus impresiones. Tal vez su lengua le traiciona. Según la ley del monasterio, el novicio debe vivir en habitaciones separadas, encargado, bajo la vigilancia de un senior, de servir a los huéspedes, de hacer las camas de los peregrinos, de traerles agua caliente para los pies, de barrer, fregar y llevar leña a la cocina. Pero Valerio, hombre de cierta cultura, tiene facultad para frecuentar el escritorio. En él hay un monje, con el cual ha intimado más que con ningún otro. «Había allí—nos dice él mismo—un Hermano llamado Máximo, «escritor de libros», meditador de la salmodia, muy prudente y remirado en todas sus acciones, al cual llegué a unirme con un gran amor de caridad.» Este copista fue, sin duda, el que enseñó los salmos al nuevo novicio, y un largo trato con él hubiera podido dar a su ser algo más de ponderación y equilibrio.

Era el pensamiento del Cielo y del infierno lo que le había traído a Compluto, y le hería en la llaga más viva de su alma, abierta por el fuego de una consideración tenaz. Esta es la idea madre de su vida. Su libro De la vana sabiduría del siglo, en que se puede ver un análisis psicológico de su vocación, está inspirado por este pensamiento capital. El celo de los Apóstoles, el heroísmo de los mártires, la penitencia de los anacoretas, tienen su explicación en la meditación constante de esos dos caminos que se le presentan al hombre en su vida. La suprema sabiduría es despreciar como estiércol las delectaciones del mundo, para humillar el cuerpo y quebrantar el corazón en el desprecio de toda maldad. Este es también el anhelo que a él, le arrebata con tal frenesí, que a veces debe causar miedo a sus superiores. Se olvida de que la discreción es una virtud, desprecia la prudencia humana; y acaso baste esto para explicarnos lo que le sucederá en Compluto y luego en otras circunstancias de su vida.

Lo de Compluto cuéntalo él mismo con estas palabras: «Oprimido por las olas del mar del mundo, y juguete del furioso vendaval levantado por el enemigo, no pude llegar al puerto que tanto deseaba.» Tal vez el puerto era demasiado estrecho para él; necesitaba luchar en alta mar. No era él hombre para mirar atrás. Si fracasaba en la vida cenobítica, en el Bierzo conocía muchas cuevas, muchos montes, muelles lugares solitarios, donde luchar sólo consigo mismo. Dejó, pues, la compañía de los monjes, y, «llevado por el deseo de vivir religiosamente», caminó algunas leguas en dirección al Oriente, y un poco antes de llegar a Astorga vio un peñasco alto y desnudo. Nada más estéril que aquella roca; sin una encina, sin un arbusto, sin hierba menuda que alegrase la vista, abierta a todos los vientos, azotada por las lluvias invernales y vestida de nieve gran parte del año. He aquí un teatro a propósito para heroísmos ascéticos. «Aquella dureza—dice Valerio—parecía imitar la dureza de mi corazón.» Además, en aquellas alturas existían las ruinas de un templo pagano, que los cristianos de la tierra acababan de destruir, consagrando el monte al culto del verdadero Dios. Un nuevo aliciente para el joven impresionable. Decidido a luchar con los demonios, hizo su morada en aquel lugar que durante tantos siglos les había pertenecido. Durante años resistió los rigores de la intemperie, las noches heladas, los ardores del verano, la carencia de todo medio de vida, y, lo que fue más terrible, la lucha con su imaginación ardiente y con su temperamento apasionado.

Fue una lucha terrible, una larga agonía, como él la llama, a la cual siguió un nuevo choque con los hombres. Descubierto por los habitantes de la comarca, entra de nuevo en comunicación con sus semejantes. Gentes piadosas llegan a visitarle, le consultan acerca de su vida, le cuentan sus inquietudes espirituales, le traen numerosos regalos. Se ha convertido en un Padre del yermo, pero empieza a sentir la añoranza de la soledad primera. Además, había ido buscando la pobreza, y vivía en la abundancia. Los mismos pobres llegan a su retiro, y él les da pan, trigo, frutas. En cierta ocasión hace una limosna algo ostentosamente, y al llegar la noche tiene un sueño en el cual le parece que unos ángeles le tunden los huesos, como en otro tiempo a San Jerónimo por leer a Cicerón. Siempre impetuoso, al día siguiente quema las existencias que había en su ermita, y se marcha lejos de allí, internándose en las soledades del Bierzo. Silio Itálico había hablado del avaro astur. Lucano le motejaba de pálido escrutador del oro, y Valerio quiere borrar esa mala fama de sus compatriotas. Para su grande alma, las cosas de este mundo no tienen valor ninguno. «Porque la vida presente—nos dice él mismo—es vanidad breve y fugitiva nuestra posada en esta tierra, y sus riquezas se deshacen como telas de araña.»

En su nuevo refugio, el anacoreta reza, medita, lee, copia misales para las iglesias, lucha con el demonio y escribe dos libros, a los cuales ha puesto por título: De la ley del Señor y De los triunfos de las santos. Pronto le descubren otra vez, y vuelve a verse rodeado de piadosos visitantes. Comprende que puede hacerles algún servicio, y decide convertirse en maestro de escuela. De los alrededores empiezan a acudir jóvenes deseosos de aprender, y junto a la choza del maestro se levantan las de los discípulos. Valerio les enseña a leer, a escribir, a contar y les hace aprenderse de memoria los salmos. Su austeridad se ilumina con el encanto de la gracia juvenil. Esto, en el tiempo bueno. Al llegar las nieves del invierno, vuelve a quedarse solo.

Al mismo tiempo sigue luchando con los espíritus y con los hombres. Dondequiera que va, encuentra enemigos. Hombres como él no entienden las suavidades de la diplomacia. Es un censor austero, que se irrita al ver por los suelos el ideal soñado. Él sufre con paciencia, pero se venga en sus perseguidores escribiendo. Su pluma es una espada y un pincel. Hiere y pinta. Se deleita describiendo paisajes del paraíso y del infierno, y cae desgarbada y furiosa sobre los que le odian y persiguen. Uno de ellos, llamado Flaino, «es un hombre lúbrico, bárbaro, presa de todas las liviandades, juguete del enemigo infernal, bestia feroz, que sólo piensa en destruir; corazón inflamado por los fuegos de la envidia, ojo perverso, cegado de las tinieblas del error, alma envenenada en un exterior abominable». Otro de sus perseguidores, sacerdote, se llama Justo. Su retrato es más pintoresco y menos sombrío. «Pequeño y maligno, tiene el color bárbaro de los etíopes; por fuera, como el pez, y por dentro, como el cuervo. Todo lo que le falta de estatura, le sobra de maldad. Todos sus méritos para alcanzar la dignidad sacerdotal consisten en que sabe algunas coplas populares y las canta con gracejo acompañándose con la guitarra. Es un juglar; va de casa en casa sazonando los convites con cantares lascivos; canta, toca y baila. Hay que verle agitando los brazos, moviendo vertiginosamente los pies, saltando trémulo y nervioso al compás de su cantilena y eructando la peste diabólica de su lujuria, hasta que, agotado o vencido por el vino, da en un rincón con la masa de su cuerpo innoble.»

Parece como si al escribir estas cosas Valerio sintiese todavía sus carnes magulladas por los golpes. Porque sus perseguidores no se contentaban con injuriarle y calumniarle; sino que le vejaban de mil maneras, le sorprendían «ladrando como perros» cuando estaba tomando su frugal alimento, le tiraban de la barba y de los cabellos, le acometían, le robaban sus libros y excitaban a los malhechores para que se llegasen a su cabaña y le quitasen la vida.

Habían pasado veinte años de vida solitaria. El anacoreta no era viejo, pero estaba extenuado y deshecho. Necesitaba un lugar de descanso, y creyó encontrarle en las montañas que rodean a Ponferrada. Allí, bajo una roca gigantesca, se alzaba el monasterio de San Pedro de Montes, y a pocos pasos de él, una pequeña ermita, que fue la nueva residencia del solitario. Allí su vida se deslizaba meditando, leyendo y componiendo sus libros. Las vidas de los Padres del yermo le entusiasmaban, y de ellas hizo una voluminosa compilación, aumentada con varias noticias de Padres españoles, que fue muy leída en España durante la Edad Media. Los jóvenes seguían buscando su enseñanza; las gentes del contorno venían pidiéndole un consejo, y los ascetas llegaban a la ventana de su celda para contarle sus revelaciones.

