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domingo, 30 de noviembre de 2014

30 de noviembre: San Everardo

Etimológicamente significa “audaz, fuerte”. Viene de la lengua alemana.

Incluso cuando haya en el creyente dudas, la presencia del Espíritu Santo permanece, en los días apacibles como en las horas de aridez.

Dios no hace acepción de personas. A todos los quiere y llama por igual para que hagan en la vida algo concreto que ayude a los demás y se santifiquen.

Este joven nació de una familia rica y con el título de condes de Stahleck.

En esa casa acomodada surgió la vocación para cisterciense en la abadía de Schoeneau. Tuvo dificultades al principio porque no tenía ninguna clase de estudios.

Entonces, cuando sólo tenía 16 años, se fue de ermitaño a una ermita que él mismo se construyó cerca de Maguncia.

Dios le guiaba en cada instante. Por eso le vino la idea de fundar allí un monasterio de monjas cistercienses.

Se dirigió al abad cercano, y éste le envió un grupo de religiosas de la abadía de Marienhausen. Así nació la abadía de Chumbd.

En estas circunstancias, el abad le impuso el hábito de la Orden. Pronto lo hicieron el padre espiritual de las religiosas, una vez, claro está, que se ordenó de sacerdote.

Entre estas religiosas había dos hermanas suyas.

Cayó enfermo y así estuvo durante muchos años. Todo el mundo, comenzando por las religiosas, lo consideraban un verdadero santo que vivía entre ellas.

Nadie podía suponer que muriera tan joven: a los 28 años. Fue tal día como hoy del año 1191. Lo sepultaron en la iglesia del monasterio.

Sus restos se conservan en la actualidad en la abadía de Himmerod.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

(fuente: catholic.net)

otros santos 30 de noviembre:

- San Andrés, apóstol

sábado, 29 de noviembre de 2014

29 de noviembre: Beato Bernardo Francisco Hoyos

«Joven jesuita español. Su breve existencia se caracterizó por una intensa vida mística. Fue agraciado con numerosos favores sobrenaturales. Es el impulsor del culto al Sagrado Corazón de Jesús que extendió en España y América»

Madrid, 29 de noviembre de 2014 (Zenit.org) Este místico nació el 20 de agosto de 1711 en Torrelobatón, Valladolid. Y en esta región española situada en el corazón de Castilla discurrió su breve existencia. Cuando el jesuita Juan de Loyola publicó su biografía en 1735, emergió con luz propia la intensísima experiencia de amor al Sagrado Corazón de Jesús que había jalonado su vida. No obstante, en esa fecha ya era sobradamente conocido por haber extendido esta devoción en España y en América, secundando en esta acción a la que venían realizando en Francia los santos Margarita María de Alacoque, y su director espiritual, Claudio de la Colombière.

Tuvo la fortuna de contar con unos padres piadosos que le legaron el preciado patrimonio de su fe, le pusieron bajo el amparo de san Francisco Javier y le alentaron en su vocación religiosa. Desde los 9 años y hasta su temprana muerte siempre estuvo con los jesuitas. Con ellos estudió en varias localidades vallisoletanas y se integró en la Compañía a los 14 años, época en la que ya experimentaba favores celestiales. Éste fue uno de los rasgos preponderantes de su existencia, agraciada con una profunda y singular vida interior que recuerda a la de los grandes místicos como Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Una de esas personas cuyo acontecer no parece encerrar grandes misterios, sencilla, inocente, devota de la Virgen María, diligente en la obediencia, dócil a las indicaciones recibidas, con los brazos tendidos siempre a Dios en espíritu de ofrenda, guiado por el santo temor que le precavía de cualquier falta que pudiera ofenderle. Un apóstol que se afligía por las almas que vivían alejadas del amor divino y por las que estaba dispuesto a entregarse: «Se me parte el corazón de dolor, cuando considero hay quien ofenda a mi Dios; y diera mil vidas para sacar una alma de pecado».

El maligno intentó por distintas vías socavar su bondad, y al joven no le faltaron sus zarpazos externos e internos. Atentados contra su vida espiritual a mansalva y agresiones físicas. Quería sembrar en su ánimo la duda haciéndole creer en su impiedad: «¿Dónde va el deshonesto, el soberbio, el blasfemo? Apártese, que, si llega, será luego confundido en el profundo del infierno». Confiaba a su director espiritual el inmenso sufrimiento en el que vivía: «Esta carta va regada con lágrimas que brotan de mis ojos; y me parece que soy la criatura más infeliz que de mujeres ha nacido». Pero era un elegido de Dios y, con su gracia, lo superó todo. Tenía muy presente esta máxima de Santa Teresa: «Sólo se puede seguir o que Dios sea alabado o yo despreciado: de todo me consuelo».

En su biografía hallamos claramente expresado el instante concreto que marcó lo que iba a ser su misión en honor del Sagrado Corazón de Jesús. No cabe tomar como coincidencia, sino como algo providencial lo que le sucedió a los 21 años mientras cursaba teología en Valladolid. Y así lo reconoció él mismo más tarde. Un amigo sacerdote y profesor, algo mayor que él, le pidió el favor de que tomase de la biblioteca el texto «De cultu Sacratissimi Cordis Iesu», escrito por el padre José de Gallifet, y copiase algunos fragmentos que precisaba para preparar un sermón que tenía encomendado. La lectura de esta obra dedicada a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y de la que Bernardo no tenía noción alguna, le produjo una conmoción interior inenarrable. En ese mismo momento hizo ofrenda de su vida ante el Sagrario prometiendo que se dedicaría por entero a extender este culto. Al día siguiente a través de una locución divina supo que era elegido para esta misión: «Yo, envuelto en confusión renové la oferta del día antes, aunque quedé algo turbado, viendo la improporción del instrumento y no ver medio para ello». Esa misma jornada durante la oración vivió otro hecho singular. Se le mostró el Sagrado Corazón «todo abrasado en amor, y condolido de lo poco que se le ama. Repitióme la elección que había hecho de este su indigno siervo para adelantar su culto, y sosegó aquel generillo de turbación que dije, dándome a entender que yo dejase obrar a su providencia, que ella me guiaría...». En otra visión el arcángel san Miguel le aseguró su asistencia para llevar a cabo esta misión.

Hacia los 19 años su ascenso espiritual había sido coronado con el «desposorio místico». Los favores sobrenaturales se sucedían unidos a la experiencia de la purificación. En ella se incluía la aludida insidia del maligno, y sus mezquinos intentos de engañarle mediante falsas locuciones y apariciones. Entre tanto, promovía una intensa cruzada a favor del Sagrado Corazón de Jesús en la que implicó a religiosos, comenzando por su propia comunidad. Dirigió cartas a prelados y miembros de la realeza, imprimió estampas, y logró que el pontífice señalara esta fiesta para España. En una de las locuciones Cristo le había asegurado que reinaría en «España, y con más veneración que en otras muchas partes». Hay que decir que el arzobispo de Burgos le apoyó en esta misión desde un primer momento, y ello propició el florecimiento de congregaciones del Corazón de Jesús y la realización de numerosas novenas que acrecentaban la veneración de las gentes.

A través de los jesuitas que se hallaban en América también allí llegaron los ecos de esta cruzada emprendida por Bernardo y de la que únicamente pudo apartarle su muerte. Ésta se produjo en Valladolid el 29 de noviembre de 1735 como consecuencia del tifus. Tenía 24 años y había sido ordenado sacerdote en enero de ese mismo año. Fue beatificado en Valladolid el 18 de abril de 2010.

escrito por Isabel Orellana Vilches (29 de noviembre de 2014) © Innovative Media Inc.

otros santos 29 de noviembre:

- Beata María Magdalena de la Encarnación

viernes, 28 de noviembre de 2014

28 de noviembre: Beato Luis Campos Gorriz

«Laico, integrante de la Asociación Católica de Propagandistas, de la que era una de sus columnas cuando fue fusilado en el fragor de la Guerra Civil española, en 1936, por el hecho de profesar la fe católica, como otros mártires»

Madrid, 28 de noviembre de 2014 (Zenit.org) Muy arraigada tenía Luís su fe, y, por tanto, claridad en lo que ella conlleva, cuando afirmó: «Mi misión es realizar la unidad de los católicos. Antes de sembrar es necesario arar». Ignoraba que sería su sangre la que esparciría esa semilla que nunca muere porque la memoria de su martirio mantendría viva su voz prolongando sus afanes apostólicos. Si a cualquier persona le preguntaran qué haría si le dijeran que iba a morir en plazo fijo, seguramente le vendrían a la mente unas cuantas cosas, entre otras, ponerse a bien con quien no lo estuviera, porque la reconciliación es sentimiento que suele acompañar a los postreros instantes. Los genuinos seguidores de Cristo responderían confirmando la bondad de su acontecer que ya discurría guiado por el afán de dar a Dios lo máximo en el día a día. Porque los santos están espiritualmente preparados de antemano, listos para presentarse ante el Padre cuando así lo dispone.

Ante este dramático trance, en 1936 integrantes de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, como tantos otros católicos de pro, compartían en checas de diversas ciudades españolas sus más altos ideales con el espíritu de las primeras comunidades de cristianos, aguardando juntos la palma del martirio. Mientras en el exterior de la prisión se respiraban aires de revancha, ellos apuraban los últimos días orando y compartiendo la fe, aunque fuera en penosas condiciones. Sabían que las súplicas que se elevan a Dios nunca caen en saco roto, y entre sus peticiones incluían la unidad y reconciliación de todos los católicos.

Uno de los insignes Propagandistas que ni siquiera tuvo tiempo de permanecer en una checa fue Luís, un valenciano nacido el 30 de junio de 1905, que había sido alumno de los jesuitas y cursado estudios de filosofía y derecho, materia en la que se había doctorado en la Universidad Central de Madrid. Una persona valiosa, comprometida, cercana al cardenal Ángel Herrera Oria, que tuvo en él un insigne discípulo. Luís le acompañó en muchos de sus viajes y acciones evangelizadoras. Era un apóstol incansable, ciertamente ejemplar en su vida, que había dejado huella entre los estudiantes católicos de Valencia. En esos precisos momentos era el secretario general de la Asociación Católica de Propagandistas y secretario del CEU (Centro de Estudios Universitarios).

Su esposa, Carmen Arteche Echezuría, con la que se había casado en 1933, apenas había podido compartir los sueños que sin duda forjarían en común, porque murió antes de estallar la Guerra Civil en 1936 en el transcurso de una enfermedad imprevista y fulminante; Dios le ahorró el sufrimiento de ver asesinado a su esposo. Hasta Torrente –la localidad valenciana en la que residía el padre de Luís, delicado de salud entonces, y junto al que se encontraba– llegaron los funestos aires de guerra. Él ejercía como abogado desde 1930 y en el primer momento pudo continuar su vida sin excesivos sobresaltos, completamente entregado a consolar y procurar aliento a los componentes de la Asociación, con celo y brío ejemplares, lleno de fe, sin ceder un ápice al desaliento. Buscando para su esposa e hija un remanso de paz en medio de tanta tragedia, en 1936 las había conducido a su tierra, y allí quedó la pequeña huérfana de madre, tutelada por su abuelo, sin saber que su querido padre estaba a punto de dejar este mundo tras haber apurado la palma del martirio.

