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viernes, 28 de febrero de 2014

28 de febrero: Beato Daniel Alejo Brottier

«Este religioso conocido como el comerciante del cielo era un ardiente misionero, pero su mala salud le obligó a abandonar su misión en África. Su arte e ingenio, junto a la gracia, revertió en una fecunda acción apostólica»

Madrid, 28 de febrero de 2014 (Zenit.org) Nació en la localidad francesa de La Ferté Saint-Cyr el 7 de septiembre de 1876. Sus padres, Jean y Bertha, humildes y creyentes, le educaron en la fe, y en 1893 se dispuso a entregar su vida como sacerdote. El seminario de Blois fue el escenario donde cursó sus estudios eclesiásticos que culminaron con su soñada ordenación en 1899. Una de las primeras misiones que le encomendó el prelado fue la docencia. De modo que, por indicación suya, durante algunos cursos impartió clases en el colegio de Pontlevoy, centro dependiente de la diócesis. Pero en su corazón se abrió paso el espíritu misionero y convencido de que se trataba de un directo llamamiento de Dios, se vinculó a los religiosos de la Congregación del Espíritu Santo en 1902.

La certeza de haber sido elegido por Él no minimizó su sacrificio. Dio el paso contrariándose a sí mismo, como revela el escrito que dirigió el 6 de julio de ese mismo año al padre Genoud, que sería el responsable de su formación:«No pensé que sería tan dificil dejar el mundo atrás. Cuando se compara este sacrificio con lo que otras personas tienen que hacer, parece poca cosa, o casi nada, pero cuando te toca directamente se convierte en algo enteramente diferente. Sin embargo, me consuela que en la profundidad de mi ser, experimento el mismo entusiasmo que me motivó durante el retiro del año pasado». Era honesto y sincero. Su determinación irrevocable ponía de relieve la autenticidad de su vocación.

El Padre celestial, que todo lo conoce, no dilató el cumplimiento de ese anhelo evangelizador de Daniel. Valeroso, audaz, había sido motivo de descanso para su superior general haciéndole saber de primera mano, a través de la carta que le envió en septiembre de 1903, su plena disposición:«No quiero presumir nada, pero si tienes una misión muy peligrosa, en donde mi vida estaría en riesgo, con toda franqueza, estoy listo para ello». Efectuada su profesión, un més más tarde fue trasladado a Senegal y comenzó su labor en Dakar en noviembre.

Con gran ardor apostólico dio a conocer a Cristo entre las gentes de este país, con las que permaneció siete años, transmitiendo la fe en su propio idioma que se había ocupado de aprender, hasta que la dureza del clima afectó a su salud y tuvo que regresar a su país. Esta iba a ser la tónica de su labor misionera. Ese país africano, que ya llevaba grabado en sus entrañas, se le resistiría a causa de su endeble organismo. Los continuos ataques de migraña, remedando el flujo incesante de las olas marinas, le devolvían a su país hasta que definitivamente tuvo que entregar a Dios su misión. El proceso había sido harto doloroso. Obligado a regresar a Francia por vez primera en 1906, a indicación de sus superiores preocupados por la intensa y persistente afección, los cuidados médicos le permitieron regresar en 1907. Pero prácticamente no hizo más que llegar, y de nuevo surgió el tormentoso dolor de cabeza, con lo cual determinaron que Francia sería su lugar de destino permanente. Entonces, se dedicó a educar y asistir a la infancia y juventud abandonada. En junio de 1911, al ver disipada la opción de regresar a Senegal, hizo notar: «He prometido dejar todo en manos de la Providencia y no tomar ningún paso a favor ni en contra. Esa es la única manera para un religioso cumplir su deber».

Era un hombre de oración, sencillo y humilde, que se dejó llevar en todo momento por su confianza en la divina Providencia. Estaba adornado de muchas cualidades que, unidas a su celo apostólico, le permitieron realizar grandes gestas para Cristo: iniciativa, gran creatividad así como visión y dotes para la administración. África corría por sus venas de apóstol, y pensando en nuevas vías de asistencia que pudiera llevar a cabo desde el lugar en el que se hallaba, creó «Recuerdo Africano», un instrumento que le reportó los recursos suficientes para erigir la catedral de Dakar.

En medio de la labor apostólica educativa que signaba su acontecer le sorprendió la Primera Guerra Mundial. «¿Qué puedo hacer frente a esta barbarie que arrasa con la salud, la vida y la civilización?», se preguntó. Y se convirtió en capellán de los militares, lo cual le permitió atender a los soldados y a los moribundos durante cuatro años en los que recorrió distintos frentes con grave riesgo de su vida. Por su abnegada labor ejercida entre tantas víctimas de la ferocidad humana, que se habían visto arrastradas por la sinrazón de las armas, a las que consoló, animó y confortó, además de dar cristiana sepultura a los caídos en el campo de batalla, le galardonaron con la Legión de Honor y la Cruz de Guerra.

El ejemplo de Teresa de Lisieux alumbró su vida, y bajo su intercesión impulsó la casa de huérfanos de Auteuil, un magnífico proyecto que ya estaba materializado, pero que pusieron bajo su responsabilidad en 1923. Le dio un impulso decisivo. Tanto es así, que una decena de años más tarde dio como resultado la atención de un millar y medio de jóvenes. A su entusiasta labor se debe la construcción de una basílica dedicada a la santa de Lisieux también en Auteuil, bendecida en 1930. Otra de las acciones sociales en las que se implicó fue la Unión Nacional de Excombatientes, de carácter benéfico, que aglutinó nada menos que a dos millones de personas.

Es verdad que tenía arte e ingenio para despertar la solidaridad de la gente que promovía con innegable capacidad inventiva. Por ello se le ha denominado «comerciante del cielo». Pero en realidad su fecundidad apostólica se explica fundamentalmente por su insistente oración y fidelísima entrega. Consumido por el amor y extenuado por el esfuerzo continuo que había realizado, falleció en París el 28 de febrero de 1936. Fue beatificado por Juan Pablo II el 25 de noviembre de 1984.

(28 de febrero de 2014) © Innovative Media Inc.

otros santos 28 de febrero:

- San Román, abad

jueves, 27 de febrero de 2014

27 de febrero: Beat María Caridad Brader

Fundadora de las Franciscanas de María Inmaculada.

La madre Caridad Brader nació en Suiza donde, en plena juventud, ingresó en una comunidad de religiosas franciscanas dedicadas a la contemplación y la enseñanza. Junto con otras religiosas marchó como misionera a Ecuador y, años más tarde, a Colombia, donde pasó el resto de su larga vida. Para mejor responder a las numerosas y urgentes necesidades de sus gentes, fundó las Franciscanas de María Inmaculada, congregación que gobernó muchos años con sabiduría y prudencia, inculcando a sus religiosas tanto la dimensión contemplativa de sus vidas como su entrega a la acción evangelizadora.

María Caridad Brader, hija de Joseph Sebastián Brader y de María Carolina Zahner, nació el 14 de agosto de 1860 en Kaltbrunn, St. Gallen (Suiza). Fue bautizada al día siguiente con el nombre de María Josefa Carolina.

Dotada de una inteligencia poco común y guiada por las sendas del saber y la virtud por una madre tierna y solícita, la pequeña Carolina moldeaba su corazón mediante una sólida formación cristiana, un intenso amor a Jesucristo y una tierna devoción a la Virgen María.

Conocedora del talento y aptitudes de su hija, su madre procuró darle una esmerada educación. En la escuela de Kaltbrunn hizo, con gran aprovechamiento, los estudios de la enseñanza primaria; y en el instituto de María Hilf de Altstätten, dirigido por una comunidad de religiosas de la Tercera Orden Regular de san Francisco, los de enseñanza media. Luego, su madre la envió a Friburgo para perfeccionar sus conocimientos y recibió el diploma oficial de maestra.

Cuando el mundo se abría ante ella atrayéndola con todos sus halagos, la voz de Cristo resonó en su corazón, y decidió abrazar la vida consagrada. Esta elección de vida, como era previsible, provocó al inicio la oposición de su madre, pues era viuda y Carolina era su única hija.

El 1 de octubre de 1880 ingresó en el convento franciscano de clausura «María Hilf», en Altstätten, que regentaba un colegio como servicio necesario a la Iglesia católica de Suiza.

El primero de marzo de 1881 vistió el hábito de franciscana, recibiendo el nombre de María Caridad del Amor del Espíritu Santo. El 22 de agosto del año siguiente emitió los votos religiosos. Dada su preparación pedagógica, fue destinada a la enseñanza en el colegio anexo al monasterio.

Abierta la posibilidad para que las religiosas de clausura pudieran dejar el monasterio y colaborar en la extensión del Reino de Dios, los obispos misioneros, a finales del siglo XIX, se acercaron a los conventos en busca de monjas dispuestas a trabajar en los territorios de misión.

Monseñor Pedro Schumacher, celoso misionero de san Vicente de Paúl y Obispo de Portoviejo (Ecuador), escribió una carta a las religiosas de María Hilf, pidiendo voluntarias para trabajar como misioneras en su diócesis.

Las religiosas respondieron con entusiasmo a esta invitación. Una de las más entusiastas para marchar a las misiones era la madre Caridad Brader. La beata María Bernarda Bütler, superiora del convento, la cual encabezó el grupo de las seis misioneras, la eligió entre las voluntarias diciendo: «A la fundación misionera va la madre Caridad, generosa en sumo grado, que no retrocede ante ningún sacrificio y, con su extraordinario don de gentes y su pedagogía, podrá prestar a la misión grandes servicios».

El 19 de junio de 1888 la madre Caridad y sus compañeras emprendieron el viaje hacia Chone, Ecuador. En 1893, después de duro trabajo en Chone y de haber catequizado a innumerables grupos de niños, la madre Caridad fue destinada para una fundación en Túquerres, Colombia.

Allí desplegó su celo misionero: amaba a los indígenas y no escatimaba esfuerzo alguno para llegar hasta ellos, desafiando las embravecidas olas del océano, las intrincadas selvas y el frío intenso de los páramos. Su celo no conocía descanso. Le preocupaban sobre todo los más pobres, los marginados, los que no conocían todavía el Evangelio.

Ante la urgente necesidad de encontrar más misioneras para tan vasto campo de apostolado, apoyada por el padre alemán Reinaldo Herbrand, fundó en 1894 la congregación de Franciscanas de María Inmaculada. La Congregación estuvo compuesta al inicio de jóvenes suizas que, llevadas por el celo misionero, seguían el ejemplo de la madre Caridad. A ellas se unieron pronto las vocaciones autóctonas, sobre todo de Colombia, que hicieron crecer la naciente Congregación y se extendieron por varios países.

La madre Caridad, en su actividad apostólica, supo compaginar muy bien la contemplación y la acción. Exhortaba a sus hijas a una preparación académica eficiente pero «sin que se apague el espíritu de la santa oración y devoción». «No olviden -les decía- que cuanto más instrucción y capacidad tenga la educadora, tanto más podrá hacer a favor de la santa religión y gloria de Dios, sobre todo cuando la virtud va por delante del saber. Cuanto más intensa y visible es la actividad externa, más profunda y fervorosa debe ser la vida interior».

Encauzó su apostolado principalmente hacia la educación, sobre todo en ambientes pobres y marginados. Las fundaciones se sucedían donde quiera que la necesidad lo requería. Cuando se trataba de cubrir una necesidad o de sembrar la semilla de la Buena Nueva, no existían para ella fronteras ni obstáculo alguno.