Por primera vez, la pluma de Valerio cambiaba el rudo golpe por la fina ironía. Se había hecho viejo. Cuarenta años de luchas y penitencias habían debilitado su cuerpo y suavizado algo su alma. Tal vez miraba las cosas humanas con más condescendencia. Los hombres, por su parte, acaban por reconocer el prestigio de su virtud; un clarísimo de la tierra le visita y le favorece; los obispos se interesan por él; su fama llega hasta Toledo, y el rey le prodiga su protección; los monjes mismos confiesan su culpa y se someten a su disciplina. La paz, el arte y la poesía iluminan su vejez; amplía el monasterio, levanta un pórtico y junto a su ermita planta un jardín, que parece recordarle aquel paraíso que le describía el copista de Compluto al principio de su conversión. Allí encuentra todas las ventajas para el ocio contemplativo: el claustro de los montes altísimos, apartamiento del mundo, frondosidad y alegría, murmullo de aguas y cantos de aves.

En este ambiente escribe Valerio su biografía, el primer libro de este género que nos ofrece la literatura en España, relato confuso y tumultuoso, pero lleno de vida y calor, de su tenaz resistencia frente a la enemiga de los hombres y los demonios; libro bárbaro, singular y atractivo, cuyas frases parecen hechas con el hierro de aquellas montes cuyo estilo es duro e ingrato como aquella roca «dura como su corazón», en que empezó su vida eremítica. Lo mismo en ascética que en literatura, Valerio fue autodidacto. Una formación esmerada hubiera cepillado y limado su rica naturaleza y despojado su lenguaje de asperezas y sarcasmos. Con un buen maestro de retórica, su estilo, rico, brillante, pintoresco y alborotado, hubiera adquirido un poco de gracia y, sobre todo, más ponderación, ya que en su tiempo no era posible aspirar a la elegancia clásica A veces intenta hacer versos, versos horrorosos y casi ininteligibles: y, en cambio, cuando escribe en prosa, saltan, sin querer, de su pluma ritmos de hexámetros, reminiscencias de Virgilio y San Eugenio.

Vive en los últimos días de aquel siglo VII, que había empezado entre aplausos y luminarias y terminaba entre espasmos y angustias. La tempestad ruge al otro lado del Estrecho: ha muerto San Julián, el último de los Padres toledanos; se han apagado las luces de las escuelas de Sevilla. Toledo y Zaragoza. Pero en medio de la oscuridad, resistiendo a todas las furias del vendaval, queda aún en las montañas leonesas esta luz solitaria, último destello del renacimiento isidoriano.

(fuente: www.divvol.org)

otros santos 25 de febrero:

- San Luis Versiglia
- Beata Maria Ludovica de Angelis

martes, 24 de febrero de 2015

24 de Febrero: San Moisés

Profeta del Antiguo Testamento

Moisés y Abraham son los dos personajes más famosos del Antiguo Testamento. Los dos más grandes amigos de Dios en la antigüedad.

Moisés fue libertador del pueblo de Israel.

La historia de Moisés se encuentra en el segundo libro de la S. Biblia, el Libro del Exodo, uno de los libros más hermosos y emocionantes de toda la literatura universal. Ningún buen cristiano debería quedarse sin leer el Exodo no sólo una vez sino muchas veces. Su lectura le hará un gran provecho a su alma.

Cuenta el libro del Exodo que empezó a gobernar a Egipto un faraón que no quería a los israelitas y dio una ley mandando que todo niño varón que naciera había que matarlo. Y un día nació una bellísimo niño de la tribu de Leví. Sus padres lo escondieron para que no lo fueran a matar los soldados del faraón, pero como el niño lloraba y podían oírlo desde la calle, dispuso entonces la madre echarlo entre un canasto, que ella había forrado con brea por fuera, y dejarlo flotando sobre las aguas del río Nilo.

Y sucedió que fue la hija del faraón a bañarse al río Nilo y al ver el canasto sobre el agua mandó un nadador a que lo sacara. Y allí encontró el hermoso niño que lloraba. Se compadeció de él y en ese momento llegó la hermanita del niño, que estaba escondido entre los matorrales de la orilla observando, y le propuso que ella lo podía conseguir una señora para que criara al niño. La hija del rey aceptó y fue llamada la mamá a quien la princesa le pagó para que criara al pequeñín, al cual le puso por nombre Moisés, que significa: salvado de las aguas.

La hija del faraón adoptó a Moisés como príncipe y lo hizo educar en el palacio del rey donde se educaban los que iban a ser gobernantes de la nación. Esta educación tan esmerada le sirvió mucho después para saber gobernar muy bien al pueblo de Israel.

Cuando Moisés fue mayor, un día vio que un egipcio atormentaba a un israelita y por defender al israelita hirió gravemente al egipcio. Lo supo el rey y lo iba a mandar matar, y entonces Moisés salió huyendo hacia el desierto.

En el desierto encontró a unas pastoras que no podían dar de beber a sus rebaños porque unos pastores muy matones se lo impedían. Como él era un buen luchador las defendió y les permitió dar de beber a sus ovejas. Las muchachas le contaron esto a su padre y el buen hombre mandó llamar a Moisés y lo encargó de cuidar sus rebaños en el desierto. Allí estuvo por siete años, dedicado a la meditación y a la oración, y ese tiempo le fue muy útil porque pudo conocer muy bien el desierto por donde más tarde iba a conducir al pueblo de Israel.

Moisés se casó con Séfora, la hija del dueño de las ovejas, y de ella tuvo dos hijos: Eliécer y Gerson.

Un día mientras cuidaba las ovejas en el desierto vio Moisés que un montón de espinas ardían entre llamaradas pero no se quemaban. Lleno de curiosidad se acercó para ver qué era lo que pasaba y una voz le dijo: "Moisés, Moisés, quítate las zandalias porque el sitio que estás pisando es sagrado".

Le preguntó: ¿Quién eres Tú Señor?

La voz le respondió: Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. He oído las lamentaciones de mi pueblo de Israel y he dispuesto bajar a ayudarlos. He dispuesto liberarlos de la esclavitud de Egipto y llevarlos a una tierra que mana leche y miel. Yo te enviaré al faraón para que los deje salir en libertad.

Moisés preguntó: ¿Señor, y si me preguntan cuál es tu nombre, qué les diré?

El Señor le respondió: Yo soy Yahvé. Yo soy el que soy. Irás a los israelitas y les dirás: "Yahvé, que es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob me envía a vosotros". Luego reunirás a los ancianos de Israel, y con ellos irás al faraón a pedirle que deje salir libre al pueblo. El faraón se negará pero yo haré toda clase de prodigios para que los dejen salir".

Moisés dijo al Señor: ¿Y qué demostración les voy a hacer para que sepan que sí voy de parte de Dios?

El Señor le respondió: Echa al suelo tu vara de pastor. Moisés lanzó al suelo su vara o bastón que se convirtió en serpiente.

Dios le dijo: Toma la serpiente por la cola.

La agarró y se volvió otra vez bastón.

Dios le dijo: esta será una de las señales con las cuales yo te voy a apoyar para que te crean.

Moisés le dijo a Nuestro Señor: "Yo tengo dificultad para hablar. ¿Por qué no mandas a otro?". El Señor le dijo: "Tu hermano Aarón, que sí tiene facilidad para hablar, te ayudará".

Moisés se volvió a Egipto y junto con su hermano Aarón reunió a los ancianos de Israel y les contó lo que le había mandado el Señor Dios. Y convirtió el bastón en serpiente para demostrarles que sí venía de parte de Dios.

Se fueron donde el faraón a pedirle que dejara salir en libertad al pueblo de Israel pero el faraón no quiso acepar sino que más bien esclavizó más a los israelitas y les puso trabajos más pesados, haciendo ladrillos. El pueblo clamó a Dios y Dios los escuchó y mandó las terribles diez plagas de Egipto.

La primera plaga consistió en que las aguas del Nilo se convirtieron en sangre, al ser tocadas por el bastón de Moisés. La segunda plaga fue una espantosa invasión de ranas por todas las casas. El faraón se asustó, pero apenas Moisés obtuvo que se acabara la plaga, ya no dejó salir al pueblo. La tercera, una nube inmensa de mosquitos que molestaban a todo el mundo. La cuarta, unos tábanos o abejones que picaban muy duro. La quinta plaga, una peste que mató el ganado. La sexta, úlceras por todo el cuerpo en la gente. La séptima plaga, una terrible granizada que destruyó los cultivos. La octava, las langostas que llegaron por millones y arrasaron con todo. La novena, tres días de tinieblas. Y la décima y más terrible, la muerte de todos los hijos mayores o primogénitos de las familias de Egipto. Ante esta calamidad, el faraón se asustó y dejó salir al pueblo de Israel.

