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jueves, 31 de julio de 2014

31 de julio: Beatos Andrés de Palazuelo y 31 compañeros


Capuchinos Mártires
Martirologio Romano: En España, Andrés de Palazuelo (en el siglo: Miguel Francisco González González), Sacerdote profeso de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos y 31 Compañeros; asesinados por odio a la Fe. († 1936-37)
Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco. El 28 de marzo de 2013 S.S. Francisco firmó el decreto reconociemdo el martirio de este grupo de mártires.

Este grupo de mártires está integrado por:

1. ANDRÉS DE PALAZUELO, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: MIGUEL FRANCISCO GONZÁLEZ-DÍEZ GONZÁLEZ-NÚÑEZ
nacimiento: 08 Mayo 1883 en Palazuelo de Torío, León (España)
martirio: 31 Julio 1936 en Pradera San Isidro, Madrid (España)

2. FERNANDO DE SANTIAGO, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: FERNANDO OLMEDO REGUERA
nacimiento: 10 Enero 1873 en Santiago de Compostela, La Coruña (España)
martirio: 02 Agosto 1936 en Cuartel de la Montaña, Madrid (España)

3. JOSÉ MARÍA DE MANILA, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: EUGENIO SANZ-OROZCO MORTERA
nacimiento: 05 Septiembre 1880 en Manila (Filipinas)
martirio: 17 Agosto 1936 en Cuartel de la Montaña, Madrid (España)

4. RAMIRO DE SOBRADILLO, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: JOSÉ PÉREZ GONZÁLEZ
nacimiento: 05 Enero 1907 en Sobradillo, Salamanca (España)
martirio: 27 Noviembre 1936 en Paracuellos de Jarama, Madrid (España)

5. AURELIO DE OCEJO, religioso profeso, Capuchino
en el siglo: FACUNDO ESCANCIANO TEJERINA
nacimiento: 04 Febrero 1881 en Ocejo, León (España)
martirio: 17 Agosto 1936 en Madrid (España)

6. SATURNINO DE BILBAO, religioso profeso, Capuchino
en el siglo: EMILIO SERRANO LIZARRALDE
nacimiento: 25 Mayo 1910 en Bilbao, Vizcaya (España)
martirio: 26 Agosto 1936 en Madrid (España)

7. BERARDO DE VISANTOÑA, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: JOAQUÍN FRADE EIRAS
nacimiento: 05 Abril 1878 en Visantoña, Lugo (España)
martirio: 14 Agosto 1936 en Jove, Asturias (España)

8. ARCÁNGEL DE VALDAVIDA, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: ÁNGEL DE LA RED PÉREZ
nacimiento: 26 Febrero 1882 en Valdavida, León (España)
martirio: 14 Agosto 1936 en Jove, Asturias (España)

9. ILDEFONSO DE ARMELLADA, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: SEGUNDO PÉREZ ARIAS
nacimiento: 02 Mayo 1874 en Armellada, León (España)
martirio: 14 Agosto 1936 en Jove, Asturias (España)

10. DOMITILO DE AYOÓ, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: FELIPE LLAMAS BARRERO
nacimiento: 03 Septiembre 1907 en Ayoó de Vidriales, Zamora (España)
martirio: 06 Septiembre 1936 en Peón cemeterio, Gijón, Asturias (España)

11. ALEJO DE TERRADILLOS, religioso profeso, Capuchino
en el siglo: BASILIO GONZÁLEZ HERRERO
nacimiento: 14 June 1874 en Terradillos, León (España)
martirio: 14 Agosto 1936 en Jove, Asturias (España)

12. EUSEBIO DE SALUDES, religioso profeso, Capuchino
en el siglo: EZEQUIEL PRIETO OTERO
nacimiento: 19 Febrero 1885 en Saludes, León (España)
martirio: 14 Agosto 1936 en Jove, Asturias (España)

13. EUSTAQUIO DE VILLAQUITE, religioso profeso, Capuchino
en el siglo: BERNARDO CEMBRANOS NISTAL
nacimiento: 20 Agosto 1903 en Villaquite, León (España)
martirio: 31 Agosto 1936 en Gijón, Asturias (España)

14. AMBROSIO DE SANTIBÁÑEZ, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: ALEJO PAN LÓPEZ
nacimiento: 24 Octubre 1888 en Santibáñez de la Isla, León (España)
martirio: 27 Diciembre 1936 en Santander, Cantabria (España)

15. MIGUEL DE GRAJAL, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: APRONIANO DE FELIPE GONZÁLEZ
nacimiento: 02 Febrero 1898 en Grajal de Campos, León (España)

16. DIEGO DE GUADILLA, religioso profeso, Capuchino
en el siglo: JACINTO GUTIÉRREZ TERCIADO
nacimiento: 03 Julio 1909 en Guadilla, Burgos (España)
martirio: 29 Diciembre 1936 en el cruce Santoña-Escalante, Cantabria (España)

17. ÁNGEL DE CAÑETE LA REAL, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: JOSÉ GONZÁLEZ RAMOS CAMPOS
nacimiento: 24 Febrero 1879 en Cañete la Real, Málaga (España)
martirio: 06 Agosto 1936 en Antequera, Málaga (España)

18. LUIS DE VALENCINA, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: GERONIMO LIMÓN MÁRQUEZ
nacimiento: 27 Marzo 1885 en Valencina del Alcor (ahora Valencina de la Concepción), Sevilla (España)
martirio: 03 Agosto 1936 en Antequera, Málaga (España)

19. GIL DE PUERTO DE SANTA MARÍA, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: ANDRÉS SOTO CARRERA
nacimiento: 29 June 1883 en Puerto de Santa María, Sevilla (España)
martirio: 06 Agosto 1936 en Antequera, Málaga (España)

20. IGNACIO DE GALDÁCANO, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: JOSÉ MARÍA RECALDE MAGÚREGUI
nacimiento: 07 Febrero 1912 en Galdácano, Vitoria (España)
martirio: 06 Agosto 1936 en Antequera, Málaga (España)

21. JOSÉ DE CHAUCHINA, diacono profeso, Capuchino
en el siglo: ALEJANDRO CASARE MENÉNDEZ
nacimiento: 24 Febrero 1897 en Chauchina, Granada (España)
martirio: 06 Agosto 1936 en Antequera, Málaga (España)

22. CRISPÍN DE CUEVAS DE SAN MARCOS, religioso profeso, Capuchino
en el siglo: JUAN SILVERIO PÉREZ RUANO
nacimiento: 27 Diciembre 1875 en Cuevas de San Marcos, Málaga (España)
martirio: 06 Agosto 1936 en Antequera, Málaga (España)

23. PACIFICO DE RONDA, religioso profeso, Capuchino
en el siglo: RAFAÉL SEVERIANO RODRÍGUEZ NAVARRO
nacimiento: 08 Noviembre 1882 en Ronda, Málaga (España)
martirio: 07 Agosto 1936 en Antequera, Málaga (España)

24. ELOY DE ORIHUELA, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: ANDRÉS FRANCISCO SIMÓN GÓMEZ
nacimiento: 30 Noviembre 1876 en Orihuela, Alicante (España)
martirio: 07 Noviembre 1936 en Crevillente, Alicante (España)

25. JUAN CRISÓSTOMO DE GATA DE GORGOS, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: IGNACIO CASELLES GARCÍA
nacimiento: 18 Noviembre 1874 en Gata de Gorgos, Alicante (España)
martirio: 24 Diciembre 1936 en Orihuela, Alicante (España)

26. HONORIO DE ORIHUELA, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: RAMÓN JUAN COSTA
nacimiento: 23 Noviembre 1888 en Orihuela, Alicante (España)
martirio: 30 Noviembre 1936 en Elche, Alicante (España)

27. ALEJANDRO DE SOBRADILLO, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: JUAN FRANCISCO BARAHONA MARTÍN
nacimiento: 10 Enero 1902 en Sobradillo, Salamanca (España)
martirio: 15 Agosto 1936 en Madrid (España)

28. GREGORIO DE LA MATA, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: QUIRINO DÍEZ DEL BLANCO
nacimiento: 25 Marzo 1889 en La Mata de Monteagudo, León (España) martirio: 27 Agosto 1936 en Madrid (España)

29. CARLOS DE ALCUBILLA DE NOGALES, sacerdote profeso, Capuchino
en el siglo: PABLO MERILLAS FERNÁNDEZ
nacimiento: 17 Julio 1902 en Alcubilla de Nogales, Zaragoza (España)
martirio: 14 Enero 1937 en El Escorial, Madrid (España)

30. GABRIEL DE ARÓSTEGUI, religioso profeso, Capuchino
en el siglo: LORENZO ILARREGUI GOÑI
nacimiento: 10 Agosto 1880 en Aróstegui, Pamplona (España)
martirio: 23 Agosto 1936 en El Pardo, Madrid (España)

31. PRIMITIVO DE VILLAMIZAR, religioso profeso, Capuchino
en el siglo: LUCINIO FONTANIL MEDINA
nacimiento: 12 Febrero 1884 en Villamizar, León (España)
martirio: 19 Mayo 1937 en Madrid (España)

32. NORBERTO CEMBRANOS DE LA VERDURA, oblato Capuchino
nacimiento: 06 June 1891 en Villalquite, León (España)
martirio: 23 Septiembre 1936 en Madrid (España)

(fuente: catholic.net)

miércoles, 30 de julio de 2014

30 de julio: San Pedro Crisólogo

Obispo y doctor de la Iglesia
(406-450)
Obispo de Ravenna.

Crisólogo significa "Palabra de Oro".

San Pedro Crisólogo ocupa un puesto en esa noble academia de los doctores de la Iglesia. Es un doctor, y apenas le conocemos más que como doctor. Sabemos únicamente que nació en Imola, que murió en Imola, y que durante cerca de veinte años gobernó la iglesia de Ravena, capital entonces del ruinoso Imperio de Occidente. Gobernó con celo de apóstol y con entrañas de padre. Predicando una vez en el aniversario de su consagración, trazaba hermosamente el retrato del verdadero obispo. «Hoy—decía—le ha nacido un hijo a la Iglesia, un hijo que no la abrume con su peso, ni la aterre con el temor, ni la conmueva con la intriga, ni con la esperanza la perturbe, sino que la sustente con el obsequio de su fidelidad, la persiga con la vigilancia amorosa de sus cuidados, le procure lo necesario con solicitud, ordene con blandura la familia de Dios, reciba a los peregrinos, sirva a los que obedecen, obedezca a los reyes, colabore con las potestades, dé el homenaje de la reverencia a los ancianos, el de la bondad a los jóvenes, a los hermanos el del amor, el del afecto a los pequeñuelos, y a todos el de una servidumbre libre por Cristo.»

Así entendía San Pedro Crisólogo el episcopado, y realizando su bello ideal, mereció que aun antes de su muerte se hiciese la apología de su vida. «En otros—decía un admirador—el nombre de Pedro es puro apelativo: en éste es una viva realidad. Mirad cómo se junta en él la santidad más amable con una austeridad monacal: rostro pálido por los ayunos, cuerpo enflaquecido por la penitencia, llanto que bautiza los pecados, limosnas que son una oración. Y no os extrañéis de esas lágrimas, sabiendo que si Pedro llora, es que le mira Cristo. Grato es el llanto con que se compra el gozo de la inmortalidad. Él es, pues, el custodio de la fe, la piedra de nuestra Iglesia, el que nos abre las puertas del Cielo; es el hábil pescador que con el anzuelo de su santidad atrae a las muchedumbres, sumergidas en las olas de los errores, y las recoge en la red de su doctrina; es el cazador apostólico que con la caña de la palabra divina alcanza las almas juveniles que atraviesan los aires. Siembra en los pueblos las leyes de la justicia, llena de luz las páginas oscuras de los sagrados libros, y las gentes llegan de regiones distantes para verle y oírle. Los mismos que se habían ocultado en la soledad, vuelven al siglo, no tanto por el siglo como por causa de este hombre admirable» (Sermón 107).

