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lunes, 29 de febrero de 2016

29 de febrero: San Dositeo

Siglo VI

Cuenta una antigua biografía suya que en su juventud fue soldado, y que en un recorrido por Tierra Santa hallándose en Getsemaní le impresionó un cuadro que representaba los tormentos del Infierno; así se convirtió a los grandes ideales de perfección religiosa y se hizo monje en Gaza, donde iba a transcurrir toda su vida.

La historia le recuerda como un contemplativo que renuncia a la propia voluntad para ponerse en manos de Dios y que tiene un desprendimiento ejemplar respecto a las cosas de este mundo, sin sentir apego por nada, porque cualquier afición a personas u objetos era para él una atadura que le impedía estar completamente disponible en su espera del Cielo.

Se nos dice también que ni siquiera estaba apegado a las herramientas con las que trabajaba, y eso nos sugiere un grado último de renuncia, porque el afán de posesión suele atrincherarse en la excusa de la necesidad de los útiles imprescindibles: tal vez a un santo le cueste más que despreciar las riquezas, no amar la pobre azada con la que trabaja el huerto.

San Dositeo se nos aparece así en una desnudez heroica de asceta negándose a apoyarse en nada humano, reducido a un manojo de ansias de vivir sólo para Dios y entrar en su eternidad sin el menor lastre de afectos relativos a esta tierra.

Hasta en el calendario ocupa un lugar humildísimo, de comodín, donde termina el mes de febrero, negándose incluso una fecha inamovible en la procesión de los días; porque él es quien rellena las veinticuatro horas supernumerarias de los años bisiestos, como aceptando privarse del retorno anual de la fiesta de todos los demás. Sin tener siquiera un sitio en el tiempo, porque ni eso quiere.

(fuente: www.ewtn.com)

domingo, 28 de febrero de 2016

28 de febrero: Santas Marana y Cira de Siria

Vírgenes y Reclusas

Conmemoración de las santas Marana y Cira (o Cyra), vírgenes, que en Berea, en Siria, vivieron en un lugar estrecho y cerrado sin techo, recibiendo el alimento necesario por una ventana y guardando silencio (s. V).

= († cerca 450). Hermanas por nacimiento, vivieron durante el cuarto siglo en la ciudad de Veria (o de Berea) en Siria. Sus padres eran ilustres y ricos, paro el hogar izquierdo de las hermanas y salieron la ciudad cuando habían alcanzado madurez.

Despejando de un diagrama de tierra pequeña, las santas vírgenes sellaron la entrada de su refugio con rocas y arcillas, saliendo solamente de una abertura estrecha con la cual pasaban para buscar alimento. Su pequeña choza no tenía ninguna azotea, y así que fueron expuestas a los elementos. Vivieron el ascetismo por cuarenta años. Disturbaron su soledad para hacer solamente un peregrinaje a Jerusalén para rogar al Sepulcro del Señor. Durante su viaje (que tomó veinte días) no comieron ningún alimento hasta que habían rogado en los lugares santos.

En la manera detrás, también fueron sin comer. Hicieron la misma cosa en otra hora, cuando viajaron al sepulcro de la protomártir Tecla (de septiembre 24) en Seleucia, Isauria. Santas Marana y Cirana murieron alrededor del año 450. Su vida ascética igualó el de los grandes ascetas masculinos del desierto, y recibieron la misma corona de la victoria de Cristo el Salvador.

(fuente: oremosjuntos.com)

otros santos 28 de febrero:

- San Román, abad
- Beato Daniel Alejo Brottier
- San Hilario

sábado, 27 de febrero de 2016

27 de febrero: Santa Ana Line

Mártir

Martirologio Romano: En Londres, en Inglaterra, santa Ana Line (o Lyne), viuda y mártir, la cual, habiendo fallecido su marido, desterrado por ser católico, ofreció su casa para acoger sacerdotes y, por esta razón, bajo el reinado de Isabel I fue ahorcada en Tyburn († 1601).

Fecha de canonización: 25 de octubre de 1970 por el Papa Pablo VI.


Breve Biografía

Mártir inglesa, murió el 27 de feb. de 1601.

Fue hija de William Heigham de Dunmow (Essex), caballero de buena posición económica y un ardiente calvinista.

Cuando ella y su hermano manifestaron su intención de convertirse en católicos, ambos fueron repudiados y desheredados por su padre.

Ana contrajo matrimonio con Roger Line, converso como ella, pero poco después de su casamiento, fue detenido por asistir a misa. Tras un breve confinamiento, fue puesto en libertad y se le permitió ir al exilio en Flandes, donde murió en 1594.

Cuando el padre John Gerard estableció una casa de refugio para sacerdotes en Londres, se puso a cargo a la señora Line.

Después del escape del padre Gerard de la Torre en 1597, y al mismo tiempo que las autoridades comenzaban a sospechar que Line le ayudaba, fue transferida a otra casa, misma que convirtió en centro de reuniones para los católicos vecinos.

El día de la Purificación (1601), el padre Francis Page, S.J., estaba a punto de celebrar misa en dicho edificio, cuando entraron cazadores de sacerdotes.

El padre Page inmediatamente se quitó la vestimenta religiosa y se mezcló con los demás; mas bastó la presencia de un altar preparado para la ceremonia para arrestar a la señora Line.

Fue enjuiciada en Old Bailey el 26 de febrero de 1601, y acusada según el acta 27 de la reina Isabel, es decir, por dar albergue a un sacerdote, aun cuando esto no podía probarse.

El día siguiente fue llevada a la horca, y valientemente proclamando su fe alcanzó el martirio por el que había rogado.

Su destino lo compartieron dos sacerdotes, [Bto.] Mark Barkworth, O.S.B., y Roger Filcock, S.J., que fueron ejecutados al mismo tiempo.

Roger Filcock había sido por mucho tiempo amigo y frecuente confesor de la señora Line. Después de entrar en la universidad inglesa de Reims en 1588, fue enviado junto con otros en 1590 a colonizar el seminario de San Albán en Valladolid, y, una vez que terminó allí sus cursos, fue ordenado y enviado a la misión inglesa. El padre Garnett le hizo pasar un periodo de prueba de dos años para comprobar su temple antes de admitirlo a la Sociedad de Jesús. Al ver que era ferviente y valeroso, lo admitió finalmente. Ya iba a cruzar hacia el continente para cumplir su noviciado cuando fue arrestado por sospechas de ser sacerdote y fue ejecutado tras un juicio que más bien parecía una farsa.

[Nota: en 1970, Ana Line fue canonizada por el papa Paulo VI entre los cuarenta mártires de Inglaterra y Gales, cuya fiesta en conjunto se guarda el 25 de octubre.]

(fuentes: aciprensa.com; catholic.net)

otros santos 27 de febrero:

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viernes, 26 de febrero de 2016

26 de febrero: San Alejandro

Conmemoración de san Alejandro, obispo, anciano célebre por el celo de su fe, que fue elegido para la sede alejandrina como sucesor de san Pedro y rechazó la nefasta herejía de su presbítero Arrio, que se había apartado de la comunión de la Iglesia. Junto con trescientos dieciocho Padres participó en el primer Concilio de Nicea, que condenó tal error.

Nació hacia el año 250. Tuvo siempre un carácter apacible y bondadoso que de modo especial demostraba con los débiles y menesterosos. Era por su natural un hombre de paz, llevaba dentro de sí un espíritu conciliador como consecuencia de la caridad.

A la muerte de Aquillas, en el 313, fue propuesto y nombrado para la sede de Alejandría y aquí se va a ver envuelto en asuntos doctrinales que le harán sufrir lo indecible, le madurarán en la profesión de la fe cristiana y lo convertirán en su paladín. No le quedará más remedio que ser fiel a su condición de pastor aún a costa de su fama y de su bienestar; tendrá que sobreponerse a sí mismo y hacer que su bondad se manifieste como intransigencia en cuestiones que él no puede tocar y menos cambiar.

El Patriarca es un hombre celoso en el cumplimiento de su oficio. Le preocupan los indigentes y con ellos muestra una generosidad poco frecuente. Alienta el ascetismo de los solitarios anacoretas que se entregan sin condiciones a Dios, en el desierto de Egipto, con una vida de penitencia. Hizo construir el templo de san Teonás, el mayor de Alejandría. Mantiene la paz y tranquilidad mientras se resuelve la fecha para la celebración de la Pascua.

En torno a su persona y a su ministerio aparecerán figuras que para siempre quedan presentes en el campo de la teología: Atanasio y Arrio. El primero aprenderá a ser buen obispo a su sombra, aún a costa de destierros. El segundo llevará colgado hasta el fondo de la historia, y sobrepasando su propia muerte, el bochorno de su rebeldía y la tristeza de la pertinacia en el error. La Iglesia saldrá enriquecida por la afirmación a perpetuidad de la Verdad y el campo de la teología quedará armado con expresiones aptas para la expresión del Credo.

Al poco tiempo de ser Alejandro Patriarca, comienza a dar castigo Arrio. Ha comenzado a poner al descubierto su personalidad inquieta y su carácter díscolo y rebelde; ahora comienza a predicar cosas extrañas sobre Jesucristo no coincidentes con la verdad profesada en la Iglesia. No sirven los avisos del Patriarca; es más, se empeora el asunto por el favorable eco que encuentra su enseñanza en determinados sectores superficiales de creyentes y la facilidad con que la aceptan algunos provenientes del paganismo. Aquellos círculos van ampliándose y lo que comenzó solamente como una doctrina anormal va tomando tintes de herejía por la pertinacia en la defensa y por lo importante del error.

Arrianismo se denominará la herejía. Enseña Arrio que el Hijo no es eterno, sino que sólo es una especial criatura. No tiene la naturaleza del Padre, sólo hay una Persona divina. La Trinidad, misterio peculiar cristiano, queda destruída. Como consecuencia directa, la Redención de Cristo es limitada, no infinita.

El responsable de la fe en Alejandría no puede permanecer indiferente en estas circunstancias. Convoca, en el 318, una reunión -la llaman sínodo- para los obispos de Egipto y Libia; entre todos deben entender del tema y expresar la verdad de la fe que en la Iglesia se profesa. Todo termina con la excomunión de Arrio y la condena de su doctrina.

Como va aumentando el revuelo, el emperador Constantino toma cartas en el asunto; está mal informado por los dos Eusebios, el de Cesarea y el de Nicomedia, proclives a aceptar la doctrina nueva. Se envía como legado a Osio de Córdoba para arreglar el asunto que se estimaba como «cuestión de palabras», pero ya sobre el terreno descubre lo irreductible a la fe de Arrio y la importancia del tema. Sólo una reunión general de todos los obispos podrá arreglar el problema; entre otros muchos allí está presente -aunque anciano- Alejandro y su secretario Atanasio. De este modo nació, después del de Jerusalén, el primer concilio, el de Nicea. En el año 325 expresa la Iglesia su fe genuina -tal como la vivió siempre- recibida de los Apóstoles y contenida en la Escritura Santa, condenando el arrianismo que por siglos durará entre cristianos y los separará de la verdadera Iglesia.

El Patriarca Alejandro, defensor del tesoro recibido, murió poco después, en el 326, en su sede, con la misión cumplida.