Cuando el faraón asustado dio la orden de que los israelitas podían salir de Egipto donde estaban como esclavos, todos ellos se apresuraron a abandonar el país con sus animales y cuanto tenían dirigidos por Moisés. Pero al llegar al Mar Rojo vieron que el ejército egipcio venía a perseguirlos. Asustados clamaron a Dios y entonces el Señor mandó a Moisés que tocara con su bastón el mar. Inmediatamente se abrieron las aguas en dos grandes murallas y el pueblo pasó a pie por terreno seco hasta la otra orilla. El ejército del faraón quiso pasar también, pero por orden de Dios, Moisés tocó otra vez con su bastón las aguas y estas se cerraron y ahogaron a todo el ejército perseguidor. En ese día el pueblo aumentó su fe en Dios y creyó en Moisés su profeta.

En el desierto faltó el agua y el pueblo se moría de sed. Moisés, por orden del Señor, golpeó con su bastón una roca y de ella brotó una fuente de agua en la cual bebió todo el pueblo y bebieron sus ganados.

La gente empezó a sufrir hambre y a protestar. Entonces Dios hizo llover del cielo un pan blanco y agradable. La gente al verlo decía: ¿Maná? (que en su idioma significa ¿Qué es esto?). Dios le dijo a Moisés: "Este es el pan con el cual los voy a alimentar mientras se encuentran en el desierto". Y así durante 40 años el maná fue el alimento prodigioso que los libró de morirse de hambre.

Moisés subió al Monte Sinaí y allí Dios le dio los diez mandamiento, escritos en dos tablas de piedra. Y prometió que quien los cumpla tendrá siempre sus bendiciones y su ayuda.

Moisés tuvo que sufrir mucho porque el pueblo era rebelde y muy inclinado al mal, pero Dios se le aparecía y hablaba con él como un amigo de mucha confianza. Inspirado por Nuestro Señor dio Moisés al pueblo unas leyes sumamente sabias que fueron después muy útiles para conservarlos en las buenas costumbres y preservarlos en la fe.

Cuando el pueblo pecaba y Dios se proponía castigarlo, Moisés oraba por el pueblo pecador y Dios los perdonaba. Cuando los enemigos venían a atacarlos, Moisés se iba al monte a rezar. Mientras él rezaba con las manos levantadas triunfaba el ejército de Israel. Pero cuando Moisés dejaba de rezar, era derrotado el pueblo de Dios. Por eso entre dos hombre le tenían los brazos levantados para que no dejara de orar mientras duraba la batalla. Es que por ser tan amigo de Dios, conseguía de El cuanto le pedía en la oración.

Dios lo hizo subir a un Monte desde donde pudo ver la Tierra Prometida. Y allí murió y lo enterraron los ángeles. Nunca más hubo otro hombre que hablara con Dios de tú a tú, como Moisés y que hiciera tantos milagros y prodigios. Hasta que llegó Nuestro Señor Jesucristo, nuevo Moisés, pero muchísimo más poderoso y santo que él, porque Jesús es a la vez Dios y hombre.

La Biblia dice que en la antigüedad no hubo un hombre tan humilde y tan manso como Moisés. Que este gran amigo de Dios nos consiga de Nuestro Señor la gracia de ser mansos y humildes, y de permanecer siempre amigos de Dios hasta el último momento de nuestra vida y después para siempre en el cielo. Amén.

(fuente: ewtn.com)

otros santos 24 de febrero:

- San Pretextato
- Beata Josefa Naval Girbés
- Beata María Romero Meneses

lunes, 23 de febrero de 2015

23 de febrero: Beato Esteban Vicente Frelichowski

Beato Esteban Vicente Frelichowski, mártir, Alemania († 1945)

Esteban Vicente Frelichowski (Stefan Wincenty Frelichowski) nació el 22 de enero de 1913 en Chelmza. Al terminar la escuela primaria, entró en el colegio para muchachos donde, en marzo de 1927, ingresó a la Tropa Scout 2 de Chelmza. Al cabo de tres meses hizo la Promesa. En esta tropa llegó a ser guía de la patrulla "Los Zorros". Luego, antes de entrar en seminario, ejerció la función de líder de la tropa. Después de ingresar en el seminario de Pelpin empezó el servicio como miembro y presidente (1933-1936) del grupo de Clan en el seminario. Desde 1933 fue también un informal líder de su tropa del colegio.

Fue ordenado el 14 de marzo de 1937. Luego le designaron cura de la iglesia de la Asunción de la Virgen en Torun. Como capellán de los scout, su mayor preocupación fue que cuantos participen a Misa entren totalmente en la Liturgía. Se dedicó a trabajar con los niños y los jóvenes, se ocupó de los enfermos, organizaba también una ayuda para los pobres y editaba la prensa en su parroquia. Fue arrestado durante la ocupación de Torun por los nazis. Le detuvieron en el Fuerte 7 de Torun; luego pasó la ruta del martir por los campos de concentración en Stutthof, Sachsenhausen, Dachau donde pasó hambre, dolor, humiliación, tortura física y moral. Como prisionero puso su vida en manos de Dios. Encontró aun bastante fuerza para servir a sus compañeros trayéndoles un consuelo sacerdotal. Inició oración común y servicio sacramental. Animó a sus compañeros para que ayudaran a los demás en el campo. De buena gana compartia su exigua comida con los demás. Se contagió de tifus ocupándose de sus compañeros enfermos. Murió dando la vida por los demás el 23 de febrero de 1945. Fue elevado a los altares en Torun en 7 de junio de 1999.

(fuente: samuelmiranda.com.mx)

otros santos 23 de febrero:

- San Policarpo
- Beata Rafaela Ybarra de Villalonga
- Santa Romina (o Romana)

domingo, 22 de febrero de 2015

22 de febrero: San Papías de Hierápolis

Obispo

Martirologio Romano: En Hierápolis, en Frigia, actualmente en Turquía, san Papías, obispo, de quien se dice que fue oyente de Juan el Presbítero y compañero de san Policarpo, y sabio comentarista de los discursos del Señor († s.II).

Breve Biografía

No se sabe mucho sobre la vida de Papías. Los detalles que trae Eusebio (Hist. eccl., vol. ni, c. xxxix) dejan al lector un poco perplejo por la falta de precisión y por algunas apreciaciones contradictorias.

Era originario de Frigia y nació pocos años antes que Policarpo (hacia el 69). Según testimonio de San Ireneo, fue discípulo de San Juan y familiar de Policarpo. Sin embargo, en el prefacio de su obra, Papías dice que no vio ni escuchó a los Apóstoles. Nos dice, eso sí, que recibió las enseñanzas de la fe de quienes los habían conocido. Eusebio afirma que el santo escribió las siguientes frases: "Para ti lector, no dudaré en añadir lo que yo aprendí de los presbíteros, cuyo recuerdo he conservado fielmente, para confirmar la verdad de mis explicaciones. Yo no me agradaba con quienes hablaban bellamente, sino con quienes enseñaban la verdad. No amaba yo a quienes traían mandamientos extraños, sino a quienes transmitían los preceptos impuestos por el Señor a nuestra fe, nacidos de la verdad misma. Cuando me encontraba con alguno de los que habían vivido en compañía de los presbíteros, me preocupaba por saber lo que ellos habían dicho, lo que dijeron Andrés, o Pedro, o Felipe, o Tomás, o Santiago, o Juan, o Mateo, o algún otro de los discípulos del Señor. No creía yo encontrar en lo que hay en los libros, algo que me fuera tan provechoso como las cosas expresadas por una palabra que permanecía viva".

Es bueno hacer notar, añade Eusebio, que Papías menciona dos personajes llamados Juan: sitúa en primer lugar a un Juan junto con los nombres de Pedro, Santiago, Mateo y el resto de los Apóstoles: es al evangelista, a quien indica con toda claridad. A continuación introduce una distinción y sitúa al segundo Juan entre otro grupo que no es el apostólico. Lo coloca después de Aristión y positivamente le da el nombre de presbítero, hombre de la generación que le precedía a él mismo. Así, se encontraría confirmada la afirmación de los que defienden la existencia de dos hombres llamados Juan, en Asia, y de que existen en Éfeso dos tumbas que todavía llevan ese nombre.

Papías reconoce haber recibido la doctrina de los Apóstoles, por quienes trataron con ellos. Por otra parte, dice que fue oyente directo de Aristión y de Juan el presbítero. Estas son las fuentes de donde tomó lo que nos ha dejado en sus escritos: mezcla elementos venidos -nos dice- por una tradición oral, parábolas extranjeras, narraciones completamente fabulosas, por ejemplo, a propósito del milenarismo. Es muy probable, ha escrito Dom J. Chapman, que Papías tuviera un Nuevo Testamento con los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las principales epístolas de San Pablo, el Apocalipsis, las epístolas de San Juan, y la primera epístola de San Pedro.