Alma eucarística por excelencia, halló en Jesús sacramentado los valores espirituales que dieron calor y sentido a su vida. Llevada por ese amor a Jesús Eucaristía, puso todo su empeño en obtener el privilegio de la Adoración Perpetua diurna y nocturna, que dejó como el patrimonio más estimado a su comunidad, junto con el amor y veneración a los sacerdotes como ministro de Dios.

Amante de la vida interior, vivía en continua presencia de Dios. Por eso veía en todos los acontecimientos su mano providente y misericordiosa, y exhortaba a los demás a «ver en todo la permisión de Dios, y por amor a Él, cumplir gustosamente su voluntad». De ahí su lema: «Él lo quiere», que fue el programa de su vida.

Como superiora general, fue la guía espiritual de su Congregación desde 1893 hasta el 1919, y de 1928 hasta el 1940, año en que manifestó, en forma irrevocable, su decisión de no aceptar una nueva reelección. A la superiora general elegida le prometió filial obediencia y veneración. En 1933 tuvo la alegría de recibir la aprobación pontificia de su Congregación.

A los 82 años de vida, presintiendo su muerte, exhortaba a sus hijas: «Me voy; no dejen las buenas obras que tiene entre manos la Congregación, la limosna y mucha caridad con los pobres, grandísima caridad entre las hermanas, la adhesión a los obispos y sacerdotes».

El 27 de febrero de 1943, en Pasto (Colombia), de repente dijo a la enfermera: «Jesús, me muero». Fueron las últimas palabras, con las que entregó su alma al Señor.

Apenas se divulgó la noticia de su fallecimiento, comenzó a pasar ante sus restos mortales una interminable procesión de devotos que pedían reliquias y se encomendaban a su intercesión.

Los funerales tuvieron lugar el 2 de marzo de 1943, con la asistencia de autoridades eclesiásticas y civiles y de una gran multitud de fieles, que decían: «ha muerto una santa». Después de su muerte, su tumba ha sido meta constante de devotos que la invocan en sus necesidades.

Las virtudes que practicó se conjugan admirablemente con las características que su Santidad Juan Pablo II destaca en su Encíclica «Redemptoris Missio» y que deben identificar al auténtico misionero. Entre ellas, como decía Jesús a sus apóstoles: «la pobreza, la mansedumbre y la aceptación de los sufrimientos».

La madre Caridad practicó la pobreza según el espíritu de san Francisco y mantuvo durante toda la vida un desprendimiento total. Como misionera en Chone, experimentó el consuelo de sentirse auténticamente pobre, al nivel de la gente que había ido a instruir y evangelizar. Entre los valores evangélicos que como fundadora se esforzó por mantener en la Congregación, la pobreza ocupaba un lugar destacado.

La aceptación de los sufrimientos, según el Papa, es un distintivo del verdadero misionero. ¡Qué bien realizado encontramos este aspecto en la vida espiritual de la madre Caridad! Su vida se deslizó día tras día bajo la austera sombra de la cruz. El sufrimiento fue su inseparable compañero y lo soportó con admirable paciencia hasta la muerte.

Otro aspecto de la vida misionera que destaca el Papa es la alegría interior que nace de la fe. También la madre Caridad vivió intensamente esa alegría en medio de su vida austera. Era alegre de ánimo y quería que todas su hijas estuvieran contentas y confiaran en el Señor.

Estas y muchas otras virtudes fueron reconocidas por la Congregación de las Causas de los Santos y aprobadas como primer paso para llegar a la Beatificación. Se diría que Dios ha querido ratificar la santidad de la madre Caridad con un admirable milagro concedido por su intercesión en favor de la niña Johana Mercedes Melo Díaz. Una encefalitis aguda había producido un daño cerebral que le impedía el habla y la deambulación. Al término de una novena que hizo su madre con fe viva y profunda devoción, la niña pronunció las primeras palabras llamando a su madre y comenzó a caminar espontáneamente, adquiriendo en poco tiempo la normalidad. Hoy, está aquí, en Roma, para agradecer a la madre Caridad en su solemne Beatificación.

[L´Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 21-III-03; y servicio informático de la Santa Sede]

* * *

De la homilía de Juan Pablo II en la misa de beatificación (23-III-2003)

A lo largo de la historia, innumerables hombres y mujeres han anunciado el reino de Dios en todo el mundo. Entre estos se encuentra la madre Caridad Brader, fundadora de las Misioneras Franciscanas de María Inmaculada.

De la intensa vida contemplativa en el convento de María Hilf, en Suiza, su patria, partió un día la nueva beata para dedicarse completamente a la misión ad gentes, primero en Ecuador y después en Colombia. Con ilimitada confianza en la divina Providencia fundó escuelas y asilos, sobre todo en barrios pobres, y difundió en ellos una profunda devoción eucarística.

A punto de morir, decía a sus hermanas: «No abandonéis las buenas obras de la Congregación, las limosnas y mucha caridad con los pobres, mucha caridad entre las hermanas, adhesión a los obispos y sacerdotes». ¡Hermosa lección de una vida misionera al servicio de Dios y de los hombres!

[L´Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 28-III-03]

(fuente: www.franciscanos.org)

miércoles, 26 de febrero de 2014

26 de febrero: Santa Paula de San José de Calasanz Montal Fórnes

Paula Nació el 11 de octubre de 1799 en un pequeño pueblo de pescadores y constructores de barcos de la provincia de Cataluña, Arenys de Mar. Paula miraba al mar y soñaba. Soñaba con los ojos abiertos cosas que según algunos, eran imposibles...

Sus padres se llamaban Ramón Montal y Vicenta Fornés; su padre éra cordelero y su madre hacía bordados y encajes de bolillos. Paula era la mayor de sus hermanos de padre y madre, la seguían Benito, María y Joaquín; Salvador el más pequeño, falleció antes de cumplir un año. El hogar de Paula era sencillo y cristiano, de trabajo y alegría.

Mientras la pequeña Paula iba creciendo, trabajaba en casa para ayudar a su madre económicamente, y cuidando de sus hermanos, ya que a los 10 años se quedó sin padre. ¡Paula llego a ser una estupenda puntaire...! Pero los sueños de Paula seguían, dos amores se iban destacando: los niños y la Virgen. Ella era la mejor catequista que tenía el Párroco de Arenys. Los niños de la catequesis la adoraban: jugaba con ellos, les enseñaba a rezar... El sueño de Paula se iba perfilando... con sus ojos soñadores descubría en los niños grandes posibilidades, grandes capacidades que solo necesitaban de alguien que los acompañase, les ayudase a que descubrieran sus propios sueños. Paula en su edad joven tenia gran devoción a María y así se lo enseñaba y trasmitía a los niños: “María os ayudara a descubrir el sueño de Dios sobre vosotros”.

Cuando Paula tenía 23 años sintió que Dios le pedía algo y no sabía todavía bien qué era. Lo que sí sabía era que se sentía feliz en medio de los niños. Paula seguía dedicando parte de su tiempo a los niños, colaborando en el apostolado parroquial, ayudando en casa... y así con el paso del tiempo, y la ayuda de alguna persona para clarificar su inquietud interior, decidió consagrar toda su vida a la educación de las niñas pobres y marginadas.

Paula acoge esta llamada de Dios con total disponibilidad y así en 1829 marcha a Figueras, donde abre una escuela para niñas. Lleva una compañera Inés Busquet y a estas dos se le unieron en estos primeros inicios algunas más. Paula tiene un ideal “Salvar a las familias educando a la niñas en el Santo Temor de Dios ”.

Se ha dado cuenta Paula, que la familia es algo fundamental en la sociedad, que la base de la familia es la mujer y por ella Paula “ofrece” todos sus desvelos.

Bajo la guía de los Padres escolapios, Paula estructura definitivamente el grupo con espiritualidad y reglas calasancias. Ella junto con tres compañeras, hace su profesión religiosa el 2 de febrero de 1847 en Sabadell, a los tres votos: castidad, pobreza y obediencia, Paula añadió un cuarto voto, el de enseñanza. Eran las primeras Hijas de María Escolapias. Al mes siguiente, el 14 de marzo, se celebró el Capítulo en el que no se eligió a Paula como Madre General, ni como consultora... así empezó su camino de humildad y dedicación plena y escondida a la Congregación.

“Olesa de Montserrat fue como el granito de trigo q ue tiene que ocultarse y morir para comunicar vida. Paula fue como un soplo del Espíritu de amor, que dejó en todos los rincones la huella de una vida gastada por Cristo para el bien de todas las personas. En el “anonimato” ... en todas partes se puede hacer bien a los demás, se puede amar, se puede orar...” (Espiritualidad Escolapia nº 1 página 6)

En Sabadell, Madre Paula, como maestra de novicias, enseño a orar para aprender a amar y a dedicarse a la educación de las niñas. Todo el día debía de ser, “ estar en el amor de Dios”, porque lo que importa es amar, devolviendo amor al Amor escondido en los niños, en la naturaleza, en las personas...” (Espiritualidad Escolapia nº 1 página 16)

Después de 13 años en Figueras, Paula abre una segunda escuela en Arenys de mar y una tercera en Sabadell. Por encargo de lo Superiora General Paula irá fundando e impulsando nuevos colegios, Igualada, Vendrell, Masnou, Gerona, Blanes, Barcelona, Sóller , Olesa de Montserrat, y siempre con la misma entrega, el mismo entusiasmo, el mismo esfuerzo, y sobre, todo la misma confianza en Dios.

Paula estuvo sus 30 últimos años en la casa de Oles a de Montserrat, casa que fundo ella misma. Esta fundación costó sacrificios indecibles y tuvo que superar muchos obstáculos, la vida “oculta” de Madre Paula se expresó siempre, en todo momento y circunstancia, del mismo modo. Su vida se resumía en “un amor callado” . Así se iban pasando sus últimos años, sin dejarse sentir... Ella sabía la misión que Dios le había encomendado y a esta tarea consagró su vida como suave brisa y con la mirada puesta en Jesús.

El querer de Dios se hace real en la disponibilidad de Paula, en su Sí a la invitación de Dios para seguirle y para hacer surgir en la Iglesia un nuevo carisma. “Ser maestra y escolapia, nada más y nada menos.” De la educación de los niños depende el futuro de la humanidad, por ello Paula empeña y entrega su vida a ello. Sus escuelas serán profundamente cristianas, la educación en la fe tendrá un lugar destacado, así como el amor a María, todo esto sin dejar de lado una enseñanza cualificada y rigurosa para sus alumnas. Ser verdaderas escolapias, era asegurar la calidad de educación que Paula quería, transformar la tarea educativa no en un trabajo o dedicación, sino en ministerio que exige la consagración de la vida entera ... “De los niños es el reino de los cielos”. Hacerse como niños es sintonizar con el corazón de Dios mismo.

Paula Montal “le apremia” hablar de Cristo y por ello consagró su vida a la misión evangelizadora de la Iglesia, concretada en la educación integral cristiana de niñas y jóvenes, en la promoción de la mujer. El amor de Dios que llenaba su corazón le hizo apóstol del mensaje de Jesús “en la escuela”. Paula es la fundadora de la primera congregación femenina española del siglo XIX, dedicada exclusivamente a l a educación.