Algo de esa mágica influencia que ejercía el gran prelado sobre sus contemporáneos, podemos sentirla nosotros al leer los ciento ochenta sermones que de él nos quedan, y que con justicia le han dado el nombre de Crisólogo, el de la palabra de oro. Su voz se levanta solemne en medio de una civilización que se desmorona. Vive junto a una corte llena de intrigas y temores, en los últimos días de un Imperio, en un siglo que él llama hinchado de pompa, sublimado en el abismo, borrascoso en sectas, fluctuante en la ignorancia, clamoroso en las discordias, furioso en la ira, pérfido en la venganza, náufrago en los pecados, hundido en la impiedad. Los bárbaros recorren el imperio incendiando y matando; los descendientes de Teodosio son simples muñecos en sus manos; las provincias se les escapan como jirones de un manto gastado. El obispo, sin embargo, habla con serenidad, como si no se diese cuenta del espectáculo que se desarrolla ante sus ojos. Cuando otros anuncian el fin de los tiempos, él parece entrever la nueva organización social, el triunfo definitivo de Cristo. En su elocuencia no relumbran las espadas de los godos, ni tiembla el charrasco de los escudos, ni repercuten los llantos palatinos. Siembra seguro la cosecha, o acaso con la tranquilidad de quien sabe que cumple con su deber. «Los pasados vivieron para nosotros—dice estoicamente—; nosotros, para los venideros; nadie para sí.»

Las gentes se aglomeran, se sofocan y se pegan por oírle. un sermón suyo empieza con estas palabras: «Largo tiempo he callado mientras duraban los calores, para que no me echasen la culpa de ardores y enfermedades que pudieran originarse de la presión de las gentes, sedientas de escucharme; pero como el otoño va templando el ambiente, podemos coger de nuevo el hilo de la palabra divina.» Es la palabra divina la que anima los discursos de este gran orador; comenta los milagros evangélicos, explica las parábolas, ensalza la resistencia de los mártires, y, dirigiéndose a los catecúmenos, «su vida, su gloria, su salud», desenvuelve la doctrina del Símbolo y del Padrenuestro. No es la suya una palabra dogmática, como la de San León, su contemporáneo, ni tiene un período tan rítmico y estudiado; pero es más ágil, más afectiva, más popular. El pensamiento delicado y profundo relampaguea constantemente en su voz; pero es un pensamiento que sale empapado en sangre caliente.

Las siguientes ideas derramadas en su comentario de la parábola del hijo pródigo pueden servir de ejemplo de su estilo: «Sin el padre, el capital desnuda al hijo, no le enriquece; le arranca al regazo materno, le arroja de su casa, le saca de su tierra, le despoja de la fama, le quita la castidad. Nada queda ni de la vida, ni de las costumbres, ni de la piedad, ni de la libertad, ni de la gloria. El ciudadano se convierte en peregrino, el hijo en mercenario, el rico en pobre, el libre en esclavo. El que se desdeñó de acatar la santa piedad, se junta a una piara inmunda. En el padre es donde se encuentra la dulce condición, la servidumbre libre, la seguridad absoluta, el temor alegre, el blando castigo, la rica pobreza y la posesión segura. Pero el desertor del amor, el tránsfuga de la piedad, es destinado a servir a los puercos, a ser manchado y pisoteado por los puercos, para que sepa cuan amargo, cuan miserable es dejar la bienaventuranza del abrigo paterno.»

San Pedro Crisólogo, obispo y doctor de la IglesiaAsí habla Pedro Crisólogo: comenta, exhorta, analiza. No le gusta discutir, ni se irrita, ni gesticula buscando efectos dramáticos. Su frase es rápida, nerviosa y llena de vida y movimiento. Tiene algunas alusiones a la herejía arriana y eutiquiana, pero pocas. No quiere intranquilizar los ánimos sin necesidad; le basta con exponer la buena doctrina en toda su pureza. En puntos de ortodoxia, tiene un seguro criterio de verdad: la adhesión a la cátedra apostólica. Eutiques le escribe con el fin de atraerle al monofisismo; y a esta solicitación zalamera e hipócrita contesta Pedro con una carta famosa: «Triste he leído tus tristes letras; porque así como la par; de la Iglesia, la concordia de los sacerdotes y la armonía del pueblo me llenan de alegría, del mismo modo la disensión fraterna me aflige y abate.»

También aquí el orador es enemigo de discutir. No comprende esa lucha secular acerca de la generación de Cristo, cuando en treinta años dirime la ley humana todas las cuestiones. A Orígenes le pierde su afán de escrutar los principios; a Nestorio, sus vanas sutilezas. Hay que dejarse de curiosidades, para adorar con los magos y cantar con los ángeles al que yace en un pesebre, siguiendo dócilmente las instrucciones del Pontífice de la ciudad de Roma, «puesto que el bienaventurado Pedro, que vive aún y preside su cátedra, comunica la verdad a los que la buscan. En cuanto a mí, el amor de la paz y de la verdad no me permite intervenir en cuestiones de fe sin el consentimiento del obispo de Roma.»

Aquel acento áureo vibra con una viveza especial cuando se levanta para condenar las últimas audacias del paganismo. «¡Qué vanidad, que demencia, qué ceguera!—clamaba el Crisólogo, indignado por las bacanales del primero de enero—. ¡Confiesan como dioses a quienes infaman con burlas exquisitas! Si no deseasen tener dioses criminales ¿cómo habían de llamar dioses a aquellos cuyos adulterios figuran en los juegos, cuyas fornicaciones representan en las imágenes, cuyos incestos reproducen en las pinturas, cuyas crueldades recuerdan en los libros, cuyos parricidios transmiten a los siglos, cuyas impiedades celebran en las tragedias, cuyas obscenidades conmemoran en sus fiestas? El que desea pecar, da culto al pecador, a Venus adúltera, a Marte sangriento. Y estáis engañados si creéis que en estas cosas no hay más que un legítimo regocijo por el principio del año. No son juegos, sino crímenes. ¿Quién juega con la impiedad, quién se divierte con el sacrilegio, quién llama reír al pecado? Es un tirano el que se viste de tirano. El que se hace dios, contradice al Dios verdadero. No podrá llevar la imagen de Dios el que toma la persona de un ídolo; el que quisiere divertirse con el diablo, no podrá gozar con Cristo. Nadie juega seguro con la serpiente; nadie se divierte impunemente con el demonio.»

(fuente: www.divvol.org)

martes, 29 de julio de 2014

29 de julio: Beato Luis Martín

Luis Martin (1823-1894) y Celia Guérin (1831-1877)

Luis Martin nació en Burdeos el 22 de agosto de 1823. Era el segundo de los cinco hijos del matrimonio Pierre-François Martin, capitán del ejército francés, y Marie Anne Fanny Boureau, cristianos de fe viva. La primera formación de Luis estuvo vinculada a la vida militar y se benefició de las facilidades que tenían los hijos de los militares.

Al jubilarse su padre, la familia se trasladó a Alençon (1831) y Luis estudió con los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la ciudad. Tanto en la familia como en el colegio recibió una sólida formación religiosa.

Terminados los estudios, no se inclinó hacia la vida militar, sino que quiso aprender el oficio de relojero, primero en Bretaña, luego en Rennes, Estrasburgo, en el Gran San Bernardo (Alpes suizos) y por último en París.

A los veintidós años sintió el deseo de consagrarse a Dios en la vida religiosa. Para ello, se dirigió al monasterio del Gran San Bernardo, con intención de ingresar en esta Orden, pero no fue admitido porque no sabía latín. Con gran valor se dedicó a estudiarlo durante más de un año, con clases particulares; pero, finalmente, renunció a ese proyecto. No se sabe mucho de este período: sólo que su madre en una carta le exhortaba a "ser siempre humilde", y que mostró su valentía y sangre fría salvando de morir ahogado al hijo del amigo de su padre, con el que residía.

En Alençon puso una relojería. Sus padres, tras la muerte de los otros hijos, vivieron siempre con él, incluso después de su matrimonio con Celia Guérin.

Hábil en su oficio, tenía amigos y conocidos con los que le gustaba pescar y jugar al billar, y era apreciado por sus cualidades poco comunes y por su distinción natural, que explica por qué le presentaron un proyecto de matrimonio con una joven de la alta sociedad, al que se negó.

En 1871 vendió el edificio a un sobrino. El amor al silencio y al retiro lo llevó a comprar una pequeña propiedad con una torre y un jardín. Allí instaló una estatua de la Virgen, que le había regalado la señora Beaudouin; trasladada más tarde a Buissonnets, esta imagen fue conocida en todo el mundo como la Virgen de la Sonrisa.

Celia Guérin nació en Gandelain, departamento de Orne (Normandía), el 23 de diciembre de 1831. Era hija de Isidoro Guérin, un militar que a los 39 años decidió casarse con Louise-Jeanne Macè, dieciséis años más joven que él. De esta unión nacieron también Marie Louise, la primogénita (fue monja visitandina), e Isidore, el más pequeño. Para los padres de Celia la vida había sido dura, lo que repercutía en su manera de ser: eran rudos, autoritarios y exigentes, si bien tenían una fe firme. Celia, inteligente y comunicativa por naturaleza, dice en una de sus cartas que su infancia y juventud fueron tristes "como un sudario". A pesar de ello, cuando su padre, viudo y enfermo, manifestó el deseo de ir a habitar con ella, lo acogió y cuidó con devoción hasta que murió en 1868. Afortunadamente encontró en su hermana Marie Louise un alma gemela y una segunda madre.

Cuando se jubiló su padre, la familia se estableció en Alençon en 1844. La señora Guérin abrió un café y una sala de billar, pero su carácter intransigente no favoreció el desarrollo del negocio. La familia salía adelante con dificultad, gracias a la pensión y a los trabajos de carpintería del padre. En pocos años, la situación financiera se hizo muy precaria y no mejoró hasta que las hijas contribuyeron con su trabajo a cuadrar el balance familiar. Esta situación económica influyó en los estudios de las hijas: Celia entró en el internado de las religiosas de la Adoración perpetua; aprendió los primeros rudimentos del punto de Alençon, un encaje de los más famosos de la época; luego, para perfeccionarse, se inscribió en la "Ecole dentellière". Mientras tanto, la hermana mayor se dedicó al bordado, con su madre. No tenemos documentación de este período, pero Celia conservaba un excelente recuerdo de este tiempo.

Se dedicó a la confección de dicho encaje. Deseó formar parte de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, pero no la admitieron. Pidió luz al Señor para conocer su voluntad y el 8 de diciembre de 1851, después de una novena a la Inmaculada Concepción, escuchó interiormente las palabras: "Hacer punto de Alençon". Con la ayuda de su hermana comenzó esta empresa y ya a partir de 1853 era conocida como fabricante del punto de Alençon. En 1858 la casa para la que trabajaba recibió una medalla de plata por la fabricación de este encaje y Celia una mención de alabanza. Poco después, su hermana entró en el monasterio de la Visitación y tomó el nombre de María Dositea.

Un día, al cruzarse con un joven de noble fisonomía, semblante reservado y dignos modales, se sintió fuertemente impresionada y oyó interiormente que ese era el hombre elegido para ella. En poco tiempo los dos jóvenes llegaron a apreciarse y amarse, y el entendimiento fue tan rápido que contrajeron matrimonio el 13 de julio de 1858, tres meses después de su primer encuentro. Llevaron una vida matrimonial ejemplar: misa diaria, oración personal y comunitaria, confesión frecuente, participación en la vida parroquial. De su unión nacieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente. Entre las cinco hijas que sobrevivieron, Teresa, la futura santa patrona de las misiones, es una fuente preciosa para comprender la santidad de sus padres: educaban a sus hijas para ser buenas cristianas y ciudadanas honradas. A los 45 años, Celia recibió la noticia de que tenía un tumor en el pecho y pidió a su cuñada que, cuando ella muriera, ayudara a su marido en la educación de los más pequeños: vivió la enfermedad con firme esperanza cristiana hasta la muerte, en agosto de 1877.

Luis se encontró solo para sacar adelante a su familia: La hija mayor tenía 17 años y la más pequeña, Teresa, cuatro y medio. Se trasladó a Lisieux, donde residía el hermano de Celia; de este modo la tía Celina pudo cuidar de las hijas. Entre 1882 y 1887 Luis acompañó a tres de sus hijas al Carmelo. El sacrificio mayor fue separarse de Teresa, que entró en el Carmelo a los 15 años. Luis tenía una enfermedad que lo fue invalidando hasta llegar a la pérdida de sus facultades mentales. Fue internado en el sanatorio de Caen, y murió en julio de 1894.

