Ingresó en la Compañía de Jesús el 6 de agosto de 1593, en Bahía. Después de haber completado sus estudios de latín y teología moral, y luego de haber conocido lenguas indígenas, lo enviaron al Colegio de Olinda, en Pernambuco, centro para la catequesis de los aborígenes de toda esa región brasileña. Su primera experiencia misionera fue en el Río Grande del norte, territorio habitado por la tribu de los Potiguares. Probablemente, entre 1607 y 1610, pasó al clero diocesano, regresando a Rio Grande en 1614, esta vez, como sacerdote secular y párroco de Cunhaú. A los 73 años, fue martirizado mientras celebraba la misa en su iglesia parroquial: en el desempeño de sus funciones parroquiales, un domingo, como de costumbre, reunió a los fieles en la iglesia para cumplir el precepto dominical.
Los calvinistas holandeses, que ya dominaban toda la región, habían enviado emisarios suyos, quienes, cerrando todas las puestas de la capilla, irrumpieron ferozmente sobre los fieles indefensos. Él comprendió la gravedad de la situación y solo se quedó a exhortar a los fieles para prepararse a la crisis que padecerían en poco tiempo. Entonces, empezaron juntos a rezar.
El Beato Andrés fue martirizado con un machete que atravesó su corazón. Cabe resaltar también los nombres de Ambrosio Francisco Ferro, Antonio Vilela, Domingo Carvalho, Francisco de Bastos y más de veinte mártires más. El Padre Andrés de Soveral y el resto de compañeros brasileros fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II en el año 2000.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO II
DURANTE LA CEREMONIA
DE BEATIFICACIÓN DE 44 MÁRTIRES
Domingo 5 de marzo
1. "Te alabaré, oh Dios mi salvador; a tu nombre doy gracias, porque me has ayudado y liberado" (Si 51, 1-2).
Tú, Señor, me has ayudado. Siento resonar en mi corazón estas palabras del libro del Sirácida, mientras contemplo los prodigios que Dios realizó en la existencia de estos hermanos y hermanas en la fe, que alcanzaron la palma del martirio. Hoy tengo la alegría de elevarlos a la gloria de los altares, presentándolos a la Iglesia y al mundo como testimonio luminoso de la fuerza de Dios en la fragilidad de la persona humana.
Tú, oh Dios, me has liberado. Así proclaman Andrés de Soveral, Ambrosio Francisco Ferro y sus veintiocho compañeros, sacerdotes diocesanos, laicos y laicas; Nicolás Bunkerd Kitbamrung, sacerdote diocesano; María Estrella Adela Mardosewicz y diez hermanas, religiosas profesas del instituto de la Sagrada Familia de Nazaret; Pedro Calungsod y Andrés de Phú Yên, laicos catequistas.
Sí, el Todopoderoso fue su valioso apoyo en el tiempo de la prueba, y ahora experimentan la alegría de la recompensa eterna. Estos dóciles servidores del Evangelio, cuyos nombres están escritos para siempre en el cielo, aunque vivieron en períodos históricos distantes entre sí y en ambientes culturales muy diversos, tienen en común una experiencia idéntica de fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Los une la misma confianza incondicional en el Señor y la misma pasión profunda por el Evangelio.
¡Te alabaré, oh Dios, mi salvador! Con su vida entregada por la causa de Cristo, estos nuevos beatos, los primeros del Año jubilar, proclaman que Dios es "Padre" (cf. Si 51, 10), que Dios es "protector" y "ayuda" (cf. Si 51, 2); que es nuestro salvador y acoge la súplica de cuantos confían en él con todo su corazón (cf. Si 51, 11).