Paula Montal necesitó, creó el grupo, y vivió en comunidad. Hay testimonios abundantes del vivir y del hacer comunitario de Paula, siendo supriora de la comunidad y sin serlo. Y siempre en comunión fraterna con sus hermanas escolapias. Su vida proclamó que el amor y el perdón, la verdad y la justicia, la libertad y la ternura son posibles para crear una Nueva Humanidad. (Espiritualidad Escolapia nº 3 página 39) En Sabadell como maestra de novicias enseño a las novicias la importancia de la vida de comunidad y ella era vivo ejemplo de ello.

La actuación de Paula Montal con respecto a la marcha de la Congregación fue disminuyendo poco a poco a partir de 1857. Las circunstancias se imponían y ella supo aceptar y vivir con alegría esta realidad. En Olesa de Montserrat procuró para su colegio un ambiente familiar, donde se integraba ilusión y trabajo. Dedico sus esfuerzos en el bien de las familias, de las alumnas más necesitadas y en las hermanas de comunidad. En estos últimos años de Olesa destaca su vida de oración, su humildad y su amor a los pobres.

La serenidad de Madre Paula, que sembraba en todas partes alegría y paz, era fruto de un itinerario de humildad y amor. Nunca se sintió sola. Ella sentía siempre y en toda circunstancia la compañía del Señor compartiendo con ella dificultades, los sufrimientos... Madre Paula sabía muy bien que la providencia amorosa de Dios hablaba por medio de detalles sencillos. (Espiritualidad Escolapia nº 1 página 24)

Hay testimonios que nos dicen que los últimos años de vida de madre Paula en Olesa fueron los de una vida entregada a Dios y a los demás, no sólo a las alumnas y exalumnas, sino también a cualquiera que se acercara a ella. Todos los testimonios recalcan su absoluta entrega a la misión. “Su acción educadora se basaba en hacer conocer y amar a Jesús.” Paula se dejo transformar por Dios en una “criatura ” nueva y así lo quiso transmitir a sus alumnas.

Paula ha vivido sus treinta primeros años en su pueblo natal, Arenys de Mar. Los otros treinta, desplegando una actividad intensa, fundando colegios. Los últimos treinta años en su última fundación Olesa de Montserrat. Últimos treinta años en los que poco a poco le fueron despojando de sus cargos (Consejera, Superiora, Pro vincial). Años de anonadamiento y humildad, de sufrimiento y vida silenciosa ...

Paula muere en Olesa de Montserrat, el 26 de febrero de 1889, gozando de fama de santidad. Su vida puede definirse: vocación de amor y servicio a la niñez y juventud femeninas, a través de la educación cristiana y promoción integral y humana de las mismas. La actividad educativa era la expresión práctica de su amor a Di os, de su caridad. Paula es mujer digna de ser alabada, dio en su tiem po insigne testimonio de piedad; fue un bello testigo del Reino para la Iglesia Universa s, y desarrolló un magnífico apostolado. Que su ejemplo admirable sea un poderoso aviso para los hombres y mujeres de hoy, y un firme3 apoyo con el que más fácilmente soporten las dificu ltades, y con más certeza, caminen hacia Jesús. (Espiritualidad Escolapia nº 20 página 39 )

La vida de Paula fue de servicio total para Dios y los hombres, tuvo fama de santidad, sobre todo en Olesa de Monstserrat. A su muerte est a fama no se apagó, sino todo lo contrario, se extendió y consolidó en la congregación de Hijas de María Escolapias. El 28 de noviembre de 1988, madre Paula Montal es proclamada Venerable por el Papa Juan Pablo II, al reconocer la heroicidad de sus vi rtudes. El 18 de abril de 1993, fue beatificada por Juan Pablo II en Roma y 25 del mes de noviembre , del año 2001 Paula Montal es proclamada Santa en la Basílica de San Pedro en Roma por el Pa pa Juan Pablo II.

Las última palabras de madre Paula fueron “Mare, Mare meva” “Madre, Madre mía”. La devoción de Madre Paula a María, es desde su más tierna infancia y así lo enseña siendo catequista de la pa rroquia de Arenys... Su primer colegio en Figueras la dedica y lo pone bajo la protección de María ”Nuestra Señora de la Providencia”... Ella quiso que su obra estuviera también al amparo y protección de María, por ello l a congregación que fundo quiso que se llamara “Hijas de María religiosas Esc olapias”. Esta devoción a María de Paula Montal, se le reforz ó desde la espiritualidad calasancia, Calasanz también fue un gran devoto de María Esta espiritualidad y devoción mariana esta refleja da en todas las escuelas de Madre Paula y así se lo transmitía a sus hermanas escolap ias, a las familias y por supuesto a las niñas.

(fuente: escolapias.org)

martes, 25 de febrero de 2014

25 de febrero: Beata Maria Ludovica de Angelis

Nacida el 24 de octubre de 1880 en Italia (en San Gregorio, pueblito de los Abruzzos, no lejano de la ciudad de L'Aquila), Sor María Ludovica De Angelis, con su llegada, primera de ocho, había colmado de alegría a sus padres quienes en la misma tarde del día del nacimiento, en la fuente bautismal, habían elegido, para su primogénita, el nombre de Antonina.

Con el correr de los años, en contacto con la naturaleza y la dura vida del campo, la niña, crecida límpida, abierta, trabajadora y ricamente sensible, se había transformado en una joven fuerte y al mismo tiempo, delicada, activa y reservada, como toda la gente de aquella espléndida tierra.

El 7 de diciembre del mismo año del nacimiento de Antonina, fallecía en Savona una hermana, que había optado dar plenitud a la propia vida siguiendo las huellas de Aquel que dijo: «Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre... Todo cuanto hagan a uno solo de estos hermanos míos, a Mí lo hacen...», era Santa María Josefa Rossello la cual dio vida, en Savona, en 1837, al Instituto de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia: una Familia Religiosa que caminaba por los senderos del mundo, proponiendo con la fuerza del ejemplo el mismo ideal a muchas jóvenes.

Antonina sentía en su corazón que sus sueños encontraban eco en los sueños que habían sido los de la Madre Rossello.

Ingresó con las Hijas de la Misericordia el 14 de noviembre de 1904; en la Vestición Religiosa toma el nombre de Sor María Ludovica y tres años después de su ingreso, el 14 de noviembre de 1907, zarpa hacia Buenos Aires, donde arriba el 4 de diciembre sucesivo. Desde este momento se da en ella un florecer ininterrumpido de humildes gestos silenciosos en una entrega discreta y emprendedora.

Sor Ludovica no posee una gran cultura, al contrario. Sin embargo, es increíble cuánto logra realizar ante los ojos asombrados de quiénes la circundan. Y, si su castellano es simpáticamente italianizado, con algún toque pintoresco de "abruzzese", no le cuesta entender ni hacerse entender.

No formula programas ni estrategias, pero se dona con toda el alma.

El Hospital de Niños, al cual es enviada, y que inmediatamente adopta como familia suya, la ve, primero, solícita cocinera, luego, convertida en responsable de la Comunidad, infatigable ángel custodio de la obra que, en torno a ella, se transforma gradualmente en familia unida por un único fin: el bien de los niños.

Serena, activa, decidida, audaz en las iniciativas, fuerte en las pruebas y enfermedades, con la inseparable corona del Rosario entre las manos, la mirada y el corazón en Dios y la infaltable sonrisa en los ojos, Sor Ludovica llega a ser, sin saberlo ella misma, a través de su ilimitada bondad, incansable instrumento de misericordia, para que a todos llegue claro el mensaje del amor de Dios hacia cada uno de sus hijos.

Único programa expresamente formulado, es la frase recurrente: «Hacer el bien a todos, no importa a quién». Y se realizan así, con subvenciones que solo el cielo sabe cómo Sor M. Ludovica consigue obtener, salas de cirugía, salas para los pequeños yacentes, nuevas maquinarias, un edificio en Mar del Plata destinado a la convalecencia de los niños, una capilla hoy parroquia, y una floreciente chacra para que sus protegidos tuviesen siempre alimento genuino.

Durante 54 años Sor M. Ludovica será amiga y confidente, consejera y madre, guía y consuelo, de cientos y cientos de personas in City Bell de toda condición social.

El 25 de febrero de 1962 concluye su camino, pero quienes permanecen todo el personal médico en particular no olvidan, y el Hospital de Niños asume el nombre de «Hospital Superiora Ludovica».

(fuente: www.vatican.va)

otros santos 25 de febrero: 

lunes, 24 de febrero de 2014

24 de febrero: San Pretextato

Obispo y mártir
(† 586)

Pacíficamente alimentaba su rebaño. Era bueno, sencillo, afable en su trato y dotado de un profundo sentimiento de justicia. Tal vez, algo débil. Nada parecía presagiar que su vida había de ser una de las más trágicas en la historia de los francos. Pero un día llegó a Rouen, donde Prerextato, presidía dignamente, un hijo de Chilperico, rey de Neustria, que se llamaba Meroveo. Meroveo se echó a las plantas del obispo rogando que le casase con la viuda de su tío Sigeberto, la bella Brunequilda, reina de Austrasia. Y como el obispo no podía negar nada al príncipe, porque era su ahijado y le amaba entrañablemente, presidió aquel casamiento, tal vez sin darse cuenca de que obraba contra los cánones. Esta flaqueza fue el origen de todas sus desgracias. La culpa la tuvo su buen corazón. Desde el día en que tuvo en las fuentes bautismales al desgraciado príncipe, había concebido por él uno de esos afectos abnegados, absolutos, irreflexivos, de que sólo una madre parece capaz.

Vino después el destierro de Meroveo, expulsado por su padre, odiado a muerte por su madrastra, la terrible Eredegunda. En tocio el reino de Neustria sólo un hombre tenía el valor de proclamarse su amigo: el obispo Pretéxtalo. Como no se preocupaba de disimular su afecto, no tardó el rey en hallarse al tanto de todo, estallando en una de esas cóleras mezcladas de temor, durante las cuales se abandonaba por completo a Fredegunda, que era su ángel malo. Esta mujer alimentaba contra el obispo un odio profundo, uno de esos odios que en ella no acababan sino con la vida del que había tenido la desgracia de excitarlos. No le fue difícil persuadir al rey de que debía acusar al obispo su enemigo, ante un concilio de obispos, como culpable de lesa majestad.

Detenido en su casa, el obispo fue conducido a la residencia real, y en un interrogatorio se puso de manifiesto que tenía en su poder algunos objetos preciosos, que Brunequilda le había entregado al salir de Rouen: dos cajas de telas y alhajas, evaluadas en tres mil sueldos, y un saco de monedas de oro, que valdría dos mil. Gozoso con este descubrimiento, Chilperico se apresuró a confiscar el saco y las cajas. Los obispos, llamados con urgencia, empezaban a reunirse en París. Tras ellos llegó el rey, acompañado de una muchedumbre de guerreros, cuya misión era coaccionar las deliberaciones de los Padres.

Cuando quedó abierta la asamblea y se introdujo al reo, el rey, en lugar de dirigirse a los jueces, dio algunos pasos hacia su adversario, y le apostrofó diciendo: «Obispo, ¿cómo se te ocurrió casar a mi enemigo Meroveo, que nunca debió ser más que mi hijo, con la viuda de su tío? Esto es un crimen; pero aún tienes otro mayor: has conspirado contra mí, has repartido dádivas para hacerme asesinar, has seducido al pueblo con dinero.» Estas palabras, oídas por los leudes francos que estaban en el pórtico de la iglesia donde se habían reunido los obispos, provocaron un murmullo de indignación. Los miembros del concilio, alarmados por el tumulto, dejaron sus asientos, y fue necesario que el mismo rey se presentase a calmar los ánimos de sus gentes. Habló luego en su defensa el obispo de Rouen, pidiendo perdón de haber infringido las leyes canónicas, pero negando rotundamente las imputaciones de conspiración y de traición. A una señal del rey, comparecieron algunos hombres de origen franco, trayendo objetos de valor, que pusieron ante el reo, y diciendo: «¿Reconoces esto? Es lo que nos diste para que prometiésemos fidelidad a Meroveo.» El obispo replicó serenamente: «Es cierto; os hice presentes, pero no fue para expulsar al soberano de su reino. Cuando veníais a ofrecerme un hermoso caballo, ¿no era razón que yo devolviese dádiva por dádiva?»