Luís era un hombre lleno de fortaleza que brillaba con singular fulgor en medio de la adversidad. Es memorable la carta que en abril de 1936 dirigió a su hermano relatando la enfermedad y posterior deceso de su esposa; un testimonio emocionante de amor y ternura, que rezuma esperanza y gozo espiritual. En ella se aprecia su urgencia apostólica y su preocupación por asistir a todos, especialmente a los más frágiles en esa situación de gravísima convulsión política que se vivía. Oraba y sufría viendo el despropósito de tanto odio, como siempre estéril y sinsentido, y lo combatió aferrado a la oración. De tantas súplicas a María, horas santas, Ejercicios, velas nocturnas, generosa acogida en su propio hogar de los perseguidos, etc., brotarían frutos abundantes para la mayor gloria de Cristo y de su Iglesia, a los que tanto amó.

Como ha sucedido siempre en estos casos de martirio, la condena se produjo el 28 de noviembre en un seudo-juicio sumarísimo, a cargo de un grupo de milicianos armados. Una vez confirmaron lo que ya sabían de antemano: que Luís era fidelísimo a Cristo y a la Iglesia, y que no había escatimado esfuerzos en hacer todo el bien posible, una de cuyas acciones había sido la organización del Congreso Católico de Madrid, no precisaban saber más. Sin dilación alguna, ese mismo día le condujeron al Picadero de Paterna. Valiente, heroico en su caridad como todos los mártires, dedicó los últimos instantes a uno de los verdugos que, ante el nuevo gesto de violencia que iba a protagonizar, temblaba de tal forma que era incapaz de liar un cigarrillo. Luís, que era un hombre de una vez, repartió entre el grupo de milicianos los que tenía, rogó que le dejaran abrazarles y pidió expresamente que no le dispararan por la espalda. ¡Qué gestos tan elegantes, tan gallardos y conmovedores! Pero no los supieron ver los que se disponían a segar su vida, cercenándola a sus 31 años.

Lo fusilaron mientras mantenía los brazos en cruz y portaba un rosario entre sus manos, perdonando de corazón a los autores de su muerte, como todos los que sucumbieron de este modo por causa de su fe, signo inequívoco de su autenticidad. Juan Pablo II lo beatificó el 11 de marzo de 2001 junto a 233 mártires de la Guerra Civil española. Un enjambre de virtud atravesando España, sembrada en sus cuatro puntos cardinales con la sangre de numerosos seguidores de Cristo: religiosos, sacerdotes, laicos, y componentes de diversas realidades eclesiales.

escrito por Isabel Orellana Vilches (28 de noviembre de 2014) © Innovative Media Inc.

otros santos 28 de noviembre:

- Santa Catalina Laboure

jueves, 27 de noviembre de 2014

27 de noviembre: Beata Delfina

Patrona de las Novias

Martirologio Romano: En Apt, de la Provenza, beata Delfina, esposa de san Elzear de Sabran, con el cual prometió guardar la castidad, y después de su muerte permaneció en la pobreza y en la oración. († 1358/1360)

Etimológicamente: Delfina = Aquella que mata serpientes. Viene de la lengua griega

Fecha de beatificación: 24 de julio de 1694 por el Papa Inocencio XII

Delfina de Signe, nació hacia 1284 en Puy•Michel en los montes del Luberón, Francia, de la noble familia Glandèves. Una encantadora figura de mujer, que pasa por el mundo llevando a todas partes la luz de su gracia, el perfume de la virtud, el calor de su afecto. No era una santidad ruidosa, que haya marcado la historia de su tiempo, sino una santidad delicadamente femenina que se difundió a su alrededor como linfa silenciosa y generosa para alimentar en el bien a cuantos estuvieron a su alrededor a lo largo de su vida.

Desde niña su presencia fue luz y consuelo para su familia. A los 12 años ya estaba prometida a un joven no inferior a ella por su gentileza, nobleza de sangre y belleza de alma. Elzeario, el novio, era hijo del Señor de Sabran y conde de Ariano en el reino de Nápoles. Desde el nacimiento su madre lo había ofrecido en espíritu a Dios y más tarde un austero tío lo había educado en un monasterio. Las bodas tuvieron lugar cuatro años más tarde. Fue un matrimonio “blanco”, porque los dos jóvenes esposos escogieron la castidad, un medio de perfección espiritual más alto y arduo. En el castillo de Ansouis, los dos nobles cónyuges vivieron no como castellanos sino como penitentes; no como señores feudales sino como ascetas dignos de los tiempos heroicos de la primitiva Iglesia.

Pasados al castillo de Puy•Michel, entraron a la Tercera Orden Franciscana. Su vida interior se enriqueció con una nueva dimensión, la de la caridad, mediante la cual ellos, ricos por su condición, se hicieron humildes y pobres para socorrer a los pobres. Delfina y su esposo a más de las penitencias, oraciones y mortificaciones, se dedicaron a todas las obras de misericordia, destacándose en todas.

Cuando Elzeario fue enviado a su ducado de Ariano como embajador en el reino de Nápoles, la actividad benéfica de los dos esposos continuó en un ambiente todavía más difícil. En medio de tumultos y rebeliones, los dos Santos fueron embajadores de concordia, de caridad, de oración. Continuaron sus buenas obras multiplicando sus propios esfuerzos y sacrificios hasta conquistarse la admiración del pueblo.

Elzeario murió poco después en París. Delfina en cambio le sobrevivió largo tiempo y honró la memoria de su esposo del mejor modo posible continuando las buenas obras e imitando sus virtudes. Tuvo la alegría de ver a su esposo colocado por la Iglesia en el número de los Santos. Ella, a los 74 años pudo reclinar su cabeza serena y feliz para el eterno descanso.

Murió en Calfières, el 26 de noviembre de 1358.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

(fuentes: franciscanos.net; catholic.net)

otros santos 27 de noviembre:

- San Teodosio

miércoles, 26 de noviembre de 2014

26 de noviembre: Beato Santiago Alberione

El P. Santiago Alberione, Fundador de la Familia Paulina, fue uno de los apóstoles más creativos del siglo XX. Nacido en San Lorenzo di Fossano (Cúneo, Italia) el 4 de abril de 1884, recibió el bautismo al día siguiente. La familia Alberione, compuesta por Michele y Teresa Allocco más seis hijos, pertenecía a la clase campesina, era profundamente cristiana y trabajadora.

El pequeño Santiago, cuarto de los hijos, experimenta pronto la llamada de Dios: el primer año de la escuela elemental, al preguntarle la maestra qué hará cuando sea mayor, respondió: “Quiero ser cura”. Los años de la niñez se orientan en esa dirección.

Trasladada la familia al pueblecito de Cherasco, parroquia de San Martín, diócesis de Alba, el párroco don Montersino ayuda al adolescente a tomar conciencia y a responder a la llamada. A los 16 años, Santiago es admitido en el seminario de Alba y enseguida se encuentra con quien le será padre, guía, amigo y consejero durante 46 años: el canónigo Francisco Chiesa.

Al término del Año Santo 1900, habiéndose sentido interpelado por la encíclica de León XIII “Tametsi futura”, Santiago vive la experiencia determinante de su vida. La noche del 31 de diciembre de 1900, puente entre los dos siglos, el joven seminarista reza cuatro horas seguidas ante el Smo. Sacramento y proyecta en la luz de Dios su futuro. Una “luz especial ” le vino de la Hostia, y desde aquel momento se siente “profundamente obligado a prepararse para hacer algo por el Señor y por los hombres del nuevo siglo”: “obligado a servir a la Iglesia” con los nuevos medios que el ingenio humano presentaba.

El itinerario del joven Alberione prosigue intensamente durante los años del estudio de la filosofía y la teología. El 29 de junio de 1907 es ordenado sacerdote. Sigue una breve pero decisiva experiencia pastoral en Narzole (Cúneo), como vicepárroco. Allí encuentra al jovencito José Giaccardo, que para él será lo que fue Timoteo para el apóstol Pablo. Y también allí, el P. Alberione madura la comprensión de lo que puede hacer la mujer implicada en el apostolado.

En el seminario de Alba desempeña el cargo de Padre espiritual de los seminaristas mayores y menores, y da clases de varias asignaturas. Se presta para la predicación, catequesis y conferencias en diversas parroquias de la diócesis. Dedica asimismo mucho tiempo al estudio sobre la situación de la sociedad civil y eclesial de su tiempo y sobre las nuevas necesidades que se entrevén.

Comprende que el Señor le guía a una misión nueva: predicar el Evangelio a todos los pueblos, en el espíritu del apóstol Pablo, utilizando los medios modernos de comunicación. Atestiguan tal orientación dos libros suyos: Apuntes de teología pastoral (1912) y La mujer asociada al celo sacerdotal (1911-1915).

Dicha misión, para tener carisma y continuidad, debe ser asumida por personas consagradas, pues “las obras de Dios se hacen con los hombres de Dios”. Y así, el 20 de agosto de 1914, mientras en Roma muere el papa Pío X, en Alba el P. Alberione da inicio a la “Familia Paulina” con la fundación de la Pía Sociedad de San Pablo. El comienzo es pobrísimo, de acuerdo con la pedagogía divina: “empezar siempre desde un pesebre”.

La familia humana —en la que el P. Alberione se inspira— está compuesta de hermanos y hermanas. La primera mujer que sigue al P. Alberione es una muchacha veinteañera de Castagnito (Cúneo): Teresa Merlo. Con su aporte, Alberione da comienzo a la congregación de las Hijas de San Pablo (1915). Lentamente la “Familia” se desarrolla, las vocaciones masculinas y femeninas aumentan, el apostolado se delinea y toma forma.

En diciembre de 1918 se produce una primera partida de “hijas” hacia Susa (Turín): empieza una intrépida historia de fe y de iniciativas, que engendra incluso un estilo característico, denominado “a la paulina”. Este camino parece interrumpirse en 1923, cuando el P. Alberione enferma gravemente y el diagnóstico de los médicos no deja esperanzas. Pero el Fundador reemprende milagrosamente el camino: “San Pablo me curó”, comentará después. Por entonces aparece en las capillas paulinas la frase que, en sueño o en revelación, el divino Maestro dirige al Fundador: “No temáis - Yo estoy con vosotros - Desde aquí quiero iluminar - Caminad en continua conversión”.

Al año siguiente viene a la vida la segunda congregación femenina: las Pías Discípulas del Divino Maestro, para el apostolado eucarístico, sacerdotal, litúrgico. A guiarlas en la nueva vocación, el P. Alberione llama a la joven Hna. Ma. Escolástica Rivata, que morirá a los noventa años en olor de santidad.

En el campo apostólico, el P. Alberione promueve la impresión de ediciones populares de los Libros Sagrados, y con las publicaciones periódicas se lanza a las formas más rápidas para hacer llegar el mensaje de Cristo a los lejanos. En 1912 ya había aparecido la revista Vida Pastoral destinada a los párrocos; El Domingo, hojita semanal para la animación de la liturgia dominical, sale en 1921; en 1931 nace Familia Cristiana, revista semanal con la finalidad de alimentar la vida cristiana de las familias. Seguirán: La Madre de Dios (1933), “para desvelar a las almas las bellezas y las grandezas de María”; Pastor bonus (1937), revista mensual en latín; Camino, Verdad y Vida (1952), revista mensual para dar a conocer y enseñar la doctrina cristiana; La Vida en Cristo y en la Iglesia (1952), con el fin de hacer “conocer los tesoros de la Liturgia, difundir cuanto sirve a la Liturgia, vivir la Liturgia según la Iglesia”. El P. Alberione piensa también en los muchachitos: para ellos empieza a publicar en 1924 Il Giornalino 1.