2. Estos son los sentimientos que embargan nuestro corazón al evocar el significativo recuerdo de la celebración del V Centenario de la evangelización de Brasil, que tiene lugar este año. En aquel inmenso país, no fueron pocas las dificultades para la implantación del Evangelio. La presencia de la Iglesia se fue consolidando lentamente mediante la acción misionera de varias órdenes y congregaciones religiosas y de sacerdotes del clero diocesano. Los mártires que hoy son beatificados provenían, a finales del siglo XVII, de las comunidades de Cunhaú y Uruaçu de Río Grande del Norte. Andrés de Soveral, Ambrosio Francisco Ferro, presbíteros, y sus 28 compañeros laicos pertenecen a esa generación de mártires que regó el suelo patrio, fecundándolo para la generación de los nuevos cristianos. Son las primicias del trabajo misionero, los protomártires de Brasil. A uno de ellos, Mateo Moreira, estando aún vivo, le arrancaron el corazón por la espalda, pero todavía tuvo fuerzas para proclamar su fe en la Eucaristía, diciendo: "Alabado sea el santísimo Sacramento".
Hoy, una vez más, resuenan las palabras de Cristo evocadas en el Evangelio: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma" (Mt 10, 28). La sangre de católicos indefensos, muchos de ellos anónimos, niños, ancianos y familias enteras, servirá de estímulo para fortalecer la fe de las nuevas generaciones de brasileños, recordando, sobre todo, el valor de la familia como auténtica e insustituible formadora en la fe y generadora de valores morales.
3. "Alabaré tu nombre sin cesar, te cantaré himnos de acción de gracias" (Si 51, 10). La vida sacerdotal del padre Nicolás Bunkerd Kitbamrung fue un auténtico himno de alabanza al Señor. Hombre de oración, el padre Nicolás sobresalió en la enseñanza de la fe, en la búsqueda de los alejados y en su amor a los pobres. Procurando siempre dar a conocer a Cristo a quienes nunca habían oído su nombre, el padre Nicolás afrontó las dificultades de una misión en las montañas y en el interior de Birmania. La fuerza de su fe fue patente a todos cuando perdonó a los que lo habían acusado falsamente, privándolo de su libertad y haciéndolo sufrir mucho. En la cárcel, el padre Nicolás animó a los demás prisioneros, les enseñó el catecismo y les administró los sacramentos. Su testimonio de Cristo se refleja en las palabras de san Pablo: "Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestro cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo" (2 Co 4, 8-10). Que, por intercesión del beato Nicolás, la Iglesia en Tailandia sea bendecida y fortalecida en su tarea de evangelización y servicio.
4. Dios fue verdadero "protector" y "ayuda" también para las mártires de Nowogródek, para la beata María Estrella Mardosewicz y las diez hermanas, religiosas profesas de la congregación de la Sagrada Familia de Nazaret, nazaretanas. Fue para ellas una ayuda durante toda su vida, y después, en el momento de la terrible prueba, cuando esperaron durante una noche entera la muerte; lo fue, sobre todo, a lo largo del camino hacia el lugar de la ejecución, y, por último, en el momento del fusilamiento.
¿De dónde sacaron la fuerza para entregarse a sí mismas a cambio de la salvación de los condenados en la cárcel de Nowogródek? ¿De dónde sacaron la audacia para aceptar con valentía la condena a muerte, tan cruel e injusta? Dios las había preparado lentamente para ese momento de una prueba más grande. La semilla de la gracia sembrada en su corazón en el momento del santo bautismo y cultivada después con gran esmero y responsabilidad, arraigó profundamente y dio el fruto más hermoso, que es la entrega de la vida. Cristo dice: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Sí, no existe un amor más grande que éste: estar dispuestos a dar la vida por los hermanos.
Os damos gracias, beatas mártires de Nowogródek, por el testimonio de amor, por el ejemplo de heroísmo cristiano y por la confianza en la fuerza del Espíritu Santo. "Os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16). Sois la mayor herencia de la congregación de la Sagrada Familia de Nazaret. Sois la herencia de toda la Iglesia de Cristo para siempre y especialmente en Bielorrusia.
