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miércoles, 30 de septiembre de 2015

30 de septiembre: Santas Vera, Esperanza, Caridad y Sofía

Mártires ( 137 d.C.)

En el siglo II durante el reinado del emperador Adriano (117-138) en Roma vivía la piadosa viuda Sofía (este nombre significa, sabiduría). Ella tenía tres hijas con nombres de grandes santos cristianos, Fe, Esperanza y Caridad. Siendo una cristiana muy creyente, Sofía educó a sus hijas en amor a Dios, enseñándoles a no apegarse a bienes materiales. La voz de que esta familia era cristiana llegó al emperador y decidió personalmente ver a estas tres hermanas y a su educadora madre. Las cuatro se presentaron ante el emperador y sin temor demostraron su fe en Cristo Resucitado de entre los muertos y dando vida eterna a todos los que creyeron en Él. Admirado por la valentía de las jóvenes cristianas, el emperador las envió a una idólatra, a quien le dijo que tenía que hacerlas abdicar de la fe. Pero toda la argumentación y verborragia de la maestra idólatra resultaron vanos, pues con llameante fe las hermanas no cambiaron sus creencias. Nuevamente las trajeron ante el emperador, Adriano, quien comenzó minuciosamente a obligarlas a que ofrecieran ofrendas a los dioses paganos. Pero las jóvenes con certeza no cumplieron su mandato.

"Nosotras tenemos al Dios del Cielo," le contestaron, — nuestro deseo es permanecer siendo sus hijas y a tus dioses los escupimos y no tememos tus amenazas. Estamos prontas para sufrir y hasta morir por nuestro querido Señor Jesucristo.

Entonces el encolerizado Adrián ordenó a las jóvenes aplicarles diversos padecimientos. Los verdugos comenzaron con Vera (o Fe en español). A la vista de su madre y hermanas la azotaron sin límite, arrancándole partes de su cuerpo. Luego la colocaron sobre una llameante reja de hierro. Por la fuerza Divina el fuego no dañó el cuerpo de la santa mártir. Encolerizado Adrián no vio el milagro de Dios y ordenó que la arrojaran a una tina con resina hirviente. Pero por voluntad de Dios la tina se enfrió y no produjo ningún daño a la cristiana. Ordenaron decapitarla.

"Con alegría voy hacia mi Señor Salvador," dijo santa Vera. Con valor inclinó su cabeza bajo el sable y así entregó su alma al Señor. Las hermanas menores Esperanza y Caridad, apoyadas por la gran voluntad de su hermana mayor, soportaron martirios semejantes. El fuego no les ocasionó daño alguno, tras lo cual las decapitaron.

Santa Sofía no sufrió castigos físicos, pero le impusieron castigos más duros que los corporales, castigos espirituales por la separación de las hijas martirizadas. La sufriente madre sepultó los restos de sus hijas y durante dos días no se separó de sus sepulturas. Al tercer día el Señor le envió un pacífico final y recibió su alma en el seno Celestial.. Santa Sofía sufrió por Cristo, grandes penas espirituales junto a sus hijas, son santas veneradas por la Iglesia. Sus sufrimientos fueron en el año 137. Vera tenía entonces 12 años, Esperanza 10 y la menor Caridad — solo 9 años.

De este modo tres niñas y su madre demostraron que para los hombres fortalecidos por el Espíritu Santo la poca fuerza física no es de ningún modo obstáculo para manifestar la fuerza espiritual y entereza.. Con sus santas oraciones que Dios nos fortalezca en la fe cristiana y en la vida caritativa.

(fuente: www.geocities.ws/misa_tridentina01)

otros santos 30 de septiembre:

- San Francisco de Borja
- San Honorio de Canterbury

martes, 29 de septiembre de 2015

29 de septiembre: Beato Juan de Montmirail

Monje Cisterciense

Martirologio Romano: En el monasterio cisterciense de Longpont, en Francia, beato Juan de Montmirail, que dejó su profesión de esclarecido caballero por la de humilde monje (1217).

Etimología: Juan = Dios es misericordia. Viene de la lengua hebrea.

Una persona cristiana es aquella que está llena de Dios y de su Espíritu. Y cuando esto sucede se siente querido por todo el mundo, y trabaja sin descanso por amor al Evangelio.

Desde niño tuvo la suerte de recibir una educación hondamente cristiana. Su padre, que tenía gran influencia, lo colocó en la corte del rey Luis VII.

El joven era de un espíritu alegre, vivaz, divertido, con valor tanto en el trabajo como en el juego.

El rey de Francia, Felipe Augusto, lo nombró su consejero personal. Se casó con una joven de la alta nobleza.

Desde este instante tan sólo pasaba por su cabeza la pasión de la gloria y de la fama.

Se convirtió en el prototipo de la Edad Media.

Era un señor con dinero en abundancia, buena educación, liberal, guerrero...todo esto y más le hicieron brillar a gran altura entre sus contemporáneos.

Pero se encontró con un religioso que fue su director espiritual. Poco a poco su forma de ser fue cambiando. Pasó del orgullo a la humildad.

Lentamente iba dejando los placeres de la corte por los del espíritu.

Salió para retirarse a sus propiedades en un primer momento; ya no escuchaba los consejos que le daba el rey y se pasaba grandes ratos en oración con los canónigos.

Se hizo una pequeña cabaña para vivir en soledad, sin por eso descuidar sus deberes, entre los que figuraban en primer lugar la educación de sus seis hijos, la administración de sus tierras.

Después dejó sus bienes a su mujer y tomó el hábito de cisterciense en la abadía de Longpont.

Su familia lo trató de loco, la corte lo rechazó y los mismos campesinos se reían de él. Había crucificado su vida con la de Cristo. Murió en el año 1217.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com
(fuente: catholic.net)

otros santos 29 de septiembre:

- Beato Francesc Castelló i Aleu
- Beato Luis Monza

lunes, 28 de septiembre de 2015

28 de septiembre: Beato Bernardino de Feltre

Sacerdote de la Primera Orden Franciscana (1439-1494). Aprobó su culto Inocencio X el 13 de abril de 1654.

Bernardino nació en Feltre en 1439, hijo primogénito de Donato Tomitano y de Corona Rambaldoni, prima del célebre educador Vittorino de Feltre. El 14 de mayo de 1456 ingresó en Padua a la Orden de los Hermanos Menores. De ingenio precoz, ávido de lecturas, hizo rápidos progresos en los estudios humanísticos, tanto que a los 11 años leía y hablaba el latín con facilidad. Estudiante de derecho en Padua era admirado por todos a causa de la seriedad de su conducta y su inteligencia. Terminado el curso de teología en Venecia fue ordenado sacerdote en 1463. Desde 1469 hasta su muerte no cesó de predicar y recorrió la Italia centro-septentrional muchas veces a pie descalzo en medio de grandes dificultades.

En una sociedad mercantil, en la cual muchos, a menudo con pocos escrúpulos, gozaban de riquezas y privilegios, una gran masa de abandonados vivía en la penuria, agravada por la gran plaga social llamada usura. Los pobres no solamente eran explotados, sino que además eran despojados de sus magras ganancias por aquellos que, poseyendo capitales, prestaban con intereses exagerados. San Bernardino de Siena había entendido bien cómo la "caridad cristiana" se había vuelto "caridad inhumana".

Por esto la usura fue el blanco de Fray Bernardino de Feltre: un blanco preciso contra el cual lanzó todas sus evangélicas y apostólicas flechas, suscitando primero el resentimiento, después inclusive el odio de aquellos que se sentían directamente aludidos. Por esto fue amenazado, atacado, y habría caído mártir de los usureros si muchas veces no hubieran llegado en su ayuda los hombres de armas enviados por las autoridades comunales. También él, como San Bernardino de Siena, era de baja estatura y débil constitución. Se firmaba con el adjetivo de "Piccolino", pero cuando predicaba parecía un volcán.

Pero no bastaba predicar, no era suficiente amonestar, había que ayudar a los pobres contra los explotadores. Fue así como el Beato Bernardino de Feltre propugnó los "Montes de Piedad", una especie de organización bancaria para los pobres, para que no siguieran siendo estrangulados por los usureros, sino que se les prestara dinero contra una modesta prenda, con bajísimo interés. No era gran cosa, pero era importante como inicio de una ofensiva contra la usura, plaga dominante del tiempo. Los Montes de Piedad se difundieron rápidamente y si no extirparon la usura, por lo menos dieron un poco de alivio a los más marginados.

Fray Bernardino predicó 23 cuaresmas en las principales ciudades de Italia y muchísimas otras predicaciones en centros menores. Sus sermones atraían oyentes sin número y se lo peleaban las ciudades más ilustres recurriendo inclusive al Papa para tenerlo. Era predicador vivaz, que dialogaba con el pueblo, contaba chistes, ridiculizaba las malas costumbres de las mujeres, las injusticias de los abogados, las usuras de los explotadores, exhortaba a la práctica de los sacramentos y a la devoción a la Santísima Virgen. Bernardino se encontró sereno con la muerte en Pavía, a los 55 años de edad, el 28 de septiembre de 1494.

[G. Ferrini - J. G. Ramírez, Santos franciscanos para cada día. Asís, Ed. Porziuncola, 2000, 316-317]

(fuente: franciscanos.org)

otros santos 28 de septiembre:

- San Simón de Rojas
- Santos Lorenzo Ruiz y 15 compañeros mártires

domingo, 27 de septiembre de 2015

27 de septiembre: Santos Terencio y Fidencio de Todi

Mártires

Estos mártires, juntamente con otros compañeros salieron de Siria hacia Roma.

Deseaban confesar su fe en Cristo aunque les costase la muerte. Era durante el tiempo del emperador Diocleciano, el cruel perseguidor de los cristianos.

Llegados a Roma, tuvieron ocasión de proclamar ante la gente que ellos eran cristianos llegados de Calcedonia de Siria.

Su proclama llegó bien pronto a oídos del emperador. Mandó a unos soldados que los llevaran a un sitio escondido fuera de la ciudad y que les diesen muerte.

Pero ya en el sitio elegido, los osos comenzaron a dar gritos y los soldados salieron huyendo asustados.

Un ángel los escondió en un lugar apartado hasta que pudieron marcharse a Todi en donde sí que los decapitaron.

Esta biografía novelada fue escrita en el siglo IX. Pero sea como sea, lo importante es que su fiesta se sigue celebrando cada año en Todi desde hace muchos siglos.

Algunos dicen que es un doble de Terenciano, que fue obispo de Todi.

Las reliquias las llevó Teodorico de Metz, en el año 970. Así lo narra o cuenta Sigeberto de Gembloux en su Vida.

Una vez más, la acción de Dios se ve reflejada en quien entrega su vida a su servicio. Hoy, aunque parezca raro, hay mártires en algunos lugares de la tierra, y persecuciones en algunos países de confesiones religiosas intolerantes que no transigen la cristiana.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

escrito por el P. Felipe Santos sdb
(fuente: catholic.net)

otros santos 27 de septiembre:

- San Vicente de Paul
- Beato Lorenzo de Ripafratta

sábado, 26 de septiembre de 2015

26 de septiembre: Beato Gaspar Stanggassinger

Vamos a detenernos, ahora, en el sexto de los Redentoristas que la Iglesia nos propone como modelo de imitación. El nos enseña cómo caminar por la vida con los ojos puestos en Dios, al lado de Cristo, y siendo hermanos de todos. Se trata del Padre Gaspar Stanggassinger Hamberger. Recorramos, brevemente, las distintas etapas de su corta vida: niño bueno y sencillo; adolescente de carácter bien definido y hasta tenaz para salir adelante en las dificultades; joven alegre y comunicativo, entusiasta del alpinismo; estudiante de Teología fervoroso, amable y responsable; joven sacerdote, modelo de entrega y hecho «todo para todos». En fin, un Santo. Pasó por este mundo sin hacer mucho ruido, pero con una vida totalmente entregada a Dios y al prójimo.


GASPAR HASTA LOS 10 AÑOS 

Nace Gaspar el 12 de enero de 1871 en Berchtesgaden, conocida aldea alemana, situada en el sureste del país y, por ello, perteneciente a la región de Baviera. Ocupa el segundo lugar en una numerosísima familia de dieciséis hermanos. Es el mayor de los varones. Lo bautizan el mismo día de su nacimiento. Dice con gracejo, a este respecto, su biógrafo: «En aquel pueblo, no querían que un pagano pasara la noche entre ellos»; y menos en el seno de aquella familia que era, de verdad, ejemplar en lo humano y en lo cristiano.