Se pone mano asimismo a la construcción del gran templo dedicado a san Pablo en Alba. Seguirán los otros dos a Jesús Maestro (en Alba y Roma) y el santuario a la Reina de los Apóstoles (Roma). Sobre todo se mira a salir de los confines locales y nacionales. En 1926 nace la primera Casa filial en Roma, seguida en los años sucesivos por muchas fundaciones en Italia y en otras naciones.

Entretanto crece el edificio espiritual: el Fundador inculca el espíritu de entrega mediante “devociones” de fuerte dinamismo apostólico: a Jesús Maestro y Pastor “Camino y Verdad y Vida”, a María Madre, Maestra y Reina de los Apóstoles; a san Pablo apóstol. Es precisamente la referencia al Apóstol lo que califica en la Iglesia a las nuevas instituciones como “Familia Paulina”. La meta ansiada por el Fundador como primer empeño, es la conformación plena con Cristo: acoger todo el Cristo Camino y Verdad y Vida en toda la persona, mente, voluntad, corazón, fuerzas físicas. Orientación codificada en el librito Donec formetur Christus in vobis (1932).

En octubre de 1938 el P. Alberione funda la tercera congregación femenina: las Hermanas de Jesús Buen Pastor o “Pastorcitas”, destinadas al apostolado pastoral directo en auxilio de los Pastores.

Durante el obligado paréntesis de la segunda guerra mundial (1940-1945), el Fundador no se detiene en su itinerario espiritual. Va acogiendo en medida creciente la luz de Dios en un clima de adoración y contemplación. De ello son testimonio los Cuadernillos espirituales, en los que anota las inspiraciones y los medios que adoptar para responder al proyecto de Dios. En esta atmósfera espiritual nacen las meditaciones que cada día dicta a los hijos e hijas, las directrices para el apostolado, la predicación de incontables retiros y cursos de ejercicios (recogidos en sendos opúsculos). El empeño del Fundador es siempre el mismo: hacer comprender a todos que “la primera preocupación en la Familia Paulina será la santidad de la vida, la segunda la santidad de la doctrina”. A la luz de esto hay que entender su Proyecto de una enciclopedia sobre Jesús Maestro (1959).

En 1954, recordando el 40 aniversario de fundación, el P. Alberione aceptó por primera vez que se escribiera de él en el volumen Mi protendo in avanti 2, y consintió en facilitar algunos apuntes suyos acerca de los orígenes de la fundación. Surgió así el librito Abundantes divitiæ gratiæ suæ, que se considera como la “historia carismática de la Familia Paulina”. Familia que fue completándose entre 1957 y 1960, con la fundación de la cuarta congregación femenina, el Instituto Regina Apostolorum para las vocaciones (Hermanas “Apostolinas”), y de los Institutos de vida secular consagrada: San Gabriel Arcángel, Virgen de la Anunciación, Jesús Sacerdote y Santa Familia. Diez instituciones (incluidos los Cooperadores Paulinos), unidos todos ellos por el mismo ideal de santidad y de apostolado: la reafirmación de Cristo “Camino, Verdad y Vida” en el mundo, mediante los instrumentos de la comunicación social.

A lo largo de los años 1962-1965, el P. Alberione es protagonista silencioso pero atento del Concilio Vaticano II, a cuyas sesiones participa diariamente. Entre tanto, no faltan tribulaciones y sufrimientos: la muerte prematura de sus primeros colaboradores, Timoteo Giaccardo y Tecla Merlo; la preocupación por las comunidades en países con dificultades y, personalmente, una martirizadora escoliosis, que le atormentaba noche y día.

Vivió 87 años. Cumplida la obra que Dios le había encargado, el 26 de noviembre de 1971 dejó la tierra para ocupar su sitio en la Casa del Padre. Sus últimas horas se vieron confortadas con la visita y la bendición del papa Pablo VI, que nunca ocultó su admiración y veneración por el P. Alberione. Es conmovedor el testimonio que dio de él en la audiencia concedida a la Familia Paulina el 28 de junio de 1969 (el Fundador tenía 85 años):

“Miradlo: humilde, silencioso, incansable, siempre alerta, siempre ensimismado en sus pensamientos, que van de la oración a la acción, siempre atento a escrutar los “signos de los tiempos”, es decir, las formas más geniales de llegar a las almas... Nuestro P. Alberione ha dado a la Iglesia nuevos instrumentos para expresarse, nuevos medios para vigorizar y ampliar su apostolado, nueva capacidad y nueva conciencia de la validez y de la posibilidad de su misión en el mundo moderno y con los medios modernos. Deje, querido P. Alberione, que el Papa goce de esta prolongada, fiel e incansable fatiga y de los frutos por ella producidos para gloria de Dios y bien de la Iglesia”.

El 25 de junio de 1996, el papa Juan Pablo II firmó el Decreto con el que se reconocen las virtudes heroicas del futuro Beato.

(1) El Periodiquillo
(2) Me lanzo adelante

(fuente: www.vatican.va)

martes, 25 de noviembre de 2014

25 de noviembre: Beata Isabel Achler

«Terciaria franciscana que recibió los estigmas de la Pasión. Considerada como la única mística alemana de los siglos XIV y XV. Fue marcada por la bondad y el espíritu de ofrenda. Patrona de Suabia»

Madrid, 25 de noviembre de 2014 (Zenit.org) En esta beata, sus allegados y conocidos apreciaron tales virtudes que desde niña le dieron el apelativo de «la buena Beth (Elisabeth)». Y es que hay personas que por su bondad parecen abocadas a la vida santa desde la cuna. Ella vino al mundo en Waldsee (Württemberg, Alemania) el 25 de noviembre de 1386. Sus padres fueron el reputado y humilde tejedor Hans Achler, que tenía cierta influencia en su gremio profesional, y su esposa Anna. Progenitores de una numerosa prole, y ambos creyentes, tuvieron la fortuna de verla crecer en edad y sabiduría evangélicas, al punto de llamar la atención en su alrededor por su ejemplar comportamiento. No había echado en saco roto los hechos sagrados que su madre solía desgranar ante ella en forma de narraciones.

Tenía 14 años cuando su director espiritual, que después sería su biógrafo, el padre Konrad Kügelin, perteneciente a los canónigos regulares de San Agustín, le sugirió vincularse a la Tercera Orden de San Francisco. Acogiendo con gozo su consejo, en su propia casa siguió el camino espiritual en conformidad con la regla del Poverello. Las asechanzas del maligno estaban a punto de asediarla cuando decidió compartir su vocación con una terciaria franciscana. Seguramente inducida por la profesión de su padre, aprendió a tejer. Entre tanto, seguía progresando en la virtud. Como les ha sucedido a muchos seguidores de Cristo, su ascenso espiritual fue objeto de diversos y frecuentes ataques por parte del diablo, que tuvo uno de sus múltiples campos de acción en el arte que la beata cultivaba: destruía su labor y la importunaba enredándole el hilo. Pacientemente, aunque perdía el tiempo, Isabel trataba de recuperar el trabajo pasando por alto las insidias del demonio. Dios preparaba su espíritu para que pudiese acoger las gracias y favores que había dispuesto para ella.

En 1403, cuando tenía 17 años, el padre Kügelin le sugirió otra forma de vida. Conocía la existencia de una comunidad religiosa de terciarias franciscanas establecida en la ermita de Reute, localidad cercana a Waldsee, y parecía que era el lugar donde ella podría consagrarse y pasar el resto de su vida. Sus padres no aprobaron su decisión, pero se fue a pesar de todo. La casa que había sido erigida con la colaboraciónde Jakob von Metsch, en 1406 se convirtió en convento. Fue allí donde Isabel pudo vivir plenamente su vocación, entregada a la penitencia y a la oración. Era una gran contemplativa y solía quedarse absorta en los misterios de la Pasión en cualquier lugar donde se hallaba. La intensísima presencia de Dios en su vida, su obediencia, humildad y sencillez cerraban el paso a debilidades y flaquezas de tal forma que su confesor no hallaba materia en su conducta que requiriese su absolución.

Isabel se ocupó de las labores que le encomendaron de cocina y de jardinería, realizándolas de forma ejemplar con su sencillez y solicitud acostumbradas. A la par, socorría a los pobres que se acercaban al convento. Fue probada en la virtud tanto física como espiritualmente. Contrajo distintas enfermedades –entre otras, la temible lepra–, pero su manera virtuosa de encararlas no hizo más que acrecentar su virtud. El diablo trataba de inducirla al mal haciéndole ver supuestos recelos hacia ella de otras religiosas, realzando diversas situaciones que podían causar desánimo. Ella salió del convento en escasísimas ocasiones y, siempre por razones de fuerza mayor, lo que hizo que fuese conocida como «la reclusa».

Fue agraciada con diversos dones: profecía, penetración de espíritu, visiones, éxtasis. También vivió la experiencia de recibir esporádicamente los estigmas de la Pasión y otros elementos de la misma como las heridas provocadas por la corona de espinas y las huellas de la flagelación. Aunque no los mantuvo durante años de forma incesante, como otros estigmatizados, siempre perduró el dolor. En medio de él, decía: «¡Gracias, Señor, porque me haces sentir los dolores de tu Pasión!». Durante un tiempo no precisó descanso ni ingerir alimento.

Fue particularmente sensible a las almas del purgatorio. Vaticinó el final del gran cisma de Occidente durante el concilio ecuménico de Constanza y la elección del pontífice Martín V. Está considerada como la única mística alemana de los siglos XIV y XV. Murió en Reute el 25 de noviembre de 1420, a los 34 años de edad. Nada más producirse su deceso, el padre Kügelin redactó su vida en lengua latina, luego vertida a otros idiomas, que fue base para el proceso que condujo a Isabel a los altares. Sus numerosos milagros acrecentaron su fama de santidad, y el 19 de julio de 1766 el papa Clemente XIII aprobó su culto. Es la patrona de Suabia. Se la venera especialmente en Tirol, Baviera y Suiza.

escrito por Isabel Orellana Vilches (25 de noviembre de 2014) © Innovative Media Inc.

otros santos 25 de noviembre:

- Santa Catalina de Alejandría

lunes, 24 de noviembre de 2014

24 de noviembre: Santas Flora y María

Vírgenes y mártires
(† 856)

Apreciaba en Córdoba la persecución musulmana. Los cristianos llenaban las cárceles, y uno de los primeros que habían entrado en ellas era el ilustre doctor Eulogio, que consolaba y alentaba a los demás. Entre las tinieblas del calabozo se encontró Eulogio con una joven medio sevillana, medio cordobesa, cuya imagen había quedado profundamente grabada en su alma desde que la vio por vez primera unos años antes. Se llamaba Flora, y era—nos dice él mismo—una virgen en quien habían florecido todos los encantos de la gracia y todas las gracias de la naturaleza. A la hermosura juntaba una extremada discreción, una voluntad decidida y una riqueza de ingenio muy andaluza. Pero tenía, sobre todo, una bellísima historia, capaz de emocionar al cantor de los mártires.

Su madre era una rica matrona de las montañas de Córdoba; su padre, un árabe influyente de Sevilla, que había fijado su residencia en la capital. Hija de un matrimonio mixto, estaba obligada por la ley a seguir la secta de Mahoma; pero, habiendo perdido a su padre en la más tierna edad, su madre la educó en la religión cristiana, desarrollando en ella un vivo amor a las prácticas ascéticas del cristianismo. Cuando sólo tenía doce años repartía todos los viernes a los pobres la comida que le daban. Pero el hermano mayor, musulmán fanático, espiaba todos sus pasos; y así Flora rara vez podía ir al templo de los cristianos, y con frecuencia se veía obligada a tomar parte en los ritos de las mezquitas. Su carácter, sin embargo, no era para andar mucho tiempo con actitudes simuladas. Su conducta le pareció insostenible desde un día en que leyó estas palabras evangélicas: «Al que me confesare delante de los hombres, Yo le confesaré delante de mi Padre, que está en los Cielos; mas al que me negare delante de los hombres. Yo le negaré también delante de mi Padre, que está en los Cielos.»