(fuente: www.santopedia.com) 

otros santos 26 de febrero:

- Beata Piedad de la Cruz Ortiz y Real
- Santa Paula de San José de Calasanz Montal Fornés
- San Porfirio 

jueves, 25 de febrero de 2016

25 de febrero: San Néstor de Magido

Obispo de Magido, Mártir

Polio, gobernador de Panfilia y Frigia durante el reinado de Decio, trató de ganarse el favor del emperador, aplicando cruelmente su edito de persecución contra los cristianos. Néstor, obispo de Magido, gozaba de gran estima entre los cristianos y los paganos, y comprendió que era necesario buscar sitios de refugio para sus fieles. Rehusando a ser oculto, el Obispo esperó tranquilamente su hora de martirio, y cuando se encontraba en oración, oficiales de la justicia fueron en su búsqueda.

Luego de un extenso interrogatorio y amenazas de tortura, el Obispo fue enviado ante el gobernador, en Perga. El gobernador trató de convencer al santo –primero con halagos y luego con amenazas- de que renegara de la religión cristiana, pero Néstor se mantuvo firme en el Señor, siendo enviado al potro, donde el verdugo le desgarraba la piel de los costados con el garfio. Ante la firme negativa del santo de adorar a los paganos, el gobernador lo condenó a morir en la cruz, donde el santo todavía tuvo fuerzas para alentar y exhortar a los cristianos que le rodeaban. Su muerte fue un verdadero triunfo porque cuando el Obispo expiró sus últimas palabras, tanto cristianos como paganos se arrodillaron a orar y alabar a Jesús.

(fuente: aciprensa.com)

otros santos 25 de febrero:

- San Luis Versiglia
- Beata Maria Ludovica de Angelis
- San Valerio de Astorga

miércoles, 24 de febrero de 2016

24 de febrero: Beata María Romero Meneses

María Romero Meneses nace en Granada (Nicaragua) el 13 de enero de 1902, en una familia muy acomodada, pero de gran sensibilidad hacia las necesidades de los más pobres, a quienes socorre regularmente con generosidad.

Orientada en familia hacia los estudios artísticos, pronto revela su talento para la música y la pintura. A los doce años, en el colegio de las Hijas de María Auxiliadora, recién llegadas a su ciudad, empieza a conocer a don Bosco: congenia inmediatamente con la figura del gran apóstol de la juventud, en quien encuentra como la encarnación de los ideales que vibran en su espíritu, primero de manera genérica y vaga y luego cada vez más claramente y con mayor capacidad de entusiasmarla.

Hace su opción: Hija de María Auxiliadora (1923), y en el nombre de esta su Madre y «su Reina» – como ama invocarla – realiza una incansable actividad apostólica, dando vida a grandiosas obras sociales, especialmente en Costa Rica, a donde es enviada en 1931.

Con viva sensibilidad evangélica y eclesial, conquista para su misión apostólica a las jóvenes alumnas que se vuelven «misioneras» (misioneritas, las llama Sr. María) en los pueblitos de los alrededores de la Capital, entre niños semi abandonados y familias desheredadas. Luego, también adultos, empresarios adinerados y renombrados profesionales quedan conquistados por su devoción mariana, que obtiene gracias estrepitosas, y se sienten por lo tanto comprometidos a colaborar efectivamente a las iniciativas asistenciales que Sr. María, bajo la acción del Espíritu, va proyectando continuamente con la audacia de la más auténtica fe en la Providencia.

Sr. María sueña para sus pobres siempre nuevas soluciones a las urgencias apremiantes: obtiene primero visitas médicas gratuitas, gracias a la acción voluntaria de médicos especialistas, y con la colaboración de industriales del lugar organiza cursos de formación profesional para jóvenes y mujeres que en la pobreza hubieran encontrado una pésima consejera. En esta forma logra dar vida en poco tiempo a un ambulatorio múltiple, con varias especialidades, para asegurar la asistencia médico-farmacéutica a muchas personas y familias privadas de toda garantía social. Al mismo tiempo crea cerca instalaciones adecuadas para Ia acogida de los pacientes – a veces familias enteras – como también salas para la catequesis y la alfabetización en los momentos de espera, además la capilla y un gracioso jardín, y hasta el balcón con los canarios.

Para las familias sin techo, reducidas con frecuencia a una vida precaria bajo los puentes de la periferia, hace construir – siempre con la ayuda de una sorprendente Providencia – «verdaderas» casitas, en las cuales limpidez y propiedad, junto con los colores de un pequeñísimo jardín, tienen la función pedagógica de recuperar personas amargadas, restituir dignidad a vidas envilecidas por el abandono, abriendo los corazones a horizontes de verdad, de esperanza y de nueva capacidad de inserción social. Surgen así las ciudadelas de María Auxiliadora: una obra que continúa todavía, debido al interés de sus colaboradores a través de la Asociación de laicos Asayne (Asociación de Ayuda a los Necesitados).

En medio del sucederse de obras para organizar, y de una peculiar actividad suya como consejera espiritual (cada día horas y horas de intensos coloquios privados, las llamadas consultas) encuentra espacio y momentos de ardientes elevaciones del espíritu y de una profunda vida mística, que es en realidad la fuente de la fuerza interior de donde su apostolado brota y recibe extraordinaria eficacia.

Su ideal: amar profundamente a Jesús, «su Rey», y difundir su devoción junto a la de su divina Madre. Su íntima alegría es la posibilidad de acercar a la verdad evangélica a los niños, a los pobres, a los que sufren, a los marginados. La más ambicionada recompensa a sus sacrificios es la de ver reflorecer la paz y la fe en una vida «perdida».

Haciéndose como el Apóstol, «toda para todos» y olvidándose de sí para conquistar cada vez nuevos amigos a su Jesús, se entrega hasta el último de sus días: el primero en el que decidió darse un poco de descanso. La esperaba allí el descanso eterno, con «su Rey» y «su Reina». Era el 7 de julio de 1977.

La fama de su santidad se expresa en el lamento general de sus asistidos y de sus colaboradores; y por obra de éstos, en el continuo reflorecimiento de las obras fundadas por ella.

(fuente: www.vatican.va)

otros santos 24 de febrero: 

martes, 23 de febrero de 2016

23 de febrero: Beata Rafaela Ybarra de Villalonga

«Protectora de la infancia y de la juventud»

Madrid, 23 de febrero de 2013 (Zenit.org) escrito por Isabel Orellana Vilches

No hay confín que se interponga en la vida de un apóstol, ni siquiera cuando el llamamiento de Cristo le sorprende en el estado civil de casado. Además de ejercer admirablemente su responsabilidad atendiendo a su familia no se escuda en ella para minimizar la entrega debida a Dios aunque no cuente con su respaldo. Si fuese éste el caso, entonces se dispone a vivir una ofrenda martirial, y con ella atrae bendiciones diversas a los más cercanos, que son extensivas a todo el que se halla al su alrededor, labrándose con tanto sacrificio esa selecta morada en el cielo de la que habla el evangelio. A Rafaela su esposo nunca le puso impedimentos para ejercer un vibrante apostolado, que secundó generosamente, culminando con su aprobación para que profesase y fundase un Instituto religioso, máxima prueba de un amor humano que se inspira en el divino.

Esta excelente esposa y madre de familia nació en Bilbao el 16 de enero de 1843. También en ella se cumple, como en la mayoría de los casos, que su fe nació y quedó profundamente arraigada con el testimonio y aliento de su familia que le inculcó la base virtuosa sobre la que estuvo erigida su existencia. Pertenecía a la alta sociedad bilbaína. Los signos del amor divino en ella fueron precoces. Vivió la experiencia de su primera comunión gozosamente: «Comulgué con gran fervor. Recuerdo muy bien haber experimentado grandes consuelos espirituales y haber llorado pensando en la Pasión de Jesús». No obstante, en medio de su piedad también hubo un hueco para ciertas vanidades que, por lo general, resultan particularmente atractivas en la juventud. Ella misma confesó sus buenos hábitos y debilidades: «Me gustaba ser vista y obsequiada. El lujo no era exagerado para mi posición. Sin embargo, gastaba bastante en todo. Me gustaban mucho las joyas. Pero conservaba un fondo de piedad natural. Rezaba el Rosario todos los días con los criados; leía mis libros de piedad y era compasiva con los necesitados».

A los 18 años contrajo matrimonio con José de Villalonga, ingeniero industrial de procedencia catalana, hombre virtuoso, sin cuya generosidad y respeto no hubiera podido llevar a cabo la obra que emprendió. La súplica de Rafaela era esta: «Que sea cada día mejor esposa, mejor madre, mejor hija. Haz, Señor, que yo sea una mansión de paz dentro de la familia». Lo consiguió. Compaginó admirablemente la vida de oración y de caridad con el cuidado de su extensa familia, compuesta por los siete hijos que alumbró más cinco sobrinos que quedaron a su cargo cuando su hermana, y madre de los pequeños, falleció. Ella también tuvo que desprenderse tempranamente de dos de sus hijos, y el benjamín quedó apresado por una terrible y dolorosa parálisis infantil. Aunque san Juan Bosco se lo vaticinó al encontrarla en Barcelona: «Señora, este niño será su crucecita», la madre tuvo que afrontar ese dolor y gozarse de la grandeza del pequeño que un día le dijo: «Mamá, tú eres por lo menos ‘Sierva de Dios’».

Rafaela llevaba ya una vida de oración y tenía tal devoción al Santísimo Sacramento que cada vez se sentía más empujada a la unión con Él, y a realizar el mayor bien que le fuera posible. Ese momento llegó cuando a raíz de la profesión de su marido –promotor de la empresa Altos Hornos, que tenía un capital humano de tres mil personas–, tomó contacto con esa realidad del mundo obrero. Se sentía inclinada a cuidar de las niñas y de las jóvenes expuestas a los riesgos que van unidos a la pobreza y la ignorancia frecuentes en su época. Veía los males que acechaban a las jóvenes obreras y para acogerlas creó la casa Asilo de la Sagrada Familia. Las recogía por las calles y no dudaba en ponerse en aprietos con tal de rescatarlas del peligro. Quería proporcionarles todo lo que precisaban humana y espiritualmente, sembrando sus vidas de esperanza. Además, a los enfermos y pobres nunca les faltó su caridad. «Las personas pasan, pero las obras permanecen», solía decir.

Creó en Bilbao numerosas instituciones de protección a la mujer. La ayudaron en este empeño voluntarias que trabajaban siguiendo la consigna que les dio: «dulzura en los medios y firmeza en los fines». Tenía claro, y así lo transmitió, que «lo que no alcance el amor, no lo conseguirá el temor». Lo decía por experiencia, puesto que un día que fue a buscar a una reclusa, ésta la abofeteó. Y ella le dijo: «No me has hecho daño, hija mía; desde hoy te quiero más», palabras tan sentidas y auténticas quela joven se vino abajo y se arrepintió, llorando amargamente. El propósito de toda la obra de Rafaela fue este: vivir «unidas a Dios por la oración y el apostolado» para llevar «el anuncio del amor de Dios, al mundo de la niñez y de la juventud». Así surgieron pisos y talleres con los que pudo dar sustento y formación a estos colectivos. Contó con el consentimiento de su esposo D. José Villalonga para hacer profesión religiosa y fundar el Instituto de las Hermanas de los Ángeles Custodios en 1894. Falleció el 23 de febrero de 1900. Había hecho vida el lema que inculcó a todos: «nunca os canséis de hacer el bien». Fue beatificada el 30 de septiembre de 1984 por Juan Pablo II.

