Una preocupación y un cambio
Luisa de Marillac vivió en París en los años de Enrique IV, Luis XIII y Luis XIV, reyes de Francia en el siglo XVII, mientras en España reinaban Felipe III y Felipe IV. Presenció, por lo mismo, la Guerra de los Treinta Años entre Francia y los protestantes, por un lado, y España, la Casa de Austria y los católicos, por otro, y era contemporánea de los grandes descubrimientos científicos y filosóficos; pudo conocer a Pascal, Descartes, etc. Es la época que pinta de una manera novelesca Víctor Hugo en «Los tres mosqueteros». Había nacido el 12 de agosto de 1591 y murió en 1660. Muchos años de vida para aquel siglo en que la edad media rondaba los 40 años.
Luisa pertenecía a una familia de lo más alto de la nobleza, los Marillac, se había casado con un secretario de la Reina madre, Antonio Le Gras, perteneciente a la clase media. Antes de casarse, había hecho voto de ser religiosa, quiso ser capuchina, pero sus familiares -era lo común entonces- le buscaron marido y la obligaron a casarse. Durante muchos años le quedó un complejo de culpabilidad. Por naturaleza y acaso también por no haber conocido a sus padres, poseía una sicología sensible y muy emotiva. Buena lectora tenía una inteligencia excepcional para las ideas, pero mucho mayor para la práctica. Pequeña y delgada, de salud fuerte, en el trato era encantadora. Aunque sin agobios económicos, nunca tuvo, sin embargo, una gran fortuna.
En los primeros días de 1625, cuando contaba 33 años, tomó por director espiritual a un sacerdote, San Vicente de Paúl que había nacido cerca de Dax y no lejos de Bayona diez años antes que ella. La vida de Luisa hasta entonces era sencilla: una mujer piadosa que hacía limosnas a los pobres y rezaba por ellos Vicente de Paúl la cambió; la convenció para que se comprometiera activamente en la hberación material y espiritual de los pobres. Y Luisa de Marillac, la señorita Le Gras, como la llamaban entonces, lo aceptó y se empeñó, también ella, en hacer de esta tierra un paraíso para los que viven en el infierno de la pobreza. Luisa tenía 37 años, desde hacía tres era viuda y tenía un hijo de 15 años estudiando en el seminario.
Este sacerdote había comprendido que el mundo estaba en cambio y nacía una nueva sociedad, pero todavía era una sociedad agrícola y comercial sin casi industria. La mayoría de los campesinos eran pobres y en las ciudades abundaban los hambrientos que habían emigrado de los pueblos del campo a la ciudad. En el siglo XVII los pobres no contaban para el estado. Vicente de Paúl se propuso que los pobres también contaran; más, logró que para muchos fueran el centro de la sociedad. Para ello fundó una asociación de señoras, -una ONG- conocidas modernamente con el nombre de Voluntarias de la Caridad, y una congregación de sacerdotes, llamados Lazaristas, Paúles o Vicentinos, según los lugares. Después de unos años de dirigir a Luisa de Marillac consiguió que ésta se uniera a su proyecto.
Este proyecto era nuevo y hasta revolucionario en la faceta de solidaridad y de evangelización de los pobres para el siglo XVII y comprendía tres aspectos: liberar a las clases empobrecidas y devolverles su dignidad de seres humanos y sus derechos de ciudadanos; modernizar las instituciones ya existentes para que fueran más eficaces, y crear otras nuevas que respondieran a las nuevas necesidades. Todo se realizaría por medio de dos asociaciones de mujeres pertenecientes una a las clases adineradas y la otra a las clases bajas. Las ideas brotaban del sacerdote Vicente de Paúl el Superior y el Director, pero Luisa fue la organizadora práctica y la ejecutora.
Las clases desatendidas
Luisa de Marillac comenzó su nueva etapa visitando a las gentes de los pueblos, tanto a las señoras que formaban parte de las Voluntarias de la Caridad y que ayudaban a los necesitados con su dinero y con su persona, como a las personas que vivían en apuros económicos. Por aquellos pueblos campesinos descubrió un panorama desolador: el pueblo pasaba hambre, frío y miseria. Entonces no había seguridad social de ninguna clase y por lo común el estado abandonaba a los pobres a su suerte. En general vivían al día y, si las cosechas eran malas dos años seguidos, quedaban endeudados, terminando vendiendo lo poco que tenían. Al entrar Francia en la guerra de los Treinta Años, los impuestos, que pagaban los campesinos casi exclusivamente, llegaron a multiplicarse por cien. Por otro lado h medicina estaba atrasada y los remedios más comunes eran sangrías y lavativas. Ir al hospital era difícil porque únicamente existían en las ciudades y, donde había, cada cama acogía a dos o tres enfermos. Al quedar en sus casas no era raro que no tuvieran a nadie para que les cuidara. Eran escasos los pueblos en los que había escuelas; lo común eran los maestros ambulantes que, por un poco de dinero, enseñaban a los hijos de los campesinos, con la peculiaridad de que estaban prohibidas las escuelas mixtas. Ante esta situación, los padres no escolarizaban a sus hijos por no poder pagar o porque los necesitaban para el trabajo desde niños o porque no tenían ilusión, ya que sus hijos siempre serían pobres, o enviaban a los hijos varones y no a las chicas que se quedaban atendiendo a sus hermanos y haciendo las faenas caseras. Esto en el supuesto de que hubiera escuelas para niñas, lo que era muy raro.