Nada pudo probarse acerca del punto esencial de la conspiración, y así el rey, descontento de esta primera tentativa, dejó la iglesia para volver a su alojamiento. Al poco rato entró el arcediano de la catedral de París, y dirigiéndose a los obispos, que departían familiarmente, les dijo: «Escuchadme, sacerdotes del Señor: esta ocasión es grande para vosotros. O vais a honraros con el prestigio de una buena fama, o vais a perder en la opinión de todo el mundo el título de ministros de Dios. Mostraos firmes, y no dejéis perecer al hermano inocente.» No se hizo caso de esta advertencia. La mayor parte de aquellos obispos eran míseros lacayos del rey. Sólo uno se mostró digno: fue Gregorio de Tours; el historiador, a quien su actitud trajo toda suerte de molestias.

A los pocos días celebróse otra sesión. Chilperico acudió con puntualidad, y sin más preámbulo leyó esta disposición del Derecho eclesiástico: «El obispo convicto de robo debe ser depuesto.» Admirados los prelados de tal comienzo, preguntaron quién era el obispo a quien se imputaba ese crimen: «Él—contestó Chilperico, volviéndose hacia Pretéxtalo—. ¿No habéis visto lo que nos ha robado?» Y sin decir de dónde procedían, señaló las dos cajas de telas y el saco de dinero. Sin perder su mansedumbre ante tan ultrajante acusación, Pretéxtalo dijo a su adversario: «Creo recordaréis que después de haber dejado Brunequilda la ciudad de Rouen, fui a veros y os dije que en mi casa guardaba en depósito los efectos de aquella reina. Me he desembarazado de una parte de ellos, según vuestras indicaciones; pero aún no he tenido ocasión de hacer otro tanto con lo demás.» Dando otro giro a la acusación, y dejando el papel de querellante por el de fiscal, replicó el rey: «Si eras depositario, ¿por qué has abierto una de las cajas y sacado una franja de túnica tejida con hilo de oro para repartirla entre tus partidarios?» El acusado repuso, siempre ecuánime: «Te he dicho ya una vez que esos hombres me habían hecho presentes. No teniendo nada mío con que pagarles, lo cogí de ahí, sin creer obrar mal. Miraba como mis propios bienes lo que pertenecía a mi hijo Meroveo, a quien tuve en las fuentes bautismales.»

El rey no supo qué contestar y declaró disuelta la sesión. Era una nueva derrota. Lo sentía, sobre todo, por la acogida que había de hacerle la imperiosa Fredegunda. Fue ella la que, después de una tormenta doméstica, se encargó del asunto. Llamó a los dos prelados más adictos que tenía en el concilio, y les encomendó esta misión: «Id a ver a ese hombre y decidle: Ya sabes que el rey es bueno; humíllate ante él y dile que has hecho las cosas de que te acusa. Entonces todos nosotros nos echaremos a sus pies y obtendremos el perdón.» El de Rouen se dejó coger en el lazo. Al día siguiente, reanudado el concilio, después de una ligera discusión con el rey, cayó de rodillas, y, con la frente en el suelo, dijo: «¡Oh rey misericordioso, he pecado contra el Cielo y contra ti!» El rey, antes irritado, se apaciguó, recobrando su habitual hipocresía; y como a impulsos de un exceso de emoción, prosternóse también él, exclamando: «¿Lo oís. piadosísimos obispos? ¿Oís al criminal confesando su execrable atentado?» Hubo un momento de confusión. Los miembros del concilio saltaron de sus asientos y corrieron a levantar al rey, unos enternecidos hasta romper en llanto, otros riéndose en su interior de la infame farsa que se estaba jugando. Después se leyó un canon que había sido interpolado y falsificado por el mismo rey. Mudo de estupor, vio Pretéxtalo que le desgarraban la túnica por la espalda, y oyó estas palabras del presidente: «Escucha, hermano, no puedes ya seguir en comunión con nosotros ni disfrutar de nuestra caridad hasta que el rey te otorgue su perdón.» Unos hombres armados dieron fin a la escena apoderándose del pobre obispo y sepultándole en una prisión, de donde fue sacado para marchar a una pequeña isla del canal de la Mancha.

Fueron siete años de destierro y de miseria entre pescadores y corsarios, hasta que un día los magnates de Rouen desembarcaron en la isla y se lo llevaron de nuevo a su iglesia. Hizo su entrada en la ciudad escoltado de inmensa muchedumbre, en medio de las aclamaciones del pueblo, que de su propia autoridad le volvía a colocar en su sede. Chilperico había muerto, los condenados salían de las cárceles, los proscritos regresaban a sus casas, y Fredegunda huía de París, odiada por el pueblo y por los leudes. Su destino la llevó a buscar un refugio en las cercanías de Rouen. Más de una vez se encontró en las ceremonias y reuniones públicas con el obispo, cuyo retorno era un mentís a su poder. En uno de esos encuentros, no pudiendo contener su despecho, exclamó la reina, bastante alto para que lo pudieran oír todos los presentes: «Ese hombre debiera saber que puede volver otra vez al destierro.» Pretéxtalo recogió la frase, y, afrontando las iras de aquella mujer terrible, respondió: «En el destierro o fuera de él, seré siempre obispo. Tú, en cambio, ¿puedes decir que gozarás siempre del poderío real? Desde el fondo de mi destierro, si a él vuelvo. Dios me llamará al reino de los cielos, y tú, desde tu reino en este mundo, serás precipitada a la sima del infierno.»

Fredegunda calló entonces; pero algunos días más tarde llegó su respuesta. Era un domingo de febrero. El obispo llegó temprano a la basílica. Sus clérigos ocupaban los asientos del coro y él presidía. Mientras los cantores ejecutaban la salmodia, Pretéxtalo se arrodilló en un reclinatorio, con la cabeza apoyada en las manos. Aprovechando esta actitud, un hombre se acercó sigilosamente, y, sacando el cuchillo pendiente de su cintura, hirióle en una axila y salió corriendo de la iglesia. El anciano pudo levantarse solo, y aún tuvo fuerza para subir al altar, conteniendo la sangre de la herida. Allí extendió las manos ensangrentadas para coger de encima del altar el cáliz de oro que, suspendido de unas cadenas, guardaba la Eucaristía, tomó una partícula del pan consagrado y comulgó, y luego, dando gracias a Dios por haberle dado tiempo para confortarse con el santo viático, cayó desvanecido en brazos de los clérigos, que le transportaron a su vivienda.

Allí tuvo una visita, la de la reina, que quiso darse el espantoso gusto de ver a su enemigo agonizante. Disimulando el gozo que sentía, dijo:

—Es triste para nosotros, ¡oh santo obispo!, que haya sobrevenido semejante desgracia.
—¿Y quién ha descargado este golpe—dijo el moribundo, clavando en Fredegunda los ojos—sino la mano que mató reyes, que vertió tanta sangre inocente y tantos males desató en el reino?

Sin revelar la menor turbación, continuó ella con un tono todavía más afectuoso:

—Hay en torno nuestro médicos muy hábiles; ellos te curarán esta herida.

La paciencia del obispo no pudo sufrir ya tanto cinismo, y recogiendo todas las fuerzas que le quedaban, exclamó:

—Siento que Dios me llame; pero tú, que eres quien me ha asesinado, serás por los siglos objeto de execración y sobre tu cabeza vengará mi sangre la justicia divina.

La reina se retiró sin añadir palabra, y a los pocos instantes expiró el obispo. Los habitantes de Rouen recogieron sus restos, los sepultaron y se arrodillaron en su tumba como en la tumba de un mártir. Entre tanto, el asesino declaraba que la reina le había armado el brazo, dándole cien monedas de oro y prometiéndole la libertad.

(fuente: www.divvol.org)

otros santos 24 de febrero:
- Beata María Romero Meneses

domingo, 23 de febrero de 2014

23 de febrero: Santa Romina (o Romana)

Santa Romana virgen, en Todi (ciudad italiana) en el siglo IV.

 Esta chica sintió muy pronto en su vida la vocación religiosa. A los diez años se marchó de casa y se fue el monte de Soratte San Silvestre para recibir el bautismo.

Una vez que se hubo hecho cristiana, se fue a Todo. Allá buscó un lugar en el que pudiera vivir sola en constante oración y con profunda fe.

Pronto su fama de santa llegó a los oídos de los cristianos. Muchos de ellos y ellas se acercaron y siguieron su forma de vivir santamente.

Era hija de Calfurnio, gobernador de Roma. Una vez que abrazó la fe en Cristo, renunció a todo lujo y comodidades que bien pudiera haber tenido por su rango y abolengo.

Hoy día, en el monte en el que vivió feliz como ermitaña, hay una inscripción que afirma:” el 23 de febrero en Todi, la santa Romana virgen recibió el bautismo en esta cueva en la que realizó milagros y su gloria cobró fama. Esta inscripción es difícil de leer.

Eligió ese lugar para sentirse más unida al Papa san Silvestre porque admiraba su santidad. De aquí surgió el hecho de que se le llame a este lugar Monte san Silvestre.

El papa le solía enviar consuelos espirituales. Una vez le dijo:” Vuelve cuando florezcan las rosas”. Y aunque era pleno invierno y todo estaba nevado, una mañana volvió a san Silvestre con una rosa florida.

Se encaminó sola a la ciudad de Todi. Tan querida era que iban a verla y se unían a ella en la oración. Era el año 324.

Su cuerpo fue sepultado en la gruta o cueva. Murió santamente ante muchas personas. Se construyó un altar en el que se celebraban muchas misas. En 1301 fue trasladado su cuerpo a la iglesia de san Fortunato.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

(fuente: catholic.net)

otros santos 23 de febrero:
- San Policarpo
- Beata Rafaela Ybarra de Villalonga

sábado, 22 de febrero de 2014

22 de febrero: Beata María de Jesús

Fundadora de la Congregación de Hermanas de María Reparadora

Martirologio Romano: En Florencia, de la Toscana, beata María de Jesús (Emilia) d’Outremont, la cual, nacida en Bélgica y madre de cuatro hijos, al quedar viuda, sin descuidar sus deberes maternos fundó y rigió la Sociedad de Hermanas de María Reparadora, confiando en el auxilio divino, y superando no pocas enfermedades, cuando regresaba a su patria terminó su terrena peregrinación, descansando en el Señor (1878).

Fecha de beatificación: 12 de octubre de 1997 por el Papa Juan Pablo II.

La Beata María de Jesús (en el siglo: Émilia D´Oultremont D´ Hoogvorst) nace en Wégimont, Bélgica, el 18 de Octubre de 1818. Dotada de una rica personalidad, tiene encanto y voluntad. Su padre es embajador de Bélgica ante la Santa Sede, y Emilia le acompaña en sus viajes a través de Europa. Muy joven, se siente atraída fuertemente por Dios como el absoluto y descubre la persona y la espiritualidad de Ignacio de Loyola.

