A la muerte del Papa San Zósimo, la Iglesia Romana entró en el quinto de los cismas, con el resultado de dobles elecciones papales que perturbaron su paz durante las primeras centurias. Poco después de las exequias de Zósimo, el 27 diciembre de 418, una facción del clero romano formada principalmente por diáconos, tomó la Basílica de Letrán y eligió como Papa al archidiácono Eulalio. El alto clero intentó entrar, pero fueron violentamente rechazado por una turba de partidarios del partido eulaliano. Al día siguiente, se reunieron en la iglesia de Teodora y eligieron como Papa, contra su voluntad, al anciano Bonifacio, un sacerdote muy estimado por su caridad, conocimientos y buen carácter. El domingo 29 de diciembre fueron consagrados los dos, Bonifacio en la Basílica de San Marcelo, apoyado por nueve obispos provinciales y unos setenta sacerdotes; Eulalius en la Basílica de Letrán en presencia de los diáconos, unos pocos sacerdotes y el Obispo de Ostia que fue convocado desde su lecho de enfermo para ayudar en la ordenación. Los dos procedieron a actuar como Papa, y Roma fue lanzada a una tumultuosa confusión por el ruido de las facciones rivales. El prefecto de Roma, Símaco, hostil a Bonifacio, informó el problema al emperador Honorio en Ravena, y aseguró la confirmación imperial de la elección de Eulalio.
Bonifacio fue expulsado de la ciudad. Sus partidarios, sin embargo, consiguieron una audiencia con el el emperador que convocó a un sínodo de obispos italianos en Ravena para reunir a los Papas rivales y discutir la situación (febrero, marzo, 419). Incapaz de alcanzar una decisión, el sínodo tomó unas pocas decisiones prácticas pendientes hasta un concilio general de obispos italianos, galos y africanos, a ser convocados en mayo para solucionar la dificultad. Pidió que ambos demandantes dejaran Roma hasta que se alcanzara una decisión, y les prohibió el retorno bajo pena de condenación. Como se acercaba la Pascua, el 30 de marzo, Aquileo, obispo de Espoleto, fue delegado para oficiar los servicios pascuales en la vacante Sede Romana. Bonifacio fue enviado, aparentemente, al cementerio de Santa Felícita en la Vía Salaria, y Eulalio, a Antium.
El 18 marzo, Eulalio volvió audazmente a Roma, reunió a sus partidarios avivando nuevamente la disputa, y rechazó con desprecio las órdenes del prefecto para dejar la ciudad; tomó la basílica de Letrán el Sábado Santo (29 marzo), decidido a presidir las ceremonias pascuales. Las tropas imperiales fueron convocadas para deponerlo y hacer posible para Aquileo dirigir los servicios. El emperador, profundamente indignado con estos procedimientos, se negó a considerar nuevamente las demandas de Eulalio y reconoció a Bonifacio como papa legítimo (3 de abril de 418). Este último volvió a Roma el 10 abril y fue aclamado por el pueblo. Eulalio fue designado obispo de Nepi en Toscana o de alguna sede en Campania, según la discrepante información del "Liber Pontificalis". El cisma había durado quince semanas.
A comienzos de 420, la crítica enfermedad del Papa animó a los partidarios de Eulalio a hacer otro intento. Ya recuperado, Bonifacio pidió al emperador (1 de de julio de 420) a hacer alguna provisión contra la posible reanudación del cisma en caso de su muerte. Honorio promulgó una ley estableciendo que, en el caso de elecciones Papales disputadas, no debe reconocerse ningún candidato, y debe efectuarse una nueva elección.
El pontificado de Bonifacio fue marcado por el gran celo y actividad en la organización y control de la disciplina. Revirtió la política de su predecesor de dotar a ciertos obispos occidentales con poderes vicariales papales extraordinarios. Zósimo le había dado a Patroclo, Obispo de Arles, extensa jurisdicción en las provincias de Viena y Narbone, y lo había hecho intermediario entre estas provincias y la Sede Apostólica. Bonifacio disminuyó estos derechos primaciales y restauró los poderes metropolitanos de los obispos principales de provincias. Así él respaldó a Hilario, Arzobispo de Narbonne, en su elección de un obispo de la sede vacante de Lodeve, contra Patroclo que intentó designar a otro (422). Así, también, insistió para que Maximo, Obispo de Valencia, fuera juzgado por sus supuestos crímenes, no por un primado, sino por un sínodo de obispos de Galia, y prometió apoyar su decisión (419). Bonifacio tuvo éxito en las dificultades de Zosimo con la Iglesia africana con respecto a las apelaciones a Roma y, en particular, en el caso de Apiario.