El cabeza de familia se llamaba Gaspar Stanggassinger y la madre Crescencia Hamberger. El padre era un labrador acomodado y propietario de una cantera. Hombre hábil y enérgico. Durante muchos años desempeñó cargos públicos a nivel local. A la vez, hombre de profundas convicciones religiosas.

La madre era una muy buena esposa y madre; de espíritu alegre y profunda piedad, gran creyente y educadora cristiana de sus hijos. De ella dirá más tarde su hijo, nuestro Gaspar: «Desde la infancia ella me supo conducir a Dios».

El pequeño Gaspar comienza la escuela a los seis años. Era un niño agradable, como cualquier otro, pero en él comenzaba ya a despuntar un tesón y una responsabilidad poco comunes en tan tierna edad. De un talento normal, aunque, unos años más adelante, encontrará dificultades para el estudio. Los vencerá merced a su fuerte voluntad.

Desde muy pequeño siente el deseo de ser sacerdote; lo mantiene siempre hasta llegar a alcanzarlo. Ya antes de los nueve años venía sintiendo y manifestando tal deseo, pero a esta edad nos encontramos con un hecho que a muchos les puede sorprender. Es éste: en su diario nos contará que algo muy especial le pasó mientras ayudaba a misa el 21 de noviembre de 1880, y escribe así: «Vocación sacerdotal. Dios quiere que yo sea sacerdote».

A partir de aquella fecha, nos dirán sus familiares, son más frecuentes sus visitas, para rezar, a la capilla del Calvario que está cerca de su casa. Todo esto va sucediendo en el marco incomparable de Berchtesgaden y sus contornos. Lugar privilegiado de la naturaleza y que, sin duda, contribuyó a formar el noble carácter de Stanggassinger. Berchtesgaden era, por aquel entonces, una aldea de unos dos mil habitantes con hermosos y pintorescos alrededores. A su vera, el lago Königsse lugar de recreo para los turistas de entonces y de ahora. Encantadores valles y majestuosos montes alpinos. Entre estos montes el Schonfeldspitz, el Selbhorn, el Hochkalter, el Watzmann, el Alto Goll, el Hochthron. Todos ellos con más de 2.500 metros de altura sobre el nivel del mar, si exceptuamos al último que asciende sólo a 1975 metros. Alturas considerables para los que tratan de escalarlas desde Berchtesgaden, ya que esta localidad se encuentra a seiscientos metros escasos sobre el nivel del mar. Una comarca hermosa de verdad. Gaspar la comenzó a recorrer ya desde niño, pero sobre todo durante sus años de joven estudiante. Con otros jóvenes dedicará buena parte de sus vacaciones a recorrer todos aquellos parajes y conquistar, una y otra vez, aquellas majestuosas cimas desde donde le encantará rezar el Rosario a María.

Con razón escogería más tarde Adolfo Hitler estos lugares para solaz y descanso. Aquí pasaba largas temporadas. ¡Lástima que aquellas hermosuras de la naturaleza no fueran capaces de cambiar los instintos de aquel hombre!


SUS TRES PRIMEROS AÑOS EN FREISING

Gaspar ya tiene diez años. Sus padres buscan un lugar donde su hijo se forme intelectualmente mejor que en el pueblo. Deciden mandarlo a Freising. Allí reside el sacerdote Roth, amigo de la familia Stanggassinger por haber estado de coadjutor en Berchtesgaden. Este sacerdote se compromete a alojar al niño en su casa. Desde allí irá todos los días a clase. El sacerdote Roth vivía con dos hermanas que, desde el primer momento, acogieron a Gaspar con cariño y se preocuparon de que se encontrara allí como en su propia casa.

Las dificultades vinieron por otra parte. Acusó el cambio de nivel en los estudios. Las matemáticas, de modo especial, le resultaban difíciles. Se aplicaba, pero no sacaba los frutos deseados. Algún profesor llegó a indicarle que aquel no era lugar para él y hasta le aconsejó que se volviera a su casa. Su mismo padre lo amenazó con llevarlo definitivamente al pueblo si no sacaba adelante el curso. El niño lloró, rezó, pero no se acobardó. A base de trabajo salió a flote el primer año y, merced al esfuerzo y a la constancia, superó los estudios en los dos años siguientes; no como niño prodigio, pero sí con unos resultados normales. Además, se hizo querer por todos: profesores, compañeros y, sobre todo, por el sacerdote Roth y sus hermanas.


INTERNO EN EL SEMINARIO DE FREISING

Al llegar a los trece años, Gaspar es admitido, como interno, en el seminario menor de Freising. Deja, pues, la casa del sacerdote Roth. Él tiene clara su meta; no es otra que el sacerdocio. Por eso, tanto sus padres como él piensan que aquel es el lugar adecuado para prepararse.

De este tiempo en el Seminario, nos dirán más tarde sus compañeros que «irradiaba una cordialidad atrayente y que siempre se le encontraba alegre». Por los mismos compañeros y por los profesores sabemos que seguía sin ser un chico prodigio en los estudios, pero sí un muchacho espontáneo y sencillo, muy natural en el trato y siempre dispuesto a compartir con los compañeros los juegos y las múltiples ocupaciones y preocupaciones estudiantiles. Las dificultades que, años atrás, tenía para el estudio, comienzan a desaparecer desde su ingreso en el Seminario. El primero de la clase no, pero sí uno de los aventajados. Esto debido, sobre todo, a su tesón y tenaz aplicación. Teniendo siempre presente su meta, se esforzaba, en aquel ambiente propicio del Seminario, por unirse cada vez más a Dios en la oración. Le gustaba hacer de sacristán y monaguillo, preparando el altar y ayudando a misa. Esto, tanto en el Seminario como en el pueblo, durante las vacaciones. Era frecuente verle ante el Sagrario de la capilla durante los ratos libres.

En este marco de preparación para el sacerdocio, hay que enmarcar el voto de castidad que a sus dieciséis años hizo con permiso de su confesor y profesor, el sacerdote Plenthner. Por esta época, 1887, comienza a escribir un diario espiritual que, bien examinado, nos va dando los quilates de su personalidad. Por este diario sabemos que era muy dado a acudir al Espíritu Santo, de quien dice recibir todo y al que invita insistentemente para que «entre en su corazón». Le pide también, fuerzas a fin de «estar siempre atento para conocer el bien y la verdad, y rechazar y aborrecer el mal y la falsedad».

Por su diario y por otros testimonios sabemos que a los dieciocho años tuvo la enfermedad del tifus. Estas fiebres tifoideas pusieron a Gaspar al borde de la muerte, pero recuperó la salud y de modo más rápido de lo normal. Muchos lo atribuyeron a intervención divina. La enfermedad le sirvió para entregrarse desde entonces más a Dios. Tanto que, en adelante, en sus escritos, al referirse a ella, nos dirá que en la enfermedad encontró su «conversión». Mas nos dice que fue en esta ocasión cuando vio con mucha claridad «la necesidad de refugiarse en el Corazón de Dios y de ponerse enteramente en sus manos».

El mismo año de las fiebres tifoideas, pasó por otra experiencia que apuntaló e hizo más firme aquella «conversión»: los ejercicios espirituales que, en las vacaciones, practicó bajo la dirección del jesuita padre Franz Hattler, gran propagador de la devoción al Corazón de Jesús. Su amor y entrega a Jesús se fortalecieron. El jesuita sabía encauzar bien esta devoción ya que Gaspar no se andaba por las ramas al referirse al Corazón de Jesús. Escribe: «Tengo que dirigirme a Él y amarlo con un amor enérgico». Y cuando sigue nombrando al Corazón de Jesús, lo hace pensando en el Dios-Encarnado, hecho hombre por amor a los hombres y amándolos hasta morir por ellos en la Cruz.

De esta perspectiva cristocéntrica arrancan sus reflexiones escritas, y que luego llevará a la práctica: «Si Dios me ha amado tanto, yo tengo que responderle con la misma moneda. Si Dios ha amado así a los hombres, yo los tengo que amar igual y sobre todo a los más pobres, pequeños y necesitados».

Otro dato que consigna, varias veces, en su diario durante estos años: su modo de pasar las vacaciones. Además de ayudar en los quehaceres de la casa, tenía una maña especial para reunir grupos de muchachos y jóvenes. Con ellos organizaba excursiones por aquellos montes alpinos que se elevan majestuosos por los alrededores de Berchtesgaden. Largas caminatas y costosas escaladas, con la recompensa de poder contemplar, desde las alturas, la maravilla de la naturaleza, tan pródiga en hermosura por aquellos lugares. Tenía Gaspar un don especial para que sus compañeros escucharan sus reflexiones religiosas y aceptaran con gusto el rezo del rosario y la visita a las iglesias de los poblados por los que pasaban. Una capilla de montaña era la preferida y frecuentemente pasaba a ser el centro de aquellas excursiones. Sanas maneras de pasar gran parte de las vacaciones que recordarán todos, más tarde, como «inolvidables».

Para concluir la reseña de estos seis años, consignamos que el 7 de agosto de 1890 termina Gaspar Stanggassinger su estancia en aquel Seminario Menor con la obtención del «Diploma de Bachiller». Camino de Berchtesgaden, se detiene en Munich, como hacía siempre a la ida y a la vuelta de las vacaciones, para visitar a la Madre de Dios en la iglesia del hospital Herzog. Llegado a Berchtesgaden, compra una pequeña talla de la Virgen de Oberkalberstein. Era una muestra de devoción y agradecimiento a María al terminar el bachillerato. Todos los años anteriores, antes de partir camino de Freising para comenzar el curso, se dirigía a la localidad de Oberkalberstein para postrarse ante la Virgen allí venerada y encomendarle su nuevo curso.


EN EL SEMINARIO MAYOR DE FREISING

Durante los años precedentes, Gaspar había tenido ya muy clara la meta que pretende alcanzar: él había estado y seguía preparándose concienzudamente para ser sacerdote. Pero ahora, al terminar los cursos de Humanidades, se presentaba en cierto sentido, la hora de la verdad, ya que, a partir de este momento, los nuevos estudios tenían que ser acordes con lo que pensara ser el día de mañana.

Hubo quien trató de insinuarle otros derroteros pero él les prestó oídos sordos. En su diario escribirá a este respecto: «Desde muy niño, siempre mi intención ha sido la de ser sacerdote». Su sitio pues, estaba bien claro: el Seminario Mayor para comenzar la carrera eclesiástica. ¿A qué Seminario ir ahora? En esto sí hubo titubeos. La duda estaba en decidirse por Freising, ciudad bien conocida ya por Gaspar, a casi cuarenta kilómetros al norte de Munich, o dirigirse unos cien kilómetros al norte, hasta Eichstätt. Personas cualificadas, amigas de la familia, le aconsejan que elija el Seminario de Eichstätt, ya que por aquel entonces gozaba de más prestigio. Gaspar oyó pareceres, pero al fin, eligió por su cuenta el Seminario de Freising.

Explicando esta decisión, escribe a un religioso amigo suyo: «La catedral de Freising ha sido para mí, durante nueve años, como mi segunda casa paterna y mi corazón se siente, por ello, muy unido a estos lugares». Quizá podamos adivinar también otros motivos a la hora de tomar esta decisión. Serían los que a continuación apuntamos: desde Freising tenía, sin duda, más facilidades para poder ver a los suyos. No es que estuviera Eichstätt exageradamente más distante, pero no dejaban de ser sesenta kilómetros más. Él amaba entrañablemente a su familia: a sus padres y a aquel enjambre de hermanos, todos menos una, menores que él. Además, dejaba en casa muy enferma a su hermana Zinsi, de catorce años, a la que quería de modo muy especial. Con ella durante las últimas vacaciones había pasado muchas horas rezando, charlando, haciéndole compañía y animándola. ¿No influiría todo esto en la elección de Freising? De hecho Zinsi morirá el 25 de octubre, sólo tres días después de ingresar Gaspar en el Seminario. Fue un duro golpe para él y para toda la familia. Decía él que ésta era su hermana más querida, era con la que más había hablado de cosas Santas.