Se ignora cómo murió Papías. Algunos, fundándose en lo que dice la crónica pascual, han creído que sufrió el martirio en Pérgamo, en 163. Pero esta fecha parece ser muy posterior a la que se le asigna comúnmente. Además, el pasaje de Eusebio (Hist, eccl., vol. IV, c. xv, n. 46) no se aplica a Papías. Las opiniones milenaristas y equivocadas de Papías no han impedido reconocerlo comúnmente como a un santo. Así lo califica San Jerónimo; sin embargo los martirologios no mencionan su nombre, sino es a partir del siglo IX: lo traen Adón y Usuardo. Algunos lo sitúan el día 17 de mayo. El Martirologio Romano lo nombra el 22 de febrero.

VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER'S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.
catholic.net

otros santos 22 de febrero:

- Beata María de Jesús
- Santa Margarita de Cortona

sábado, 21 de febrero de 2015

21 de febrero: San León Karasuma


Mártir en el Japón, coreano, de la Tercera Orden († 1597).
Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.

León Karasuma fue el primer terciario franciscano en el Japón y bien pronto el más activo y dinámico cooperador de la misión. Nacido de noble familia en Corea, fue encomendado a los bonzos por sus padres para que lo educaran en la religión pagana, y llegó a ser bonzo. Como bonzo fue acérrimo enemigo del cristianismo, amenazaba a cuantos delante de él mencionaban a Cristo y su religión. Perseguía a los cristianos en todas las formas. Dios, que quería hacer de él un vaso de elección, como un día san Pablo Apóstol en el camino de Damasco, dispuso que de Corea León se trasladase al Japón. Allí tuvo la fortuna de encontrarse con un intrépido cristiano que le habló largamente de Cristo, del Evangelio y de la religión católica. Lentamente sus ojos se abrieron a la verdad, descubrió la divinidad de Cristo y la belleza de su religión. Decidió entonces bautizarse y hacerse terciario franciscano.

Poco después llegaron a Meaco los frailes provenientes de Filipinas. Fue conquistado por su estilo de vida, su pobreza y su simplicidad, y el ardor de su predicación evangélica. Pidió y obtuvo, después de larga preparación, el bautismo y los demás sacramentos. Se hizo compañero asiduo y colaborador de San Pedro Bautista. Dirigió como técnico la construcción de iglesias y conventos, hospitales y otras obras caritativas. A menudo era al mismo tiempo arquitecto y obrero manual en el trabajo de las construcciones. Conocía diversas lenguas y con frecuencia hizo el oficio de intérprete.

Este ejemplo de dinámica actividad influyó mucho en los paganos que se convertían y sobre los cristianos que lo ayudaban en las actividades.

Convirtió a muchos paganos, entre ellos a su hermano mayor, que luego fue compañero suyo en el martirio. Arrestado el 31 de diciembre de 1596 y martirizado en Nagasaki el 5 de febrero siguiente con veinticinco compañeros, canonizados por Pío IX el 8 de junio de 1862.

(fuente: franciscanos.net)

otros santos 21 de febrero:

- San Pedro Damián
- San Germán de Granfeld, abad

viernes, 20 de febrero de 2015

20 de febrero: San Tiranión de Tiro

Obispo y mártir
†: 311 - país: Turquía
canonización: pre-congregación

En Antioquía, en Siria, conmemoración de san Tiranión, obispo de Tiro y mártir, que educado en la fe cristiana desde su más tierna edad, alcanzó la corona de la gloria al ser desgarrado con garfios de hierro, junto con el presbítero Zenobio.Los hechos que leeremos en la narración de Eusebio de Cesarea ocurrieron en el año 304, en la ciudad de Tiro; de ellos el propio Eusebio fue testigo, y lo cuenta de primera mano. Sin embargo, esta persecución, en conjunto, duró varios años, y tenemos mártires vinculados a los mismos hechos desde el 304 hasta el 311.

-El primer grupo es el de los cinco mártires de Tiro, celebrados el 20 de febrero, martirio que ocurrió el 304.

-El mismo 20 de febrero, pero por entrada aparte, al corresponder a un martirio del año 311, celebramos a san Tiranión de Tiro. Tiranión había presenciado los martirios del 304 y alentado a los mártires, pero recién seis años después le tomaron preso y le condujeron, junto con san Zenobio de Tiro, a Antioquía de Siria, y tras hacerle sufrir crueles torturas, fue arrojado al río Orontes.

-A san Zenobio de Tiro, médico y sacerdote de la ciudad de Sidón, lo celebramos el 29 de octubre. Él padeció las torturas junto con Tiranión, pero murió en el potro.

-Durante el reinado de Maximino, san Silvano, obispo de Emesa de Fenicia fue devorado por las fieras en su propia ciudad, hacia el 310, y lo celebramos el 6 de febrero.

-En fecha desconocida, pero que celebramos el 4 de mayo, san Silvano, obispo de Gaza, fue condenado a trabajar en las minas de Fennes, cerca de Petra, en Arabia y más tarde fue decapitado allí, con otros treinta y nueve compañeros.

-Posiblemente pertenezcan al mismo conjunto (pero les hemos puesto noticia aparte) los sacerdotes egipcios Peleo, Nilo y sus compañeros, que muerieron en Palestina en el 310, y celebramos el 19 de septiembre.

Eusebio narra en los siguientes términos el martirio que presenció:

Varios cristianos egipcios que se habían establecido en Palestina y otros en Tiro, dieron pruebas de su paciencia y de su constancia en la fe. Después de haber sido golpeados innumerables veces, cosa que soportaron con gran paciencia, fueron arrojados a los leopardos, osos salvajes, jabalíes y toros. Yo estaba presente cuando esas bestias, sedientas de sangre humana, hicieron su aparición en la arena; pero, en vez de devorar o destrozar a los mártires, se mantuvieron a distancia de ellos, sin tocarles, y se volvieron en cambio contra los domadores y cuantos se hallaban cerca; sólo respetaron a los soldados de Cristo, a pesar de que éstos obedeciendo a las órdenes recibidas, agitaban los brazos para provocar a las fieras. Algunas veces, éstas se lanzaron sobre ellos con su habitual ferocidad, pero volvían siempre atrás, como movidas por una fuerza sobrenatural. El hecho se repitió varias veces, con gran admiración de los espectadores. Los verdugos reemplazaron dos veces a las fieras, pero fue en vano. Los mártires permanecían impasibles.

Entre ellos se hallaba un joven de menos de veinte años, que no se movía de su sitio y conservaba una serenidad absoluta; con los ojos elevados al cielo y los brazos en cruz, en tanto que los osos y los leopardos con las fauces abiertas amenazaban con devorarle de un momento a otro; sólo por un milagro de Dios se explica que no le tocasen. Otros mártires se hallaban expuestos a los ataques de un toro furioso, que ya había herido y golpeado a varios domadores, y dejándolos medio muertos; pero el toro no atacó a los mártires; aunque parecía que iba a lanzarse sobre ellos: sus pezuñas rascaban furiosamente el suelo y agitaba la cornamenta en todas direcciones, pero sin llegar a embestir a los mártires, a pesar de que los verdugos lo incitaban con capas rojas. Después de varios intentos inútiles con diferentes fieras, los santos fueron finalmente decapitados y sus cuerpos arrojados al mar. Otros que se negaron a ofrecer sacrificios a los dioses, murieron apaleados, quemados y también ejecutados en distintas formas.»

Eusebio, Hist. Eccles., vol. VIII, cap. 13, es la mejor de las autoridades a este respecto, pero el Acta Sanctorum y el Oriens Christianus de Le Quien, proporcionan otros datos, discusiones y detalles geográficos.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
www.eltestigofiel.org

otros santos 20 de febrero:

- Beata Jacinta Marto
- San León de Catania

jueves, 19 de febrero de 2015

19 de febrero: San Quodvultdeus

Obispo

Martirologio Romano: En Nápoles, Italia, sepultura de san Quodvultdeus, obispo de Cartago, que desterrado junto con su clero por el rey arriano Genserico, fueron abandonados en el mar en naves viejas, sin remos ni velas, y, contra toda esperanza, llegaron a Nápoles, dónde murió el mencionado obispo como confesor de la fe († c.444).

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma: el Papa.

Etimologicamente: Quodvultdeus = Lo que Dios quiera, es de origen latino


Breve Biografía

Quodvultdeus , Obispo de Cartago, fue amigo y discípulo de san Agustín de Hipona. Gobernaba apaciblemente a su rebaño de fieles, pero Genserico, rey de los vándalos, se apoderó de la ciudad, en 438, y comenzó una persecución contra los cristianos. El conquistador, hereje arriano y enemigo de la fe católica, sometió al obispo a la tortura y, como no pudiera conseguir que apostatara, se apoderó de él y de otros miembros del clero, y los obligó a embarcarse en navios averiados para que naufragaran. Pero un milagro les preservó y pudieron arribar sanos y salvos a las costas de Campania.