(23 de febrero de 2013) © Innovative Media Inc.

otros santos 23 de febrero:

- San Policarpo
- Santa Romina (o Romana)
- Beato Esteban Vicente Frelichowski

lunes, 22 de febrero de 2016

22 de febrero: Beato Diego Carvalho

n.: 1578 - †: 1624 - país: Japón
canonización: B: Pío IX 7 may 1867

Hubo dos sacerdotes jesuitas con el apellido de Carvalho, beatificados tras de haber muerto martirizados en el Japón en el año de 1624 (así como un fraile Agustino del mismo apellido que sufrió el martirio en 1623). Ambos eran portugueses, pero no estaban emparentados. Los sitios de su ejecución estaban a varios kilómetros de distancia uno del otro; en febrero murió el primero, expuesto al frío, y en agosto pereció el segundo (Miguel) en la hoguera. El beato Diego Carvalho (llamado a menudo Didacus, en latín), nació en Coimbra en 1578. A los veintidós años abandonó Portugal para trasladarse al Extremo Oriente, fue ordenado sacerdote en Macao y durante cinco años trabajó en los alrededores de Kioto, o de Miyako (i.e. capital) como se le llamaba entonces, hasta 1614, cuando estalló la terrible persecución. No se sabe a ciencia cierta si el padre Diego fue deportado o si se retiró por órdenes de sus superiores, pero el caso es que, al finalizar aquel año, partió de Macao con el padre Buzomi para iniciar una misión en Conchinchina. Pero en 1617, regresó al Japón y pasó el resto de su vida bajo condiciones muy arduas, en los distritos más boreales de la isla central. Por lo menos en dos ocasiones llegó hasta Yezo (llamada ahora Hokaido) y fue el primer sacerdote cristiano que ofició la misa en aquel lugar. También allí tuvo contacto con los aínos, de quienes dejó una interesante descripción en una de sus cartas.

La persecución hizo crisis en el invierno de 1623 a 1624. El padre Diego y otros cristianos fugitivos, escondidos en un remoto valle entre las colinas, fueron al fin descubiertos por las huellas que dejaron sobre la nieve. Existe un terrible relato sobre la brutalidad con que aquellos hombres fueron tratados después de su captura. A pesar de que se había desatado una tormenta de nieve y el frío era muy intenso. se les despojó de sus ropas hasta dejarlos medio desnudos, aguardando durante horas a la intemperie. Se les reunió atándolos en cuerda y fueron arriados para caminar a pie durante varios días, hasta Sendai. Dos cristianos del grupo, incapaces de seguir adelante, fueron decapitados allí mismo, y los soldados de la escolta probaron el filo de sus espadas cortando en pedazos los cadáveres desnudos.

Cuando llegaron a Sendai, el frío era intensísimo. El 18 de febrero, el padre Diego y unos nueve japoneses fueron despojados de las escasas vestiduras que aún les cubrían y les ataron sus manos por detrás a unas estacas clavadas dentro de agujeros llenos de agua helada. El tormento consistía en obligar a los mártires a sentarse en el agua y volverse a levantar a fin de que el hielo se formara sobre sus carnes. Al cabo de tres horas de este suplicio, se les sacaba de los agujeros y se les invitaba a renegar de su religión. Después de la primera etapa, dos de los mártires, imposibilitados para moverse, murieron sobre el suelo, a donde habían caído agonizantes. El padre Diego, quizá por habérsele dispensado algunas consideraciones durante la jornada, mostró mayor resistencia que los demás. Tras de aquella primera prueba, se puso en cuclillas a la manera japonesa y se concentró en la oración. Durante los cuatro días siguientes se hicieron nuevos intentos para convencer a los mártires de que renunciaran al cristianismo, pero sin resultado alguno. El 22 de febrero se reanudó el tormento. Durante toda la mañana estuvieron en los charcos, rezando lo más alto que podían, alentados por el sacerdote, que no cesaba de consolarlos con sus palabras. En el curso de la tarde, siete cadáveres colgaban de las estacas y, al caer el sol, únicamente el padre Diego seguía con vida. De acuerdo con el testimonio de algunos fieles que osaron acercarse a contemplar la horrible escena, murió a la medianoche. A la mañana siguiente, los cuerpos de las víctimas fueron cortados en pedazos y arrojados al río, pero la cabeza del padre Diego y las de otros cuatro mártires fueron recuperadas y conservadas como reliquias.

Noticia extraída del largo e interesante artículo del Butler-Guinea sobre los mártires del Japón, del 1 de junio (México, 1965, tomo II, pág. 431).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

(fuente: eltestigofiel.org)

otros santos 22 de febrero:

- Santa Margarita de Cortona
- Beata María de Jesús
- San Papías de Hierápolis

domingo, 21 de febrero de 2016

21 de febrero: San Roberto Southwell

A San Roberto la Iglesia de Inglaterra le debe gran parte de su vida. En su apostolado fue incansable. Recorrió gran parte de la isla. Sus escritos y poemas dieron un toque de arte al catolicismo postrado.


Niñez y juventud. 

Roberto nace a fines de 1561, en Horsham, muy cerca de Norwich, en Inglaterra. Isabel estaba en el trono desde hace tres años.

Su abuelo fue el comisionado real para vigilar la supresión del priorato benedictino de la Santa Fe. En una propiedad que quita a los monjes, construye su casa. Cuando joven toma parte en un falso testimonio contra Santo Tomás Moro. En los cambios religiosos de la reina María, Sir Richard Southwell navega audazmente entre dos aguas. Sobrevive a la transición por hacer sido escolta de la princesa María cuando ésta vivía en desgracia.

Su padre, también de nombre Ricardo, contrae matrimonio con Bridget Copley, de gran fortuna. El es protestante. Thomas Copley, el cuñado también fue compañero de una princesa caída, pero de Isabel. Más aún, Thomas, durante el reinado de María, toma la fe protestante. Isabel le agradeció siempre el gesto.

Sin embargo los Southwell mantienen, en su castillo, a un sacerdote católico. Por lo menos en los primeros años de Roberto. No sabemos por qué. Tal vez porque Bridget es católica. Su hermano Thomas ha vuelto a la fe de Roma al leer en 1562 las actas del Concilio de Trento. Con María se hizo protestante y con Isabel se hace católico.

La niñez de Roberto es muy tranquila. El es el menor de una familia de ocho hijos, cinco mujeres y tres hombres. En todo es semejante a la de otros niños nobles de la región.

De su infancia sólo conocemos un episodio. Pequeñito, en el parque del castillo, fue raptado por una mujer gitana la que dejó en la cuna a su propio hijo. Pero un instante después el aya puso a todos en movimiento y el niño fue rescatado. Y Roberto, para ella, guarda los mejores sentimientos de aprecio. Más tarde, ya sacerdote, la busca. Con amor la reconcilia con la fe católica.


En ambiente católico.

En 1571 su madre Bridget pasa una temporada larga en casa de su hermano Thomas Copley. Roberto tiene diez años y va con ella. En esa costa sur de Inglaterra el catolicismo es fuerte y se practica la fe en muchas casas. Los sacerdotes llegan, celebran misas, instruyen y confiesan.

Poco a poco Roberto comienza a practicar la fe de su madre. Ya se habla de los sacerdotes que se forman en el continente, en el Seminario fundado en Flandes por Sir William Allen quien se ha exiliado por la fe. Bridget, cuando vuelve a Horsham deja a Roberto en casa de los tíos. Allí podrá asegurar la fe que ha encontrado.

Poco después, Thomas Copley y su familia determinan exiliarse. Para la fe es más seguro vivir en el continente. Roberto pasa a vivir a casa de su primo John Cotton ubicada en una ensenada de la costa de Warblington. La familia Cotton es muy católica. El hijo mayor, Ricardo, es alumno de un Colegio jesuita en Bégica.


En el continente.

En 1576 Roberto y su primo John atraviesan el Canal y pasan a Francia. Desde Parí el agente los hace pasar a Flandes y los entrega sanos y salvos en manos de Sir William Allen. El Diario del Colegio Inglés de Douai tiene un registro fechado el 10 de junio: “Mr Cotton y Mr Southwell, ambos hijos de nobles, fueron traídos a nosotros desde Inglaterra por el mismo agente”.

El arreglo para Roberto consiste en que él vivirá en el Colegio Inglés, pero será alumno del Colegio de la Compañía de Jesús.

En el Colegio Inglés viven ciento veinte muchachos de diversas edades, entre 15 y 25 años. Todos vienen de Inglaterra y tienen buenos estudios. Los tutores son en su mayoría graduados de Oxford. El objetivo de Sir William Allen es preparar sacerdotes para Inglaterra.

El Colegio jesuita de Douai tiene mil alumnos. Es el primero de Bélgica. El currículo es el clásico.

Roberto se matricula en Humanidades. Estudia Cicerón y algo de Virgilio, Horacio, Ovidio y Cátulo. El griego, es lo necesario para entender el Nuevo Testamento y algunas homilías de San Juan Crisóstomo. Ejercita algo el teatro y se inscribe en la academia de oratoria. Pero su afición es la poesía y los jesuitas lo alientan. Escribe en inglés y traduce al latín. Como profesor tiene al célebre P. Leonardo Lessio.

Al término del año solicita formalmente ingresar en la Compañía de Jesús. Los Superiores le piden esperar, pues es muy joven. El discernimiento debe hacerlo con más calma.


Francia.

Su tío Thomas Copley y la familia viven en Lovaina. Lo visitan y Roberto pasa unos días con ellos. Thomas Copley insiste y convence a los dos primos a trasladarse a París, al famoso Colegio jesuita de Clermont.

En París, Roberto se dirige espiritualmente con el P.Thomas Darbyshire, célebre jesuita y uno de los primeros ingleses que dieron su nombre a la Compañía.

En París dos cosas importantes suceden a Roberto Southwell. Primero, comienza a formar su estilo literario. Después, continúa con su discernimiento.


Discernimiento vocacional.

Roberto fluctúa ahora entre la Cartuja que lo atrae por sus austeridades y la Compañía de Jesús que le puede hacer posible el regreso a Inglaterra a predicar la fe. El P. Darbyshire no influye. En la oración debe encontrar el camino. Le enseña a orar. Le da los Ejercicios. La calma vuelve, pero la decisión todavía no es clara.

El 15 de junio de 1577, Roberto vuelve a Flandes. Allí tomará la determinación definitiva. Su estadía en París ha sido de seis meses.

En Douai vuelve a la carga. Ora mucho y hace penitencia. El sabe que debe entregarse, pero la consolación no llega. De nuevo trata con un jesuita, esta vez con el P. Columbus. Al fin se decide por la Compañía de Jesús.

Pide el ingreso. Pero nuevamente es postergado. Es muy joven y es inglés. No tiene la licencia de los padres. Además es aficionado a los versos.