Se sabe sobreponer buscando, como siempre, consuelo en Dios. Sabe ayudar y consolar también a su familia. A sus padres les escribe: «Zinsi nos dice: no lloréis y pensad que ahora me encuentro en buenas manos». Las dificultades para el estudio desaparecieron, como por ensalmo, al enfrentarse con los estudios superiores. El estudio de la filosofía le va, y lo mismo las ciencias afines que se estudiaban en el curso filosófico: ciencias físicas y naturales. El éxito del curso filosófico queda incluso superado al meterse con la Teología. El profesor de dogmática dice de Gaspar que estaba extraordinariamente capacitado para el estudio de esta disciplina. Justifica así la máxima calificación que le ha dado. El profesor de Sagrada Escritura dice lo mismo. El estudio de la Historia de la Iglesia sabemos que le cautivó de modo especial.

Estudia con interés y sabe cimentar su estudio en ideales altos. Lo va dejando bien claro en los apuntes y reflexiones que va anotando en su diario. Por su diario también podemos ver que estamos ante un joven que, ahora, a sus veinte años, se siente querido por Dios y con la gozosa necesidad de entregar todo su ser y obrar al Dios que le ama. Las notas que va escribiendo, nos muestran dos pibotes en torno a los cuales gira su vida espiritual: opción radical de seguir a Cristo y la firme convicción de que todo avance en el amor a Dios y al prójimo es un don gratuito. Y lo bueno es que todo esto lo vive con una sencillez extraordinaria pasando casi desapercibido. Se propone, y a fe que lo consigue, ser amable y educado con todos, a pesar de que su carácter es del estilo del de su padre, fuerte y enérgico. Esta energía y fortaleza la dirige a comprometerse seriamente con el estudio y a ser constante en su progreso espiritual. Se propone, además, huir de todo lo que sea llamar la atención y de todo lo que huela a exageraciones. Por eso escribía, estando ya en el segundo curso del Seminario Mayor: «Alégrate con los pequeños progresos. No pretendas hacer grandes cosas. Desconfía de esas elevadas cumbres y del afán por las cosas extraordinarias».

Ya hacia el final de este segundo curso, recibe las primeras Órdenes Menores. En concreto el 2 de abril de 1892. En su diario anota: «He llegado a ser clérigo por la gracia de Dios... Dios mío dame una verdadera inquietud y que no me falte nunca tu gracia».


DECIDE IRSE CON LOS REDENTORISTAS

En las vacaciones de 1892, tomó Gaspar una resolución irrevocable y definitiva: «Seré Redentorista». No vayamos a pensar que esto lo decidió a la ligera. Todo lo contrario. Fue una idea que tiempo atrás venía madurando.

El desgraciadamente famoso conflicto entre el Estado alemán y la Iglesia Católica, conocido con el nombre de Kultukampf, fue particularmente cruel con los Redentoristas, de los que se decía, desde el Gobierno de Bismarck, que eran una copia de los Jesuitas. Los Redentoristas alemanes tuvieron que emigrar a otras tierras. Un grupo de ellos se estableció, el año 1883, en Dürrnberg (Austria), en la frontera con Alemania, y a menos de diez kilómetros de Berchtesgaden.

Dürrnberg era un centro de peregrinaciones marianas. Allí fue muchas veces, ya desde niño, Gaspar. Siguió yendo en las vacaciones durante sus años de estudiante. En estas ocasiones acostumbraba a confesarse con los Redentoristas que atendían el Santuario, por los que se sentía especialmente atraído. Un amigo nos dirá que Gaspar «se sentía con los Redentoristas de Dürrnberg como en su propia casa». El mismo Stanggassinger dirá más tarde que, desde que se puso la sotana eclesiástica en el Seminario de Freising, siempre estuvo sintiendo el deseo de cambiarla por el hábito Redentorista.

Antes de su entrada en la Congregación ya era devoto de San Alfonso. Había leído algunos de sus libros. También había peregrinado hasta el sepulcro de San Clemente que se encuentra en Viena, en el convento Redentorista de Santa María Stiegen. Durante las últimas vacaciones había venido madurando la idea de irse con los Redentoristas, pero ni él mismo pensaba que iba a ser tan pronto.

Al concluir las vacaciones de verano de 1892, participa con un grupo de amigos en una de sus tan frecuentes excursiones de montaña. Se despide de estos amigos y se va, como peregrino, a Altötting para visitar y venerar la milagrosa imagen de la Madre de Dios que allí es objeto de culto. Rezando en aquel templo, nos dice él, siente que Dios le llama para que se presente, sin más demora, a los Redentoristas de Gars, a orillas del Inn. Allá se va inmediatamente y pide el ingreso en la Congregación. Queda citado para ingresar en Gars a principios de octubre. Faltaban ya pocos días para esa fecha. Vuelve a Freising para comunicar su decisión y despedirse de superiores y compañeros. A nadie extraña esta noticia. El rector del Seminario, quizá quien mejor lo conocía, le dijo: «No me has sorprendido, Gaspar. Desde que te conozco, he estado viendo claro que terminarías haciéndote religioso». A quien extrañó y contrarió esta decisión fue al que para Gaspar era la máxima autoridad: el Arzobispo de Munich. Le concede el permiso, aunque de mala gana. Tenía puestas muchas esperanzas en este joven seminarista de veintiún años.


SE DESPIDE DE SUS PADRES Y HERMANOS

Después de haberse despedido de tantas personas y cosas queridas en Freising, el 4 de octubre se va a Berchtesgaden para despedirse de sus padres y hermanos. No va a ser nada fácil. Gaspar lo sabe. La primera a la que comunica su decisión es a su madre: «Madre, me voy con los Redentoristas». «Pero, cuándo, hijo». «Pasado mañana». Su madre se queda perpleja. La noticia ha caído sobre ella como una losa. Muchos pensamientos pasan por su mente y entre ellos, sin duda, el de la difícil situación económica por la que estaba atravesando aquella numerosa familia, a causa de unos contratiempos últimamente acaecidos. Siendo religioso Gaspar, ya no les podría ayudar económicamente. Si fuera sacerdote secular, podría llevarse con él alguno o algunos de sus hermanos. Pero la madre, mujer de fe y de buen temple, se aviene enseguida y se somete a lo que ve que es la voluntad de Dios.

Había que comunicarlo al padre. Esto era mas difícil. Madre e hijo convienen que el momento más oportuno será al finalizar el rezo del Santo Rosario. Toda la familia, de rodillas, rezaba diariamente el Rosario y otras oraciones al caer la tarde. Han terminado el Rosario. Gaspar sigue de rodillas. «Padre, tengo que comunicarle una cosa». «¿Qué quieres comunicarme?». «Pasado mañana me voy para Gars con los Redentoristas y le pido, ahora, su consentimiento y bendición para entrar en el convento». El padre no se lo podía creer. Al final de aquel rosario se planteó una de las situaciones más tensas por las que atravesó aquella familia. El padre pasó por momentos de perplejidad, de genio, de recriminaciones, de silencios. No se hacía a la idea. ¡Tan contento y satisfecho que estaba él con su hijo, a pesar de los gastos que con él había tenido durante los largos años de estudios en Freising! Y ahora le venía con éstas. La ayuda que, con razón, esperaba del hijo para ir solucionando los últimos reveses económicos, se venían por tierra. Más aún, él, metido en política como estaba, no podía ver con buenos ojos que su hijo se fuera con los Redentoristas. ¡Qué iban a decir de él! La Congregación del Santísimo Redentor había sido prohibida en Alemania por las leyes dimanadas del Kulturkampf y aún quedaban resabios de aquella prohibición. «No Gaspar. No puedo aprobar lo que me pides». «Padre, debo hacerlo. Es la voluntad de Dios. La Virgen me dice que debo ser Redentorista». Los hermanos, también de rodillas, se unen a la petición de Gaspar: «Papá, deja marchar a Gaspar». Ha pasado una hora. La madre manda a todos a la cama y allí quedan, Gaspar, de rodillas, y su padre. Pero el padre no cede. No le prohibe marcharse pero tampoco lo aprueba ni da su bendición. Pasarán varios años para que el padre se sienta satisfecho con esta decisión de su hijo.


EL NOVICIADO

El 6 de octubre de 1892 ingresa Gaspar en el Noviciado Redentorista de Gars. El 26 de este mismo mes escribe a sus padres y hermanos. Entre otras cosas les dice: «Compartid conmigo la alegría que siento. Me encuentro bien. No he sentido el más mínimo arrepentimiento por haber seguido la voz de Dios». El 29 de noviembre viste el hábito Redentorista.

De las notas que va tomando en su diario se ve claramente que hizo su Noviciado con mucha responsabilidad y que no se anduvo por las ramas: «Yo puedo, quiero y debo ser Santo». Todo su esfuerzo lo encamina a «hacer la voluntad de Dios», conforme al espíritu genuino del Fundador, San Alfonso. Ve que la voluntad de Dios está, para él, en hacer bien las cosas sencillas de cada día. Escribe: «Por su fidelidad a las cosas pequeñas, los Santos llegaron a ser Santos».

Por él mismo sabemos también, que tuvo por entonces una auténtica noche oscura del alma: comenzó a sentir cansancio y apatía por todo. Su oración le parecía más imperfecta y menos intensa que antes de su entrada en la Congregación. Todo le produce disgusto, nos dice: «La oración, la lectura espiritual, la comunión y hasta el recreo». Nunca le había pasado cosa igual. A pesar de todo, permanece firme en la fe aunque le falten los consuelos. Escribe por aquel entonces: «La verdadera paz del alma consiste en hacer pura y simplemente la voluntad de Dios aunque nos ponga en la obscuridad y la desolación». Esta oscuridad desapareció pronto, como él mismo nos dice, y vinieron días más tranquilos.

El 16 de octubre de 1893 pronunció sus votos religiosos. Para ello, Gaspar y sus compañeros se trasladaron a la localidad austríaca de Dürrnberg. Aquí, en el convento de los Redentoristas, que ya conocía de antes, hizo su Profesión Religiosa. Aún quedaban rescoldos del Kulturkampf y los superiores no se atrevieron a celebrar en tierras alemanas aquel acontecimiento. Dürrnberg, aunque en Austria, dista muy poco de Berchtesgaden, y allí fueron sus padres para abrazar al hijo en tan memorable día. Su padre, después de un año, ya se había ido haciendo a la idea de que aquel era el camino para su hijo. Pero aún no del todo convencido. Su madre sí estaba gozosa de ver tan contento y entusiasmado a su hijo. Con ocasión de su Profesión Religiosa, escribe Gaspar en su diario: «Ahora la alianza con Dios se ha realizado. Pertenezco ya totalmente a Dios, a su Santísima Madre, a San Alfonso y la Congregación del Santísimo Redentor».


EN EL ESTUDIANTADO REDENTORISTA

Los dos años que transcurren desde su Profesión hasta su Ordenación sacerdotal fueron realmente intensos y bien aprovechados. Estos dos últimos cursos los hace en Dürrnberg. Allí se preparan una veintena de jóvenes Redentoristas bajo la guía de padres competentes.

Al principio tuvo Stanggassinger, ahora le llamaban así siempre, ciertas dificultades para seguir la marcha del curso con sus compañeros, mejor preparados, en general, que él. La seriedad y el rigor en los estudios eran allí excelentes. Prácticamente todas las clases eran en latín en el que, tanto profesores como alumnos, se desenvolvían sin ninguna dificultad. El latín de Stanggassinger estaba más a ras de tierra. Pero, dado su interés, fue haciéndose a los nuevos métodos y sus resultados académicos fueron buenos desde el principio, y en progresión.

El profesor que, durante este tiempo, más impactó al joven Stanggassinger, fue, sin duda, el Padre Eugen Rieger. Era éste prácticamente un anciano, pero de una fuerte personalidad, con un método de enseñanza sobrio, pero profundo y de rigor ciéntífico. Del padre Rieger toma Stanggassinger dichos y frases que traslada a su diario. Son frases lapidarias que le ayudan a fortalecer su personalidad y a reforzar sus convicciones religiosas. Entre muchas, podríamos entresacar algunas: «Al hombre no lo hace sabio y sensato el decir muchas cosas sino el pensar y reflexionar seriamente». «El estudio serio y concienzudo ayuda a purificar la fe». «El estudio de la Teología, sin rezar, convierte con facilidad a uno, en un loco peligroso».

Las clases y los métodos especulativos del padre Rieger iban bien para el carácter serio y responsable de Stanggassinger. Pero a la vez muestra especial interés y entusiasmo por las clases y estudio de las asignaturas que le preparan más directamente para el ministerio pastoral con las gentes. Esas clases eran, sobre todo, las de Teología moral, Teología pastoral y las prácticas de preparación para la predicación.