A partir de este momento, ya no se tienen más detalles de los últimos años del obispo. Se cree que murió en Nápoles hacia el año 444.

No hay que confundirlo con el diácono Quodvultdeus que envió dos cartas a san Agustín.

Hasta hace unos años, el nombre de San Quodvultdeus estaba inscrito en el Martirologio Romano el día 26 de octubre. El redactor de la edición de 1922 creyó que debía trasladar su fiesta al día 19 de febrero, ya que en tal fecha estaba inscrito en un calendario de Nápoles.

VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER'S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A. 
(fuente: catholic.net)

otros santos 19 de febrero:

- Beato Conrado Confalonieri de Piacenza
- San Beato de Liébana

miércoles, 18 de febrero de 2015

18 de febrero: San Angilberto

Abad de Saint Riquier (Francia durante la ocupación de Carlomagno).

Falleció el 18 febrero del 814.

Gilberto parece haber sido admitido en la corte de Carlomagno, donde él era alumno y amigo del gran Maestro inglés Alcuin. Le Formaron para la vida eclesiástica y debe de haber ingresado en órdenes menores a temprana edad, pero él acompañó al joven Rey Pepin a Italia en el año 782 en la conducción de palatii del primicerius, tarea que implicó mucha administración secular. La academia de hombres de letras formó a Gilberto como ilustre judicial de la corte de Carlomagno.

Era conocido como Homero, y partes de sus trabajos, todavía existen, mostrando que la habilidad invertida fue considerable.

En varias oportunidades fue como enviado al Papa, identificándose en su controversia con la visión heterodoxa de Carlomagno.

En el 790 fue nombrado Abad de Centula, después conocido como Saint Riquier, en Picardy, y por la ayuda de sus amigos poderosos no sólo reconstruyó sino que restauró el monasterio de manera suntuosa y lo dotó de una preciosa biblioteca de 200 volúmenes. En el 800 tuvo el honor de ser recibido por Carlomagno como su invitado. Por lo que parece probable que Gilberto en este periodo (si era ya sacerdote es dudoso) estaba llevando una vida muy mundana.

Las circunstancias no son claras para los historiadores de entonces, pero los modernos consideraron indudablemente que Gilberto tenía un amorío con Bertha, hija de Carlomagno, y fue con ella padre de dos niños, uno de ellos fue el muy conocido cronista Nithard. Esta intriga sobre Gilberto, a veces considerada como matrimonio, ha sido disputada por algunos estudiosos, pero ahora se admite generalmente.

Probablemente debamos recordar que las canonizaciones populares de esa época estaban sujetas a una investigación pequeña o muy informal y envuelta de conducta pasada o virtud. Sin embargo, el biógrafo de Gilberto en el siglo XII declara que el abad, antes de su muerte, hizo una ardua penitencia por este "matrimonio", y el historiador Nithard, en el mismo pasaje en el que afirma que Gilberto era su padre, también declara que el cuerpo de Gilberto se encontró incorrupto algunos años después de su entierro.

Se le considera autor de un fragmento de un poema épico de Carlomagno y León III, pero la paternidad literaria aún se disputa. Por otro lado, Monod cree que él es con toda seguridad responsable de las porciones del famoso "Annales Laurisenses “

escrito por HERBERT THURSTON 
Transcrito por Michael C. Tinkler 
Traducción Gustavo A. Flores 
(fuente: ec.aciprensa.com)

otros santos 18 de febrero:

martes, 17 de febrero de 2015

17 de febrero: Beato Lucas Belludi

«Este heraldo de san Antonio de Padua engarzó con su vida una hermosa sinfonía de fraternidad y comunión. Tal fue su vínculo con el santo capuchino que fue denominado Lucas de san Antonio. Escribió sus Sermones»

Madrid, 17 de febrero de 2014 (Zenit.org) Hoy se celebra a los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de la Virgen María, y también, entre otros, la de este beato.

La vida de un apóstol es una aventura apasionante. Una misteriosa dádiva otorgada al margen de flaquezas y cualidades le hace permeable a la gracia. Lleno de celo apostólico, instado por el Espíritu Santo a compartir su fe con todo aquel que pase por su lado, tiene en sus manos la imponente responsabilidad de influir en la vida de una persona, –porque esa es la voluntad de Dios que lo ha elegido libremente destinándole a dar abundantes frutos (Jn 15, 16-17)–, para que oriente sus pasos hacia Él. La gracia que siempre actúa poniendo en sus labios las palabras exactas que ha de pronunciar, y la disponibilidad de cada uno a recibir el don de la vocación, obran ese prodigio incomparable que han vivido en carne propia tantos hombres y mujeres de todos los tiempos. Lucas fue uno de los agraciados para seguir a Cristo y hacerlo, además, acompañando a uno de los más estimados santos de la Iglesia: Antonio de Padua. Por si fuera poco, el pistoletazo de salida para su entrega definitiva se lo dio personalmente san Francisco de Asís.

Nació en Padua, Italia, en el seno de la adinerada familia Belludi, a finales del siglo XII o al inicio del XIII. Fue un hombre profundo y sencillo, excelente predicador; poseía una vasta cultura. En 1220 fue cuando se produjo su decisivo encuentro con san Francisco. La presencia del Poverello en la ciudad tenía carácter apostólico. Era una escala de Francisco que se produjo tras el paso por Oriente y en la que aprovechó su estancia en Padua para fundar un convento cerca de Venecia, que se erigió al lado de la iglesia de Santa María de Arcella. Fue un lugar emblemático, lleno de historia. En el hospicio para los frailes que lo atendían, el santo de Asís –al igual que hizo con una integrante de las Damas Pobres de santa Clara, la beata Elena Enselmini– impuso a Lucas el hábito que le convertía en miembro de la Orden de los Frailes Menores. Todo parece indicar que su amor por el sacerdocio se lo debió a Francisco que apreció en él las virtudes y disposición requeridas para ello.

Lucas convivió durante siete años, caracterizados por una intensa labor apostólica, oración y penitencia, junto a esa primera comunidad que habitó el convento. Allí escribió los Sermones que eran fruto de su reflexión y profundas vivencias. La divina Providencia quiso que en esa época se encontrara con Antonio. Éste había regresado a Italia en 1227 después de haber predicado en el sur de Francia. Pentecostés de ese año había tenido un peso significativo en la vida de este gran santo capuchino, ya que fue designado ministro provincial del norte de Italia. Lucas estuvo presente en ese capítulo general realizado en La Porciúncula, y ya no se separaría de él. De modo que, ambos, Antonio y él, llevaron el mismo camino. Se convirtió en su brazo derecho, le acompañó a todas partes, y fue testigo de su predicación ante el pontífice Gregorio IX en la Cuaresma de 1227.

Tres años más tarde, siempre unidos en el mismo espíritu, llegaron a la ciudad de Asís en la que se celebró un nuevo capítulo general. Fueron instantes plagados de emociones y vivencias espirituales compartidos con numerosos frailes que se hallaban presentes en el traslado del cuerpo de san Francisco. Sus restos se encontraban en la iglesia de San Jorge y descansarían a partir de entonces en la basílica construida en la colina del Paraíso.

La salud de Antonio andaba entonces bastante maltrecha. Su fama de santidad le precedía y las noticias sobre los hechos prodigiosos que se obraban en su presencia habían traspasado fronteras. Nobles y plebeyos se lo disputaban. Al regreso de Asís, el conde Tiso lo acogió en Camposampiero. Lucas, que siempre estaba al lado de Antonio, previniendo su fin dispuso su traslado a Padua. Y fue en Arcella donde le acompañó y le asistió permaneciendo junto a él hasta que exhaló su último aliento el 13 de junio de 1231. El estrecho lazo que vinculó a ambos propiciaría su denominación de «Lucas de san Antonio». Después de la muerte de éste, Lucas fue elegido ministro provincial en distintas ocasiones. En esa época, el temido Ezzelino II, que ejercía un poder autoritario en la región y oprimía a la Iglesia, tuvo noticias de su valentía porque no dudó en enfrentarse a su lugarteniente Ansedisio denunciando los constantes abusos, crueldades y tropelías del gobernante. El resultado fue el destierro y el embargo de las posesiones de su familia.