No estamos habituados a pensar en la santidad de un matrimonio, porque nuestra experiencia nos lleva a unir la santidad a un individuo. Juan Pablo II se atrevió a ir más allá de los esquemas, beatificando a Luis y María Beltrame Quattrocchi. Ahora, el Papa Benedicto XVI ha decidido añadir a ellos a los cónyuges Martin, a fin de mostrar a los padres y madres de familia de todo el mundo la grandeza de la vocación a la vida conyugal. Así se concreta la invitación de Juan Pablo II: "Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección" (Novo millennio ineunte, 31) y del concilio Vaticano II: "Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (Lumen gentium, 40).

¿Qué es lo que fascina de los esposos Martin? ¿Qué mensaje deja esta familia a la Iglesia y a la sociedad? Sin duda fascina la valentía de esta familia que, después de diecinueve años de matrimonio, ante la crisis económica que afligía a Francia, queriendo garantizar bienestar y futuro a sus hijos, halló la fuerza de dejar Alençon y trasladarse a Lisieux, como tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo, "emigrantes" en busca de lo que pudiera hacer más bella la vida y concreta la esperanza. Hay una belleza que emana de su trabajo artesanal emprendedor: Luis Martín, como relojero y joyero; y Celia Guérin, como pequeña empresaria de una taller de bordado. Junto con sus cinco hijas, emplearon tiempo y dinero en ayudar a quienes tenían necesidad. Su casa no fue una isla feliz en medio de la miseria, sino un espacio de acogida, comenzando por sus obreros. El matrimonio Martin nos recuerda que existe una ética que debe imbuir la vida de los empresarios, poniendo en el centro el valor de la persona humana (cf. Populorum progressio, 42-44). Anima su testimonio cristiano de laicos, vivido dentro y fuera de las paredes del hogar, a través de la belleza de su vida, la fascinación de los sentimientos, la transparencia del amor, sabiendo dedicarse tiempo, porque "el amor no es un trabajo para hacer de prisa" (M. Noëlle). El compromiso eclesial de los esposos Martin recuerda que "la futura evangelización depende, en gran parte, de la iglesia doméstica" (Familiaris consortio, 52), y tiene el sabor de la ternura.

(fuente: www.vatican.va)

lunes, 28 de julio de 2014

28 de julio: San Sansón de Dol

Abad y Obispo
Martirologio Romano: En Dol, ciudad de la Bretaña Menor (Francia), san Sansón, abad y obispo, que propagó en Domnonia el Evangelio y la disciplina monástica, que había aprendido en Gales del abad san Iltudo (c. 565).
Etimología: Sansón = hombre de gran fortaleza, del arameo

San Sansón fue uno de los principales misioneros ingleses del siglo VI. Actualmente se le venera en Gales del Sur y en Bretaña. Nació hacia el año 485. Su padre, Amón, era originario de la provincia de Dyfed y su madre, Ana, de Gante. El nacimiento del niño fue la respuesta del cielo a las incesantes oraciones de sus padres. Por ello, cuando Sansón tenía apenas cinco años, sus padres le consagraron a Dios en el monasterio fundado por San Iltud en Llantwit de Glamorgan, que fue un verdadero almacigo de santos. Sansón fue desde el primer momento muy virtuoso, de inteligencia despejada y de gran austeridad de vida. San Dubricio le ordenó primero diácono y después sacerdote. Como Sansón era todavía muy joven, ello despertó la envidia de dos monjes que eran hermanos entre sí y sobrinos de San Iltud, ya que uno de ellos aspiraba a suceder a su tío en el gobierno del monasterio. Dichos monjes trataron de envenenar a Sansón, pero el veneno no le produjo efecto alguno. Entonces, uno de los dos hermanos se arrepintió. El otro fue víctima de un ataque en el momento en que recibía la comunión de manos de su victima, pero las oraciones del santo le restituyeron la salud. Sansón obtuvo permiso de trasladarse a una isla en la que había un monasterio gobernado por un tal Piro. Se cree que se trataba de la isla de Caldey, frente a la costa de Pembrokeshire. Ahí, el santo "pasaba día y noche en oración y comunión con Dios y llevaba una vida de admirable paciencia y recogimiento y, sobre todo, de gran amor de Dios. Empleaba el día entero en el trabajo manual, con la mente puesta en Dios." Como el padre de Sansón sintiese que se acercaba la hora de su muerte, mandó llamar a su hijo. Este se resistió al principio a volver al mundo, pero Piro le reprendió y le dio a un diácono por compañero. Cuando Sansón administró los sacramentos a su padre, éste recobró la salud. Entonces el padre y la madre del santo determinaron abandonar el mundo. Después de encontrar acomodo a su madre en un convento, Sansón regresó a la isla con su padre, su tío Umbrafel y el diácono que le había acompañado. San Dubricio había ido a la isla a pasar la cuaresma, según la costumbre de la época y, cuando se enteró de las maravillas que había obrado Sansón durante el viaje, decidió llevarle consigo a su monasterio. Poco después falleció Piro y Sansón fue elegido abad. Viviendo casi en completa clausura, Sansón consiguió restablecer poco a poco la disciplina en el monasterio. También hizo un viaje a Irlanda y dejó a cargo de Umbrafel un monasterio que se le confió en aquel país. A su vuelta a la isla, renunció al cargo de abad y se retiró con su padre y otros dos monjes a una ermita de las cercanías del río Severn.

Pero la paz se vio pronto turbada en aquella soledad, ya que Sansón fue nombrado abad del monasterio que, "según se dice, había fundado San Germán." Poco después, San Dubricio le confirió la consagración episcopal. La víspera de la Pascua, Sansón tuvo una visión en la que se le ordenó que partiese al otro lado del mar. Así pues, se trasladó a Cornwall con sus compañeros; al cabo de un "viaje feliz, con viento favorable", desembarcó en los alrededores de Padstow. Inmediatamente, se dirigió al monasterio de Docco (actualmente de San Kew). En cuanto los monjes supieron que se hallaba en las cercanías, enviaron al hombre más prudente del monasterio, Winiaw, quien poseía el don de profecía, para que saliese a su encuentro. Ello no significa que le hayan recibido particularmente bien, ya que, cuando Sansón decidió quedarse en el monasterio, Winiaw le indicó con gran tacto que no lo hiciese, "pues nuestra observancia ya no es la que solía ser. Prosigue tu camino en paz..."

Sansón interpretó esas palabras como una señal de Dios y atravesó todo Cornwall en una carreta que había llevado de Irlanda. En el distrito de Trigg convirtió a muchos idólatras al resucitar un niño que se había caído del caballo. Fundó una iglesia en Southill y otra en Golant, siguió el río Fowey hasta la desembocadura y ahí se embarcó con rumbo a la Bretaña, dejando al cuidado de su padre el monasterio de Southill. No es imposible que durante su larga estancia en Cornwall haya visitado las Islas Scilly, ya que una de ellas tomó el nombre del santo.

Los biógrafos de Sansón hablan, sobre todo, de los milagros que realizó en la Bretaña. Viajó por toda la región predicando el Evangelio y llegó hasta las Islas del Canal; uno de los pueblecitos de Guernsey lleva su nombre. Igualmente fundó dos monasterios: uno en Dol y otro en Pental, en la Normandía. El santo fue uno de los que ayudaron al legítimo príncipe Judual a recobrar el trono que le había arrebatado su rival, Conmor, el año 555. En una visita que hizo a París, Sansón atrajo sobre sí las miradas del rey Childeberto; según se cuenta, el monarca le nombró obispo de Dol. Probablemente nuestro santo fue el "Sansón, Pecador, Obispo" que firmó las actas del Concilio de París el año 557. Pero es cierto que Dol no constituyó una sede episcopal regular sino hasta el siglo IX. San Sansón murió apaciblemente entre sus monjes, el año 565.

(fuente: catholic.net)

domingo, 27 de julio de 2014

27 de julio: San Simeón

SAN SIMEÓN ESTILITA, EL VIEJO
Anacoreta
(Siglo IV)

Pastor desde los días de su infancia, sabía de Dios lo que le había enseñado una madre cristiana, y lo que ahora le enseñaba la inmensidad del desierto. Guiando sus ganados por aquellas soledades de Arabia, en que había nacido, recordaba las venerables figuras de los antiguos patriarcas y como apenas sabía rezar, recogía la goma odorífica del árbol balsámico y la quemaba sobre una piedra como homenaje al Dios verdadero. Su soledad empieza a poblarse de ángeles bellísimos, a iluminarse con sueños encantados y a llenarse de voces misteriosas. Dios mismo se convierte en catequista del inocente zagal. Un día entra en la iglesia, y los cantos litúrgicos son para él una revelación. Quiere oírlo todo, entenderlo todo, practicarlo todo. Otro día se entera de que acaban de morir sus padres, y entonces el pastorcillo árabe, guiando su rebaño, llega hasta el monasterio de Teledan, en los confines de la Siria. El abad le recibe sonriente, y maravillado de aquella fe, le viste la cogulla. Simeón es ya un mancebo fuerte y musculoso, pero de menguada estatura. Tiene una mirada firme, un aire gracioso, una blonda y crespa melena, un rostro bello y curtido y un gesto firme y noble. Su naturaleza se ha templado con los ardores y las privaciones del desierto.

Pronto el joven novicio empieza a dar muestras de su alma de acero. Como las austeridades de la regla le parecen juego de niños, busca en el huerto un lugar retirado, cava un hoyo, y allí se mete hasta medio cuerpo, recibiendo de día los dardos abrasadores del sol, y de noche las picaduras del hielo. Esto, dos estíos y dos inviernos, hasta que los monjes empezaron a inquietarse por aquel hermano, que no aparecía en sus rezos, ni en sus comidas, ni en su sueño, ni en sus trabajos. «Es un extravagante—decían—; tiene la manía de la singularidad; se imagina que toda la virtud está en la penitencia.» Hubo un verdadero motín en el monasterio. En vano el abad trató de convencer a sus monjes de que se trataba de un caso extraordinario; de una lámpara de penitencia que Dios quería colgar en medio de una sociedad afeminada y decadente. Arrojado de su abadía, Simeón se ocultó primero en un bosque, después en el agujero de una roca, y, finalmente, entre las ruinas de un edificio antiguo. Bajo la mirada de la estrella, o entre las madrigueras de los tigres y los escorpiones, su vida era siempre la misma: meditaba continuamente, luchaba contra el demonio, trabajaba y hacía penitencia, comiendo sólo los domingos, y en tan pequeña cantidad, que su alimento no abultaba lo que un huevo de gallina.

Así pasaron algunos años más, hasta que el solitario se sintió movido a buscar otro retiro. Caminando hacia el Noroeste, llegó a un burgo llamado Tel-Neshín, donde había un monasterio, cuyo abad le dio benévola acogida. Por primera vez pasó allí la Cuaresma sin comer ni beber, completamente emparedado. Es un régimen que seguirá durante todas las Cuaresmas, hasta el fin de su vida. Esto le costó mucho al principio; pero poco a poco se le fue haciendo más fácil. Los primeros días del ayuno solía pasarlos en pie; cuando empezaba a cansarse, se sentaba, y así rezaba el oficio; al fin se permitía tumbarse en tierra. Hay que reconocer que este hombre extraordinario, hijo de pastores nómadas, hombre del desierto, crecido en la inmensidad del desierto, no estaba hecho para la vida de comunidad. Todas las reglas resultaban insuficientes para él. La soledad le apasionaba, y, agitado por ese anhelo, dejó un día el monasterio de Tel-Neshín, y se fue a vivir en lo más alto de una montaña cercana a quince leguas de Antioquía; y para que nadie le molestase, levantó una tapia de piedras en torno de su retiro. Fue inútil; las penitencias del anacoreta empezaron a correr de boca en boca por toda la legión; los milagros se escapaban de sus manos sin él darse cuenta; las gentes empezaron a cubrir la montaña, y su encierro, dice el biógrafo, semejaba un mar, en el que por diferentes caminos, como por otros tantos cauces, desembocaban las multitudes de pueblos deseosos de ver aquel milagro del Universo.

