(1905-1950)
Pere Tarrés i Claret nace el 30 de mayo de 1905 en Manresa, provincia de Barcelona, Cataluña (España).Sus padres Francesc Tarrés Puigdellívol y Carme Claret Masats eran creyentes y ejemplares; tienen otras dos hijas, Francisca y María. Pere es bautizado el 4 de junio en la parroquia de la Virgen del Carmen.
La familia realiza frecuentes traslados (Badalona, Mataró, Barcelona) a causa del trabajo del padre (mecánico); en Badalona Pere es confirmado el 31 de mayo de 1910. Alumno de los Padre escolapios recibe la primera comunión el 1 de mayo de 1913. En 1914 la familia retorna a Manresa y Pere estudia con los padres jesuitas.
Adolescente de carácter alegre y abierto, cariñoso con sus padres y hermanas, amante de la naturaleza, contemplativo, místico con alma de poeta. Habitualmente ayuda en la farmacia del Sr. Josep Balaguer, quien lo encamina hacia la continuación de los estudios.
Obtiene una beca de estudios que le permite concluir el bachiller en el colegio de San Ignacio. Con otra beca de estudios, obtenida con la ayuda de algunos médicos que lo estimaban, puede acceder a la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona. Desde 1921 vive en el barrio popular de Gracia, donde participa del Oratorio de San Felipe Neri y allí, desde 1922 a 1936, es hijo espiritual del P. Jaume Serra.
Es miembro de la Federaciò Jovens Cristians con ardiente celo apostólico. La Federaciò es Acción Católica (A.C.) como el Papa Pío XI la proponía entonces: oración, estudio y acción, bajo la dirección de la jerarquía local. Pere cubre encargos en la Federaciò y en la A. C. contemporáneamente. Para Pere el secreto de la vida espiritual de los militantes está en la devoción eucarística y el amor filial a la Madre de Dios.
En julio de 1925 muere su padre y poco tiempo después su madre sufre un accidente que la deja inválida.
En la Navidad de 1927, estando en Monistrol de Calders, hace el voto de castidad con la aprobación de su director espiritual.
En 1928, después de haber concluido la carrera de Medicina (con premio extraordinario), se establece definitivamente en Barcelona. Durante este período sus hermanas ingresan en el convento de las Concepcionistas. Junto con su compañero, Dr. Gerardo Manresa, funda el sanatorio – clínica de Nuestra Señora de la Merced de Barcelona.
Durante el ejercicio de su profesión de médico es ejemplar en la caridad y en la vida de piedad; jamás pierde aquella alegría contagiosa que le permite tratar con respetuosa familiaridad a los enfermos.
Tarrés el 8 de julio de 1936 se traslada al Monasterio de Monserrat para realizar los ejercicios espirituales, que son interrumpidos el día 21 por el Alzamiento nacional; Pere se traslada a la Generalitat y logra obtener la tutela de la policía para preservar la integridad del Monasterio de la barbarie de los anárquicos. Refugiado en Barcelona lleva, a escondidas, la comunión a los perseguidos por los milicianos rojos y logra escapar a una perquisición realizada en su casa.
En julio de 1938 debe enrolarse en el ejército republicano como médico. Gracias a su coraje y dedicación los mismos soldados piden su promoción a capitán del ejército. Dedicaba parte de su tiempo al estudio del latín y de la filosofía, en preparación a sus futuros estudios sacerdotales y no pierde ocasión de manifestar su fe.
En enero de 1939 retorna a su casa del frente de guerra. El 26 de enero de 1939 se rinde Barcelona al ejército nacional. Integrado en la vida normal continua su actividad de médico, cubre algunos encargos en la A.C. y se prepara para ingresar en el Seminario de Barcelona evento que tendrá lugar el 29 de setiembre de 1939.
En 1941 año en el cual muere su madre recibe las Órdenes menores y el subdiaconado (20 de diciembre) y al año siguiente el diaconado (22 de marzo de 1942). Ordenado presbítero el 30 de mayo de 1942 el obispo lo designa coadjutor (vicario) de la parroquia de San Esteban de Sesrovires el 3 de junio. En 1943, por deseo del Obispo, va a estudiar a la Universidad Pontificia de Salamanca donde obtiene la Licencia en Teología el 13 de noviembre de 1944.
A su retorno a Barcelona recibe los siguientes nombramientos pastorales: vice-asistente diocesano de los jóvenes de la A.C., asistente del centro parroquial de las mujeres y de las jóvenes de A.C. de la parroquia de San Vicente de Sarriá (1944), capellán de la comunidad y del colegio de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción (1945).