En ella crece el deseo de la vida religiosa. Pero a los 18 años, siguiendo la costumbre de la época, sus padres le hablan de matrimonio. Después de un tiempo de vacilación, el 19 de Octubre de 1837, contrae matrimonio con Víctor d’Hooghvorst. Es un matrimonio concertado que se va a transformar en un matrimonio de amor y que será bendecido con el nacimiento de cuatro hijos, dos niños y dos niñas.

La vida de Emilia se reparte entre su familia, el servicio a los pobres y sus compromisos sociales. Un día en Roma, en medio de una gran baile, Dios se le revela como el Único. Esto hace brotar en ella la respuesta: “¡Maestro, Tú solo en mi vida!” “A partir de este momento, comprendí que entre El y yo existía una unión que nadie podría romper”.

La felicidad de Emilia y de Víctor será de corta duración: Víctor contrae una grave enfermedad y muere prematuramente en 1847.

A los 29 años, Emilia se encuentra viuda y con cuatro niños, entre los 2 y los 9 años, que ella educa con amor. Pero el deseo de pertenecer totalmente a Jesús se apodera más y más de su corazón. En los cuatro años siguientes a la muerte de su marido, fallecen también sus padres. En este momento decide poner a sus hijos en un colegio en Francia y ella con sus hijas hace las gestiones necesarias para establecerse en París; en 1854 sale definitivamente de Bélgica, distanciándose así de su familia. Pero antes de su marcha, una de sus tías le invita a su castillo de Bauffe. Allí le esperaba Dios.

¿Qué experiencia de Dios ha vivido?

El 8 de Diciembre de 1854, en el preciso momento en el que el Dogma de la Inmaculada Concepción se proclama en Roma, Emilia se encuentra en oración en la capilla de Bauffe. Allí vive una fuerte experiencia espiritual que va a iluminar y a transformar su vida para siempre.

Emilia relata esta experiencia como un encuentro con María. Esta le confía el deseo secreto de su corazón maternal. María le llama a amar a Jesús y a los miembros de su Cuerpo, “con la delicadeza del amor que se encuentra en el corazón de una madre” y ser así “María para Jesús”. Es una invitación a colaborar en la misión de redención y de reparación de Cristo.

Emilia responde sin reserva: “Prometí todo a María”.

Emilia se siente impulsada a una vida de “reparación”, según una corriente espiritual del siglo XIX y en una época muy sensible a las profanaciones de la Eucaristía; valora el peso de la ternura de Dios por el mundo y toma conciencia de la urgencia de responder con el don de su vida.

Para Emilia, reparar es querer estar vuelta a Cristo sin cesar, desear servirle y darle a conocer, aceptar seguirle hasta su pasión, viviendo la solidaridad efectiva con la humanidad que sufre la prueba, ofrecer gestos de comunión y ser artífices de la paz.

“Al lado de María y por medio de su Corazón, todo en nuestra vida será para Dios, su gloria y la Reparación".

¿Cómo serán los comienzos?

Desde el principio, Emilia, rodeada de jóvenes de distintas nacionalidades y ayudada por varios Jesuitas comienza una experiencia de vida religiosa, fundó la Congregación de las Hermanas de María Reparadora.

La primera comunidad oficial se abre en Estrasburgo el 1 de Mayo de 1857. Emilia toma el nombre de “María de Jesús”. Paralelamente a esta fundación, continúa ocupándose del cuidado y la educación de sus hijos e hijas.

Desde los orígenes, la unidad del grupo se hace en torno a la Eucaristía, vivida en su doble dimensión de adoración y anuncio de la Palabra cuidando un equilibrio entre oración y actividad apostólica.

Murió en olor de santidad el día 22 de febrero del año de 1878 en Florencia, en Italia, a la edad de cincuenta y nueve años.

Su Santidad el pontífice Juan Pablo II aprobó la heroicidad de sus virtudes y la declaró "Venerable" el día 23 de diciembre del año de 1993, finalmente, aprobó el milagro atribuido por su intercesión y la declaró beata el día 12 de octubre del año de 1997.

Si usted tiene información relevante para la canonización de la Beata María de Jesús, escriba a: Suore di Maria Riparatrice Via dei Lucchesi, 3 00187 Roma, ITALIA.

(fuentes: catholic.net; smr.org)

otros santos 22 de febrero: 

viernes, 21 de febrero de 2014

21 de febrero: San Germán de Granfeld, abad

En el monasterio de Granfeld, en la región de los helvecios, san Germán, abad, que al tratar de defender pacíficamente a unos vecinos del monasterio ante la agresión de unos salteadores, fue despojado por estos de sus vestiduras y alanceado hasta morir, juntamente con el monje Randoaldo.

San Germán fue educado casi desde la cuna por Modoardo, obispo de Tréveris. A los diecisiete años pidió permiso para retirarse del mundo, pero Modoardo vacilaba en concedérselo y le decía que, si sus padres habían muerto, era necesario recabar la licencia del rey. Entonces el joven decidió por sí mismo; repartió sus bienes entre los pobres y partió con algunos compañeros en busca de san Arnulfo, cuyo ejemplo le había conquistado. Este hombre de Dios había renunciado al obispado de Metz para llevar vida de ermitaño. Arnulfo recibió amablemente a los jóvenes, los guardó consigo algún tiempo, y finalmente les sugirió que ingresaran en el monasterio que había fundado con san Romarico. Germán envió a dos de sus compañeros a buscar a su hermano Numeriano, que era todavía niño, y juntos ingresaron en el monasterio, que se hallaba en los Vosgos y recibió posteriormente el nombre de Remiremont.

Más tarde, san Germán pasó con su hermano y otros monjes a la abadía de Luxeuil, gobernada por san Walberto. Cuando el duque Gondo fundó el monasterio de Granfel, en Val Moutier, Walberto no encontró entre sus monjes ninguno más preparado que san Germán para el cargo de abad. Münsterthal o Val Moutier era un paraje montañoso atravesado por la carretera romana; pero en aquella época los derrumbamientos de rocas habían cortado el paso. San Germán abrió nuevamente la carretera y la ensanchó. Más tarde, gobernó también otros dos monasterios, el de San Ursitz y el de San Pablo Zu-Werd, pero su residencia principal siguió siendo Granfel.

El duque Cático o Bonifacio, que sucedió a Gondo, no heredó nada del espíritu religioso de su predecesor y oprimió a los monjes y a los pobres habitantes de la región con impuestos exhorbitantes y actos de violencia. Un día en que el duque saqueaba el caserío a la cabeza de un grupo de soldados, san Germán salió a defender a su pueblo; el duque le escuchó y le prometió corregirse; pero, mientras el abad oraba en la iglesia de San Mauricio, los soldados recomenzaron el saqueo. Viendo san Germán que era inútil insistir, emprendió el regreso al monasterio acompañado por el prior Randoaldo; pero los soldados cayeron sobre ellos, les golpearon y les mataron.

extraído de «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI 
(fuente: www.eltestigofiel.org)

Otros santos 21 de febrero: 

jueves, 20 de febrero de 2014

20 de febbrero: San León de Catania

Martirologio Romano: En Catania, de Sicilia, san León, obispo, que se ocupó sobre todo del cuidado de los pobres (c. 787).

San León, obispo de Catania, en Sicilia, había nacido en Rávena, hacia la mitad del siglo VIII. Fue llamado el Taumaturgo, por los muchos milagros que hacía. Sus padres le educaron para las glorias humanas.

Pero eran distintas las aspiraciones de León. Se puso bajo la dirección del obispo de Rávena, quien viendo su pureza de costumbres y su celo apostólico, decidió conferirle la ordenación sacerdotal.

Pudo disfrutar de él poco tiempo, pues muerto Sabino, obispo de Catania, se decidieron los electores por León, no sin antes haber pedido a Dios acierto en la elección. León se oponía, pero le obligaron a aceptar.

Después de su resistencia, puso todo su empeño en cumplir su misión apostólica. Se dedicó a la reforma de costumbres, a la instrucción religiosa de sus fieles, a defender la verdad ante los herejes, al cuidado de todos.

Vivía, como dichas para él, las recomendaciones de San Pedro en su primera Carta: "Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, no por fuerza sino con blandura, según Dios. Ni por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo. No como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño. Así recibiréis la corona inmarcesible de la gloria".

De todas partes acudían a verle y oírle. Todos querían tocar su manto para ser curados. Los emperadores consiguieron que acudiera a Constantinopla, para tenerle cerca, para escuchar sus sabios consejos y pedirle oraciones ante Dios.

Rigió la diócesis como un verdadero sucesor de los apóstoles durante 16 años y hacia finales del siglo VIII, lleno de merecimientos, se durmió en el Señor. El pueblo lloró su muerte como la de un padre y celoso pastor. Fue sepultado en un monasterio que él mismo había hecho construir fuera de las murallas de Catania. Su sepulcro fue muy venerado, sobre todo antes que los árabes ocupasen Sicilia. La fama de sus virtudes y de sus muchos milagros lo convirtió en centro de muchas peregrinaciones.

(fuente: sagradafamilia.devigo.ne) 

otros santos 20 de febrero:

- Beata Jacinta Marto

miércoles, 19 de febrero de 2014

19 de febrero: San Beato de Liébana

Abad
(† 802)

 La reina Adosinda se consagraba a Dios en el monasterio de San Juan de Pravia. Era el 26 de noviembre del año 785. Los hombres más insignes del pequeño reino asturiano, condes, obispos, abades, habían acudido para despedirse de aquella mujer varonil y de gran consejo, que, heredera del valor de su padre, Alfonso el Católico, había dirigido largos días el naciente Estado de Pelayo. La ceremonia fue corta: Adosinda se arrodilló en las gradas del altar, un obispo le puso el velo sobre la cabeza, rezó una oración, bendijo a la regia profesa y terminó dándole a besar el pie. Después, mientras los guerreros se reunían para tratar asuntos de guerra y comentar noticias de Córdoba, los hombres de Iglesia se reunieron a ventilar los negocios de la religión.

Hacía algún tiempo que la tierra andaba revuelta en este punto por las nuevas doctrinas que el arzobispo de Toledo, Elipando, apoyaba con toda su autoridad, y que tenían favorable acogida entre los moros que obedecían al rey de Asturias. Precisamente, esos moros semicristianos acababan de poner en el trono a un rey que llevaba su sangre: Mauregato.

Mientras se comentaban estos sucesos, su abad, llamado Fidel, sacó una carta que le había dirigido el mismo metropolitano de Toledo. Era un escrito agresivo, altanero y herético de una manera intolerante: «Quien no confesare que Jesucristo es Hijo adoptivo de Dios, en cuanto a la humanidad, es hereje y debe ser exterminado.»

Con tal mansedumbre de palabra empezaba Elipando aquella epístola, que continuaba lanzando los más sañudos calificativos contra quienes en las montañas asturianas combatían la predicación del metropolitano.

«Viven por ahí algunos que, lejos de consultarme, pretenden enseñar, como siervos que son del Anticristo. ¿Se habrán creído que soy un ignorante? ¿Cuándo se ha oído que los de Liébana vinieran a enseñar a los toledanos? Bien sabe todo el mundo que esta sede ha florecido en santidad de doctrina desde la predicación de la fe y que nunca ha emanado de aquí cisma alguno. Y ahora, tú solo, oveja roñosa, ¿pretendes sernos maestro?»

Más abajo, el arzobispo manifiesta claramente el nombre de aquel a quien perseguía con tanto encono.