Roma

Roberto Southwell decide viajar a Roma. Tal vez piensa en el joven Estanislao de Kostka que diez años antes viajó desde Viena a la ciudad eterna. Con el sacerdote Edmund Holt y otros tres muchachos ingleses emprende el camino. Pasan por París. En el Colegio de Clermont saluda a su amigo el P. Darbyshire, obtiene su bendición y sigue viaje.

En Roma se aloja en el albergue de los peregrinos ingleses. Se pone en contacto con el jesuita inglés P. Roberto Persons y por tercera vez postula a la Compañía.


Ingreso al Noviciado.

El 17 de octubre de 1578 fue recibido en el Noviciado de San Andrés del Quirinal. En la misma casa, hace once años ingresó en la Compañía San Estanislao de Kostka. Roberto Southwell también tiene diecisiete años.

Es un buen novicio. Se conservan algunos apuntes espirituales sobre la firmeza de su vocación y la oración de contemplación, en un hermoso inglés.

Para el segundo año de noviciado Roberto es trasladado al Colegio Romano. La formación es confiada al P. Persons.


Los estudios.

En el Colegio Romano debe repasar los estudios de filosofía, hechos con algún desorden en Douai y en París. Entre sus profesores figuran San Roberto Bellarmino, Suárez y Clavius.

En los primeros días de abril de 1580 tiene el consuelo de conocer personalmente a San Edmundo Campion. Desde Praga ha sido llamado para iniciar la gran aventura de la evangelización inglesa. Roberto lo admira. Tienen las mismas aficiones por las letras y la poesía. Los dos son jesuitas y anhelan volver a la patria. Con cierta pena, alegría y nostalgia Roberto ve partir a sus amigos, los PP. Persons y Campion, en esa misión envidiable. Les pide rogar por él para, un día, unirse en la reconquista de Inglaterra.

El 18 de octubre de 1580 pronuncia los votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia. “Mi alma está ahora unida al Crucificado. El parecido total es el amor. El no parecerme es el olvido”.

En 1581 da su examen final de filosofía. Se conserva el testimonio de un amigo: “Su talento y capacidad lo hicieron triunfar. Lo digo sin exageración. Fue el más brillante de todos”.


En el Colegio Inglés de Roma.

Inmediatamente Roberto es trasladado al Colegio Inglés, en el Campo de Fiori. Debe iniciar los cursos de teología en la Universidad Gregoriana y al mismo tiempo ser tutor de estudios filosóficos de sus compatriotas ingleses.

El Colegio Inglés crece. Roberto recibe con entusiasmo a los 22 jóvenes que desde Inglaterra envía su amigo Campion. Los alumnos son ahora casi setenta. ¡Qué juventud tan excelente!. Diez de estos jóvenes morirán mártires, otros veinte pasarán años en las cárceles, diez morirán antes de terminar los estudios. Solamente unos pocos vivirán ocultos predicando la fe.

Roberto anima. Escribe incansable cartas a todos, a los amigos de Francia, Flandes y Nápoles. Redacta y publica las Cartas Anuas del Colegio Inglés. La situación de la Iglesia de Inglaterra pasa a ser muy conocida y la ola de simpatía se expande por los países del continente. Solamente las autoridades de la isla se esfuerzan por aminorar los esfuerzos de los católicos.

Entre los discípulos de Roberto Southwell hay algunos verdaderamente célebres. Entre ellos cuenta a San Enrique Walpole quien muy pronto pasa a la Compañía. También están los bienaventurados George Haydock, Christopher Bailey, Edmund Duke, John Ingram, Christopher Buxton y Polidoro Plasden.


La ordenación sacerdotal

En 1585, a los veinticuatro años recibe en Roma la ordenación sacerdotal. No sabemos exactamente la fecha. De inmediato es nombrado Prefecto general de estudios y Director de la Congregación mariana en su querido Colegio Inglés.

El trabajo sigue igual. Pero el corazón de Roberto está en Inglaterra. Una y otra vez reza y discierne.

“El deseo del martirio está siempre muy presente en mí, con fuerza, humildad y devoción. Sin embargo no puedo estar seguro de que este deseo sea una garantía de dar la vida por defensa de la fe. He manifestado mis deseos al Superior, que él decida. La vida y la muerte están en tus manos, querido Jesús. Cualquiera que des no es pérdida para ti, pero la muerte para mí es ganancia. Entonces, déjame morir y venir a Ti, querido Jesús. No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú. Que se haga tu voluntad”.

La ciudad de Roma, la que quiere dejar, está en su apogeo. Ha vivido en ella casi ocho añs. Gregorio XIII es el gran pontífice que gobierna a la Iglesia. Tan amante de Inglaterra. El P. Claudio Acquaviva es el General de la Compañía, otro gigante. Roberto asiste, con gozo, a la inauguración de la Universidad Gregoriana. Toma parte activa, con sus alumnos, en la consagración de la Iglesia del Gesù. Presencia la llegada de los japoneses enviados desde Oriente. Se conmueve con el ingreso del príncipe Luis Gonzaga a la Compañía de Jesús.


El discernimiento final

En enero de 1586 envía al P. Claudio Acquaviva su informe sobre la marcha del Colegio Inglés. Al final pone un párrafo con su petición tanto tiempo discernida.

“Respecto a mí deseo agregar una sola cosa. La he rezado mucho y la deseo con toda el alma. Ha decidido usted que yo me entregue a los ingleses, aquí en Roma. Pero también puede ser decisión suya, con inspiración de Dios, que yo tenga la misma misión en Inglaterra, con el martirio como objetivo. Jamás dejaré de competir con Dios, en la oración, para conseguir esta gracia. Al Señor le pido que a usted lo conserve por muchos años”.

Al P. General le toca ahora discernir. No quiere desprenderse del P. Southwell. Sir William Allen y el P. Roberto Persons han pedido expresamente a Roberto Southwell. La misión inglesa lo necesita. Ora mucho y decide: los PP. Enrique Garnet y Roberto Southwell irán a Inglaterra.


El viaje a la patria

En la mañana del ocho de mayo de 1586 tres jinetes atraviesan el viejo puente Milvio. El P. Persons quiere cabalgar un poco con sus dos amigos. Los acompaña hasta la vía Flaminia. Les da instrucciones y los nombres de quienes pueden ayudarlos en Londres. Les suplica visitar a su anciana madre y confortarla. Los bendice y vuelve a su trabajo.

Garnet y Southwell se detienen en Loreto, después en Modena, Parma Piacenza y Milán. Siempre en casas de la Compañía. Atraviesan los Alpes y van a Francia. Los espías del gobierno inglés ya han informado de su partida. “Dos jesuitas van a Inglaterra. Los dos son muy jóvenes. El P. Southwell y el P. Garnet. Dios sea propicio”.

En junio llegan a los Países Bajos. Douai es la casa espiritual de Southwell, por mil razones. Descansan quince días. En Saint Omer, los jesuitas los reciben y les preparan la travesía hacia la patria. El 15 de julio está todo listo. Saldrán al día siguiente. San Roberto escribe su última carta del continente, a su amigo el P. John Deckers que vive en el Colegio de Douai.

“Por fin he llegado al borde de la muerte. Te pido me ayudes con tus oraciones. Bien veo adónde me encamino. El Señor es quien me envía. Yo no temo, pues El estará a mi lado para ayudarme”.


Inglaterra.

En la madrugada del día subsiguiente levantan anclas. Tienen viento contrario durante toda la noche con gran angustia de la tripulación. Al amanecer el viento cambia.

En una playa solitaria, entre Dover y Folkestone, desembarcan.

A los dos días llegan a Londres. Proceden con extrema cautela. Algunos católicos les indicaron que eran buscados. Southwell y Garnet pasan a vivir a la casa de Sir Francis Browne, convertido a la fe católica seis años antes por el P. Roberto Persons. Allí se entrevistan con el P. William Weston, el único jesuita que ha logrado eludir a los cazadores de sacerdotes.

Como el cerco se estrecha, el P. William Weston los conduce a Hurleyford a casa de Richard Bold, un recién convertido de Weston, que tiene un amplio espacio en su casa de campo. Richard Bold y su mujer viven en paz y practican fervorosamente su fe.


Los primeros planes

En Hurleyford, los jesuitas organizan todo el plan de acción. Los sacerdotes que llegan del continente son cada día más numerosos y es necesario distribuirlos en lugares seguros.

A su regreso a Londres Roberto Southwell se instala en la mansión de Lord William Vaux, en Hackney. El hijo es poeta y se aficiona a Roberto. La casa pasa a ser el centro de operaciones apostólicas. De día, ora y escribe. De noche, se desliza por las calles de Londres. Con su amigo Henry Vaux, su ángel guardián, visita a todos los católicos. Termina por conocer de memoria las calles de su querida ciudad.

Para la instrucción, formación y consuelo de sus amigos escribe numerosas cartas, libros y poemas. Tiene tiempo en las muy largas horas del día. Todos ellos son impresos en la pequeña tipografía instalada en la casa de la condesa de Arundel.


El continuo asedio

La búsqueda de las autoridades inglesas es incesante. Hay un verdadero odio por los escritos de Southwell y la fortaleza de los católicos que lo defienden. Dos veces están a punto de detenerlo.

Los cazadores llegan a las seis de la mañana. Antes que pueda dar la alarma, el piquete detiene a la portera. Southwell está en la capilla con dos sacerdotes al final de la Misa. Al ruido en el primer piso, baja Lord William Vaux y con aplomo exige guardar las espadas. Si es absolutamente necesario hacer un registro, éste debe hacerse con dignidad. Muy inglés. Después de un diálogo que trata de alargar, permite pasar a los soldados. Entretanto Lady Vaux esconde los vasos sagrados e introduce a los sacerdotes en el escondite. “Yo oí cómo ellos me buscaban. Golpearon los muros y rompieron maderas buscando el lugar secreto. No me encontraron, a pesar de estar separado de ellos por un tabique”.

La mansión es sitiada y Roberto permanece varios días en el lugar secreto. “La casa de tal manera fue vigilada que yo por muchas noches debí dormir con mi ropa puesta, en un sitio muy estrecho e inconfortable. Estoy todavía libre, pero obligado a sufrir el encierro”.


Con la condesa de Arundel.

En el mes de diciembre Roberto recibe un llamado de la condesa de Arundel, Ana Dacre, esposa del futuro Bienaventurado Felipe Howard, prisionero en la Torre de Londres, y a quien la Compañía de Jesús debe extraordinarios servicios. Ella vive en un barrio casi enteramente protestante. Con valentía Roberto va y la conforta. Decide también aceptar su invitación y trasladarse a su casa. En esa parte de Londres, los cazadores de sacerdotes no buscan presas.

Durante dos años Roberto Southwell hace allí una vida oculta y solitaria. Es un huésped venido de lejos, un pariente enfermo. Su verdadera identidad es ignorada por todos, a excepción de los señores. Cualquier criado puede denunciar por una recompensa. No se asoma a la ventana y come en su aposento. Si alguna vez sale, lo hace de noche y disfrazado de sirviente.