5. "A todo aquel que me confiese ante los hombres, yo también le confesaré ante mi Padre que está en los cielos" (Mt 10, 32). Ya desde su niñez, Pedro Calungsod confesó firmemente a Cristo y respondió generosamente a su llamada. Los jóvenes de hoy pueden obtener estímulo y fuerza del ejemplo de Pedro, cuyo amor a Jesús lo impulsó a dedicar los años de la adolescencia a enseñar la fe como catequista laico. Dejando a su familia y a sus amigos, Pedro aceptó de buen grado el desafío que le había propuesto el padre Diego de San Vitores de unirse a él en la misión a los chamorros. Con espíritu de fe, caracterizado por una fuerte devoción eucarística y mariana, Pedro acometió la exigente tarea que se le pedía y afrontó con valentía los numerosos obstáculos y dificultades que encontró. Frente al peligro inminente, Pedro no quiso abandonar al padre Diego sino que, como "buen soldado de Cristo", prefirió morir junto con el misionero. Hoy el beato Pedro Calungsod intercede por los jóvenes, en particular por los de su tierra natal, Filipinas, y los desafía.
Jóvenes amigos, no dudéis en seguir el ejemplo de Pedro, que "agradó a Dios y fue amado por él" (Sb 4, 10), y que, habiendo alcanzado la perfección en tan breve tiempo, vivió una vida plena (cf. Sb 4, 13).
6. "A todo aquel que me confiese ante los hombres, yo también le confesaré ante mi Padre que está en los cielos" (Mt 10, 32). Andrés de Phú Yên, en Vietnam, hizo suyas estas palabras del Señor con una intensidad heroica. Desde el día en que recibió el bautismo, a la edad de dieciséis años, se dedicó a cultivar una profunda vida espiritual. En medio de las dificultades que afrontaban quienes se adherían a la fe cristiana, vivió como testigo fiel de Cristo resucitado, y anunció sin descanso el Evangelio a sus hermanos en el seno de la asociación de catequistas "La casa de Dios". Por amor al Señor, consagró todas sus fuerzas al servicio de la Iglesia, asistiendo a los sacerdotes en su misión. Perseveró hasta el don de la sangre, para permanecer fiel al amor de Cristo, a quien se había entregado totalmente. Las palabras que repetía avanzando resueltamente por el camino del martirio son la expresión de lo que animó toda su existencia: "Devolvamos amor por amor a nuestro Dios, devolvamos vida por vida".
El beato Andrés, protomártir de Vietnam, se presenta hoy como modelo a la Iglesia de su país. Que todos los discípulos de Cristo encuentren en él fuerza y apoyo en la prueba, y se preocupen por intensificar su intimidad con el Señor, su conocimiento del misterio cristiano, su fidelidad a la Iglesia y su sentido de la misión.
7. "Así pues, no temáis" (Mt 10, 31). Esta es la invitación de Cristo. Y esta es también la exhortación de los nuevos beatos, que permanecieron firmes en su amor a Dios y a sus hermanos, aun en medio de las pruebas. Esta invitación nos llega como aliento durante el Año jubilar, tiempo de conversión y profunda renovación espiritual. Que no nos asusten las pruebas y las dificultades; que los obstáculos no nos impidan hacer opciones valientes y coherentes con el Evangelio.
¿Qué podemos temer, si Cristo está con nosotros? ¿Por qué dudar, si estamos de parte de Cristo y aceptamos el compromiso y la responsabilidad de ser sus discípulos? Que la celebración del jubileo nos confirme en esta decidida voluntad de seguir el Evangelio. Los nuevos beatos son un ejemplo para nosotros, y nos ofrecen su ayuda.
María, Reina de los mártires, que al pie de la cruz compartió hasta el fondo el sacrificio de su Hijo, nos sostenga al testimoniar con valentía nuestra fe.
(fuentes: www.vatican.va; www.minutosdeamor.com)
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