Ya no titubeó. Un día, burlando toda vigilancia, sin decir siquiera una palabra a su madre, desapareció de casa, arrastrando consigo a su hermana Baldegotona. Su hermano dióse a buscarlas por todos los conventos de Córdoba, pero inútilmente. En vano hizo prender a los clérigos de quienes sospechaba que habían estado en relaciones con la desaparecida, porque les había visto entrar en su casa para llevarle diariamente la comunión; nada pudo conseguir con sus pesquisas, hasta que la magnánima doncella, viendo que otros sufrían por causa de ella, salió de su escondrijo, y presentándose en esa, dijo a su hermano: «Ya sé con qué afán me buscas y cuánto te preocupas por mí; pues bien: aquí me tienes. Vengo armada de la señal de la cruz. Ahora arráncame esta fe, sepárame de Cristo, si puedes; creo que será difícil, porque estoy dispuesta a sufrir por Él todos los suplicios. Esto es hablar reciamente, ¿verdad? Pues bien: en medio del martirio estaré más firme todavía.»

El mahometano llevó a su hermana a la presencia del cadí. Lo era entonces Moad ben Otmán el Xabaní, hombre bastante discreto y de carácter suave, dispuesto a pensar lo mejor de los reos que llegaban a su presencia. Pudo hacer degollar a la joven, pero se contentó con un escarmiento: dos hombres sujetaron sus brazos, y otro le desgarró la nuca a latigazos. Cuando la víctima estaba ya sin sentido, dijo el juez a su hermano:

—Ahora, cúrala e instruyela en nuestra religión, y si no adelantas nada, tráemela de nuevo.

El musulmán la recogió, y llevándola a su casa, hízola cuidar y adoctrinar por las mujeres de su harén. A los pocos días Flora empezó a meditar la fuga. Vio que la vigilaban con cuidado; pero una noche, a favor de las tinieblas, subió a una habitación que daba sobre el patio; desde allí escaló rápidamente la pared, y, dando un salto temerario, llegó hasta el suelo felizmente. Caminó después durante algún tiempo, sin saber a dónde iba, hasta que su buena ventura la llevó a casa de un cristiano conocido. Allí vio a Eulogio por primera vez. El sacerdote sintió una fuerte sacudida ante aquella joven extraordinaria. Su belleza bravía, la seducción de su palabra animada y ardiente, la resolución de su espíritu, el entusiasmo de su fervor religioso, todo ejerció un poder casi magnético sobre la imaginación de Eulogio. Desde entonces una luz bella penetra su vida; es una luz perfectamente humana, aunque divinizada por su virtud y por aquella costumbre, que tanto le había costado, de dominarse y reprimirse. La imagen de Flora se clavará en su corazón como la de una mujer ideal, la heroína del cristianismo, el tipo de la mujer fuerte y discreta que había visto pintada en la Biblia. Concibió por ella una amistad espiritualizada, en que la admiración y el respeto se mezclaban al amor; un amor puro e intelectual, como debe sentirse en la mansión de los bienaventurados. Diez años después recordaba todavía con emoción esta primera entrevista como uno de los acontecimientos más venturosos de su vida. El recuerdo se había hecho más vivo, el amor, más sobrenatural y un martirio glorioso había venido no a romper, sino a coronar aquel anhelo amistoso de una más alta categoría que había germinado en el corazón de un santo: «Y yo, pecador—dirá, pensando en este día—; yo, rico sólo de iniquidades, que gocé su amistad desde el principio de su martirio, tuve la dicha de tocar, juntando mis manos, las cicatrices de aquella cabeza santísima y delicadísima, despojada de la cabellera virginal por la fuerza de los azotes.»

Después, mientras Eulogio seguía trabajando por su ideal espafiolista y cristiano, Flora sale de la capital y va a esconderse en Osera, un pueblo de la diócesis aceituna (Martos). Tal vez la había perdido de vista, mas he aquí que ahora, estando en la prisión, oye pronunciar su nombre, y se estremece. Primero sólo pudo recoger noticias incompletas; mas pronto le dijeron toda la verdad. Era una verdad hermosa, que inundó de alegría su alma.

Vivía en las montañas de Córdoba una familia piadosa que había dado ya un mártir a la fe, Walabonso. Walabonso tenía una hermana que no podía consolarse de su muerte. Era monja en el monasterio de Cuteclara, a unas leguas de Córdoba, y se llamaba María. Una profunda tristeza la devoraba, hasta que, un día, otra religiosa le contó que el mártir se le había aparecido y le había dicho estas palabras: «Di a mi hermana que cese de llorar por mí, y que pronto estará conmigo en el Cielo.» Desde entonces las lágrimas se trocaron en impaciente anhelo de morir por Cristo; y un día, dejando su convento, dirigióse a Córdoba para presentarse al cadí. De camino encontró la iglesia de San Acisclo, y en ella entró para encomendar a Dios su empresa. Arrodillóse al lado de otra joven, que parecía como arrebatada en el éxtasis de la contemplación, y en la cual creyó reconocer a Flora, la que había conmovido con su valor, cinco años antes, a los cristianos cordobeses. Era Flora, efectivamente. En la soledad de su retiro, había oído a Cristo, que le decía: «Otra vez vengo a ser crucificado»; y alentada por esta voz, acababa de llegar a Córdoba y se preparaba con la oración a morir. Fuera de sí María con aquel feliz encuentro, llevó a un lado a su compañera, la hizo conocer su resolución, y las dos jóvenes juraron, abrazándose, no separarse ni en la vida ni en la muerte. María se abrasaba en deseos de reunirse con su hermano; Flora pensaba en el abrazo eterno de Cristo, su esposo. Llenas de entusiasmo, salen de la iglesia, se presentan al juez, se declaran cristianas, y llaman a Mahoma malhechor, adúltero, mago y seudoprofeta.

El juez—lo era ahora Said ben Soleimán—quedó escandalizado al oír tales blasfemias, y en el acceso de su rabia no se le ocurrió más que prorrumpir en gritos descompasados, en gruesas injurias y en horribles amenazas, que las jóvenes oían con la mayor tranquilidad. Desahogada la cólera, mandó prender a las vírgenes y ponerlas en la cárcel juntamente con las mujeres de mala vida.

Esto es lo que supo Eulogio en el mes de octubre de 851. Su corazón se llenó de una alegría exaltada que le hizo olvidar las molestias de la reclusión. Pero, bien pronto, otras noticias vinieron a llenarle de angustia: «Flora—le dijeron—está a punto de abjurar la fe. Los emisarios de Recafredo, el obispo, los del cadí y los de su hermano, no la dejan un instante tranquila. Es difícil que pueda resistir este asedio constante. Otro tanto le sucede a su compañera.»

No era precisamente una abjuración de la fe lo que se las pedía; bastaba que se retractasen de las palabras que habían dicho contra Mahoma; y esto empezó a hacerlas vacilar. Vino después la amenaza de que las sacarían al mercado y las venderían como esclavas, y entonces su terror ya no tuvo límites. Antes oraban, ayunaban, meditaban, cantaban himnos de alegría; ahora no cesaban de llorar. De este desmayo vino a sacarlas un largo escrito en que se hacía la alabanza del martirio y se les aseguraba que la prostitución y la deshonra eran compatibles con la integridad del alma. La voz de Eulogio llegaba hasta ellas. Rápidamente, con la decisión heroica de quien se lanza al peligro para salvar a la persona amada, el ilustre doctor les enviaba desde el calabozo un bello y emocionante tratado, al cual había puesto por título «Documento martirial». Su elocuencia íntima y familiar tuvo el éxito más completo. Las dos jóvenes mostraron, después de leerle, una firmeza y un entusiasmo de que el mismo Eulogio estaba maravillado. El 13 de noviembre Flora compareció por última vez en la curia.

—¿Cuál es tu última resolución?—preguntó el cadí.

—La misma de siempre—respondió ella—. Y si os empeñáis, vais a oír cosas más desagradables que otras veces.

Cuando volvió a la cárcel, Eulogio logró tener una entrevista con ella. Tal vez era un favor que no se podía negar a la que pronto subiría al cadalso. «Creía—nos dice el iluminado sacerdote—ver un ángel. Una claridad celestial la rodeaba; su rostro resplandecía de gozo; parecía gustar ya las alegrías de la celeste patria. Con la sonrisa en los labios, me dijo lo que el cadí le había preguntado y lo que ella respondió. Cuando hube escuchado este relato de aquella boca tan dulce como la miel, procuré confirmarla en su resolución, mostrándole la corona que la esperaba. Yo la adoré, me prosterné delante de su figura angelical, me encomendó a sus oraciones, y, reanimado por sus palabras, volví menos triste a mi oscura prisión.»

Las dos vírgenes subieron al patíbulo el 20 de noviembre. San Félix de Valois les cede galantemente su puesto en este libro, para ir él a juntarse con su amigo y colaborador San Juan de Mala.

(fuente: www.divvol.org)

otros santos 24 de noviembre:

- Mártires de Vietnam

domingo, 23 de noviembre de 2014

23 de noviembre: Beata Enrichetta Alfieri

«Sanada milagrosamente por la Virgen de Lourdes de una grave enfermedad cuando ya le acechaba la muerte, se convirtió en un rayo de luz para los reclusos de San Vittore. Ellos la denominaron su mamma y su ángel»

Madrid, 23 de noviembre de 2014 (Zenit.org) La vida de Enrichetta fue apasionante. Coraje, misericordia y piedad, virtudes, entre otras, de esta brava mujer, tocaron las fibras más sensibles de los prisioneros de la cárcel milanesa de San Vittore. Está claro que Dios otorga a cada uno la fortaleza para llevar a cabo su misión. Cuando se contempla retrospectivamente la vida santa, se aprecia la inmensidad del amor divino que se manifiesta por medio de personas que, en su fragilidad física y espiritual, realizan gestas de alcance imprevisible, sorprendentes, conmovedoras. Enrichetta poseía la madurez humana y espiritual requerida para afrontar las desdichas de los lóbregos corredores de la prisión donde habita la desesperanza y el llanto desgarrador. Supo proporcionar a los reclusos el consuelo que precisaban, acoger sus miedos y temblores, dar un vuelo inusitado a estas vidas, algunas de las cuales, llevadas de su mano, recibieron la gracia de encontrarse con Cristo. Hay que amar mucho, haber encarnado en sí mismo a Cristo fielmente para poderlo transmitir a los demás como hizo ella.

Nació el 23 de febrero de 1891 en Borgo Vercelli, Italia. Era la primogénita de los cuatro hijos de Giovanni y Rosa Compagnone. Y aunque le impusieron en el bautismo tres nombres: María Ángela Domenica, sus allegados la llamaban María. Parecía un vaticinio de la protección que iba a recibir de la Virgen. Encantadora durante su infancia, sensible a las enseñanzas de fe que recibía en su hogar y en la parroquia, al cumplir 17 años, una edad en la que muchos jóvenes de todos los tiempos han sentido la llamada de Dios, ella también se sintió elegida por Cristo para seguirle. Aunque no sufrió oposición paterna, tuvo que aguardar un tiempo para ingresar en la vida religiosa, como su familia aconsejó que hiciera. Muchas veces los padres no comprenden que la decisión de consagrarse a Cristo ya está tomada, y que dilatar el tiempo para iniciar el camino solo conlleva sufrimiento para sus hijos, aunque en esa prueba éstos comiencen a mostrar a Dios el grado de su amor.