Este es el panorama que descubrió horrorizada Luisa de Marillac. Eran los signos de los tiempos. La sensibilidad de los dos santos descubrieron las necesidades más urgentes de la sociedad de los pobres y se esforzaron en remediarla. Bajo la dirección de Vicente de Paúl, Luisa se dedicó a organizar y a ejecutar. En 1633 fundaron una asociación de mujeres, por lo general pertenecientes a familias sencillas, que el pueblo llamó Hijas de la Caridad por la labor de amor sacrificado que hacían.
Sanidad y escuelas
La necesidad más urgente era atender a los enfermos pobres que no tenían a nadie que los cuidara en sus casas y enseñar a las niñas pobres sin escolarizar en los pueblos. En su casa, un piso de París, Luisa formaba a las jóvenes que ingresaban en la Asociación en la vida espiritual y les daba unos rudimentos de enfermería. A las que no lo sabían las enseñaba a leer, a escribir y cuentas. A las pocas semanas ya estaban preparadas para ir casa por casa a atender a los enfermos y muchas capacitadas para ir a los pueblos a crear escuelas y convertirse en maestras. Todo lo hacían gratis. Los gastos corrían a cargo de las señoras de la Asociación de Voluntarias, llamadas Señoras de la Caridad. De tiempo en tiempo volvían a la casa de Luisa a actualizarse en la vida de Dios, en enfermería y en cultura.
A los pocos meses de fundar a las Hijas de la Caridad y en los años siguientes, las llamaron para que ayudaran, dirigieran u organizaran grandes hospitales de Francia: París, Angers, Nantes, Saint-Denis, etc. Luisa de Marillac se encontró que no sólo tenía que preparar a las Hijas de la Caridad en las reformas hospitalarias, técnicas y sanitarias, sino también frecuentemente hacer la organización del establecimiento juntamente y de acuerdo con los administradores del hospital. Unas veces iba ella misma en persona a fundar la comunidad del hospital, donde permanecía meses hasta que todo parecía que funcionaba ya, y otras veces, lo más común, lo hacía por cartas. Además de la técnica sanitaria y la limpieza así como la preocupación espiritual, Luisa les insistía en que pusieran humanidad, calor humano junto a la cama de los enfermos, a base de humildad, sencillez y amor que San Vicente de Paúl les había dado como su espíritu propio, y que Luisa traducía en tolerancia, mansedumbre y cordialidad.
Su familia
Mientras Luisa trabajaba en favor de las capas humildes de la sociedad, los nobles de su familia luchaban por escalar el poder y gobernar Francia. Se enfrentaron a Richelieu, fueron vencidos y un tío suyo, Luis de Marillac, fue decapitado en la Plaza Mayor de París, otro tío, Miguel, después de llegar a ser Jefe de Gobierno por un día, murió en la cárcel; otros parientes fueron desterrados. Aunque sintió el dolor y el sufrimiento no abandonó a los pobres y siguió trabajando por ellos, a pesar de que también su hijo, joven inteligente, buen estudiante y responsable, le hizo la cruz más pesada. Comenzaba a dudar si tenía vocación para el sacerdocio, y esto la hizo sufrir a ella que soñaba con tener un hijo, el único, sacerdote. Licenciado en Filosofia y en derecho, terminó la teología, pero no se quiso ordenar de Ordenes Mayores. De seglar buscó una colocación apropiada a sus estudios. Sin embargo estuvo en el «paro» casi siete años.
Descorazonado llevó una vida un tanto desordenada que para su madre fue un tormento. Por fin la luz entró en su casa, se enmendó, encontró colocación y se casó con dignidad. Tuvo una hija y murió a los 83 años.