Nuevamente tuvo Simeón la idea de huir; pero luego pensó que no tardaría en ser descubierto otra vez. Había ensayado todos los medios: los bosques, las cuevas, los valles, las montañas y los sepulcros, y todos le habían dado el mismo resultado. Vio que le sería imposible esconderse en las profundidades del mar; excogitó algún medio que le sostuviese colgado entre el Cielo y la tierra. Tuvo envidia de la luna, que cruzaba el espacio sin que nada pudiese turbar su quietud silenciosa. Habría sido feliz si hubiera podido vivir en la claridad del aire, suspendido de una estrella por un hilo invisible. Era indispensable alejarse de la multitud, contener el oleaje de la concurrencia, evitar el roce de las gentes, que se agolpaban en torno suyo y no quedaban satisfechas hasta tocar los pliegues de su manto. Una noche, el penitente de Tel-Neshín construyó una columna en el centro de su elevado albergue, y, al amanecer, su cuerpo menudo y flaco apareció erguido en lo alto del pedestal.

Cuando sus admiradores llegaron a visitarle, él sonrió, contento de lo ingenioso de su invención. Rápidamente la noticia se extendió por todo el Oriente. Muchos dieron en criticarle. Nuevamente se hablaba de su afán de singularidad, de su orgullo, de su manía por salirse de los caminos trillados. La protesta fue general entre los monjes egipcios. Reunióse una gran asamblea de anacoretas y cenobitas, discutióse el caso de aquel innovador del desierto de Siria, y una gran mayoría iba a declararle fuera de su comunión, cuando algunos ancianos propusieron un arreglo, que a todo el mundo le pareció razonable. «Puede ser que esto sea obra del Espíritu—dijo un abad encanecido en la dirección de las almas—, y tenéis un medio seguro para disipar vuestras dudas: enviad una diputación de monjes austeros y prudentes; intimadle la orden de abandonar un camino que no siguieron los Padres antiguos, y si, oído vuestro mandato, se dispone a bajar de la columna, es señal de que le guía un espíritu de humildad, de sinceridad y de obediencia, es decir, el Espíritu de Dios. En este caso dejad que la luz sea colocada en lo alto para que luzca a todos los que están en la casa de Dios.»

Mucho se extrañó Simeón al recibir la misiva de los monjes de Egipto. En su ingenuidad, parecíale que no hacía mal a nadie al buscar en el aire un refugio contra las importunaciones de la tierra. No obstante; se disponía ya a bajar en silencio, cuando uno de los diputados le dijo: «No os mováis, padre; vemos que vuestra iniciativa procede de Dios; Él os dé fuerzas para que los vientos del aquilón no extingan vuestra linterna.» Alegre con esta aprobación de las grandes autoridades del yermo, Simeón permaneció sobre su columna. Treinta y cinco años tenía cuando empezó a vivir de esta manera. Su primera columna tenía doce codos; la segunda, veintidós; la tercera, treinta. Después de siete años, deseando alejarse más de la tierra, añadió diez codos más.

El diámetro era siempre el mismo: un solo codo. Desde entonces se le empezó a llamar el Estilita; el hombre de la columna. Día y noche se le veía en pie, como una estatua. No podía recostarse, ni arrodillarse, ni sentarse. Rezaba, predicaba, sufría el terrible azote del simún del desierto, los ardores del sol, las lluvias, los hielos y la dura caricia de las nubes de arena. Rezaba toda la noche; al amanecer dormía, acurrucado, tocando casi la cabeza con los pies. Para no caerse, habíase atado a un hierro que había en la altura. Al salir el sol oraba de nuevo. Veíasele estático, inmóvil, con los brazos extendidos y los ojos fijos en el cielo. A veces el fuego de la oración se manifestaba en gritos incontenibles o en multiplicadas adoraciones, que encorvaban su cuerpo, llegando casi a tocar con la frente el extremo de la columna. Desde la hora nona hasta la puesta del sol entraba en comunicación con las gentes que iban a visitarle: predicaba, exhortaba, aconsejaba, curaba a los enfermos, y, después de dar su bendición a la multitud, la despedía para volver de nuevo a su conversación con Dios.

Tal fue su vida durante treinta y siete años. Para defenderse contra el frío, no tenía más que una blanca túnica de cuero, que le llegaba hasta los pies, y una montera de piel de oveja, que le cubría la cabeza y dejaba escapar gruesos mechones de su abundante cabellera. Su barba llegaba hasta el estómago, y del cuello le colgaba una cadena. Su mayor tormento era el estar siempre en pie. Las piernas se le hinchaban y llenaban de úlceras; la carne se le pudría, dejando al descubierto los huesos y los nervios; las vértebras se le habían desencajado, y la espina dorsal se negaba alguna vez a sostenerle, a pesar de su voluntad indomable. Pero nada podía amenguar el fervor de su espíritu. Asociado por el alma a las alegrías de los ángeles, apenas tenía tiempo para darse cuenta de los dolores. Jamás quiso médicos, ni medicinas, ni socorro alguno de la tierra. Su cuerpo deshecho—dice el biógrafo—estaba en una columna de piedra; pero su espíritu enhiesto se alzaba sobre una columna de fuego. Veíasele como una llama gigantesca que pugna por trasponer las nubes.

La luz de aquella llama iluminaba toda la cristiandad. Desde su candelero, Simeón lanzaba anatemas ardientes contra la herejía y el cisma, ayudaba a Cirilo de Alejandría en su lucha contra la doctrina de Nestorio, amedrentaba, a los paganos y a los judíos, detenía prodigiosamente la persecución en Persia, aterraba a los opresores de los pueblos, convertía a los habitantes del Líbano, y con su palabra, con su oración, con sus milagros, arrastraba hacia Cristo a los idólatras y a los herejes. Las conversiones eran innumerables. Las gentes confesaban sus pecados entre sollozos, abrazando y besando la columna; el Estilita las bendecía, rezaba sobre ellas y las enviaba consoladas. Su fama había llegado más allá de las fronteras del Imperio. Los árabes le miraban como a un dios, los partos como a un mago, los maronitas como a un ángel; de Iberia y de la Galia salían nutridas peregrinaciones para ver al hombre singular; en Roma, los artesanos ponían su retrato a la puerta de sus casas, como remedio contra la adversidad; los patriarcas y los obispos decían la misa al pie de la columna, y, subiendo por una escalera, daban la comunión al asceta prodigioso; Teodosio el Joven le consultaba y recibía respetuoso sus epístolas terribles; el emperador Mauricio se disfrazaba de soldado para verle sin ser reconocido, y reyes y pueblos, hombres y mujeres, magistrados y siervos, cristianos e infieles, todos le respetaban, le temían, le admiraban y solicitaban su intercesión. El, entre tanto, se llamaba, en carta que conservamos todavía, el hombre más vil y despreciable, el aborto de los monjes, el último de los discípulos de Cristo.

En el estío de 459 el concurso en torno a la columna se hizo más numeroso que nunca. Un terremoto acababa de arruinar la ciudad de Antioquía y otras poblaciones de la comarca. Los habitantes se refugiaron en el desierto, junto al prodigioso Estilita. Aun llegaron a tiempo para recibir, la bendición del santo y sus palabras de misericordia. Pero estaba agotado, gastado, deshecho. Sus ojos lanzaban un fulgor de fiebre en las órbitas profundas; sus manos temblaban, y todo su cuerpo se estremecía. Una mañana de aquel mismo estío apareció inmóvil, hecho un ovillo sobre la columna. Era la inmovilidad de la muerte. Los habitantes de Antoquía recogieron los despojos y se los llevaron, quemando perfumes en torno, cantando himnos y llenando el desierto con sus lamentaciones. El patriarca con sus obispos, y el tribuno militar con sus condes, presidían el singular cortejo.

(fuente: www.divvol.org)

sábado, 26 de julio de 2014

26 de julio: San Jorge Preca

Nació en La Valletta, el 12 de febrero de 1880. El 17 de febrero fue bautizado en la iglesia parroquial de la Santísima Virgen María de Puerto Salvo.

En 1888 la familia se trasladó a la ciudad comercial de Hamrun -poco distante de La Valletta-, en cuya iglesia parroquial recibió la confirmación y la primera comunión.

Terminado el bachillerato, entró al seminario. Era muy apreciado por sus compañeros, a los que solía hacer breves reflexiones espirituales. Especialmente marcaron su vida, como una meta y una misión, las palabras que le dirigió un día su confesor y director espiritual: "Dios te ha elegido para enseñar a su pueblo".

Fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1906. Durante algunas semanas sólo salió de casa para celebrar la santa misa; el resto del tiempo lo pasaba en oración y contemplación.

Algunos lo definieron "el san Felipe Neri de Malta". Se propuso como objetivo principal de su vida preparar a los jóvenes para que ellos a su vez dieran la necesaria formación religiosa a los demás. Recién ordenado sacerdote comenzó a reunirse con algunos jóvenes de Hamrun para formarlos en la lectura de la sagrada Escritura. Así nació, en marzo de 1907, la "Sociedad de la Doctrina Cristiana".

Al inicio, don Jorge llamó a su asociación "Societas Papiduum et Papidissarum", pues quería que tuvieran una devoción filial al Vicario de Cristo. Pero luego, escogió como nombre MUSEUM -museo para conservar la palabra de Dios-, palabra que el siervo de Dios convirtió en un acróstico: Magister, utinam sequatur Evangelium universus mundus, es decir: "Maestro, ojalá que todo el mundo siga el Evangelio". Ese fue el gran anhelo que impulsó a don Jorge a lo largo de toda su vida.

En el año 1910 se inauguró la sección femenina. Con el paso del tiempo se fue definiendo la fisonomía de la Sociedad: laicos, trabajadores, célibes, totalmente entregados al apostolado de la catequesis, tanto de niños como de adultos, una vida de gran disciplina, modestia en el vestido, una serie de oraciones para rezar de memoria cada cuarto de hora ("El reloj del Museum"), una hora de catequesis cada día en centros abiertos en casi todas las parroquias de las islas maltesas, y luego una hora de formación permanente.

La Sociedad atravesó momentos de dificultad y prueba. En 1909 don Jorge recibió la orden de cerrar todos los centros, y obedeció sin quejas. Ante las protestas de los párrocos el obispo revocó la orden. En los años 1914-1915 aparecieron en los periódicos de Malta artículos infamantes contra la Sociedad, pero don Jorge pidió a todos los socios que los aceptaran con mansedumbre y serenidad.

La erección canónica de la Sociedad de la Doctrina Cristiana tuvo lugar el 12 de abril de 1932. Durante la segunda guerra mundial se desarrolló, desempeñando su actividad en casi todas las parroquias de las islas de Malta y de Gozo.

Don Jorge se prodigó como apóstol del Evangelio. Escribió numerosos libros de dogmática, ascética y moral. Pero sobre todo destacó por la divulgación de la palabra de Dios, traducida al maltés, presentada en textos breves, fáciles de memorizar, o en libritos de meditación. Como consejero y director espiritual, brilló por su prudencia y sabiduría. Mucha gente acudía a él para recibir una palabra de consuelo y aliento.

Fue también gran apóstol del misterio de la Encarnación. Propagó la devoción a las palabras "Verbum Dei caro factum est" (Jn 1, 14), estableciendo que los miembros de la Sociedad las tomaran como lema. Y les pidió que, la víspera de Navidad, organizaran en cada aldea una celebración en honor de Jesús Niño.

En los momentos de prueba se encomendó totalmente a la protección de la Virgen. El 21 de julio de 1918 se inscribió en la Tercera Orden Carmelitana, eligiendo, al profesar, el nombre de fray Franco. Además, quiso que todos los socios, y los niños que frecuentaban sus secciones, llevaran el escapulario del Carmen. Tuvo una devoción particular a la Virgen del Buen Consejo y divulgó con empeño la medalla milagrosa.

En 1952 la Sociedad comenzó su apostolado fuera de Malta: cinco miembros fueron enviados a Australia. Hoy tiene centros en Inglaterra, Albania, Kenia, Sudán y Perú.