La determinación que la beata había tomado era irreversible y lo único que hizo fue madurarla. A finales de 1911 ingresó en el convento de Santa Margarita de Vercelli con las Hermanas de la Caridad, fundadas por la madre Thouret, donde le habían precedido varios familiares. Al profesar tomó el nombre de Enrichetta. Apta para la docencia, estudió magisterio en Novara, como le indicaron, y después impartió clases en Vercelli. Pero solo pudo ejercer la profesión durante unos meses puesto que una espondilitis tuberculosa le impidió hacer vida normal. La pésima evolución de la enfermedad fue vertiginosa. Dos años más tarde ni siquiera podía desempeñar trabajos de apoyo en tareas administrativas.

En 1920 los médicos que la trataron en Milán no ocultaron el mal pronóstico. Regresó a Vercelli y continúo empeorando. Su día a día comenzó a ser el lecho. Aprisionada en él por intensísimo dolor, agradecía a Dios la posibilidad de unir sus padecimientos a Cristo Redentor. Comprendió que así como la vocación nos sitúa en el calvario, por la enfermedad estamos en la cruz con Cristo. De modo que el lecho debe considerarse como un altar en el que la persona que sufre se inmola y se deja sacrificar llevada de su amor, siempre y cuando cumpla el requisito de «sufrir santamente», haciéndolo además con «dignidad, amor, dulzura y fortaleza».

Buscando salida para su penoso estado, la llevaron a Lourdes en 1922 y un año más tarde le administraron el sacramento de la Unción. El 25 de febrero de 1923, celebración de la novena aparición de la Virgen de Lourdes, al tomar un sorbo de agua de la gruta con gran esfuerzo y dolor, se sintió instada a levantarse en medio de una locución divina que provenía de María: «¡Levántate!». En ese momento recobró la salud. No es difícil imaginar el impacto del hecho en toda la comunidad ante un episodio milagroso que atribuyó a María. Estaba presta a morir, pero la voluntad de Dios había sido otra.

Después fue trasladada a la prisión de San Vittore. «La vocación no me hace santa, se decía, pero me impone el deber de trabajar para conseguirlo». Poseía un espíritu luminoso, así como la suficiente madurez y fortaleza para vivir en aquel lugar. Su escuela había sido el sufrimiento. Por eso comprendió y supo acoger a tanto deshecho humano como halló en el penal. Sufrir, orar (también junto a las reclusas), trabajar ejercitando la caridad por amor a Cristo sin descanso, fue el día a día de este apóstol que se ganó el respeto, confianza y cariño de los presos. Ellos la denominaron el «ángel» y la «mamma» de San Vittore. En 1939 fue nombrada superiora de la comunidad. Durante la Guerra Mundial la cárcel fue tomada por los nazis, y se jugó la vida defendiendo y rescatando de la muerte a los judíos y presos políticos que iban a ser gaseados en los campos de exterminio.

En 1944 las SS interceptaron un mensaje de una reclusa. Enrichetta fue acusada y apresada. Gravitando sobre ella la condena a muerte, oraba en su celda en acto de gratitud. Con la intervención del arzobispo de Milán, monseñor Schuster, a través de Mussolini se condonó su pena, pero fue enviada a Bérgamo a un centro de enfermos mentales. De allí partió a Brescia, y escribió sus memorias por obediencia. En 1945 regresó a San Vittore conduciendo al camino de la conversión a muchos, como a la peligrosa convicta de múltiple asesinato Rina (Caterina) Fort. En septiembre de 1950 sufrió una funesta caída en la calle, y no se recuperó. Murió el 23 de noviembre de 1951. Fue beatificada por Benedicto XVI el 26 de junio de 2011.

escrito por Isabel Orellana Vilches (23 de noviembre de 2014) © Innovative Media Inc.

otros santos 23 de noviembre:

- San Clemente I

sábado, 22 de noviembre de 2014

22 de noviembre: San Pedro Esqueda Ramírez

«Mártir mexicano. Un ejemplo de abandono en las manos de Dios, joven sacerdote generosamente entregado a su misión, y por ello ajusticiado con saña»

Madrid, 22 de noviembre de 2014 (Zenit.org) Nació en San Juan de los Lagos, Jalisco, México, el 29 de abril de 1887. Sus padres Margarito Esqueda y Nicanora Ramírez ignoraban que habían traído al mundo a una persona auténtica, valiente, que sería testigo de Cristo ante el mundo. Con escasos recursos económicos, la familia vivía alumbrada por la fe que recibió el muchacho, y que se ocupó de acrecentar con la gracia divina. Por eso, la conocida expresión «estamos en manos de Dios» que frecuentemente se formula cuando la incertidumbre ante un futuro incierto hace acto de presencia, sean cuales sean las razones, no fue para él un comentario lacónico, una especie de comodín verbal sin más pretensiones, como tantas veces ocurre. Este joven intrépido y valeroso sostuvo rigurosamente esta convicción, con la hondura que encierra de absoluta confianza en la voluntad divina, en el instante más álgido de su corta existencia.

Su temprana vinculación a la parroquia como niño de coro y monaguillo despertó su vocación al sacerdocio. Su expediente académico era impecable. Responsable y aplicado en sus estudios, siempre cosechando buenas notas, hicieron de él un alumno modélico para Piedad y Pedro, dos de sus profesores y directores de los centros en los que se educó. En esa infancia enriquecida por la piedad, y saludablemente gozosa, se habituó a rezar el rosario. Erigía altares en los que simulaba estar oficiando misa, el sueño que alimentaba en su espíritu.

Tenía 15 años cuando ingresó en el seminario auxiliar de San Julián, dejando el incipiente trabajo en una zapatería, porque su padre juzgó conveniente que iniciase la carrera eclesiástica. Allí siguió mostrando sus cualidades para el estudio que eran tan solo un matiz de las muchas que le adornaban. En el seminario permaneció recibiendo formación hasta que las autoridades federales determinaron cerrarlo en 1914. No había podido ser ordenado, pero era ya diácono, y al regresar a su ciudad natal actuó como tal en la parroquia hasta que en 1916, después de haber completado estudios en el seminario de Guadalajara, se convirtió en sacerdote. Recibió el sacramento a finales de ese año en la capilla del hospital de la Santísima Trinidad. A continuación fue designado vicario de la parroquia en la que trabajaba. En ella permaneció hasta su muerte; once años de intensa actividad pastoral, dando lo mejor de sí. Dinamizó la vida apostólica con una excelente labor catequética que tenía como objetivo a los niños, a la par que impulsaba la asociación Cruzada Eucarística llevado por su amor a la Eucaristía, devoción que, junto a la que profesaba a la Virgen, extendió entre los fieles. De la Eucaristía extraía su fortaleza y aliento. Fue también un ángel de bondad para los pobres.

Las fuerzas gubernamentales en una feroz campaña anticlerical habían dictado orden de persecución, y las buenas gentes del pueblo intentaron convencer a Pedro para que huyese a otro lugar. Sólo aceptó refugiarse de manera provisional en algunos lugares siempre cercanos a los fieles, a quienes de ese modo seguía atendiendo pastoralmente. Los sacerdotes y religiosos que han derramado su sangre por Cristo y su Iglesia en medio de conflictos políticos fueron caritativos y se caracterizaron por la libertad evangélica. No tuvieron acepción de personas, ni militaron en bandos determinados. Arraigados en Cristo se desvivían por las necesidades de sus fieles, con independencia de sus ideologías. Así era Pedro.

Al inicio de noviembre de 1927 buscó refugio en Jalostotitlán, Jalisco. Pero regresó a San Juan llevado por su amor a los feligreses que en ningún caso deseaba dejar desasistidos. Se alojó en el hospital del Sagrado Corazón. El pueblo quería a ese sacerdote que habían visto crecer entre ellos, pero temían a las represalias de las autoridades si le daban cobijo; por eso, a veces algunas personas no le franquearon la puerta de sus moradas. Sin embargo, la gran mayoría no ocultaba su preocupación por su destino. Y las anfitrionas de una casa en la que fue acogido, le rogaron seriamente que escapara. Pero Pedro no estaba dispuesto a ello, y dando testimonio de su gran fe, decía: «Dios me trajo, en Dios confío». Este sentimiento, que reiteró ante otros vecinos, en ningún modo puede ser espontáneo cuando la vida está en peligro; estaba asentado en un corazón orante firmemente clavado en el corazón del Padre, abierto a su gracia.

Fue detenido el 18 de noviembre de ese año 1927. En un mísero y oscuro cuartucho sufrió pacientemente la fiereza de los azotes y otras crueldades que le ocasionaron la fractura de uno de sus brazos; por ello los federales no pudieron verle expirar en la hoguera, como habían previsto. Pero sin duda, el tormento más doloroso fue ver profanados ante sí los objetos sagrados, destruidos los ornamentos y saqueado el archivo parroquial. Una cruel e infame tortura para un hombre de Dios, una persona inocente que lo único que perseguía era amar a Cristo y a los demás. Las incesantes vejaciones martiriales duraron hasta el 22 de noviembre. Maniatado y lleno de heridas le obligaron a subir por sí mismo a un árbol. Allí fue tiroteado sin piedad por un alto oficial que vertió en él su torrente de ira al ver que no podía sostenerse en la pira que habían dispuesto para ajusticiarlo prendiendo fuego al árbol en cuestión. Camino de su particular calvario, envuelto en un heroico silencio, dejó su testamento de fidelidad a la catequesis y al evangelio en unos niños que se acercaron a él. Juan Pablo II lo canonizó el 21 de mayo del 2000.

escrito por Isabel Orellana Vilches (22 de noviembre de 2014) © Innovative Media Inc.

otros santos 22 de noviembre:

- Santa Cecilia

viernes, 21 de noviembre de 2014

21 de noviembre: San Demetrio de Rostov


Etimológicamente significa “madre de la tierra”. Viene de la lengua eslava y griega.

Jesús dice: “El que beba el agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, pues el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna”.

Lo que de verdad lo ha hecho célebre en su país, ha sido la obra “Flor de los Santos”, que es todo un clásico de la prosa ruda al mismo tiempo que un libro de piedad.

Comenzó por la redacción de san Cirilo de Kiev en donde se hizo monje a los 17 años.

Cuando apareció el primer volumen, fue acogido con un aplauso general.

Pedro el Grande le envió un buen regalo para recompensarle.

El patriarca de Moscú le envió la bendición porque decía que no le había gustado, ya que en él había ideas católicas de Roma.

El día más triste de la vida de Demetrio fue el día en el cual el zar le nombró metropolita de Siberia con el fin de evangelizar esta región inmensa y la China.

El tomo III de la “Flor de los santos” acababa de aparecer (1700).

El pobre monje, al que sólo le gustaba el estudio y la contemplación, s puso en camino llorando. Cayó enfermo en Moscú.

Pedro el Grande fue a visitarlo. Demetrio le dijo que no había biblioteca en Siberia.

El zar le nombró metropolita de Rostov, diócesis en la que abundaban los sacerdotes estúpidos, borrachos y en donde las mujeres y los niños no comulgaban nunca.