«Bonoso y Beato—decía—están condenados por el mismo yerro.»

Beato estaba allí, entre los que escuchaban la carta de Elipando a Fidel. Era monje de un monasterio situado al pié de los Picos de Europa, de San Martín de Liébana. De espíritu penetrante y curioso de saber, había pasado su juventud estudiando en el silencio de la celda los escritos de los Santos Padres y en especial los de San Isidoro y San Agustín. Pero la fe era para él un tesoro preferible a la ciencia más alta.

«Es preciso—escribía—que primero creamos en Cristo, para que así podamos entender lo que de Él está escrito. ¿De qué aprovecha investigar con peligro lo que sin peligro se puede ignorar? Mejor es creer, aunque no se comprenda, que ilustrar con palabras mentirosas lo que se ha de creer. La fe precede en mucho a la inteligencia... El primero que dijo aquellas palabras: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, no fue ningún filósofo, sino el pescador Pedro, hombre ignorante y pobre, que tenía la mano callosa de manejar el timón. Pero el pescador fue de Jerusalén a Roma, y el ignorante se apoderó de la ciudad que no habían podido someter los más grandes ingenios.»

Con estos principios, Beato había penetrado en las tinieblas del libro más oscuro de las Sagradas Escrituras, componiendo aquel famoso Comentario del Apocalipsis, que fue la delicia de los letrados españoles en los siglos x y XI, y que es hoy tesoro de nuestros archivos y museos; porque los copistas y miniaturistas de los claustros se apoderaron de él, lo transcribieron con amor y lo iluminaron con aquellas pinturas vigorosas y espeluznantes que aún guardan su primitiva frescura.

Tal era el hombre a quien el metropolitano de Toledo llamaba oveja roñosa y siervo del Anticristo. Los que oyeron la carta quedaron divididos en dos bandos. El abad Fidel favorecía al arzobispo, y como él, hubo otros muchos en Asturias que se dejaron convencer por la autoridad de la sede toledana. A la defensa de Beato salió Eterio, un joven obispo que vivía oculto entre aquellas montañas. Pero el monje de Liébana contaba, sobre todo, con la fuerza de su exaltación religiosa y de su entusiasmo patriótico. Aquella herejía adopcionista le pareció una nueva invasión de los musulmanes, y así era, en efecto. Jesús, para un adopcionista, venía a ser como un simple profeta, un elegido de Dios: lo que era Mahoma para los adoradores de Alá. Tal vez en el pensamiento de Elipando había un plan de acercamiento entre los dos pueblos que se disputaban la Península. Pero contra este conato sacrilego de fusión suscitó la Providencia el talento glorioso, la voz austera, el poderoso espíritu de Beato; y, ¡cosa extraña!, el segundo Pelayo luchaba en aquellas mismas montañas donde había aparecido el primero, y en aquellas mismas montañas se estrelló la invasión espiritual, como antes se habían estrellado los dardos y las lanzas. Cuentan que Beato era tartamudo, pero Dios le había destinado para ser el formidable aliento espiritual de la Reconquista, resistente y duro como la espada de los condes asturianos.

Salió de Pravia indignado. Aquella acusación de herejía que contra él se lanzaba llenábale de pena.

«Nuestra barquilla empezó a fluctuar, y mutuamente nos dijimos: Duerme Jesús en la nave. Por una y otra parte nos sacuden las olas, la tempestad nos amenaza, porque se ha levantado un viento importuno. Ninguna esperanza de salvación tenemos si Jesús no despierta. Con el corazón y con la voz hemos de clamar: Señor, sálvanos, que perecemos. Y entonces se levantó Jesús, que dormía en la nave de los que estaban con Pedro, y calmó el viento y la mar, trocándose la tempestad en reposo. No zozobrará nuestra barquilla, la de Pedro, sino la vuestra, la de Judas.»

Así pensaban Beato y Eterio camino de la abadía. Beato tenía la pluma más suelta que la lengua. Poco tiempo después lanzaba al público una larga refutación de las doctrinas adopcionistas, probando que Jesucristo, en ambas naturalezas, es Hijo propio de Dios, el mismo que fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato, el mismo que debe ser adorado por todos los creyentes. Es un libro de argumentación fácil y vigorosa, de gran poder dialéctico, de fe viva, de convicción ardiente y de amor apasionado por la verdad. La exaltación de su fe ponía en la pluma del monje expresiones valientes y atrevidas:

«Conmigo—decía—está David, el de la mano fuerte, que con una piedra postró al gigante; conmigo Moisés, el que sumergió las cuadrigas de Faraón en el mar Rojo; conmigo los Patriarcas, los Profetas, los Apóstoles y los Doctores; conmigo, Jesús, Hijo de la Virgen, y toda la Iglesia, redimida a precio de su sangre y dilatada por todo el orbe.»

Era una confianza bien fundada. Elipando pudo enfurecerse y derramar todo el repertorio de sus dicterios contra «aquel nefando presbítero, seudoprofeta arrogante, hombre sacrílego y manchado con todas las impurezas, que lo había contagiado todo con el veneno de su pluma inmunda». Era el lenguaje de la sinrazón y del orgullo herido. La obra de Beato se difundió por toda España, pasó los montes y los mares, y los Papas y los Concilios la consagraron condenando los errores que en sus páginas se combatían. Hoy mismo es mirada como una de las joyas de nuestra literatura antigua. Importante desde el aspecto científico, adquiere un valor mayor por su significación literaria. Por ella circulan un calor, un color y una vida, que revelan una nueva España, aunque el lenguaje sea todavía el de Roma. Falta dulzura en sus páginas, falta ritmo, falta a veces cohesión en el pensamiento; pero la fuerza, la vibración del momento, las mismas construcciones plúmbeas y oscuras, el tumulto de las rimas y los sinónimos, hacen de este libro, singular y sumamente atractivo, un fenómeno solitario en nuestra literatura medieval.

(fuente: www.divvol.org)

otros santos 19 de febrero: 

martes, 18 de febrero de 2014

18 de febrero: Beato José Allamano

Urgencia en el seguimiento: fuente de inagotables bendiciones

Madrid, 18 de febrero de 2013 (Zenit.org)

Esta biografía se debería haber publicado este sábado, 16 de febrero. Por error se quedó fuera de la edición y hoy la ofrecemos a los lectores.

«Primero santos, después misioneros», era una de las hondas persuasiones de este fundador. Sabía que si el eje que vertebra cualquier acción es la santidad, la gracia se derrocha a raudales. Nació en Castelnuovo d’Asti el 21 de enero de 1851. Sus padres eran campesinos y tuvieron cinco hijos. José fue el cuarto. A los 3 años perdió a su progenitor, y a partir de entonces su madre, su maestra Benedetta Savio, su tío san José Cafasso y san Juan Bosco se ocuparían de formarle en las distintas etapas de su vida. Su encuentro con éste último se produjo en 1862. José era uno de los moradores del Oratorio de Valdocco y tuvo la gracia de tenerle como confesor. Los cuatro años que pasó junto a Don Bosco, como le sucedió a otros muchachos, dejaron una profunda huella en su vida. De hecho, el afecto por este gran maestro perduró siempre en su corazón. No en vano había descubierto su vocación junto a él. De Valdocco partió a Turín. No había quien lo detuviese. Por eso, cuando sus hermanos mostraron frontal oposición a su decisión de convertirse en sacerdote, se posicionó advirtiendo con firmeza: «El Señor me llama hoy … no sé si me llamará aún dentro de dos o tres años». Así es. El «tren de las 5», dicho en términos metafóricos, pasa a esa hora exacta y no a otra, y José lo tomó. Son radicales decisiones que cambian la vida, cascada inextinguible de bendiciones.

Su salud era lamentable. En más de una ocasión estuvo a punto de morir. La debilidad que fue compañera de su vida se hizo patente el primer año de su permanencia en el seminario. Pero como Dios dilata las fuerzas humanas hasta límites insospechados, atravesó ese itinerario llenándolo con sus virtudes que edificaron al resto de sus compañeros, y fue ordenado en 1873. Poseía excelentes cualidades para la formación. Por eso, y aunque le hubiera agradado especialmente la labor pastoral ejercida en una parroquia, pasó siete intensos años dedicados a los seminaristas en calidad de asistente y director espiritual del seminario mayor por expresa designación del arzobispo, Mons. Gastaldi. Mientras, seguía completando sus estudios. Obtuvo la licenciatura en teología y la acreditación para impartir clases en la universidad entre los años 1876 y 1877. Además de enseñar derecho canónico y civil, se convirtió en el decano de estas facultades. En 1880 le designaron rector del santuario de la Consolata, patrona de Turín. Inicialmente temió a su juventud y la inexperiencia de sus 29 años. El bondadoso arzobispo, que ya le había animado cuando le encomendó el seminario, le escuchó paternalmente y acogió benévolo su inquietud: «Pero monseñor, soy muy joven», había dicho José. Y el prelado nuevamente le alentó: «Verás que te amarán. Es mejor ser joven, así, si cometieras errores, tendrás tiempo para corregirlos». Inspirado consejo. Ese fue el destino de José hasta el final.

Tomó como estrecho colaborador a su amigo y dilecto compañero, el P. Santiago Camisassa. Y juntos sellaron una bellísima historia de amistad que duró más de cuatro décadas, compartiendo colegialmente, con caridad y respeto, proyectos diversos que pusieron en marcha. Entre los dos convirtieron el santuario en un templo ricamente restaurado y espiritualmente renovado haciendo de él un importante núcleo mariano. José era un gran confesor. Fue rector del santuario de san Ignacio, un lugar en el que había resonado también la voz de su tío, san José Cafasso, que incendió su corazón con un amor singular por los seminaristas y sacerdotes. Allamano convirtió el lugar en un centro de espiritualidad genuino que estaba a rebosar; tal era su influjo sobre las gentes. Se había propuesto «hacer bien el bien y sin hacer ruido». Tenía un espíritu misionero ejemplar acrecentado al tratar con uno de ellos que estaba destinado en Etiopía, Guillermo de Massia, y el celo apostólico que le caracterizaba lo inculcó a los sacerdotes. Lo tenía claro: él no había podido ir a misiones, pero otros podrían hacerlo. Y llevó a su oración este anhelo.

En 1900 se libró milagrosamente de una grave enfermedad por las fervientes oraciones dirigidas a la Virgen de la Consolata y la ayuda del cardenal Richelmy. Un año después recibió la autorización para dar inicio a su fundación. Primeramente surgieron los misioneros. En 1909 mantuvo una audiencia con Pío X, quien alentándole en otro nuevo paso, le dijo: «...si no tienes vocación para fundar religiosas, te la doy yo». Y el 29 de enero de 1910 puso en marcha la fundación de las misioneras de la Consolata. Tres años más tarde partían para las misiones. Este incansable apóstol y gran formador de jóvenes y sacerdotes, devoto de María e impulsor de una revista mariana, estuvo implicado en numerosas acciones, incluidas las que llevó a cabo durante la Primera Guerra Mundial. Murió en Turín el 16 de febrero de 1926. En su testamento hizo notar: «Por ustedes he vivido tantos años, y por ustedes he consumido bienes, salud y vida. Espero que, al morir, pueda convertirme en su protector desde el cielo». Fue beatificado el 7 de octubre de 1990 por Juan Pablo II.