El apostolado lo hace, las más de las veces, a través de la condesa de Arundel, siempre dispuesta a acudir allí donde hay una necesidad o una obra buena que cumplir. El P. Roberto Southwell puede acompañarla como un miembro más de su servicio.


Campeón de la fe.

La admiración hacia Southwell crece cada día entre los católicos, y aún entre no pocos protestantes. Nadie puede explicar cómo este hombre se multiplica. Sus escritos están en todas partes.

Escribe “Una Carta de Consuelo a los Sacerdotes, nobles y laicos perseguidos por la Fe católica”. Es un documento que conmueve a los cristianos perseguidos. De inmediato va a la imprenta y es profusamente difundido. Es una carta que revive los días de la gran devoción de Inglaterra. La excelencia y ritmo de su estilo entusiasma a los ingleses. “Nuestra infancia es un sueño, nuestra juventud una locura, nuestra edad adulta un combate, toda nuestra edad muy débil, nuestra muerte un horror. Cuando Inglaterra fue católica, tuvimos gloriosos confesores, hoy nuestra gloria son los mártires”.

Escribe también una carta hermosísima a Felipe Howard, el conde de Arundel, prisionero en la Torre y sentenciado a muerte desde el 18 de abril de 1589. En esa carta expone sus mejores sentimientos y argumentos. La gracia del martirio es el mejor medio para demostrar a Dios el amor hacia El y a la Iglesia. Es un documento entre dos Santos. La carta de San Roberto Southwell sostiene de una manera increíble a San Felipe Howard once años, hasta su santa muerte en la carcel, el 19 de octubre de 1591.

Roberto tiene en Londres una serie de sacerdotes trabajando con él. Del Colegio Inglés de Roma están sus antiguos alumnos Richard Leigh, Christopher Buxton, Robert Moreton, futuros mártires, Robert Charnock y Robert Gray. Del Colegio de Rheims llegan dos magníficos misioneros, Anthony Middleton y William Gunter, quien también será mártir. Todos están alojados por él en una casa de la condesa de Arundel, en Londres.

San Roberto escribe al P. General: “A pesar de todo, la fe crece en la tormenta, y nuestra Arca de Noé exultante remonta las olas”.


La Invencible Armada.

La invasión de Inglaterra por la fe, conmueve a San Roberto. Todo el mundo sabe que Felipe II prepara la Invencible Armada. Los ingleses no quieren la guerra. Sólo anhelan paz y libertad. San Roberto sufre, porque a los católicos se los quiere presentar como a enemigos de su propia patria. El se multiplica. Habla y escribe. El inglés católico es fiel y obediente a la reina. No quiere su derrota.

En septiembre de 1588 el peligro ha terminado. Hay un suspiro de alivio. Pero pronto se transforma en nueva angustia. La persecución religiosa atemperada por el peligro y el deseo de asegurar la simpatía de la población, se hace ahora más dura. Una carta de San Roberto al P. Acquaviva da un muy buen testimonio.

“No sé si el llorar en soledad las penas de mi tierra sea mejor que exponer su miseria a las naciones extranjeras. Yo sé que la historia de nuestros sufrimientos mueve a la piedad. Tengo mucho miedo de que la tiranía de nuestros perseguidores será un mayor daño para el nombre de Inglaterra que la gloria por la valentía de los mártires. Cuando el peligro de la guerra termina y la armada es dispersada, nuestros gobernantes vuelven los ojos a nosotros. El odio hacia los españoles se descarga sobre los ingleses. Los infortunados que caen en prisión son llevados con violencia a las cortes. Allí son examinados. No, sobre lo que han hecho, sino sobre lo que pensaban hacer. ¿Qué intenciones habrían tenido si la derrota hubiera caído sobre Inglaterra­?. Si uno se niega a contestar, es acusado de rebelión y traición. Si alguno dice que nunca hubiera actuado contra la reina y el país, es considerado hipócrita y mentiroso. La única respuesta que esperan los jueces es la que sirve para llevar a la condenación. No se saca nada con atestiguar firmemente la obediencia y lealtad a la reina. Los sacerdotes dicen que han sido ordenados y que no recuerdan el nombre del obispo. Los laicos aseguran que desean luchar por la reina y el país, contra todos sus agresores. Esas respuestas de nada valen. Los jueces deciden la muerte sólo porque son sacerdotes, porque han ayudado a sacerdotes o porque se han reconciliado con la Iglesia de Roma”.

Entre los que sufren condenas están sus sacerdotes amigos William Gunter y Richard Leigh. En las dos sentencias San Roberto está presente.

Los condenados por el desastre de la Invencible Armada son treinta y tres.


Ministerios.

“Todo el viaje lo hice a caballo, recorriendo una gran parte de Inglaterra en los días más duros del año. Escogí los peores caminos y el clima más riguroso. Con torrentes de lluvia y viento los mensajeros de la reina no vigilan. Camino sin preocuparme del frío. Las tormentas que levantan los enemigos son más temibles. Pero lo peor de todo es el frío del alma. Ruegue por mí, para que algún día pueda cabalgar tranquilo, para que pronto llegue la primavera y las flores de nuestros campos entreguen a todos su aroma. Deseamos esto con toda el alma, en esta nación pedregosa y desierta. Cada seis meses hacemos una confesión general el uno con el otro, y renovamos los votos. En esto tenemos consolación, en la montaña de trabajos”.

Uno de los ministerios preferidos de Roberto es el visitar las cárceles. Con uno u otro pretexto se las arregla para llegar a los prisioneros. A veces como un criado de la familia que envía algún socorro. Otras veces, disfrazado de pariente. Siempre alegre, siempre servicial. Para todos es consuelo.

No descansa. Visita a los católicos fieles, también a los débiles. Confiesa, dice Misas, predica y escribe sermones y poemas.

En octubre de 1589 escribe una carta muy larga a su padre, Richard Southwell que ha tenido la debilidad de aceptar exteriormente prácticas de la nueva fe. Todo por las deudas contraídas. San Roberto lo insta a volver y a mantenerse firme en la fe católica.

Con los jesuitas recién llegados, Edward Oldcorne, futuro mártir beatificado y John Gerard, compañero inseparable, recorre de nuevo buena parte de Inglaterra. El Superior, el P. Enrique Garnet envía con ellos al fiel carpintero San Nicolás Owen para que prepare los escondites.

Así, el nombre del P. Roberto Southwell pasa a ser conocido como uno de los más célebres jesuitas, entre los perseguidores y los católicos perseguidos.

En 1589 y 1590 San Roberto asiste a muchas muertes. Entre los mártires, están sus amigos sacerdotes Christopher Bailey, Anthoney Middleton y Edward Jones. Pero a quien se busca es a él, Roberto Southwell, “el Jefe principal de los Papistas”.


Se estrecha el cerco

En el año 1591 las autoridades terminan por estrechar el cerco sobre Roberto Southwell. Ya no tienen dudas. El es el principal causante de la resistencia católica. El el autor de los impresos que corren en Londres e Inglaterra. Urge detenerlo y su captura es recomendada a los principales espías y cazadores de sacerdotes.

En el primer semestre de ese año Roberto Southwell y su compañero jesuita John Gerard, a caballo recorren buena parte del país. El 14 de octubre regresan a Londres para asistir a la reunión convocada por el P. Enrique Garnet. Es un retiro de oración y renovación de votos. Se reúnen once jesuitas en la casa de San Roberto. Garnet da las pautas de oración y después señala las nuevas misiones. Es una muy buena organización del Superior. El día 18, festividad de San Lucas, aniversario del ingreso de Roberto renuevan todos los votos de la Compañía. En la misma tarde se despiden los primeros cuatro sacerdotes.

A las cinco de la mañana del día 19, cuando los sacerdotes restantes están en Misa y oración, a punto de dispersarse, las calles que rodean la casa son bloqueadas. El inmenso portón de entrada es violentado y los cazadores pretenden entrar al patio. Los sirvientes con horquetas los rechazan. El tumulto es grande.

Dejemos la palabra al P. John Gerard, presente ese día:

“El P. Roberto Southwell estaba al comienzo de la Misa, los demás estábamos en oración. De repente oí el alboroto en la puerta principal. También oí a los sirvientes que impedían el acceso. El P. Southwell también oyó el griterío. De inmediato adivinó lo que estaba sucediendo. Rápidamente se sacó los ornamentos y desmontó el altar. Mientras lo hacía, nosotros tomamos todas nuestras cosas. No dejamos nada que pudiera delatar la presencia de un sacerdote. Algunos salieron y dieron vuelta los colchones de las camas para engañar a los que fueran a inspeccionarlas. Afuera, los rufianes gritaban y chillaban, pero los sirvientes sostenían la puerta. Dijeron que la dueña de casa estaba en el piso superior, pero que vendría a conversar. Este forcejeo entre sirvientes y asaltantes nos dio tiempo para acarrear todo y meternos en el estrecho escondite secreto.

Cada uno de nosotros procuró que los cálices, ornamentos y cualquier signo religioso fueran llevados al escondrijo. La dueña de casa se ocultó para no ser detenida y tener que dejar solos a sus pequeños hijos. La hermana menor se hizo pasar como responsable.

Los cazadores buscaron en toda la casa. Dieron vuelta todo lo imaginable. Cada cosa fue examinada rigurosamente, los guardarropas, los baúles y también las camas. Por suerte no revisaron los establos donde estaban ensillados los caballos. Después de horas, Ana Vaux los invitó a desayunar. Comieron y se fueron.

Cuando no hubo peligro, salimos como Daniel desde el horno. El escondite estaba bajo la tierra y el agua cubría totalmente el suelo. Yo estuve con los pies en el agua todo el tiempo. Allí estaba también el P. Garnet, el P. Southwell, el P. Oldcorne, el P. Stanney y yo. También con nosotros, dos sacerdotes seculares y tres laicos”.

En los últimos meses de 1591 Roberto Southwell escribió su “Una Humilde Súplica” dirigida a la reina Isabel. Este documento de 50 páginas es una conmovedora apología de la lealtad de los católicos y un llamado angustioso a cesar la persecución. La imprenta se encarga de reproducirlo y de hacerlo llegar a todos los ingleses. Los fieles a la antigua religión quedan confortados; las autoridades se afirman en el odio.

En la casa clandestina de Londres ordena sus escritos y los da a la imprenta. Su célebre poema “El dolor de Pedro” lo dedica “A mi benemérito y querido pariente, el maestro W.S” y lo firma “Tu amante primo, R.S.”. Para los críticos ese primo es el escritor William Shakespeare, inclinado a la fe católica. Son muchos los argumentos que avalan este juicio. Por lo demás, Shakespeare siempre admiró la poesía de Southwell.


Traicionado.

En 1592 es traicionado. En el pequeño pueblo de Woxingdon vive la familia Bellamy, católica, dirigida antes por el P. Persons y ahora por Southwell. La hija, Ana Bellamy, fervorosa católica, es detenida. Prisionera en la Torre de Londres, es violada y espera un hijo. A los tres meses, en abril de 1592 cede a los tormentos. Para obtener la libertad, acepta ser instrumento para la captura del P. Roberto Southwell. Richard Topcliffe, el más célebre cazador, se encarga de hacer cumplir el compromiso.