Veían raro a un obispo tan bueno. Murió a los cuatro años de la publicación de su cuarto tomo (1705). S lo encontraron muerto de rodillas.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

(fuente: catholic.net)

otros santos 21 de noviembre:

- Beata María de Jesús, el Buen Pastor (Franciszka Siedliska)

jueves, 20 de noviembre de 2014

20 de noviembre: San Edmundo

Mártir

Offa es rey de Estanglia. Un buen día decide pasar el último tramo de su vida haciendo penitencia y dedicándose a la oración en Roma. Renuncia a su corona a favor de Edmundo que a sus catorce años es coronado rey, siguiendo la costumbre de la época, por Huberto, obispo de Elman, el día de la Navidad del año 855.

Pronto da muestras de una sensatez que no procede sólo de la edad. Es modelo de los buenos príncipes. No es amigo de lisonjas; prefiere el conocimiento directo de los asuntos a las proposiciones de los consejeros; ama y busca la paz para su pueblo; se muestra imparcial y recto en la administración de la justicia; tiene en cuenta los valores religiosos de su pueblo y destaca por el apoyo que da a las viudas, huérfanos y necesitados.

Reina así hasta que llegan dificultades especiales con el desembarco de los piratas daneses capitaneados por los hermanos Hingaro y Hubba que siembran pánico y destrucción a su paso. Además, tienen los invasores una aversión diabólica a todo nombre cristiano; con rabia y crueldad saquean, destruyen y entran al pillaje en monasterios, templos o iglesias que encuentran pasando a cuchillo a monjes, sacerdotes y religiosas. Una muestra es el saqueo del monasterio de Coldinghan, donde la abadesa santa Ebba fue degollada con todas sus monjas.

Edmundo reúne como puede un pequeño ejército para hacer frente a tanta destrucción pero no quiere pérdidas de vidas inútiles de sus súbditos ni desea provocar la condenación de sus enemigos muertos en la batalla. Prefiere esconderse hasta que, descubierto, rechaza las condiciones de rendición por atentar contra la religión y contra el bien de su gente. No acepta las estipulaciones porque nunca compraría su reino a costa de ofender a Dios. Entonces es azotado, asaeteado como otro San Sebastián, hasta que su cuerpo parece un erizo y, por último, le cortan la cabeza que arrojan entre las matas del bosque.

Sus súbditos buscaron la cabeza para enterrarla con su cuerpo, pero no la encuentran hasta que escuchan una voz que dice: "Here", es decir, "aquí".

Este piadosísimo relato tardío colmado de adornos literarios en torno a la figura del que fue el último rey de Estanglia exaltan, realzan y elevan la figura de Edmundo hasta considerarlo mártir que, por otra parte, llegó a ser muy popular en la Inglaterra medieval. Sus reliquias se conservaron en Bury Saint Edmunds, en West Sufflok, donde en el año 1020 se fundó una gran abadía.

(fuente: catholic.net)

otros santos 20 de noviembre:

- Beata María Fortunata Viti

miércoles, 19 de noviembre de 2014

19 de noviembre: Santa Matilde de Hackeborn

«Cisterciense. Una de las cuatro mujeres que hicieron de Helfta uno de los referentes ineludibles del s. XIII. En ella se aunaron gracia y lirismo que puso al servicio de Dios, y del que fue considerada ruiseñor»

Madrid, 19 de noviembre de 2014 (Zenit.org) Muy generoso debía ser el barón de Hackeborn para desprenderse de dos de sus hijas autorizándolas a ingresar en un monasterio cisterciense, que hicieron famoso por su virtud, junto a otras. Exactamente fueron cuatro excelsas mujeres las que brillaron en la clausura: Matilde de Magdeburgo, la santa de hoy, su hermana Gertrudis, y otra Gertrudis, la Grande. Hicieron de Helfta uno de los referentes ineludibles para conocer y valorar la riqueza de la mística germana; nos alientan con su vida a seguir el camino de perfección. Precisamente el pasado día 16 se vio la semblanza de Gertrudis la Grande, que sumó sus grandes virtudes a las de Matilde, que tanto le edificó, que fue su formadora y a la que tomó como guía junto a su hermana. Ello pone de manifiesto un hecho que acontece en todo movimiento eclesial: la existencia de periodos históricos de especial fulgor en el que despuntan figuras egregias traspasando muros y fronteras.

Tan significativa fue la vida de Matilde de Hackeborn, que el papa Benedicto XVI le dedicó su catequesis el 29 de septiembre de 2010. Sin duda fue una de esas mujeres fuertes de las que habla el evangelio que tuvo la gracia de alumbrar una época de gran fecundidad en esa comunidad a lo largo del siglo XIII. Nació en 1241 o en 1242, no hay datos precisos, en la fortaleza de Helfta, Sajonia. Su hermana Gertrudis se hallaba ya en el convento de Rodersdorf (después transferido a Helfta) cuando ella acompañó a su madre a visitarla en 1248. En siete años de vida la pequeña acumulaba la experiencia de haber sobrevivido a la muerte poco después de nacer, debido a su frágil constitución física, y el inspirado vaticinio del virtuoso sacerdote que derramó sobre su cabeza el agua del bautismo, quien entrevió que sería santa, hecho que confió a sus padres asegurándoles que Dios obraría a través de ella numerosos prodigios. Posiblemente a esa edad Matilde ignoraba la singular elección divina a la que aludió el sacerdote, pero seguro que sus progenitores no habrían podido olvidarla.

La vida conventual le sedujo desde un primer instante. Por eso, en 1258 dejó a un lado los beneficios que reportaba haber nacido en un castillo, y las prebendas anejas al título nobiliario que ostentaban sus padres ingresando en el monasterio que entonces se había establecido en Helfta. Su hermana Gertrudis, abadesa, vertió en ella todo su saber espiritual e intelectual, riqueza que Matilde acogió multiplicando los talentos que Dios le había otorgado: una suma de excepcional inteligencia y virtud coronada por una bellísima voz con la que glosaba la grandeza del Creador y por la que ha sido denominada «ruiseñor de Dios». Era un pozo sin fondo. Y así se ha reflejado: «la ciencia, la inteligencia, el conocimiento de las letras humanas y la voz de una maravillosa suavidad: todo la hacía apta para ser un verdadero tesoro para el monasterio bajo todos los aspectos».

Orientada por su hermana, se convirtió en una gran formadora que tuvo a su cargo jovencísimas vocaciones. De hecho le confiaron a Gertrudis, la Grande, cuando llegó al convento a la edad de 5 años. Y es que Matilde era una ejemplar maestra y modelo de novicias y profesas. Fue agraciada con numerosos favores místicos que se iniciaron siendo niña y que guardó en su corazón llevada de su natural discreción hasta que cumplió medio siglo de vida.

Ella, al igual que Gertrudis, la Grande, vivió en carne propia la experiencia del sufrimiento ocasionado por largas y dolorosas enfermedades que fueron persistentes en ambos casos. La frágil condición humana atenazada por el cúmulo de matices que conllevan circunstancias de esta naturaleza, a veces tiene también expresión palpable en la vertiente espiritual. Matilde experimentó conjuntamente la postración corporal, y el sufrimiento y angustia espirituales en los que, no obstante, contó con el consuelo divino. En uno de estos periodos críticos confidenció privadamente sus experiencias místicas a dos religiosas. Una de ellas fue su discípula Gertrudis, la Grande, quien se ocupó de recopilarlas en el Libro de la gracia especial junto a otra hermana de comunidad.

Matilde fue un puntal indiscutible en el monasterio, aunque a veces su nombre ha quedado a la sombra de esta santa amiga. De su hermana había heredado la rica tradición monacal que floreció altamente en esa época en las líneas genuinas de la regla a la que se había abrazado: oración, contemplación, estudio científico y teológico, amasado siempre en la tradición y el magisterio eclesiales. Fue una mujer obediente, humilde y piadosa, de gran espíritu penitencial, ardiente caridad y devota de María y del Sagrado Corazón de Jesús con el que mantuvo místicos coloquios. El contenido de sus revelaciones insertas en el Libro de la gracia especial permite apreciar también el alcance que tuvo la liturgia en su itinerario espiritual. Supo llegar al corazón de las personas que pusieron bajo su responsabilidad, y las condujo sabiamente a los pies de Cristo dando pruebas fehacientes de su ardor apostólico.

Cuando rogaba a la Virgen que no le faltara su asistencia en el momento de la muerte, Ella le pidió que rezase diariamente tres avemarías «conmemorando, en la primera, el poder recibido del Padre Eterno; en la segunda, la sabiduría con que me adornó el Hijo; y, en la tercera, el amor de que me colmó el Espíritu Santo». María la invitó a meditar en los misterios de la vida de Cristo: «Si deseas la verdadera santidad, está cerca de mi Hijo; él es la santidad misma que santifica todas las cosas». Durante la última y difícil etapa de su vida, ocho años cuajados de sufrimientos, mostró la hondura de su unión con Cristo, a cuya Pasión redentora unía sus padecimientos por la conversión de los pecadores, con humildad y paciencia. La Eucaristía, el evangelio, la oración…, habían forjado su espíritu disponiéndola al encuentro con Dios. Éste se produjo el 19 de noviembre de 1299. Murió con fama de santidad.

escrito por Isabel Orellana Vilches (19 de noviembre de 2014) © Innovative Media Inc.

otros santos 19 de noviembre:

- San Rafael de San José

martes, 18 de noviembre de 2014

18 de noviembre: Beata Carolina Kózka

Virgen y mártir

Martirologio Romano: En la aldea Wal-Ruda, en Polonia, beata Carolina Kózka, virgen y mártir, que en el fragor de la guerra, siendo aún adolescente, por amor a Cristo murió atravesada por una espada al querer defender su castidad, agredida por un soldado (1914).

Etimología: Carolina = aquella que es inteligente, viene del germánico.

Nació cerca de Tárnow, Polonia, el 2 de agosto de 1898.

Cursó sólo estudios elementales, ya que la situación económica de sus padres era muy difícil; tenía diez hermanos.

La piedad y devoción la recibió en casa, donde se rezaba el rosario diariamente, y la asistencia a misa dominical era la forma en que la familia agradecía los dones con que les favorecía el Señor.

Así llegó el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y Polonia fue invadida por el ejército soviético.

La situación en Tárnow era cada día más difícil debido a los abusos y la brutalidad de los soldados.

En este marco llega la noche del 18 de noviembre de 1914, cuando un soldado ebrio irrumpe en la casa de la familia Kózka exigiendo alimento. Al no quedar complacido, obliga al padre y a Carolina a acompañarlo para reportar su conducta a las autoridades.

En el camino obliga al padre (bajo amenazas de matarlo a él y a su familia) a regresar a su casa. De lo que contaremos a continuación fueron testigos dos muchachos, quienes ocultos presenciaron el martirio de Carolina: la pequeña fue arrastrada entre matorrales, y por defender su virginidad, Carolina murió.

A la mañana siguiente encontraron su cuerpo mutilado entre la hojarasca; además, presentaba heridas de bayoneta en cabeza, piernas, costado y cuello. Sus manos ensangrentadas daban fe de la resistencia que opuso. A su entierro acudió todo el pueblo.

Se la conoce como la Estrella de Tárnow.

Fue beatificada el 10 de junio de 1987 en su pueblo natal por Juan Pablo II, quien expresó: "La muerte de Carolina nos dice que el cuerpo humano tiene un valor y dignidad inmensa que no se puede abaratar. Carolina Kózka era consciente de esta dignidad. Consciente de esta vocación, entregó su vida joven, cuando fue necesario entregarla, para defender su dignidad de mujer".