Después de una vida de entrega total al apostolado, don Jorge murió, con fama de santidad, el 26 de julio de 1962 en su casa en Santa Venera, Malta.

(fuente: www.vatican.va)

viernes, 25 de julio de 2014

25 de julio: Beato Ángel Darío Acosta Zurita

Nació el 13 de diciembre de 1908, en Naolinco, Veracruz. Fue bautizado en la iglesia parroquial de San Mateo Apóstol, el 23 de diciembre, con el nombre de Ángel Darío.

El ambiente familiar era cristiano y sencillo y su infancia transcurrió tranquila. Recibió la primera Comunión a la edad de seis años y posteriormente el sacramento de la Confirmación.

Desde niño conoció las limitaciones y los sacrificios, ya que en las revueltas armadas por la revolución su padre perdió el ganado que poseía y los medios económicos necesarios para el sostenimiento de su familia, enfermó de gravedad y al poco tiempo falleció. La joven viuda tuvo que hacer frente a la situación de extrema pobreza en que quedó. Darío la ayudó en el sostén de sus cuatro hermanos.

Con el apoyo de su madre y la ayuda del señor cura Miguel Mesa, pudo ingresar en el seminario del obispo Guízar y Valencia; primero como alumno externo, y al poco tiempo, por su excelente aprovechamiento y óptima conducta, con la ayuda de una beca, como seminarista.

Eran tiempos difíciles para la Iglesia por la revolución y las continuas luchas por el poder que asolaban el país, y mons. Guízar decidió trasladar su seminario a la ciudad de México.

Recibió la ordenación sacerdotal el 25 de abril de 1931, de manos de mons. Guízar y Valencia y cantó su primera misa el día 24 de mayo, en la ciudad de Veracruz. Mons. Guízar lo nombró vicario cooperador de la parroquia de la Asunción, en la ciudad de Veracruz, donde se desempeñaba como párroco el señor canónigo Justino de la Mora. También estaban ahí de vicarios el p. Rafael Rosas y el p. Alberto Landa.

Desde su llegada a Veracruz, fue notable para la gente su fervor y bondad, su preocupación por la catequesis infantil y dedicación al sacramento de la reconciliación.

El vendaval de la persecución rugía con gran violencia, y el párroco llamó en varias ocasiones a sus vicarios para manifestarles la gravísima situación en que se encontraba la Iglesia y el peligro constante que corrían sus vidas, por el simple hecho de ser sacerdotes, dejándoles en absoluta libertad de ocultarse, si así lo consideraban; o de irse a sus casas, si así lo deseaban. La respuesta que obtuvo de los tres fue siempre: "Estamos dispuestos a arrostrar cualquier grave consecuencia por seguir en nuestros deberes sacerdotales". La disposición al martirio era manifiesta y constantemente renovada en aquellos días en que el perseguidor mostró todo su odio a Dios y a la Iglesia católica, al promulgar el decreto 197, Ley Tejeda, referente a la reducción de los sacerdotes en todo el Estado de Veracruz, para terminar con el "fanatismo del pueblo". De parte del gobernador, fue enviada a cada sacerdote una carta exigiéndoles el cumplimiento de esa ley. Al p. Darío le correspondió el número 759 y la recibió el 21 de julio.

El día 25 de julio era la fecha establecida por el gobernador para que entrara en vigor la inicua ley. Era un día lluvioso, y en la parroquia de la Asunción todo transcurría normal. Las naves del templo estaban repletas de niños que habían llegado de todos los centros de catecismo, acompañados por sus catequistas. Había también un gran número de adultos, esperando recibir el sacramento de la reconciliación. Eran las 6.10 de la tarde, cuando varios hombres vestidos con gabardinas militares entraron simultáneamente por las tres puertas del templo, y sin previo aviso comenzaron a disparar contra los sacerdotes. El p. Landa fue gravemente herido, el p. Rosas se libró milagrosamente, al protegerse en el púlpito y el p. Darío, que acababa de salir del bautisterio, en donde había bautizado a un niño, cayó acribillado por las balas asesinas, alcanzando a exclamar: "¡Jesús!".

Al escuchar los disparos, salió de la sacristía el señor cura De la Mora pidiendo que a él también lo mataran, pero los asesinos ya habían huido. El señor cura se acercó al p. Darío para darle los últimos auxilios.

(fuente: www.vatican.va)

jueves, 24 de julio de 2014

24 de julio: Santa Cristina, mártir

Nació en Toscana, en la margen derecha del lago Bolsena, en un villorrio frecuentemente sacudido por elementos naturales y al mismo tiempo transformado por diversas culturas en el transcurso del tiempo.

Cristina es la hija de Urbano, gobernador pagano de la región y presentado por los libros antiguos como enemigo acérrimo de los cristianos. La niña se ha aficionado desde pequeña a aquello que cuentan de ese Cristo tan perseguido y maltratado; la curiosidad primera se cambia en pensamiento cuando descubre que son muchos los cristianos juzgados por su padre y condenados porque son fieles dispuestos a dar la vida por su ideal. Crece más y más la simpatía y a escondidas busca datos de unas señoras cristianas; la instruyen y la forman; se bautiza en secreto y toma el nombre de Cristiana.

Entre juego y travesura formal ha hecho algo que saca de quicio a su padre y será el motivo que la lleve al martirio; no se le ha ocurrido otra cosa que apañar las estatuillas de ídolos que su padre siempre ha conservado con esmero, casi como un patrimonio familiar, las ha tomado por suyas, las ha destrozado y ha dado el rico material de que estaban hechas a los pobres para remedio de su necesidad.

El padre ha descubierto su condición y lleno de ira, al notar la rebeldía de la niña, la trata con peores modos que a los demás cristianos. «No se ha de decir en el mundo que una niña me dio la ley, ni que estos hechiceros de cristianos triunfan de nuestros dioses en medio de mi propia familia. Yo veré si sus hechizos pueden más que mis tormentos y si la paciencia de una hija ha de hacer burla de la cólera de un padre». El gobernador manda usar con ella azotes y garfios admirándose de que Cristina persista en su actitud. Manda el desnaturalizado padre preparar un brasero ardiente para quemarla poco a poco; mas el brasero se hizo una hoguera que abrasó a los verdugos y a los curiosos cercanos. Puesta en la cárcel para que cambie por la lobreguez de la mazmorra, la oscuridad y el hambre; pero allí es consolada con luminosas apariciones de ángeles que le curan sus heridas y le prometen protección. El padre, a los pocos días, manda atarle al cuello una pesada piedra y arrojarla al lago; sin embargo, un ángel la transporta a la orilla. Esa noche muere de un sofoco Urbano en su cama.

Mandan las autoridades un nuevo gobernador que se siente estimulado a proseguir el asunto Cristina presumiendo que su padre, por padre, no supo solventarlo. Se llama Dion y ya piensa en nuevas crueldades: estanque de aceite hirviendo mezclado con pez del que la niña Cristina es liberada. Luego la manda llevar al templo de Apolo para obligarle a ofrecer sacrificio, pero, ante el asombro de todos, el ídolo se derrumba y se hace polvo ante el mismísimo gobernador que muere en el acto, ¡claro que los verdugos y miles de testigos presenciale, espantados, proclaman a gritos que es el de Cristina el único Dios!

El tercero de los gobernadores poderosos se llama Juliano quien, preocupado por el caso pendiente, lo ha estudiado con detenimiento llegando a la conclusión de que se trata de artificios, encantamientos y magia que todos los cristianos profesan. Por ello maquina nuevos procedimientos para hacer desistir a la niña Cristina de sus pertinaces rebeldías y conseguir que el poder romano y los dioses propicios terminen con la situación que ha puesto al borde del caos a la región. Mandó preparar un horno encendido donde mete a la niña para que el fuego la consuma; siete días la tiene allí sin conseguir que le suceda daño alguno. Luego será una habitación oscura plagada de serpientes, víboras y escorpiones venenosos de la que sale indemne y sin ningún picotazo, cantando alabanzas a Dios; la desesperación del mandatario llegó entonces al extremo de decretar cortarle la lengua, pero ¡oh prodigio! ahora canta más fuerte y mejor.

Y acude, arremolinándose, toda la comarca ante la contemplación evidente del triunfo que se comenta por todas partes de la debilidad cristiana ante la fortaleza y brutalidad romana. Basta un tronco caído en donde atan a la delicada niña para que las saetas atraviesen su cuerpo y ella decida, suplicándole al buen Dios, rendirle su espíritu con el martirio.

Dicen que sus restos se trasladaron de Toscana a Palermo de Sicilia donde es reverenciada.

¿Verosímil? Parece más bien como si la vida y la muerte martirial de Cristina hubiera servido de modelo para expresar la confrontación entre el bien y el mal, o, lo que es lo mismo, entre fe cristiana y paganismo, entre la frágil niña Cristina y la personalidad experimentada y abrumadora de tres hombres de gobierno sucesivos –el primero su propio padre– con el mismo común empeño de demostrar que ellos pueden más. Parece como si se tratara de exaltar en Cristina aquello que debe ser real en todo cristiano –la fe en su Cristo y la confianza sin límite en su ayuda constante–, mientras que los gobernadores representan la obstinación ciega que rechaza el poder cada vez más evidente, como in crescendo, de Dios. Los verdugos y el pueblo serían los testigos que en la narración van a testificar con sus reacciones –esas que se intuyen llenas de emoción compasiva– dónde está la verdad y lo grande que es el poder de Dios. Da la sensación de que la Passio que narra la muerte de Cristina intenta también cargar motivos veterotestamentarios en donde parecen inspirarse algunos hechos que se narran. El hecho histórico del martirio sería la ocasión que motiva la amplia catequesis. De todos modos, estas consideraciones más parecen próximas a la labor pasada de los bolandistas; pero, en el caso de que hubieran sido los hechos tal como expresa la Passio, nos quedaría el regusto de disfrutar el aroma extraño que desprende la fidelidad del débil a las exigencias amorosas divinas que no entienden de edades y que perduran más allá de la muerte.

(fuente: www.archimadrid.org)

miércoles, 23 de julio de 2014

23 de julio: Beata Margarita María López de Maturana

(1884-1934)
Fundadora del Instituto de Mercedarias Misioneras

Nació en Bilbao (España) el 25 de julio de 1884. Fue bautizada con el nombre de Pilar. Mantuvo toda la vida una relación afectiva y espiritual muy intensa con su hermana gemela Leonor.

Siendo adolescente, su madre, intentando alejarla de una amistad prematura con un joven marino, decidió llevarla al colegio internado de las religiosas Mercedarias en Bérriz. Allí sintió la llamada de Dios a una consagración total como religiosa misionera.

A los 19 años, el 10 de agosto de 1903 ingresó en la Congregación, tomando el nombre de Margarita María. Pocos días antes su hermana Leonor había ingresado en el noviciado de las Carmelitas de la Caridad, de Vitoria (murió misionera en Argentina, y su causa de beatificación está incoada).

Desde el primer momento se entregó a Dios con una fidelidad total en su vida de monja de clausura.

En 1906 comenzó a trabajar en el colegio, donde estuvo más de veinte años. Son dos las principales características que la distinguen: su afición a la oración y su caridad exquisita. En ellas su vocación mercedaria, de redención de cautivos, se fue ampliando y actualizando.

Es en esa vida de oración constante, fiel, en su intimidad con el Señor, donde su caridad, su vocación mercedaria de redención de cautivos se fue ampliando y alcanzando nuevos y más amplios horizontes. Fue ahondando en el deseo de hacer llegar al mundo entero la dicha que ella gozaba en la comunicación con Dios y el amor a Jesucristo que sentía crecer más y más en su interior. El 5 de mayo de 1912 escribía: "Yo no deseo más que darle a conocer a los que me ha encomendado, que es el mundo entero".

Desde entonces sus ansias de llegar a abarcar el mundo entero se fueron dilatando, primero en la oración y luego en su trabajo con las alumnas del colegio anexo al monasterio. Compartió sus inquietudes con la comendadora del monasterio, María Nieves Urízar y entusiasmó con ellas a la comunidad entera.