Con respecto a estos dos años, tenemos el testimonio de los superiores y compañeros, unánimes al afirmar que se ganó la amistad de todos, que era un trabajador incansable, compañero agradable y religioso ideal. De este tiempo son, entre otras muchas, estas frases y resoluciones que entresacamos de su diario: «Ser amor o no ser». Y esto queda concretado así: «El que ama a Dios se identifica totalmente con lo que Él quiere». Pero Gaspar sabe que a Dios se le ama concretamente en el hermano y por eso continúa: «Quiero ser amable, indulgente, pacífico; no quiero causar molestias a nadie. Quiero amar cordialmente a mis hermanos. Quiero medir las palabras. Me propongo no sermonear a nadie; no juzgar a los otros, ya que eso le toca a Dios y Dios trata a mis hermanos con mucha misericordia; quiero mostrarme afectuoso con todos». Esto escribía; pero lo bueno es que, según el testimonio de los que con él vivieron, lo que escribió en su diario era un fiel reflejo de lo que después hacía y practicaba, además, como siempre, de un modo natural, sin llamar la atención.


POR FIN, SACERDOTE

Fue recibiendo a su tiempo, todas las Órdenes Menores y el Subdiaconado. El 21 de septiembre de 1894, recibe el diaconado.

Y llega, por fin, la fecha por la que había suspirado durante toda su vida: El 16 de junio de 1895, recibe la Ordenación Sacerdotal. Esta Ordenación fue en la catedral de Regensburg (Ratisbona), a donde tuvo que trasladarse para ello. «Soy sacerdote por la gracia de Dios», anota en su diario. Días antes, durante los ejercicios espirituales preparatorios para la Ordenación, había trazado, también en el diario, el programa de su futuro: «Mi única intención al recibir el sacerdocio, es la gloria de Dios y la salvación de las almas; por ello me entrego enteramente a la voluntad de Dios. Que los superiores dispongan de mí para lo que ellos juzguen más conveniente; me someto a su voluntad, tanto si me destinan para la enseñanza en el Seminario, como si lo hacen para las misiones; y lo mismo, sea aquí o lejos, en cualquier parte del mundo. Con la gracia de Dios quiero hacerme todo para todos. Por gusto, yo escogería dedicar mi vida a la predicación entre los pobres, los indigentes, los humildes… ¡Quiero ser un instrumento en manos de Dios y esto sólo lo conseguiré allí donde me coloque la obediencia!». ¡Imposible tener mejores intenciones y mejor disponibilidad!

Una semana después de su Ordenación, lo encontramos en su tierra natal. Ha ido para celebrar su primera Misa con los suyos. Mucha fiesta, mucha alegría. Pero es ahora cuando se entera Gaspar con claridad, de la difícil situación económica por la que viene atravesando su familia. Esto, como es natural le causa mucha pena; tanto más cuanto que él nada puede hacer para remediarlo. Ayuda sí, con sus consejos y anima a sus padres y hermanos a seguir siendo buenos cristianos como en los tiempos en que nada faltaba en casa.

Ha terminado aquel día de fuertes emociones. Ya de noche, se recoge en su cuarto, reza completas y, antes de acostarse, escribe una carta al Padre Provincial. Entre otras cosas le dice: «He terminado el día de mi primera misa, en mi pueblo. Acabo de rezar completas. Solo ya en mi cuarto, doy gracias al buen Dios, a su Santísima Madre, a nuestro padre San Alfonso, por los favores que he recibido; yo que no soy más que un pobre hombre. Nunca hubiera sospechado lo que es y experimenta un sacerdote en el altar si no lo hubiera experimentado por mí mismo. Después de la Consagración me embargó como un temblor tan grande y tan íntimo que no me dejaba acertar a hacer las cruces al pronunciar las palabras: Hostia pura, Hostia Santa, Hostia inmaculada, a pesar de mis esfuerzos por controlarme». Con estas reflexiones escritas, terminó el día de su primera Misa en Berchtesgaden.


CUATRO AÑOS DE SACERDOTE FORMADOR

La disponibilidad manifestada en los ejercicios espirituales preparatorios para su ordenación tiene ocasión de ejercitarla bien pronto.

El primer destino del joven Padre Stanggassinger es ser profesor y prefecto en el Seminario Menor Redentorista de Dürrnberg. Ya sabemos que él hubiera preferido ser misionero en activo y no le hubiera desagradado el ser enviado con este cometido a tierras lejanas.

Por aquel entonces estaban yendo numerosos Redentoristas alemanes a tierras de América del Sur. La Provincia Redentorista Alemana del Norte (Provincia Renana) estaba mandando sujetos extraordinarios a Argentina, donde se fueron abriendo nuevas casas después de la primera fundación en Buenos Aires, en 1883.

Lo mismo estaba haciendo la otra Provincia, la del Sur, denominada Provincia Bávara o de Munich. A ésta pertenecía el P. Stanggassinger, como es natural. Esta Provincia escogió Brasil como campo de siembra evangélica. Los primeros Redentoristas que llegaron a Brasil en 1894, comenzaron su apostolado en el Santuario de la Aparecida: «Nossa Senhora da Conceiçao Aparezida». Buenas bases supieron poner aquellos primeros Redentoristas en este lugar, Santuario de la Virgen, en orden a la evangelización. La actividad misionera que desde este Santuario han ejercido y ejercen, hoy día, los Redentoristas, es una de las más relevantes en el mundo católico. Detrás de esta primera fundación, vinieron otras y ya en 1905 se abrió en Penha el Noviciado.

El fervor misionero estaba a flor de piel, por aquel entonces, en los Redentoristas de las dos Provincias alemanas, y, de modo especial, en el joven Padre Stanggassinger. Pero ya lo hemos dicho, su destino estaba en el Seminario Menor Redentorista. Será Prefecto, para ser como la mano derecha del Director, y Profesor.

Toda su actividad la centra, desde el primer instante, en formar integralmente a aquellos muchachos y jóvenes que la Congregación le ha encomendado para que los prepare a ser Misioneros Redentoristas. El Padre Stanggassinger profesor comienza con las ideas bien claras. Suyas son las siguientes palabras en su primer día de clase: «Hoy vengo a esta clase para ser vuestro profesor, porque es la voluntad de Dios, manifestada por medio de los superiores. Mi deseo era haber sido enviado a misiones; pero la voluntad de Dios es ésta y gustoso la acepto. Comienzo esta etapa de mi vida sabiendo que se me encomienda una muy noble tarea: nada menos que la de formar futuros misioneros».

Stanggassinger no será pues Misionero de vanguardia, pero sí educador-formador de misioneros. Estos lo recordarán más tarde, y nos dirán que nadie como él para despertar en los alumnos el entusiasmo misionero. Se ajusta a un horario apretado de clases. Se le encomienda el entonces llamado «tercer curso de latín». Jóvenes con una edad media de dieciséis años. Con ellos tiene las clases de alemán, latín y griego. Además, clases de religión en varios cursos, y otras clases de las llamadas «disciplinas accesorias». Hay que añadir el gran trabajo que se imponía de corregir, diariamente, los cuadernos de los alumnos. Para esto tenía que emplear, normalmente, las horas de la noche, cuando los jóvenes ya estaban acostados, ya que como Prefecto no quedaba libre hasta entonces. Él se las arreglaba para sacar tiempo de donde fuera y preparar y perfeccionar así sus clases. Los alumnos decían que las daba como nadie, sobre todo por la claridad y el entusiasmo.

También recuerdan la paciencia ilimitada que tenía con los alumnos menos aventajados. Les repetía las cosas y hasta les animaba manifestándoles las dificultades que él mismo había tenido en sus primeros tiempos de estudiante. Tenía un don especial para relacionar las cosas de la clase con la vida práctica y con lo referente a la vida misionera. Los alumnos son los que han contado múltiples anécdotas con las que sabía amenizar sus clases. Y así los cuatro años de su joven sacerdocio.

El Padre Stanggassinger educador-formador: es el mismo que como profesor. No distingue y trata siempre de formar integralmente a sus jóvenes y muchachos. Se preocupa y lee libros que tratan de temas pedagógicos. Toma numerosos apuntes y lleva a la práctica lo anotado. Muchas de esas ideas las entresaca del famoso teórico de la educación, el obispo francés Dupanloup: «Es necesario crear estímulo en los jóvenes estudiantes». «Hay que esforzarse en orientar sus sentimientos y su voluntad, y huir de obligarlos por la fuerza». «Lo fácil es castigar; lo efectivo es hacer que reconozcan sus faltas y errores». «El educador se ha de convencer de que poco hace pero mucho puede suscitar». «Hay que acostumbrar a obedecer no por obligación sino por convicción». «El que trata de educar ha de tener siempre como consejeras a la tolerancia, a la paciencia y a la entrega».

Llevar a la práctica estos principios en aquellos tiempos y en el ambiente en que se movía el P. Gaspar era una verdadera maravilla. Él lo consiguió. Es verdad que, al principio, siguiendo las costumbres de la época y el modo de obrar de los compañeros, tendió hacia la severidad; pero bien pronto cambió de método y se convirtió en el educador «atrayente y cordial» del que hablan los que le conocieron. Se había propuesto muy en serio, y lo había escrito en su diario «Ser servidor de todos». Por eso sigue escribiendo: «Si alguno de los alumnos llama a mi puerta, aunque tenga que interrumpir múltiples veces mi tarea, no debo manifestar ningún desagrado, sino que debo recibir a cada uno con ánimo alegre, como si no tuviera absolutamente nada que hacer».

Con estos propósitos, escritos y cumplidos, no es extraño que se captara la entera confianza de sus alumnos formandos. Uno de ellos escribirá más tarde: «Sobrecargado de trabajo como estaba, su puerta siempre la encontrábamos abierta. Lo mismo que un padre cariñoso, se había ganado la confianza de todos nosotros y todos acudíamos espontáneamente a él. Se sentía satisfecho sonriendo y de esta forma se comportaba durante todas las horas del día».

Recuerdan también aquellos sus muchachos como se preocupaba, de modo especial, de los que caían enfermos: «Continuamente iba a la enfermería, animaba a los enfermos, rezaba con ellos, les contaba cosas incluso personales para así hacerles el rato agradable». Siguen contando cómo en una ocasión, uno de ellos cayó muy enfermo, tanto que, en pocos días, aquella enfermedad consistente en una tuberculosis pulmonar, se lo llevó al cielo. «El Padre Stanggassinger, nos dicen, no sabía separarse de él, tanto de día como de noche. Llegamos los demás compañeros a sentir como una especie de santa envidia, porque nos decíamos que quien tuviera la suerte de tener a su lado en el lecho de muerte al P. Stanggassinger, tenía segura la entrada en el cielo».

El Padre Stanggassinger como prefecto: era el que acompañaba a los alumnos seminaristas a todas partes. Los despertaba por las mañanas, los acostaba por las noches. Iba con ellos al comedor, los acompañaba en los recreos, organizaba los juegos y deportes, salía con ellos tres veces por semana de paseo, organizaba con frecuencia excursiones que calificarán, los que con él las hicieron, de «inolvidables». En estas excursiones era todo un experto. No en vano había sido su deporte favorito, desde niño, hasta su entrada en la Congregación, habiendo recorrido palmo a palmo los hermosos parajes de su tierra, y todos los altos montes alpinos de los alrededores de Berchtesgaden.

Como digno de mención, nos recuerdan aquellos jóvenes que «jamás pegó a nadie». Entonces estaba muy de moda ese método. Mas aún: «Manifestaba gran respeto con nosotros y si tenía que corregirnos, procuraba hacerlo en privado». Un alumno nos contará que, en cierta ocasión, el P. Stanggassinger le impuso un castigo porque pensó que había hecho una fechoría. Resultaba que no era culpable. «Cuando se enteró el Padre de su error, dice el interesado, se puso de rodillas delante de mí, estando todos presentes. Dijo que se había equivocado y me pidió que lo perdonara. Yo estaba tan emocionado que se me llenó la cara de lágrimas». ¡Cómo no se iba a hacer querer si era esta su manera de obrar!

Como compañero, miembro de una comunidad religiosa, el Padre Stanggassinger estaba siempre dispuesto a ser «todo para todos». Además del trabajo que ya hemos visto, llevaba la contabilidad del Seminario, hacía de secretario de Estudios, se le encargaba redactar los estatutos de la Comunidad, trabajaba casi hasta la extenuación con motivo del traslado del Seminario a Gars.

