A los 22 años, dudando entre las Comunidad de Hermanas Hospitalarias y las Carmelitas, conoce a las Hijas de la Caridad y es admitida a hacer su postulantado en el Hospital de Landres, siendo admitida en la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl al ingresar al Noviciado en París el día 1 de noviembre de 1787.
Temiendo la rechazasen debido a sus problemas de salud, así oraba: «Te ruego, Señor, que tengas piedad de mí. Mira mis penalidades… estoy contenta de sufrir… pero se trata de la vocación que me has dado… te ruego, Dios mío, que no permitas a los Superiores que me rechacen y dame tu Gracia para vivir y morir en esta Vocación que Tú me has dado» Y a San Vicente le decía: «Gran Santo, eres Padre mío, deseo ser hija tuya».
Al terminar esta primera etapa de Formación a fines de octubre de 1788, es enviada a servir a los pobres a la casa de Alise-Sainte-Reine. En 1789 estalla la Revolución Francesa y en enero de 1790, en plena revolución es enviada a Sceaux, donde conoce al clero juramentado y poco después va a los «incurables» en París encontrándose con 44 hermanas desorientadas y divididas por la situación política que atravesaba el País. Las Hijas de la Caridad habían quedado expuestas a la agresión revolucionaria. Los Superiores se vieron forzados a vivir en la clandestinidad o a escapar. Cuando en 1793 la Compañía fue dispersada, ella se propone salir de Francia con la intención de llegar a Suiza, para emprender la vida comunitaria como Hija de la Caridad, pero fue detenida en Sancey por atender a los enfermos. Durante la persecución, no cesó de ejercer la caridad, mediante la asistencia a los pobres.
Amainada la Revolución, el Vicario General y otros sacerdotes la animan a que busque algunas muchachas para formarlas y aunque se resistía a la propuesta, el 11 de abril de 1799 funda la «Congregación de las Hermanas de la Caridad» en Besançon e inicia el Instituto de las Hermanas de la Caridad, conocido como «Las Hermanas del caldo de la pequeña escuela.» Al pasar el tiempo se le unieron otras compañeras y tuvieron que buscar un nombre que no provocara confusión ya que al principio se llamaron «Hijas de San Vicente de Paúl«, luego «Hermanas de la Caridad de Besançon«, después «Hijas de la Caridad bajo la protección de San Vicente de Paúl» y por fin: «Hermanas de la Caridad bajo la protección de San Vicente de Paúl»
Como las hermanas de París no le quisieron ceder la «Regla«, sola con Dios, escribió un texto en 1802 en Dole, insistiendo en considerar a San Vicente como «nuestro Fundador, nuestro Protector especial, nuestro Padre» y en la introducción afirma: «Estas reglas, en su mayor parte las recogemos de los usos que vimos observar en las Hijas de la Caridad, donde permanecimos mucho tiempo. Estos usos, atestiguamos, debieron ser establecidos, en su mayor parte, por el mismo San Vicente de Paúl«. Estas «Reglas» fueron aprobadas por el Arzobispo Lecoz el 26 de septiembre de 1807. Después de haber fundado varias casas en Francia, en 1810, llamada por el rey, fue a Nápoles con algunas Hermanas, iniciando fundaciones también en Italia.
Después de sufrir múltiples contrariedades, con una profunda fidelidad al Papa, muere en Nápoles el 24 de agosto de 1826. Su cuerpo reposa en la iglesia «Regina Coeli» de esa ciudad. Fue beatificada por Pío XI el 13 de mayo de 1926 y canonizada el 14 de enero de 1934 por el mismo Papa, coincidiendo su canonización con la de Santa Luisa de Marillac.
Mensaje
El amor para con los pobres. En casa de los Thouret regía la regla de que, cualquier pobre que llegase a su puerta, nunca debía marchar sin haber recibido algo. Sobre esta base descansa la espiritualidad vicenciana que Juana Antida aprende en París, la que la lleva a asistir a los pobres por doquier y hace se sienta descaminada, cuando las situaciones no prometen interés por ellos; espiritualidad que, haciendo eco a expresiones de san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac, la induce a exhortar: «Acuérdate de mirar nada más a Jesucristo en la persona de los pobres. Sírveles siempre como le serviríais a Él, esto es con humildad, compasión y caridad».
La búsqueda de la voluntad de Dios. Emplazarse en la voluntad de Dios, he ahí lo que le importa: «No quiero otra cosa, sino tu voluntad. Haz que conozca tu voluntad, tus designios y todo cuanto deseas que haga, y lo haré». «Creí ver la voluntad de Dios…», «oímos la voz de Dios…», son algunas de las frases propias del modo como la santa se expresa.
Sobre todo ante el sufrimiento que le causa la desunión sobrevenida al Instituto tras la aprobación romana, escribe: «Dejemos, pues, a la misericordia de Dios el cuidado de este asunto, ya de tiempo atrás puesto en sus manos; hágase su santa voluntad y que todo redunde en gloria suya: he ahí los sentimientos que inundan mi corazón».
Un testimonio que se escribe no bien ha muerto, dice que «habría atravesado los mares, hubiera llegado al fin del mundo, de haber creído que Dios así lo quería para su gloria».
Puede decirse que esta actitud de constante búsqueda de la voluntad de Dios se muestra asimismo en la que fue su divisa: «Adelante siempre y por Dios solo». Aunque de frágil constitución física, luchó con gran fortaleza interior, desde la juventud hasta la muerte: «No me desaniman las dificultades», escribía desde Nápoles en 1810; «Hemos cumplido hasta ahora con nuestro deber, y con él seguiremos cumpliendo. Es lo que Dios exige de nosotras».
La fuerza de perdonar. Juana Antida se halla una y otra vez frente a posturas de oposición, de franca hostilidad hacia ella. ¿Cómo reacciona? Trata caritativamente a una Hermana que, celosa y ambiciosa, la denigra; deja a ésta en la misma casa, y no la expulsa del Instituto, como habría merecido. He aquí un apunte que hace: «Continué teniendo misericordia, demostrándole bondad y confianza: la puse al frente de una casa particular, y la llamé a Besançon para que me representase en mis ausencias…» Cuando la persecución arrecia, y sabe ella muy bien que el trance es «resultado de las calumnias puestas en circulación por la misma Hermana que todavía hoy me calumnia, y motiva en gran parte lo que al presente estoy sufriendo», llega a decir: «La he perdonado y la perdono de nuevo, pues en primer lugar precisa que use de misericordia quienquiera desea se use de misericordia con él». Y escribe aún: «No sólo perdonar, sino amar con un amor ardiente, sobre todo a nuestros enemigos… La misericordia y el perdón nos merecerán de Dios perdón y misericordia». Pero ¿cómo se hace posible todo esto? «Es a los pies de Jesús crucificado, donde obtengo toda la fuerza que necesito…»
(fuente: somos.vicencianos.org)
otros santos 24 de agosto:
- Santa María Micaela del Santísimo Sacramento
- San Bartolomé, apóstol
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