En el año 1913 comenta que le gusta pedir por los misioneros. Poco a poco, por diversas circunstancias, fue conociendo a algunos y mantuvo con ellos una comunicación frecuente. Estas cartas, cargadas con abundantes experiencias misioneras, fueron sembrando en su tierra, bien abonada, una semilla que fructificó en realidades insospechadas en aquel entonces convento de clausura.

Eran los años del despertar misionero en España. En el colegio inició, en el año 1920, una asociación "Juventud Mercedaria Misionera de Bérriz" y a través de ella formó en el espíritu misionero a varias generaciones de jóvenes que, como religiosas o como esposas, supieron vivir el ideal misionero allí donde Dios las iba llamando.

Todo este movimiento misional no podía quedar encerrado en el interior de un monasterio de clausura. La respuesta a los signos de los tiempos pedía algo más. El Espíritu inspiraba con fuerza y las monjas, impulsadas por él, abrieron las rejas del convento y se dispersaron en el lejano Oriente. China, las islas de Oceanía (Saipán y Ponapé) y Japón, supieron de su audacia misionera. Eran fundaciones vinculadas a la casa madre y en las que el fuego misionero iba creciendo más y más, con el contacto, preocupación y ayuda a aquellas primeras misioneras.

Margarita María, elegida comendadora del convento, acompañó personalmente, en 1928, a la tercera expedición, para ver de cerca las misiones y hacerse cargo de las exigencias apostólicas de la nueva vida misionera, con la mirada puesta en transformar el convento en instituto misionero. Tal transformación tuvo lugar en 1930, por petición de las 94 monjas, petición sellada con un sí unánime en votación secreta, como lo pedía Roma.

Este fue el gran anhelo de Margarita María: la formación del instituto de Mercedarias Misioneras de Bérriz, que pudiera llevar la buena nueva de la Redención y liberación hasta el fin del mundo, viviendo el cuarto voto redentor de permanecer en la misión cuando hubiere peligro de perder la vida. Y a este instituto dejó en herencia una rica espiritualidad, que alcanzó su cumbre en los últimos años de su vida, en una experiencia contemplativa y gozosa de Cristo redentor.

"El conocimiento de Jesucristo me absorbe y llena de gozo. Todo parece que contribuye, de un tiempo a esta parte, a esclarecer el misterio de la redención con todas sus derivaciones para mi alma y la Iglesia. Y es un gozo nuevo, cumplido, profundo, que me hace sentirme como radicada en una verdad profunda que da estabilidad a todo mi ser... Todo tiende alegremente a afirmarse en Dios Padre amorosísimo, que por su voluntad libérrima nos envía a su Hijo a redimirnos y a hacernos, por él, hijos suyos adoptivos..." (diciembre de 1933).

Murió el 23 de julio de 1934, dos días antes de cumplir 50 años. El 16 de marzo de 1987, Su Santidad el Papa Juan Pablo II firmó la declaración de sus virtudes heroicas y la proclamó venerable.

(fuente: www.vatican.va)

otros santos 23 de julio:

martes, 22 de julio de 2014

22 de julio: Santa María Magdalena

María: "Preferida de Dios"

Magdalena: Se deriva de Magdala, población situada sobre la orilla occidental del mar de Galilea, al norte de la ciudad de Tiberíades, o de expresión del Talmud que significa "rizar pelo de mujer", en referencia a las adúlteras.

«La historia de María de Magdala recuerda a todos una verdad fundamental: discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por él, y le ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo de la potencia de su amor misericordioso, que es más fuerte que el pecado y la muerte». -Benedicto XVI, 23 Julio, 2006

Formó parte de los discípulos de Cristo, estuvo presente en el momento de su muerte y, en la madrugada del día de Pascua, tuvo el privilegio de ser la primera en ver al Redentor resucitado de entre los muertos (Mc 16, 9)Fue sobre todo durante el siglo XII cuando su culto se difundió en la Iglesia occidental.

La historia de María Magdalena es una de las más conmovedoras del Evangelio y también de las más enigmáticas. Se debate si la mujer que relatan varios pasajes del Evangelio es una o tres mujeres:

1- La pecadora que unge los pies del Señor. (Lc., VII, 37-50).
2- María Magdalena, la posesa liberada por Jesús, que se integró a las mujeres que le asistían (Lc. VIII; Jn XX, 10-18) hasta la crucifixión y resurrección.
3- María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta. (Lc., X, 38-42).

La liturgia romana, siguiendo la tradición de los Padres Latinos (incluyendo a Gregorio Magno) identifican los tres pasajes del Evangelio como referentes a la misma mujer: María Magdalena. La liturgia griega, siguiendo a los Padres griegos, sin embargo, las reconocen como tres mujeres distintas. La cuestión sigue abierta.

El santoral litúrgico actual celebra a una sola: María Magdalena utilizando las referencias a su encuentro con Jesús resucitado.


La Pecadora que unge los pies del Señor en Galilea

San Lucas hace notar que era una "pecadora pública" pero no especifica que haya sido una prostituta.

Cristo cenaba en la casa de un fariseo donde la pecadora se presentó y al momento se arrojó al suelo frente al Señor, se echó a llorar y le enjugó los pies con sus cabellos. Después le ungió con el perfume que llevaba en un vaso de alabastro. El fariseo interpretó el silencio y la quietud de Cristo como aprobación del pecado y murmuró en su corazón. Jesús le recriminó por sus pensamientos. Primero le preguntó en forma de parábola cuál de dos deudores debe mayor agradecimiento a su acreedor: aquél a quien se perdona una deuda mayor, o al que se perdona una suma menor. Y descubriendo el sentido de la parábola, le dijo directamente:

"¿Ves a esta mujer? Al entrar en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies, pero ella me los ha lavado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; en cambio ella no ha cesado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza y ella me ha ungido los pies. Por ello, te digo que se le han perdonado muchos pecados, pues ha amado mucho. En cambio, aquél a quien se perdona menos, ama menos". Y volviéndose a la mujer, le dijo: "Perdonados te son tus pecados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz". (Lc. 7)


La discípula de Jesús, liberada de siete demonios

En el capítulo siguiente, San Lucas, habla de los viajes de Cristo por Galilea, dice que le acompañaban los apóstoles "y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios" (Lucas 8:2). Lucas no especifica ni niega que sea la misma pecadora que unge a Jesús, pero ciertamente se trata de una pecadora y es la misma persona que en Marcos 16:9 es testigo de la resurrección.


La hermana de Marta y Lázaro, residentes de Betania

Más adelante Lucas narra que, en "cierta población", el Señor fue recibido por Marta y su hermana María. Probablemente las dos hermanas se habían ido a vivir a Betania con su hermano Lázaro, a quien el Señor había resucitado a petición de ellas. Dada la mala reputación que tenía María en Galilea no sería extraño que los tres hermanos se mudaran a Betania (Judea).

Marta se ocupaba con afán de atender al Señor y le pide que dijese a su hermana que le ayudase, pues María estaba a los pies de Cristo para escuchar cuanto decía. El Señor respondió: "Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas y sólo hay una necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada" (Lc. 10:41).


Segunda unción con perfume

San Juan en el cap. 12 (cf. Mat., XXVI; Mc, XIV) identifica claramente a María de Betania como la mujer que, en la víspera de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, le ungió los pies y los enjugó con sus cabellos, de manera que "la casa se llenó del olor del perfume". Esto ocurrió cuando Jesús cenaba con la familia de Lázaro en Betania. San Juan nos dice que Jesús los amaba.

¿Es María de Betania también la protagonista de la primera unción ocurrida en Galilea?. Creemos que sí porque un capítulo antes de que ocurra la unción en Betania, es decir en Jn11,2, San Juan se refiere ya a esta María como "aquella que ungió los pies del Señor" (he aleipsasa).

Si es así, María la pecadora se había convertido en contemplativa a los pies del Señor, escogiendo la mejor parte. San Juan pone de relieve el poder transformador de Jesucristo sobre las almas. La que era posesa ahora es contemplativa. Una profunda enseñanza sobre la misión de Jesucristo quien ha venido a perdonar y salvar a los pecadores.

Tampoco faltaron criticas en la segunda unción. Judas se escandalizó, no por generosidad con los pobres, sino por avaricia, y aun los otros discípulos interpretaron la conducta de María como un exceso. Pero el Señor reivindicó esta unción como había hecho la anterior:

"¡Dejadla en paz! ¿Por qué la molestáis? Buena obra es la que ha hecho conmigo. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre. Esta mujer ha hecho lo que ha podido, adelantándose a ungir mi cuerpo para la sepultura. En verdad os digo que dondequiera que se predique este evangelio sobre la faz de la tierra, se dirá lo que ella ha hecho por mí". (Mt.26)

San Juan Crisóstomo comenta: "Y así ha sucedido en verdad. Por dondequiera que vayáis oiréis alabar a esta mujer . . . Los habitantes de Persia, de la India, . . . de Europa, celebran lo que ella hizo con Cristo


Al pié de la Cruz

En la hora del Calvario, mientras casi todos abandonan a Jesús, allí estaba María Magdalena. ¡Cuanto se lo agradecería Jesús y la Virgen María! "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena". Juan 19:25

Entre las que siguieron a Jesús en Galilea ahora siguen a Jesús al Calvario

"Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo". Mateo 27:55-56


Sentada en el sepulcro

Después que José de Arimatea entierra a Jesús y se fue, María Magdalena quiso quedarse. "Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro". -Mateo 27:61

Es coherente pensar que quién tuvo el amor y la valentía de exponerse para lavarle al Señor los pies con su cabello fuese capaz de estar con el en la cruz y después permanecer amorosamente ante su cuerpo yacente.


Da testimonio de Cristo Resucitado

María Magdalena, con la otra María fueron las primeras en ir al sepulcro el domingo de Resurrección: "Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro" (Mateo 28:1) Iban con los perfumes para embalsamarlo... Descubrieron así que alguien había apartado la pesada piedra del sepulcro del Señor.

"Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios". (Marcos 16:9)

María Magdalena, la pecadora convertida en contemplativa, fue la primera que vio, saludó y reconoció a Cristo resucitado.

Jesús la llamó: "¡María!" Y ella, al volverse, exclamó: "¡Maestro!" Y Jesús añadió: "No me toques, porque todavía no he subido a mi Padre. Pero ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn 20:17)

El hijo de Dios quiso enseñarnos el alcance de su amor y de su poder redentor santificando a una pecadora, adentrándola en su infinita misericordia y enviándola a anunciar la resurrección a los Apóstoles.

María Magdalena es gran ejemplo para todos. No se dejó paralizar ni por sus pecados del pasado ni por las opiniones humanas. Creyó de todo corazón en las promesas del Señor y alcanzó la meta. Aquella de quién Jesús dijo que se adelantó para "ungir su cuerpo para la sepultura", no puede ahora ungir Su cadáver porque ha Resucitado. Aquella de quién dijo que "dondequiera que se predique el evangelio se dirá lo que ha hecho por mi" no podía ahora ser excluida del Evangelio porque es la primera persona testigo de su principal evento: La Resurrección del Señor. A la que mucho amó mucho se le perdonó y mucho continuó amando hasta llegar a participar en la gloria del Señor.


Tradiciones sobre la vida posterior de María Magdalena

La tradición oriental afirma que, después de Pentecostés, María Magdalena fue a vivir a Efeso con la Virgen María y San Juan y que murió ahí. A mediados del siglo VIII, San Wilibaldo visitó en Efeso el santuario de María Magdalena. En el 886 fueron llevadas sus reliquias a Constantinopla.

Según la tradición francesa muy difundida en occidente, María Magdalena fue con Lázaro y Marta a evangelizar la Provenza, Francia y pasó los últimos treinta años de su vida en los Alpes Marítimos, en la caverna de La Sainte Baume. Poco antes de su muerte, fue trasladada milagrosamente a la capilla de San Maximino, donde recibió los últimos sacramentos y fue enterrada por el santo.