Tenía un tino especial para limar asperezas entre los miembros de la Comunidad. Como siempre, hay tensiones entre los congregados mayores de la casa y los profesores del seminario, más jóvenes y emprendedores. Un compañero dice al respecto: «El hecho de ser capaz, a pesar de la diversidad de caracteres y opiniones, de ponerse de acuerdo con todos, es una muestra de la inteligencia y de la capacidad de discernimiento que poseía». Otro nos dice: «Era un reformador en el mejor sentido de la palabra. Sabía esperar el momento oportuno y de esta manera obtener siempre los mejores resultados».

Era como el punto medio y de apoyo entre los innovadores más jóvenes, a veces demasiado exaltados, y los superiores y mayores que veían peligros por todas partes en cualquier reforma. A los primeros les hacía ver la conveniencia de la calma y hasta con firmeza supo censurar a algunos por el modo irracional y excesiva insistencia a la hora de proponer y exigir los cambios. Y eso que él estaba de acuerdo con lo que se deseaba conseguir. A los segundos procuraba tranquilizarlos y lo conseguía.

Todo lo dicho hasta aquí tenía unos apoyos profundos: ni más ni menos que su vida interior. Hizo de su vida y de su actividad una permanente oración, a la que dedicaba en el silencio, largos ratos. El cumplimiento de la voluntad de Dios era como el eje de su vida ya que, según decía: «Ser Santo no es más que vivir haciendo la voluntad de Dios».

Su vida espiritual estaba, además, adornada con el colorido de una devoción, nada noña, y sí muy entrañable a María. «Ella, dice, es la que mejor sabe llevarnos a Jesús». No en vano, había aprendido esta devoción desde muy niño, cuando, con sus padres y hermanos, rezaba diariamente, de rodillas, el rosario.

Su actividad apostólica hacia fuera fue escasa. Las ocupaciones encomendadas por la obediencia no se lo permitían. Aun así, no desaprovechó las oportunidades que se le ofrecieron: algunas predicaciones en lugares cercanos y sobre todo, con cierta frecuencia, dedicación al confesonario. Se notaba especialmente concurrido cuando el P. Stanggassinger se sentaba en él. Si no fue un Misionero en activo, sí lo era en la retaguardia y de modo especial, como ya hemos repetido, formando a los futuros Misioneros. Esta tarea la tenía en grandísima estima y por eso escribió lo siguiente: «Cuidar y ayudar a que se desarrolle la vocación en estos jóvenes seminaristas, es más que convertir a grandes pecadores y más que predicar brillantes misiones». Veía en ellos, naturalmente, a los Misioneros del mañana.


ÚLTIMOS DÍAS Y MUERTE DEL PADRE STANGGASSINGER

Las leyes del Kulturkampf no tienen ya vigor. Los Redentoristas alemanes esparcidos por algunas naciones europeas, poco a poco, se han venido integrando a su Alemania de origen. Hacía algún tiempo que también se venía pensando en trasladar el Seminario de Dürrnberg (en Austria) a Gars (Alemania). Esto se llevó a cabo el verano de 1899. Quien cargó con el peso mas fuerte, en todo lo que suponía aquel cambio, fue el Padre Stanggassinger.

Los rumores que, por los días del cambio, comenzaron a correr de que el Padre Stanggassinger iba a ser el primer rector del nuevo Seminario de Gars, eran fundados, como se confirmaría más tarde. Pero iba a resultar que los superiores propusieron y Dios dispuso de otra manera.

El 11 de septiembre de 1899, él y los alumnos de Dürrnberg se trasladaron a Gars am Inn. El día 13 tiene lugar la bendición y la inauguración de aquel Seminario que ha perdurado hasta nuestros días. Por la tarde de ese mismo día, comienza Stanggassinger los ejercicios espirituales de comienzo de curso. Los predica y dirige él. Los termina, aunque ya no se siente del todo bien.

Como hay tanto que hacer en aquellos comienzos de casa, sigue trabajando y en realidad más de lo que debiera. El día 22, durante el recreo con los alumnos, se siente sin fuerzas y tiene que sentarse. Éstos le rodean, charlan y le preguntan si es verdad que ha sido nombrado Director. Él, sonriendo, responde: «Quizá muy pronto me veré libre de ese cargo». Esa noche la pasa con fuertes dolores de vientre. El 23 se tiene que quedar en cama. El 24 se levanta para celebrar la Misa en la enfermería. Luego charla con el enfermero y toda la conversación discurre sobre temas espirituales. Durante la conversación se siente muy mal. Ruega al Hermano que avise a la Comunidad y que le administren la Unción de los enfermos. El Hermano lo anima. Le dice que no es necesario y que se acueste. Llaman al médico y éste diagnostica apendicitis. La enfermedad sigue su curso. Los dolores siguen arreciando. Por la tarde vuelve el médico y ya diagnostica peritonitis. Ya no había remedio.

Hoy día si se declara la apendicitis no es difícil solucionar el mal: se opera cortando el apéndice y ya está, salvo complicación. Por aquel entonces no se operaba; por eso, si el apéndice enfermo reventaba, venía la infección del peritoneo y a continuación la muerte segura. Era esta la enfermedad a la que llamaban, por lo menos aquí en España, el «cólico miserere». Se aludía así a que había llegado la hora de entonar el salmo de difuntos que en latín comienza por la palabra «miserere».

Este mismo día 24, llegó a Gars el nombramiento oficial: El Padre Gaspar Stanggassinger Hamberger había sido nombrado Director del recién estrenado Seminario. No eran momentos para celebrarlo con fiestas.

El 25 se le administra el Sacramento de los enfermos. Le visitan unos alumnos y los anima a que sean fieles a su vocación: la de Misioneros Redentoristas.

A la una de la madrugada, ya del 26, comienza a delirar. Todo su delirio discurre por cosas piadosas. Hasta recita, en voz alta, parte de una de las conferencias predicada por él en los últimos ejercicios: «Queridos, honrad y amad a la buena Madre de Dios. Visitad a Jesús oculto en el Sagrario: id allí para comunicarle vuestras preocupaciones».

Después de esto, se quedó como inconsciente. A las dos de la madrugada volvió en sí y ansiosamente pidió la comunión. Se la trajeron. Se preparó para ella y dió gracias recitando las oraciones de San Alfonso, que sabía de memoria. Luego se quedó tranquilo y a cada rato se le oía o se le adivinaba recitar jaculatorias. El pulso se le iba debilitando, hasta que exhala el último suspiro.

Eran las cuatro menos cuarto de la madrugada del 26 de septiembre de 1899. Moría en la flor de sus veintiocho años. Le faltaban tres meses y medio para cumplir los veintinueve.

(fuente: www.psvigo.org)

otros santos 26 de septiembre:

- Santa María Teresa Couderc
- Beato Luis Tezza

viernes, 25 de septiembre de 2015

25 de septiembre: Beato Marcos Criado

Nació en Andújar (Jaén) en 1522. Ya de pequeño, sus biógrafos hacen resaltar su piedad mariana. En la flor de su juventud pide ser admitido como religioso Trinitario en el convento que los Trinitarios calzados tenían en su pueblo. Allí se formó y fue ordenado sacerdote. Se sentía especialmente llamado al ministerio de la predicación. Se ofrece como misionero: Por los años de 1560, los señores Obispos de Guadix y Almería pedían a los Trinitarios que les enviasen misioneros para predicar la fe cristiana a los moriscos. Se ofrecieron dos: los padres Pedro de San Martín y Marcos Criado. El P. Pedro falleció antes de iniciar la misión. Quedó solo el P. Marcos, quien partió hacia Las Alpujarras, región extremadamente difícil. Allí habían fijado su morada los moriscos.

A pesar de las dificultades y amenazas, fray Marcos comenzó su misión consolando y dando ánimo a los cristianos e intentando anunciar el Evangelio a los que no creían en Cristo.

Las amenazas no tardaron en hacerse realidad. Los musulmanes le juraron venganza. Asechanzas, palizas, desprecios ... estaban a la orden del día. La última paliza le sobrevino el 21 de septiembre de 1569. Sus enemigos lo llevaron a un bosque. Lo ataron a un árbol. Entre los golpes le conminaban a renunciar de su fe cristiana. Fray Marcos respondía: ¿Renegar de Cristo? ¡Jamás! Entonces, llenos de odio, cuelgan al árbol, hasta que sus pies no toquen el suelo. Pasó toda la noche en esta posición. Por la mañana, viendo que todavía estaba vivo y cantaba las alabanzas del Señor, lo apedrearon hasta dejarlo por muerto. El 25, viendo que no moría, un morisco le abrió el pecho y le extrajo el corazón. Los prodigios no terminaron. De su corazón salía un resplandor y en él se veía escrito el anagrama de Jesús (J.H.S.). Los moriscos retrocedieron y no sabían dónde meterse. Algunos se convirtieron a la fe cristiana. Corría el año 1569. Así terminó su vida el intrépido fray Marcos. Tenía 47 años de edad y 33 de profesión.

(fuente: www.trinitarios.org) 

otros santos 25 de septiembre:

- San Sergio de Radomez
- San Vicente María Strambi

jueves, 24 de septiembre de 2015

24 de septiembre: Beato Dalmacio Moner

Presbítero Dominico

Martirologio Romano: En Girona, de Cataluña, en España, beato Dalmacio Moner, presbítero de la Orden de Predicadores, conocido por su amor a la soledad y al silencio (1341).

San Dalmacio Moner (san Dalmau Moner para los catalanes) nace el año 1289 en Santa Coloma de Farners, a unos 20 kms. de la ciudad de Girona. Sus padres eran de condición económica acomodada, como consta por su comparecencia en diversos juicios sobre conflictos de bienes, relatados en documentos de la época.

Cursó estudios elementales con los padres benedictinos, En Gerona, donde radicó en su adolescencia y juventud, aprendió las artes liberales; en esa época conoció a los padres dominicos, a quienes admiró por sus conocimientos.

Estudió lógica en Montpellier, profesó en 1314 en la Orden de los Predicadores, concluyó filosofía en Valencia y se doctoró en teología.

Fue docente en Castelló, Tarragona y Cervera. Se distinguió por la extrema obediencia a la Regla Dominica, su entrega a la oración, estudio y predicación; promovió vocaciones entre los jóvenes, además de ser consejero de prelados, reyes y catedráticos.

Contribuyó en la organización de nuevos conventos y formó centros de espiritualidad y apostolado. En vida, los frailes y el pueblo lo reconocían como santo; le llamaban "el fraile que habla con el ángel", debido a su piedad y silencio; además, se le atestiguaron levitaciones y favores considerados milagrosos.

Fray Dalmacio practicó la austeridad también en el alimento, vestido y aposento. Durante su vida religiosa, no sólo fue solícito en el cumplimiento de los ayunos y abstinencias, prescritos por las Constituciones dominicanas, sino que renunció del todo a comer carne (salvo en caso de enfermedad) y procuraba alimentarse de verduras endurecidas -a veces de raíces- y de legumbres, cocidas y preferentemente frías. Cuando había de compartir la misma comida que los otros religiosos en el refectorio, evitaba los platos sabrosos o les echaba agua para quitarles el sabor. En cuanto a la vestimenta, usaba hábitos viejos y apedazados, aunque procuraba ir limpio.

Cuando le regalaban un hábito o una capa, pedía a otro religioso que la usase primero él hasta envejecerla por el uso. Su celda era pequeña y angosta, una de las destinadas a los novicios o jóvenes estudiantes. Oraba hasta altas horas de la noche y, cuando le vencía el sueño, se acostaba sobre un saco de sarmientos, a modo de colchón, y reposaba su cabeza sobre un saco rellenado de paja sin cortar, a modo de almohada.

En los cuatro últimos años de su vida vivió una vida de extrema austeridad. Empeñado en dedicar los últimos años de su vida a la contemplación y a la mortificación de su cuerpo, obtuvo del P. Maestro General de los dominicos en 1336 un permiso especial para ir a vivir y morir en la Cueva de Santa Magdalena, conocida aún hoy día como La Sainte Baume, situada cerca de Marsella y custodiada por los frailes dominicos franceses. Vivió allí unos meses, pero tuvo que volver a Girona por asuntos urgentes.

Entonces fue cuando empezó el cuatrienio más severo de su vida en Girona. Volvió a conseguir del P. Maestro General un permiso especial para vivir como anacoreta en una cueva angosta y húmeda excavada en una de las laderas de la amplia huerta del Convento de Santo Domingo. Allí pasó los cuatro últimos años de su vida dedicado a la oración, contemplación y penitencia, con la única obligación comunitaria de acudir al convento a las horas de las comidas y de los rezos en el coro.

