Los tíos dirigían una obra benéfica puesta en pie por ellos mismos para dar acogida y formación al mayor número posible de las mujeres jóvenes que llegaban a Madrid en busca de un trabajo remunerado y se colocaban como sirvientas.
Diez años tenía Vicenta María cuando llegó a Madrid y se puso bajo la dirección espiritual de los jesuitas. Al abrigo de la espiritualidad ignaciana y de aquella obra benéfica que dirigía su tía con la ayuda de un grupo de señoras, pasaron los años de la educación y la adolescencia de Vicenta María.
Al llegar a la juventud sintió que en su corazón latía con fuerza el ansia de la mayor gloria de Dios, y que esta reclamaba de ella la consolidación y continuidad de la obra iniciada por sus tíos.
La oposición de sus padres, la situación político social adversa, el desprestigio generalizado del servicio doméstico, la falta de recursos económicos, el reducido número de personas dispuestas a colaborar en la empresa, la quiebra de sus salud y otras dificultades que fueron apareciendo no consiguieron distraer su atención de la entrega total de sí misma a Dios en el servicio a las jóvenes.
Con el oído en el Corazón de Jesús y la mano en el pulso del mundo, confirmó su vocación en unos Ejercicios Espirituales. El 11 de junio de 1876 se convirtió en fundadora de la Congregación de Religiosas de María Inmaculada, que consolidó en poco más de catorce años de vida religiosa con el fin de «procurar con todo empeño posible la santificación y perfección propia, y con el mismo la santificación y provecho de las jóvenes dedicadas al servicio doméstico».
En enero de 1879 se manifestaron los primeros síntomas de la tuberculosis. Con algunas visitas al balneario de Panticosa (Huesca) o a la fuente de aguas sulfurosas de El Molar (Madrid) intentaron en vano paliar la enfermedad. Vicenta María intentó burlar el mal en cuanto pudo y no se dio tregua para dejar consolidados los colegios de Madrid, Zaragoza, Sevilla, Barcelona y Burgos.
En Madrid, el 26 de diciembre de 1890, aceptó la muerte con la misma santidad sencilla y heroica que había vivido durante los 43 años que pasó sobre esta tierra.
El Papa Pablo VI la elevó al supremo honor de los altares el 25 de mayo de 1975, en la solemnidad de la Santísima Trinidad y fijó su fiesta litúrgica en esa misma fecha.
(fuente: www.espiritualidadignaciana.org)
otros santos 26 de diciembre:
- San Nicodemo, el Consagrado
- San Esteban
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