La primera mención del viaje de María Magdalena a la Provenza data del siglo XI, a propósito de las pretendidas reliquias de la santa que se hallaban en la abadía de Vézelay, en Borgoña. Pero la leyenda no tomó su forma definitiva sino hasta el siglo XIII, en la Provenza. A partir de 1279, empezó a afirmarse que las reliquias de Santa María Magdalena se hallaban en Vézelay, en el convento dominicano de Saint-Maximin. Todavía en la actualidad es muy popular la peregrinación a dicho convento y a la Sainte Baume. Pero las investigaciones modernas, especialmente las que llevó a cabo Mons. Duchesne, han demostrado que no se pueden considerar como auténticos ni las reliquias, ni el viaje de los amigos del Señor a Marsella. Así pues, a pesar de los clamores de la tradición local francesa, hay que confesar que se trata de una fábula. Volvamos pues al Evangelio.

La pecadora fue perdonada por Jesús. Se cumplió en ella el Salmo 51 "Un corazón humillado y arrepentido, Dios nunca lo desprecia".

María Magdalena es la mujer que fue fiel a Jesús hasta el final y que El escogió para ser testigo de la Resurrección ante los apóstoles.

Santa María Magdalena, ruega por nosotros.

Bibliografía:
- Butler; Vida de los Santos. 
- Pope, Hugh; Catholic Encyclopedia, Vol IX. 1910 
- Sálesman, Vida de los Santos


Respuesta a los mitos del "Código Da Vinci" sobre M. Magdalena

El problema fundamental de los que quieren ver una relación sexual entre Jesús y María M. es que no pueden entender que exista un amor mas allá de los confines del sexo. Al no aceptar el amor divino tampoco pueden aceptar la vocación humana a ese amor. -P. Jordi Rivero

Mito #1
Jesús se casó con María Magdalena Dice para colmo la novela que esto está "documentado históricamente".

Al respecto comentan Mark Shea y Edward Sri Cita en "El engaño Da Vinci" (Ed. Palabra, 2006):

Entre las miles de páginas escritas por los primeros cristianos no aparece un solo texto que hable de que Jesús estuviera casado con María Magdalena. Ni en los Evangelios del Nuevo Testamento, ni en las cartas de san Pablo, ni en los Padres de la Iglesia. ¡Ni tampoco en los evangelios gnósticos!

Todas las pruebas apuntan en otra dirección: que Jesús no se casó nunca. Por ejemplo, si Jesús hubiera tenido una esposa, ciertamente, los evangelios tuvieron muchas oportunidades para hablarnos de ello. Aunque mencionan frecuentemente a sus parientes (su padre, su madre, sus primos), nunca nos hablan de una esposa. Esto resulta muy raro si realmente Jesús hubiera estado casado.

Además, el Nuevo Testamento nunca menciona a María Magdalena como "esposa de Jesús". Las mujeres en los evangelios se asocian a menudo con hombres importantes que están junto a ellas si, de hecho, existen esos hombres en sus vidas. Lo llamativo es que el nombre de María Magdalena se suele unir a los de otras mujeres cuyas vidas están relacionadas con hombres conocidos, como "María (la Madre) de Jesús" y "María, mujer de Cleofás" (Juan 19, 25) y "Juana, la mujer de Cusa" (Lucas 8,3). Pero lo que destaca en María Magdalena es que, cada vez que se menciona su nombre, se suele identificar con su lugar de nacimiento, Magdala, pero nunca con un hombre. (...) Este pequeño detalle lo dice todo. Indica que María Magdalena no estuvo casada, y mucho menos casada con Jesucristo.

Mito #2
La Iglesia ha demonizado a María Magdalena, identificándola como una prostituta para evitar que se acepte su liderazgo en el cristianismo primitivo.

En realidad la Iglesia enseña la verdad del Evangelio que nos viene de los Apóstoles. Los mismos Evangelios presentan la verdad también sobre Pedro, quien negó a Jesús tres veces y sin embargo Jesús lo escogió como cabeza visible de la Iglesia y lo ratificó como tal después de su traición. Los demás Apóstoles abandonaron a Jesús. El Evangelio también nos enseña que Pablo fue homicida. La enseñanza es clara: Todos somos pecadores. Jesús vino a salvar a los pecadores que se arrepienten y les da el poder para nacer de nuevo, de manera que son llamados a participar en su Reino.

La Iglesia ha venerado a María Magdalena como una gran santa. La que era pecadora tiene un admirable arrepentimiento, muestra su gran amor a Jesús y se convierte en una gran discípula. Ella es además el primer testigo de la resurrección. Es por lo tanto un ejemplo del poder liberador de Cristo para transformar desde el corazón a quienes se abren a su redención. A María Magdalena la conocemos precisamente gracias a que la Iglesia escribió sobre ella en los Evangelios. Las fuentes de Dan Brown aparecieron siglos después y no son históricas.

Mito #3
El partido de María Magdalena

Según la novela, existió una pugna entre el "partido de la Magdalena" y el partido vencedor que sigue a Pedro, el cual sería el cristianismo actual, creyente en la divinidad de Cristo.

Del supuesto partido de Magdalena no existe ninguna evidencia. Brown lo deduce interpolando textos escritos mas de un siglo después de los Evangelios. Además, la novela se contradice ya que si el partido vencedor es de Pedro, entonces la fe en la divinidad de Jesús no fue inventada por Constantino (siglo IV) como alega.

(fuente: www.corazones.org)

otros santos 22 de julio:

lunes, 21 de julio de 2014

21 de julio: Santa Práxedes

Virgen y Mártir
Martirologio Romano: En Roma, conmemoración de santa Práxedes, con cuyo nombre se dedicó a Dios una iglesia en el Esquilino (antes de 491).
Etimología: Práxedes = activa, emprendedora, del lengua griego.

Una bondad sin límites puede irradiar en el corazón decidido a amar, y quisiera aliviar los sufrimientos que atormentan a quienes están cerca y lejos.

Los santos han sido personas de esta categoría humana y espiritual.

Práxedes. Perteneció al siglo II de la era cristiana. Prudencio era el gobernador de Roma y, cosa rara, se distinguía por su virtud. Fue uno de los primeros conversos al cristianismo a pesar del cargo que ocupaba.

Eran los tiempos en que Pedro predicaba en Roma abiertamente ante todo el mundo sin temer a nadie.

Dicen que había recibido la catequesis del mismo san Pedro.

Convirtió su casa en un verdadero templo, y los fieles acudían allá para celebrar los sagrados misterios de la fe. Práxedes recibió una profunda formación cristiana de manos del Papa Pío I.

Tenía pretendientes para casarse, pero ella había ofrecido a Dios su virginidad por toda la vida.

Todo el mundo la quería. Hasta los propios paganos. Después de la paz que vino con Antonio Pío, empezó la persecución de nuevo.

Ella se dedicó a visitar a los encarcelados y a hablar con la gente por la calle y el mismo Foro de Cristo. Su casa era un verdadero templo en el que fue acogida “in fraganti” por los verdugos del emperador. Le dieron muerte a ella y a 23 más.

Era tal día como hoy del año 159.

(fuente: catholic.net)

otros santos 21 de julio:

- San Lorenzo de Brindisi

domingo, 20 de julio de 2014

20 de julio: Beato Liugi Novarese

«Apóstol de los enfermos, curado milagrosamente por la mediación de María Auxiliadora. Su compromiso y acciones a favor de los aquejados por el sufrimiento influyó en la legislación sanitaria italiana»

Madrid, 20 de julio de 2014 (Zenit.org) Luigi superó los vaticinios de los galenos que le atendieron poniendo a su vida fecha de caducidad. Es un genuino portador de esperanzas. Su vivencia del dolor hizo de él un apóstol de los enfermos. La solidaridad universal, que hermana a quienes pasan por trances de envergadura, se multiplicó a través de las acciones que impulsó pensando exclusivamente en ellos.

Nació en Casale Monferrato, Italia, el 29 de Julio de 1914. No había cumplido 9 meses, cuando su padre murió a consecuencia de una neumonía que no se trató de forma adecuada. Teresa, su madre, tenía 30 años y nueve hijos que atender; Luigi era el benjamín. Los bienes que poseían poco a poco se fueron diezmando. La piedad y el espíritu mariano que presidía el hogar, alentado por Teresa, suscitaba en el pequeño un cúmulo de emociones que le instaron a recibir la primera comunión por su cuenta, haciendo creer al párroco del lugar que la había tomado mucho antes, cuando éste quiso asegurarse de que no era un neófito. La picaresca del niño, envuelta en un inocente anhelo de apresurarse a obtener esa gracia, causó gran disgusto a su madre cuando le vio en el altar. Pero el buen sacerdote, después de plantearle algunas cuestiones del catecismo, muy satisfecho de las respuestas tranquilizó a Teresa diciéndole: «Su hijo, señora, conoce mejor el catecismo que nosotros. Déjelo que de ahora en adelante comulgue».

El año 1923 una caída con funestas consecuencias dio un vuelco a su vida. Tenía 9 años, un crudo diagnóstico: coxitis tuberculosa con una larga veintena de abscesos abiertos y una pesada escayola que le mantuvo apresado en el lecho. Comenzaba a comprender una de las páginas de la vida que tarde o temprano llega a todos: el dolor. Mientras sus amigos jugaban, su escenario eran los hospitales, todos a los que su madre acudió negándose a aceptar lo que decían era irremediable. Así transcurrió su adolescencia y juventud. La oración, la Eucaristía y su devoción a María le convirtieron en un apóstol entre los hospitalizados de su edad. Siempre ejemplar, se esforzaba por enderezarles en la vía del bien y les enseñaba el catecismo. Los médicos no fueron capaces de cortar la infección que generaba casi un litro diario de emponzoñado líquido. Aconsejaban a Teresa que se rindiera; para qué proseguir con tanto gasto si Luigi iba a morir. Éste la ayudaba a costear tratamiento y hospitales cosiendo botones y ojales. Pero fue más lejos. Escribió al salesiano padre Rinaldi y se encomendó a sus oraciones. Solicitaba una cadena engarzada con la fe de los muchos que suplicarían su curación a la Virgen. Y en mayo de 1931, cuando tenía 17 años, se produjo el milagro, aunque la pierna afectada quedó 15 cm. más corta que la sana. Él supo que se obraría la gracia que solicitó porque vio en sueños a María Auxiliadora. Ella le aseguró, siempre en ese estado de vigilia, que se restablecería en el mes dedicado a su celebración y que sería sacerdote, dando respuesta a estas dos preguntas que Luigi formuló. También quiso saber si iría al cielo, pero la Madre simplemente sonrió. Le prometió que dedicaría su vida entera a socorrer a las personas que sufrían y a evitar que los enfermos recibieran el trato deficiente que él mismo padeció. Don Bosco, Luís María Grignion de Monfort y José Cottolengo tuvieron gran peso en su vida.

En 1938 fue ordenado sacerdote. Pasó por varias parroquias y en 1942 dio el salto al ámbito diplomático de manos del futuro Pablo VI, que le introdujo en la Secretaria de Estado del Vaticano. Tenía tantas virtudes y cualidades que lo eligieron Camarero secreto supernumerario en 1952, y prelado domestico de Pío XII en 1957. Antes, en 1943 creó la Liga Sacerdotal Mariana (LSM), y a partir de ese año inició el apostolado de los voluntarios del sufrimiento, impulsó la publicación «El áncora», emitió semanalmente a través de la radio Vaticana un programa infundiendo esperanza a los enfermos, y en 1950 creó los Silenciosos Operarios de la Cruz. Encabezó peregrinaciones con discapacitados y enfermos, congregó a varios miles recibidos en audiencia por Pío XII, abrió talleres, etc.

En 1964 se ocupó de la oficina para asistencia espiritual hospitalaria de la Conferencia Episcopal Italiana. Ello le permitió conocer de primera mano la situación y necesidades de enfermos, sanatorios y hospitales que solía visitar. Su experiencia e implicación en la subsanación de las deficiencias influyó en la legislación italiana que tomó conciencia de los problemas. Paralelamente, impulsó acciones de gran calado dentro de la pastoral del sufrimiento.