Ana Bellamy pide al Padre que la visite, pretextando tratar cosas de su alma. El Padre acude y es recibido con la cordialidad de siempre. Confiesa, celebra la Misa y da la comunión a los de la casa. Pero, a medianoche Topcliffe y un grupo armado llegan a la casa. No es posible huir y todos se reúnen en el gran hall. El cazador no conoce a Southwell, pero su porte es semejante al que le han contado.

¿Quién es usted?, pregunta Topcliffe. “Un huésped”, responde Southweell.

Topcliffe grita: “Ud. no tiene derecho a usar esa palabra. Ud. es sacerdote, un traidor y jesuita”.

Southwell contesta: “Eso, usted debe probarlo”. Dice esto para no comprometer a la familia.

En el grupo de Topcliffe hay un renegado católico. Este jura que es Southwell y que él lo ha visto celebrar la Misa. El cazador, entonces lo detiene. Como el prisionero es importante el jefe de guardia escribe de inmediato a la Reina:

“Persuádase Su Majestad, que nunca he logrado apresar a una persona más importante”. Y solicita la licencia para iniciar torturas. Es el 5 de junio de 1592.


Prisión.

La prisión y el lugar de tormentos, en los primeros días, es la propia casa de Topcliffe, en Westminter. No sabemos exactamente cuál haya sido el instrumento usado para atormentar a Southwell.

El P. John Gerard anota: “Era un instrumento muchísimo peor que el ecúleo. Suspendían al Padre en una pared, atándole las muñecas con unos hierros que tenían una argolla afilada. Por ser la celda muy baja, para que los pies no llegaran al suelo, le doblaban las piernas amarrándolas a los muslos. Así podían tenerlo colgado, por horas, hasta producir el desmayo. Desmayado, lo soltaban y lo hacían volver en sí con aguardiente provocándole vómitos de sangre. Y luego volvía el tormento”.

El mismo P. Roberto Southwell, en el tribunal, poniendo a Dios por testigo y ante Topcliffe, presente, aseguró que se le había sometido diez veces a ese tipo de tortura.


En la Torre de Londres

El 30 de junio de 1592 es trasladado a la cárcel de Gatehouse y allí arrojado en el subterráneo. A los dos meses le presentan ante los jueces. Su estado es verdaderamente lastimoso. Cubierto por parásitos, conmueve aún a los más endurecidos.

Su padre, Richard Southwell aterrado, se presenta a la Reina y le suplica acordarse de que su hijo ha nacido noble. Si es culpable, que sea condenado. Pero suplica que no lo dejen morir de esa forma en la cárcel.

Accede la Reina a que el padre le entregue ropa y libros, pero será trasladado a la Torre de Londres con estricta incomunicación. Southwell recibe un breviario y las obras de San Bernardo pedidas por él.

Dos años y medio permanece en la Torre. En el breviario, escribe con una aguja:

“Mi Dios y mi todo. Dios se dio a ti. Entrégate tú a EL”.

No sabemos m s acerca de esos largos meses.

Sabemos, eso sí, que estuvo preso en un sitio cercano al de San Enrique Walpole y al de San Felipe Howard. Su Superior, el P. Enrique Garnet, escribió más tarde a Roma:

“Mientras estuvo allí jamás pudo celebrar Misa ni confesarse. No pudo hablar con nadie que pudiera darle algún consuelo. Y sin embargo llegó al juicio y a la condena con un ánimo entero, tranquilo y dueño de sí. Como si hubiera estado en compañía de amigos y gozado de una celebración”.


Las acusaciones.

A los dos años y medio es enviado a la prisión de Newgate, la más dura de las cárceles inglesas. Tres o cuatro días permanece en el Limbo, la celda subterránea donde los condenados esperan el llamado del verdugo. El carcelero le hace entrega de una cama y de unas candelas las que ha hecho llegar un católico desconocido. El 20 de febrero de 1595 es conducido al tribunal.

Al llegar, Southwell saluda cortésmente. No conoce al Presidente. Alguna vez ha visto al Procurador general. Y muchas veces a Richard Topcliffe.

Se le acusa formalmente de haberse ordenado sacerdote fuera de Inglaterra, no obstante las leyes del Reino. De haberse hospedado en casa de los Bellamy para sus ministerios.

El P. Roberto Southwell responde con serenidad: “No niego que he regresado a Inglaterra, aún conociendo las leyes que lo prohiben. Tampoco niego que yo soy sacerdote por autoridad del Romano Pontífice. Más bien doy gracias a Dios por ello. Invoco a Dios por testigo de que al regresar a mi patria no he tenido ni el más m¡nimo pensamiento de perjudicar a la reina, al país o a la seguridad pública, sino sólo el deseo de hacer bien a las almas”.

El Presidente interrumpe con violencia: “No se trata de responder a la acusación. Usted debe declarar si se reconoce culpable, o no”.

Southwell dijo: “No soy culpable de ninguna traición”.

Los jueces llevan la interrogación al terreno de la restricción mental. El P. Roberto Southwell es acusado de haber enseñado a Ana Bellamy de que ella puede asegurar, aún bajo juramento, no haberlo visto. Es una doctrina pestilencial, dice el fiscal, capaz de arruinar a cualquier gobierno.

Southwell responde: “Permítanme demostrar que ustedes no son buenos súbditos ni amigos fieles de la reina”.

“Hágalo”, dice el fiscal.

Southwell inicia su argumento: “Supongamos que la reina, injustamente perseguida por un rey enemigo, se refugia en un escondite conocido sólo por ustedes. Díganme ¿qué deberían ustedes hacer en conciencia, si quisieran obligarlos a delatarla?. ¿Serían malos súbditos si juraran no saber nada?.

El fiscal, sorprendido, dice: “Su caso es diferente”.

“No, señor, es el mismo”, responde Southwell, “solamente están cambiadas las personas”.

Después el fiscal ante los doce jurados, diserta sobre las palabras de Cristo: “Dad al César lo que es del César”. Con ello pretende demostrar que la reina no tiene en la tierra ningún superior, en lo humano y en lo divino. Dice también que el acusado, obedeciendo al Papa, se ha rebelado contra su legítima soberana. Se ha convertido así en su enemigo.

San Roberto Southwell contesta: “Muy justo es, que se dé al C‚sar lo que es del César. Ni yo, ni ningún católico, negamos a la reina lo que en justicia se debe a un príncipe temporal, que es lo que exactamente significa la palabra “César”. Pero, ¿dónde queda la otra parte de las palabras de Cristo: “Dad a Dios lo que es de Dios”?. ¿En qué Evangelio encuentra el señor fiscal que la religión, la fe, las almas y cuanto es necesario para la eterna salvación, como son los Sacramentos, y el orden sobrenatural y divino, pertenece a un príncipe temporal?. ¿Dónde ha leído que Cristo haya dado la investidura del reino espiritual y el poder de las llaves a otra persona que no sea Pedro, y en Pedro a sus legítimos sucesores?. ¿No sería mejor repetir aquí las palabras de los Apóstoles ante el Concilio: Juzgad vosotros si debemos obedecer a los hombres antes que a Dios?


Condenación a muerte.

El jurado está ausente sólo un cuarto de hora. El presidente impone silencio y lee la sentencia: muerte.

Al día siguiente el carcelero le avisa que debe prepararse para el suplicio.

“Gracias por la noticia. Es lo mejor que yo puedo recibir en este mundo”, le contesta Southwell. Y le regala su birrete de jesuita.

El carcelero, a pesar de ser protestante, tiene en mucho aprecio este regalo. Jamás quiso cederlo, por más que los católicos se lo pidieran con ruegos, razones y ofertas.


Martirio.

Antes de salir a Tyburn, el lugar de la ejecución, le dan a beber un brebaje. No lo rechaza, lo bebe entero. “Gracias, está muy bueno. Esto alegra el corazón”.

Afuera, en el crudo aire matutino, con un nudo en la garganta, él contempla la carreta en los adoquines. “Es un buen púlpito para un siervo tan inútil”. Un campesino, que espera con la multitud dice: “Dios te bendiga y te dé fuerzas”.

La procesión continúa siguiendo la pendiente de las aguas servidas. Una joven, una de sus primas, se acerca a pesar de los guardias, se arrodilla y dice: “Padre Roberto, ruegue por mí para que yo pueda seguir por el camino que usted me enseñó”.

El la bendice, con sus manos atadas: “Querida prima, gracias. Yo te ruego rezar por mí”.

Después le dice que tenga cuidado con el barro que levantan los caballos. Pero como ella sigue junto a él, le insiste en que no debe arriesgarse. “Ellos te van a detener y te pondrán en prisión”.

Cruzan el río y apuran el paso en el campo abierto. Hay mucha gente en el camino. Roberto, tratando de sonreír con esfuerzo, saluda siempre. Su porte esbelto y joven, los cabellos rubios y los tristes ojos azules gana a muchos. Es el condenado más simpático que han visto las multitudes en el último tiempo.

Al llegar a Tyburn, el verdugo le enjuga la cara y las manos con un pañuelo. Roberto mira hacia la multitud. Parece buscar a alguien. Después hace un ovillo con el pañuelo y lo tira hacia la persona que buscaba.

En el cadalso pregunta al verdugo si puede decir unas palabras. Sí, por supuesto. Hace el signo de la cruz y habla: “Cuando vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; en la vida y en la muerte somos del Señor”.

El ayudante del capitán lo interrumpe: “Termina, pide a Dios que tenga misericordia de ti”.

Con calma Roberto le suplica: “Déjeme hablar, diré solamente unas palabras. No diré nada ofensivo de la reina ni del estado”.

Es evidente que la gente quiere oírlo. Lo dejan.

“He llegado aquí para el último acto de mi pobre vida. Ruego y suplico a nuestro Salvador Jesucristo, por cuya pasión y muerte espero salvarme, que me perdone todos los pecados de mi vida. Confieso que soy sacerdote católico de la Santa Iglesia de Roma y pertenezco a la Compañía de Jesús. Doy gracias a Dios por ello”.

De nuevo es interrumpido. Esta vez es el capellán de la Torre: “Usted acepta los decretos del Concilio de Trento. Según ellos nadie puede estar seguro de obtener la salvación. Si usted dice que será salvado, está contradiciendo al Concilio. Si usted tiene dudas, también nosotros debemos dudar necesariamente”.

San Roberto le dice: “Querido señor ministro, por favor, déjeme terminar. Por el amor de Dios, déjeme hablar”. El ministro no quiere hacerlo, pero la multitud comienza a gritar: “Déjenlo. El rezará por la reina, dejen que lo haga”.

Siguiendo los deseos de la turba, San Roberto dice:

“Respecto a la reina, el Dios Omnipotente sabe que jamás intenté algo contra su persona. Todos los días he rezado por ella. En este corto tiempo que me queda de vida yo imploro al Todopoderoso, por su tierna misericordia, por su sangre preciosa y por sus gloriosas llagas que le dé a ella el poder usar todos los dones y gracias que el mismo Dios y la Naturaleza le han dado. Pido que ella pueda agradar y glorificar a Dios, que pueda conseguir la felicidad de nuestro país y que obtenga la salvación del cuerpo y del alma. Encomiendo además a Dios Todopoderoso a éste mi pobre país para que por su infinita misericordia conozca la verdad y lo glorifique. Por último, pido a Dios por mí¡. Esta es mi muerte. Es el fin de esta pobre vida y el inicio de la vida eterna”.