(18 de febrero de 2013) © Innovative Media Inc.

otros santos del 18 de febrero:

- Santa Gertrudis Comensoli

lunes, 17 de febrero de 2014

17 de febrero: San Flaviano de Constantinopla

Obispo († 449)

 Constantinopla continuaba siempre enfrente de Alejandría; Juan de Antioquía, contra San Cirilo. La muerte de estos dos personajes hizo creer en la reconciliación definitiva. «El Oriente y Egipto quedan unidos en lo sucesivo», decía Teodoreto de Ciro, y añadía: «La envidia ha muerto y la herejía ha sido sepultada con ella.» Eran puras apariencias; cuatro años más tarde, la querella de Theotócos renacía de súbito, como la llama de un incendio mal extinguido.

El causante del mal fue un archimandrita, un abad septuagenario de la ciudad imperial, a quien trescientos monjes respetaban y obedecían; hombre austero, temperamento inflexible, cabeza estrecha y cuadrada, espíritu ayuno de toda cultura seria. Jactábase de no haber salido nunca del convento que le había recibido en su juventud. Había leído la Biblia, y ésa era toda su ciencia. Con la petulancia de los pedantes, solía decir que, siendo el libro de Dios, está en él todo lo que conviene saber. Si Nestorio tenía la hinchazón de la ciencia, de que habla San Pablo, Eutiques—asi se llamaba este archimandrita—tenía la hinchazón, todavía más terrible, de la ignorancia.

Frente a este monje fanático, aparece en la Historia la figura noble y serena de Flaviano, sacerdote de la ciudad imperial, sin ambiciones, pero también sin apocamientos. Tenía virtud y saber, pero nadie hubiera adivinado en su naturaleza, bondadosa y pacífica, que había de ser hombre de lucha. En 446 la sede patriarcal de Constantinopla está vacante. Dos candidatos son indicados para ocuparla: el archimandrita tiene el apoyo de la corte; el sacerdote triunfa por la aclamación del clero y el pueblo. Este fue el primer encuentro de Flaviano, el patriarca y de Eutiques, el heresiarca.

A pesar de su ignorancia, o tal vez a causa de ella, Eutiques era un dogmatizador empedernido. Admirador incondicional de San Cirilo, leía sus libros sin entenderlos, adoptaba sus fórmulas bastardeándolas. Cirilo había dicho que las dos naturalezas formaban un solo Cristo; Eutiques, comentándolo, decía que antes de la unión había dos naturalezas; después, una sola. Cirilo había dicho, siguiendo a San Pablo, que el primer hombre, salido de la tierra, era terrestre y el segundo, venido del Cielo, espiritual; Eutiques añadía que el cuerpo de Jesús había sido formado de una sustancia divina y eterna. Con pretexto de hacer resaltar todo lo posible la divinidad, le convertía en un ser completamente extraño a la humanidad. En consecuencia, María ya no era verdadera madre de Jesucristo; caía por tierra el misterio de la Redención y se desvanecía la realidad misma del Mesías.

El patriarca de Constantinopla se dio pronto cuenta de la gravedad del peligro. Comprendió que permitir continuar su obra al fogoso archimandrita era exponerse a ver muy luego, de un confín a otro del Imperio, inculcar una enseñanza en la que hubiese ido a pique la realidad histórica del Evangelio, comprometida frecuentemente por fantasías místicas. Sin embargo, por caridad y mansedumbre de corazón, se había limitado a suplicar al imprudente agitador que tuviese piedad de las iglesias de Dios, bastante probadas ya con las perturbaciones precedentes. A este ruego, el monje contestó orgullosamente: «No hemos condenado a Nestorio para dejar que se extienda su doctrina.» Más decidida fue la oposición que encontró Eutiques en un obispo asiático, Eusebio de Dorilea, que procedía de las filas de Cirilo. Este Eusebio, que, siendo simple laico, había interrumpido a Nestorio en un sermón, delató ahora a Eutiques como hereje en un sínodo de Constantinopla (448), pidiendo que compareciese delante de los obispos. Flaviano, que conocía la influencia del archimandrita, trató de calmarle, pero no era Eusebio hombre para retroceder ante las razones de la prudencia humana.

Cuando los delegados del concilio llegaron al monasterio, Eutiques les contestó: «Yo he entrado aquí para no salir jamás de mi santo encierro. Además, las divinas Escrituras, que estudio sin cesar, valen más que las definiciones de los Padres.» Eutiques era testarudo, necesitaba ganar tiempo, y además temía que, entre obispos avezados a todas las sutilezas teológicas, se descubriese su ignorancia. No obstante, después de dos semanas de prórroga, compareció roeado de monjes y soldados. Sus respuestas fueron contradictorias. Tan pronto hacía declaraciones de carácter ortodoxo, como se deslizaba por las pendientes del error. El debate se eternizaba, hasta que alguien pidió que el acusado aceptase explícitamente las dos naturalezas en Cristo después de la unión. «¡Eso nunca!», dijo él con calor, atrayendo sobre su cabeza la voz unánime del concilio: «Sea anatema.» Llorando y gimiendo por su pérdida, Flaviano declaró a Eutiques condenado, depuesto y excomulgado.

El monje dejó la asamblea pisando firme y lanzando altaneras miradas. Se sentía fuerte contra todos aquellos anatemas, En su monasterio, verdadera cindadela de la herejía, los trescientos monjes le recibieron como a un héroe. En la corte, el eunuco Crisafo le ofreció su apoyo incondicional. Crisafo era un antiguo esclavo, que por su aspecto noble y porte majestuoso había llegado a ser el amo del palacio y del emperador. Consideraba a Eutiques como su padre, porque era el que le había sostenido en la fuente bautismal. Flaviano, en cambio, era su enemigo. Un día, encontrándose en un corredor del palacio, le había dicho el favorito: «Es preciso que pongas el velo a esa mujer, de cualquier manera que sea.» Esa mujer era Pulquería, la hermana del emperador, cuya influencia seguía temiendo el eunuco. Flaviano salió sin decir una palabra, pero se guardó muy bien de cumplir la orden sacrilega.

Favorecido por el hombre más poderoso en la política, Eutiques logró también el apoyo del más alto prestigio de la Iglesia oirental: Dióscoro, patriarca de Alejandría. Dióscoro era el nuevo Faraón, como dijeron sus contemporáneos, el azote de Egipto, el lobo entre las ovejas. Codicioso, sus visitas episcopales eran temidas como una invasión de bárbaros. Nada podía saciar su cínica rapacidad ni su desaforada ambición. Sin tiempo para profundizar en los problemas de la teología, parecióle que Eutiques defendía la doctrina tradicional de su iglesia, y se hizo fanático del monofisismo, ganándose al mismo tiempo las simpatías del privado.

Eutiques, Crisafo y Dióscoro formaban un funiculus triplex, muy difícil de romper. Era evidente que el heresiarca caminara hacia el triunfo y el patriarca hacia la ruina. En 449 salió un decreto imperial que obligaba a los obispos orientales a reunirse en Éfeso para tratar la cuestión candente, bajo la presidencia del patriarca de Alejandría. Flaviano acudió también. Aunque preveía lo que iba a suceder, estaba tranquilo. Una carta de San León, obispo de Roma, acababa de aprobar su manera de proceder. El plan del concilio era bien claro: rehabilitar a Eutiques y deponer a Flaviano. El primer acto de la comedia transcurrió sin dificultades mayores: el archimandrita fue reintegrado a su cargo y celebrado como un confesor de la fe. Pero cuando el presidente anunció la segunda parte del programa, levantóse un alboroto general. Unos obispos se pusieron pálidos, otros quedaron paralizados de estupor, otros se opusieron abiertamente, y hubo algunos que, cayendo a los pies del tirano y abrazando sus rodillas, decían:

—No hay motivo para esto. Flaviano es inocente. Perdónale.

Insensible a los ruegos y a las lágrimas, Dióscoro se levantó furioso, y gritó:

—¡Qué! ¿Pretendéis amotinaros? Soldados, ¿dónde estáis?

A esta voz, una horda de pretorianos irrumpe en la basílica, y tras ellos entra una falange de monjes armados de palos, cadenas y lanzas. El tumulto fue horrible. Los legados del Papa se evadieron, lanzando el costradicitur sacramental. Los recalcitrantes cedieron a la coacción.

—Hacedles firmar—dijo Dióscoro a los soldados, entregándoles un pergamino.

En medio del desorden, Flaviano permanecía en pie, sereno, impasible. En esa actitud le encontró un oficial que, sin conocerle, le ofreció el papel para que firmase. Rechazólo él fríamente, y, volviéndose hacia el patriarca alejandrino, dijo solamente esta palabra:

—Apelo.

Ciego de cólera y perdiendo toda dignidad personal, Dióscoro bajó de su trono, se lanzó contra su rival, le arrojó en tierra de un golpe formidable y le pisoteó furioso. Algunos de sus partidarios imitaron su ejemplo, golpeando e injuriando al caído, y el jefe de aquellos monjes bandoleros hincó su lanza en el cuerpo del mártir. Cuando, unas horas más tarde, volvió en sí del desmayo provocado por los malos tratamientos, el santo patriarca se halló solo, en una prisión húmeda, envuelto en su propia sangre. Aquel mismo día le obligaron a salir para el destierro, pero aún no se había puesto el sol cuando él entraba en la patria verdadera.

Dos años después la justicia divina caía sobre sus asesinos. Eutiques marchaba desterrado. Dióscoro bajaba ignominiosamente de su silla, y los seiscientos Padres de Calcedonia coronaban de gloria inmortal a la víctima del Latrocinio de Éfeso.

(fuente: www.divvol.org)

domingo, 16 de febrero de 2014

16 de febrero: Beata Felipa Mareri

Virgen de la Segunda Orden (1190‑1236). Concedió oficio y misa en su honor Pío VII el 29 de abril de 1806.

Nació en Rieti en 1190, hija de Pietro Mareri y Donna Imperatrice, ambos de familia noble. Creció piadosa, reflexiva e inteligente. Tuvo la dicha de ver con frecuencia a San Francisco de Asís, quien en sus peregrinaciones por el Valle de Rieti se hospedaba en casa de la familia Mareri. Le llamó la atención la asidua oración y el desprendimiento de las cosas que caracterizaban a San Francisco. Ella decidió seguirlo. Cuando su padre le propuso unas nupcias acordes con su nobleza, ella le dijo que sólo quería por esposo a Jesucristo. Esto le desencadenó una terrible persecución sobre todo por parte de su hermano Tomás. Ella permaneció firme. Finalmente, con algunas compañeras, se retiró a un eremitorio junto a la montaña vecina y comenzó una vida de soledad.

Conmovido Tomás por la firmeza de Felipa, le ofreció la iglesia de San Pedro en el antiguo monasterio que él había reparado. Felipa aceptó la propuesta y comenzó una vida claustral junto con otras compañeras, adoptando la Regla de las Damas pobres de Asís. Por un tiempo San Francisco dirigió a la pequeña comunidad, que luego encomendó a Fr. Rogerio de Todi, su discípulo. Pronto muchas jóvenes decidieron consagrarse a Dios bajo la dirección de la Beata Felipa Mareri, quien, para las hermanas era más que abadesa, una madre amorosa, pronta a animarlas a la perfección, consolarlas en los sufrimientos. Siguiendo el ejemplo de San Francisco y del Beato Rogerio, amó la pobreza, confió en la providencia. Postrada ante un gran crucifijo lloraba pensando en lo mucho que se ofendía al Señor, hacía penitencia e imploraba la misericordia de Dios. Una sobrina suya que había ingresado al monasterio, era raptada a la viva fuerza por su familia; con su oración logró que sus parientes no lograran moverla de la clausura.