El P. Diago resume su muerte con estas palabras: “Recibidos los Santos Sacramentos de la Iglesia, estando presentes los frailes más importantes de la Provincia que habían acudido a aquel convento para celebrar el capítulo y, rogando por él, murió dichosamente de edad de cincuenta años en aquella áspera cueva a 24 de septiembre del año de 1341.

Su culto fue confirmado por Inocencio XIII de 13 de agosto de 1721.

(fuente: catholic.net)

otros santos 24 de septiembre:

- Beata Columba Gabriel
- San Pacífico

miércoles, 23 de septiembre de 2015

23 de septiembre: Beatos Cristóbal, Antonio y Juan

Niños mártires de Tlaxcala

Los niños Cristóbal, Antonio y Juan fueron martirizados entre los años 1527 y 1529 por predicar la doctrina cristiana.

Fueron beatificados el 6 de mayo de 1990 en la Basílica de Guadalupe por Juan Pablo II

En la Nueva España los primeros mártires que se conocieron fueron Cristóbal, Antonio y Juan. El primero nació en una población de Atlihuetzía y cursó sus estudios en la escuela franciscana de Tlaxcala hacia 1524-1527, y murió a la edad de 12 años.

Cristóbal fue el hijo más querido de su padre Acxotecatl; cuando los franciscanos reunieron a los hijos de los caciques para formar la primera escuela, Acxotecatl envió a sus otros hijos y se reservó a Cristóbal, pero más tarde fue llevado a la institución, donde asimiló con rapidez la doctrina cristiana, a tal grado que él mismo pidió el bautismo.

En seguida, comenzó a exhortar a su padre y a sus familiares para que dejaran la embriaguez y abandonaran los ídolos, porque era un pecado. Axcotecatl pensó que lo que le decía su hijo era una simple repetición de las enseñanzas de los frailes y no le hizo caso, y ante esa indiferencia Cristóbal derramaba el pulque que se encontraba en la casa de su padre y destruía a los ídolos.

Irritado Axcotecatl por la actitud de Cristóbal, concibió la idea de quitarle la vida; fingió celebrar una fiesta familiar, mandó a llamar a sus hijos de la escuela franciscana y cuando estuvieron presentes se quedó sólo con Cristóbal, cerrada la habitación, comenzó a increparlo, a golpearlo, a darle de puntapiés y finalmente lo echó al fuego.

Rescatado por su madre y otros familiares, Cristóbal sobrevivió las primeras horas del día siguiente y más tarde murió. Su padre ordenó que lo sepultaran en una de las habitaciones de su casa, y cuando se descubrió el crimen, Fray Andrés de Córdoba, en compañía de muchos indios trasladó el cuerpo de Cristóbal al primer convento que tenían los franciscanos para después trasladarlo al ex convento de San Francisco, actualmente la catedral de La Asunción.

Asimismo, la historia dice que Antonio y Juan nacieron en el pueblo de Tizatlán, uno de los cuatro señoríos de la antigua República de Tlaxcala. El padre de Antonio fue Ytzehecatzin. Ambos fueron educados en la primera escuela franciscana de Tlaxcala.

Dos años después del martirio de Cristóbal, llegaron a Tlaxcala dos religiosos de la orden de Santo Domingo, uno se llamaba Bernardino Minaya, el otro, probablemente, era Gonzalo Lucero. Viendo a tantos niños de la escuela franciscana, suplicaron a Fray Martín de Valencia que les diera a algunos para sus compañeros, ya que les servirían de catequistas e intérpretes.

En este sentido, fueron designados Antonio, nieto de Xicohténcatl, con Juan, y un tercero llamado Diego. Fray Martín los exhortó a seguir preparándose, ya que quizá iban a sufrir mucho. Llegados a Tepeaca, los frailes dominicos comenzaron la predicación del evangelio; los niños se dedicaron a recolectar ídolos en las poblaciones de Tecali y Cuahutinchán, donde fueron sorprendidos por los naturales que los mataron a palos. El niño Diego escapó. Primeramente los cuerpos fueron arrojados a una barranca y de ahí fueron llevados a Tepeaca y sepultados en una capilla.

Beatificación

Fray Toribio de Benavente (Motolinía), uno de los 12 frailes que llegaron a México en 1524, siendo guardián del convento de San Francisco de Tlaxcala en 1539 recolectó la información histórica en Atlihuetzía, y esa información la recibió de Luis, hermano de Cristóbal, el cual presenció el martirio desde una ventana, así como de otras personas de la familia. Después, el obispo Luis Munive Escobar, primer obispo de Tlaxcala, precanonizado el 13 de julio de 1959 por el Papa Juan XXIII y consagrado el 12 de noviembre del mismo año en Ocotlán, fue quien introdujo la causa de beatificación.

El 6 de mayo de 1990 fueron declarados beatos por Juan Pablo II, en la Basílica de Guadalupe, en México. Además, la canonización que se busca es el decreto definitivo que el Papa da para que un beato sea inscrito en el catálogo de los santos y así reciba culto público en la "iglesia universal".

Para canonizar a los beatos, la iglesia católica busca a toda costa que se dé un verdadero milagro que supere las fuerzas de la naturaleza y no un simple favor. Incluso, han recibido el apoyo de una familia cuyo hijo tiene cáncer, a fin de que pueda obtener la curación encomendándose a Cristóbal, Antonio y Juan. También se ha encomendado al obispo Luis Munive Escobar, quien se encuentra en estado vegetativo desde hace varios años.

(fuente: www.aciprensa.com)

otros santos 23 de septiembre:

- Beata Emilia Tavernier
- San Pí­o de Pietrelcina

martes, 22 de septiembre de 2015

22 de septiembre: San Mauricio y compañeros máritres

(Fines del siglo III)

En un primer plano hacia la derecha nos salen al encuentro los oficiales de la legión Tebea. Destacándose su figura en el fino gesto de su mano con un dedo en alto, San Mauricio, el caudillo de la tropa "rebelde". En conversación con él, hablando con las manos ya que no pueden hacerlo con las palabras, los otros oficiales que sostuvieran la resistencia: Exuperio, Cándido y Víctor. Un niño, siempre los pajecillos en sus lienzos, sostiene un yelmo, porque todas las figuras aparecen destocadas. Y a la derecha del protagonista, un grupo de cabezas que en este caso hablan con los ojos, atentos al diálogo de sus jefes.

Todo es aquí contenido, sereno, helénico, salvo en las nerviosas piernas desnudas de estos soldados que parecen arder. Porque la llama es más bien interior, y el agitarse de los espíritus está expresado con música de fondo, en ese flamear de la amplia bandera carmesí, en las lanzas erectas y en el cielo atormentado que los cobija.

Con más intencionalidad en la escena de la izquierda, disimuladamente descrita en todo su horror de carnicería. Allí está el tormento como esquivado en su representación somera; pero allí está a la vez la clave para entender el coloquio de las cuatro figuras principales y adivinar su heroísmo y santidad.

Aunque la santidad nos la explica mejor la escena de arriba. Porque Dominico Theotocópuli gusta de establecer zonas contrapuestas, la terrenal, en que recoge el hecho y anécdota, y la sobrenatural, donde un coro de ángeles músicos y una pareja de ángeles con palmas y coronas, aparte de hacer del lienzo un maravilloso poema cromático, nos dicen que aquellos mílites no son héroes de Homero, sino mártires cristianos.

En esta obra, que puede clasificarse entre las mejores del Greco, palpita un poderoso acento sentimental, si bien, su autor, transido de brisas clásicas, ha querido diluir la emoción del conjunto, desparramándola en los colores insólitos —azules y amarillos— nunca vistos en él, y en su opulencia decorativa.

El Cretense, con esta composición de su primera época española —1582—, quiso ofrecer a Felipe II, que se la encargaba en 1579 para una de las capillas de El Escorial, una prueba de sus posibilidades de gran artista, por encima de todos los "manierismos". Mas el lienzo, dice el padre Sigüenza, "no contentó al monarca", y no llegó a ser colocado nunca en la capilla, pasando a las salas capitulares, donde todavía se exhibe. El rey en cierto modo tenía razón, porque el cuadro, por su asimetría y lo tripartito de la composición, no es devocional, aunque capte maravillosamente la psicología de los personajes y narre las tres fases del tema. Lo cierto es que Theotocópuli cobró los 800 ducados del contrato, y se volvió a Toledo. Nunca Felipe Il hizo mejor servicio a la ciudad imperial.

El joven artista encendió ya entonces la controversia. "Dicen (que el cuadro) es de mucho arte, y que su autor sabe mucho, y se ven cosas excelentes de su mano", vuelve a anotar el padre Sigüenza. El artista, para vengarse de sus émulos, firmó su obra en una hoja de papel que muerde una víbora, alusión patente a los envidiosos.

Si he traído aquí al pintor cretense es porque ha popularizado con aquel lienzo que no gustó a Felipe Il el martirio de San Mauricio y sus compañeros.

Pues lo que el Greco expresó con sus pinceles lo narra en una prosa llena de colorido el obispo de Lyón, San Euquero, muerto a mediados del siglo V. Este Santo es el autor de la "passio" de San Mauricio y la legión Tebea, donde pretendió recoger las tradiciones orales "para salvar del olvido las acciones de estos mártires".

Aunque cita testigos de su relato, ninguno de ellos puede ser contemporáneo, ni siquiera a través de tercero, de los hechos que narra, por haber transcurrido un hiato de siglo y medio.

Diocleciano había asociado a su Imperio a Maximiano Hércules. Ambos, feroces enemigos del nombre cristiano, decretaron la última y la más terrible de las persecuciones.

Maximiano hubo de acudir a las Galias para reprimir un intento de sublevación de aquellos pueblos, y entre las tropas que reunió se encontraba la legión Tebea, procedente de Egipto y toda compuesta de cristianos. Al ir a incorporarse a su destino, Mauricio, comandante de dicha legión, visita en Roma al papa Marcelo, Llegados a Octadura, la actual Martigny en el Valais, junto a los desfiladeros de los Alpes suizos, Maximiano ordena un sacrificio a los dioses para impetrar su protección en la campaña que pensaba emprender.

Los componentes de la legión Tebea rehusan sacrificar, apartándose del resto del ejército y yendo a acampar a Agauna, entre las montañas y el Ródano, no lejos del lado oriental del lago Lemán.

Maximiano monta en cólera cuando conoce el motivo de la deserción, dando orden de que los legionarios rebeldes sean diezmados y pasados a espada. Los sobrevivientes se reafirman en su fe y se animan a sufrir todos los tormentos antes que renegar de la verdadera religión.

Maximiano, cruel más que una bestia feroz, ordena diezmar por segunda vez a los soldados cristianos. Mientras se lleva a cabo la orden imperial, el resto de los tebanos se exhortan mutuamente a perseverar, sostenidos por sus jefes: Mauricio, a quien el narrador llama primicerius, o comandante en jefe de la legión, aunque en la terminología castrense romana no designara tal nombre esa función; Exuperio, campidoctor (término equivalente a lo que hoy llamaríamos un oficial de menor graduación) y Cándido, senator militum, también oficial. Encendidos con tales exhortaciones de sus jefes y oficiales, los soldados envían una delegación a Maximiano para exponerle su resolución.

Al describir tales incidentes, Euquero pone en las bocas de los protagonistas largos discursos, a la manera de Tito Livio y los historiadores clásicos. Los legionarios tebanos declaran que no pueden faltar al juramento prestado a Dios. Que obedecerán al emperador siempre que su fe no se lo impida, y que si determina hacerlos perecer, renuncian a defenderse, como tampoco lo hicieran sus camaradas, cuya suerte no temen seguir.

Viéndoles tan obstinados, Maximiano envía a sus tropas contra ellos, que se dejan degollar como mansos corderos, Corren arroyos de sangre como jamás se viera en las más cruentas batallas.

Víctor, veterano licenciado de otra legión, pasa casualmente por el lugar del suceso, mientras los verdugos festejaban su crueldad. Inquiere la causa, y al informarse lamenta no haber podido acompañar a sus hermanos en la fe. Entonces los verdugos le sacrifican juntamente con los demás.

Según Euquero, toda la legión Tebea, compuesta de 6.600 soldados, fue pasada por las armas, si bien de entre tantos mártires sólo se conoce el nombre de Mauricio, Exuperio, Cándido y Víctor. "Los restantes nombres, que nosotros ignoramos, están inscritos en el libro de la vida."