El capellán y los oficiales no lo dejan terminar. Con gritos le dicen que no ha pedido perdón de sus crímenes a la reina. Ya un poco cansado contesta:

“Si yo he ofendido a la reina con mi regreso, humildemente deseo que lo olvide. Yo acepto este castigo con agradecimiento. Pido a todos los católicos que recen conmigo para no turbarme y debilitarme en este trance. He vivido y ahora muero como católico”.

El verdugo se acerca entonces con la capucha de cuero y la soga. Roberto se vuelve a él y le ayuda a desenredar el nudo. Levanta el mentón para que pueda colocarla. Después dice:

“Santa María, siempre Virgen, los ángeles y los santos me ayuden”.

Cuando pronuncia las palabras: “Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”, el verdugo quita el carro y Roberto queda en la horca. Sin embargo el lazo no está bien puesto y por lo tanto no aprieta totalmente la garganta. Queda suspendido, vivo, medio ahogado, con los ojos abiertos, y el rostro sereno. Con la mano derecha hace el signo de la cruz. Con esfuerzo dice: “En tus manos, Señor…”.

El verdugo se cuelga, entonces, de sus piernas. En ese momento muere.

De inmediato le abre el pecho y le saca el corazón para mostrarlo al pueblo. Rompe los miembros, conforme a la sentencia y los echa al caldero.

Es el 22 de febrero de 1595 y Roberto tiene 33 años.


Glorificación.

San Roberto Southwell es canonizado el 25 de octubre de 1970 conjuntamente con San Edmundo Campion, San Alexander Briant, San Enrique Walpole y con otros cuatro ingleses y dos galeses, todos mártires jesuitas. También el mismo día es canonizado San Felipe Howard, el esposo de la condesa de Arundel en cuya casa vivió San Roberto Southwell.

(fuente: www.cpalsj.org)

otros santos 21 de febrero:

- San León Karasuma
- San Germán de Granfeld
- San Pedro Damián 

sábado, 20 de febrero de 2016

20 de febrero: San Eusquerio de Orleans

Obispo

Significa “de buena mano”. Viene de la lengua alemana.

Este joven francés, nacido en Orléans en el año 695, sintió en su corazón la llamada de Dios para hacerse religioso.

Entró en la célebre abadía de Jumièges y se pasó en ella siete años con una felicidad que irradiaba todo su rostro.

Sin embargo, Carlos Martel- oyendo las peticiones de los ciudadanos -, lo sacó de allí para nombrarlo obispo. El no quería e hizo oídos sordos.

Entonces Carlos Martel le envió una carta, en la le decía que si no salía de buena voluntad, mandaría a sus soldados a que se lo llevasen.

Ante este mandato, no le cupo más salida que dejar la abadía con todo el dolor de su alma.

Todo le fue de maravilla hasta que, al día siguiente, se declaró la batalla de Poitiers (732).

Al darse cuenta de que tenía que salvar a los soldados de caer en las garras del Islám, el propio Carlos, enfado y de mal genio, robó todo lo que pudo en la abadía.

Todo el mundo obedecía ciegamente a Carlos. Tan sólo Eusquerio tuvo la fuerza y el valor de levantar una protesta formal contra lo que había ocurrido.

A renglón seguido lo expulsaron a Colonia y le destituyeron de obispo. Colonia, que sabía de sus méritos y valentía, lo acogió con los brazos abiertos.

Lo alojaron en el palacio y le pidieron que los domingos presidiera la función solemne en la bella catedral, junto al Rhin.

Carlos, enfurecido, acudió a quien tenía poder para lograr que volviera de nuevo. El duque Roberto le dijo que el obispo nunca más volvería a Orléans. Pasado el tiempo, volvió a la abadía de Jumièges, en donde murió el año 738 tal día como hoy."

(fuente: churchforum.org)

otros santos 20 de febrero:

- San Tiranión de Tiro
- Beata Jacinta Marto
- San León de Catania

viernes, 19 de febrero de 2016

19 de febrero: Beato Álvaro de Zamora de Córdoba

En Córdoba, en la región española de Andalucía, conmemoración del beato Álvaro de Zamora (o Álvaro de Córdoba), presbítero de la Orden de Predicadores, que se hizo célebre por su modo de predicar y contemplar la Pasión del Señor (c. 1430).

Álvaro es natural de Zamora, donde nace a mediados del siglo XIV. Se da la fecha de 1368 para su entrada en la Orden. Durante muchos años, fue profesor de teología en el colegio de San Pablo de Valladolid, para en 1416 recibir el magisterio en teología en la Universidad de Salamanca. Ingresó en la Orden de Predicadores en 1368. Fue confesor de la reina Catalina de Lancaster y del futuro Juan II de Castilla. Se puede pensar, por tanto, que como san Vicente Ferrer, su contemporáneo tuvo gran influjo en la situación religiosa y política de Castilla y en la situación de la Iglesia dividida por el cisma.

En orden a realizar las consignas de la reforma de la orden propuesta por el beato Raimundo de Capua, entre los años de 1418-1420 viaja a Italia y a Tierra Santa. Cuando vuelve, todo su trabajo se centrará en la fundación del convento de Escalaceli, cerca de Córdoba, que va a ser la cuna de la reforma dominicana en España, de la cual el beato Álvaro es Prior mayor.

En su convento propone una meditación localizada en la pasión del Señor con la construcción de dos capillas y dando en la toponimia del lugar, un reflejo de los mismos lugares de Jerusalén, por lo que indudablemente puede ser considerado como el introductor en Europa de la devoción del «Via Crucis». Desde su convento de Escalaceli influye con un apostolado eficaz dentro y fuera de la Orden.

Muere un 19 de febrero alrededor del año 1430.

Su sepulcro se encuentra en el Santuario de Santo Domingo de Escalaceli (o Scala Coeli), situado a unos 10 kilómetros de Córdoba, accediéndose a él por la carretera de Santo Domingo.

Su culto fue autorizado por Benedicto XIV el 22 de septiembre de 1741.

(fuentes: Academia de Humanidades PP Dominicos; beatajuanadeaza.wordpress.com)

otros santos 19 de febrero:

- Beato Conrado Confalonieri de Piacenza 
- San Beato de Liébana
- San Quodvultdeus

jueves, 18 de febrero de 2016

18 de febrero: Beato Juan de Fiésole

¿Quién es?

El año 1400 se considera una fecha clave en la historia del arte: nacimiento del Renacimiento florentino y aparición del Humanismo cultural. Ese año nace en Vichio , Guido de Piero. Poco sabemos de su infancia. A los 17 años se enrola en un taller de miniaturas en Florencia. En ese tiempo siente la llamada a la vida religiosa probablemente atraído por la figura y la predicación del prior de los dominicos de Sta. María Novella, fray Juan Domínici. Hacia el 1420 ingresa con su hermano Benedettto en el recién inaugurado convento de Sto. Domingo de Fiésole. Con su profesión cambia su nombre por Fray Juan de Sto. Domingo de Fiésole. Allí alterna su vida como fraile, estudiante y artista. Entre 1427 - 1428 recibió la ordenación sacerdotal y se marca como objetivo de vida servirse del arte pictórico, como humanista cristiano, para predicar con la espiritualidad de su inspiración creadora.

Sus biógrafos dicen de él que “era no menos excelente pintor miniaturista que religioso” (Vasari G.). Trabajó como artista en los conventos de Fiésole, San Marcos de Florencia, en la catedral de Orvieto y en San Pedro del Vaticano. Decidió ingresar en la Orden de Predicadores para servir mejor a Dios. Fue fraile sencillo y santo en sus costumbres. Humanísimo y sobrio: Jamás tomaba la paleta y los pinceles sin recogerse antes en oración. Su pintura como su vida fue el fruto de la gran armonía entre una vida evangélica y el talento creativo que había recibido y cultivado.


¿Qué nos dice hoy?

Fray Angélico es un hombre de su tiempo que escucha su época y con su creatividad realiza una síntesis entre el humanismo intelectual y la visión cristiana sobre el ser humano. Estuvo abierto a las corrientes innovadores de la pintura, con ella da una respuesta cristiana a los interrogantes religiosos de los hombres y de la Belleza trascendental, excluye los valores que considera deshonestos para resaltar los valores del espíritu. Pinta a humanos y ángeles con una mirada luminosa y una visión profunda, resaltando el espíritu sobre la materia pero sin renegar de ella.

No permanece enclaustrado dentro de su convento sino que dialoga con las corrientes renacentistas incorporando a su pintura la belleza de lo divino, los valores del espíritu, la naturaleza como espedo de Dios, la transformación de la luz y el color en sus protagonistas. Con su arte afirma la dignidad humana revestida con la luz de la gracia. Su planteamiento artístico a contracorriente con el ideal de su época en la que el ser humano ocupa el centro y es exaltado como protagonista de la creación, muestra a Dios como centro del universo y creador del hombre, recordando a este su condición de ser creado a imagen de Dios y llamado a la semejanza con el prototipo, Cristo.

Fray Angélico en diálogo con los artistas de su tiempo nos invita hoy al debate sereno y a continuar proponiendo la verdad del ser humano en su dignidad e integridad. A no minusvalorar la falibilidad propia de la condición humana pero acentuando lo más sublime y propio de lo humano, capaz de Dios. El Beato nos propone adentrarnos en la “via pulchritudinis”, el camino de la belleza como medio pero no fin, que prepara el encuentro con “el más Bello de los hombres”.

Belleza, bondad y verdad que en cada época requiere ser transmitida en lenguajes accesibles a todos. El Angélico nos recuerda la necesidad de escuchar a los artistas y de “predicar la gracia” en el mundo del arte y la cultura conectado con la realidad social. Su modo de mirar y “contemplar” nos predispone a cultivar la interioridad y la creatividad al servicio de nuestros hermanos los hombres.


Para orar

El Beato Angélico además de conocer, participaba de la espiritualidad y reforma de vida religiosa iniciada por Sta. Catalina de Siena, S. Raimundo de Capua y otros personajes de la Orden, cincuenta años antes de que él se hiciera fraile. Como testimonio de la interacción fecunda de los santos casi contemporáneos de la Familia Dominicana, proponemos esta oración de Sta. Catalina para conmemorar hoy la fiesta del Beato Angélico. En Familia, pedimos su intercesión para que renovemos nuestra opción de continuar predicando la verdad y la gracia en el mundo de las artes y la cultura.