Predijo su muerte con mucha anticipación. Reunió a sus hermanas en torno a su lecho de muerte, las exhortó a la oración, a la concordia, al amor a la pobreza seráfica: «No lloréis, hijas queridas, no lloréis sobre mí. Vuestra tristeza se convertirá en gozo, desde el Paraíso os ayudaré más. Deseo morir para poder vivir en Cristo, para que mi heredad esté en la tierra de los vivientes. Consolaos en el Señor. Perseverad en el servicio de Dios. Acordaos de todas las cosas que he hecho. La paz del Señor, que supera todo sentido, guarde vuestro corazón y vuestro cuerpo». Terminadas estas exhortaciones, se encomendó humildemente a Cristo Jesús, fortalecida con la santa Eucaristía y los otros sacramentos, en presencia del beato Rogerio y de otros Hermanos Menores, entre las lágrimas de sus cohermanas, el 16 de febrero de 1236 pasó felizmente al Señor. Tenía 46 años

(fuente: www.franciscanos.org)

sábado, 15 de febrero de 2014

15 de febrero: San Claudio La Colombière

Claudio La Colombière, S.I. (1641-1682)

Claudio La Colombière, tercer hijo del notario Beltrán La Colombière y Margarita Coindat, nació el 2 de febrero de 1641 en St. Symphorien, Delfinado.

Trasladada la familia a Vienne, aquí recibió Claudio la primera educación escolar, que después completó en Lyón con el estudio de la Retórica y la Filosofía.

En este último período precisamente se sintió llamado a la vida religiosa en la Compañía de Jesús, si bien no conocemos los motivos que le llevaron a esta decisión. En cambio, sí nos ha dejado esta confesión en uno de sus escritos: "Sentía enorme aversión a la vida que abrazaba". Es fácil de comprender esta afirmación para quien se haya interesado por la vida de Claudio, cuya naturaleza, muy sensible a las relaciones familiares y de amistad, era también harto inclinada a la literatura y el arte, y a cuanto hay de más digno en la vida de sociedad. Pero no era hombre que se dejase guiar del sentimiento, por otra parte.

A los 17 años entró en el Noviciado de la Compañía de Jesús de Aviñón. En 1660 pasó del Noviciado al Colegio, en la misma ciudad, para concluir los estudios de Filosofía y pronunciar los primeros votos religiosos. Al terminar el curso fue nombrado profesor de Gramática y Literatura, función que desempeñó durante cinco años en dicho Colegio.

En 1666 se le envió a París, a estudiar Teología en el Colegio de Clermont; en la misma época se le confió una misión de gran responsabílidad. La notable aptitud demostrada por Claudio a los estudios humanísticos, unida a sus dotes de prudencia y finura, movieron a los Superiores a elegirlo preceptor de los hijos de Colbert, Ministro de Finanzas de Luis XIV.

Finalizados los estudios de Teología y ordenado Sacerdote, volvió de nuevo a Lyón en calidad de profesor durante un tiempo para dedicarse después enteramente a la predicación y a la dirección de la Congregación Mariana.

La predicación de La Colombière se distinguió siempre por su solidez y hondura; no se perdía en vaguedades sino que habilmente se dirigía al auditorio concreto y, con tan vigorosa inspiración evangélica, que infundía en todos serenidad y confianza en Dios. Las ediciones de sus sermones produjeron -y siguen produciendo hoy- abundantes frutos espirituales; porque, tenidos en cuenta el lugar y la duración de su ministerio, resultan menos envejecidos que los de otros oradores de mayor fama.

El año 1674 fue decisivo en la vida de Claudio. Hizo la Tercera Probación en la "Maison de Saint-Joseph" de Lyón y, en el mes de Ejercicios que es costumbre hacer, el Señor lo fue preparando a la misión que le tenía reservada. Los apuntes de este período nos permiten seguir paso a paso las luchas y triunfos de su espíritu, extraordinariamente sensible a los atractivos humanos, pero generoso con Dios.

El voto que hizo de observar todas las Constituciones y Reglas de la Compañía no tenía por objeto esencial la vinculación a una serie de observancias minuciosas, sino la realización del recio ideal de apóstol descrito por San Ignacio. Precisamente porque este ideal le pareció espléndido, Claudio lo asumió como programa de santidad. El subsiguiente sentimiento de liberación que experimentó junto con una mayor apertura de los horizontes apostólicos -testimoniados en su diario espiritual- prueban que ello había respondido a una invitación de Jesucristo mismo.

El 2 de febrero de 1675 hizo la Profesión solemne y fue nombrado Rector del Colegio de Paray-le-Monial. No faltó quien se sorprendiera de que un hombre tan eminente fuera destinado a una ciudad tan recóndita como Paray. La explicación se halla en el hecho de que los Superiores sabían que aquí, en el Monasterio de la Visitación, vivía en angustiosa incertidumbre una humilde religiosa, Margarita María Alacoque, a la que el Señor estaba revelando los tesoros de su Corazón; y esperaba que el mismo Señor cumpliese su promesa de enviarle un "siervo fiel y amigo perfecto suyo" que le ayudaría a cumplir la misión a que la tenía destinada: manifestar al mundo las insondables riquezas de su amor.

Una vez en su nuevo destino y mantenidos los primeros encuentros con Margarita María, ésta le abrió enteramente su espíritu y, por tanto, también las comunicaciones que ella creía recibir del Señor. El Padre dio su aprobación plena y le sugirió que pusiera por escrito lo que ocurría en su alma, a la vez que la orientaba y sostenía en el cumplimiento de la misión recibida. Cuando después, gracias a la luz divina que recibía en la oración y el discernimiento, estuvo seguro de que Cristo deseaba el culto de su Corazón, se entregó a él sin reservas, como atestiguan su dedicación y sus apuntes espirituales. En éstos aparece claro que, ya antes de las confidencias de Margarita María Alacoque y siguiendo las directrices de San Ignacio, Claudio había llegado a la contemplación del Corazón de Cristo como símbolo de su mismo amor.

Tras año y medio de permanencia en Paray, en 1676 el P. La Colombière salió hacia Londres, nombrado predicador de la Duquesa de York. Era una misión sumamente delicada, dados los sucesos que sacudían a Inglaterra en este momento; antes de finales de octubre del mismo año, el Padre ocupaba ya el apartamento a él reservado en el palacio de St. James. Ademas de predicar en la capilla y dedicarse a la dirección espiritual sin tregua, oral y escrita, Claudio pudo entregarse a la sólida instrucción religiosa de no pocas personas que habían abandonado la Iglesia Romana.

Y, si bien entre grandes peligros, gozó del consuelo de ver volver a muchos, hasta el punto de que al cabo de un año decía: "Podría escribir todo un libro sobre las misericordias de que he sido testigo desde que estoy aquí".

Esta intensidad de trabajo y el clima minaron su salud y comenzaron a manifestarse los primeros síntomas de una afección pulmonar. Pero el P. Claudio prosiguió con su mismo plan de vida.

A finales de 1678 fue arrestado de repente, bajo la acusación calumniosa de conspiración papista.

A los dos días se le trasladó a la horrenda cárcel de King's Bench y allí permaneció tres semanas sometido a graves privaciones, hasta que se le expulsó de Inglaterra por Decreto real.

Todos estos padecimientos fueron minando aún más su saludad que fue empeorando con altibajos a su vuelta a Francia. Habiéndose agravado notablemente, se le envió de nuevo a Paray. El 15 de febrero de 1682, primer Domingo de Cuaresma, al atardecer le sobrevino una fuerte hemotisis que puso fin a su vida El 16 de junio de 1929, el Papa Pío XI beatificó a Claudio La Colombière, cuyo carisma según Santa Margarita María Alacoque, consistió en elevar las almas a Dios siguiendo el camino de amor misericordia que Cristo nos revela en el Evangelio.

(fuente: www.vatican.va)

viernes, 14 de febrero de 2014

14 de febrero: San Valentín

Patrón de los enamorados

El amor de Dios reina en el corazón de todos los santos, pero hay uno que tiene la dicha de ser el patrón de los enamorados: San Valentín. Según dice una tradición, San Valentín arriesgaba su vida para casar cristianamente a las parejas durante el tiempo de persecución. Por fin entregó su vida en el martirio, que es la máxima manifestación del amor. El amor de este santo sacerdote por Jesucristo y por defender el Sacramento del Matrimonio nos inspira a elevar el amor humano a las alturas del amor divino para el cual fuimos creados. Los cristianos debemos aprovechar esta fiesta para recuperar el sentido cristiano del amor y del matrimonio a la luz de Cristo.

Como llegó San Valentín a ser el día de los enamorados

1- Para abolir la costumbre pagana de que los jóvenes sacaran por suerte nombres de jovencitas, en honor de la diosa del sexo y la fertilidad llamada Februata Juno, celebrada el 15 de este mes, algunos pastores substituyeron esta costumbre, escribiendo nombres de santos. Así con el tiempo la fiesta sería cristianizada y se celebraba en vez San Valentín.

2- El 14 de febrero se envían postales los enamorados porque, según la creencia medieval procedente de Inglaterra y Francia, ese día, es decir, a mediados del segundo mes del año, "todas las aves escogen su pareja"

Aunque San Valentín sigue siendo reconocido como verdadero santo de la Iglesia, muy poco se sabe de seguro sobre su vida, fuera del hecho de su martirio. Es por eso que el calendario litúrgico celebra el 14 de Febrero a los Santos Cirilo y Metodio en vez de a San Valentín.

El Martirologio Romano presenta dos santos con el nombre de Valentín:

Uno es Obispo de Interamna y el otro sacerdote de Roma. Es posible que se trate del mismo santo que fuera llevado desde su ciudad a Roma para el martirio. Esto se sospecha porque, además de tener el mismo nombre, ambos fueron decapitados en la Vía Flaminia y tienen su fiesta el 14 de febrero.

1- San Valentín de Terni. Nació en Interamna (hoy: Terni, unos 100km al norte de Roma), C. 175. Fue ordenado por San Felicio de Foligno. Consagrado obispo de Interamna por el papa Victor I c. 197.

Famoso por su evangelización, milagros y curaciones. Fue arrestado, torturado y decapitado por Placido Furius durante la persecución de Aurelius. Lo mataron de noche y en secreto para evitar la reacción del pueblo de Terni donde era muy amado. Lo enterraron en la Vía Flaminia, entre Roma y Terni. Su restos mortales están hoy en la Catedral de Terni.

2- San Valentín de Roma. Con San Mario y su familia socorría a los presos que iban a ser martirizados durante la persecución de Claudio el Godo. Fue aprehendido y enviado por el emperador al prefecto de Roma, quien al ver que todas sus promesas para hacerlo renunciar a su fe eran ineficaces, mandó que lo golpearan con mazas y después lo decapitaran. Esto ocurrió el 14, de febrero, por el año 269.

Parece que fue el Papa Julio I quien hizo construir una iglesia cerca de Ponte Mole en memoria del mártir, la cual por mucho tiempo dio el nombre a la puerta hoy llamada Porta del Popolo en Roma (Antes Porta Valentini). La mayor parte de sus reliquias están ahora en la iglesia de Santa Praxedes (cerca de la basílica de Sta. Maria la Mayor, Roma) .

Se encuentra mencionado su nombre entre los mártires ilustres en el sacramentario de San Gregorio, en el Misal Romano de Thomasio y en los martirologios.

(fuente: www.corazones.org)
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