(fuente: catholic.net)

otros santos 18 de noviembre:

- Santa Rosa Filipina Duchesne

lunes, 17 de noviembre de 2014

17 de noviembre: Santa Hilda de Whitby (Ilda)

Abadesa

No se sabe el lugar de nacimiento de Hilda, pero de acuerdo a Beda el Venerable fue en el año 614. Ella fue la segunda hija de Hereric, sobrino de Edwin de Northumbria, y su esposa Breguswita. Su hermana mayor, Hereswita, se casó con Ethelric, hermano del rey Anna de Anglia Oriental. Cuando era apenas una bebe su padre fue envenenado mientras pasaba su exilio en la corte del rey de Elmet (en lo que hoy en día es West Yorkshire). Se asume que ella creció en la corte de Ediwn en Northumbria.

En 627 el rey Edwin de Northumbria fue bautizado durante la Pascua junto a toda su corte, la cual incluía a Hilda, en una pequeña capilla de madera construida especialmente para la ocasión, cerca de lo que hoy en día es la Catedral de York Minster.

La ceremonia fue oficiada por el monje-obispo Paulinus, quien había venido desde Roma junto a San Agustín de Canterbury. Luego acompaño a Ethelburga, una princesa cristiana, cuando ella regreso a Kent para casarse con Edwin.


Hilda como monja

No se sabe dónde fue que Hilda empezó su vida como monja, excepto que fue al norte de las orillas del río Wear. Aquí, con unos cuantos compañeros aprendieron las tradiciones del monasticismo del Cristianismo Celta el cual San Aidan había traído desde Iona. Después de un año San Aidan nombró a Hilda como la segunda Abadesa de Hartlepool. No quedan rastros de esta abadía pero el cementerio monástico se ha encontrado cerca de la presente Iglesia de Santa Hilda.

En 657 Hilda fundo un nuevo monasterio en Whitby (en ese entonces conocida como Streonshalh), donde permaneció el resto de su vida hasta su muerte en 680.


Vida monástica en Whitby

En el acantilado oriental de Whitby se levantan las impresionantes ruinas de un abadía benedictina del siglo XII. Este, sin embargo, no fue el edificio que Hilda conoció. Evidencia arqueológica muestra que el monasterio era en estilo celta con sus miembros viviendo en pequeñas casas para dos o tres personas. La tradición de monasterios dobles, como los de Hartlepool y Whitby, era para que hombres y mujeres vivieran separadamente pero que pudieran rezar juntos en misa.

No se sabe donde exactamente la iglesia monástica de Hilda se levantó, tampoco sabemos cuantos monjes y monjas vivían en Whitby. Lo que Beda nos cuenta es que las ideas originales de monasticismo eran estrictamente seguidas en la abadía de Hilda. Todas las propiedades y bienes eran de propiedad común, los valores cristianos eran ejercidos, especialmente paz y caridad, todos tenían que estudiar la Biblia y hacer obras de caridad.

Cinco hombres del monasterio se convirtieron en obispos y uno fue venerado como santo, San Juan de Beverley.

La Reina Eanfleda de Deira, y su hija Alfleda se convirtieron en monjas y juntas fueron abadesas de Whitby después de la muerte de Hilda.


Carácter de Santa Hilda

Beda describe a Hilda como una mujer de gran energía quien era una audaz y eficaz administradora y maestra. Ella se ganó una reputación de sabiduría, que incluso reyes, príncipes y obispos buscaban su ayuda, pero también se preocupaba por la gente ordinaria como Caedmon, un pastor y bardo religioso. Aunque Hilda tenía un carácter fuerte ella también inspiraba afecto. Beda dijo "Todos aquellos que la conocían la llamaban madre por su gran devoción y gracia".


Muerte de Santa Hilda

Hilda sufrió de una fiebre los últimos seis años de su vida, pero continuó trabajando hasta su muerte el 17 de noviembre, de 680, en lo que entonces era una edad muy avanzada de sesenta y seis. En su último año ella fundo otro monasterio, a 14 millas de Whitby, en Hackness. Ella murió después de recibir el viaticum, y según la leyenda, en el momento de su muerte las campanas del monasterio en Hackness sonaron.

(fuente: catholic.net)

otros santos 17 de noviembre:

- Santa Isabel de Hungría

domingo, 16 de noviembre de 2014

16 de noviembre: San Roque González de Santa Cruz

Nació en 1576 en la Ciudad de Asunción. Fue uno de los diez hijos del escribano real Bartolomé González y de María de Santa Cruz. Con sólo 22 años fue ordenado sacerdote por Monseñor Hernando Trejo y Sanabria, Obispo de Córdoba, y tiempo después nombrado párroco de la catedral de Asunción por el obispo Martín Ignacio de Loyola. Se desempeñó en diversas actividades apostólicas, y no aceptó el cargo de Vicario General de Asunción porque quería llegar hasta los mismos indígenas para evangelizarlos. En 1609 abandona Asunción e ingresa a la Compañía de Jesús, comenzando su labor como misionero evangelizador. En 1613 funda la reducción de San Ignacio Miní, una de las más grandes. El 25 de marzo de 1615 funda la ciudad de Encarnación, en el actual departamento de Itapúa .

Funda las reducciones de Concepción de la Sierra (1619), Candelaria (1627), San Javier y otros centros ubicados sobre la costa del río Uruguay. Sobre ese río se extendió hacia el sur, fundando la Reducción de Yapeyú, en la actual provincia de Corrientes.

De Yapeyú, partió hacia tierras adentro en el sur del actual Brasil fundando las reducciones de San Nicolás, Asunción del Iyuí y Caaró. Justamente en la zona de Iyuí, tenía grandes diferencias con el cacique Ñezú, y fue así que el día 15 de noviembre de 1628, esta reducción es destruida y Roque es asesinado junto al padre español Alonso Rodríguez Olmedo en Caaró. La misma suerte corrió el el P. Juan del Castillo, que fue asesinado dos días después, el 17 de noviembre de 1628.

Los cadáveres fueron arrojados a la hoguera, pero milagrosamente el corazón de Roque no se quemó. El corazón y el hacha con el que lo mataron fueron trasladados a Roma. Posteriormente fueron llevados a Argentina. En la actualidad el corazón se halla y puede ser visitado en la Capilla de los Santos Mártires de la parroquia Cristo Rey, en Asunción.

Roque y sus compañeros mártires fueron beatificados por Pío IX el 28 de enero de 1934 y canonizados por Juan Pablo II el 16 de mayo de 1988. San Roque González es el primer santo paraguayo.

- Alfonso Rodríguez: Alfonso Rodríguez Olmedo nació en Zamora, España, el 10 de marzo de 1598. Realizó su noviciado en Villagarcía de Campos, Valladolid y después fue enviado a Paraguay. Salió de Lisboa, Portugal, en una expedición guiada por el padre Juan de Viana. En 1626 fue enviado a las misiones de los guaycurúes, frente a Asunción, al otro lado del río Paraguay. En 1628 pasó a las misiones guaraníes del Paraná y luego a Itaipú. Se le designó para que acompañara a Roque González en la fundación del pueblo de Todos los Santos de Caaró, en la banda oriental del río Uruguay. Allí murió junto con Roque el 15 de noviembre de 1628.

- Juan del Castillo: Nació en Belmonte, España, el 14 de septiembre de 1595. Ingresa como jesuita en 1614. En 1616 fue a las Indias. Estuvo destinado en Buenos Aires, Córdoba y Chile. En 1626 es destinado a las misiones del río Uruguay. Después del martirio de los Padres Roque González y Alfonso Rodríguez en la Reducción de Todos los Santos en el Caaró, Juan murió el 17 de noviembre, en la reducción de la Asunción de Yjuhi.

- Cacique Arasunú: El cacique Arasunú no llegó a ser bautizado cuando fue asesinado junto a Roque González de Santa Cruz y Alfonso Rodríguez. El cacique había llegado momentos después del martirio de San Roque, reprendiendo a los indígenas por su ensañamiento y crueldad y fue también asesinado por éstos.

(fuente: jesuitas.org.py)

otros santos 16 de noviembre:

- Santa Gertrudis

sábado, 15 de noviembre de 2014

15 de noviembre: San Alberto Magno

Obispo y Doctor de la Iglesia
(1193-1280)
Patrono de las ciencias naturales.
"Doctor Universallis", "Doctor Expertus"

Su vida tiene poco que contar. Como la existencia de los grandes maestros del pensamiento humano, la suya se desarrolla, sobre todo, en su interior. Nace en el castillo de Bollstadt, asiento de su familia, cerca de la ciudad bávara de Lavingen. En su juventud caza palomas salvajes a orillas del Danubio, seguido de halcones y perros domesticados. Es noble y rico, pero además quiere ser sabio. Busca la ciencia con pasión, cuando he aquí que, oyendo predicar en Padua a Jordán de Sajonia, general de los Hermanos Predicadores, se amplían los horizontes de sus anhelos. Ahora quiere ser santo. Cuando Jordán baja del pulpito, el joven alemán cae a sus pies, pidiéndole el hábito blanco de Santo Domingo. Tenía entonces treinta años. Después, toda su vida se resume en estas tres palabras: rezar, estudiar y enseñar. Enseña en las principales casas de su Orden, especialmente en Colonia y en París, y «dondequiera que sienta su cátedra—dice un contemporáneo suyo—, parece monopolizar a todos los amantes de la verdad». En 1260, una orden del Pontífice le separa de sus libros para hacerle obispo de Ratisbona. Fue un pequeño paréntesis, en que el profesor descubre sus talentos de administrador y de reformador. Dos años más tarde dejaba la mitra y volvía a coger los libros.

Ya nadie que haya meditado un poco sobre las mareas del pensamiento humano podrá decir que aquel siglo XIII no fue un siglo grande. Pues bien: esa grandeza se la debe en gran parte a este profesor de filosofía. Fue un forjador de grandes maestros, entre los cuales descuella el más ilustre de todos: Santo Tomás de Aquino. Pero también él fue un maestro eximio. En las escuelas de la Edad Media se decía de él este adagio: Mundo luxisti, quia totum scibile scisti. Lo cual quiere decir: «Iluminaste al mundo, porque supiste todo lo que se puede saber.» De sus conocimientos asombrosos son aún testigos los veinte infolios de sus obras. En ellos descubrimos al sabio, al filósofo, al teólogo y al místico, al Doctor Universal, como le llamó su tiempo.

Santo Tomás, su discípulo, recogió de él, sobre todo, la tradición filosóficoteológica; y acaso por eso durante mucho tiempo apenas se apreció el aspecto científico de sus conocimientos enciclopédicos. Los sabios de nuestro tiempo han observado con admiración la seguridad con que Alberto establece el principio de la autonomía de la ciencia. «Toda conclusión lógica—son sus palabras—que se encuentre en contradicción con el testimonio de los sentidos, es rechazada. Un principio que no se armoniza con los datos experimentales no es, en realidad, un principio, sino un error de principio.» No contento con establecer las leyes de la investigación, Alberto se esfuerza por recoger todos los frutos de la experiencia antigua, atesorados en Aristóteles, Avicena y Nicolás de Damasco, madurándolos y aumentándolos con su propia experiencia. Como es natural, acepta muchas ilusiones científicas de sus contemporáneos, pero destruye otras valiente y decididamente. Cultiva la observación directa, amplía las consideraciones aristotélicas sobre la esfericidad de la tierra, explica la Vía Láctea como una multitud de estrellas, habla de los antípodas, y determina las horas del día y el ritmo de las estaciones para cada sección del globo; explica la formación de las montañas por la erosión; nos ofrece en uno de sus libros el germen de la descripción de la tierra; tiene sus laboratorios, hace interesantes experiencias químicas, formula teorías audaces, es un hábil destilador, conoce el uso del agua fuerte y del arsénico, y separa en el crisol los metales preciosos de las materias impuras.