“ Tú, Trinidad eterna, eres el Hacedor y yo la hechura, por lo que, iluminada por ti, conocí, en la recreación que de mí hiciste por medio de la sangre de tu Hijo unigénito, que estás amoroso de la belleza de tu hechura. ¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh mar profundo!: ¿podías darme algo más preciado que tú mismo? Tú eres el fuego que siempre arde sin consumir; tú eres el que consumes con tu calor los amores egoístas del alma. Tú eres también el fuego que disipa toda frialdad; tú iluminas las mentes con tu luz, en la que me has hecho conocer tu verdad. En el espejo de esta luz te conozco a ti, bien sumo, bien sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría; pues tú mismo eres la sabiduría, tú, el pan de los ángeles, que por ardiente amor te has entregado a los hombres. Tú, el vestido que cubre mi desnudez; tú nos alimentas a nosotros, que estábamos hambrientos, con tu dulzura, tú que eres la dulzura sin amargor, ¡oh Trinidad eterna !” (Sta. Catalina de Siena)


Oración

Padre Dios, que diste al Beato Angélico contemplar y enseñar en su obra de modo maravilloso los misterios de tu Hijo; concédenos por su intercesión que, conociéndote ya por la fe, lleguemos a contemplar la belleza de tu Rostro y de tu gloria. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

(fuente: jubileo.dominicos.org)

otros santos 18 de febrero:


- San Angilberto
- Santa Gertrudis (Caterina) Comensoli
- Beato José Allamano 

miércoles, 17 de febrero de 2016

17 de febrero: San Eutropio de Fregenal

Obispo

El Padre Jerónimo Román de la Higuera en su martirologio dice: «de Fregenal de Extremadura el tránsito glorioso de San Eutropio obispo de aquella ciudad que conociendo los yerros que por España sembraban los dos Auitos, envió a Africa al venerable presbítero Paulo Osorio, para que consultadas estas herejías con San Agustín, apuntase el modo más seguro para condenarlas».

Fue este santo Prelado pariente muy cercano de Flavio Caupernico, Arzobispo de Toledo y sucesor de Castino, murió en paz con opinión de santidad, a 17 de Febrero cerca de los años 420.

Marco Máximo, arzobispo de Zaragoza afirma que los dos monjes herejes, llamados Auitos provenían uno de Jerusalén y otro de Roma con doctrinas de Orígenes, Victorio y Basilio no muy ortodoxas, una vez superadas las corrientes priscilianistas.

El Obispo San Eutropio envió a Paulo a consultar a San Jerónimo sobre el origen del alma.

El Santo Obispo informado de los Santos Padres, Agustín y Jerónimo, ejerció su magisterio con seguridad, celo y entereza.

Consumió su vida, habiendo guardado al depósito de la fe.

¡Felicidades a quienes llevan este nombre!

NOTA: Este santo, que goza de mucha devoción en España, no consta en el Martirologio Romano.

(fuente: catholic.net)

otros santos 17 de febrero:

- Beato Lucas Belludi
- San Flaviano de Constantinopla

martes, 16 de febrero de 2016

16 de febrero: San Bernardo de Escammaca

Significa “corazón de oro”. Viene de la lengua alemana.

No podemos olvidar que, para Dios, todo ser humano es sagrado, consagrado por la inocencia herida de su infancia. En efecto, muchas veces, es de la herida de la infancia de donde sacamos energías para amar, para amar hasta el final de nuestra existencia sobre la tierra.

Este joven siciliano tuvo una buena educación por parte de sus padres, ricos y adinerados.

Pero, al llegar a su juventud, malgastó el tiempo en juergas y en fiestas.

En un duelo resultó gravemente herido. Este suceso le hizo asentar la cabeza. Su larga convalecencia le permitió pensar mucho.

Una vez que se puso bueno, salió de casa y se fue derecho a los Dominicos para pedir que lo admitieran en la Orden.

Ya como religioso, fue lo opuesto a lo que fue antes. Dejó todo lo que le atraía para dedicarse a la oración, la soledad y la continua penitencia.

Su herida juvenil se le iba curando poco a poco. Cuando se ponía a confesar era extremadamente amable con los pecadores.

Este fue su trabajo fundamental durante su vida, ya que no tenía muchas cualidades para predicar.

Ejercía un gran poder sobre los pájaros y los animales, cuenta una leyenda. Cuando salía a pasear por el jardín, los pájaros se ponían delante para cantarle. Cuando veían que había entrad en éxtasis, dejaban de cantar.

Una vez fue el portero a su habitación para llamarle, y vio un gran resplandor en la puerta. Miró y pudo ver un niño celestial que le sostenía el libro que leía. Fue corriendo al superior para que viera la maravilla.

Tenía el don de la profecía. Lo empleaba para que la gente cambiara de vida. Después de su muerte, se le apareció al superior indicándole que sus restos mortales, los llevaran a la capilla del Rosario.

En su traslado, curó a un paralítico que tocó sus reliquias. Nació en Catania y murió en 1486.

(fuente: www.churchforum.org)

otros santos 16 de febrero:

- Beata Felipa Mareri
- Santa Juliana (o Ileana)

lunes, 15 de febrero de 2016

15 de febrero: San Walfredo della Gherardesca

Abad

Martirologio Romano: En Palazzuolo, en la Toscana, san Walfredo, abad, que después de haber tenido cinco hijos, decidió, junto con su esposa, abrazar la vida monástica (c. 765).

Fecha de canonización: El Papa Pío IX lo canonizó en el año 1861 (culto confirmado).

Walfredo (Walfrido o Galfrido) della Gherardesca, nació en Pisa, donde llegó a ser un próspero y estimado ciudadano. Se casó con una joven de la que estaba profundamente enamorado y tuvo cinco hijos y, por lo menos, una hija. Después de muchos años de matrimonio, Walfredo tenía dos amigos -el uno era pariente suyo y se llamaba Gundualdo, el otro era un corso llamado Fortis-, que vivían como él, en el mundo, pero se sentían también inclinados a la vida religiosa. Juntos discutieron sobre el futuro y un sueño les llevó a escoger Monteverde, entre Volterra y Piombino, para fundar un nuevo monasterio. Determinaron seguir la regla benedictina de Monte Casino. Además de su propia abadía de Palazzuolo, construyeron también, a veinticinco kilómetros, un convento para mujeres, donde sus respectivas esposas y Ratruda, la hija de Walfredo, tomaron el velo.

La nueva fundación atrajo muchos novicios. Al poco tiempo, se contaban ya sesenta monjes, incluyendo a Gimfrido, el hijo predilecto de Walfredo, y a Andrés, el único hijo de Gundualdo que, con el tiempo, llegaría a ser el tercer abad del monasterio y escribiría la vida de san Walfredo. Gimfrido era ya sacerdote, pero en un momento de tentación, huyó del convento, llevando consigo hombres, caballos y documentos que pertenecían a la comunidad. Walfredo, muy angustiado, envió algunos hombres a buscarle. Al tercer día, orando con sus monjes por el arrepentimiento y el regreso de su hijo, Walfredo pidió a Dios que enviase al joven una señal que durase toda su vida y el mismo día, Gimfrido fue hecho prisionero y volvió arrepentido al monasterio, pero con el dedo mayor mutilado al extremo que nunca más pudo volver a servirse de él. Walfredo gobernó prudente y sabiamente la abadía durante diez años. Gimfrido le sucedió en el gobierno y fue un magnífico superior, a pesar de su antigua caída.

(fuentes: misa_tridentina.t35.com; catholic.net)

otros santos 15 de febrero:

- San Claudio La Colombière
- Beato Miguel Sopocko

domingo, 14 de febrero de 2016

14 de febrero: Santa Alejandra de Egipto

Eremita Santa
Tradicional, no incluida en el actual

Martirologio Romano

Etimológicamente Alejandra = “dominadora de los hombres”. Viene de la lengua griega.


Breve Biografía

El cristiano necesita sentirse vivo y nunca tibio, ni escéptico, ni aburrido. Debe mantenerse despierto y ardiendo en la caridad de Cristo.

Algo de esto le ocurrió a la joven Alejandra. Hay dos fuentes importantes que hablan de ella. Una es la de Palladio y otra Melania la Joven que, incluso estuvo algunas veces con ella.

En el siglo IV había una costumbre muy extendida entre los cristianos. Consistía en hacer mucha penitencia para tener el cuerpo dominado y el espíritu cada día más unido y en contacto con Dios.

Las formas de penitencia se las imponía cada cual. Una de las más comunes era alejarse del mundo, encerrarse en una cueva con un ventanuco para que le entrase la luz y pudieran darle la comida.

De esa forma – claro está – morían muy jóvenes.

Hoy nos reímos de estas penitencias. Alejandra, desde adolescente se encerró en una especie de tumba.

Ella había prometido a Dios su vida entera: desde su cuerpo virgen hasta su alma que anhelaba la santidad como el mejor de los tesoros.

Hay quienes cuentan que un joven la rondaba para casarse con ella. Y, al ver las dificultades, se marchó a la soledad de la ermita.

No huyó por miedo. Lo hizo para, de esta forma, salvar su propia vida y el alma de quien quería ser su novio.

No perdía el tiempo. Se dedicaba a orar, meditar y leer a los profetas, patriarcas, apóstoles y mártires.

Melania la Joven le llevaba la comida. Es ella quien cuenta que murió a los 30 años.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

escrito por el P. Felipe Santos
(fuente: catholic.net)

otros santos 14 de febrero:

- San Juan Bautista de la Concepción
- San Valentín

sábado, 13 de febrero de 2016

13 de febrero: Beata Cristina de Espoleto

Su biografía está envuelta en datos y nombres difíciles de contrastar. Dicen algunos que perteneció a la familia de los Visconti de Milán, otros la consideran emparentada con los Semenzi de Calvisano, no distante de Brescia. Se conoce a ciencia cierta – eso sí –, que era una joven físicamente agraciada y parece que contrajo dos veces matrimonio por haber enviudado de su primer esposo. ¿Fue una convertida? También la respuesta es imprecisa. Buscó voluntariamente el olvido y lo logró hasta el punto de no contar con datos exactos sobre su biografía.

Los hagiógrafos concuerdan en decir que, a partir del año 1450, decidió cambiar de vida y de nombre. A partir de ahora se llamaría Cristina. Habitó varios conventos como agustina secular, pero no permaneció mucho tiempo en ninguno para huir de toda popularidad y vivir en el olvido más absoluto, dedicada a la penitencia, la oración y las obras de misericordia con los necesitados. En 1457, deseosa de visitar los lugares santos de Asís, Roma y Jerusalén, comenzó una peregrinación. En compañía de otra terciaria, llegó a Espoleto – en la provincia de Perugia (región de Umbría), en las estribaciones de los Apeninos –, donde permaneció hasta el final de sus días, dedicándose a la asistencia de los enfermos en el hospital de la ciudad.

El 13 de febrero de 1458 – quizá sin haber llegado a los treinta años – entregó su alma al Señor, con gran fama de santidad. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de San Nicolás de Espoleto, regida entonces por los agustinos. Numerosas gracias y milagros atribuidos a su intercesión contribuyeron a difundir el culto surgido inmediatamente después de su muerte, que Gregorio XVI ratificó en 1834 proclamándola beata. Destaca en su vida su deseo constante de conversión.

Las fuentes de información para las notas biográficas sobre los santos y beatos agustinianos son el libro La seducción de Dios (Pubblicazioni Agostiniane, Roma 2001), cuyo autor es el P. Fernando Rojo Martínez, OSA, y Santos y beatos de la familia agustiniana. Subsidio litúrgico para el Misal agustiniano, publicado por la Federación Agustiniana Española (FAE, Madrid 2008).

(fuente: augustinians.net)

otros santos 13 de febrero:

- Beato Jordán de Sajonia
- San Martiniano
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