El Concilio de Cartago, habiendo escuchado las presentaciones de los legados de Zósimo, envió a Bonifacio el 31 mayo de 419 una carta en respuesta al commonitorium de su predecesor. Declaraba que el concilio había sido incapaz de verificar los cánones que los legados habían citado como de Nicea, pero que más tarde resultaron ser de Sárdica. Estaba de acuerdo, sin embargo, en observarlos hasta que pudiera efectuarse la comprobación. Esta carta se cita a menudo para ilustrar la actitud desafiante de la Iglesia africana ante la Sede Romana. Un estudio imparcial de la misma, sin embargo, debe llevar a una conclusión no más extrema que la de Dom Chapman: "fue escrita con considerable irritación, aunque en un muy estudiado tono moderado"(Revista de Dublín. julio, 1901, 109-119). Los africanos estaban irritados ante la insolencia de los legados de Zosimus y se indignaron por ser instados a obedecer leyes que pensaron no se hacían cumplir consistentemente en Roma. Esto ellos se lo manifestaron a Bonifacio directamente; todavía, lejos de repudiar su autoridad, le prometieron obedecer las leyes sospechosas, mientras que reconocieron la función del Papa como guardián de la disciplina eclesiástica.
En 422 Bonifacio recibió la apelación de Antonio de Fussula que, a través de los esfuerzos de San Agustín, había sido depuesto por un sínodo provincial de Numidia, y decidió que debía ser reinstalado si se establecía su inocencia. Bonifacio apoyó ardientemente a San Agustín en su combate contra el pelagianismo. Habiendo recibido dos cartas pelagianas que calumniaban a Agustín, se las envió a éste. En reconocimiento de esta lealtad Agustín le dedicó a Bonifacio su respuesta, contenida en "Contra duas Epistolas Pelagianoruin Libri quatuor".
En Oriente mantuvo celosamente su jurisdicción sobre las provincias eclesiásticas de Ilírico, sobre las que el Patriarca de Constantinopla estaba intentando afianzar el mando a causa de volverse una parte del imperio Oriental. El obispo de Tesalónica había sido constituido vicario papal en este territorio, ejerciendo jurisdicción sobre los metropolitanos y obispos. Por las cartas a Rufo, el titular contemporáneo de la sede, Bonifacio vigiló estrechamente los intereses de la iglesia ilírica e insistió en la obediencia a Roma. En 421 el descontento expresado por ciertos obispos, a causa de la negativa del Papa para confirmar la elección de Perígenes como Obispo de Corinto a menos que el candidato fuera reconocido por Rufo, sirvió como pretexto para que el joven emperador Theodosius II concediera el dominio eclesiástico de Iliríco al Patriarca de Constantinopla (14 de julio de 421). Bonifacio protestó ante Honorio por la violación de los derechos de su sede, y lo convenció para que instara a Teodosio para que rescindiera su promulgación. La ley no fue promulgada, pero permaneció en los códigos de Teodosio (439) y Justiniano (534) y causó muchos problemas a los Papas subsiguientes.
Por una carta del 11 de marzo de 422, Bonifacio prohibió la consagración en Illyricum de cualquier obispo que Rufo no hubiera reconocido. Bonifacio renovó la legislación del Papa San Sotero, prohibiendo a las mujeres tocar los sagrados linos o intervenir en la quema de incienso. Hizo cumplir las leyes que prohibían a los esclavos ser clérigos. Fue enterrado en el cementerio de Maáimo en la Vía Salaria, cerca de la tumba de su favorita, Santa Felícita en cuyo honor y en gratitud por su ayuda, le había erigido un oratorio encima del cementerio que lleva su nombre. La Iglesia guarda su fiesta el 25 de octubre.
Bibliografía: Liber Pontificalis, ed. DUCHESNE (Paris, 1886), 1, pp. LXII, 227-229; JAME, Regesta Romanorum Pontificum (Leipzig, 1885), 1, 51-54; Acta SS., XIII, 62*; LIX, 605--616; BARONIUS, Annales (Bar-le-Duc, 1866), VII, 152-231; TILLEMONT, Mémoires (Venice, 1732), XII, 385-407; 666-670; P.L., XVIII, 397-406; XX, 745-792; HEFELE, Conciliengeschichte and translation, §§ 120, 122; DUCHESNE, Fastes Episcopaux de l'Ancienne Gaul (Paris, 1894), I 84-109; Les Eglíses Séparées (Paris, 1905), 229-279; BUCHANAN in Dict. Christ. Biog., s.v.; GREGORIUS-HAMILTON, Hist. of Rome in the Middle Ages (London, 1894), I, 180-181. Peterson, John Bertram. "Pope St. Boniface I." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907.
Transcrito por Bob Mathewson. Traducido por Beatriz N. Prestamo. Rev Corr L H M.
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