En las distintas obras apostólicas que le encargan no le faltan dificultades que lo hacen sufrir pero él sabe responder con actitudes evangélicas de caridad, prudencia y fortaleza sembrando desde la cruz la tierra de su apostolado. El 17 de noviembre de 1945 escribe en su Diario che se siente sumergido en el océano del apostolado, como había soñado por tanto tiempo, con el mismo fuego y entusiasmo que, desde laico, sintió por la Federaciò. Antes de morir expresará su alegría por el apostolado en la A.C. femenina de Sarriá, afirmando: “Yo soy hijo de obreros. En el cielo trabajaré mucho por todas Uds.”.
Durante las vacaciones en el santuario de la Virgen de Nuria, en el Pirineo de la provincia de Gerona, a 2.000 mt., recibe numerosos grupos de jóvenes de A.C.
También cubre los siguientes encargos: consejero y asesor de los Oblatos laicos benedictinos y de la Unions di scolans di Monserrat –antiguos miembros cantores del coro del monasterio- (1946), director de la Obra de la Visitación de Nuestra Señora, actividad destinada a procurar ayuda material y espiritual a los enfermos pobres (1947); beneficiado de la parroquia de Santa Ana (1949); consejero de la Escuela Católica de enseñanza social de Barcelona (1949); confesor ordinario del Seminario (1949); delegado diocesano de la Protección de la Mujer (1949); director espiritual del Hospital de Las Magdalenas, donde se acogen mujeres en fase terminal, por la prostitución o la extrema miseria moral. Pere Tarrés dejó una huella perenne y benéfica en todos los que lo trataron por actividades apostólicas. El 17 de mayo de 1950 le realizaron una biopsia cuyo diagnóstico fue linfosarcoma linfoblástico. Tarrés vivió su enfermedad con una actitud de total abandono en Dios y ofreciendo su vida por la santificación de los sacerdotes. El 31 de agosto de 1950, a 45 años, moría en la Clínica que había fundado. Fue sepultado en el cementerio de Montjuic. El 6 de noviembre de 1975 sus restos mortales fueron trasladados a la iglesia parroquial de San Vicente de Sarriá, donde aún reposan.
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Loreto, domingo 5 de septiembre de 2004
1. "¿Qué hombre conoce el designio de Dios?" (Sb 9, 13). Esta pregunta, formulada por el libro de la Sabiduría, tiene una respuesta: sólo el Hijo de Dios, que se hizo hombre por nuestra salvación en el seno virginal de María, puede revelarnos el designio de Dios. Sólo Jesucristo sabe cuál es el camino para "adquirir un corazón sensato" (Salmo responsorial) y obtener paz y salvación.
Y ¿cuál es este camino? Nos lo ha dicho él en el evangelio de hoy: es el camino de la cruz. Sus palabras son claras: "Quien no lleva su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío" (Lc 14, 27).
"Llevar la cruz detrás de Jesús" significa estar dispuestos a cualquier sacrificio por amor a él. Significa no poner nada ni a nadie antes que él, ni siquiera a las personas más queridas, ni siquiera la propia vida.
2. Amadísimos hermanos y hermanas, que os habéis dado cita en esta "espléndida explanada de Montorso", como la ha llamado el arzobispo monseñor Comastri, al que agradezco de corazón las cordiales palabras que me ha dirigido. Saludo, asimismo, a los cardenales, a los arzobispos y a los obispos presentes; saludo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a las personas consagradas; y, sobre todo, os saludo a vosotros, jóvenes miembros de la Acción católica, que, guiados por el consiliario general, monseñor Francesco Lambiasi, y por la presidenta nacional, doctora Paola Bignardi, a la que agradezco su afectuoso saludo, habéis querido reuniros aquí, bajo la mirada de la Virgen de Loreto, para renovar vuestro compromiso de adhesión fiel a Jesucristo.
Vosotros sabéis que adherirse a Cristo es una opción exigente. Jesús no habla de "cruz" por casualidad. Sin embargo, precisa inmediatamente: "detrás de mí". Esta es la gran verdad: no estamos solos al llevar la cruz. Delante de nosotros camina él, abriéndonos paso con la luz de su ejemplo y con la fuerza de su amor.
3. La cruz aceptada por amor genera libertad. Lo experimentó el apóstol san Pablo, "anciano y prisionero por Cristo Jesús", como se define a sí mismo en la carta a Filemón, pero en su interior plenamente libre. Esta es precisamente la impresión que produce la página recién proclamada: san Pablo se encuentra encadenado, pero su corazón está libre, porque habita en él el amor de Cristo. Por eso, desde la oscuridad de la prisión en la que sufre por su Señor puede hablar de libertad a un amigo que está fuera de la cárcel. Filemón es un cristiano de Colosas: a él se dirige san Pablo para pedirle que libere a Onésimo, todavía esclavo según el derecho de la época, pero ya hermano por el bautismo. Al renunciar al otro como su posesión, Filemón recibirá como don un hermano.