Pero si es un cultivador apasionado de las ciencias naturales, en el dominio de las ideas se le puede considerar como el primero que ha separado con precisión el campo de la filosofía del de la teología. Es incomprensible cómo se ha llegado a hacer de Lutero y de Descartes los libertadores del pensamiento, y a Alberto Magno el jefe de los obscurantistas de la Edad Media. Es, precisamente, todo lo contrario. Si hay una filosofía moderna, es gracias a aquellos pensadores medievales, que con una obstinación prudente y reflexiva llegaron a constituir un dominio en que el pensamiento es independiente y a reconquistar para la razón los derechos a los cuales parecía haber renunciado. En este aspecto, Alberto Magno es infinitamente más moderno que Lutero y Calvino; moderno por su amor a la verdad, por las ardientes aspiraciones de toda su alma, por su intuición profunda de la interdependencia de todos los órdenes del conocimiento, por su doctrina de la armonía preestablecida entre los descubrimientos de la razón y la fe, entre la ciencia y la revelación, entre la voluntad y la gracia, entre la Iglesia y el Estado.

Pero no busca esta concordia por la vía del platonismo, como había hecho poco antes San Anselmo, siguiendo la tradición agustiniana, sino que, contra la corriente general de las escuelas de su tiempo, adivina que puede encontrarse más riqueza asimilable, más verdad adquirida, más equilibrio total en el sistema aristotélico, menos brillante tal vez, pero más prudente y más seguro. Su mérito principal consiste en haber visto antes que nadie el enorme valor que la filosofía de Aristóteles podía tener para el dogma cristiano. Al apoderarse de él para levantar sobre sus principios fundamentales una construcción teológica, originaba una verdadera revolución en las escuelas de su tiempo. Santo Tomás perfeccionará su idea, pero él es el iniciador; él reúne los materiales y planea la construcción, que levantará el genio sintético del discípulo. Sin la formidable y fecunda labor de Alberto Magno, apenas podemos concebir la Summa Theologíca.

Sin embargo, aun en su aspecto filosófico, la obra de San Alberto no es una simple resurrección histórica del Estagirita. Es el filósofo griego traducido en cristiano, corregido, enriquecido, iluminado por las claridades de la fe. Le estudia, le interpreta, le discute con una admirable libertad de espíritu. Su finalidad, según su propia expresión, es hacer inteligibles a los latinos todas las partes de la filosofía aristotélica, monopolizada hasta entonces por los griegos y por sus discípulos los judíos y los musulmanes; pero, al pasar a través de su inteligencia, esa filosofía viene con una vida nueva, con un calor de cristianismo, con un aire occidental y con una fuerza conquistadora que parecía haber perdido para siempre. Sus contemporáneos le agradecieron este trabajo, colocándole, aun en vida, entre los más ilustres doctores, buscando sus escritos con afán, leyéndolos y comentándolos. Uno de ellos, Roger Bacon, que, por cierto, no le mira con simpatía y se irrita con los que le comparan a los ángeles, dice de él estas palabras: «Vale más que todo un ejército de sabios, porque ha trabajado mucho, ha visto infinitas cosas, ha revuelto muchos libros y ha sacado innumerables cosas del océano infinito de los hechos.»

Pero este iniciador de un nuevo sistema filosófico, este constructor eminente en el campo de la teología, este escolástico puro y seco, al parecer, es también un místico, para quien toda ciencia tiene una sola finalidad: el amor. El pensador, el metafísico, el observador de la naturaleza, se juntan en él al santo. Su santidad consiste, sobre todo, en la armonía, en el equilibrio perfecto de su alma, en aquella concordancia maravillosa de la naturaleza y de la gracia, que él introdujo en su teología moral y dogmática. Fue uno de los más santos entre los hombres, y también uno de los más humildes entre los santos. Sus contemporáneos nos le representan pequeño de talla, de apariencia mezquina, pero dotado de una voluntad enérgica. Poseía las cualidades de inteligencia y de corazón que arrastran a los hombres: rectitud de ideas, viveza de sentimiento, lealtad en el alma, sinceridad en las palabras. Sabemos, además, que era de genio alegre y vivo, de muy buen humor, y de frase pronta e impulsiva. Así llegamos a explicarnos aquel prestigio soberano que ejercía sobre la juventud universitaria. Su vida interior apenas nos es conocida, pero sus devociones tenían todas un marcado carácter universal y social: la Eucaristía, la Misa, la Madre de Dios y la Pasión de Cristo. Por la Pasión hemos sido salvos, por la Misa recibimos la santificación, por la Eucaristía alimentamos nuestra vida espiritual, y por María, finalmente, llegan a nosotros las gracias del Cielo. La piedad del gran doctor tenía el carácter de su ciencia: era católica, universal.

Si miramos a San Alberto Magno en su vida científica, echaremos de ver fácilmente el carácter social de su santidad. Sabía que el cristianismo necesita sacrificarse a sus hermanos para salvarse; y todo su esfuerzo le pone en ser útil a los demás haciendo fructificar aquellas disposiciones para el estudio que le había dado el Padre de familias. Fue la suya una ciencia provechosa para los demás, y, en sí misma, libre del orgullo y de la vanidad. El verdadero sabio se reconoce por su simplicidad, como verdadero hijo de aquella Sabiduría que, como dice la Escritura, «juega en el universo terrestre». Verdadero sabio, Alberto juega como un niño delante de Dios, adora a Dios en cuanto descubre y como sabe cuan vastas son las fronteras de la ciencia, está lejos de vanagloriarse del terreno que ha logrado conquistar. Ha abandonado el brillo de un noble nacimiento, ha abandonado los fáciles éxitos universitarios, y sabe también abandonarse a sí mismo, someter la razón a la fe, humillarse al espíritu de otro, desde que aparece a sus ojos la luz de la verdad, cuyo amor abrasaba su alma.

Era ya en su extrema vejez; tenía ochenta y cinco años. A su retiro de Colonia llega la noticia de que el obispo de París se agita para hacer condenar algunas proposiciones de Santo Tomás de Aquino, muerto hace tres años. Es el momento en que se le reconoce como el gigante de la ciencia de su tiempo. Los estudiantes de París se llenaron de admiración al ver que el viejo filósofo se acercaba a marchas forzadas para tomar parte en la contienda. No iba para defender sus ideas, sino para salvar el honor de su discípulo; y aquí es donde aparece la humildad del grande hombre. Su sola presencia le da el triunfo; vuelve después a las orillas del Rin, y allí se prepara a la muerte escribiendo el tratado sobre el Santísimo Sacramento.

(fuente: www.divvol.org)

otros santos 15 de noviembre:

- Beata María de la Pasión

viernes, 14 de noviembre de 2014

14 de noviembre: San José Pignatelli

Restaurador de los jesuitas

El mérito especial de este santo fue el de conservar lo que quedaba de la Compañía de Jesús (que es la Comunidad religiosa más numerosa en la Iglesia Católica) y tratar de que los religiosos de esa comunidad pudieran sobrevivir, a pesar de una terrible persecución.

De familia italiana, nació en Zaragoza (España) en 1737. Se hizo jesuita y empezó a trabajar en los apostolados de su Comunidad, especialmente en enseñar catecismo a los niños y a los presos.

En 1767 la masonería mundial se puso de acuerdo para pedir a todos los gobernantes que expulsaran de sus países a los Padres Jesuitas. El rey Carlos III de España obedeció las órdenes masónicas y declaró que de España y de todos los territorios de América que dependían de ese país quedaban expulsados los jesuitas. Con este decreto injusto le hizo un inmenso mal a muchas naciones y a la Santa Iglesia Católica.

El Padre José Pignatelli y su hermano, que eran de familia de la alta clase social, recibieron la oferta de poder quedarse en España pero con la condición de que se salieran de la Compañía de Jesús. Ellos no aceptaron esto y prefirieron irse al destierro. Se fueron a la Isla de Córcega, pero luego los franceses invadieron esa isla y de allá también los expulsaron.

En 1774 Clemente XIV por petición de los reyes de ese tiempo dio un decreto suprimiendo la Compañía de Jesús. Como efecto de ese Decreto 23,000 jesuitas quedaron fuera de sus casas religiosas.

El Padre Pignatelli y sus demás compañeros, cuando oyeron leer el terrible decreto exclamaron: "Tenemos voto de obediencia al Papa. Obedecemos sin más, y de todo corazón".

Durante los 20 años siguientes la vida del Padre José y la de los demás jesuitas será de tremendos sufrimientos. Pasando por situaciones económicas sumamente difíciles (como los demás jesuitas dejados sin su comunidad), pero siempre sereno, prudente, espiritual, amable, fiel.

Se fue a la ciudad de Bolonia y allí estuvo dedicado a ayudar a otros sacerdotes en sus labores sacerdotales, y a coleccionar libros y manuscritos relacionados con la Compañía de Jesús y a suministrar ayuda a sus compañeros de religión. Muchos de ellos estaban en la miseria y si eran españoles no les dejaban ni siquiera ejercer el sacerdocio. Un día al pasar por frente a una obra del gobierno, alguien le dijo que aquello lo habían construido con lo que les habían quitado a los jesuitas, y Pignatelli respondió: "Entonces deberían ponerle por nombre "Haceldama", porque así se llamó el campo que compraron con el dinero que Judas consiguió al vender a Jesús.

Cuando los gobiernos de Europa se declaraban en contra de los jesuitas, la emperatriz de Rusia, Catalina, prohibió publicar en su país el decreto que mandaba acabar con la Compañía de Jesús, y recibió allá a varios religiosos de esa comunidad. El Padre Pignatelli con permiso del Papa Pío VI se afilió a los jesuitas que estaban en Rusia y con la ayuda de ellos empezó a organizar otra vez a los jesuitas en Italia. Conseguía vocaciones y mandaba los novicios a Rusia y allá eran recibidos en la comunidad. El jefe de los jesuitas de Rusia lo nombró provincial de la comunidad en Italia, y el Papa Pío VII aprobó ese nombramiento. Así la comunidad empezaba a renacer otra vez, aunque fuera bajo cuerda y en gran secreto.

El Padre Pignatelli oraba y trabajaba sin descanso por conseguir que su Comunidad volviera a renacer. En 1804 logró con gran alegría que en el reino de Nápoles fuera restablecida la Compañía de Jesús. Fue nombrado Provincial. Con las generosas ayudas que le enviaban sus familiares logró restablecer casas de Jesuitas en Roma, en Palermo, en Orvieto y en Cerdeña.

Ya estaba para conseguir que el Sumo Pontífice restableciera otra vez la Compañía de Jesús, cuando Napoleón se llevó preso a Pío VII al destierro.

El Padre Pignatelli murió en 1811 sin haber logrado que su amada Comunidad religiosa lograra volver a renacer plenamente, pero tres años después de su muerte, al quedar libre de su destierro el Papa Pío VII y volver libre a Roma, decretó que la Compañía de Jesús volvía a quedar instituida en todo el mundo, con razón Pío XI llamaba a San José Pignatelli "el anillo que unió la Compañía de Jesús que había existido antes, con la que empezó a existir nuevamente". Los Jesuitas lo recuerdan con inmensa gratitud, y nosotros le suplicamos a Dios que a esta comunidad y a todas las demás comunidades religiosas de la Iglesia Católica las conserve llenas de un gran fervor y de grandísima santidad.

(fuente: www.ewtn.com)

otros santos 14 de noviembre:

- Beata María Merkert
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