Ambos habían sido ordenados en un mismo día: Símaco en la Basílica de Constantino, y Lorenzo en el de Nuestra Señora. Teodorico, rey de Italia, aunque arriano, mandó que fuese confirmada la elección que se hubiese hecho primero y a pluralidad de votos por el mayor número por cuya regla fue reconocido por legítimo Papa Símaco. Éste convocó un Concilio en Roma de 63 obispos y 67 presbíteros, el cual para precaver facciones y partidos en las eleccines de los Papas, que si alguno prometía su voto a otro o trataba en alguna junta sobre el asunto, vivo todavía el Papa de quien se ventilase la sucesión, fuera excomulgado y depuesto, y que muerto aquél fuese tenido por legítimo el que quedase elegido por la mayor parte de los votos del clero.
Lorenzo suscribió a estos decretos el primero de los presbíteros, y después fue hecho obispo de Nocera. A poco tiempo algunos clérigos y senadores, a diligencias de Festo y Provino, volvieron a llamar secretamente a Lorenzo a Roma, y renovaron el cisma que según algunos historiadores fue el primero que se conoció en aquella Iglesia, aunque los novacianos habían intentado antes formar uno. Los cismáticos acusaban a Símaco de muchos crímenes; y el rey Teodorico mandó que se celebrase un sínodo en Roma para el intento. Los obispos de Liguria, Emilia y Venecia entraton en Ravena de camino para Roma, y representaron al rey con mucho ahínco, que el Papa debía convocar el conciio pues que aquel derecho le tocaba por su primacía a la Santa Sede derivada de San Pedro y tenida por autoridad de los concilios mismos, así mismo que no había ejemplar de que el Pontífice hubiese de sujetarse al juicio de sus inferiores. El rey les mostró las cartas del Papa por las que convenía en la convocación y aún la hacía de su autoridad y a la verdad que el Pontífice dice que Símaco convocó este concilio.
Túvose, pues el sínodo en Roma en septiembre del año 501, y declaró al Papa Símaco inocente de las acusaciones contra él alegadas, condenando a ser castigados por cismáticos todos los que osasen celebrar Misa con consentimiento suyo, pero perdonando a los que habían levantado el cisma, con tal de que diesen alguna satisfacción al Papa. Cuando se llevó este decreto a las Galias todos los obispos se conmovieron y encargaron a San Avito, obispo de Viena, que escribese en nombre de todos ellos sobre el asunto. Este dirigió a Fausto y Símaco, patricios que habían sido ambos cónsules, quejándose de que había sido acusado el Papa ante el Príncipe, los obispos en vez de oponerse a una injusticia como aquella, habían tomado a su cargo el juzgarle: "Porque no es fácil de concebir, dice él, cómo un superior puede ser juzgado de sus inferiores, especialmente la cabeza de la Iglesia".
El Papa Símaco escribió al emperador Anastasio, declarándole que no podía mantener comunión con él, mientras la tuviese con Acacio. Aquél príncipe esperó siempre esta amenaza del celo de este Papa, y por eso no le había escrito la enhorabuena por su elevación al pontificado, como era siempre costumbre. También le acusó de maniqueismo, aunque Símaco había desterrado a los Maniqueos de Roma, y no cesó un punto de contradecir en todo al Papa, temiendo su conocido celo contra su secta favorita los Acéfalos. Símaco compuso una apología contra este emperador, en que demuestra la dignidad del sacerdocio cristiano. Escribió a los obispos orientales exhortándoles a sufrir destierros y todas las persecuciones antes hacer traición a la verdad divina.
Habiendo el rey Trasimundo desterrado a Cerdeña a muchos obispos africanos católicos, el Papa Símaco les enviaba anualmente vestidos y dinero; y aún se encuentra entre las obras de Ennodio una carta que este Papa les escribió confortándoles. Esta la acompañó con muchas reliquias de Mártires, como de San Nazario y San Román. Redimió a muchos cautivos, y dio 169 libras de plata en ornamentos a varias iglesias de Roma, y a la capilla de la Santa Cruz una de oro de diez libras de peso, en que incluyó un pedazo de la verdadera Cruz de Cristo. En un copón, o ciborio, en el lenguaje de aquel tiempo tabernáculo, que dio a la Iglesia San Pablo, mandó que se grabasen las figuras de Nuestro Salvador y de los doce Apóstoles.
Él estableció que se cantase todos los domingos y en las festividades de los Mártires, como testifican los Pontificales, el himno de divina alabanza llamado Gloria in excelsis. Ocupó la silla pontifica 15 años y ocho meses, y murió el 19 de julio del año 514.
(fuente: www.escuelacima.com)
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