Atendiendo al carácter integral de la persona ponía el acento no solo en el aspecto físico, sino en el espiritual. Sabía que sin este ámbito, que enseña a encontrar un sentido al sinsentido del dolor, no cabía esperar óptimos resultados. Fue consciente del potencial que tienen en su mano los enfermos que pueden poner a los pies de Cristo su sufrimiento. Luchó para que se restableciera su dignidad y logró que no se abandonara a los discapacitados. Quiso llevar a todos a Cristo y a María. Hacía notar: «Conocer, amar y servir a Jesús: conociendo bien a Jesús se ama más; amándolo más se sirve mejor; sirviendo mejor se lleva con mas impulso hacia los demás hermanos enfermos». Amaba la cruz y se propuso implicar a enfermos y discapacitados en un apostolado que sabía sería fecundísimo si se abrazaban a ella. Murió el 20 de julio de 1984 en Rocca Priora. El cardenal Bertone, como Delegado de Benedicto XVI, lo beatificó el 11 de mayo de 2013.

(20 de julio de 2014) © Innovative Media Inc.

otros santos 20 de julio:

- San Elías, Profeta del Antiguo Testamento
- San Frumencio de Aksum

sábado, 19 de julio de 2014

19 de julio: San Arsenio El Grande

«Anacoreta, uno de los padres del desierto. Compartió el ideal de los ermitaños que moraban en Scetis. Fue preceptor de los hijos de san Teodosio el Grande, a demanda del papa san Dámaso»

Madrid, 19 de julio de 2014 (Zenit.org) Las fuentes fidedignas que permiten conocer la vida de Arsenio se deben a san Teodoro Studita quien redactó su biografía en el siglo VII. Pudo nacer a mediados del siglo IV en Roma. Pertenecía a una familia que gozaba de grandes prebendas y bienes al formar parte del prestigioso senado. Su preparación intelectual y el vigor de su fe cristiana atrajo la atención del papa san Dámaso que, además de nombrarle diácono, pensó en él como la persona idónea para asumir la responsabilidad de formar a los hijos del emperador romano san Teodosio el Grande: Arcadio y Honorio. Durante once años desempeñó en Constantinopla esta tutoría que no fue fácil por el carácter de los muchachos, hasta que a finales del siglo IV su vida tomó un rumbo diametralmente opuesto. Había muerto el emperador y la corte no le satisfacía. Las maquinaciones y la vida disipada que veía a su alrededor de algún modo dejaban su labor de preceptor en mal lugar. Bien pudo pensar que había fracasado en la tarea educativa por cuanto Arcadio y Honorio no habían respondido como cabía esperar. Con su proceder ponían de manifiesto no haber captado el valor de la vida espiritual que quiso transmitirles. Dejó su cargo de senador al que había sido elevado, y envuelto en un profundo dilema suplicó a Dios que condujera sus pasos hacia Él. «Huye de la compañía de los hombres para salvarte», fue la respuesta. Se dispuso a cumplir a rajatabla esta indicación percibida en su oración. ¿Dónde podía ir? El monacato estaba bien asentado en el desierto, y partió a Egipto para compartir el ideal de los ermitaños que moraban en Scetis.

San Juan «el Enano» fue su preceptor. Lo probó de distintas formas constatando la autenticidad de su vocación que rubricó con este vaticinio: «Este hombre será un buen fraile». Con toda delicadeza le ayudaron sus hermanos a abandonar hábitos del pasado. Sin ápice de añoranza por las comodidades y lujos que le habían rodeado, los reemplazó gustoso por la ascesis que sabía iba a conducirle a la unión con el Altísimo. Oración, mortificación y penitencia fueron alimentos que llenaros sus días y sus noches. A veces le perseguía su currículum de persona cercana a los altos gobernantes, y entonces aún añoraba más la soledad y el anonimato.

Siempre a la escucha de la voz de Dios para conocer su voluntad, un día se le hizo patente en nueva locución: «Huye al silencio y la paz, que son las raíces de una vida sin pecado». Eligió lugares más apartados y continúo su itinerario espiritual por un desierto interior que iba inundando su espíritu a través de la oración y el ayuno. Dando testimonio de su generosidad y humildad, abrazado al rigor de la regla que acentuaba severamente para sí mismo, fue desprendiéndose de todo. Hasta allí llegaban noticias de los que amó, como a los hijos del desaparecido Teodosio, que habían sucumbido bajo el influjo de ciertas pasiones y malamente podían hacer frente a las consecuencias de sus actos. Esto le llenaba de gran aflicción. Hubo otros ecos de su pasado que también retumbaron en su elegido exilio. Así, un día supo que había sido nombrado heredero de los bienes de un senador. Pero rompió el documento acreditativo que le mostraron, manifestando: «Yo morí antes que el senador y, por consiguiente, no puedo ser su heredero». Sus discípulos, Alejandro y Zoilo, profundamente edificados por su vida, siguieron la senda de la virtud que aprendieron junto a él.

Arsenio amaba el silencio y velaba para no tener que vulnerarlo. Una de las raras excepciones que hizo con las visitas fue con la de Teófilo, obispo de Alejandría, quien expresamente quiso hablar con él para solicitar su consejo pensando especialmente en el grupo de personas que le acompañaban. El santo advirtió: «Os mando que, cuando alguien os pregunte dónde vive Arsenio, no se lo digáis, o bien decidles que se eviten la molestia de ir a visitarle y que le dejen en paz». Esa voluntaria reclusión, que llevaba a tal extremo, llamó la atención del abad, y él aclaró: «Dios es testigo de que os amo de todo corazón. Pero, como no puedo estar con Dios y con los hombres al mismo tiempo, prefiero dedicarme a conversar con Dios».

Evagrio del Ponto fue otro de sus ilustres visitantes, y no volvió con las manos vacías porque Arsenio siempre pronunciaba palabras encendidas y juiciosas que instaban a amar a Dios y ponían de relieve su espíritu de penitencia, docilidad y mansedumbre. Se le atribuye esta reflexión: «muchas veces he tenido que arrepentirme de haber hablado. Pero nunca me he arrepentido de haber guardado silencio». Recibió el don de lágrimas, del que muchos fueron testigos. La invasión de los bárbaros el año 434 le obligó a dejar Scetis y refugiarse en Troe para trasladarse diez años más tarde a Canopo. Desde allí divisaba Alejandría, lo cual suscitaba su emoción. Abandonó esta isla viendo que se acercaba su fin, y volvió a la de Troe. Las lágrimas sellaron sus últimos instantes en la tierra y sus hermanos le preguntaron por la causa: «Padre, ¿por qué lloras? ¿Tienes miedo de morir, como tantos otros?». La respuesta del santo eremita estaba en consonancia con el sentimiento espiritual que le acompañaba. Explicó que no era tanto el miedo a la muerte como el santo temor que le acompañaba al tener que presentarse ante Dios siendo que se consideraba un pecador. Culminó en paz su fecunda existencia el año 449 o 450 en Menfis.

(19 de julio de 2014) © Innovative Media Inc.

otros santos 19 de julio:

- San Símaco, Papa
- Santas Justa y Rufina, mártires

viernes, 18 de julio de 2014

18 de julio: San Bruno de Segni

«Obispo, maestro de la caridad, báculo de varios pontífices y defensor del magisterio de la Iglesia. Participó en varios concilios y encarnó con su vida el espíritu monástico que reinaba en la abadía de Montecassino»

Madrid, 18 de julio de 2014 (Zenit.org) Nació en Solero, Piamonte, Italia, hacia el año 1048. Algunas fuentes aseguran que su familia era acomodada y otras que fue de humilde cuna. Añaden también que se le conocía como Bruno Astensis. Su localidad natal, cercana a la ciudad de Alessandría, pertenecía a la diócesis de Asti. Se formó primeramente en el monasterio benedictino de San Perpetuo, y luego en la universidad de Bolonia. De allí salió preparado para recibir la ordenación sacerdotal, dispuesto para refutar las herejías del momento. Cuando tenía unos 25 años dedicó a Ingo, obispo de Asti, un texto sobre el Salterio gallicano. Le precedía su fama como buen orador y conocedor de la teología, lo que motivó que Gregorio VII, advirtiendo su fidelidad al magisterio de la Iglesia, lo seleccionara para participar en el sínodo que tuvo lugar en Roma a finales del año 1079. Y efectivamente mostró su insobornable unidad con la cátedra de Pedro doblegando a Berengario, prelado de Tours, que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Éste, ante la firme y rigurosa defensa de Bruno, que expuso brillantemente la doctrina eclesial sobre el Santísimo Sacramento, tuvo que retractarse de su herejía.

El papa siempre iba a contar con el juicio del santo como hicieron otros pontífices a los que también asistió. Además de Gregorio VII, Víctor III, Urbano II y Pascual II no ocultaron su admiración por él y valoraron sus consejos. Bruno era canónigo de Segni cuando Gregorio VII, a la vista de sus virtudes y fidelidad, pensó otorgarle el cardenalato, pero aquél rehusó humildemente; prefería no asumir tan alta dignidad. Sin embargo, un año más tarde en la «Campagna di Roma», el pontífice lo consagró obispo de Segni. En esta labor pastoral brilló por su celo apostólico; se desvivía por los demás. Durante tres meses del año 1082 fue prisionero de Ainulfo, conde de Segni, quien lo recluyó en el castillo de Vicoli. El aristócrata simpatizaba con Enrique IV, que había sido excomulgado por el pontífice, mientras que Bruno secundaba al Santo Padre en sus proyectos de reforma eclesiástica. Era un momento en el que había que luchar contra la simonía, el problema de las investiduras y otros vicios escandalosos que lamentablemente diezmaban la feligresía. El prelado de Segni fue un importante «báculo» para Gregorio VII; por ese motivo fue detenido. Al ser liberado, regresó a Roma y siguió al lado del pontífice.

En 1084 le acompañó a Salerno, ciudad en la que se refugió escapando del asedio de los normandos. Cuando el papa murió, asistió a su sucesor Urbano II. Le acompañó en sus viajes por Italia y Francia, estuvo junto a él en sínodo de Melfi (1089) y en la consagración de la abadía de Cava dei Tirreni, en Salerno. En años sucesivos, permaneciendo siempre a su lado, participó en los concilios de Piacenza y de Clermont-Ferrand. En éste se proclamó la Primera Cruzada y se renovaron los decretos contra el concubinato del clero, la simonía y las investiduras por los laicos. En 1097 intervino en el concilio de Letrán, en 1098 en el de Bari y al año siguiente participó en el Laterano, último concilio presidido por Urbano II. Entretanto, Ainulfo proseguía con su particular persecución, y Bruno anhelando la paz, pese a no contar con el beneplácito del nuevo papa Pascual II, determinó vincularse a los monjes de la abadía de Montecassino. Sin embargo, este pontífice, al igual que hicieron sus predecesores, siguió confiando en él y le encomendó nuevas misiones.

Bruno tomó el hábito en 1103, aunque no dejó de regir episcopalmente la sede de Segni. Fue tan fiel en la vivencia de la regla, que en 1107, a la muerte del abad Otto, lo eligieron para que le sucediese. Al año siguiente, en una visita que efectuó a la abadía, Pascual II respaldó esta designación ante los monjes, ensalzando las cualidades del santo. Pero Bruno defendía la ortodoxia eclesial por encima de todo, y en el momento en que vio que Pascual II había claudicado ante el emperador electo Enrique V, otorgándole privilegios contra los que había combatido con celo junto a los pontífices anteriores, no dudó en recriminar al papa, aunque lo hizo con un texto lleno de ternura y delicadeza en el que reiteraba con emocionadas palabras sus sentimientos de amor y de unidad. Con todo, el Santo Padre lo sancionó instándole a renunciar al cargo de abad, a la par que disponía su regreso a Segni. Bruno acató humildemente su voluntad. En 1112 en el concilio de Letrán, Pascual II se vio obligado a reconocer su error, y el santo que estaba presente en el mismo, acogió y ratificó su decisión con sumo gozo. El resto de su vida lo dedicó a orar, estudiar y meditar.

Ha dejado numerosos escritos. Su obra se compone de tratados sobre las Escrituras y la liturgia, contra la simonía, sermones, vidas de santos, cartas y otros trabajos que ponen de manifiesto el celo apostólico y la intrepidez de este santo obispo. Murió el 18 de julio de 1123, poco después de exhortar y bendecir a su grey desde la ventana de su sede. Fue canonizado el 5 de septiembre de 1183 por Lucio III.

(18 de julio de 2014) © Innovative Media Inc.

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