Las Hijas de la Caridad
Las Hijas de la Caridad aumentaban en número y fundaciones de una manera incesante. Las jóvenes encontraron en ellas una respuesta apropiada a sus necesidades. Entonces a las jóvenes pobres les era casi imposible ser religiosas, a no ser ‘legas» para el trabajo, a causa de la dote que debían llevar al convento. Pero las Hijas de la Caridad no pedían dote, pues no eran religiosas de clausura. Su vida, pobre en vivienda, en el vestido y en la comida, la ganaban con el trabajo. La Compañía de las Hijas de la Caridad era una Cofradía de Caridad, una Asociación de seglares. Se hicieron populares por las calles que eran su monasterio y las casas de los enfermos que eran su claustro. Fueron las primeras hermanas que vivían sin clausura, aprobadas por la Santa Sede. La sencillez, la cercanía al pueblo y la cordialidad con que atendían a los pobres, les ganó el corazón de la sociedad. De toda Francia llegaban jóvenes para «servir a los pobres, sus amos y señores», les decía San Vicente. Viviendo Luisa entraron alrededor de quinientas jóvenes sólo en Francia. Y de toda Francia y de Polonia las llamaban para los hospitales y las escuelas de niñas.
Eran una respuesta adecuada, no sólo a las inquietudes de las jóvenes con vocación, sino también a los interrogantes de la sociedad de los pobres: Mujeres de vida consagrada que dejaran la clausura y se preocuparan de atender gratis a los pobres que pululaban y nada tenían. Al interrogante de los hospitales deshumanizados y sin buena organización, al interrogante de las niñas marginadas en la escolaridad. Las Hijas de la Caridad fueron una respuesta a los signos de aquellos tiempos. A través de ellas la Iglesia, como lo venía haciendo a través de los siglos, se comprometió de nuevo activamente con los pobres.
Luisa de Marillac fue la encargada, como la directora general de una empresa multinacional de caridad, de organizar y dirigir a las Hijas de la Caridad en los establecimientos y comunidades, de dirigirlas espiritualmente y de formarlas en los aspectos espiritual, humano y profesional. A través de sus cartas y hasta de sus viajes estaba en contacto con sus hijas y con las necesidades de los humildes. Ella comenzó y dirigió la obra de los Niños abandonados y la salvó durante los cruciales años de la guerra civil de la Fronda. Ella estuvo presente animando a las Hermanas en la prisión de los galeotes. Ella organizó las primeras Residencias de ancianos y los hizo útiles con talleres que ella fundó y dirigió. Luisa acogió a los inmigrantes que llegaban a París huyendo de las guerras, en especial a muchachas desamparadas. Unas veces recibía alegrías y otras, disgustos. Unas veces lloraba y otras reía, pero siempre apareció alegre y con una tenacidad tal que ninguna dificultad la doblegó. Siempre encontró salida a los problemas.
No es extraño que cuando murió, el 15 de marzo de 1660, todas las mujeres de la nobleza pasaran a rezar, y la duquesa de Ventadour quisiera estar a su lado en ese triste momento. No es extraño que los pobres lloraran y que su funeral, contra sus deseos, fuera majestuoso.
Principales fechas de su vida
1591: Nace el 12 de agosto. Padres desconocidos, ciertamente de la familia Marillac.
1612: Rechazada en las religiosas capuchinas.
1613: Casada el 5 de febrero con Antonio Le Gras. Tuvo un hijo que se llamó Miguel.
1625: Muere Antonio Le Gras el 21 de diciembre. Acepta a San Vicente de Paúl como director espiritual.
1629: Ayudada por San Vicente descubre su vocación de servicio a los pobres.
1630: La experiencias vividas entre 1630 y 1633, singularmente las visitas a las caridades, la fueron madurando.
1633: Recibe en su casa a las jóvenes que sirven a los pobres. Comienza la comunidad de las Hijas de la Caridad.
1646: Primera aprobación de la Compañía de las Hijas de la Caridad por el Arzobispo Coadjutor de París. Luisa insiste en el nombre de Hijas de la Caridad
1647: Por medio de la Reina de Austria pide al Papa que el Superior de la Congregación de la Misión sea también el Superior de las Hijas de la Caridad.
1650: Desaparece el documento de la aprobación arzobispal.
1655: El 18 de enero, nueva aprobación del arzobispo.
1656: Patentes reales que aprueban la Compañía de las Hijas de la Caridad.
1657: La Compañía de las Hijas de la Caridad se registra en el parlamento de París
1660: El 4 de febrero cae enferma de gravedad. Muere a las 11,30 del 15 de marzo.
(fuente: somos.vicencianos.org)
otros santos 15 de marzo:
- Beato Artémides Zatti
- San Raimundo de Fitero
No hay comentarios:
Publicar un comentario