De la lectura de la pasión se destaca un dato incontrovertible: En el siglo V y aun en el IV se daba culto en Agauna a unos soldados mártires, y esto representa un testimonio de la mayor importancia.

Las circunstancias del martirio aparecen ya menos claras, y el sincronismo establecido por Euquero no concuerda con la historia general que conocemos.

Sitúa el suceso durante la gran persecución de Maximiano, cuando ya la Galia estaba gobernada por Constancio Cloro, que no aplicó los decretos persecutorios. Además, resulta improbable que los soldados martirizados fuesen 6.600, pues ésta era la cifra teórica de los hombres de una legión, que por aquellas fechas se reducía en la práctica al millar de combatientes.

Sea lo que fuere de estos detalles, lo que no cabe dudar es que a finales del siglo III ocurrió en Agauna un martirio colectivo de soldados cristianos, hecatombe de la que existen casos parecidos, como los cuarenta mártires de Sebaste.

¿Procedían aquellos soldados de la Tebaida egipcia? Bien pudiera ser, aunque los legionarios tebanos no estuvieran normalmente de guarnición en la región del Valais. No veamos en ellos un puro simbolismo, como si hubieran sido calificados de tebanos por ser la Tebaida la tierra clásica de santos y ermitaños del primitivo cristianismo.

Acerca de los nombres de los oficiales que nos ha transmitido Euquero, corresponden perfectamente a soldados de entonces, y no hay por qué dudar de su autenticidad. Mauricio significa "negro" (moro), Cándido, "blanco"; Exuperio, "levantado en alto ", y Víctor, "victorioso".

Ya en el siglo IX la fiesta de San Mauricio y de sus compañeros mártires de la legio felix Agaunensis era celebrada en Roma y en toda la cristiandad. Merece destacarse el hecho de que el ceremonial de la coronación de los emperadores, compuesto hacia el siglo XI, determina que el Papa corone al emperador en la basílica de San Pedro, en el altar de San Mauricio, invocando su protección sobre el ejército "romano y teutónico".

Según refiere el citado Euquero, fue San Teodoro, obispo del Valais, quien hizo exhumar los restos de los mártires tebanos, levantando en su honor una pequeña basílica, de la cual se han encontrado huellas en excavaciones efectuadas en el pasado siglo, corno también de otros santuarios levantados en aquellos parajes.

El 22 de septiembre del 515 pronunció San Avito, obispo de Viena, una homilía para la inauguración de la abadía de Agauna, fundada por el piadoso rey Segismundo.

El abad Alteo, pariente de Carlomagno, hizo levantar una iglesia mayor a fines del siglo VIII, conservada cuando se construyó otra nueva basílica en el siglo XI.

Los canónigos regulares se establecieron en Agauna el año 1128, y allí han perdurado siempre. La actual abadía fue reconstruida en el siglo XVII.

Los mártires de la legión Tebea fueron venerados por todas partes, y de ellos hay reliquias en infinidad de iglesias, como Viena del Delfinado, San Cugat del Valles, El Escorial, catedral de Toledo, etc. En Francia sesenta y dos municipios llevan el nombre de Saint-Maurice.

Hasta las armas de este Santo fueron objeto de veneración. Carlos Martel quiso servirse de la lanza de San Mauricio y de su morrión cuando presentó batalla a los sarracenos en Poitiers. Los duques de Saboya, en cuyo territorio está comprendido el lugar de su martirio, llevaron siempre el anillo de este Santo como una de las más preciosas señales de su soberanía.

También hay una orden militar, fundada en 1434 por Amadeo VIII, primer duque de Saboya, que está encomendada a San Mauricio, gran protector de esta casa. Carlos Manuel la fundió posteriormente con la Orden de San Lázaro. La Orden del Toisón de Oro le tiene igualmente por patrono, lo que explicaría la devoción que le profesaba Felipe II.

Estos mártires gozaron de oficio con antífonas propias, de gran belleza musical literaria. He aquí algunas, aunque pierdan mucho color al ser traducidas:

"La santa legión de los mártires agaunenses, mientras resistía a los adversarios, merced a la intervención de San Mauricio, su general, alcanzó el premio de la inmortalidad."

"He aquí cómo por la intervención de estos santos se ha convertido Agauna en lugar sagrado que sirve de salud a los presentes y de defensa a los venideros."

En efecto, parece que la historia ha confirmado el voto de la liturgia, pues en la alta Edad Media la abadía de Agauna se hizo famosa por la santidad de sus monjes.

escrito por Casimiro Sánchez Aliseda
(fuente: www.mercaba.org)

otros santos 22 de septiembre:

- Beato Ignacio de Santhiá
- Beatos Mártires Salesianos en Valencia

lunes, 21 de septiembre de 2015

21 de septiembre: Beato José Vila Barri

Sacerdote y Mártir

Martirologio Romano: En diversos lugares de España, Beatos Jaime Puig Mirosa y 18 compañeros de la Congregación de los Hijos de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, además de Sebastián Lorens Telarroja, laico, asesinados por odio a la fe. († 1936-1937)

Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.

Hijo de Juan y de Iluminada, nació el día 14 de abril de 1910 en Camprodón (Girona). Era el mayor de tres hijos y el único varón. Quedando huérfano de padre y en una difícil situación económica, le fue concedido el ingreso en el Colegio de Huérfanos de Sant Julià de Vilatorta a los 11 años por petición de su abuela. Allí completó la enseñanza primaria y fue cultivando una vocación religiosa y sacerdotal que unos años más tarde, con su ingreso al colegio Nazareno de Blanes el 25 de julio de 1925, asumiría en nuestro Instituto de Hijos de la Sagrada Familia. Vistió el hábito el 25 de septiembre de 1927 en el colegio Sagrada Familia de Les Corts, a manos del P. Luis Tallada, Superior General, e inició el año de noviciado junto con Pedro Ruiz, Francisco Saborit, Ramón Jordà y Bernardo Serra, entre otros. El día 26 de septiembre de 1928 hizo su primera profesión, frecuentando en los años siguientes sus estudios eclesiásticos en el escolasticado de Les Corts y siendo su prefecto el P. Ramón Oromí, Maestro suyo también durante el noviciado.

Profesó perpetuamente el 20 de septiembre de 1935. En Barcelona recibió la tonsura y las primeras órdenes y fue promovido sucesivamente el diaconado, que tuvo fecha el 17 de diciembre de 1935. El 7 de marzo de 1936 fue ordenado sacerdote, en Girona, junto con los padres Mariano Ruiz, Roberto Montserrat y José Pairó. Cantó su primera misa en la capilla del colegio de Loreto de Les Corts. Como minorista, había hecho las prácticas de enseñanza en los colegios de Huérfanos de Sant Julià y Santa María de Blanes. En los pocos años de su ministerio sacerdotal, manifestó una gran estima y gravedad en su porte, en el modo de hablar y, sobre todo, en la celebración de la eucaristía.

La revolución de 1936 le sorprendió haciendo las veces de superior y prefecto de escolares de 12 filósofos en la residencia de Mas Loreto, Mosqueroles, con el teólogo Pedro Ruiz como viceprefecto y el coadjutor Domingo García. Por el párroco del lugar y la radio se enteraron de lo que sucedía en varios puntos de la península. El día jueves, 22 de julio, por la mañana, tras el aviso de la llegada de un grupo de comunistas en el pueblo para saquear las casas y quemar la parroquia y la residencia, la mayoría se dispersó por el bosque, permaneciendo escondidos en casas amigas durante dos semanas. El padre Vila tuvo que proveer, en aquellas graves circunstancias y sin poder comunicarse con el P. Samá, Superior General por aquel entonces, a la seguridad y alojamiento de todos. Fue el último en abandonar la residencia cuando ya se habían dispersado los otros, estando dispuesto a ofrecerse el primero con tal de poner a salvo a los demás. El único pase que logró conseguir lo cedió al hermano Juan Sierra para que pudiera llegar hasta Barcelona y ampararse en el consulado norteamericano.

En la madrugada del 2 de agosto, el padre Vila, con los hermanos Casimiro Roca y Pedro Ruiz, emprendió viaje, a pie, hacia Vic. Allí se hospedaron en casa de su hermana Isabel, mientras les obtuvo nuevos pases y pasaje hasta Manresa, quedando el padre Vila en su casa hasta el día 20 de septiembre, en que fue detenido. Desde primeros de aquel mes, había acudido también a refugiarse allí el padre Buenaventura Belart, escolapio, pariente suyo, que también fue detenido aquel mismo día. Días más tarde, luego de haber sido informada del desenlace, su hermana misma precisó que ambos sacerdotes habían sido asesinados en la noche del 21 al 22 del mismo mes de septiembre. El padre Vila contaba con 26 años de edad y 8 de profesión religiosa. En 1942, en el Juzgado de Barcelona, se inscribió su desaparición.

Integran el grupo: (Nombre, Lugar y fecha del martirio)

01.- Jaime (Jaume) Puig Mirosa, Sacerdote- Blanes (Girona) el día 30 VII 1936;
02.- Sebastián Llorens Telarroja, Apóstol Laico- Blanes (Girona) el día 30 VII 1936;
03.- Narciso Sitjà Basté, Sacerdote- Barcelona el 9 VIII 1936;
04.- Juan Cuscó Oliver, Sacerdote- Lérida el 21 VIII 1936;
05.- Pedro Sadurní Raventós, Sacerdote- Lérida el 21 VIII 1936;
06.- Fermín Martorell Víes, Sacerdote- Vila-rodona, Tarragona, 25 VIII 1936;
07.- Francisco Llach Candell, Sacerdote- Vila-rodona, Tarragona, 25 VIII 1936;
08.- Eduardo Cabanach Majem, Sacerdote- Vila-rodona, Tarragona, 25 VIII 1936;
09.- Ramón Cabanach Majem, Sacerdote- Vila-rodona, Tarragona, 25 VIII 1936;
10.- Juan Franquesa Costa, Sacerdote- Cerveza, Lleida, 2 IX 1936;
11.- Segismundo Sagalés Vilà, Religioso Coadjutor- Múnter, Barcelona, 8 IX 1936;
12.- José Vila Barri, Sacerdote- Gurb de la Plana, Barcelona, 21 IX 1936;
13.- Pedro Verdaguer Saurina, Sacerdote- Barcelona, 15 X 1936;
14.- Roberto Montserrat Beliart, Sacerdote- Barcelona, 13 XI 1936;
15.- Antonio Mascaró Colomina, Religioso Escolar- Barcelona, 27 I 1937;
16.- Pedro Ruiz Ortega, Religioso Escolar- Barcelona, 4 IV 1937;
17.- Pedro Roca Toscas, Religioso Escolar- Barcelona, 4 IV 1937;
18.- Ramón Llach Candell, Sacerdote- Barcelona, 19 IV 1937;
19.- Jaime Llach Candell, Sacerdote- Barcelona, 19 IV 1937;
20.- Ramón Oromí Sullà, Sacerdote- Barcelona, 26 IV 1937.



(fuentes: patria-nazarena.blogspot.com; catholic.net)

otros santos 21 de septiembre:

- San Mateo, apóstol
Santos Lorenzo Imbert y compañeros

domingo, 20 de septiembre de 2015

20 de septiembre: San Agapito I, Papa

Su pontificado duró de 535-536. Su fecha de nacimiento es incierta; murió el 22 de abril de 536. Fue hijo de Gordiano, un sacerdote romano que había sido asesinado durante los disturbios en los días del Papa Simaco.

Su primer acto oficial fue quemar en presencia de la asamblea del clero, el anatema que Bonifacio II había pronunciado en contra de su rival Dióscoro, y que había ordenado que fuera conservado en los archivos romanos. Confirmó los decretos del concilio realizado en Cartago, después de la liberación de África del yugo de los vándalos, según los cuales los conversos (v. conversión) del arrianismo fueron declarados inelegibles a los Órdenes Sagrados y aquellos ya ordenados fueron admitidos solamente a la comunión de los laicos. Aceptó una apelación de Contumelioso, Obispo de Riez, a quien un concilio en Marsella había condenado por inmoralidad, y le ordenó a San Caesario de Arles otorgar al acusado un nuevo juicio ante los legados papales. Mientras tanto, Belisario, después de la muy fácil conquista de Sicilia, se preparaba para una invasión a Italia.

El rey gótico, Theodehad, como último recurso, suplicó al viejo pontífice dirigirse a Constantinopla y traer su influencia para convencer al Emperador Justiniano I. Para sufragar los costos de la embajada, Agapito se vio obligado a empeñar las sagradas vasijas del altar de la Iglesia de Roma. Se embarcó en pleno invierno con cinco obispos y un séquito imponente.