La lección que se desprende de toda esta historia es clara: no existe amor más grande que el de la cruz; no hay libertad más verdadera que la del amor; no existe fraternidad más plena que la que nace de la cruz de Jesús.
4. De la cruz de Jesús fueron humildes discípulos y testigos heroicos los tres beatos recién proclamados.
Pedro Tarrés i Claret, primero médico y después sacerdote, se dedicó al apostolado laical entre los jóvenes de la Acción católica de Barcelona, de los cuales, después, fue consiliario. En el ejercicio de la profesión médica se entregó con especial solicitud a los enfermos más pobres, convencido de que "el enfermo es símbolo de Cristo sufriente".
Ordenado sacerdote, se consagró con generosa intrepidez a las tareas del ministerio, permaneciendo fiel al compromiso asumido en vísperas de la ordenación: "Un solo propósito, Señor: sacerdote santo, cueste lo que cueste". Aceptó con fe y heroica paciencia una grave enfermedad, que lo llevó a la muerte con sólo 45 años. A pesar del sufrimiento repetía frecuentemente: "¡Cuán bueno es el Señor conmigo! Y yo soy verdaderamente feliz".
5. Alberto Marvelli, joven fuerte y libre, hijo generoso de la Iglesia de Rímini y de la Acción católica, concibió toda su breve vida de sólo 28 años como un don de amor a Jesús por el bien de sus hermanos. "Jesús me ha envuelto con su gracia", escribió en su diario; "sólo lo veo a él, sólo pienso en él". Alberto había hecho de la Eucaristía diaria el centro de su vida. En la oración buscaba inspiración también para el compromiso político, convencido de la necesidad de vivir plenamente como hijos de Dios en la historia, para transformarla en historia de salvación.
En el difícil período de la segunda guerra mundial, que sembraba muerte y producía violencias y sufrimientos atroces, el beato Alberto alimentó una intensa vida espiritual, de la que brotaba el amor a Jesús que lo llevaba a olvidarse constantemente de sí mismo para cargar con la cruz de los pobres.
6. También la beata Pina Suriano -natural de Partinico, en la diócesis de Monreale- amó a Jesús con un amor ardiente y fiel, hasta el punto de que escribió con toda sinceridad: "No hago otra cosa que vivir de Jesús". A Jesús le hablaba con corazón de esposa: "Jesús, hazme cada vez más tuya. Jesús, quiero vivir y morir contigo y por ti".
Se adhirió desde su adolescencia a la Juventud femenina de la Acción católica, de la que después fue dirigente parroquial, encontrando en la Asociación importantes estímulos de crecimiento humano y cultural en un clima de intensa amistad fraterna. Maduró gradualmente una sencilla y firme voluntad de entregar a Dios como ofrenda de amor su joven vida, en particular para la santificación y la perseverancia de los sacerdotes.
7. Queridos hermanos y hermanas, amigos de la Acción católica, que habéis venido a Loreto de Italia, de España y de tantas partes del mundo, hoy el Señor, a través del acontecimiento de la beatificación de estos tres siervos de Dios, os dice: el mayor don que podéis hacer a la Iglesia y al mundo es la santidad.
Preocupaos por lo que interesa a la Iglesia: que muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo sean conquistados por la fascinación de Cristo; que su Evangelio vuelva a brillar como luz de esperanza para los pobres, los enfermos y los que tienen hambre de justicia; que las comunidades cristianas sean cada vez más vivas, abiertas y atractivas; que nuestras ciudades sean acogedoras y habitables para todos; que la humanidad siga a Cristo por los caminos de la paz y la fraternidad.
8. A los laicos os corresponde testimoniar la fe mediante las virtudes que son específicas de vosotros: la fidelidad y la ternura en la familia, la competencia en el trabajo, la tenacidad al servir al bien común, la solidaridad en las relaciones sociales, la creatividad al emprender obras útiles para la evangelización y la promoción humana. A vosotros os corresponde también mostrar -en íntima comunión con los pastores- que el Evangelio es actual, y que la fe no aleja al creyente de la historia, sino que lo sumerge más a fondo en ella.
¡Ánimo, Acción católica! Que el Señor guíe tu camino de renovación.
La Inmaculada Virgen de Loreto te acompaña con tierna solicitud; la Iglesia te mira con confianza; el Papa te saluda, te sostiene y te bendice de corazón.
Acción católica italiana, ¡gracias!
(fuente: www.vatican.va)
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