Lucas prosiguió trabajando, redactando los Sermones de Antonio que publicó. Además, escribió sus propios Sermones Dominicales junto a diversas obras que en su mayoría aún permanecen inéditas. Testigo privilegiado de las virtudes del santo de Padua, fue promotor de su causa (Antonio fue canonizado a los once meses de su fallecimiento por Gregorio IX) y estuvo también al frente de la construcción de su basílica en esta ciudad. Entonces era provincial y en el transcurso de su misión fue artífice de nuevos conventos. Este hombre humilde y caritativo murió en el hospicio de la Arcella (Padua) el 17 de febrero de 1286. Se dio la circunstancia de que su cuerpo fue enterrado en el mismo sepulcro que inicialmente había acogido el de Antonio, sepultura que se halla en la basílica erigida en su honor. En 1971 sus restos se trasladaron a otra tumba ubicada en el mismo templo. Su culto fue aprobado el 18 de mayo de 1927 por Pío XI.

escrito por Isabel Orellana Vilches (17 de febrero de 2014) © Innovative Media Inc.

otros santos 17 de febrero:

- San Flaviano de Constantinopla

lunes, 16 de febrero de 2015

16 de febrero: Santa Juliana (o Ileana)

Virgen y Mártir

Martirologio Romano: En la Campania, santa Juliana, virgen y mártir (s. inc.).

Cuando llegó la paz de Constantino, la matrona Sofronia tomó las reliquias del cuerpo de la mártir Juliana con la intención de llevarlas consigo a Roma. Por una tempestad, tuvo que desembarcar en Puzoli donde le edificó un templo que luego destruyeron los lombardos. Las reliquias se vieron peligrar y prudentemente se trasladaron a Nápoles donde reposan y se veneran con gran devoción.

En Nicomedia tuvieron lugar los hechos, de mil maneras narrados y con toda clase de matices comentados, en torno a esta santa que hizo un proyecto de su vida contrapuesto al deseado por su padre. Los narraré escuetamente adelantando ya que fue por la persecución de Maximiano.

Juliana es hija de una conocida familia ilustre pero con un padre pagano metido en el ejercicio del Derecho - que cuando llega el momento llega a convertirse en perseguidor de los cristianos - y una madre agnóstica. Ella, por la situación del entorno familiar nada favorable para la vivencia cristiana, se ha hecho bautizar en secreto. Además se le ha ocurrido entregarse enteramente a Cristo y no entra el casamiento en sus planes de futuro. Este es el marco.

La dificultad del caso comienza cuando Eluzo, que es un senador joven, quiere casarse con Juliana. La cosa se pone aún más interesante porque, conociendo que Eluzo bebe los vientos por su hija, ya ha concertado el padre el matrimonio entre el senador y la joven, comprometiendo su honorabilidad.

La supuesta novia lo recibe amablemente y con cortesía haciendo gala de su esmerada educación. Pero, al llegar el momento culminante de los detalles matrimoniales, salta sobre el tapete una condición al aspirante con la intención de desligarse del compromiso. No lo aceptará -le dice- mientras no sea juez y prefecto de la ciudad. Claro que eso era como pedir la luna; pero se vio pillada en sus palabras ya que en poco tiempo, gracias a influencias, dinero y valía personal, Eluzo se ha convertido en juez y prefecto de Nicomedia; además, continúa insistiendo en sus pretensiones matrimoniales con Juliana. La doncella mantiene la dignidad dándole toda clase de felicitaciones y parabienes, al tiempo que le asegura no poder aceptar el matrimonio hasta que se dé otra condición imprescindible para cubrir la sima que los separa: debe hacerse cristiano.

Ante tamaño disparate es el propio Eluzo quien pondrá al padre al corriente de lo que está pasando y de la «novedad» que se presenta. «Si eso es verdad, seremos juez y fiscal para mi hija». Juliana sólo sabe contestar a su padre furioso que ansía ser la primera dama de la ciudad, pero que sin ser cristiano, todo lo demás lo estima en nada.

«Por Apolo y Diana! Más quiero verte muerta que cristiana».

Convertida al cristianismo, se destacó por su entusiasmo y ardor en la difusión de la fe, por lo que fue encarcelada, torturada y finalmente decapitada el año 305. Su cuerpo fue trasladado a Cumas, en Italia, y posteriormente su reliquias llegaron a España, donde en su honor los condes de Castilla levantaron el célebre monasterio de Santillana (Santa Ileana), uno de los mejores monumentos de la Edad Media española

En la conversación tratará a su padre con respeto y amor de hija, pero... «mi Salvador es Jesucristo en quien tengo puesta toda mi confianza». Vienen los tormentos esperados cuando las razones no son escuchadas. Estaño derretido y fuego; además, cárcel para darle tiempo a pensar y llevarla a un cambio de actitud. Finalmente, con 18 años, se le corta la cabeza el 16 de febrero del 308.

Alguna vez hay padres «se pasan» al forzar a sus hijos cuando tienen que elegir estado. Esto tiene más complicaciones si razones profundas, como la fe práctica, dificulta la comprensión de los motivos que distancian. ¿No pensaría el padre de Juliana que sin matrimonio y cristiana su hija sería desgraciada? Quizá con viva fe cristiana llegara a vislumbrar que Jesucristo llena más que el dinero, el poder, la dignidad y la fama.

Uno de los hechos más característicos de las «Actas», es la discusión que tuvo la santa con el demonio, el cual, disfrazado cono un ángel de luz, trataba de persuadirla para que accediese a los deseos de su padre y de su pretendiente. Por ello, el arte medieval representaba comúnmente a Santa Juliana con una cadena o una cuerda disponiéndose a atar a un demonio alado.

(fuentes: Archidiócesis de Madrid; catholic.net)

otros santos 16 de febrero:

- Beata Felipa Mareri

domingo, 15 de febrero de 2015

15 de febrero: Beato Miguel Sopocko

Presbítero y Fundador
Director espiritual de Santa Faustina Kowalska

Martirologio Romano: En Białystok, Polonia, beato Michal Sopocko, presbítero, fundador de las Hermanas de Jesús Misericordioso (1975).

Fecha de beatificación: Fue beatificado el 28 de septiembre de 2008 en el Santuario de la Divina Misericordia en Bialystok, bajo el pontificado de S. S. Benedicto XVI.

Miguel Sopocko nació el 1 de noviembre de 1888 en Nowosady (Juszewszczyzna), en aquel entonces parte de la Rusia Imperial. La autoridad zarista perseguía a la Iglesia Católica, y también a los polacos y lituanos dentro de sus territorios. En la familia Sopocko, que era de noble linaje, las tradiciones polacas y católicas se conservan y fortalecían.

El joven Miguel maduró en esa atmósfera religiosa y patriótica, sentía un fuerte deseo de servicio incondicional a Dios, a la Iglesia y a la humanidad, por ello ingresó al Seminario Mayor de Vilna. El 15 de junio de 1914, fue ordenado al sacerdocio por el Obispo Franciszek Karewicz.

Por cuatro años (1914-1918) laboró como vicario parroquial en Taboryszki, donde abrió dos misioneras en Miedniki y Onżadw, así como diversas escuelas.

Informado por alguien de que las autoridades alemanas de la zona lo buscaban para arrestarlo, el dejó la parroquia y se traslado a Varsovia. Allí asumió el cargo de capellán del ejército polaco. Mientras se dedicaba a su ministerio como capellán, ingresó a estudiar en la Facultad de Teología de la Universidad de Varsovia en la que obtuvo un doctorado. Al mismo tiempo, se graduó del Instituto Pedagógico Nacional. En 1924, se convirtió en uno de los coordinador regional de los capellanes militares, con sede en Vilna.

En 1927, el arzobispo Romuald Jalbrzykowski le encomendó la responsabilidad de ser el Director Espiritual del Seminario Mayor. Durante este mismo período fue profesor en la Facultad de Teología en la Universidad Stefan Batory, también en Vilna. Finalmente pidió al Arzobispo ponerlo en libertad de su pastoral castrense y del seminario. Su deseo era dedicarse totalmente a los estudios teológicos. En 1934, recibió el título de “docente” en teología pastoral. Mientras enseñaba, nunca ha olvidó la importancia del servicio pastoral.

Fue rector de la Iglesia de San Miguel y también sirvió como confesor de Hermanas de la Congregación de María Madre de la Misericordia..

Uno de los acontecimientos más importantes en la vida de Fr. Sopocko se produjo en 1933, cuando se convirtió en el director espiritual de Sor (ahora Santa) Faustina Kowalska. Él siguió prestando asistencia a la Santa después de que fuera trasladada a Łagiewniki, donde ella murió el 5 de octubre de 1938.

Como su confesor, él emprendió una evaluación completa de las experiencias místicas de Sor Faustina sobre la devoción a la Divina Misericordia. Siguiendo un consejo dado por él, ella escribió su "Diario”, material que hasta el momento sigue siendo de valiosa inspiración espiritual.