En febrero del 536 apareció en la capital de Oriente y fue recibido con todos los honores dignos de la cabeza de la Iglesia Católica. Como él había previsto sin duda, el objetivo aparente de su visita fue condenado al fracaso. Justiniano no pudo ser desviado de su resolución para restablecer los derechos del Imperio en Italia. Pero desde el punto de vista eclesiástico, la visita del Papa a Constantinopla marcó un triunfo escasamente menos memorable que las campañas de Belisario. El entonces ocupante de la sede bizantina era un cierto Antimo, quien sin la autoridad de los cánones había dejado su sede episcopal en Trebizondo para unirse a los cripto-monofisitas (v. monofisitas y monofisismo) que, en unión con la Emperatriz Teodora, intrigaban para socavar la autoridad del Concilio de Calcedonia.

Contra las protestas de los ortodoxos, la Emperatriz finalmente sentó a Antimo en la silla patriarcal (v. patriarca y patriarcado). No bien hubo llegado el Papa, la mayoría prominente del clero radicaron cargos en contra del nuevo patriarca como un intruso y un herético. Agapito le ordenó hacer una profesión de fe escrita y volver a su sede abandonada; después de su negativa, rechazó tener cualquier relación con él. Esto enfadó al Emperador, que había sido engañado por su esposa en cuanto a la ortodoxia de su favorito, llegando al punto de amenazar al Papa con el destierro. Agapito contestó con espíritu: "Con deseo entusiasta vengo a mirar al Muy Cristiano Emperador Justiniano. En su lugar encuentro a un Diocleciano, cuyas amenazas, sin embargo, no me aterrorizan." Este atrevido lenguaje hizo que Justiniano tomara una pausa; siendo convencido finalmente de que Antimo era poco sólido en la fe, no hizo ninguna objeción a que el Papa ejerciera la plenitud de sus poderes al deponer y suspender al intruso, y, por primera vez en la historia de la Iglesia, consagrar personalmente a su sucesor legalmente electo, Menas. Los orientales no olvidaron pronto este memorable ejercicio de la prerrogativa papal, que, junto con los latinos, lo veneran como un santo. Para limpiarse a sí mismo de cualquier sospecha de favorecer la herejía, Justiniano entregó al Papa una confesión de fe escrita, que el último aceptó con la juiciosa estipulación que, "aunque no podía admitir en un laico el derecho de enseñar la religión, observaba con placer que el celo del Emperador estaba en perfecto acuerdo con las decisiones de los Padres". Poco después Agapito cayó enfermo y murió, después de un glorioso reinado de diez meses. Sus restos fueron traídos a Roma en un ataúd plomizo y depositados en la Basílica de en San Pedro.

Su memoria se mantiene el 20 de septiembre, el día de su deposición. Los griegos lo conmemoran el 22 abril, día de su muerte.

Fuente: Liber Pontificalis (ed. Duchesne), I, 287-289; Cleus in Acta SS., Sept., VI, 163-179; Artaud de Montor, Lives of the Popes (New York, 1867), I, 123, 124. Loughlin, James. "Pope St. Agapetus I." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. Traducido por Alonso Teullet Revisado y corregido por Luz María Hernández Medina.
(fuente: aciprensa.com)

otros santos 20 de septiembre:

-
Santa Madre María Teresa de San José
Beato Francisco de Posadas

sábado, 19 de septiembre de 2015

19 de septiembre: San Jenaro de Nápoles


muere aprox. 305 A.D.
Obispo de Benevento, Mártir, Patrón de Nápoles

Breve: San Jenaro fue obispo de Benevento; durante la persecución de Diocleciano, sufrió el martirio, juntamente con otros cristianos, en la ciudad de Nápoles, en donde se le tiene una especial veneración.


Historia de San Jenaro

San Jenaro, patrón de Nápoles, es famoso por el milagro que generalmente ocurre cada año desde hace siglos, el día de su fiesta, el 19 de septiembre. Su sangre, se licua ante la presencia de todos los testigos que deseen asistir.

Nápoles y Benevento (donde fue obispo) se disputan el nacimiento de San Jenaro y Benevento.

Durante la persecución de Diocleciano, fueron detenidos en Pozzuoli, por orden del gobernador de Campania, Sosso, diácono de Miseno, Próculo, diácono de Pozzuoli, y los laicos Euticio y Acucio. El delito era haber públicamente confesado su fe.

Cuando San Jenaro tuvo noticias de que su amigo Sosso y sus compañeros habían caído en manos de los perseguidores, decidió ir a visitarlos y a darles consuelo y aliento en la prisión. Como era de esperarse, sus visitas no pasaron inadvertidas y los carceleros dieron cuenta a sus superiores de que un hombre de Benevento iba con frecuencia a hablar con los cristianos. El gobernador mandó que le aprehendieran y lo llevaran a su presencia. El obispo Jenaro, Festo, su diácono y Desiderio, un lector de su iglesia, fueron detenidos dos días más tarde y conducidos a Nola, donde se hallaba el gobernador.

Los tres soportaron con entereza los interrogatorios y las torturas a que fueron sometidos. Poco tiempo después el gobernador se trasladó a Pozzuoli y los tres confesores, cargados con pesadas cadenas, fueron forzados a caminar delante de su carro. En Pozzuoli fueron arrojados a la misma prisión en que se hallaban sus cuatro amigos. Estos últimos habían sido echados a las fieras un día antes de la llegada de San Jenaro y sus dos compañeros, pero las bestias no los atacaron. Condenaron entonces a todo el grupo a ser echados a las fieras. Los siete condenados fueron conducidos a la arena del anfiteatro y, para decepción del público, las fieras hambrientas y provocadas no hicieron otra cosa que rugir mansamente, sin acercarse siquiera a sus presuntas víctimas.

El pueblo, arrastrado y cegado por las pasiones que se alimentan de la violencia, imputó a la magia la mansedumbre de las fieras ante los cristianos y a gritos pedía que los mataran. Ahí mismo los siete confesores fueron condenados a morir decapitados. La sentencia se ejecutó cerca de Pozzuoli, y en el mismo sitio fueron enterrados.

Los cristianos de Nápoles obtuvieron las reliquias de San Jenaro que, en el siglo quinto, fueron trasladadas desde la pequeña iglesia de San Jenaro, vecina a la Solfatara, donde se hallaban sepultadas. Durante las guerras de los normandos, los restos del santo fueron llevados a Benevento y, poco después, al monasterio del Monte Vergine, pero en 1497, se trasladaron con toda solemnidad a Nápoles que, desde entonces, honra y venera a San Jenaro como su patrono principal.

Muchos se cuestionan la autenticidad de los hechos arriba mencionados y de la misma reliquia porque no hay registros sobre el culto a San Jenaro anteriores al año 431. Pero es significante que ya en esa época el sacerdote Uranio relata sobre el obispo Jenaro en términos que indican claramente que le consideraba como a un santo reconocido. Los frescos pintados en el siglo quinto en la "catacumba de san Jenaro", en Nápoles, lo representan con una aureola. En los calendarios más antiguos del oriente y el occidente figura su nombre.


El milagro continúa

Mientras que muchos se cuestionan sobre la historicidad de San Jenaro, nadie se puede explicar el milagro que ocurre con la reliquia del santo que se conserva en la Capilla del Tesoro de la Iglesia Catedral de Nápoles, Italia. Se trata de un suceso maravilloso que ocurre periódicamente desde hace cuatrocientos años. La sangre del santo experimenta la licuefacción (se hace líquida). Ocurre cada año en tres ocasiones relacionadas con el santo: la traslación de los restos a Nápoles, (el sábado anterior al primer domingo de Mayo); la fiesta del santo (19 de septiembre) y el aniversario de su intervención para evitar los efectos de una erupción del Vesubio en 1631 (16 de diciembre)

El día señalado, un sacerdote expone la famosa reliquia sobre el altar, frente a la urna que contiene la cabeza de san Jenaro. La reliquia es una masa sólida de color oscuro que llena hasta la mitad un recipiente de cristal sostenido por un relicario de metal. Los fieles llenan la iglesia en esas fechas. Es de notar entre ellos un grupo de mujeres pobres conocidas como zie di San Gennaro (tías de San Jenaro). En un lapso de tiempo que varía por lo general entre los dos minutos y una hora, el sacerdote agita el relicario, lo vuelve cabeza abajo y la masa que era negra, sólida, seca y que se adhería al fondo del frasco, se desprende y se mueve, se torna líquida y adquiere un color rojizo, a veces burbujea y siempre aumenta de volumen. Todo ocurre a la vista de los visitantes. Algunos de ellos pueden observar el milagro a menos de un metro de distancia. Entonces el sacerdote anuncia con toda solemnidad: "¡Ha ocurrido el milagro!", se agita un pañuelo blanco desde el altar y se canta el Te Deum. Entonces la reliquia es venerada por el clero y la congregación.

El 5 de mayo del 2008, reporteros de 20 canales de TV, entre ellos CNN estaban presentes en la catedral cuando ocurrió el milagro.

El milagro ha sido minuciosamente examinado por personas de opiniones opuestas. Se han ofrecido muchas explicaciones, pero en base a las rigurosas investigaciones, se puede afirmar que no se trata de ningún truco y que tampoco hay, hasta ahora, alguna explicación racional satisfactoria. En la actualidad ningún investigador honesto se atreve a decir que no sucede lo que de hecho ocurre a la vista de todos. Sin embargo, antes de que un milagro sea reconocido con absoluta certeza, deben agotarse todas las explicaciones naturales, y todas las interrogantes deben tener su respuesta. Por eso la Iglesia favorece la investigación.


Fruto de las investigaciones

Entre los elementos positivamente ciertos en relación con esta reliquia, figuran los siguientes:

1 -La sustancia oscura que se dice es la sangre de San Jenaro (la que, desde hace más de 300 años permanece herméticamente encerrada dentro del recipiente de cristal que está sujeta y sellada por el armazón metálico del relicario) no ocupa siempre el mismo volumen dentro del recipiente que la contiene. Algunas veces, la masa dura y negra ha llenado casi por completo el recipiente y, en otras ocasiones, ha dejado vacío un espacio equivalente a más de una tercera parte de su tamaño.

2 -Al mismo tiempo que se produce esta variación en el volumen, se registra una variante en el peso que, en los últimos años, ha sido verificada en una balanza rigurosamente precisa. Entre el peso máximo y el mínimo se ha llegado a registrar una diferencia de hasta 27 gramos.

3 -El tiempo más o menos rápido en que se produce la licuefacción, no parece estar vinculado con la temperatura ambiente. Hubo ocasiones en que la atmósfera tenía una temperatura media de más de 30º centígrados y transcurrieron dos horas antes de que se observaran signos de licuefacción. Por otra parte, en temperaturas mas bajas, de 5º a 8º centígrados, la completa licuefacción se produjo en un lapso de 10 a 15 minutos.

4 -No siempre tiene lugar la licuefacción de la misma manera. Se han registrado casos en que el contenido líquido burbujea, se agita y adquiere un color carmesí muy vivo, en otras oportunidades, su color es opaco y su consistencia pastosa.

Aunque no se ha podido descubrir razón natural para el fenómeno, la Iglesia no descarta que pueda haberlo. La Iglesia no se opone a la investigación porque busca la verdad. La fe católica enseña que Dios es todopoderoso y que todo cuanto existe es fruto de su creación. Pero la Iglesia es cuidadosa en determinar si un particular fenómeno es, en efecto, de origen sobrenatural.

La Iglesia pide prudencia para no asentir ni rechazar prematuramente los fenómenos. Reconoce la competencia de la ciencia para hacer investigación en la búsqueda de la verdad, cuenta con el conocimiento de los expertos.

Una vez que la investigación establece la certeza de un milagro fuera de toda duda posible, da motivo para animar nuestra fe e invitarnos a la alabanza. En el caso de los santos, el milagro también tiene por fin exaltar la gloria de Dios que nos da pruebas de su elección y las maravillas que El hace en los humildes.

El Cardenal Crescenzio Sepe de Nápoles anunció que en el 2009 un grupo de científicos investigará la milagrosa reliquia.

Bibliografía
1-Acta Sanctorum, sept. vol. VI 
2- Butler, Vida de los Santos
(fuente: www.corazones.org)

otros santos 19 de septiembre:

- San Alonso de Orozco
- San José María de Yermo y Parres
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