Sor Faustina, apoyándose en las revelaciones del Salvador que experimentaba aún de llegar a Vilna, le hablaba al padre Sopocko de las indicaciones que recibía durante esas revelaciones. Se trataba de pintar el cuadro del Salvador Misericordioso, establecer el la Fiesta de la Divina Misericordia para el primer domingo después de la Pascua y fundar una nueva Congregación Conventual. La Divina Providencia confió la realización de estas tareas al padre Sopocko.

Apoyado en la doctrina de la iglesia, buscaba los argumentos teológicos que explicaran la existencia de la cualidad de la misericordia en Dios y los fundamentos para fijar como fiesta el día mencionado en las revelaciones. Los resultados de sus investigaciones y los argumentos para introducir el día en el calendario festivo de la iglesia, los presentó en varios artículos en las revistas teológicas y en varios trabajos autónomos acerca del tema de la Divina Misericordia.

En junio de 1936 en Vilna, publicó el primer folleto titulado “Divina Misericordia” con la imagen de Jesucristo Misericordioso en la portada (creado por el artista Eugeniusz Kazimirowski). Envió esa publicación a todos los obispos reunidos en la conferencia del Episcopado en Czestochowa. Sin embargo, no recibió ni una respuesta de alguno de ellos. El segundo folleto titulado “Divina Misericordia en la liturgia” se publicó en 1937 en Poznan.

En 1938, él estableció un comité para construir la Iglesia de Divina Misericordia en Vilna. Sin embargo, este esfuerzo tuvo que ser detenido al iniciar la Segunda Guerra Mundial. Pero a pesar de la guerra y la ocupación alemana, Fr. Sopocko persistió en sus esfuerzos para promover la devoción a la Divina Misericordia. Lleno de celo, ayudó constantemente a aquéllos que fueron oprimidos y amenazados con el exterminio, por ejemplo, las numerosa población judía. Afortunadamente, él logró evitar ser arrestado.

En 1942, junto con los profesores y estudiantes del seminario, fue obligado a ocultarse cerca de Vilna. Permanecería oculto por dos años, fue en ese tiempo que Fr. Sopocko tuvo un rol importante en la creación de una nueva Congregación Religiosa. Según las revelaciones de Sor Faustina, esta Congregación tendría como fin promover la devoción a la Divina Misericordia. Después de la Guerra, él escribió la Constitución de la Congregación, y trabajó activamente en el crecimiento y desarrollo de lo que nosotros conocemos como la Congregación de las Hermanas de la Divina Misericordia.

En 1947, Arzobispo Jalbrzykowski, que desde dos años antes estaba en Bialystok con su Curia diocesana, buscó que Fr. Sopocko se trasladara a esa ciudad. Él aceptó una posición como profesor en el Seminario Mayor Arquidiocesano. Allí enseñó pedagogía, caterética, homilética, teología pastoral, y espiritualidad. Adicionalmente, continuó impulsando el apostolado de la Divina Misericordia. También hizo serios esfuerzos para obtener la aprobación oficial para la devoción a la Divina Misericordia de las autoridades de la Iglesia. Fr. Sopocko trabajó incansablemente en los fundamentos bíblicos, teológicos y pastorales para explicar la verdad doctrinal acerca de la devoción de Divina Misericordia. Sus publicaciones se tradujeron a numerosos idiomas, entre ellos: latín, inglés, francés, italiano, y portugués.

Fr. Miguel Sopocko murió el 15 de febrero de 1975, en su apartamento en Calle Poleska. Aclamado popularmente para su santidad fue enterrado en el cementerio de la parroquia en Bialystok. Luego de iniciado el proceso para su Beatificación, su cuerpo se trasladó a la Iglesia de la Divina Misericordia el 30 de noviembre de 1988.

(fuentes: vatican.va; catholic.net)

otros santos 15 de febrero:

- San Claudio La Colombière

sábado, 14 de febrero de 2015

14 de febrero: San Juan Bautista de la Concepción

«Cuando el amor a Dios se desborda, brotan las bendiciones. Este gran reformador trinitario sufrió mucho por causas internas y externas, pero alcanzó la santidad. Santa Teresa se lo vaticinó a los padres de Juan Bautista cuando él era un niño»

Madrid, 14 de febrero de 2014 (Zenit.org) En los siglos que median de aquel instante en el que este santo trinitario subió al cielo en 1613, su figura no ha hecho más que agrandarse. Y todo porque la herida de amor divino que traspasó su ser de parte a parte, además de impregnar a cuantos tuvo a su alrededor, sigue desbordándose para alumbrar a tantos modernos cautivos de sí mismos, de afanes diversos que asfixian su caminar, y de la opresión de otros. El efecto de esa mística llaga, ajena al paso del tiempo, se ha multiplicado y mantiene su frescura primigenia como signo palpable de que la única perennidad que en rigor cabe esperar es la que se alcanza con la ofrenda a Dios de la propia vida. Juan Bautista soñó la santidad, hizo de ella coto de sus juegos infantiles, respiró aromas de eternidad a los pies del sagrario unido a Maria, y nutrió su acontecer con esa exclusiva aspiración, venciendo sus flaquezas con la gracia de Cristo.

Nació en Almodóvar del Campo, Ciudad Real, España, el 10 de julio de 1561 en el hogar de unos labradores acomodados. Siendo niño mostró un precoz anhelo hacia la perfección del amor. Tanto es así que jugaba a ser santo incluyendo prácticas ascéticas que afectaron seriamente a su salud, al punto de que alguna secuela le acompañó hasta su muerte. El testimonio y aliento de sus padres contribuyeron a que calasen en él definitivamente rasgos de piedad característicos de su vida: devoción a la Eucaristía y rezo del Santo Rosario, así como la abnegación y un dilecto amor a los pobres. El conocimiento de hazañas de jóvenes que habían alcanzado la gloria eterna ofreciéndose a Dios sin reservas le animaba en su afán religioso.

Santa Teresa de Jesús, al conocerle de paso en uno de sus viajes apostólicos hacia 1574 o 1576, identificó en él al santo que llegaría a ser, comunicando a sus padres el futuro que preveía para el adolescente. Ellos, gozosos ante el vaticinio, no pusieron ningún impedimento para que su hijo siguiera en pos de su vocación. En este camino que emprendía, alimentando su aspiración religiosa, se formó con los carmelitas descalzos de su ciudad natal, y prosiguió estudios en Baeza y Toledo. Su primer intento fue integrarse en la comunidad, pero no pudo ver cumplido ese sueño por designios inexplicables de la divina Providencia. Y en 1580 se convirtió en religioso de la orden de trinitarios calzados, donde tomó el hábito y profesó al año siguiente. En el noviciado había coincido con Simón de Rojas, entre otros religiosos que iban a derramar su sangre por Cristo.

El camino hacia la santidad acarreaba renuncias que en un primer momento no se sentía inclinado a realizar. Después, al convertirse en un reformador consumado, repararía en esos escollos que surgieron de su interior. Y en una mirada retrospectiva sobre su vida, apuntaría debilidades como la vanidad y una cierta resistencia a dar respuesta inmediata a lo que entendía que Dios le pedía, además de señalar faltas diversas como la impaciencia y poco tacto, entre otras, surgidas de un temperamento colérico como el suyo, que le jugaba malas pasadas. En suma, advirtió que no había sido riguroso en la exigencia del seguimiento.

La santidad se fragua a través de fidelísimos y constantes sacrificios que testifican cada día la autenticidad de una decisión. Y Juan conquistó la suya. Esa es su grandeza y corona. Durante dieciséis años se fue forjando en la caridad, viviendo la regla primitiva de la Orden, sobreponiéndose a su endeble salud. Llevó su gran sabiduría de excelso predicador por Alcalá de Henares y Sevilla. Fue entonces, al salir de esta capital, cuando a través de una revelación que surgía como de una tempestad, vio que debía emprender la reforma trinitaria llevando a la Orden hacia un mayor rigor. Había llegado su hora: «Señor, me haré reformado en Valdepeñas». «Pasó la tempestad y yo quedé recoleto con voto y con obligación y con deseo y voluntad». Con esta convicción llegó a esta localidad en 1596, y de allí partió a Roma dos años más tarde, habiendo abandonado a los pies de Cristo el lastre que le ataba a tantas cosas inútiles; se dijo: «más quiero mi religión y la honra de mi buen Dios que los tesoros del mundo».

La misión no fue nada fácil. Hubo férreas oposiciones de trinitarios calzados, detenciones, agresiones físicas y verbales, traiciones hasta de sus hijos, entre otras, que no le impidieron poner en pie la reforma que se produjo el 20 de agosto de 1599. Dejándose la vida en el empeño de dar a conocer a Cristo y asentar las bases de la misma, Juan no desmayó. Fundó 19 conventos, uno de ellos para monjas de clausura. Siendo el eje central de su vida la Santísima Trinidad, vivió y transmitió la caridad con los cautivos y los necesitados, la humildad, la penitencia y la oración. «¡Señor, ámate yo y sea pobre, tan pobre que solo tenga un breviario!». Purificado y moldeado por Dios, como se acrisola el oro en el fuego, en momentos de oscuridad suplicaba ardientemente: «Tú, Señor, ¿no sabes que deseo hacer sola tu santa voluntad, aunque me cuesten mil vidas? Dame, Señor, luz; sepa yo tu santa voluntad. Nada se me da de cuantos trabajos hay en el mundo; solo querría yo agradarte y no salir un punto de tu querer». Estas hondas experiencias rezuman los numerosos tratados ascéticos, místicos y teológicos que surgieron de su pluma, y en los que se aprecia su amor a la cruz. El tránsito a la vida eterna le sorprendió en Córdoba el 14 de febrero de 1613. Fue canonizado el 25 de mayo de 1975 por Pablo VI. Los trinitarios calzados dejaron de existir como orden en 1897.

(14 de febrero de 2014) © Innovative Media Inc.

Otros santos 14 de febrero:

- San Valentín

viernes, 13 de febrero de 2015

13 de febrero: San Martiniano

Eremita

Martirologio Romano: En Atenas, en Grecia, san Martiniano, que había abrazado la vida eremítica cerca de Cesarea, en Palestina (c. 398).

Etimología: Martiniano = variante de Martín = Referente al Dios Marte, es de origen latino. Siendo todavía muy joven, San Martiniano se instaló en el desierto cerca de Cesarea en Palestina. A au joven cuerpo lo atormentaban las pasiones carnales, su alma estaba turbada por las tentaciones diabólicas, pero San Martiniano estaba venciéndolas con el ayuno, la oración y el trabajo.

Así vivió 25 años. Gracias a él una ramera llamada Zoe, que vino especialmente para tentarlo, se convirtió. El Santo pisó con los pies descalzos el carbón ardiente y con mucho esfuerzo aguantando el dolor, gritó: "¡cómo será el fuego del infierno!" Sorprendida por la fuerza espiritual y por los sufrimientos de eremita, Zoe se arrepintió y pidió a San Martiniano que orará por ella. Él le ordenó ir al Monasterio de Santa Paula, en Belén, donde ella vivió 12 años hasta su fallecimiento.

San Martiniano se fue a una isla deshabitado y allí vivió varios años sin el techo, bajo el cielo. Recibía la comida del dueño de un barco, para cual él fabricaba los cestos. En el mismo lugar donde San Martiniano se esforzaba espiritualmente, siguiendo sus pasos se salvó una joven llamada Fotini, después de que su barco se hundió y ella fue traída por las olas a la isla.

Al recibirla en la isla, para evitar las tentaciones el Santo se tiró al mar y con la ayuda de Dios alcanzó la tierra en el sur de Grecia. Después Martiniano estaba peregrinando durante 2 meses y falleció en paz en Atenas, cerca del año 422.

¡Felicidades a quienes lleven este nombre!

(fuentes: acoantioquena; catholic.net)

Otros santos 13 de febrero:

- Beato Jordán de Sajonia

jueves, 12 de febrero de 2015

12 de febrero: San Melecio de Antioquía

«Apostolado y estudio fueron una conjunción magistral en este insigne defensor de la fe nicena, perseguido y desterrado, que dejó una huella imborrable en su pueblo. Fue especialmente venerado por Juan Crisóstomo y Gregorio de Nisa»

Madrid, 12 de febrero de 2014 (Zenit.org) Melecio de Antioquía salió al paso de las corrientes de la época y, aún viviendo inmerso en ese caos de tendencias afines y contrarias al dogma, supo llevar a muchos por el camino de la conciliación con una altura intelectual que dejó a todos perplejos. Ensamblar estudio y apostolado en orada ofrenda es la gran tarea que tenemos delante y que muchos hemos recibido dentro del carisma al que hemos sido llamados. Es uno de los cruciales desafíos a los que nos invita la nueva evangelización.

Melecio era natural de Melitene, Armenia. Nació hacia el año 310 en el seno de una ilustre familia. El año 357 se celebró un Concilio en su ciudad natal y fue designado obispo de Sebaste. Pero este férreo garante de la fe nicena, que supo ganarse a los arrianos y a los católicos, sufrió exilio en varias ocasiones. El arrianismo estaba en su apogeo y los conflictos le acompañaban. Siendo prelado las tensiones creadas le indujeron a refugiarse durante un tiempo en el desierto, y luego en Siria. Lejos de amainar las disputas, éstas fueron creciendo porque la iglesia de Antioquía había sucumbido bajo el yugo de la herejía. Los que sucedieron al obispo Eustaquio, desterrado el año 330, aniquilaron la fe. En medio de constantes pugnas, Melecio fue elegido obispo de Antioquia.

La situación en la que se produjo su designación fue incómoda ya que en ella no habían intervenido los católicos sino algunos arrianos, hecho mal acogido por una parte de los fieles. El asunto se dirimió una vez que el emperador Constancio II, que había dispuesto que otros prelados comentasen el Libro de los Proverbios, pudo constatar que, a diferencia de ellos, Melecio daba claras pruebas de su ortodoxia ensalzando el texto que vinculó al misterio de la Encarnación, con lo cual se diferenciaba de aquéllos.

Este nítido testimonio de fe –conservado por san Epifanio por su modélico y riguroso enfoque– puso en aprietos a los arrianos, y Eudoxio, que no perdía ocasión para desacreditar a Melecio, intentó influir en la decisión de Constancio y convencerle de que debía enviarle al destierro. Logró sus propósitos, ya que las denuncias de sabelianismo lanzadas sobre Melecio tuvieron éxito, y fue desterrado a Melitene, ocupando Eudoxio, que había sido discípulo de Arrio, la sede de Antioquía. No obstante, el cisma que planeaba sobre ésta desde que se produjo el destierro de san Eustaquio aún no había llegado a su apogeo. El vaivén que se cernía sobre los prelados de uno y de otro signo estaba unido al criterio de los sucesivos emperadores. Así, Justiniano en el año 362 restituyó a Melecio en el gobierno de la sede antioquena, pero ese no fue el criterio seguido por Valente, que lo desterró en el año 365. Graciano en el 378 propició su regreso a la ciudad, pero las dificultades arreciaban. Y en el año 381 se convocó el II Concilio ecuménico que tuvo lugar en Constantinopla. Melecio lo presidía, y fue entonces cuando entregó su alma a Dios.

Se había caracterizado por la bondad, humildad, paciencia y espíritu conciliador. Con su virtud se hizo acreedor del respeto y afecto de muchas personas, sentimientos que fueron patentes de modo singular cuando regresó del destierro. Tomaron como una bendición el mero hecho de poder verle y oírle. Los que podían se afanaron para poder besar sus manos y sus pies. Simplemente estos gestos dan idea de la altísima consideración que tenían los fieles de la ciudad por este obispo santo, al que ya habían encumbrado como tal antes de que la Iglesia lo hiciera. No es de extrañar que, tras su muerte –como atestiguó san Juan Crisóstomo, que lo conoció bien ya que había estado bajo su protección y fue ordenado diácono por él–, quienes lo conocieron dieran tantas muestras de veneración hacia este heroico prelado que se había mantenido fiel a la fe, y que durante dieciocho años había sufrido las fluctuantes decisiones de los gobernantes de turno.

El signo que prueba el anhelo del pueblo de que su nombre perdurase al paso del tiempo, es que muchos ciudadanos de Antioquía lo escogieron para bautizar a sus hijos. Además, su efigie la tenían presente en anillos, elementos de la vajilla y paredes de sus moradas, además de esculpirla en el dintel de la puerta de acceso a las mismas, como testificó Juan Crisóstomo en el panegírico que le dedicó: «Apenas llegado a Antioquía, cada uno de vosotros da su nombre a sus hijos, creyendo de este modo introducir al mismo santo en su casa». La oración fúnebre corrió a cargo de san Gregorio de Nisa. Éste, acompañado de todos los que se hallaban presentes en el Concilio, tributó honor a san Melecio. Con sentidas palabras ensalzó de él: «la dulce y tranquila mirada, radiante sonrisa y bondadosa mano que secundaba a su apacible voz», concluyendo magníficamente con esta certeza: «Ahora él ve a Dios cara a cara, ruega por nosotros y por la ignorancia del pueblo».

escrito por Isabel Orellana Vilches (12 de febrero de 2014) © Innovative Media Inc.

otros santos 12 de febrero:

- Beato Rizerio de Muccia
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